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Sarta de aduladores

En La gran moral, Aristóteles reflexiona sobre lo que llama amistad. La define como el punto medio entre “la adulación y la hostilidad”. El adulador, explica el filósofo, es aquel que elogia por interés; buscando siempre algo a cambio.


El hostil, en cambio, es quien critica (también por interés) y descubre defectos aún donde no existen. Niega los dotes "evidentes de la persona que aborrece" y, en tal sentido, se vuelve un enemigo.


Ambos extremos son dañinos, como refiere Aristóteles, y por eso las personas deben rodearse de gente que transite en el justo medio. Es decir, de quienes no añaden nada a las buenas cualidades y tampoco las rebajan. Sin embargo, y sobre todo cuando se trata de políticos y candidatos, ocurre lo contrario. Con honrosas excepciones, les encanta rodearse de una sarta de aduladores.


Tomado de @culturizando


Hay una explicación. El poder hace que la autoridad crea que todos sus deseos, y a veces hasta caprichos, deben cumplirse sin objeción alguna. Tanto en el ejercicio de su cargo público, como en el plano personal-privado.


Por eso se rodean de personas obedientes y oficiosas, dispuestas a mover cielo y tierra para complacerlos, en lugar de profesionales que (sin caer en lo hostil) hagan las veces de cable a tierra.


Frecuentemente, esto suele ser el preludio de grandes tropiezos y caídas. Léase lo ocurrido con el expresidente Lenin Moreno, quien terminó su mandato con más del 90% de desaprobación. A él lo convencieron de que el problema no era el gobernante, sino los gobernados.


De otra forma no se explica la declaración que dio en un foro sobre la defensa de la democracia que se realizó en 2021, pocos días antes de dejar su cargo: ojalá tuviera yo un mejor pueblo”, se lamentó.


Igual con su predecesor, Rafael Correa, quien con la complicidad de su círculo cercano, creyó que era el elegido y se volvió paulatinamente un símbolo de violación a las libertades.


“El presidente de la República no es sólo jefe del poder ejecutivo. Es jefe de todo el Estado ecuatoriano. Y el Estado ecuatoriano es poder ejecutivo, poder legislativo, poder judicial, poder electoral, poder de transparencia y control social, superintendencias, procuraduría, contraloría…”, dijo Correa en 2009.


Ambos se convencieron de que todo estaba bien y no repararon en sus errores hasta que fue demasiado tarde y la realidad los abofeteó. Se vieron sobrepasados por problemas que para el resto del mundo resultaban evidentes.


El actual presidente, Guillermo Lasso, aún está a tiempo de reparar en la importancia de incluir y evitar que se vayan de su círculo de confianza los profesionales que mantienen viva la autocrítica, leen la realidad sin apasionamientos e incomodan con la verdad.


Pueden leer más análisis aquí: Quito y la política de la 'chupipanda'


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