¿Perderán sus agallas los robles del Bierzo?

Las medidas de control biológico de la avispilla del castaño mediante la siembra de ‘Torymus sinensis’ despiertan el interés de los biólogos sobre el impacto en otros árboles y, en general, en el ecosistema
agalla roble
Agalla en un roble de Pobladura de Somoza, en el Bierzo. / Bx

La Dryocosmus kuriphilus es una especie invasora llegada de China que mengua la producción de fruto en los castaños ya que es un parásito que ataca a esos árboles. Es la avispilla del castaño, una plaga en el Bierzo y en otras zonas de León, Zamora, y Galicia. Este problema tanto ecológico como económico se está intentando paliar mediante la “siembra” de Torymus sinensis, una especie también china (como su propio nombre indica). En el País Vasco y Cataluña, a través de los Pirineos, el Torymus llegó de forma natural y masiva con un efecto positivo para esas regiones.

El Torymus sinensis se suele calificar de “depredador” de la avispilla aunque los expertos, como el madrileño Diego Gil Tapetado, cuya investigación para su tesis doctoral versa precisamente sobre este proceso de control biológico, explican que la de este insecto no es exactamente una acción depredadora sino una conducta, más bien, parasitaria.

Lo que hace la avispilla en los castaños es engañarlos, “hackear su adn”, si se acepta la metáfora informática. Engaña, por decirlo así, al árbol, para que allí donde iba a surgir una hoja se forme una estructura, la agalla, que el propio castaño alimenta y en cuyo interior se lleva a cabo el crecimiento y nutrición de la larva. Es, explica Diego Gil, una especia de “casa de Hansel y Gretel”: sirve de refugio para la larva de la especie y en el interior hay comida para que crezcan.

El Torymnus sinensis, por su parte, parasita al parásito. Esto es: cuando encuentra una de estas formaciones que ha generado el ataque de la avispilla en un árbol, utiliza su ovopositor o estilete, una aguja que le sale del abdomen, para perforar la agalla y poner un huevo en la cámara donde está la larva del otro, de la cual la larva salida del huevo del Torymus “inyectado” en dicho habitáculo va a alimentarse. Es por esto, explica el biólogo Gil Tapetado, porque es necesario que exista la agalla previamente, por lo que no es “un depredador al uso” sino que su proceder semeja más a lo que se suele llamar parasitismo. Esta diferencia es relevante para la gestión de la plaga, pues no tiene sentido sembrar Torymus antes de que haya agallas provocadas por la avispilla, ya que solo puede reproducirse (y, al hacerlo, reducir el número de avispillas) cuando estas han comenzado a reproducirse en las agallas que provocan a los árboles.

Torymus Sinensis, el parásito de la avispilla del castaño. / EBD

 

Estas medidas de control biológico en el noroeste de la península ibérica resultan harto interesantes para los biólogos, no solo por su efecto inmediato sino por cómo pueden afectar al ecosistema en su conjunto. Se da la circunstancia de que las poblaciones de castaños y de robles en el Bierzo y Galicia no están separadas kilométricamente, sino que cohabitan en vecindad por estas zonas.

Los robles también tienen avispillas que los engañan y que generan en ellos agallas. Según nos cuenta Diego Gil, hay aproximadamente 140 especies de agallas en robles. La grande y gigantesca que vemos en estos árboles, con una especie de corona, es la que resulta de la acción parasitaria de la avispilla llamada Andrikus quercustozae, un himenóptero autóctono de Europa. Estas avispillas (de los robles) no atacan a los castaños, de ahí que no haya habido ningún problema con su presencia para los productores del marrón fruto. Pero aunque ella no visita los sotos, el Torymus sinensis sembrado para acabar con la avispilla de castaño no le hace ascos a las agallas de los robles, donde también puede llevar a cabo su acción parasitaria.

Control biológico

El riesgo que se corre, desde el punto de vista científico, con la suelta masiva de Torymus sinensis para el control biológico de la avispilla del castaño es el de generar un desequilibrio. De alguna manera, cabe pensar que una vez “acabe” con la avispilla del castaño, o a medida que disminuya la población de esta, se dirija hacia las agallas de los castaños a probar el menú que estos le ofrecen. La suelta del Torymus supone para los biólogos un fenómeno digno de atención pues tras la llegada de la avispilla del castaño y la puesta en marcha de las medidas de control biológico se ha creado “desde cero” una comunidad biológica “de la nada”, proceso, el de esta creación, que en condiciones normales lleva siglos. Una especie invasora puede tardar décadas en entrar en las redes tróficas pero aquí ha ocurrido muy rápido.

De ahí que desde la comunidad científica señalen que “estamos muy al principio” para conocer las consecuencias de esto. No hay referencias o registros sobre el formarse una comunidad biológica tan rápido. Existen, eso sí, trabajos de investigación sobre las sueltas de Torymus sinensis que se hicieron en Italia, donde se está viendo que ocurren desequilibrios y desplazamientos pues, al final, las agallas de roble sufren el parasitismo del Torymus y, por tanto, se dan ataques a una especie autóctona.

¿Adiós a las agallas del roble?

Las agallas del roble no suponen ningún problema para la supervivencia de estos árboles, en su justa medida. Tampoco son beneficiosas: un árbol, nos cuenta Diego Gil, “es una máquina de producir y produce un montón de energía para sobrevivir en el invierno”. Si unas cuantas hojas son “hackeadas” por las avispillas para convertirlas en agallas, “son cosas asumibles”, no pasa nada, el caraballo lo aguanta; como no pasa si un pájaro hace un nido en la rama pero, claro está, el problema es el número pues “otra cosa es que el árbol esté lleno de nidos”.

El papel de las agallas en el ecosistema, empero, no es baladí. En invierno, por ejemplo, suponen una fuente de comida para algunas especies de pájaro que las rompen y pican para degustar la larva que crece dentro. Si disminuye el número de avispillas del roble, este reservorio invernal de alimento para los pájaros dejará de estar disponible. Es decir: las avispillas del roble, autóctonas, tienen sus depredadores, como los pájaros, y parásitos naturales en el ecosistema y estos pueden verse afectados por el ataque que el Torymus sinensis haga a las mismas una vez acacabe con la invasora avispilla del castaño. Uno de estos parásitos autóctonos, un “primo” del Torymus chino visualmente prácticamente igual y que hace el mismo papel ecosistémico, podría asimismo verse muy desplazado por su familiar de origen asiático.

Sotos de castaños en Manzanedo de Valdueza, El Bierzo. / QUINITO

 

Muchos nombres y algún que otro uso

Las agallas de los robles son llamadas así, en castellano, por la comunidad científica pero reciben nombres diferentes en el habla popular, los cuales varían según los sitios. La labor etno-lingüistica a este respecto es una tarea de recopilación casi infinita, pues en ocasiones la terminología que se halla varía de valle a valle convirtiendo la exhaustividad en poco más que un horizonte para los sociólogos y lingüistas.

En el Bierzo y las comarcas vecinas, existen numerosas formas de referirse a las agallas. Algunas de ellas han sido recogidas por el investigador cacabelense Dennis Álvarez, que colabora con asociaciones culturales como El Teixu, una asociación fundada en Astorga que investiga sobre la lengua leonesa, o El Filandón Berciano, de Valtuille.

En su registro se encuentran formas de referirse a las agallas como “buyaracos” (o “buyaracas” si son grandes) en Sésamo (en el municipio de Vega de Espinareda) o “titos” en Santa Marina de Torre. En el Alto Sil, se usa la voz “beiḷḷarones” (escrito así en la grafía lacianiega y pronunciado beitsarones) y en el Bierzo Alto, la Cabrera y la Valdería las llaman “abuyacos” y “buyacos”.

En San Pedro de Olleros (también en Vega de Espinareda), este etnógrafo se ha encontrado con que el nombre que usan es “buraguelos” y, en Paradela de Rio (en Toral), se puede escuchar “carrabouxos”.

En la Cátedra de Estudios Leoneses de la ULE, aparece una entrada para el término “abuyaca”, del que se registran variaciones por distintas partes de la provincia. Más adentro, en la meseta, la nomenclatura sigue agrandándose, siendo una de las formas más extendidas la de “cedidia”, típica de la zona de Valladolid.

En el Tesauro de léxico del gallego-portugués que tiene la Universidad de Santiago, aparece señalado el uso en Corullón de “carraboullos” para referirse a estas bolitas que le salen a los robles. En dicho archivo, se puede encontrar también registrado el término “mazacuca”, usado en Lubian (en la zona gallegoparlante de Sanabria), y “tabuqueira”, en el interior de la provincia de Orense.

Sobre los usos de los “carrabouxos”, “titos”, “beiḷḷarones” o como proceda llamarles, los testimonios que encuentran los etnógrafos los relacionan con los juegos infantiles, habiéndose utilizado estas bolitas antiguamente para jugar a los “bolinches”, que equivaldría a las canicas, o sirviendo, al atravesarlos con un palo, como peonzas. En algunas localidades de Sanabria, se hacen collares con los buyacos, que se visten en las celebraciones del Entroido.