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Ser alcalde/alcaldesa Mayor de Bogotá confiere no solo una enorme responsabilidad, al asumir la gestión de gobierno de la capital, la mayor ciudad del país y una de las principales megaurbes de Latinoamérica, sino que dispensa una visibilidad comparable a la del presidente de la República, mucho mayor que la de muchos ministros, y una cobertura noticiosa permanente.
Así lo saben quienes han sido elegidos para ese cargo desde la instauración de la elección popular de alcaldes, desde 1988. Muchos de ellos llegan al Palacio Liévano con la vista y la cabeza puestas en la vecina Casa de Nariño. Unos intentan hacer buenas administraciones para posicionarse entre los futuros votantes, otros optan por convertir su puesto en tribuna para polemizar y volverse protagonistas de la política nacional.
Claudia López, primera mujer elegida popularmente para ese cargo, proviene de un liderazgo social consolidado en la segunda mitad de la década pasada, y de un ejercicio parlamentario que le dio visibilidad y reconocimiento entre amplias capas electorales durante la presente, al punto de romper férreos esquemas y ser elegida en octubre del año pasado con amplia votación.
Para nadie es secreto que la alcaldesa abriga ambiciones presidenciales y que trabaja para ello sin pausa. Había hecho su carrera política desde las bancas de la oposición, y ahora le toca, en alguna medida, enfrentar una que le hacen en términos similares a la que ella hacía desde el Congreso. De promover movilizaciones y manifestaciones pasó a tener que gestionarlas y mantener el orden ante actores que obedecen a objetivos disímiles y que combinan toda clase de formas de presión.
La alcaldesa López ha tomado nota de la estrategia de apaciguar las movilizaciones, siendo ella, como gobernante, la que las convoque, y así lo ha hecho a raíz de los desmanes generados luego de la muerte, a manos de agentes de policía, del ciudadano Javier Ordóñez. Cuando las cosas se salen de cauce y amenazan el marco de convivencia, la alcaldesa se convierte en jefe de oposición a las otras instituciones, con miras a salvaguardar su propia imagen, de modo que la responsabilidad por lo que salga mal es siempre achacable a otros, y lo que sale bien es mérito propio.
Al olvidar los duros juicios que lanzaba al anterior alcalde por supuestamente no saber manejar a la policía de la capital, la alcaldesa López pasó a convertirse en severa fiscal de la institución policial.
Este fin de semana organizó un acto que legítimamente podría hacer como primera autoridad de la capital, pero desnaturalizó su sentido al formularlo como una medición de fuerzas con el presidente de la República, valiéndose incluso de la presión y de malas artes para hacerlo aparecer como indiferente a la suerte de las familias de los ciudadanos muertos durante los actos vandálicos de la semana pasada.
Grave error el de la alcaldesa querer poner contra la pared al Jefe del Estado forzando situaciones que dejan serias dudas sobre su buena fe. Así sea de una fuerza opositora, hay una lealtad institucional que no se debería romper de forma tan burda, como ocurrió el domingo, con artificiosas “sillas vacías” y emboscadas políticas a los funcionarios del Gobierno Nacional.