Opinión

El canto de las Sirenas

“Dejarse llevar por el canto de las Sirenas” es una expresión que, como muchas otras usadas en la actualidad, tienen su origen en la mitología griega.

Sirena

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Las Sirenas como personajes míticos originalmente eran descritos como seres que poseían rostro de mujer con larga cabellera, con fuertes patas y coloridas plumas de ave. Imagen diferente a la que se les atribuye en la mitología nórdica del medioevo, en donde son representadas con cuerpo de mujer y extremidades de pez. Se dice que eran hijas del matrimonio formado por la musa de la danza Terpsícore y un antiguo dios marino llamado Forcis, famoso por ser también padre de otros personajes monstruosos como las Gorgonas y las Grayas.

Se señala en otras versiones que la forma física de las Sirenas es consecuencia del rapto que Hades, el dios del inframundo, hizo de la joven Perséfone para llevarla a su morada subterránea. En esta versión, las compañeras con las que Perséfone juntaba flores en el campo cuando fue robada, fueron transformadas en Sirenas por su madre. La diosa de la agricultura, Deméter, cuando se dio cuenta que su hija no aparecía por ningún lado, desesperada por ubicarla, transformó el cuerpo de aquellas muchachas dotándolas de alas para que volaran en su búsqueda.

De nada sirvió que las Sirenas de Deméter recorrieran el mundo. El rastro de Perséfone no se pudo encontrar. No fue hasta que la diosa se puso en huelga causando una gran sequía que privó a los dioses y a los humanos de los alimentos provenientes de la tierra, que intervino Zeus para lograr un acuerdo entre Hades y Deméter. El trato consistió en que la hija raptada pasaría una parte del año en el inframundo y otra sobre la superficie, al lado de su madre.

Las Sirenas son protagonistas en diversos relatos de la antigüedad griega. El más conocido es el que Homero escribe en el Canto XII de la Odisea. En su largo viaje de regreso a su natal Ítaca, Odiseo, como sabemos, va librando infinidad de obstáculos que retrasan el regreso a su hogar. Cuando está por abandonar la Isla de la hechicera Circe, recibe de ella diversas recomendaciones y advertencias para que pueda sortear los peligros del traicionero mar. Circe le indica a Odiseo que, después de visitar el inframundo en donde se entrevistaría con el ánima del adivino Tiresias, tendría que pasar forzosamente la prueba de la Isla de las Sirenas. Si lograba superar este desafío, encaminaría su rumbo hacia el estrecho marino en donde asechaban los monstruos Caribdis y Escila.

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Las Sirenas, le dice Circe, con su canto armonioso encantan a todos los hombres que se les aproximan; pero está perdido aquel que imprudentemente las escuche. Ellas habitan una pradera en la que se observan montones de huesos de hombres y pieles en putrefacción. Ese es el destino de los marineros que son seducidos por el dulce sonido de sus voces.

“Navega rápidamente al otro lado y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanca, para evitar que alguno las oiga. En cuanto a ti, escúchalas si te place; pero que tus compañeros te aten con cuerdas a lo largo del mástil, por los pies y por las manos, antes de que escuches con gran delicia la voz de las Sirenas. Y si suplicas, si ordenas a tus compañeros que te desaten porque estás a punto de perder el juicio, que redoblen la fuerza de las ligaduras.”

Odiseo y su tripulación cumplieron al pie de la letra lo que Circe les prescribió, de esta forma pudieron eludir la fascinación que despertaban en ellos la música de aquellos seres con apariencia seductora, pero con antecedentes fatales.

Se dice, por otra parte, que las Sirenas habían perdido sus alas como consecuencia de haber sido derrotadas en un concurso de canto, en el que sus contrincantes eran las Musas.

Se cuenta también que, cuando los Argonautas emprendieron su viaje a la Cólquida para apoderarse del Vellocino de Oro, pasaron por la Isla de las Sirenas. Al escuchar las embrujadoras melodías, Orfeo tripulante del Argos, tomó su lira y la hizo sonar con su magia inigualable. Los marineros, entre los que se encontraban renombrados héroes mitológicos, prefirieron prestar oídos al concierto de Orfeo e ignoraron el canto de las mujeres-ave. Algunos narradores sostienen que a consecuencia de ese fracaso las sirenas se suicidaron, “pero todavía estaban en su isla cuando Odiseo pasó por allí una generación después.” ( R. Graves)

El mito del canto de las Sirenas ha sido objeto de tratamiento por el arte y la psicología. En la actualidad “dejarse llevar por el canto de las Sirenas”, se utiliza como metáfora para describir situaciones en las que las personas son atraídas de manera irresistible por algo que tarde o temprano las perjudica. La fascinación irresistible a eso que nos conduce a la catástrofe. El triunfo del deseo sobre la sensatez, de los sentimientos sobre la razón.

Paris, el joven troyano al que Hera, Atenea y Afrodita escogieron como juez para resolver la disputa entre ellas, se dejó llevar por el canto de las Sirenas del “impulso erótico” (Joseph Campbell) al aceptar el ofrecimiento de Afrodita que prometía conseguirle el amor de la bella Helena a cambio de fallar en su favor. La caída de Troya fue la consecuencia trágica del incontrolable impulso de Paris.

La metáfora puede ser aplicada prácticamente a innumerables situaciones y ejemplos de la vida cotidiana y la política.

La vanidad extrema que padecen algunos políticos es la fascinante tonada que los conduce a obsesionarse por su popularidad. El Narciso populista sucumbe a la contemplación de su imagen reflejada en el espejo de la aceptación popular. Sus gobiernos se caracterizan por trabajar más para mantener altos niveles de aprobación en las encuestas, que en solucionar problemas con acciones eficaces y a menudo impopulares. Se rinden al canto de las Sirenas de ser amado por la mayoría y renuncian al deber de llevar a su país a buen puerto. En la otra cara de la moneda también los ciudadanos con frecuencia se dejan llevar por el engañoso canto del discurso demagógico y su poder de persuasión.