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El pueblo que vive de una garrucha

Los habitantes de La Angelina, en Buriticá, deben usarla para salir del pueblo. Ya hay un proyecto para construirles un puente.

  • La garrucha está suspendida entre un cedro tropical y una columna de cemento, sobre la quebrada Juan García. FOTOS Esteban Vanegas
    La garrucha está suspendida entre un cedro tropical y una columna de cemento, sobre la quebrada Juan García. FOTOS Esteban Vanegas
  • La Angelina tiene apenas 70 casas. Para llegar hasta aquí hay que ir a Liborina, cruzar la quebrada y luego un puente de madera sobre el río Cauca.
    La Angelina tiene apenas 70 casas. Para llegar hasta aquí hay que ir a Liborina, cruzar la quebrada y luego un puente de madera sobre el río Cauca.
03 de septiembre de 2020
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Mientras luchaba para no ser arrastrado por una quebrada, a Alfonso López Ibarra se le ocurrió la idea que le cambiaría la vida a su pueblo: construir una garrucha. Antes de él, todos los habitantes del corregimiento La Angelina, en Buriticá, tenían que planear sus viajes con detalle: si era verano y había luz del día podían cruzar esa quebrada caminando y llegar en 20 minutos a Liborina, el pueblo más cercano.

Pero si llovía o se hacía de noche, entonces tenían que caminar durante casi dos horas por una montaña. Ir a Buriticá era la última de las opciones porque implicaba un recorrido de dos a tres horas a lomo de mula, o el doble de tiempo caminando.

Alfonso, el mayor de siete hijos, nació en este rincón del mundo a orillas del Cauca hace 44 años y solo estudió hasta segundo de primaria, pues desde pequeño tuvo que trabajar para ayudar a mantener a sus hermanos. Aprendió a leer, a escribir y a sumar —“para que no me roben la plata”— y con los años se fue especializando en oficios: soldadura, construcción y electricidad.

Así que la garrucha era un emprendimiento fácil para él. Esa misma semana recogió dinero entre los 210 habitantes del pueblo, compró 22 barras metálicas, las soldó en forma de “casita” y el azar le trajo el resto de cosas que necesitaba: dos poleas que salieron de una mina que cerró, un cable metálico que tenía en su casa y ocho tablas de madera que le regalaron luego de una pelea.

Era 2012 o 2013, ya nadie lo recuerda bien. De lo que no se olvidan en el pueblo es que la garrucha fue un evento social. “Montamos un convite y nos fuimos a ayudar a colgarla. Hicimos dos columnas de material (cemento) y Alfonso tiró los cables, y luego colgó todo. Hasta sancocho hubo”, cuenta Héctor Ibarra, el vicepresidente de la Junta de Acción Comunal de La Angelina.

Vivir del cable

Alfonso calcula que los materiales no le costaron más de $600.000 y que apenas se gastó dos días de trabajo soldando los hierros.

Y aunque es poco dinero, fue suficiente para cambiar el modo de vida de los habitantes del corregimiento. En estos siete u ocho años, los caballos dejaron de ser el principal sistema de transporte y las motos se volvieron protagonistas —y fuente de ingreso para los más jóvenes que cobran por viaje—.

Según el censo oficial, en el corregimiento hay 70 casas, 49 motos, 210 habitantes, una tienda, un colegio y una cancha. Nada más. Ni cementerio, ni iglesia, ni vías, ni alcantarillado, ni centro de salud.

“La moto nos facilita traer los mercados, sacar a los enfermos o a las embarazadas. Antes, si alguien se enfermaba nos tocaba acostarlo en una sábana y amarrar dos palos para cargarlo al hombro por la loma. Lo mismo cuando había muertos: el cajón se cargaba como estatua de semana santa. Siempre nos tocó duro”, recuerda Héctor entre risas.

¿Y la seguridad?

El problema es que aunque la garrucha es de todos, no hay nadie que se encargue de su mantenimiento. Gonzalo Pérez, minero de 20 años de edad, dice que no sabe si alguien le echa grasa a las poleas, o si el cable debe ser reemplazado. “Lo que sí hacemos es cambiar el lazo por ahí dos o tres veces al año porque se desgasta mucho”.

El lazo del que habla Gonzalo es uno amarillo y verde que está amarrado a un árbol de cedro tropical y que sirve como freno para que quien cruza en la garrucha pueda bajar la moto sin que la gravedad se la arranque de las manos.

La garrucha tiene otro lazo más largo, que va justo debajo del cable y las poleas y del que cada viajero tira —con mucha fuerza— para moverse hacia un lado o el otro. En un sistema más sofisticado, en vez de cuerdas habría cables y poleas automáticas.

Alfonso es el único que revisa los sistemas, engrasa y reemplaza los tornillos que se dañan cada vez que visita a sus padres. “Yo me enamoré y me casé y ahora vivo en otro lado. Pero sigo siendo de allá y me preocupa la garrucha porque nos sirve a todos y nos ha hecho salir en Teleregión, el canal que vemos aquí ”, dice. Su próxima tarea, cuenta, será buscar un sistema para ajustar las puertas que se dañaron de tanto uso —y abuso— y que hoy son amarradas con pedazos de costal para que no se abran a mitad del viaje.

La Antioquia profunda

La de La Angelina es una historia de resistencia. Sus primeros pobladores eran barequeros y pescadores que vivían de lo que les traía el río Cauca.

“El río es todo aquí. Uno nacía y al momentico estaba nadando porque no había puentes ni lanchas. A lo sumo, planchones hechos de latón en los que pasaban el mercado y a los más viejos”, recuerda Luis Alfonso López, de 71 años y papá de Alfonso, el soldador.

En su casa aún conserva los restos de las “lanchas” que improvisaba con láminas de icopor, pedazos de guadua y costales, y que dejó de usar hace más de 38 años cuando les construyeron un puente colgante sobre el río.

La gente de pueblo, además, sufre los problemas propios de las fronteras. Ana Ibarra, otra campesina, lo explica así: “Aquí no vienen brigadas de salud porque estamos muy lejos de Buriticá y somos muy poquitos. Y no nos dejan pasar la EPS para Sopetrán, que está más cerca, pero es otro pueblo. Entonces solamente vamos a un hospital cuando hay urgencias. Cementerio tampoco tenemos, así que si usted lo mira bien, de aquí salimos pa’ mercar, nacer o morirnos”.

Cambios con Hidroituango

Hace dos décadas La Angelina fue declarada zona de influencia de Hidroituango, la represa que se construyó 50 kilómetros aguas abajo y que los afectó tanto que llegó incluso a discutirse si era necesario su traslado.

Róbinson Miranda, director ambiental, social y sostenibilidad de Hidroituango, explicó que en algún momento se pensó que los residentes del corregimiento no iban a tener posibilidades de empleo por los cambios que iba a tener el río, pero que luego de varios análisis, el resultado fue otro.

“La semana pasada hicimos una evaluación con los habitantes de La Angelina y otro corregimiento llamado Mogotes para saber si convenía el traslado. Y se decidió que era mejor que se quedaran por temas de arraigo, lazos familiares y culturales, y temas económicos”, dijo.

Eso quiere decir, en palabras de Héctor, que no van a tener que dejar las casas de sus ancestros pero que sí tendrán que buscar más opciones económicas: “Barequear en el río ya no se puede, no quedan playas casi. Entonces EPM nos va ayudar con proyectos productivos como cultivos y otras cosas, para que no nos quedemos sin nada qué hacer”.

Como compensación, EPM ya tiene programadas varias acciones que incluyen un reemplazo del puente sobre el río Cauca, por uno más grande que permita el paso de vehículos (inversión estimada en $25.000 millones y que ya está en fase de diseños), la construcción de una planta de tratamiento de aguas residuales, y el empleo de jóvenes de la zona en proyectos de reforestación y algunas obras de infraestructura.

La buena noticia, anticipó Miranda, es que en las últimas semanas se definió que la empresa necesita un vivero para bosque húmedo tropical, que estará ubicado sobre la quebrada Juan García: “Entonces vamos a necesitar un puente, y lo vamos a hacer para reemplazar la garrucha”.

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