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La incoherencia liberal del respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo Miguel Ángel G. Iturbe A medida que el liberalismo se ha convertido en una versión más auténtica de sí mismo, a medida que su lógica interna se ha vuelto más evidente y sus contradicciones internas palmarias, ha generado patologías que son a un tiempo deformaciones de aquellas pretensiones y realizaciones de la ideología liberal. —Patrick J. Deneen— E l liberalismo es un conjunto de ideas que respecto al ámbito político y económico aboga por la defensa y protección de las libertades individuales como el problema central al que debe atender la organización social. Como tal, considera que la mejor organización social es aquella que garantice mejor el ejercicio de esas libertades individuales para los ciudadanos. Existen diferencias entre las ideas de los liberales respecto del papel que el Estado debe jugar para lograr tal objetivo, pues a veces los liberales dicen que se debe reducir al mínimo su intervención, otras veces dicen que debe ser fuerte para generar los marcos apropiados de reglas y sanciones para el respeto de las libertades, y otras veces dicen que la presencia del Estado es del todo contrario a estas libertades y que es mejor su disolución. Pero en todo caso las ideas de los liberales coinciden en la preponderancia que dan a la libertad, aunque varíen en la consideración del mecanismo o condición que se requiere para darle ese lugar. Las ideas liberales son sin duda importantes, pues subyacen en y animan los movimientos de independencia de EEUU y la Revolución Francesa y el marco ideológico que generan ha sido una condición necesaria para el desarrollo del capitalismo. Además, en los últimos años este importante pensamiento ha ganado más popularidad en América Latina debido a que algunos de sus partidarios y representantes más carismáticos e intelectuales han sabido comunicar y difundir sus ideas y convencer a las audiencias. Javier Milei, Agustín Laje, Nicolás Márquez y Axel Kaiser son quizá las personas más representativas en este sentido. El liberalismo ha parecido ser a los ojos de algunos integrantes de esas au- diencias un conjunto de ideas interesantes, alternativas y útiles y varios de ellos se han convertido en simpatizantes, partidarios o militantes de éste. Ante esta situación, la intención que motiva este escrito consiste en abordar lo que es la incoherencias interna del liberalismo, vista bajo la fórmula popular en que es presentado hoy en día para definirlo, esto es, como el respeto irrestricto al proyecto de vida del otro (prójimo). Esta definición del liberalismo, formulada por Alberto Benegas Lynch (h) ha sido popularizada gracias al economista argentino Javier Milei, quien la ha especificado como: “el respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en defensa de tres derechos: el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”. Usaremos esta definición como punto de partida para realizar una crítica al liberalismo. Evidenciemos la incoherencia de tal definición, pues esta formulación la presenta de un modo más palpable. Veamos, en primer lugar, que el respeto irrestricto al proyecto de vida del otro, en cuanto sea restringido, ya no podrá ser un respeto irrestricto, por cuanto que “irrestricto” es un adjetivo que significa que algo es incondicional y sin límites, y dado que, si una restricción fuera puesta a la acción humana, entonces tal restricción la limitaría y la condicionaría por definición. Pues bien, veamos, por ejemplo, que, en la formulación de la definición del liberalismo aludida, el respeto irrestricto no es pues, como tal, un respeto irrestricto, sino condicionado y limitado por el bien de la vida, la libertad y la propiedad: la acción humana queda limitada a no trasgredir, amenazar, atentar o dañar la vida humana, la libertad y la propiedad ajena, y quizá también la propia. Esto es suficiente para notar que dicha formulación del liberalismo contiene una contradicción, a saber, que el liberalismo se toma en dicha definición como siendo un respeto irrestricto-restringido (limitado), y esto es una incoherencia. Ahora bien, supongamos que nos atenemos a considerar la formula no extendida y más simple de que el liberalismo es sólo el respeto irrestricto al proyecto de vida del otro, tal como lo define originalmente Benegas Lynch. Pues bien, en ese caso la incoherencia es menos palpable pero podemos encontrarla mediante análisis. Podríamos preguntarnos por qué la definición del liberalismo no hace referencia a la libertad, es decir, cómo es que, tomando su nombre de la libertad, ésta no esté contemplada dentro de la definición de liberalismo. La respuesta a esta aparente falla lógica sólo puede resolverse si al dar tal definición, se está considerando que respetar irrestrictamente el proyecto de vida del otro equivale precisamente a respetar su libertad, esto es, que la libertad de alguien consiste en poder realizar su proyecto de vida sin ser restringido por otro. Esta definición hace permisible, y desde ella se puede considerar, que una persona es libre cuando puede realizar sin limitación externa un proyecto de vida incluso si dicho proyecto en sus consecuencias no previsibles pudiese atentar contra su vida, e incluso si en sus consecuencias previsibles pudiese atentar contra su propiedad, pues de lo contrario no sería libre de ser libre, según se entiende aquí la libertad. Si tal es la situación de que la definición en cuestión no está dejando fuera la libertad, aunque sea que no la mencione por su nombre, coincidiría en ser una definición del liberalismo en cuanto que este tomaría su nombre de la libertad entendida como lo que se ha llamado libertad negativa. Es decir, en ella habría una formulación positiva de la libertad negativa. En palabras de Axel Kaiser, “la idea de libertad del liberalismo clásico no es […] la posibilidad de obtener los fines que tú te has propuesto. No es eso. La idea de libertad que inspira al liberalismo clásico y que […] pretende defender es básicamente la ausencia de coacción arbitraria por parte de terceros; que ustedes sean jueces y señores de su propio espacio y puedan perseguir sus fines sin ser coactivamente obstaculizados por terceros o instrumentalizados por terceros para fines que no son los que ustedes se han dado.”1 Pues bien, podemos ver entonces que respetar irrestrictamente el proyecto de vida del otro no es sino una reformulación positiva de la libertad negativa, cuya idea es no impedir u obstaculizar (limitar) a otro mediante coacción para que así éste pueda perseguir los fines que él mismo se ha propuesto. Si lo analizamos, podemos ver que en cuanto que ese respeto sea verdaderamente irrestricto no está necesariamente condicionado por la cordura, sino que ha de aceptar cualquier comportamiento o acción que directamente no atente contra la persona que da el respeto, pues en cuanto que pretenda limitar una acción, que incluso pudiese ser arbitraria, ya no será irrestricto. Pero, por otra parte, la no arbitrariedad es una condición necesaria que funciona como requisito para la ausencia de coacción y en la formulación negativa de la libertad negativa, por ejemplo, la usada por Kaiser, se pide que la coacción no sea arbitraria, lo que da margen a que sea posible una coacción no arbitraria, es decir una coacción cuerda y razonable que en cuanto tal funcionaría de límite. Esto es razonable pero pone en evidencia nuevamente la incoherencia de la definición puesto que si la libertad consiste en ser respetado irrestrictamente y esto equivale a no ser coaccionado arbitrariamente, entonces el respeto no es irrestricto sino limitable por la coacción no arbitraria. Tenemos pues que el respeto irrestricto no exige cordura en la acción, mientras que la no coacción arbitraria no deja de lado la posibilidad de intervención de la cordura. Si el liberal pidiera ausencia absoluta de coacción, aun la de la coacción no arbitraria, sería un insensato, dado que la coacción, en cuanto que sea una fuerza o violencia ejercida física o psicológicamente sobre una persona para obligarla a restringir o modificar (limitando) su acción, incluso pero no necesariamente contra la voluntad de quien es coaccionado, no es por sí mismo algo negativo o malo. Aun la coacción arbitraria, es decir, sin criterio objetivo definido por la razón sino dependiente exclusivamente de la voluntad, no es por sí misma negativa o mala, sino que accidentalmente puede ser buena (sin evaluación de la intención), a saber, cuando accidentalmente la coacción arbitraria obliga a hacer lo bueno o a no hacer lo malo. Por consiguiente, la coacción mala no es necesariamente arbitraria, aunque es deseable y razonable que no lo sea, sino que tan sólo es mala la coacción si ésta obliga a hacer lo malo o a no hacer lo bueno. Nos parece que, si los liberales rechazan la arbitrariedad en la coacción, como en la clarificación hecha por Kaiser, no puede ser sino porque consideran y presuponen que la coacción puede ser mal usada. Si esto es verdad, entonces el liberal rechazaría la 1 Kaiser, Axel, El alma del Liberalismo Clásico, conferencia para la Fundación Responsabilidad Intelectual (FRI), grabada en Argentina, noviembre 2018 : https://www.youtube.com/watch?v=MiF5tI38lW0&t=1177s coacción porque sabe que hay acciones que no deben realizarse y a la vez porque piensa que al individuo se le debe dejar perseguir sus propios fines, es decir, no negarle que alcance el bien por sus propios esfuerzos y por razón de su propio beneficio. El liberalismo entonces, se dice con razón, es una teoría normativa porque nos dice cómo debería organizarse la sociedad y cómo debería funcionar el Estado en materia de política y economía, principalmente, para generar una condición indispensable para que los individuos puedan realizarse, alcanzar el bien en sus diferentes ámbitos. Pero siendo una normativa, también es cierto que carece de moral definida, por lo que en realidad pretende ser un teoría normativa en materia de la acción humana política y económica sin definir la moral que debe acompañar tal normativa, sino dejando dicha moral como una cuestión de elección libre, y esto es una incoherencia. Además, establezcamos que sin moral definida no puede haber derecho y que careciendo de ambos no hay criterio para identificar qué es una acción arbitraria. Notemos, por otra parte, que si el liberalismo defiende la libertad negativa —que no es sino una condición externa a los sujetos y no algo intrínseco y atinente a la voluntad de los mismos— no es sino porque presupone una libertad más fundamental, la cual podría en cierto modo ser asociada con la llamada libertad positiva o de autorealización, es decir, el poder elegir los fines que la persona considere que en la consecución de los mismos lo llevarán a su realización según su propia concepción del mundo. Y notemos a la vez que la libertad positiva tiene que depender de una libertad más básica, de la llamada libertad de autodeterminación, que es la capacidad humana como carácter metafísico de la voluntad por la cual la persona es capaz de determinarse en la elección y ordenación de los bienes particulares con vistas a un bien superior. Esta última es una condición esencial y necesaria para alcanzar la libertad de autoperfección, que no es si una libertad de autorealización pero según ya no una consideración subjetiva de los bienes que realizan a la persona, dada una particular concepción del mundo cualquiera, sino la capacidad que alcanza la persona que por la virtud y la sabiduría conduce y ordena su vida bajo la ley moral y en vista a la consecución de unos fines no que ella misma se fija, sino según que le han sido fijados por su naturaleza humana; es decir, es la libertad que se alcanza cuando la persona se ordena voluntariamente a la consecución de Dios, en cuanto le sea posible obrar para lograr tal fin, sin que alcanzarlo dependa en última instancia de él. En resumidas cuentas, si el liberal defiende la libertad negativa, debe necesariamente presuponer la libertad metafísica de autodeterminación, pues sin ésta cualquier libertad humana en un sentido derivado o analógico y no principal, tal como lo son la libertad política (poder ser partícipes en la configuración del gobierno), la libertad de autorealización o la libertad de autoperfección carecen de fundamento. La libertad de autodeterminación es, pues, el concepto analogado principal por el cual tiene significación cualquier consideración de la libertad humana en cualquiera de sus otros sentidos. No podemos entender la libertad negativa ni desearla sino porque el hombre tiene una voluntad libre, una libertad de autodeterminación que es esencial a su naturaleza humana. No tiene sentido que el liberalismo abogue para que no se limite exteriormente la acción de un ser humano si no supone que el hombre por sí mismo es capaz de dirigirse y elegir determinados fines que no obstante pueden ser impedidos por una acción u obstáculo ex- terior. Pero, a pesar de suponer el liberalismo la libertad de autodeterminación, no se ocupa de ella, como bien señala Louis Billot en El error del liberalismo. Ahora bien, si el liberalismo presupone la libertad de autodeterminación, no es necesario que se ocupe de ella, siempre y cuando la libertad negativa que defiende no sea contraria para aquélla, pero sucede que no es así y que, por el contrario, el análisis metafísico muestra que la libertad de autodeterminación es no irrestricta, sino limitada y condicionada por la naturaleza humana y por el objeto de la voluntad. Es pues incoherente pedir una libertad negativa como un respeto sin límites cuando en dicha demanda se presupone necesariamente una libertad de autodeterminación que, en tanto humana, es necesariamente limitada y no respeta ni tiene por qué respetar cualquier cosa. Si atendemos a la libertad de autodeterminación, es decir, al carácter de ciertos actos voluntarios por el cual puede el ser humano determinarse a sí mismo a elegir un bien particular en lugar de otro o rechazarlo, por el cual puede decidirse a perseguir el bien absoluto en el objeto material que lo realiza o rechazarlo en éste, descubrimos que el hombre no persigue nada sino bajo la consideración o razón de bien, lo cual significa que el objeto formal propio de la voluntad, es decir, aquello a lo que per se primo ella se dirige y que como tal la especifica es el bien. Entonces la voluntad como apetito de tipo espiritual tiene al bien como objeto formal. Esto tiene por consecuencia necesaria que ya existe una restricción impuesta a la voluntad por su objeto propio desde el mismo momento en que se constituye como voluntad, pues en cuanto que la voluntad no puede perseguir nada que no caiga bajo la consideración de bien, el bien en cuanto objeto real impone a la voluntad los parámetros, requisitos y demandas que exige para ser alcanzado y que vienen a ser límites para la acción humana. Es decir, en cuanto que el hombre realiza actos voluntarios y la voluntad está necesariamente dirigida a la consecución del bien o a la consecución de algo considerado bajo la razón de bien, según la naturaleza humana, entonces se sigue que no todo acto, por el hecho de ser voluntario es lícito y que la licitud que impone el bien es precisamente dentro del margen que éste traza como límites para la acción humana, fuera de los cuales, ésta, aunque fácticamente posible todavía, carece de aquello que le da legitimidad moral. Si a esto agregamos que no toda acción humana es voluntaria y que no toda acción voluntaria es libre, podemos añadir que no hay una razón suficiente para pedir para un ser humano que es esencialmente un ser capaz de moralidad la ausencia de coacción tal como demanda el liberalismo. En efecto, la ausencia de coacción no es una condición necesaria para que una acción humana sea buena en cuanto a sus efectos, sino tan sólo para que sea libremente elegida en cuanto buena. Y, por otro lado, tenemos que cumplido la condición deseable de libertad de coacción para que una acción buena realizada por una persona sea elegida libremente no es, sin embargo, una condición suficiente para que la acción libremente elegida sea buena. Ni la libertad negativa garantiza la libertad positiva, ni la libertad positiva exige la libertad negativa del liberalismo, porque la realización humana no pide de suyo estar libre de toda autoridad, sino que aceptando la autoridad acepta una cierta coacción no necesaria pero facultada a darse para mantener el orden y la acción recta. En efecto, estar libre de coacción no hace por sí que la persona obre bien y se realice, y, además, la coacción a veces es necesaria para que no se obre mal o para que se obre bien. No es deseable obligar a una persona a obrar bien, pero no repugna al orden y la paz social ni al bien común ni al bien particular que en ciertos casos se obligue por la fuerza a alguien a obrar bien o a no obrar mal. De hecho, la existencia del derecho y la impartición de la justicia presupone esto, pues trabaja sobre la condición de que el sujeto puede violar el derecho, trasgredir la ley y la norma que dictan el deber, y el deber en recta razón no es para la libertad, sino la libertad para el deber. Pero no se nos malinterprete, no decimos que la ausencia de coacción no sea útil y hasta indispensable para que el hombre elija libremente el bien y la acción buena en cuanto buena, es decir, con intención de obrar bien. La ausencia de coacción juega un papel relevante en una filosofía realista que entienda que la libertad es para el bien, porque en esa filosofía la libertad está inmersa en una moral definida. Tan sólo decimos que no tiene sentido solicitar una ausencia de coacción como una condición necesaria para la realización y en aras de la protección de la dignidad humana en los ámbitos político y económico y demás sin una moral definida y que el liberalismo carece de esa moral porque pone a la libertad como el mismo bien al que se debe sujetar todo lo demás, en lugar de ser aquello que se requiere para alcanzar el bien último y supremo al que la consecución de los bienes intermedios deben estar coherentemente ordenados; y esto porque aceptar que hay un bien último y supremo para el hombre que no se constituye como tal por causa de la elección libre y por el cual se establece la moral, es decir, que el orden moral no es una cuestión de elección, es renunciar al liberalismo. De hecho, la restricción que el bien impone a la voluntad, y por la cual limitación la voluntad humana no puede ser libre sin restricción, sino que precisamente es libre porque, en tanto que el hombre es finito y su voluntad es proclive a la equivocación, es decir, a la mala elección (que no es sinónima de elegir el mal) se determina dentro de los límites que no hacen inalcanzable el último fin propio, objeto material en que se realiza plenamente su objeto formal, es decir, que no hacen inalcanzable el bien concreto en que se realiza plenamente la razón de bien. Esta situación es, aunque vaga y oscuramente, comprendida casi por cualquier ser humano en tanto que casi cualquier ser humano con un cierto grado de toma de consciencia sabe que no cualquier acción es buena. Por razón de esto, el liberal no deja siempre de algún modo de superponer algo como jerárquicamente superior a la libertad y en razón de lo cual establece una cierta normativa, un deber, aunque insista en hacer de la libertad el máximo bien humano o aquel al que da mayor importancia y en el que se centra. En efecto, cuando el liberal busca un respeto al proyecto de los demás, cuando restringe la acción ya por el principio de no agresión, ya por el derecho a la vida o a la propiedad, ya porque rechace la arbitrariedad en la coacción, siempre tiene en consideración, quizá de un modo un tanto oculto y no plenamente consciente, que hay algo superior a la libertad a lo cual ella no debe trasgredir y a lo que se debe ordenar y que en cierto modo la limita. Tenemos pues, que el liberal no deja de presuponer que la libertad debe estar subordinada a algo superior, y que siempre, quiéralo o no, sea consciente de esto o no, eso a lo que se subordina la libertad también la limita por ciertas restricciones que impone a la voluntad en orden al respeto de la vida, la propiedad o la libertad; hace, pues, de la libertad tan sólo un medio o condición valioso en razón de un fin que no es la libertad. Pero en cuanto que, por otro lado, no puede haber un verdadero liberalismo si éste no hace una exaltación de la libertad, si no la toma como fin, en cuanto que tendrá que centrarse en ella y hacer de ella la cuestión más relevante, hará por lo mismo y simultáneamente de la libertad lo superior y lo más importante, el bien primario. Hay pues aquí una incoherencia también, pues el liberalismo, para ser liberalismo, ha de exaltar la libertad como lo superior a lo cual lo demás debe subordinarse y ordenarse, tal por lo cual su axioma principal es la defensa de la libertad sobre todo y ante todo, pero, en cuanto que pretenda hacer una defensa razonable de dicha exaltación, siempre terminará por subordinar la libertad a algo otro que es superior a ella para que no caiga en un libertinaje arbitrario, que es precisamente aquello contra lo cual el liberalismo quiere defender al individuo. Ahora bien, siempre que el liberalismo ordena, sin querer, la libertad a otra cosa, cuando le pone restricciones, cuando asume que se debe respetar la vida, la propiedad, no puede escapar del deber, y, por tanto, del bien, del derecho y de lo justo. Pero ¿cómo ha de poder apelar al bien y a lo justo, al respeto, cuando se ha exaltado la libertad por sobre todo? Si al liberalismo lo define poner en el centro la libertad en un sentido normativo, su axioma no es otro que la defensa de la libertad por sobre lo demás, pero si se hace esto ya no hay una razón lógicamente válida para apelar a ningún bien restrictivo de la libertad o a lo justo, porque tal apelación obliga a abandonar la defensa de la libertad como principio axiomático. Por ejemplo, si el liberal, para no caer en la irracionalidad de defender el libertinaje o la arbitrariedad, apela al principio de no agresión para restringir la libertad, tal apelación es ilegítima, porque tal principio sólo puede tener fundamento y ser coherente en un sistema de pensamiento en que la primacía está puesta en la persona y no en la libertad negativa. Mas si la primacía está en la persona eso ya no es liberalismo. Si las incoherencias señaladas que llevan a inconsistencia al liberalismo no fueran suficientes, aunque de hecho lo son, podemos señalar otra más. El liberalismo toma su nombre de la “libertad” que defiende, pero la libertad que defiende, que no es sino la libertad negativa, es uno de los sentidos más débiles que tiene el término “libertad”, puesto que no se refiere a una cualidad intrínseca del ser humano por la cual una persona es considerada un ser libre en el sentido más estricto, sino tan sólo una condición externa a la persona que en cuanto tal no se refiere a la persona sino a un estado de cosas o, más bien, a una ausencia de estado de cosas que obstaculicen la acción humana. En verdad, la libertad de que habla el liberalismo no es sino tan sólo y simplemente un no-intervencionismo, por lo que en cuanto al nombre, el liberalismo ha hecho una mala elección, porque mejor le sería llamar a su conjunto de ideas “teorías del no-intervencionismo” antes que llamarle “liberalismo”. Conclusión: Hemos dicho que hay actualmente una popularización del liberalismo gracias a la promoción que de éste han hecho ciertas figuras mediáticas de un elevado nivel intelectual que son a la vez buenos difusores de ideas. También vimos que el liberalismo es nor- malmente entendido como el respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo, pero hemos analizado y demostrado que este respeto no es irrestricto sino restringido. También vimos que el liberal no puede escapar a poner restricciones a la libertad y que estas restricciones se dan por razón de que la libertad debe quedar subordinada a algo que le es superior, pues la libertad negativa siempre supone la libertad de autodeterminación y esta libertad está ligada al bien para la naturaleza humana, y puesto que la libertad así queda subordinada, también por ello pierde el nivel de importancia que el liberal quiere darle. Además, vimos que al perder la libertad esta importancia de ser lo superior y aquello hacia lo cual el liberal quiere ordenar todo lo demás, el liberalismo carece de razón suficiente para llamarse liberalismo, puesto que el nombre lo toma del término libertad y por razón de eso debiese centrarse en la libertad como si fuese lo más importante. Hemos hecho ver también que la libertad a la que se refiere el liberalismo a la que no puede además dejar de restringir, es uno de los sentidos débiles del término “libertad” y que como tal no se refiere a una cualidad intrínseca de la persona sino a una condición de no-intervención sobre las acciones humanas, por lo cual el liberalismo sería mejor llamado, en orden al rigor conceptual, teorías del no intervencionismo. Por último, también señalamos que, en verdad, en cuanto que las teorías del no-intervencionismo ponen en el centro de su quehacer teórico a la no intervención (libertad negativa) sobre la acción humana, lo cual presupone la libertad metafísica, y hace de esta no-intervención lo superior, no tiene una justificación lógicamente racional para introducir ciertas restricciones a la acción humana, tales como el principio de no agresión, la defensa de la vida o la propiedad. En efecto, de la defensa de la libertad, es decir, de la no-intervención, como axioma principal de las teorías a favor del nointervencionismo mal llamadas liberalismo, no puede derivarse la noción de derecho, de justicia, de bien o de deber, y, por consiguiente, el liberal, es decir, el teórico o partidario de la nointervención, si termina por recurrir a estas nociones implícitamente contenidas en o implicadas por sus restricciones a la libertad, a la cual no puede dejar sin limitaciones, no deja de hacer uso de una moral y de un derecho ajenos a la teoría liberal: pretende ser una normativa con categorías morales o jurídicas ajenas; entonces la moral y el derecho a los que el liberal apele para restringir la acción sobre la cuál ya no interviene algo exterior al sujeto que la realiza no son cuestiones intrínsecas a su teoría sino nociones, variables o condiciones exógenas subrepticiamente introducidas para frenar la consecuencias que se seguirían lógicamente de la exaltación de la libertad negativa, que no son otras que llegar a un anarquismo y un libertinaje sin moral, irrestricto, y la imposición del dominio de la fuerza sin derecho. Ciudad de México, 2022