Luego de un largo e incomodo viaje (puesto que íbamos como sardinas en latas en el vehículo de mi padrastro), por fin llegamos a un pequeño poblado llamado Pizarrete, en Baní. El paisaje era espectacular, el verdor de los árboles y el reluciente sol daban...
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Luego de un largo e incomodo viaje (puesto que íbamos como sardinas en latas en el vehículo de mi padrastro), por fin llegamos a un pequeño poblado llamado Pizarrete, en Baní. El paisaje era espectacular, el verdor de los árboles y el reluciente sol daban la bienvenida a lo que sería un día inolvidable. A medida que nos acercábamos a nuestro destino final, la casa de unos amigos de mis padres, un riachuelo caudaloso bordeaba todo el camino, por lo que mis hermanos y yo estabamos seguros de que la diversión sería un elemento importante en este día. Desmontamos nuestras cosas con gran emoción y entramos al área de la casa, que bordeada por el riachuelo y adornada con enormes árboles frutales, visualmente ponía fin al calorífico trayecto. Saludamos y pasamos, curiosos, a caminar por toda el área. La cocina, alejada de la casa, con grandes “fogones” en los que descansaban enormes calderos negros y tiznados, donde se cosía lentamente lo que sería nuestro almuerzo. Me asombró ver como diestr
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