Por Graciela E. Krapacher

"Y la pregunta entonces, / como un abejorro fastidioso en el verano, / zumba y zumba, / sin adormecernos nunca."(...) " ¡Verdad!, ¿nos hallaremos? / ¿No me calcinará tu llama/ y no seré un misterio ya para mí mismo?" (Continuidad en los modos, C.E.Berbeglia -texto originario).

Bajo una actitud de retorno hacia el seno de la obra literaria como totalidad, el autor se repliega sobre sí mismo e instaura una línea invisible, a través del tiempo, que se revela en el nombre y la forma, como una cierta dualidad que difiere, que se asemeja en parte, pero que, a la vez, se distancia y se hace otra, caleidoscópica, "alternativa". Surge como una reminiscencia que se actualiza en la pregunta milenaria de la existencia. La significación y la esencialidad propia del texto extienden su horizonte sublime, mucho más allá de la disquisición prologal del demiurgo. Continuidad en los modos - segunda alternativa- de Carlos E. Berbeglia, con Arte de tapa y Dibujos interiores a cargo de Facundo Demarchi (@facundodemarchi), retoma la asiduidad temática de otrora, tanto en los Interlineales como a través de una bella composición lírica: "Convicciones poéticas inciertas", donde asoma la marca de los contrarios, impronta de su escritura, y se condensa la necesidad perentoria del saber. La pregunta estructura el poemario y siempre presenta la negada respuesta, entonces la conciencia torna a sumergirse en lo ignoto, lo cual nos remite al texto originario: "El sol se desplaza hacia el cenit, / los hombres, las cosas y los animales,/ al paisaje impío/ de la pregunta sorda,/ de la respuesta muda." El tono demandante concibe el desafío al silencio, aquí es donde se aposenta la mentada "continuidad". Los interrogantes son orientados hacia la humanidad y lo sagrado: "...¿dónde encontrar al Padre/ salvo en nosotros mismos?,/... ¿no hubiera sido preferible/ alimentar la duda/ que nos roía el alma/ antes que esta certeza incierta/ plasmada en la palabra..." lo cual nos conduce al título del poemario y a la palabra poética, a "la voz iluminada", como salvación y esperanza, porque "¿Qué palabra renunciará al vacío/ y atreverá su voz en el paisaje/ colmado de insignificancias?" La poesía, como centro de sí misma, loable permanencia, "irrumpe en la conciencia/ y al entendimiento colma", / "fecunda de silenciosas voces"... El poeta, agobiado por las iniquidades del mundo de los hombres, empuña la palabra desbordada de significación, como una letanía ardiente, mediante la veladura, la metáfora precisa y la denuncia hondamente sentida. Una de las ideas substanciales de la poesía y los interlineales recae en la zozobra existencial en torno a la divinidad. La pregunta resurge obstinada: "¿Y si Dios realmente no existiese?", si fuese tal vez un "susurro mordaz de algún demonio.", al alma le quedaría "el consuelo del olvido... de la frágil doncellez de su misterio", en una alusión a su pre-existencia, al conocimiento a priori y a su inmortalidad. El alma es el asidero de las emociones que alientan al poema. La soledad es consecuencia de la ausencia de Dios, "...soledad que somos y nos envuelve.", donde ni siquiera la apariencia del conocimiento es un consuelo. Pero, acompaña al sentimiento de omisión-oquedad-desaliento, lo imaginario: "...a los desesperados de Dios / que buscan sustitutos/ en seres prodigiosos/ ocultos por sus fantasías" como "fatuas ilusiones" "...el tiempo vacío del pasado", "presencias fantasmales", "el silencio." Todo esto se percibe intangible, todo se desvanece, empero, al pie de un borde de optimismo surge "este impulso tutelar del alma" (...) "manteniendo la fe en nosotros mismos.", con la lumbre de la razón. La existencia de los ángeles, las hadas y los dioses se relaciona con la vacilación y la ambigüedad entre realidad e irrealidad, lo fantástico y lo inexistente. El hecho de ser nombrados o narrados por alguien "¿no bastaba para que su existencia fuera irrefutablemente posible?"("Del sentimiento de lo fantástico" de J. Cortázar) Las hadas son misteriosas, ocultas en la montaña intervienen mágicamente en los sucesos de los hombres: "Si unos las mencionan/ y desde el simple decir/ les colman de realidad/...las hadas en su reino contradicen/ la ilusión que auspicia/ su vida inexistente." Actúan mediante la seducción como la poesía. El hada, protagonista del poema inicial, es la que enhebra las preguntas, como piedras preciosas. Su cuerpo ligero y fluido, con apariencia humana, la asemeja al ángel, además, ambos son seres alados, agradables o benévolos, pero, evanescentes. En las dos Continuidades, se revela un juego especular, el reflejo de una figura significante luminosa que se destaca. En la primera, el viejo inmigrante con sus recuerdos y desarraigo, el pordiosero y su miseria triste, el anciano bajo el yugo del tiempo y el niño limosnero, realidad descarnada y "doliente". En la segunda, las hadas y el peregrino y, en ambas, el ángel y el profeta. El peregrino parece refractar el yo poético que no puede existir sin dios. Tras su periplo continuo, "del mismo rumbo impreciso", regresa a la orfandad, a la soledad, nunca arriba al santuario, lo cual mitigaría su sed y angustia. Busca "cualquier certeza" acerca de "la morada de un dios, quien, / desde su inexistencia, / lo rechaza siempre..." El camino está sembrado de encrucijadas que confunden al viajero, son signos de la incertidumbre que deviene en un destino amargo, en la tristeza y la desdicha. En "Despedida", se escucha la voz del peregrino que no se rebela contra los dioses y que, en su devoción, recurre al perdón: "Te lo perdonamos todo...en cambio, no perdonaríamos jamás/ tu inexistencia/ el vacío alevoso de la nada." Los últimos versos encarnan la esencia contradictoria del peregrinaje: "...lo observaban nuevamente partir/ hacia ninguna parte." También simboliza la libertad en el "siempre andar". En el interlineal "Día de la filosofía", se evoca este derecho inherente: "...la Libertad, el más alto de los dones que somos capaces de construirnos por nosotros mismos...se alcanza por el desprendimiento, sobre todo de las ideas que nos entumecen...y...la lealtad...que mantenemos hacia nosotros mismos." La "Oda a los desertores", temática irreverente y "continua" en la obra del escritor, eleva una conjura contra el avasallamiento de la libertad individual. Parecería acaecer una posible relación entre el peregrino y el ángel: (...)"en la hondonada/ donde fuera el encuentro del ángel/ que nuevamente confundió la cita." Su aparición fortuita, a través de "la luminosidad ocasional del alma", representa un puente hacia Dios o su reemplazante, en la reincidencia de la soledad. Sólo las alas pueden demostrar el viaje celestial, pero el ángel las oculta, aunque "El aleteo de un ángel sonriente en la ventana" contradice la negación de dicha portación. Al igual que el dragón, su atribución es la guarda y la protección de los hombres; también es el mensajero de las buenas o malas noticias. En Continuidad primera, el ángel aparece sólo en dos instancias, como custodio del viejo inmigrante: "Lentamente desciende la comprensión del ángel" y resumido en una cualidad "La fuerza angelical de los caballos/ conduce a la verdad", que nos recuerda a los jinetes del Apocalipsis Bíblico, protagonizados por los siete Ángeles montados sobre caballos blancos, que conforman los ejércitos celestes y, al mismo tiempo, la Corte de Dios. En Continuidad-segunda alternativa-, aparece relacionado con el amor "... un ángel invisible/ chapotea en las aguas, cruza el aire, / bendice a la pareja..." en una imagen velada, de suaves rasgos neoclásicos. El ángel puede conducir a las fuentes de las aguas de la vida. No obstante, detenta una posible debilidad de caída, porque en las entrañas del Bien suele agazaparse lo Maléfico. Las hadas, la poesía y el ángel imbuidos en un hálito de ensueño, aseguran el pasaje entre un mundo y otro. Cercana a lo sagrado y la adivinación, surge la figura del profeta: "...un profeta sin dios predicando/ en la isla únicamente habitada por las aves..." Ya desde el texto originario, desde un tiempo anterior y lejano, la profecía se iba insinuando: "Un apocalipsis cercano centellea/ en las barbas, ralas, / del profeta." Aunque, en ambos poemas, se alude al amanecer como contraste del anuncio nefasto. Las señales marcan el inicio de una continuidad que devendrá, poco a poco, en una caída en el vacío y la nada. Son temáticas siempre presentes la verdad y la fugacidad del tiempo "en su repliegue suicida" cuya "sucesión continúa, / como las chispas saltando/ de las brasas." "Continuidad en los modos -segunda alternativa-" es una profunda crítica a la humanidad y su diversa enraizada crueldad que se destaca en los Interlineales a través del ingenio en el apólogo, la fábula o la reflexión. Además, persiste una diatriba bajo el lema: "Dios no ha muerto", sustentada en la metamorfosis del reemplazo "continuo", del cual exime a la figura de Cristo. La palabra de los dioses como respuesta a la insistencia inquisitoria cierra el poemario. Pero, la consiguiente duda en la voz del poeta expresa: "La más acabada creación de los mortales (...) los seguirá protegiendo desde una inexistencia igualmente nunca comprobada.", lo cual vaticina un final abierto.