Reflexión | Revista CR
Acoger es amar
“Quien acoge a uno de esos ‘pequeños’ a mí me
acoge… Acoge a quién me envió” (Mc 9,37)
Si nos preguntan o nos preguntamos cuáles han sido
los momentos mejores, más felices, de nuestra vida, seguramente recordaremos y
citaremos aquellos que se vivieron con otros, que se dieron en contextos de
participación, de compartir, de celebración, de estar con los demás. Contextos
donde se acoge y donde uno se siente acogido.
El filósofo y sociólogo Frédéric Lenoir ante el
interrogante “¿Qué es lo que me hace feliz?” cuenta: “Afirmo que soy feliz
cuando me hallo en presencia de los seres que quiero, cuando escucho a Bach o a
Mozart, cuando progreso en mi trabajo, acaricio a mi gato al calor de la
chimenea encendida, ayudo a alguien a salir de la tristeza o de una desgracia,
saboreo un plato de marisco con amigos frente al mar, medito en silencio o hago
el amor, me tomo por la mañana la
primera taza de té, observo la mirada de un niño que sonríe o doy un paseo por
la montaña o por el bosque… Todas estas experiencia, entre muchas más, me hacen
feliz.”
Me atrevo a afirmar que la felicidad precisa de
los demás: compartir, acoger, abrirse a otros mundos, a otras presencias, que
hacen de nuestra vida una realidad más amplia, más profunda, que cambia la
propia perspectiva, que plantea otras posibilidades, y se siente y se
experimenta como motivación, razón, sentido de nuestra vida.
Acoger a los demás - “Nadie elegiría vivir sin
amigos, aunque tuviese todos los demás bienes” (Aristóteles)-, y valorar y
gozar de su singularidad e idiosincrasia que nos aporta sabiduría y alegría de
vivir. Para que esto sea una realidad es necesario un “descentramiento”, dejar
de ser el centro, “el ombligo del mundo”, así nos capacitamos para acoger y
saberse acogido.
También es motivo de felicidad la resolución de
todo aquello que distorsiona. Vencer los avatares de la vida, que no faltan, y
acogerlos para superarlos. Si los escondemos, los negamos, no desaparecen,
siempre estarán ahí. Es verdad que cuesta aceptar lo que distorsiona, lo que
interrumpe los objetivos, deseos e ilusiones, que nos proponemos, sin embargo,
es necesario acogerlos, es la manera de afrontarlos y superarlos.
Acoger, aceptar, como amar, consiste en decir sí.
Y decir sí, no es renunciar a la acción, al cambio, a la resolución. Decir no,
se hace necesario como consecuencia y coherencia del sí dado, se hace en
función de un sí más libre o más nítido. Acoger, que no se haga por debilidad
sino como fuerza lúcida y generosa.
Para ser feliz, como para no serlo, los otros y lo
“otro” tienen algo que decir y es opción de cada cuál escuchar o no escuchar,
acoger o no acoger; y es cuestión de cada cual el significado que puedan tener
para nuestra vida. Acoger a los demás y acogerse… la aceptación de uno mismos
capacita para aceptar a los demás. Acogerse para acoger y para saberse acogido.
Revista CR: ACOGER. “Quien acoge a uno de esos
‘pequeños’ a mí me acoge… Acoge a quién me envió” (Mc 9,37).
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