El mantequero que quiso aburguesarse

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El mantequero que quiso aburguesarse

11 Mayo 2015

Por Antonella Riso

A 78 años del primer estreno de Saverio, el cruel, obra escrita por Roberto Arlt, el Teatro El Popular presenta la propuesta de este clásico argentino de la mano del director Cristian Sabaz.

La obra transcurre en un caserón de Buenos Aires en los años 30. Un grupo de jóvenes ricos deciden hacer una “cachada” (es decir, una broma) y para llevarlo a cabo deciden crear una historia para divertirse con la inocencia de Saverio, un vendedor de manteca que ofrece su servicio a una de estas grandes familias.

Para ello lo inducen a formar parte de una farsa actuada ya que supuestamente Susana, una de las chicas de la casa, cree ser una reina desterrada por un general y busca vengarse de este. Para convencerlo, le piden que actúe como aquel personaje y generar un shock emocional en ella para “curar” su delirio.

La escenografía es escasa pero contundente. En cada cambio de escena son los mismos actores quienes mueven el mobiliario y generan la nueva ambientación. Luego de cada entrada y salida, ellos permanecen a ambos costados del escenario cambiando el rol de actor al de espectador, a la espera de su nuevo acto.

Cada escena denota la diferenciación de clases sociales. Al principio, el vendedor se niega a participar pero la seducción que ejercen estos jóvenes para que acceda a ponerse en la piel de aquel general imaginario introduce en el mantequero una ambición de poder desconocida para él hasta ese momento.

Su afán de trascender la pobreza y obtener reconocimiento lo llevan a desarrollar una nueva personalidad donde su desempeño como “general” sea majestuoso y lo introduzca en una nueva realidad. Esto genera en los jóvenes un mayor motivo de risa y que alimenten más la fantasía recreada por Saverio. Pero el entramado de mentiras provocadas por estos niños ricos lo conduce a compenetrarse tanto en su papel, que incluso decide mandar a construir una guillotina. Algo que los jóvenes no tenían previsto.

Los efectos de sonido son inesperados. El espectador puede ver cómo son generados por los actores en ese instante, con tal seguridad que uno cree que una bala es real o que una caballería está dentro del salón.

Cuando llega el momento de actuar la farsa, todo pareciera ir encaminado, pero tanto los jóvenes ricos como el espectador son testigos de una revelación que conduce a un final inesperado.

Cada situación, con escenas absurdas y gran desempeño en el cambio de escenografía, luces y sonidos, contextualizan la época que vivió Arlt y generan un reencuentro con nuestros orígenes y nuestra identidad como argentinos. Sobre todo, los grandes contrastes de la vida en la sociedad porteña.

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