La vida en el Bosque Maravilloso era feliz. Todos los días eran como un sábado. Niños, niñas, agua, zorros, conejos y enanos, junto a Monona, Totono y Aleca jugaban con la Dama de Noche, la Princesa Árbol, el Rey Pino, el Duque Tornado, y demás espíritus del bosque. Los domingos por la mañana caminaban en fila india, disfrutando el viento e iban a visitar el Cementerio de Animales.

  

Un día el silencio cayó al bosque como si fuera un meteorito. Todos debieron guardarse en sus interiores mientras otras fuerzas salían a la luz.  Las máquinas aprovecharon el espacio vacío y los robots ocuparon todo, pero la Naturaleza también reaccionó, expandiéndose a los lugares donde antes no accedía: desencadenó fuegos, liberó agua, cubrió puentes, derritió metales. Fue difícil, doloroso y duro. Después de eso nada fue como había sido.

 

Los humanos debieron mudarse, mutar, aceptar. Modificaron sus entretenimientos, revisaron sus lujos, calibraron sus alcances y encontraron otras maneras de conectarse: la vegetación ocupó el espacio donde los humanos mantenían a los animales, los animales ocuparon la diversión de los humanos y lo acuático sumergió a lo terrestre.

 

Pero los habitantes del Bosque de Acrilia querían recuperar su música. Entonces decidieron armar una fiesta. Prepararon disfraces, trampas y mecanismos complejos para cazar a sus oponentes. La naturaleza se alió a ellos y creó un escenario especial para la ocasión. 

 

La fiesta fue un gran éxito. Congregaron a todos los seres y personajes de los alrededores y de más allá. Bailaron hasta la medianoche, pero en el momento en que darían el gran golpe, algo extraño pasó: surgió un sentimiento inusitado, inesperado, increíble y supremo, que generó un enamoramiento interracial general. Y en vez de cazarlos, se casaron. Estos especímenes acrílicos - los Acrilii- son su descendencia: el producto de lo sucedido en esa noche.