CAMAGÜEY.-El Mayor, Ignacio Agramonte Loynaz, es una de las genuinas representaciones de las buenas obras del pueblo camagüeyano. Por excelencia, mencionar su nombre resulta una expresión de apego por la libertad y la mejor estampa de las cualidades morales de esta tierra donde nació. Su incorporación al llamado de la libertad, el 11 de noviembre de 1868, fue su abrazo definitivo a las ideas independentistas y el reflejo del amor incondicional por la Patria. Esa misma conclusión la apreciamos cuando nos adentramos en la visión que que de nuestro héroe epónimo, tuvo el generalísimo Máximo Gómez Báez.

“Del Gral. Ignacio Agramonte fue cuna el Camagüey, hijo sin duda de padres muy buenos, pues nosotros hemos conocido muy pocos malos en aquel noble pueblo (…) Debió ser también un joven muy educado e instruido (…) adquiriendo bien pronto como hombre social ese respeto y consideraciones que solamente las dan el carácter y la educación (…)”, refirió Gómez, del lider mambí, en un escrito publicado en el periódico La República, de Nueva York, el 20 de febrero de 1886, y recopilado por recordado historiador de la ciudad de esta urbe, Gustavo Sed Nieves.

En ese mismo texto, el querido líder de origen dominicano expresó:

“(…) joven él, joven educada y hermosa su esposa, a quien debió amar como saben amar los héroes; se presenta la Revolución del ‘68, y la abraza con todo el amor de que es capaz de amar un alma enamorada de la sublime idea de la redención de un pueblo esclavo y, desde ese momento, se puso por entero a su servicio”.

Así lo impulsó el compromiso con la libertad a combatir a la corona española en los campos cubanos.

Como el primero en el combate y el último en la retirada y en la fuga, dependiendo del escenario, describe el generalísimo las aptitudes militares del Diamante con alma de beso, a decir de Martí. “Cuando pelean diez contra cientos, los pocos o los menos son los más valientes”, esas palabras se ajustan al magnífico rescate de Sanguily, protagonizado por 35 jinetes que salvaron al brigadier de los más de 120 fieles al ejército de España.

Los combates de Bonilla, Cocal del Olimpo, Ceja de Altagracia y Sabana de Bayatabo, prestigiaron aún más la famosa y temida caballería mambisas. Gómez conoció de sus hazañas de primera mano y mientras más sabía, más le admiraba. Es muy probable que la simpatía hubiera crecido al escuchar anécdotas como la referida a su peculiar manera de amonestar a sus compañeros de guerra, cual si los estuviera salando con los gestos rudos de sus manos.

“Lamento no haberlo conocido”, escribió en su diario de campaña. Sin embargo, la tropa que lo secundó en tantas cargas al machete, escaramuzas, alegrías tras las victorias, y los sinsabores de la muerte, eran su fiel imagen. En su texto para “La República”, se infieren las vivencias de quienes lo tuvieron a su lado, codo a codo, en el terreno de operaciones.

Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ AdelanteFoto: Alejandro Rodríguez Leiva/ Adelante

“Agramonte siempre daba ejemplo de valor y serenidad en todos los lances más comprometidos de aquella desigual pelea, que eran los más comunes (…) Soldado bizoño, sin generales, sus amigos iguales a él en el arte de la guerra, por soldados, sin municiones y siempre batiéndose y siempre desbandando, muchas veces salvando a un ayudante, cuyo caballo muerto en la refriega, en la grupa del suyo, por aquellas inmensas sabanas, y detrás una frenética legión de enemigos que no daban ni querían cuartel; desnudos, con hambre y sin tiempo para comer”.

Parecen agrandarse sus ideas cuando expresa que “jamás se le veía triste ni confuso, aunque pocas veces reía, no gustaba hablar con los suyos sino de asuntos serios y útiles a la guerra, pues era ajeno a las superficialidades”. Y deja clara su determinación, y sus principios incorrompibles, al rememorar aquel pasaje en que le responde a uno de sus amigos cercanos cuál era la su fórmula para enfrentar al enemigo: “Con la vergüenza de los cubanos”.

El generalísimo, estratega de academia, se muestra asombrado por la sabiduría de El Mayor: “Agramonte aprendió a marchar con tal cautela y previsión, que no hemos podido averiguar (…) no recordamos, si alguna vez Agramonte durante esa época de guerra terrible, en que él hizo su aprendizaje de intrépido guerrero, fue sorprendido por el enemigo. Ni una sola vez, eso es un gran mérito”.

Al tomar el mando de Camagüey, tras la muerte de Agramonte, Gómez respiró su carácter, disciplina e inteligencia en cada metro cuadrado de la manigua y en la disposición de los soldados ante la lucha .”(…) La memoria de Agramonte es y será una verdad para la historia de los pueblos libres, como lo es la de Espartaco, Guillermo Tell, Paez, Juárez y Morazán (…)” y recomienda a todo buen camagüeyano, y cubano, a perpetuar su memoria como el mejor monumento a la Patria y a la libertad.