Hoy en día conocemos una única izquierda abertzale, a la que identificamos con unas siglas y una estrategia política concretas. Sin embargo, la izquierda abertzale actual es consecuencia de la recomposición de este movimiento social plural desarrollada en 1983. Aquel año se estructuró el conocido como Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV), que fue resultado de una táctica de la organización armada: ETA-Militar. Este colectivo, practicante de la violencia política clandestina, aspiró a superar el ciclo de contestación popular masiva dada durante la etapa de la transición a la democracia del Estado español franquista y amoldarlo a los tiempos de repliegue social.

Aquella vía, que deseaba adaptar al movimiento de la izquierda abertzale al nuevo tiempo “vuelta a la normalidad” tras los convulsos años 70, no fue la única. Un pequeño partido, aparecido casi diez años antes de la táctica de ETA (en 1974), se opuso fervorosamente a esta línea de actuación, basada en la toma de decisiones conjuntas entre el grupo armado y otros organismos del movimiento como el sindicato LAB, los Comités Abertzales Socialistas y la organización juvenil Jarrai. La formación, opuesta a toda esta iniciativa del “bloque dirigente”, se denominó LAIA (Langile Abertzale Iraultzaileen Alderdia) y fue el núcleo de aquellos militantes independentistas de la izquierda comunista.

Alternativa KAS y la escisión de LAIA

Surgida de las entrañas de una organización anterior (ETA-V Asamblea) LAIA aspiró en sus etapas iniciales a cabalgar el fin del franquismo mediante la construcción de un contrapoder asambleario vasco que desarrollara, bajo la acción revolucionaria, la soberanía y el comunismo en los territorios vascos. Los militantes de LAIA fueron los principales precursores del sindicalismo anticapitalista e independentista vasco que floreció entre la primavera y el verano de 1974 bajo el nombre de los Comités Obreros Abertzales. Pese a la esperanza depositada en ellos por LAIA, los nuevos Comités se dividieron aceleradamente entre quienes apoyaban las posturas más radicales del nuevo partido político, que adoptaron el nombre de LAK (Langile Abertzale Komiteak) y quienes, haciendo caso a la táctica de ETA-Político Militar, prefirieron moderar los objetivos del sindicato para atraer a más capas de la población vasca. Estos militantes asumieron el nombre de LAB (Langile Abertzaleen Batzordeak).

Cuando en 1976 todos los organismos que formaban parte de la izquierda abertzale comenzaron a debatir un programa para la coordinadora que los reunía (KAS), LAIA de forma ambiciosa propuso unas medidas mucho más a la izquierda que el resto de partidos y organizaciones violentas. Este punto de fricción no sólo distanció al nuevo partido –el decano de los partidos de la izquierda abertzale– del resto de corrientes, sino que dividió al partido internamente. Una sección aceptó la línea más moderada del programa de ruptura con el franquismo de la coordinadora (la Alternativa del KAS). Otros, disconformes con esta decisión, se escindieron en una pequeña formación asamblearia que se unió durante un tiempo a otros colectivos anarcocomunistas. Surgió un nuevo organismo llamado LAIAK (con una ‘K’ de Komunistak), que se reivindicó heredero de los primeros planteamientos ideológicos del partido. En consecuencia, siguió defendiendo los originales planteamientos de la izquierda comunista, para que mediante la auto-organización obrera se lograra la ruptura con el franquismo y la consecución del socialismo vasco.

La nueva LAIA

En este ciclo, en el que todavía se aspiraba a derrocar totalmente al franquismo, los sectores mayoritarios de LAIA que aceptaron el programa mínimo del KAS comenzaron una acelerada recomposición de su estrategia política. Desvaídas las propuestas asamblearias, la nueva LAIA comenzó a proponer la vía de un partido comunista de tipo vanguardia, desempolvando las iniciativas leninistas para dirigir la revolución vasca.

Boletines exteriores de LAIA y LAIAK pidiendo el ‘No’ a la Constitución y su boicot, respectivamente.

El momento de efervescencia popular duró, sin embargo, el tiempo que tardó el último presidente del gobierno franquista, Adolfo Suárez, en convencer a amplias capas de la oposición antifranquista de que bastaría una reforma para derrumbar –sin abrir un nuevo contencioso civil– todos los pilares institucionales fascistas que sostenían el edificio de la dictadura del general Francisco Franco. Con la Ley para la Reforma Política de 1976 y las elecciones democráticas de 1977, el movimiento de la izquierda abertzale se dividió. Unas tendencias apostaron por participar en los comicios. Otros sectores, entre los que se encontraba LAIA, se decantaron fuertemente por la abstención y la promoción de la movilización social allí hasta donde fuera posible. Estas últimas tendencias fueron derrotadas por el rápido desarrollo de los pactos entre las fuerzas y sindicatos moderados. Aunque en los territorios vascos la “hipótesis revolucionaria” y rupturista caló más tardíamente entre las clases populares, la desmovilización comenzó a hacer mella entre los sectores abstencionistas de la izquierda abertzale.

LAIA, al igual que ETA-Militar, y otros partidos del KAS, trataron de subvertir esta tendencia mediante la creación, en 1978, de una plataforma denominada Herri Batasuna, que armaría una ruptura institucional al franquismo desde los ayuntamientos vascos. De poco sirvió ya que, aunque con inusitado éxito, la nueva coalición se presentó, en realidad, por primera vez, a una convocatoria electoral para el Parlamento español. Por si esta ironía no fuera suficiente, LAIA, que había impulsado la creación de HB, se sentía ahora celosa de los otros componentes de la coalición: del otro partido, HASI, más vinculado a las opiniones de ETA-M, y de dos grupúsculos socialdemócratas como Acción Nacionalista Vasca y Euskal Sozialista Biltzarrea.

Para afianzar su propuesta de construcción de un gran partido comunista e independentista bajo directrices cercanas al leninismo, LAIA se planteó una convergencia con HASI. Aunque no de manera pública, la idea de LAIA chocaba con los proyectos de ETA-Militar, que buscaba atraer a los sectores asamblearios desmovilizados mediante la idea de dirección conjunta del movimiento social abertzale. El sindicato LAK, por ejemplo, desapareció de la escena.

La disyuntiva y la esperanza de Auzolan

O partido marxista-leninista o bloque dirigente. Este era el dilema que enfrentó la izquierda abertzale a partir del repliegue de la acción colectiva popular al terminar la década de los 70. Lo que comenzó con el levantamiento civil y obrero dado durante el juicio de Burgos, había concluido con una amnistía acordada con los sectores posibilistas del franquismo, la consecución de una nueva constitución democrática en España y un estatuto de autonomía para Araba, Bizkaia y Gipuzkoa.

Logotipo de la iniciativa Auzolan.

Algunas corrientes de la izquierda abertzale, integrados en la plataforma Euskadiko Ezkerra, aceptaron la carrera institucional iniciada con la aprobación de este nuevo estatuto. No fue el caso de LAIA o ETA-M que, no obstante, se enfrentaban, por cómo continuar manteniendo la “hipótesis revolucionaria”. Ante la idea de la organización armada por construir una alianza cívico militar para enfrentar la institucionalización derivada de la reforma del franquismo, LAIA se vio atenazada. No representaba una amenaza violenta para el resto de componentes del movimiento, con lo que no podía presionarles, y, para colmo, recibía financiación de la propia ETA-M. La discrepancia se saldó con ruptura definitiva. A finales de 1979, LAIA abandonó el KAS. A principios de 1980 dejó también su puesto en Herri Batasuna. La organización armada tenía el camino finalmente despejado para proyectar su vía del “bloque dirigente” y atraerse a la escena más asamblearia del independentismo con los que construir el MLNV a nivel de calle.

Sin afrontar el abandono del nacionalismo vasco como había hecho Euskadiko Ezkerra, LAIA se impuso la tarea de construir “otra izquierda abertzale”: más proclive a aceptar la vía institucional, más creyente de la capacidad del partido por organizar la ruptura y más cercana al marxismo con dejes que se orientaban hacia el leninismo. Con ello, LAIA renunció a las ideas en torno a la anticipación de la sociedad comunista, apostando por la ruptura revolucionaria desde la participación institucional. La centralidad de la práctica moderada y socialdemócrata se tragó toda retórica grandilocuente.

La apuesta por las elecciones como mediación para el afianzamiento de una doctrina revolucionaria tenía sus riesgos. De obtener éxito en las votaciones, la institucionalización engullía toda aspiración rupturista. De fracasar, sólo se podía obtener la muerte política. LAIA asumió el riesgo y presentó las bases para una nueva coalición con la Liga Comunista Revolucionaria y algunas escisiones independentistas de Euskadiko Ezkerra, aglutinadas bajo el nombre de Nueva Izquierda. Al mismo tiempo en que ETA-M lograba asentar las bases del MLNV, el partido LAIA levantó la iniciativa Auzolan para participar en las elecciones al Parlamento de Navarra (mayo de 1983) y al Parlamento Vasco (febrero de 1984). El relativo éxito en la primera de las votaciones no logró disimular el sonoro fracaso en las elecciones al segundo. Con esta derrota, LAIA desapareció para siempre de la escena política vasca, al igual que había hecho previamente LAIAK.

Tras la salida de Euskadiko Ezkerra del espacio independentista y el fracaso de LAIA en ser alternativa a HB y al KAS-Bloque Dirigente, la iniciativa política de ETA-M se constituyó en la única sección del movimiento de la izquierda abertzale superviviente de todo el proceso de inicio y consolidación de la reforma política de Suárez. Bajo esta prospección al pasado se debe comprender la actualidad de un movimiento que es –y ha sido– no sólo plural y determinante de la contemporaneidad vasca, sino incluso más decididamente radical y rupturista de lo que son sus tendencias mayoritarias hoy.