2. LAS HEREJÍAS TRINITARIAS Y LA REAFIRMACIÓN DE LA FE DE LA IGLESIA EN LA DIVINIDAD DE CRISTO

Extraído de: Mateo Seco, Lucas F. y Domingo, Francisco. Cristología. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad de Navarra, 2004.

6. El apolinarismo

Glorificación de la Trinidad (Tiziano)

Apolinar de Laodicea (+ antes del 392) lucha contra Arrio en el terreno trinitario y, sin embargo, se le aproxima en el terreno cristológico. Defiende la perfecta divinidad del Verbo, pero afirma que el Verbo se une con la humanidad de Cristo haciendo las veces de alma. Queriendo subrayar la unidad de Cristo, afirmó que en Jesús hay cuerpo, alma animal y el Verbo, que desempeñaría las mismas funciones que el nous, es decir que el alma superior, sede de la libertad, desempeña en los hombres. Apolinar defiende, pues, la unidad de Cristo, a base de lesionar su humanidad. Pero, al hacerlo, plantea por primera vez y en forma directa la cuestión que afecta más propiamente a la cristología: cómo dos naturalezas perfectas y completas se unen en Cristo tan íntimamente que constituyen un único y mismo Cristo. Se inicia aquí un debate teológico y una profundización en el ser y en el obrar de Cristo, que ocupará a los Padres desde el siglo IV hasta el siglo VII.
El problema de fondo, para Apolinar, era doble: uno de orden metafísico, y otro de orden antropológico. El de orden metafísico: Apolinar pensaba que es imposible que dos seres (naturalezas) inteligentes y libres puedan unirse en un solo ser. De ahí que, como en Cristo hay un solo ser —et in unum Iesum Christum, se dice en el Símbolo de Nicea—, y la Divinidad no puede estar incompleta, seguiríase, según Apolinar, que estaría incompleta la humanidad del Señor. En consecuencia, Apolinar interpretaba la afirmación joánica, el Verbo se hizo carne (Jn 1, 14) en el sentido de que el Verbo se unió a la carne haciendo las veces de alma. El problema de orden antropológico tiene que ver con la libertad humana y su falibilidad. El Verbo, por ser Dios, es impecable, pero la humanidad de Jesús en cuanto tal humanidad está expuesta a la tentación y al pecado. Apolinar pensaba que negar que Jesucristo tuviese alma espiritual era el camino más expedito para poner su humanidad al abrigo de toda posibilidad de pecar. En efecto, si Cristo careciese de nous humano, carecería también de libertad humana. Y, en consecuencia, no podría pecar.

Nos encontramos, por eso, ante un auténtico monofisimo ante litteram. No en vano Apolinar es el autor de la conocida expresión "única naturaleza del Dios Logos encarnada" (mia physis tou Theou Logou sesarkomene), que tantos quebrantos producirá en el siglo V.

La argumentación que utiliza Apolinar para defender su postura resulta sesgada a todas luces. Es verdad que se dice en la Escritura que el Verbo se hizo carne (Cf Jn 1, 14), y es verdad que la teología anterior había utilizado el término encarnación para referirse al hecho de que el Verbo se hizo hombre. Pero esa teología siempre entendió el término sarx en sentido bíblico, es decir, como un término que designa el hombre completo, recaLcando mediante la atención a la carne la debilidad de ese ser. Se trata de un término que se usó con frecuencia en los primeros siglos precisamente para evitar los peligros del docetismo, pero que nunca se utilizó para designar una carne carente de espíritu humano. A Apolinar le hubiera bastado leer detenidamente el Símbolo de Nicea, para darse cuenta de que las palabras encarnación y humanación están tomadas como equivalentes y no como contrapuestas *. La encarnación ha de tomarse, pues, como una auténtica y verdadera humanación.

Por otra parte, la cristología de Apolinar, precisamente por negar que Cristo tenga una humanidad completa, hace inviable la soteriología cristiana. Si fuese verdad la teoría apolinarista, el Verbo no habría tomado sobre sí lo más importante del hombre: su capacidad de elegir y de amar. Además, al negar que Cristo posea libertad humana, le negaba también la capacidad de obedecer y, consiguientemente, la capacidad de salvarnos por medio de su ofrenda sacerdotal. Así lo vieron los Padres Capadocios, especialmente San Gregorio de Nisa.



* En el Símbolo de Nicea se dice: "...un solo Señor Jesucristo, (...) que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, se encarnó (sarkothénta) y se hizo hombre (enanthropésanta)..." (DS 125).