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Linajes del reino

Los Aibar, forjadores de reinos (I)

El origen del linaje se remonta a los tiempos de los visigodos. Ganó importancia cuando Navarra cambió a la dinastía Jimena, originaria de la Merindad de Sangüesa

Ampliar Vista de la localidad de Aibar, de donde surge el linaje que lleva su nombre
Vista de la localidad de Aibar, de donde surge el linaje que lleva su nombredn
  • Begoña Pro
Publicado el 26/09/2022 a las 06:00
La Val de Aibar fue durante largas centurias lugar fronterizo en cuyas lindes dirimieron sus disputas vascones, visigodos, musulmanes y cristianos. Un lugar fuertemente ligado a los primeros reyes de Pamplona, donde curiosamente se engendró también la monarquía aragonesa y desde donde salieron algunos de los hombres que reforzaron las fronteras cristianas de la mano de Fernando III de Castilla, en el siglo XIII.
Su ubicación acabó confiriendo a la villa de Aibar su impronta de plaza fortificada, en cuyo trazado todavía se intuyen los restos de su muralla, castillo y palacios que han engrandecido la plaza a lo largo de los siglos.
De esta tierra, hoy representada por un escudo en el que aparece una torre albarrana y dos llaves en sotuer (emblema que según se explica en la página oficial de la localidad derivaría del escudo que se utilizaba en el siglo XIII, en el que estaba representado San Pedro con una llave bajo una arcada con tres torres), surgió el linaje de los Aibar. Es esta “la tercera baronía grande y antigua, [donde] el primer Rey de Aragón tubo la madre; haze un escudo de oro, sin otra mezcla de color ni debisa alguna, sino un campo de oro, como en este escudo está pintado”, se explica en el Libro de Armería del Reino de Navarra.
Las raíces de la familia Aibar tienen fuerte y profundo arraigo en la historia. En la Enciclopedia Heráldica sitúan su origen en tiempos de los reyes visigodos y destacan la actuación del vascón Orosio, al que definen como un guerrero de “fuerzas tan hercúleas que al enemigo que cogía entre sus brazos, lo mataba sin necesidad de utilizar arma alguna”. Su fama se extendió tanto que los visigodos, temerosos de enfrentarse a él, buscaron su muerte a traición. Su hijo, Esparchio Orosio heredó la valentía de su padre. Sisebuto trató de ganárselo para su causa tras hacerlo prisionero, pero él prefirió morir siendo leal a su pueblo. Dejó dos hijos varones: Fabio y Orosio Esparchio. Del mayor descienden Iñigo de Aibar, uno de los barones destacados durante el reinado de García Íñiguez (851-882), y los nietos de este, Íñigo, Fortún y Urraca de Aibar.
SANCHA DE AIBAR
El cambio de la dinastía Iñiga a la Jimena (905) favoreció a esta casa. Los Jimeno eran originarios de la zona que hoy se conoce como Merindad de Sangüesa y señoreaban desde antiguo las tierras del valle de Aibar, Sangüesa, Liédena y del Monasterio de Leire, regadas por las aguas de los ríos Aragón y Onsella. Este linaje real encumbró este apellido a partir del siglo XI, cuando Sancha, hija de un noble aibarés, fue elegida por el rey Sancho III el Mayor para ser su compañera. No fue el suyo un enlace matrimonial. Los dos se emparejaron siendo todavía adolescentes y de su unión nació un hijo natural: Ramiro, que se convirtió con el paso de los años en el primer rey de Aragón, tras heredar de su padre el condado aragonés.
Sancha de Aibar es sin duda una de las mujeres más conocidas de esta casa de ricoshombres. A pesar de ello, hay muy pocas referencias documentadas sobre su vida. Su nacimiento se sitúa a finales del siglo X y en el único diploma que ha llegado hasta nuestros días referido a ella, se nombra a sí misma como “madre del rey Ramiro”. El nacimiento de su vástago se sitúa en la villa de Aibar hacia el año 1007. Sus primeros años de feliz unión con el rey pamplonés se vieron sin duda troncados cuando este tomó por legítima esposa a Munia de Castilla alrededor del año 1011. A pesar de esta circunstancia, Sancha supo mantener su estatus y el aprecio de la reina madre, Jimena. De hecho, cuando el rey pamplonés murió, fue la propia Jimena quien le otorgó el monasterio de Santa Cecilia de Aibar para que pudiera vivir de sus rentas. Dominio al que su propio hijo Ramiro añadió San Pelayo de Atés y Miranda. Sancha eligió el monasterio de Santa Cruz de la Serós, donde habían profesado tres de sus nietas, para pasar sus últimos años de vida y como lugar de sepultura.
La unión entre Sancho III y Sancha de Aibar estableció un fuerte vínculo no solo entre los Aibar y el linaje de los reyes de Aragón, sino que propició que parte del territorio aibarés quedara bajo la potestad de los monarcas aragoneses. Así vemos a Ramiro I haciendo donación de varias posesiones en Aibar al monasterio de San Juan de la Peña en 1034. Sancho Ramírez hizo lo propio en 1080 con el monasterio de Santiago de Aibar. Por esto, tampoco es extraño observar cómo en el año 1135, Íñigo de Aibar ayudó al rey Ramiro el Monje, al que, según algunas fuentes, el rey García Ramírez el Restaurador trató de secuestrar en una visita programada a Pamplona para discutir los pormenores de la separación de los reinos de Pamplona y Aragón, que habían quedado entrelazados tras el magnicidio de Sancho IV en Peñalén.
Junto a Sancha de Aibar, el siglo XI es prolífico en referencias a este apellido. Las hermanas Iziz, que han llevado a cabo un exhaustivo y extenso estudio de este linaje, reflejado en su libro Los Aibar. Linaje de Reyes, nombran por ejemplo a Fortuño Garcés de Aibar como testigo de la compra de unas casas que Urraca Ximénez llevó a cabo en Biescas entre 1020 y 1030.
En 1045 aparece en Aibar Fortuño Aznárez y en 1091, el conde don Sancho. En la Gran Enciclopedia de Navarra señalan como miembros documentados de este apellido a Fortún Iñíguez, tenente de Funes (1077-1089) y Jimeno Fortuñones, tenente de Aibar entre 1073 y 1086. Y en 1069 se sabe que Ximeno Garcés hizo una donación a Leire de la villa de Aldunate y su palacio en herencia en Aibar.
De ese Jimeno Fortuñones debe descender el linaje que destacó en el siglo XII, ya que se nombra otro noble con su mismo nombre como tenente de Petilla entre 1136 y 1141 y de Sos entre 1141 y 1143. Aparece también en esta época la referencia a Fortún Aznárez de Aibar, que desposó a su prima Leonor de Aibar. De este enlace nació Eneco Gil de Aibar, que fue tenente de Estella entre 1188 y 1191 y, probablemente, otro Jimeno, al que se ve firmando como testigo en el documento por el cual el rey Sancho VI el Sabio concedió fueros a Gallipienzo. Ese mismo año de 1191, Martín de Aibar aparece nombrado en Laguardia.
Curiosamente el nombre de Ximeno o Jimeno va a ser el más repetido entre los miembros de este linaje durante los siglos XII y XIII junto al de Martín y, en menor medida, el de Pedro.

LAS RAMAS DE LOS AIBAR EN LA PENÍNSULA

Este linaje tuvo en Aibar dos casas solariegas, sitas una en el barrio de arriba y otra en el barrio de abajo, según se cita en la Enciclopedia Heráldica, lo que explicaría la gran cantidad de referencias a este apellido que se encuentran en los documentos históricos. La primera de ellas usaba como armas en campo de gules, seis paveses de oro. La segunda, en campo de oro, cuatro fajas ondeadas de azur.
Algunos miembros de estos solares emigraron desde su lugar de origen y se asentaron en puntos tan diversos de la península como Aragón, Guadalajara o Baeza.
En Aragón se menciona a algunos Aibar por la zona de Borja. Existe constancia del matrimonio de Ana de Aivar con Pedro Mañas. De esta unión nació Cristóbal Mañas y Aibar, que fue jurado segundo del concejo de Borja y se desposó con María Arroyo. Murió en 1675. Los Aibar en Aragón utilizaron diferentes escudos. Uno de ellos se describe así: “De plata, una barra de azur, cargada en el cantón diestro dos lises de oro, y debajo una flor de lis de oro”.
Los Aibar de Baeza enlazaron con los Cabrera y poseyeron carta ejecutoria de hidalguía en el siglo XVI. Según consta en Heráldica y genealogía en el sureste de Córdoba, de Óscar Barea López, existe una probanza de 1514 a favor de Luis de Aybar y varias posteriores a favor de Diego Cámara Aybar, Miguel Cámara Aybar, Alonso de Cabrera Ayvar y los hermanos Pedro, Luis, Cristóbal, Alonso y Martín de Aybar Cabrera. El escudo de los Aibar de Baeza era: “De sinople, una torre de oro; bordura con ocho aspas”; armas que en el caso de los últimos hermanos mencionados ocupaban el tercero de los cuatro cuarteles en que se dividía su divisa. Las ocho aspas mencionadas en este escudo son las de san Andrés, que fueron ganadas por los Aibar tras participar junto al rey Fernando III en la campaña que terminó con la toma definitiva de Baeza del año 1227.
El maestre de la orden de Calatrava se hizo cargo por aquellos años de esta plaza, según se había acordado entre el rey Fernando III y Abd Al-lah al-Bayyasi, emir de la taifa de Baeza, mientras le eran entregados otros tres castillos al rey castellano en compensación por su ayuda al emir. Sin embargo, durante ese intervalo de tiempo, al-Bayyasi fue acusado de traición por los suyos, a consecuencia de lo cual, murió ejecutado. Este hecho fue aprovechado por el gobernador de Jaén para sitiar Baeza. El rey Fernando III envió entonces a quinientos hombres en socorro de la plaza, comandados por Lope Díaz de Haro, en cuyo ejército destaca la presencia del también navarro Gonzalo Ibáñez de Baztán. Su intervención hizo que el sitio se levantara y Baeza permaneció en manos cristianas. A partir de ese momento, unos trescientos nobles se quedaron por la zona para reforzarla y repoblarla. Y entre estos caballeros se encontraban algunos representantes de este linaje. En el Boletín de Estudios Giennenses se apunta que “esta orla de aspas era la divisa del Santo Rey [Fernando III] la cual dió a los susodichos pobladores de Baeza y ganadores de Ubeda, en el años mil doscientos treinta y cinco años y los otros ganadores”. Y esto se hizo precisamente en recuerdo de la toma de Baeza, que tuvo lugar el 30 de noviembre, día de san Andrés, de 1227.
Una rama de los Aibar que se quedó por esta zona se estableció también en Baños de la Encina (Jaén).
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