La crisis sostiene al butanero

H.J. / Burgos
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El mayor coste de otros sistemas de calefacción palía la caída en el consumo de las clásicas bombonas, que pese a todo sigue bajando de manera imparable. La provincia gasta la mitad que hace una década

Víctor López, repartidor de butano que a diario recorre la capital burgalesa y un día a la semana viaja a la Bureba. - Foto: Jesús J. Matías

A Víctor López le saludan los jóvenes de treinta y tantos años como si le conocieran de toda la vida, porque en realidad así es. Forma parte de sus recuerdos de la infancia, de cuando sus padres le abrían la puerta en un hola y adiós quincenal o mensual, dependiendo del frío que hiciera. Era el butanero del barrio, y aún lo es, porque a sus 62 años lleva 36 repartiendo las bombonas naranjas por media ciudad.

Hubo un tiempo en el que Víctor tenía más de una veintena de compañeros ejercieron las labores de repartidores. Ahora son cinco, que además de la capital cubren una parte de la provincia. En los últimos años el consumo de butano y propano no deja de caer, pero desde que empezó la crisis el desplome se ha frenado. Gracias a eso conservan el empleo, así que a ellos la ‘innombrable’ no les ha venido tan mal.

La empresa Tugasa, distribuidora de butano en exclusiva en la capital y en buena parte de la provincia, repartió en 2013 unas 310.000 botellas frente a las 319.000 del ejercicio anterior. Supuso una caída, pero menor que la del año anterior y sobre todo inferior a las que se registraban a principios de esta década.

En el año 2002 el mismo territorio consumía 800.000 bombonas. Cinco años después el dato había caído hasta las 500.000, y ahora pugna por mantener el nivel de las 300.000. Y aquí las dificultades económicas por la que pasan muchas familias está echando una mano a los butaneros.

Esta fuente de calor y energía ha estado considerada durante años como la hermana ‘pobre’. La tendencia generalizada condujo a particulares y empresas a instalar sistemas de gasóleo primero y gas natural después, supuestamente más cómodos y más limpios pero a la larga más caros. Las vitrocerámicas y la inducción eléctrica también sustituyeron al butano en las cocinas, y así se fue recortando notablemente el nicho de mercado.

Félix Pérez, copropietario de Tugasa, explica que «todas esas razones nos han llevado a caer todos los años desde hace tiempo, y últimamente además nos ha hecho daño el crecimiento del pellet». Pero con la crisis muchos ya no pueden pensar en hacer obra en casa, miran las facturas hasta la última línea y han vuelto a acordarse del económico butano.

La botella naranja de 12,5 kilos, la más habitual en el consumo doméstico, cuesta a día de hoy 17,50 euros. También se ha encarecido, pero mucho menos que otros combustibles, y puede aguantar un mes si se usa para cocinar o más de una semana si con ella se alimentan calefacción y/o agua caliente. Además, tiene la ventaja de que no hay que pagar cuotas de mantenimiento o alquiler de equipos, y aun así las dificultades por las que pasan los bolsillos de muchos ciudadanos se notan hasta en el volumen de peticiones dependiendo el momento del mes. «Siempre en la primera quincena hay más, justo cuando la gente cobra la nómina o la pensión».

Hace unos días el sindicato Comisiones Obreras denunció que más de 10.000 familias burgalesas tiene problemas económicos para mantener sus viviendas a una temperatura adecuada. Y estos días, con los fríos del invierno, muchas se acuerdan del butano: antes que encender la calefacción para toda la casa hasta que alcance los 20 o 21 grados se conforman con tenerla cuatro o cinco por debajo y utilizar estufas para calentar puntualmente la sala de estar o los dormitorios.

De esta forma, la crisis se ha aliado con el combustible gaseoso, que pese a todo tiene que esforzarse y reinventarse para intentar que sus mercados se vayan reduciendo. Por ejemplo, hace tiempo que las bombonas pueden adquirirse en puntos de venta (el año pasado se repartieron 50.000 botellas por este sistema) aunque el reparto a domicilio es mayoritario.

También hay una parte de consumo que depende de las empresas. Hablamos de las bombonas de propano para la automoción de carretillas en fábricas, o las de gran tamaño (35 kilos por 66 euros) que se emplean en calderas o restaurantes.

Sexto sin ascensor

Trabajando a demanda previa o atendiendo una petición puntual que surja a pie de calle, repartidores como Víctor García mantienen viva la tradicional estampa del butanero por algunos de los barrios de la ciudad. El centro histórico, el entorno de Gamonal y la zona sur concentran la mayoría de sus clientes. Y aún se encuentran con varios sextos pisos sin ascensor, incluso un séptimo, a los que deben subir a pulso la carga.

A Víctor no le hace falta ir al gimnasio «y nunca he tenido una baja ni problemas de espalda», puede presumir. El frío no le afecta, solo le molesta la lluvia y la nieve, que le complica la ruta de los viernes hacia Oña, Poza y el valle de Caderechas. Mientras haya butano, mientras la crisis quiera o mientras no le llegue la edad de jubilación, seguirá llamando a los portales bombona al hombro.