ACTUALIDAD DIOCESANA

27/12/2023

De nuevo Carlos de Foucauld (IV): Convertido. Monje

Este cuarto artículo de la serie sobre San Carlos de Foucauld explora su transformación espiritual después de peregrinar a Tierra Santa y su anonadamiento al ingresar como monje en la Trapa de Siria, revelando sus sacrificios y desafíos, entre los que destaca su lucha por mantenerse fiel a la pobreza

 

AKBÉS

Veíamos en el escrito anterior la predicación de Navidad que mostraba mostrando a Nuestro Señor ocupando el último lugar de manera que nadie podría desplazarlo de esa posición, impactó de tal forma en San Carlos de Foucauld que afectaría toda su vida. Ese impacto se intensificaría aún más tras realizar de una peregrinación a Tierra Santa (noviembre 1888 – febrero 1889). Es crucial destacar que esta peregrinación la emprendió por indicación del P. Huvelin y sin entusiasmo por su parte. Es importante tener en cuenta esto, pues va a remarcar su compromiso radical con la búsqueda del Señor en el último lugar, ya que: “en Nazaret, que en aquel entonces es un pueblo bastante sucio y enlodado aquel invierno, ‘caminando por las calles’ se imagina la existencia bastante miserable de aquel Jesús ‘pobre artesano’, de aquel Jesús al que ama y al que, en consecuencia, quiere imitar. Sufre una verdadera convulsión”.[1]

Esta experiencia subrayará la dirección que llevaba y ahora “quiere bajar cada vez más, como Jesús, que no ha hecho más que bajar haciéndose pobre, desterrado, perseguido, ajusticiado… poniéndose siempre en el último lugar[2]. San Carlos busca ofrecer el mayor sacrificio posible. No se trata de una norma que ha de materializar en un tiempo específico; más bien, es un compromiso de una vida, la única posible para quien ama al Señor. Amar y desear mejor suerte que la del amado no está en ánimo de quien ama sin reservas. Amar y reservarse tiempos o espacios para sí mismo no surge de un corazón verdaderamente entregado. Amar y contemplar sin ser lo que anhela quien ama tanto como es posible no es propio de aquel que ha sido despertado por aquel a quien ama. En una carta escrita el 1 de diciembre de 1916, unas horas antes de morir, le dice a un amigo: “Nuestro anonadamiento es el medio más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer bien a las almas; esto es lo que San Juan de la Cruz repite casi a cada línea… Cuando se puede sufrir y amar se puede mucho; se puede lo que más se puede en este mundo, se siente el sufrimiento, no se siente siempre cuando se ama, y esto es un sufrimiento más; pero se sabe que se querría amar, y querer amar es amar….[3]

Este acto de anonadarse se convierte en el hilo conductor de toda su vida y, en este primer momento, le lleva a buscar el sacrificio mayor posible para ofrecer a Jesús, y lo encuentra en hacerse monje, el último entre los monjes. Visita la abadía de Solesmes pero no es lo bastante pobre; después visitará Soligny, que aunque es más modesta que Solesme, tampoco cumple con sus criterios. Luego, visitará una Trapa muy pobre, el monasterio más alto de Francia, que a su vez ha fundado un pequeño priorato en Siria. Eso es lo que acaba eligiendo la Trapa de Akbés, en Siria, en el Imperio Otomano. Para Carlos de Foucauld, el mayor sacrificio posible implica dejar para siempre a su familia, irse y vivir lejos de ella para estar a solas con Jesús.

Tres meses después de la su llegada a la Trapa Siria, escribe al P. Huvelin expresándole que no está siendo suficientemente pobre, como lo era Jesús en Nazaret. Le desagrada que el Priorato emplee obreros locales bajo las órdenes de los monjes. Además, los monjes prefieren que deje de ser hermano converso y que se ordene sacerdote, para lo que debe estudiar tres horas diarias, lo que implica que debe reducir tres horas de trabajo manual.

Por otra parte, en 1892, los trapenses deciden mejorar la comida de los monjes y para Alberico María, nombre trapense de San Carlos de Foucauld, esto supone un retroceso. Reformar la Trapa desde adentro, como hizo el abad Rancé, no es una opción para el hermano Alberico María. Es entonces cuando comienza a concebir una nueva orden, los “Hermanitos de Jesús”, pequeñas comunidades destinadas a llevar la vida del Hermano Mayor en países musulmanes. Unas comunidades que se caracterizan por la ausencia de propiedades, ni colectivas ni individuales, que viven únicamente del trabajo de sus manos, en las que haya lugar para los pobres. En 1896, se produce un hecho muy grave: el inicio de la primera persecución contra los armenios, con unas 150.000 personas fallecidas. La inacción de Europa ante esta tragedia le resulta vergozonsa. Ante esta situación, el P. Huvelin le aconseja que deje la Trapa y vaya a vivir a la puerta de una congregación. Serán las Clarisas de Nazaret después de que siendo enviado a Roma a estudiar Teología lo llame el Padre General. Lo llama el 23 de enero de 1897, ya que el Padre General piensa que el hermano Alberico debe seguir su vocación, el camino de Nazaret. Enseguida se embarca rumbo a Tierra Santa.

Este anonadarse suyo es más profundo que la soledad del monasterio y la lejanía de su familia. Es la nada en la que él contempla al Señor en Nazaret. El anonadarse no es una acción, sino un estilo de vida, una vida en la cual se puede corresponder al Señor del Último Lugar. Su búsqueda no es intelectual, es una búsqueda vital: la razón de su ser. Estar en el último lugar es para Nuestro Señor la forma de testificar el amor del Padre. Es necesario pues, no decir nada, solo hacer lo que Él quiere, imitar lo que Él hace.

Dice el papa Benedicto XVI: Por consiguiente, el auténtico educador cristiano es un testigo cuyo modelo es Jesucristo, el testigo del Padre que no decía nada de sí mismo, sino que hablaba tal como el Padre le había enseñado (cf. Jn 8, 28). Esta relación con Cristo y con el Padre es para cada uno de nosotros, queridos hermanos y hermanas, la condición fundamental para ser educadores eficaces en la fe”.[4] Este anonadarse podría ser considerado como otra categoría pastoral válida para nuestros días, especialmente cuando los sacerdotes pueden sentir vértigo ante planes y proyectos que parecen no funcionar. Tal vez un asiento oportuno para estos proyectos pastorales sea un presbiterio y un laicado cuya razón principal sea ser nada, permitiendo que Cristo sea todo en ellos. Esta forma de anonadarse podría entenderse y vivirse a través del ejemplo del hermano Alberico María, que llevaba el monasterio en sí mismo, en su interior. Así, el Señor fluía en sus obras y palabras por no tener este hermano otros objetivos que no fueran los expresados en la cita: Y sin duda alguna, grande es el Misterio de la piedad: Él ha sido manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, visto de los Ángeles, proclamado a los gentiles, creído en el mundo, levantado a la gloria”.[5] Esta es una semejanza importante con Cristo, quien en la fiesta de Pascua dijo a los judíos: Jesús les respondió: «Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré»”. [6]

 

 

[1] Jean François Six: “Calos de Foucauld ». Traducción de Manuel Ordóñez Villarroel. Ed Monte Carmelo. Burgos 2008. P. 52 -53.

[2] Id. O.c. p. 53.

[3] Carlos de Foucauld. “Escritos espirituales”. Ed. Studium. Madrid 1964. P. 174

[4] Discurso del Santo Padre Benedicto XVI en la Inauguración de los Trabajos de la Asamblea Diocesana de Roma. 11 de junio de 2007

[5] 1 Tm 3, 16

[6] Jn 2, 19

 

 

 

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