Nuestros corazones engañosos

Resumen

Hay suficientes engañadores en el mundo, así que no añadamos uno más al permitir que nuestros corazones nos engañen.

Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras (Jeremías 17:9-10).

Todas las herramientas que Satanás usa para convencer a los seres humanos a pecar tienen un elemento de engaño. Fue un engaño en el huerto que sedujo a Eva a comer el fruto prohibido y desencadenar dolor y sufrimiento terrible y continuo en la historia humana. Nada ha cambiado en todo el tiempo en que Satanás ha continuado cegando las mentes de la gente y alejándolos de la luz del Evangelio salvador de Cristo (2 Corintios 4:3-4; Apocalipsis 12:9-10). Él todavía logra convencernos de que Dios está negándonos cosas que deberíamos disfrutar, y por ende causa que nos involucremos en la práctica de lo prohibido que finalmente nos guía a la muerte eterna (Santiago 1:13-15). No pretendo conocer todas las artimañas que Satanás usa para tentarnos, pero sé que usa el engaño en cada oportunidad para desviar nuestros corazones de la verdad (Hebreos 3:13).

En vista de todas las maneras sutiles en que Satanás nos engaña, no es una sorpresa que Pedro advirtiera a sus lectores de que tuvieran cuidado de él (1 Pedro 5:8). Pablo describió vívidamente el peligro de ser engañado (2 Corintios 11:1-15). Aunque no se puede analizar todo este pasaje en este artículo corto, podemos aprender mucho al observarlo de manera general para agudizar nuestros sentidos y evitar caer en pecado. En los versículos 1-2, Pablo recordó a su audiencia en cuanto a la manera en que habían sido unidos a Cristo a través de la predicación del Evangelio. Luego declaró su temor de que sus sentidos (mentes) hubieran sido «extraviados de la sincera fidelidad a Cristo» (vss. 3-4). En los versículos 5-12, describió el conflicto que tenía con los falsos apóstoles que estaban tratando de desviar los corazones de los corintios. Pablo continuó su advertencia al describir la manera en que Satanás puede disfrazarse como un «ángel de luz» y sus siervos como ministros de justicia. Este artículo no puede abordar todos los pasajes que hablan de los falsos profetas, pero es suficiente decir que Satanás usa el engaño para mantenernos en un estado de esclavitud espiritual (cf. Juan 8:31-46).

Todos sabemos que hay muchos engañadores en el mundo que tratarán de desviarnos de nuestro camino, pero yo quiero concentrar nuestro enfoque en un engañador más sutil del cual debemos tener cuidado: nuestros propios corazones. Yo digo muchas veces que nadie me puede engañar mejor de lo que yo mismo puedo engañarme. Este no es engaño premeditado, sino es como un engaño «orgánico» que sucede al momento de la misma tentación, así como en el caso de Eva, cuando ella contempló con inocencia el nuevo mensaje que había recibido de Satanás en cuanto al árbol del conocimiento del bien y del mal. Ella vio que el árbol tenía varias cualidades deseables, y llegó a convencerse de que debía comer de su fruto. Este proceso es similar al que Santiago 1:13-15 describe en cuanto al progreso del pecado. Tal pasaje clarifica que somos seducidos por nuestros propios deseos.

Jeremías 17:9-10 describe con claridad estremecedora el peligro que nuestros corazones inconstantes proponen para nosotros. Judá había confiado en otros hombres en vez de confiar en la protección de Dios (Jeremías 17:5-6). Se habían involucrado en prácticas pecaminosas debido a sus alianzas con las naciones extranjeras de las cuales esperaban recibir protección. Esto tenía sentido según un punto de vista pragmático y mundano. El problema era que ellos habían recibido la amonestación urgente de Dios para confiar en Él y llegar a ser como un árbol plantado junto a las aguas (Jeremías 17:7-8). Tristemente, sus corazones engañosos se interpusieron en el camino de obediencia.

Hay suficientes engañadores en el mundo alrededor nuestro, así que no añadamos uno más al permitir que nuestro corazón nos engañe. En cambio, permitamos que la Palabra de Dios ilumine nuestros ojos y nuestro camino (Salmos 19:7-11; 119:105).