La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar
la textualidad derridiana
Ana Sorin. FFyL-UBA/CONICET
Recibido 20/12/2021
Resumen
Abstract
Este artículo tiene como propósito principal
investigar la famosa sentencia derridiana «il
The exorbitance of the supplement. Notes to
think about Derridian textuality
n’y a pas de hors-texte», que como sabemos
entró a significar una especie de slogan de
época. En función de este propósito,
realizamos un examen del contexto de
aparición más inmediato de la mentada frase,
estudiamos sus condiciones de recepción y
problematizamos el sentido de «texto» y
«escritura» en el pensamiento derridiano.
Como mostramos, estas nociones no se
vinculan con ninguna «hiperbolización» del
lenguaje, sino más bien su ruina.
Palabras clave:
materialidad.
Derrida,
deconstrucción,
The main purpose of this article is to
investigate the famous Derridian sentence «il
n’y a pas de hors-texte», which came to mean a
kind of slogan. Based on this purpose, we
carry out an examination of the context of
appearance of the mentioned sentence, study
its reception conditions and problematize the
Derridean meaning of «text» and «writing».
As we aim to show, these notions are not
associated with any «hyperbolization» of
language, but rather its ruin.
Key
words:
materiality.
Derrida,
deconstruction,
187
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
188
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar
la textualidad derridiana
Ana Sorin. FFyL-UBA/CONICET
Recibido 20/12/2021
«Il n’y a pas de hors-texte». Icónica sentencia, inicialmente perteneciente a De la
grammatologie, pero rápidamente aislada e hiperbolizada al punto de mentar una
especie de slogan de época. Como tal, éste se supone que vino ensalzar un sinnúmero
de muertes (de la filosofía, de la historia, del sujeto y de la verdad, cuanto menos) y a
inscribir una suerte de relativismo tremendamente vago. Sin embargo, ¿es realmente
así?
Esta investigación se orienta a problematizar lo que «texto» pueda significar en el
pensamiento derridiano. Un propósito tan mínimo como infinito, que nos resulta un
paso obligado para tentar cualquier comprensión cabal de la mentada sentencia.
189
Antes de internarnos en esa vía de meditaciones, no obstante, quisiéramos reparar
sobre el tipo de repercusiones que aquélla inspiró. Porque si bien sugerimos que en
rigor data de 1967 –año de publicación de De la grammatologie–, parece haber causado
particular pasmo durante los a partir de los 80. Por ejemplo, Habermas no dudó en
leer la frase en la línea de una filosofía «neoestructuralista» que venía a desplazar a la
«filosofía de la conciencia» en favor de la «filosofía del lenguaje» (Habermas, 1989:
197-254), y en la misma línea fue que Alex Callinicos aseveró que la deconstrucción
clamaba que no hay afuera del discurso (1991: 73).1 Así las cosas, unos años adelante
Peet Richard llegó a sentenciar que la filosofía derridiana era partidaria de un
«idealismo discursivo» (1996: 96-98), e incluso se llegó a leer que «los posmodernos»
trataban los «fenómenos extra-textuales» con un grado de escepticismo semejante al
que «la ciencia normal concede a los relatos sensacionalistas de extraterrestres»
(Ninkovich, 1998: 452). Probablemente el tono de estas últimas afirmaciones se haya
Si durante este estudio problematizaremos la relación entre texto y lenguaje, nótese que la elección
de Callinicos por «discurso» dirime –demasiado rápidamente, en nuestra opinión– lo que «lenguaje»
pueda significar.
1
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
visto alentado por el affaire Sokal. Examinar los pormenores de este célebre escándalo
nos excede, pero baste recordar que Alan Sokal envió un manuscrito «disparatado»
intitulado Transgressing the Boundaries: Towards a Transformative Hermeneutics of
Quantum Gravity a Social Text –una supuesta revista «posmoderna»– para ver si
pasaba su evaluación y así probar la total falta de juicio y criterio de la filosofía
(«continental») contemporánea. En «A Physicist Experiments With Cultural Studies»
se detiene sobre las razones que motivaron su intervención, y dice:
Hay un mundo real; sus propiedades no son meras construcciones sociales; los hechos y las
pruebas sí importan. ¿Qué persona cuerda diría lo contrario? Y, sin embargo, gran parte de la
teorización académica contemporánea consiste precisamente en intentos de difuminar estas
verdades obvias (Sokal, 1996: 63).
De los 90 al día de hoy han pasado varias décadas, pero nos detuvimos allí
porque creemos que lo nuclear de aquellos pareceres perdura y continúa
reversionándose de distintos modos. Aquí cabe nombrar a Quentin Meillassoux, uno
de los principales proponentes del «realismo especulativo» –línea que fue tendencia
190
N.º 106
Mayo 2022
hace unos años, casi inmediatamente tras la muerte de Derrida. El realismo
especulativo caracteriza a la tradición precedente en términos de lo que llama
«correlacionismo», lo que a su vez viene a nombrar una postura que sostiene que no
hay acceso sino al correlato de la propia forma subjetiva del conocer. Ante la
imposibilidad de acceder a un absoluto, el pensamiento se habría abandonado a un
solipsismo poco menos que onanista. En rigor de verdad Meillassoux no nombra a
Derrida (algo no tan extraño, teniendo en cuenta que su ensayo se demora en pocos
nombres propios), pero sí se refiere a las descaminadas vías por las que se las vio la
filosofía del siglo XX. Pese a esta omisión, recorriendo sus análisis es bastante claro
que el autor toma al argelino como blanco de sus críticas. En acuerdo con su
diagnóstico, le concerniría a un «correlacionismo fuerte», es decir, una variante
extrema del correlacionismo que reza que el absoluto es no sólo incognoscible, sino
asimismo impensable: autolimitación del filosofar que acaba por develarse preso de
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
un «afuera claustral» y que lo acerca peligrosamente al fideísmo, e incluso a la
religión.2
Al margen de la opinión que nos deba este intento por acceder epistémicamente
a un mundo sin nosotros (acceso que, por añadidura, es necesario recordar que
Meillassoux halla en particular en las cualidades primarias, esto es, a través de la
matemática), cualquier lector asiduo de Derrida percibe a las claras que se trata de un
perfil algo insólito que atribuirle. De acuerdo con este retrato la deconstrucción
parece abrevar en un idealismo subjetivista. Pero, ¿no era justamente para levantarse
contra tales consideraciones que durante sus primeros años de producción el
argelino empezó a hablar en términos de logofonocentrismo? De hecho, en su
reciente estudio sobre la noción de archi-escritura, Deborah Goldgaber sugiere que lo
que ahora se lee como «correlacionismo» es nada más que una variante de lo que
Derrida veía como metafísica de la presencia (cf. Goldgaber, 2020: xiv).
No es nuestra intención ahondar en el debate particular con el realismo
especulativo, pero este último comentario de Goldgaber nos da el pie para indicar
que, tal como ha sido popular aquella comprensión «sesgada» de «Il n’y a pas de horstexte», dentro de la literatura crítica derridiana sobrevuela cierto malestar ante esta
191
situación. John Caputo dice que es por aquella tan mala comprensión de la
textualidad derridiana que parecemos quedar ensimismados sobre «el juego de
significantes, con la nariz apretada contra la pared de vidrio de nuestra célula
lingüística, intentando ver, más allá de ella, el mundo de afuera» (Caputo, 2001). Un
descontento semejante ha expresado Patricio Peñalver –uno de las mayores
referencias en la literatura especializada hispanohablante–, que asegura que «la
deconstrucción no es una filosofía del lenguaje, menos todavía una manifestación
representativa de lo que algunos consideran críticamente como una ‘inflación’
lingüística característica de la filosofía contemporánea, y una renuncia de ésta a tratar
los problemas, dicen, ‘reales’» (Peñalver, 1990: 136).
Avanzando un poco sobre la comprensión específica de «Il n’y a pas de hors-texte»,
Sean Gaston señala al menos dos circunstancias que parecen facilitado que
arraigasen esas opiniones (Gaston, 2001: xx-xxi). Por un lado, en su respuesta a
Cf. Meillaissoux, 2006: 99. Martin Hägglund acuerda con nosotros: «Aunque Meillassoux rara vez lo
menciona por su nombre, Derrida es claramente uno de los targets previstos en su ataque a la idea de
un ‘wholly other’ más allá del alcance de la razón» (Hägglund, 2011: 115).
2
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
«Cogito et histoire de la folie» (1963), Foucault atribuyó a Derrida «una pequeña
pedagogía que enseña al estudiante que no hay nada fuera del texto» (Foucault, 1994:
267). Allí se ve cómo se empieza a hacer pasar como equivalentes textualidad y
documento escrito. Nos eximimos de entrar aquí en detalles en torno a la discusión
sobre el texto cartesiano a propósito de la cual Foucault dice eso. Por lo pronto
recordamos que, contrariamente al matiz que rápidamente pareció tomar, el origen
de esa controversia no parece haber sido una desavenencia teórica sino más bien un
altercado de carácter personal.3
La segunda referencia que apunta Gaston en esta «historización» es la traducción
de Of grammatology en 1976, donde se supone que Gayatri Spivak habría convertido
«il n’y a pas de hors-texte» en «there is nothing outside of the text». La indicación de aquel
error de traducción es habitual, casi una especie de lugar común.4 En teoría, ese matiz
reconfiguraría el panorama, porque haría pasar de la mera inexistencia de un «texto
exterior» a la inexistencia de exterioridad alguna al «texto». Y ello –argumentan
quienes apuntan críticamente hacia Spivak– habilitaría entender la noción de texto
como una inmanencia cerrada, dejándonos muy próximos a la des-realización de lo
real (y, por lo tanto, decíamos, a un paso del relativismo). Pero insistimos, ¿es
192
realmente así?
Como adelantamos, el objetivo de este modesto escrito es ayudar a echar algo de
N.º 106
Mayo 2022
luz sobre la situación de esta famosa frase. Eso nos exige, a su vez, interpretar lo que
«escritura» y «textualidad» significan para Derrida. Teniendo esto en cuenta, este
escrito tendrá fundamentalmente dos partes, y cada una constará a su vez de dos
apartados.
La primera parte se aprestará, en primer lugar, a explorar el contexto más
inmediato de aparición de la mentada sentencia, revisando los matices habidos entre
sus distintas versiones y deslizando –ya que es inevitable no hacerlo– una modesta
interpretación posible de su sentido. En segundo lugar comentaremos la traducción
de Spivak. Teniendo en cuenta que, como se verá, ésta no nos parece incorrecta,
ofreceremos también una hipótesis para pensar de modo más amplio los motivos
Peeters documenta cómo si bien al principio el francés recibió positivamente las lecturas del joven
Derrida de su propio texto, luego hubo una situación editorial que resintió el vínculo e hizo variar el
tono de sus discrepancias. Cf. Peeters, 2013: 164-165, 224 y 292-295.
4 Además del escrito de Sean Gaston, cf. Bradley, 2008: 143 y 156 y Deutscher, 2014: 98-124.
3
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
detrás de la mentada recepción. Como quedará claro, ésta tiene que ver no con una
traducción desafortunada sino con el semblante de la recepción derridiana en
Estados Unidos.
Sobre esto, la segunda parte del artículo se orientará primero a poner en común
algunos elementos que juzgamos clave para pensar –ahora sí, más frontalmente y por
la «positiva»– en qué puede consistir la noción derridiana de escritura. En un
segundo término, revisaremos dónde queda el vínculo de Derrida con Saussure, y
terminaremos de apuntar el desplazamiento de la lingüística que –en nuestra
opinión– supone la escritura del argelino.
1. No hay afuera de (con)texto
I. 1. Descender al peligroso suplemento
«Il n’y a pas de hors-texte» aparece sobre el término de »...Ce dangereux
supplément...», el segundo capítulo de la segunda parte de De la grammatologie. En
rigor de verdad se trata de dos «versiones» de la misma sentencia, muy semejantes
pero ligeramente distintas. Creemos oportuno detenernos en una y otra, de cara a
evaluar la justeza de la labor de Spivak y comenzar a problematizar su significado.
193
Podría decirse que la primera «versión» se introduce a cuento de cierta
justificación de su metodología de lectura, previniéndose de que alguien pudiera
juzgar forzadas sus interpretaciones sobre Rousseau.
No queremos demorarnos demasiado en este punto (en la segunda parte del
artículo revisaremos el sentido de muchos de estos elementos), pero es sabido que las
lecturas que hace De la grammatologie de Rousseau son clave para su presentación de
la noción de suplemento. En términos sucintos, baste recordar que si el siglo XVIII
interpretaba que lo principal del hombre era cultura y entendía a esta última a partir
del lenguaje, Derrida mostrará cómo Rousseau, a la par que intenta «fundamentar» el
fonocentrismo (es decir, aquella comprensión del lenguaje a partir de la
preeminencia de la voz como exteriorización de la intención significante), no puede
sino encontrarse embargado por elementos gráficos. Es decir, por elementos que
coartan el circuito «autoafectivo» del alma, develándola suplemento.
Lo que nos interesa marcar es que Derrida apunta constantemente que lo que
declara hacer Rousseau difiere de lo que en efecto hace. Y ese «desliz» el joven argelino
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
lo marca poniendo de relieve aspectos que lectores (tal vez, algo más conservadores)
juzgarían irrelevantes, nimias o directamente hilarantes de atender. De ahí la
«justificación metodológica» que comentásemos recién. Lo que indica, entonces, es
que una opción para él sencillamente realizar un comentario obediente –
«duplicante»–, como tampoco arriesgar una lectura «trascendente», es decir,
orientada «hacia un significado fuera de texto […], fuera de la escritura en general»
(DG, 227/202). Y agrega:
No hay afuera del texto [Il n’y a pas de hors-texte]. Y esto no porque la vida de
Jean-Jacques no nos interese ante todo, ni la existencia de Mamá o de Teresa
mismas, ni porque no tengamos acceso a su existencia llamada «real» más que en
el texto ni tengamos ningún medio de obrar de otro modo […]. Lo que hemos
intentado demostrar siguiendo el hilo conductor del «peligroso suplemento», es
que dentro de lo que se llama la vida real de esas existencias «de carne y hueso»,
más allá de lo que se cree poder circunscribir como la obra de Rousseau, y detrás
de ella, nunca ha habido otra cosa que escritura. (Derrida, 1967a: 227 [Derrida, 1986:
202]).5
194
Vemos claramente cómo, contra la sugerencia de Foucault, a los ojos derridianos
N.º 106
Mayo 2022
«texto» no equivale al documento, archivo ni libro sino que atañe a lo que llamamos
y vivimos como «realidad». Lo cual no quiere decir, claro está, que ésta se reduzca a
un embuste, a un vano espejismo: tan sólo nos habla de la preeminencia del
«peligroso» suplemento. Este último reenvía, básicamente, a la no contemporaneidad
a sí del presente, así como a la desaparición de todo horizonte último que sature el
sentido de las cosas. Empezamos a sospechar que antes que de una inmanencia
cerrada, «el texto» versa sobre la incompletitud y la heteroafección que horada todo
lo que hay.
La primera cursiva es de Derrida, la segunda es nuestra. La traducción literal de «il n’y a pas de horstexte» sería «no hay texto exterior». Aunque hacemos la aclaración y encorchetamos el original,
transcribimos ahí esa «mala» traducción (coincidente con Spivak) porque, como quedará más claro a
continuación, de cierto modo nosotros la «reivindicamos». Por lo demás, si bien en general trabajamos
con el francés, en esta ocasión –de traducciones en pugna– nos pareció adecuado cotejar también la
edición castellana de Oscar del Barco. Él sigue a Spivak.
5
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
Por todo esto es que no tiene demasiado sentido vérselas con el texto
rousseauniano («texto» aquí tomado en sentido estrecho) como con un documento
concluso, cerrado y perfectamente autónomo. Ha dicho de Derrida: «Cuando digo
que no hay nada fuera del texto quiero decir que no hay nada fuera del contexto»
(Derrida, 1999a: 79). En otros términos, nada ostenta una robustez ontológica tal que
signifique de modo aislado o exista de modo autónomo. Es decir, nada subsiste en el
vacío. Sin embargo, y por ese mismo motivo, tampoco es viable pretender reconducir al
texto a un contexto que haga de horizonte último, que totalice las referencias y
permita traslucir su sentido total. Esto significa que con Derrida tenemos que pensar
tanto que no hay nada sin contexto como que ningún contexto resulta totalizador. Por
disímiles que puedan parecer, ambos contoneos vienen acompasados, y acontecen
por la colisión del principio de identidad. Como veremos, no hay sino suplemento,
esto es, huella escritural.6
La segunda «versión» de la célebre sentencia tiene lugar unas pocas páginas más
adelante, dice:
Si consideramos, según el propósito axial de este ensayo, que no hay nada fuera del texto [qu'il
195
n'y a rien hors du texte], nuestra última justificación, por tanto, sería la siguiente: el concepto de
suplemento y la teoría de la escritura designan, como tan a menudo se dice hoy, en abismo, la
textualidad misma dentro del texto de Rousseau. Y veremos que el abismo, aquí, no es un accidente,
feliz o desdichado. […] El suplemento mismo, por cierto, en todos los sentidos de la palabra, es
exorbitante (Derrida, 1967a: 233 [Derrida, 1986: 207-208]. Las cursivas son nuestras).
La cuestión de la escritura es lo que inscribe tal vez de modo más palmario la
imbricación de Rousseau en la tradición. Ya que nunca inauguramos la palabra, toda
pluma porta una pregnancia histórica que no elige, a la que no da concienzudamente
acogida porque es, en verdad, posibilidad de su sola enunciación. Por eso siempre se
dice más y menos de lo que se pretende, porque una miríada de porfías e intrigas
trabajan cada articulación de sentido. Y en este punto particular, baste recordar que
Como desarrollaremos en la segunda parte, la cuestión de la huella viene a señalar la diacronía y el
espesor material que bañan a la identidad toda cuando se la considera de modo escritural. Como se
sabe, en el caso particular de Derrida no es sencillo establecer arqueologías ni inscribir filiaciones de
derecho –él mismo se encarga de multiplicar cada señuelo–, pero baste recordar que la envergadura
6
filosófica de «huella» (trace) es sumamente profunda y trae aparejada matices que reenvían a Freud,
Heidegger, Lévinas y Blanchot.
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
Derrida rastrea el vértigo a la escritura que, al menos desde Platón, ha caracterizado
al pensamiento occidental. No sabemos hablar de otra manera. De ahí que Rousseau
no sea «únicamente» –ni tampoco «del todo»– Rousseau (y que por tanto su «propia»
existencia en «carne y hueso» –en caso de que tal cosa resultase siquiera accesible– no
pueda venir a dirimir la «correcta» lectura de sus libros).
No hay texto «exterior» del mismo modo como no hay «fuera» del texto. Porque,
insistimos, somos al modo de la huella. Huellas que, como están atravesadas por una
diacronía esencial, no son autotélicas sino suplementarias. Pero el suplemento es
exorbitante: está fuera de órbita, no se deja alinear, digerir ni apaciguar. Por lo tanto,
sí, «no hay afuera del texto» pero el texto es poroso. Se entrama de agujeros y aberturas
que, como es claro, no «desembocan» en ninguna exterioridad (claro, ¡porque no hay
afuera del texto!). Empezamos a sospechar que se trata menos del repuje de una
inmanencia cerrada y de un desdén irrealista que del reparo ante el carácter
«ontológicamente entreabierto» de todo lo que hay.
Ahora bien: a la hora de leer, nada de esto es motivo de desaliento. Desliza
Derrida: «Aunque no sea un comentario [de los duplicantes], nuestra lectura debe ser
interna» (Ibid: 228 [Ibid: 203]). Una lectura «interna» que desconfía de la completitud
196
del texto al que se aboca es una lectura que se sabe escritura: una que sabe que no
recoge pasiva y unidireccionalmente datos o caracteres, sino que avanza inscribiendo
N.º 106
Mayo 2022
sentido. Otra cosa no se puede, no hay modo de leer sin agregar (y quien diga lo
contrario, pensaría Derrida, tan sólo está queriendo hacer pasar por «ecuánime» su
propia parcialidad).
Nos permitimos aquí recordar un elocuente fragmento de La pharmacie de Platon:
Habría, pues, con un solo gesto, pero desdoblado, que leer y escribir. Y no habría entendido
nada del juego quien se sintiese por ello autorizado a añadir, es decir, a añadir cualquier cosa. No
añadiría nada, la costura no se mantendría. Recíprocamente tampoco leería aquel a quien la
«prudencia metodológica», las «normas de la objetividad» y las «barandillas del saber» le
contuvieran de poner algo de lo suyo. Misma bobería, igual esterilidad de lo «no serio» y de lo
«serio». El suplemento de lectura o de escritura debe ser rigurosamente prescrito, pero por la
necesidad de un juego, signo al que hay que otorgar el sistema de todos sus poderes (Derrida,
1972a: 80).
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
Lo importante sería, por tanto, seguir las fibras «frágiles» del texto. Es decir,
rastrear aquellas hebras liminales que trabajan todo su radio y que, en la medida en
que lo develan falto de fundamento último, lo abren a la relectura. Se trataría, para
abrevar una vez más sobre la metáfora textil, de prestar escucha a la «hilacha» que
(des)hace al texto. Como es esperable, esto no puede hacerse estudiándolo como a un
objeto delante de sí, ante la mirada imparcial. No sólo porque, como indicamos, la
sola unidad o el «adentro» del texto es lo que está en duda, sino todavía –y más
gravemente– porque sucede que estamos dentro del texto de Rousseau (cf. Derrida,
1967a: 230 [Derrida, 1986: 205]). Otra de las consecuencias de la polémica sentencia.
Volvemos sobre lo que sugeríamos hace un momento: porque somos al modo de la
huella es que estamos imbuidos en un lenguaje, en una lengua y en una tradición
que, aun si también oscilan por mor de su propia raigambre histórica, nos imponen
una determinada economía de significación. Ésta no se hace ostensible recién en los
preceptos positivos, en los mandatos o saberes explícitos relativos a nuestra
idiosincrasia cultural, sino que se filtra también en los vértigos que trabajan nuestras
aversiones, e incluso también en los artefactos y soportes que solemos tomar por
indiferentes. Especialmente en ellos, incluso: de allí que la escritura (que algunos
197
dirían que es una práctica «extratextual») sea uno de los sitios privilegiados donde
Derrida se y nos lee.
I.2. «Tradicciones»
Volviendo sobre la hipótesis de Sean Gaston, juzgamos muy difícil que la
responsable de las interpretaciones sesgadas de esta(s) sentencia(s) sea realmente
Spivak. Como comentamos, no es extraño aducir que ella tradujo mal (como si
Derrida no hubiera dicho que no hay fuera del texto, sino tan sólo que no hay texto
exterior), pero de hecho venimos de corroborar que sí dice eso. Y aunque no fuera el
caso, el punto es que en su pensamiento son aseveraciones que se reenvían
mutuamente, de cierto modo como las figuras en un caleidoscopio: no hay texto
exterior porque no hay afuera del texto. El asunto clave en todo caso es, por supuesto,
qué se entienda por «texto». Ahí se dirime todo. Y en ese punto, creemos, importa
más la cualidad de las herencias a través de las cuales se lee a Derrida que la
eventualidad de un error aislado. Error que –es necesario subrayarlo– no existe
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
realmente: en la segunda de las versiones, cuando Derrida escribe «qu’il n’y a rien hors
du texte», Spivak traduce «that there is nothing outside the text» (Derrida, 1976: 163). Y
en la primera, «Il n’y a pas de hors-texte», Spìvak transcribe: «There is nothing outside of
the text [there is no outside-text; il n’y a pas de hors-texte] » (Ibid: 158).7 El corchete es de
Spivak. Incluso si «there is nothing outside of the text» puede resultar descaminada
(en efecto, en nuestra opinión habría sido mejor limitarse a «there is no outside-text»),
la aclaración siguiente matiza su carácter unidireccional. Para cualquiera que tenga
presente ese capítulo de De la grammatologie es claro que ella hace aquella elección
teniendo en cuenta todo su ancho del capítulo, haciendo dialogar esta sentencia con
su «reversión» siguiente.
¿De dónde parten, entonces, esas lecturas tan habituales que suelen entender la
textualidad como destilación lingüística? A continuación nos gustaría arriesgar una
hipótesis.
En primer lugar, lo que sugerimos es que gran parte de esta asociación se debe a
la «rejilla de inteligibilidad» más habitual para aproximarse al sesentismo francés, a
saber, el enfrentamiento entre fenomenología y estructuralismo, comprendido a su
vez como la lucha entre la defensa de los estratos antepredicativos de la subjetividad
198
trascendental y la explosión de la problemática del signo y el consecuente
descentramiento del sujeto (en adelante, reducido a una mera función estructural).
N.º 106
Mayo 2022
Allí, por ejemplo, viene a inscribirse la opinión de Habermas que señalamos hace un
momento, que ve a Derrida como un «neoestructuralista».
Esta perspectiva general ha tenido muchos portavoces. Por ejemplo, Foucault ha
explicado:
En el momento en que el problema del lenguaje salió a la luz, se mostró que la
fenomenología no era tan capaz como el análisis estructural de dar cuenta de los efectos de
sentido que podían ser producidos por una estructura de tipo lingüístico, en la que el sujeto, en la
perspectiva de la fenomenología, no intervenía como donador de sentido. Y naturalmente, al
encontrarse la novia fenomenológica descalificada por su incapacidad para hablar del lenguaje, el
estructuralismo pasó a ser la nueva novia (Foucault, 1983: 195-211).
Un diagnóstico parecido ofrece Vincent Descombes, según el cual en los 60 el
7
En el caso de esta cita, dejamos las bastardillas como figuran en la traducción de Spivak.
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
interés por «las tres H» (Hegel, Husserl y Heidegger) aminora y la cuestión de la
dialéctica se ve reemplazada por las relaciones diferenciales (Descombes, 1979: 93). Si
a este panorama no le faltan adeptos es porque goza de una clara verosimilitud. A
partir de este retrato sería perfectamente aprehensible, para el caso, que el argelino
hubiera comenzado trabajando dentro del horizonte husserliano para luego
comenzar a desarrollar la cuestión de la escritura precisamente durante los años que
mayor peso tuvo el estructuralismo en las disciplinas humanas. Es verdad que cierto
timing parece propiciar este mapeo, pero creemos necesario ejercitar aquí una sana
cuota de sospecha.8 En función de ello, valga recordar que ya en 1963 se lee a Derrida
decir que el estructuralismo sólo pudo proliferar bajo la tutela de la fenomenología
(Derrida, 1967b: 45-46), y que en 1967 De la grammatologie abre su primer capítulo
aseverando que el vocablo «lenguaje» ha alcanzado los últimos años una inflación tal
que su sentido se ha devaluado por completo –para proponer, en cambio, el estudio
de la escritura (Derrida, 1967a: 15). Pese a estos señuelos –que por sí solos creemos
que ya demandan trazar otras cartografías intelectuales–, el binomio fenomenologíaestructuralismo sigue oficiando como lente de acceso al pensamiento derridiano. 9 Por
ejemplo, Arthur Bradley ha dicho que la deconstrucción se dirime en el espacio de
199
una «negociación intrincada» entre el estructuralismo y la fenomenología, (cf. 2008:
34) y Claire Colebrook ha dicho que la noción de différance nace del compromiso que
Derrida mantiene
tanto con las premisas estructuralistas como fenomenológicas
sobre el lenguaje y el significado (cf. Colebrook, 2014: 292).
En un segundo lugar, sin embargo, quisiéramos complementar esta respuesta
provisoria.
Porque
si
bien
nosotros
desconfiamos
del
señalamiento
del
«enfrentamiento» general entre fenomenología y estructuralismo como llave de
acceso absoluta a la Francia del 60, las aspiraciones de nuestra investigación son
bastante más modestas. No pretendemos expedirnos sobre una cuestión tan amplia,
En esa dirección se orienta el artículo X de quien escribe (información protegida para asegurar la
imparcialidad del referato).
9 Por lo demás, es útil tener en cuenta que la línea fenomenológica que «reaccionó» a la creciente
propagación del estructuralismo fue, justamente, la línea de la que Derrida siempre desertó (es decir,
la vía existencialista, de la mano de Sartre y Merleau-Ponty). Como es ostensible en Le problème de la
genèse dans la philosophie de Husserl e «Introduction à L’origine de la Géométrie de Husserl», él se dedicó a
Husserl desde una perspectiva sensible a los problemas epistemológicos, desde una perspectiva más
bien próxima a Cavaillès, Tran Duc Thao y Canguilem. Habla de ello en: Derrida, 1999b: 19-21.
8
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
sino que nos ceñimos sobre el caso derridiano en particular. En este punto hemos de
notar que, deteniéndonos sobre la recepción de su pensamiento temprano, hay una
circunstancia que resulta insoslayable para entender los avatares que le siguieron, a
saber: su recepción en Estados Unidos. Vamos a detenernos sobre ella, entonces.
Una primera referencia que es necesario tener en cuenta es «La structure, le signe
et le jeu dans les discours des sciences humaines», una conferencia que dio Derrida
en la John Hopkins University en 1966. Ésta tuvo lugar el marco de un simposio
titulado «The Languages of Criticism and the Sciences of the Man», organizado a los
fines de dar a conocer al estructuralismo en Estados Unidos. Pese a ello, su trabajo no
responde exactamente a la propuesta inicial del simposio, no sólo porque sus
palabras distan de ser laudatorias sino porque de hecho no hacen otra cosa que
marcar las limitaciones internas del estructuralismo (en razón, justamente, de su
todavía férrea pertenencia a la metafísica occidental).
No sólo, como documenta François Cusset en su famoso estudio sobre la french
theory, la presentación de Derrida fue la más impactante del evento (2003: 40), sino
que marcó un acontecimiento sumamente importante para el destino intelectual
estadounidense. En esa dirección es que señala Angermuller:
200
Durante este evento los americanos aprendieron que si el estructuralismo estaba entre las
N.º 106
Mayo 2022
últimas modas intelectuales en París, las interrogaciones críticas del saussurianismo (por ejemplo,
Derrida) mostraban que ya estaban emergiendo nuevas tendencias. Así, mientras que el
estructuralismo era a menudo reducido a una caricatura, el postestructuralismo devino
rápidamente un término general para designar varias líneas provenientes de la Europa
continental (2015: 16).
Algo muy semejante apunta Peter Salmon, autor de la última biografía disponible
de Derrida: «pero para el momento que hubo finalizado [su presentación], el proyecto
estructuralista entero estaba en duda, sino muerto. Un acontecimiento había ocurrido:
el nacimiento de la deconstrucción» (2020: 10).
Lo que nos interesa rescatar es que si bien, como dijimos, ese evento se realizó con
el fin de compartir los últimos desarrollos franceses con los Estados Unidos y así
poner en comunicación sus tradiciones, con lo que allí entraron en contacto fue con sus
pensamientos críticos. Y allí, queriéndolo o no, Derrida resultó angular, acaso un
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
perfecto exponente de las «novedades» provenientes de ultramar. Pero lo más
relevante para nuestra investigación es que ese encuadre resultó igualmente relevante
para la comprensión de la filosofía del argelino. Doble determinación, entonces: la de
la impronta derridiana sobre la recepción del pensamiento francés en los Estados
Unidos, y de la de la traducción yankie de lo que «derridiano» entró a significar en esas
tierras (que, huelga decirlo, no es cualquier tierra, sino una verdadera potencia
económica y militar, no menos que cultural e intelectual).
Ahora bien, además del coloquio de Baltimore, hay aunque sea una segunda
circunstancia que creemos importante marcar para terminar de bosquejar el
panorama: la aparición de Of Grammatology, como ya dijimos, en 1976. Porque si bien,
como venimos de decir en el párrafo anterior, Derrida entró en relación con los
Estados Unidos en 1966, no fue sino hasta la década siguiente que adquirió renombre
y protagonismo. De este modo, quisiéramos notar que con independencia de la
buena o mala praxis de traducción spivakiana, la sola irrupción de Of grammatology
causó en sí misma suficiente impacto. Peggy Kamuf no duda en afirmar que éste fue
«el más conocido de sus libros para muchos lectores angloparlantes» (Kamuf, 1991:
31).10 Por su parte, leemos una vez más a Peter Salmon:
Además, reflejando un sesgo hacia el lenguaje y la lógica, la mayor parte de las
introducciones anglófonas de Derrida han tendido a comenzar sus análisis a través de la
lingüística y la semiótica. En esta versión, el Curso de Lingüística General de Saussure establece la
naturaleza arbitraria de la relación entre el significante y el significado, la palabra y lo que
denota, y Derrida simplemente representa lo que sucede cuando este argumento se lleva a su
culminación lógica, es decir, [indica que] todos los significantes floran libros de sus significados
putativos de tal manera que ningún significado trascendental puede garantizar el significado.
Quedamos atrapados en una malla de lenguaje (il n’y a pas de hors-texte), donde todo es relativo,
contingente, tendiente al caos (2020: 20).
Estas palabras nos permiten inferir que no sólo muy probablemente De la
grammatologie haya sido el título privilegiado de la «tríada» de 1967 (ya que, como
A su vez, si tenemos en cuenta que, como asevera Sarah Wood, las fuentes literarias tratadas en
L’écriture et la différence no fueron especialmente importantes para los primeros lectores ingleses y
americanos de Derrida, probablemente eso signifique que Of grammatology fue el título destacado de la
consabida tríada de 1967 (De la grammatologie, L’écriture et la différence y La voix et le phénomène). Cf.
Wood, 2009: 168.
10
201
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
sabemos, ese año Derrida editó también L’écriture et la différence y La voix et le
phénomène), sino que a su vez lo que hizo particular mella fue su primera parte
(«L’écriture avant la lettre»).
En otros términos: habiendo sido leído inicialmente como un crítico del
estructuralismo (cuyo ideal epistemológico descansa en la lingüística), la filosofía
derridiana fue comprendida en clave eminentemente «post-saussuriana». Lo que es
decir, «post-estructuralistas». A propósito de este rótulo, en su tesis sobre la
recepción y las traducciones de Derrida en los Estados Unidos René Lemieux explica
que no es un término que haya circulado en Francia, y que fue de cabo a rabo
manufactura estadounidense. Y en particular que apareció justamente en 1976 (cf.
Lemieux, 2015: 213).11 1976: el año en el que se edita Of grammatology.
Eso no quiere decir, no obstante, que responsabilicemos a Spivak. El amplio
caudal de estudios citados hasta aquí nos permite confirmar que la sola idiosincrasia
de la lectura estadounidense determinó la suerte que corriese «il n’y a pas de horstexte». Porque, sobre esta base, ¿qué iba a ser la escritura sino una variación de la
problematización del lenguaje a la luz del signo de Saussure, quien a su vez habría
introducido la noción de «diferencia» en el campo de las disciplinas humanas? 12
202
Hemos de recordar que tampoco hay lectura sin contexto; cada lectura es
necesariamente una traducción, y ésta pende de la tradición que la sustenta.
N.º 106
Mayo 2022
Traducciones, tradiciones: «tradicciones».
Con todo, nosotrxs marcamos la necesidad de desacelerar este tipo de
asociaciones. Derrida mismo lo ha hecho. Esto no quiere decir que desmerezcamos
estas lecturas (que en última instancia hacen a la especificidad de la recepción
Que «post-estructuralismo» sea un rótulo estadounidense es algo ampliamente sabido. Cf. Žižek,
1991: 142. En todo caso, por fuera de Estados Unidos encontramos a Anthony Giddens (2001: 254-289),
que también caracteriza a Derrida así. No obstante, sigue siendo parte del mundo angloparlante.
12 A partir de ahí se puede entender que en la década de los 90 pudieran circular todavía en los
círculos de Cambridge afirmaciones como las de Jenny Teichman, quien dice sobre Derrida: «Su tipo
de deconstrucción puede bien describirse como una actividad basada en una explicación saussureana
del significado, aunque en sus manos la teoría de Saussure se convierte en algo negativo» (Teichman,
1993: 53). Por otra parte, en 1973 –tres años antes de la aparición de Of grammatology–, David B. Allison
tradujo La voix et le phénomène como Speech and Phenomena, añadiendo allí un cariz claramente
discursivo. Huelga decir que ello no suscitó mayor enfado ni fue señalado como el origen de los
males. Leonard Lawlor intentó remendar la situación en 2010, sacando su traducción Voice and
phenomenon.
11
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
estadounidense, en sí misma tan legítima como otras), ni que pretendamos borrar el
influjo entero del estructuralismo. Semejante gesto sería de una miopía notable, ya
que es obvio que el estructuralismo conformó parte no despreciable del panorama
que respiró Derrida en su juventud (y que, por lo demás, es un interlocutor clave en
la sola propuesta de la gramatología como «ciencia de la escritura»).
Pero entonces, ¿cómo tenemos que pensar la escritura? Nos imbuimos en la
segunda parte de nuestro escrito.
II. La escritura desplaza al signo
Hasta aquí hemos explorado el contexto de enunciación de «Il n’y a pas de horstexte». Pudimos cotejar De la grammatologie con su versión inglesa y constatar que
Spivak no cometió error de traducción alguno, y que en todo caso aquellas exégesis
que aproximan a Derrida a una suerte de «idealismo discursivo» guardan en verdad
consonancia con el semblante de lo que fue su recepción estadounidense (como
precisamos, responsable del «post-estructuralismo» qua fenómeno).
Durante nuestro breve paso por De la grammatologie otorgamos algunas claves
provisorias para entender lo que escritura y textualidad significaban: fue siguiendo a
203
Derrida que hablamos del carácter exorbitante de la huella, ahí donde ésta no es
autárquica ni autotélica sino que viene a inscribir la insoslayable incompletitud y
relacionalidad que sitia todo lo que hay. A continuación quisiéramos enriquecer un
poco más el asunto. Sin pretensiones de exhaustividad, nos interesa ofrecer un marco
algo más robusto para comprender lo antedicho en torno a la huella.
Nuestra hipótesis aquí es que para adquirir una comprensión cabal de lo que
«escritura» mienta para Derrida hay que vérselas con la problemática que tiene por
base, a saber, la cuestión del signo. Eso parece ir contra todo lo que nos esforzamos
por argumentar (a saber, que el estructuralismo no monopoliza el horizonte
intelectual de referencia del joven Derrida), sin embargo, lo que queremos marcar es
que aquella cuestión no se circunscribe a Saussure sino que atañe a determinada
forma de concebir la significación que compromete, en verdad, a todo el pensamiento
occidental.
Con este panorama en vistas, primero nos abocaremos a explorar qué pueda
significar la cuestión del signo (que, más que un mero «tópico», veremos se trata de
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
una «época» o «la lógica»). 13 Luego revisaremos dónde queda, a partir de lo
desarrollado, la herencia saussuriana.
II. 1. El desplazamiento del signo a la huella
Empezaremos por lo básico. El «logocentrismo» implica para Derrida el
privilegio de la razón como origen de la verdad. Semejante consideración del logos
como palabra inaugural contempla, a su vez, que éste pueda espejarse de modo fiel e
idóneo –es decir, sin pérdida ni corrupción– en la interioridad del alma. Ello gracias a
su naturaleza compartida, a saber, su carácter inmaterial. De este modo, el
logocentrismo está íntimamente relacionado con el fonocentrismo.
Para introducir el privilegio de la voz Derrida suele acudir a un fragmento de
Aristóteles que reza: «Los sonidos emitidos por la voz (ta en te phone) son los
símbolos de las afecciones del alma, y las palabras escritas los símbolos de las
palabras emitidas por la voz» (Derrida, 1967a, 21; 1972b, 86). Así las cosas, la voz es
vista como la expresión natural del pensamiento. Como habla «plena», esto es, como
la exteriorización de una interioridad que –permaneciendo una y la misma– accede al
204
sentido de la verdad. Estos lineamientos marcan una dependencia del lenguaje con el
alma que, dice Derrida, es incorporada y heredada durante siglos. Pese a las hondas
N.º 106
Mayo 2022
reformulaciones habidas de Aristóteles en adelante, para Derrida esta aproximación
general no se cuestiona en Hegel, e incluso llega a decir que «no será interrumpida
por quien se ha considerado el instaurador del primer gran proyecto de semiología
general y científica, modelo de tantas ciencias modernas y humanas» (Ibid: 86), a
saber, Ferdinand de Saussure (no obstante, dilatamos el tratamiento de Saussure
hasta la próxima y última sección).
La mención de Hegel nos resulta bastante pertinente porque éste probablemente
sea el mayor y más perfecto exponente de la «lógica del signo» –acaso la máxima
realización del logocentrismo. Vamos a detenernos un poco aquí.
Derrida ha problematizado la fisonomía del «signo» en distinto sitios durante los
60. Lo que explica es que el signo es aquello que «sin tener en sí verdad, condiciona
Lo enunciamos a título de «hipótesis» no porque sea una conjetura fruto de nuestra inventiva u
osadía, sino porque creemos que es algo que –qua cifra exegética– a menudo pasa de largo. En De la
grammatologie Derrida habla abiertamente de la «época» del signo, cf. Derrida, 1967a: 25.
13
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
el movimiento y el concepto de la verdad» (Derrida, 1967c: 26), y ello a su vez porque
«representa lo presente en su ausencia. […] Cuando no podemos tomar o mostrar la
cosa, digamos lo presente, el ser-presente, cuando lo presente no se presenta,
significamos, pasamos por el rodeo del signo» (Derrida, 1972b: 9). En otros términos,
lo que entiende por «signo» tiene que ver con una estructura de sustitución y
representación que «alarga» los poderes de la presencia, mediatizándola de modo tal
que alcanza a amparar lo otro que ella.
Aquí
queremos
recalcar
dos
cosas
muy
importantes.
Primero,
que
contrariamente a lo que uno pensaría, «signo» no tiene que ver privativamente con el
lenguaje sino con un modo de pensar la presencia. Esa primera asociación, de todos
modos, no es una casualidad sino que tiene que ver con nuestro «sentido común»
logofonocéntrico, ya que –como acabamos de decir– solemos pensar al lenguaje como
el efluvio del alma o la consciencia. Es decir, como una representación del sentido al
que accede el alma. Segundo, es también importante apuntar que, vista de esta
manera, la «lógica del signo» implica mucho más que el mero privilegio de la
presencia por sobre su opuesto, porque lo que hace es determinar el panorama de
modo tal que nada se escape de su horizonte. Desde el momento en que toda ausencia
205
se descubre derivada o cuanto menos opuesta (y por lo tanto, relativa) a una
presencia primera, incluso aquello que no forma parte de su dominio expreso se
descubre dentro de su órbita.
Como dijimos, este modelo encuentra su mejor exponente en el idealismo
hegeliano, para quien la verdadera presencia es infinitud, es decir autorreferencia,
porque siendo «tránsito y mediación, es ella igualmente superación del tránsito y de
la mediación» (Hegel, 2017: 152). Su gesto, aunque radical, está preanunciado en sus
predecesores. De allí que hayamos dicho que la «época del signo» probablemente
fuese la máxima realización del logocentrismo, y por eso es tan importante establecer
tanto continuidades como reformulaciones. 14 El punto es que, así planteado el
Hay aquí precisiones históricas relevantes que hacer. Porque si bien la cuestión del signo parece
situada en la modernidad (porque se confunde, sin ir más lejos, con la Aufhebung hegeliana como
sublimación de lo material y autorreconocimiento espiritual), Derrida dice que el proceso de
significación así entendido (es decir, como estructura de remisión y sustitución que reenvía a una
presencia primera) tiene su modelo último en la voz. En otros términos, quisiéramos subrayar que
mientras que la «época del signo» es eminentemente logocéntrica, no todo logocentrismo coincide
punto por punto con esta última. Por caso, sería completamente descaminado atribuirle sin más a
14
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
panorama –a partir de la sofisticación de la presencia que posibilita la «época» o
«lógica» del signo– se comienza a entender la «exorbitancia» del suplemento que
mencionamos anteriormente.
Revisando el logofonocentrismo desde otra perspectiva, lo que observa Derrida
es que al menos de Platón en adelante el pensamiento estuvo ritmado por una muy
tenaz secundarización de la escritura. 15 ¿Pero qué implica escritura? ¿Por qué le
presta atención a algo en apariencia tan periférico? Si recién decíamos que la voz era
la primera exteriorización del alma, se debe a que supuestamente es una
manifestación externa pero todavía respetuosa con su investidura porque se agota en
su fenomenalidad y se evanece en su ausencia. Y con la escritura ocurre lo opuesto.
De hecho, las dos notas que la caracterizan son su grosor material y la capacidad de
funcionar en ausencia de su fuente.16 Ambos rasgos van enlazados. Esto puede sonar
algo extraño en primera instancia, pero es mucho más sencillo de lo que parece: si
escribimos algo y no puede ser leído en nuestra ausencia –o incluso en nuestra
muerte–, entonces no está escrito. La escritura es una marca o huella durable,
«reeditable» a espaldas de su supuesto autor. Tal vez no lo sea (quizás nos quedemos
parados delante de lo escrito), pero tiene que poder serlo. Es una condición
206
irrebasable de la escritura. De tan «sencillo» que es parece algo nimio e indiferente,
pero la apuesta derridiana transita por seguir hasta sus últimas consecuencias el
N.º 106
Mayo 2022
temblor que allí azuza.
Aunque pueda entenderse lo recientemente dicho, es evidente que no es así
como
solemos
comprender
habitualmente
la
escritura.
En
efecto,
el
logofonocentrismo ha querido ver allí un mero amplificador técnico de la intención
expresiva (que, por supuesto, halla su idónea representante en la voz). Tal la
«metafísica de la escritura fonética», que en definitiva es la metafísica
logofonocéntrica. Desde esta perspectiva, podríamos decir que la secundarización de
la escritura que recién mencionábamos como ubicua al pensamiento occidental
tendría que ver con el esfuerzo por el afuera fuera. Esto suena redundante como un
Platón los modos modernos de pensar la presencia. Y sin embargo, Derrida insiste que la incisión
hegeliana está preanunciada en Grecia (sin que ello implique trazar una teleología).
15 De la grammatologie llega incluso a decir que el sentido mismo de la verdad se grabó como una «una
degradación de la escritura y su expulsión fuera del habla ‘plena’». Cf. Derrida, 1967a: 12.
16 Este aspecto es puntualmente interrogado en «Signature, événement et contexte», compilado en
Marges – de la philosophie.
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
pleonasmo, pero nuevamente quisiéramos enfatizar dos cosas. Primero, que
exactamente eso intenta la «lógica del signo» porque, como estructura remisional que
es, viene a cumplir una empresa de inmunización como intento por amparar en la
órbita de la presencia lo otro de ella. Allí yace su particular audacia. Segundo, que así
considerada la escritura hay que empezar a pensar que, a los ojos derridianos, ese
intento por exorcizar todo peligro de contaminación deviene poco menos que una
tarea sisifeana, porque, llegado el caso, ¿cómo «alargar» los poderes de la presencia
sin multiplicar las instancias de su vulneración? ¿Cómo aplacar y contener el doblez
de la «re»presentación?
Insistimos: ¿y si la escritura no fuera una herramienta perfectamente diligente,
una mera técnica al servicio de la transmisión de sentido? Eso es lo que Derrida
sugiere en La pharmacie de Platon, cuando explora uno de los mitos del Fedro donde
Teuth le ofrenda a Thamus la escritura a título de «remedio» (fármacon) contra la
desmemoria. Si Teuth es un dios menor, dios de artes varias, Thamus simboliza al
«dios-rey-que-habla», y da un veredicto bien distinto: la cercanía del alma consigo
misma que propicia la escritura es nada más que mecánica, haciéndola depender de
algo externo a ella misma y haciéndola, entonces, más olvidadiza. Remedia la
207
rememoración (hipomnesis) sin verdaderamente restaurar –y por ello, perjudicando–
la espontaneidad natural de la memoria (mneme). Es, por tanto, un veneno (fármacon),
mismo motivo por el que no produce sino apariencia de sabiduría. De este modo, se
ve que si la escritura deviene un «elemento» verdaderamente abisal es porque exhibe
que el alma se deja suplantar: que todo no lo puede, que todo no lo recuerda, que
incluso difiere de sí misma y que está conminada por cuanto dice excluir.
Se ve a las claras que, por periférico que pudiera parecer en un primer momento,
la cuestión de la escritura atañe al problema del origen del sentido. La gravedad de la
cuestión asciende con voracidad. Porque si bien se trata inicialmente de la
preeminencia del grafismo como rugosidad sensible –grafismo que hace oídos sordos
ante la voz que supuestamente lo conducía–, esta preeminencia termina por horadar
toda proclamación de origen. Por eso sus «efectos colaterales» no se circunscriben
sobre el radio de su trazado, sino que repercuten sobre la dignidad de la voz e
incluso sobre la autoafección del alma. Atañen a la investidura de la presencia.
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
Dicho de otro modo, la escritura nos pone ante una materialidad no dialéctica. Es
decir, no digerible por el par jerárquico Idea-materia, y por ello exorbitante. Por eso la
suya es, a su vez, una temporalidad paradójica, la de la textualidad: porque si en el
origen hay vacancia, nada coincide consigo. Como decíamos en la primera sección,
colisiona el principio de identidad. La rebeldía e inasibilidad de aquel «grafismo» se
hiperboliza a toda identidad, que a partir de ahí sólo puede ser al modo de la
«huella»: vocablo que, por cierto, habla de la raigambre insurrectamente material y
temporal e histórica de todo lo que hay. Sólo que, como es esperable, lo que
«historia» significa se reconfigura raudamente. Ya no tiene la fisonomía de la
linealidad o de la progresión –mucho menos la de la odisea del autorreconocimiento
espiritual– sino que se devela sitiada por la diacronía insalvable. Por todo esto
podemos decir que la «archi-escritura» derridiana puede leerse como la paradójica
proclamación de la preeminencia de una proliferación «ex-cursiva».17
Se entiende mejor, entonces, cuando leímos a propósito de Rousseau que «dentro
de lo que se llama la vida real de esas existencias ‘de carne y hueso’ […] nunca ha
habido otra cosa que escritura» (Derrida, 1967a: 227). No hay afuera del texto, de la
escritura, porque sin horizonte último de sentido todo está abierto a la diacronía
208
indigerible de una materia no-dialéctica. Si la huella es exorbitante es porque sortea
lógica del signo, acaso el máximo ardid de la metafísica de la presencia.
No, no afuera del texto, ni hay tampoco fuera de contexto, pero –como
N.º 106
Mayo 2022
decíamos– el texto está hecho de agujeros. Reconfirmamos que no se trata de una
inmanencia cerrada, sino de la apertura a la heteroafección insalvable.
II.2. Desplazamiento de la lingüística
Antes de concluir el estudio queremos hacer una última parada relativa a
Saussure, dado que uno de nuestros principales objetivos fue argumentar que la
noción derridiana de escritura no debía ser pensada privativamente a partir suyo. Lo
primero que queremos recordar es que si nos interesó desacelerar esa continuidad no
Dice Mónica Cragnolini: «La lógica ‘ex-cursiva’ derridiana sale del curso (de la normalidad, de la
identidad) y nos coloca en el ámbito de una lógica paradójica. La cuestión del sentido siempre remite a
la cuestión de la identidad: a diferencia de la polisemia, la diseminación, como modo excursivo (salido
del curso y del surco de la normalidad) tiene que ver con la pérdida del sentido, con la oscilación que
‘marea’ y dis-loca» (Cragnolini, 2012: 128).
17
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
fue por bregar por alguna clase de incomunicación: es evidente que el
estructuralismo es relevante para Derrida, tanto como que los desarrollos en torno a
la lingüística lo son para el solo planteamiento de la gramatología.
Como se sabe, el ginebrino fundó la lingüística moderna conmoviendo
radicalmente los baluartes propios la disciplina, que otrora tuviera un enfoque
etimológico. Más que al «origen» lenguaje, su interrogación se orientó ejecutar un
corte sincrónico que permitiese abordar la lengua en términos de un sistema
compuesto de signos –que, como sabemos, entidades biplánicas constituidas por
significado y significantes. En ese punto la puesta en discusión de la metafísica
substancialista es ostensible, se entiende la irreverencia que se le atribuyó, así como
el fortísimo impacto que causase sobre Lévi-Strauss (quien «exportó» sus premisas a
la antropología, convulsionando al resto de las áreas sociales y humanas). A su vez,
hay dos elementos que en De la grammatologie Derrida dice valorar particularmente
de Saussure: la tesis de la relación inmotivada entre significado y significante, por un
lado, y el abordaje del valor lingüístico en términos diferenciales, por otro (ambos
aspectos están vinculados: si el signo es arbitrario, el vínculo entre sus partes
ingredientes ha de ser diferencial).
209
Con todo, ya en Le cercle linguistique de Genève (1968) Derrida sugiere que durante
los 60 la lingüística comienza a rever su propia genealogía y se sorprende de hallar
en plena salud muchas cuestiones de las que había creído alejarse. Si bien no es
secreto alguno que la noción de «signo» es de larga data histórica, se supone que la
gran proeza saussuriana transitó por haber visto allí dos caras de una misma
moneda, esto es, por haberlas pensado por derecho inescindibles. Sin embargo, según
Derrida su sola distinción replica un esquema muy clásico que sigue alentando una
clara jerarquía de un polo sobre el otro. Resulta entonces que si mantiene el vocablo
«signo» no se debe a la falta de recursos imaginativos sino a una muy férrea
obediencia con la fisonomía más básica del fonocentrismo como «época del habla
plena». Es decir que si hace un momento decíamos que la época del signo excedía
con creces a Saussure, ahora nos toca afirmar que asimismo lo incluye.
Por un lado, la susodicha obediencia se advierte con suma explicitud en su
concepción de la escritura, tal como se observa en el capítulo VI de la «Introduction»
del Cours de linguistique général. «Representación de la lengua por la escritura» se
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
titula el apartado, y allí Saussure comienza diciendo que es menester que el
investigador conozca la mayor cantidad posible de lenguas, pero que el problema
radica justamente en que éstas llegan a él por escrito. «Aunque la escritura sea por sí
misma extraña al sistema interno –dice Saussure–, es imposible hacer abstracción de
un procedimiento utilizado sin cesar para representar la lengua; es necesario conocer
su utilidad, sus defectos y sus peligros» (1971: 44). Y a este conocimiento se apresta,
de allí que el segundo parágrafo de ese capítulo se dedique a restituir las relaciones
«naturales» entre lengua y escritura. Como explica el lingüista, se trata de dos
sistemas de signos paralelos, y la sola razón de existencia del segundo es la de
representar y espejar al primero. Nuevamente, la de ser un amplificador técnico, un
mero «alargue». Lo peligroso, en todo caso, es que el carácter «permanente» y
«sólido» de la palabra escrita la hace parecer más apta para encarnar la unidad de la
lengua a través del tiempo. Así, aunque sólo la palabra oral constituya el objeto
idóneo de la lingüística, la escritura se inmiscuye y coarta el lazo natural entre sonido
y sentido. La confusión es tal que se mezcla tan íntimamente (se mêle si intimement)
con ella que termina por usurpar su sitio. Dice Saussurre: «Cuando se sustituye la
escritura por el pensamiento, los que se privan de esta imagen sensible corren el
210
peligro de no percibir más que una masa informe con la que no saben qué hacer. Es
como si se quitaran los flotadores al aprendiz de nadador» (Ibid: 55). La escritura es
N.º 106
Mayo 2022
un «disfraz» (travestissement) (cf. Ibid: 51-52) que empaña la vida de la lengua.
Mismo vértigo ante lo presuntamente foráneo, idéntico intento de inmunización.
Se percibe el esfuerzo por poner el afuera fuera, como decíamos hace un momento. Lo
que nos interesa marcar es que semejante juicio no conforma un aspecto
desvinculado de su proyecto, sino que es parte vital y que tiene que ver con el
privilegio otorgado a la lingüística. Porque aunque la semiología es más abarcativa,
aquélla es su patrón general. Escribe Saussure:
[L]os signos «enteramente arbitrarios» son los que mejor realizan el ideal del procedimiento
semiológico; por eso la lengua, el más complejo y el más extendido de los sistemas de expresión,
es también el más característico de todos; en este sentido la lingüística puede erigirse en el patrón
general de toda semiología, aunque la lengua no sea más que un sistema particular (Ibid: 101).18
18
Derrida transcribe exactamente este fragmento en Derrida, 1967a: 74.
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
La lingüística informa de cientificidad a la semiología, y la fonología en
particular orienta la cientificidad de la lingüística. En términos concretos, ello
significa que la significancia yace en la unidad de sonido y sentido (aquello que,
venimos de decir, enturbia la escritura).
Huelga decir que, sobre esta base, toda escritura no fonemática (la escritura
pictográfica, para el caso) deviene para Saussure una incógnita, un error. Algo que,
por añadidura, nos permite apuntar que todo fonocentrismo trae aparejado un fuerte
etnocentrismo: recuperando la familiaridad que apuntamos hace un momento,
resuenan aquí las palabras de Hegel, que en el §459 de su Enciclopedia dice que la
escritura alfabética es la más inteligente.19
Si bien no estamos haciendo una reconstrucción minuciosa del trabajo derridiano
con la textualidad saussuriana, baste mencionar que en sus comentarios Derrida
apunta, por un lado, el contrasentido que supone entrever una relación especular
entre habla y escritura como «sistemas de signos», ya que –en los propios términos
saussurianos– son los símbolos (y no los signos) los representativos. Y por otro lado,
acaso lo más relevante que destaca sea que de modo análogo como Saussure purga
211
escritura, necesita asimismo reducir la materia fónica. Como sabemos, el significante
no es el sonido material y empírico, sino la huella mnémica qua entidad psicológica.
Este detalle es fundamental porque de otro modo no se sostendría la distinción entre
lengua y habla (algo elemental para el análisis estructural, ya que es la lengua
aquello pasible de ser formalizado en relaciones diferenciales). En comparación, el
habla es demasiado errática y agreste. De tal panorama que Derrida deslice ver allí
una especie de variación eidética, lo que nos retrotrae una vez más a la solidaridad
habida –a su juicio– entre estructuralismo y fenomenología.
El «Exergue» de De la grammatologie comienza con tres epígrafes: uno de Hegel, otro de Rousseau y
otro de un escriba anónimo. Los tres marcan un claro desprecio ante la escritura humana (en
comparación con la divina, para el caso), no obstante ese desdén se detiene a los pies de la escritura
alfabética. No pudiendo devenir criaturas omniscientes ni, por ello, prescindir de la notación escritura,
resulta que «civilizado» será aquel pueblo que logre sofisticar su escritura de modo tal que custodie el
influjo de sus elementos pictóricos y estéticos en general. Si Hegel y Rousseau coinciden en que la
inteligencia se expresa alfabéticamente es por esta complicidad habida entre sofisticación, confiscación
y confesión. Esto deriva en que la única escritura valiosa sea aquella cuya puesta en escena se confiesa
subsidiaria de la voz
19
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
A partir de lo dicho, entendemos entonces que si Derrida incluye a Saussure en
la historia de la metafísica, si incluso juega con el fonocentrismo «ginebrino» habido
entre Saussure y Rousseau (con el debido señalamiento que De la grammatologie hará
sobre el rousseanismo adherido de Lévi-Strauss), es porque no puede decirse que
aquél conforme un mero «error de cálculo». Incluso con toda su novedad y
irreverencia, el saussurianismo conforma un capítulo más, una justificación
contemporánea del fonocentrismo.
En el punto cúlmine de sus desarrollos entorno a Saussure, Derrida sugiere la
necesidad de pasar de la semiología a la gramatología. Y dice:
El interés de esta sustitución no será sólo el de ofrecer a la teoría de la escritura la envergadura
necesaria contra la represión logocéntrica y la subordinación a la lingüística. Liberará el proyecto
semiológico mismo de lo que, pese a su mayor extensión teórica, permanecía informado por la
lingüística, se ordenaba en relación con ella como su centro y a la vez su telos. Aunque la
semiología fuese en efecto más general y más comprensiva que la lingüística, continuaba
regulándose por el privilegio de uno de sus sectores (Derrida, 1967a: 74).
Liberar el proyecto semiológico de la lingüística sería, justamente, desplazar la
212
preeminencia de la voz, es decir alma, es decir de lo inmaterial en general. Sería
cuestionar, en suma, el logofonocentrismo como economía de significación
N.º 106
Mayo 2022
orquestada alrededor de la presencia (interior, anterior, simple y la misma). Allí
viene a inscribirse la gramatología, como «ciencia de la escritura por fuera del signo»:
del signo saussuriano (ya que éste guarda un claro sesgo lingüístico) pero también de
la «época del signo» en general. Ahora vemos cómo uno reenvía a la otra.20
De todos modos, la cuestión de la investidura de la gramatología es una problemática aparte y no
estamos en condiciones de abordarla frontalmente aquí. En todo caso, si Derrida esboza sus confines
como quien roza algo abisal, es porque a sus ojos se trata de una ciencia tan necesaria como imposible
(porque discute los más simples basamentos de nuestra noción de episteme), como una especie de
20
«mímesis irónica» donde recupera los gestos más irreverentes de Saussure, llevándolos hasta sus
últimas consecuencias. Nosotros seguimos a Timothy Clark, que opina que la noción derridiana
escritura tiene una extensión más amplia y precede a la formulación de la gramatología (Clark, 1992:
111). No queremos entrar en este debate ahora porque nos excede, pero lo mencionamos porque en
nuestra opinión son cuestiones que a veces parecen confundirse. Por ejemplo, Malabou en cierta
medida ha diagnosticado el fracaso de la escritura derridiana (cf. Malabou 2007: 441) y Goldgaber
(2007) argumenta su vigencia.
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
Pero, ¿por qué esta complicidad de Saussure con la metafísica es siquiera un
problema, si venimos de decir que «no hay afuera del texto»? Es verdad que desde
una perspectiva derridiana esta connivencia está «cantada» porque no se trabaja sino
con nociones heredadas. El problema es en todo caso cierta falta de problematización
de esta historicidad, cierta desatención al vínculo habido entre la tradición y (su)
conceptualidad. Pero más que de «vencer» a Saussure mostrando cómo su
originalidad se desmorona a los pies del logocentrismo, el gesto derridiano anida en
trata de aproximarse a su oscilación. De leerlo entre la repetición y la novedad, entre
cierto «conservadurismo» y la más audaz convulsión de los valores tradicionales.
Porque si bien no hay afuera del texto, el texto nunca es homogéneo. Y esa es una
ocasión para la relectura, hete aquí una de las enseñanzas más insistentes de Derrida.
Tal vez en esta dirección podamos entender la exhortación de pasar «del lenguaje
a la escritura» que mencionamos que abre De la grammatologie. Recuperando lo
desarrollado podemos arriesgar que se trata de pasar, justamente, del signo a la
huella. Éste no es un detalle sencillamente nominal, porque se trata de la
desarticulación de todas las coordenadas del signo qua estructura remisional –es
decir, como estructura de la parusía– mediante el señalamiento de una materialidad
213
no-dialéctica (no dominada ningún polo espiritual).
N.º 106
Mayo 2022
Conclusión
En este modesto estudio hemos intentado revisar la icónica sentencia derridiana
«Il n’y a pas de hors-texte». Ello nos condujo a examinar la aparición de esa(s) frase(s),
estudiar las condiciones de su recepción y problematizar el sentido de «texto».
A la luz de lo desarrollado, estamos en condiciones de afirmar que aquellas
exégesis que leen en aquella frase alguna preeminencia del lenguaje (por no decir un
idealismo discursivo o subjetivista) se vinculan con lo que fue la recepción
estadounidenses de Derrida. Ésta encuentra anclaje relevante en el coloquio de
Baltimore, celebrado en la Universidad John Hopkins en 1966, donde el país entró en
conocimiento del estructuralismo a partir de sus críticos. Y en particular de Derrida,
cuya presentación tuvo tanto impacto. Este marco posibilitó que se abrevase en
avatares algo «injustos» y simplificadores, tanto del estructuralismo como de
aquellos críticos. También constatamos que la edición de Of grammatology coincidió
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
con la emergencia de la cuestión «post-estructuralista». Difícilmente De la
grammatologie se reduzca a eso, pero teniendo en que allí Derrida arrima la
posibilidad de una nueva ciencia de la escritura, que comenta las distintas líneas
lingüísticas y lee atentamente a Lévi-Strauss, no es extraño de imaginar esa lectura.
En otros términos, nos interesa marcar que lo que determinó el recibimiento de «Il
n’y a pas de hors-texte» tuvo menor que ver con un traspié puntual –por ejemplo, un
error de traducción– que con todo un estilo de lectura.
Para cerrar, quisiéramos leer esta elocuente respuesta que da Derrida en una
entrevista de 1990:
La deconstrucción es a menudo representada como aquello que niega cualquier exterioridad
al lenguaje, llevándolo todo de regreso al interior del lenguaje. Dado que escribí que
«no hay
nada fuera del texto» [«il y n’a rien en dehors du texte»], todos aquellos a los que les gusta nombrar
con lenguaje lo que yo llamo
«texto» traducen, pretenden traducir: «no hay nada fuera del
lenguaje». Mientras que, para decirlo breve y esquemáticamente, es exactamente lo contrario. La
deconstrucción comenzó con el deconstrucción del logocentrismo, por la deconstrucción del
fonocentrismo. Trató de liberar la experiencia, de liberarla de la tutela del modelo lingüístico que
era tan poderoso en esa época, me refiero a los años sesenta. Este es, por tanto, el error más
214
primitivo, y creo que está motivado por razones ideológicas y políticas. Éste consiste en presentar la
deconstrucción a la inversa, en definitiva, a la inversa de lo que hace. […] Por supuesto, para poder
N.º 106
Mayo 2022
deconstruir la autoridad del logocentrismo y el modelo lingüístico que prevalecía en ese
momento, tuve que transformar y generalizar el concepto de texto, para que no haya límite, para
que no haya «afuera» al texto. Pero el texto no puede reducirse al lenguaje, al acto de hablar en
sentido estricto. Hete aquí, entonces, el error fundamental que parece, repito, indestructible, ya
que se alimenta de las mismas personas que tienen un interés en, digamos, neutralizar o ignorar
la deconstrucción, y esto sucede en casi todas partes, primero en Francia, luego en los Estados
Unidos y, de los Estados Unidos, en muchos otros lugares. Foucault, por ejemplo, intentó limitar
la deconstrucción a este espacio textual, reduciendo el texto al libro, a lo que está escrito en papel.
Por falta de lectura, todos acusaron la deconstrucción del estúpido proyecto de querer reducirlo
todo al espacio interior del libro, en una estantería de biblioteca. Para mí hay un afuera al lenguaje
[Il y a pour moi un dehors du langage] y todo empieza ahí [et tout commence là]. No lo llamo real
fácilmente porque la noción de realidad está sobrecargada de presuposiciones metafísicas
(Derrida, 1995: 108-110).21
Las cursivas son nuestras. Notemos que en esta cita Derrida se «hace cargo» de haber dicho que no
hay nada fuera del texto. Vemos todavía más inconducente argumentar que nunca dijo tal cosa. En la
21
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
Excelente intervención. Nuestro camino ha sido largo, pero tras los pasados
desarrollos estamos en mejores condiciones de entender el sentido de esta cita. De
hecho, se acompasa perfectamente a lo que hemos desarrollado en torno al sentido
de la escritura, la huella y la textualidad.
Contra la popular y difundida fama del sesentismo francés, entonces, no creemos
que la escritura derridiana pase por una hiperbolización del lenguaje. Más bien
advertimos lo contrario: que la escritura derridiana no es primordialmente
lingüística, y que incluso no hace sino poner en tela de juicio la supuesta autonomía
de lo discursivo porque discute la sola logicidad del sentido. Ya que para Derrida
«escritura» podría traducirse como un espesor material cuya condición es la de poder
funcionar a espaldas de su supuesta fuente, la escritura no muestra sino la endeblez
de esta última. No hace sino bastarda, lo que no ha dejado de incomodar al
pensamiento.
Así, el paso del signo –como estructura de «re»presentación– a la huella nos habla
del extraño vagabundeo de una materialidad no dialectizante. Hablamos de
«vagabundeo», oscilación o agite, ya que si la materia ya no es el opuesto de la Idea,
215
ya tampoco es inerte ni estanca. Por eso señalamos hacia la apertura de una
temporalidad paradójica, no lineal ni progresiva (espiritual). En el principio,
entonces, no el logos sino la exorbitancia del suplemento: la no contemporaneidad a sí.
Hete ahí la textualidad.
Ahora bien, si nos molestamos en afirmar que la textualidad no es lingüística eso
no quiere decir, sin embargo, que la escritura no inhiera también sobre el lenguaje.
Éste está asimismo expuesto a su diseminación –es decir, es al modo de la huella– y
ya no puede considerarse una mera herramienta al servicio de la transmisión de
sentido. Porque porta una rugosidad material insoslayable, todo cuanto osemos
articular está henchido de historia, lo queramos y sepamos o no (cf. Derrida, 1993:
94). Como decíamos en nuestra primera exploración de «il n’y a pas de hors-texte», ya
misma dirección, leemos otra respuesta que dio Derrida en una entrevista: «Todas las semanas recibo
comentarios críticos y estudios sobre la deconstrucción que operan bajo la asunción de que aquello
que llaman ‘postestructuralismo’ se resume en que no hay nada más allá del lenguaje, que estamos
sumergidos en palabras –y otras estupideces de ese tipo. […] Distanciarse de la estructura habitual de
referencia, desafiar o complicar nuestras asunciones habituales sobre ella, no equivale a decir que no
hay nada más allá del lenguaje» (Kearney, 1995: 154. Las cursivas son del original).
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
que nunca inauguramos la palabra, siempre pensamos y hablamos a la luz de una
tradición que nos excede y que permea nuestro horizonte de inteligibilidad. Pero
insistimos en que antes que hacer de la archi-escritura algo estrictamente lingüístico,
eso exhibe al lenguaje todo de modo escritural. Si ser al modo de la huella es estar
transido por la exorbitancia del suplemento, como decíamos recién, podemos decir
que la escritura «margenea» todo lo que toca, todo cuanto hay: que lo devela fuera de
sí, «out of joint» (Derrida, 1993: 42). Ni fuera ni dentro, entreabierto y expuesto a la
diseminación como a la heteroafección.
Para pensar ese «afuera del lenguaje» en el que todo comienza –como dice
Derrida en la última cita– creemos que hay que pensar la fuerza de desvío, la fuerza
volatilizante de la diseminación porque, como dijera en «Force et signification», «la
fuerza es lo otro del lenguaje sin lo que éste no sería lo que es» (Derrida, 1967b: 45).
No: nunca se trató del lenguaje. Quizá sí de su ruina.
Bibliografía
216
N.º 106
Mayo 2022
Angermuller, Johannes (2015) Le Champ de la Théorie: Essor et déclin du structuralisme
dddd
Derrida, Jacques (1972a) La dissémination, Paris, Éditions du Seuil.
Derrida, Jacques (1967c). La voix et le phénomène. Introduction au problème du signe dans
la phénoménologie de Husserl, Paris, Presses Universitaires de France.
Derrida, Jacques (1967b). L’écriture et la différence, Paris, Seuil.
Derrida, Jacques (1972b) Marges – de la philosophie, Paris, Les Éditions de Minuit.
Derrida, Jacques (1995) Moscou aller-retour. Suivi d’un entretien avec Natalia
Avtonomova, Valeri Podoroga, Mikhaïl Ryklin, La Tour-d'Aigues, éditions de l'Aube.
Derrida, Jacques (1976). Of grammatology (trad. ing., G. Ch. Spivak), Baltimore, The
Johns Hopkins University Press.
Derrida, Jacques (1993) Spectres de Marx. L’etat de la dette, le travail du deuil et la
nouvelle Internationale, Paris, Galilée.
Derrida, Jacques (1999b) Sur parole: instantanés philosophiques, Paris, Editions de
l’aube.
Descombes, Vincent (1979) Le même et l’autre. Quarante-cinq ans de philosophie française
(1933-1978), Paris, Éditions de Minuit.
Deutscher, Max (2014) «‘Il n’y a pas de hors-texte’ –Once more», Symposium, vol. 18,
nro. 2, pp. 98-124.
Foucault, Michel (1994) Dits et écrits. Tome II (1970-1975), Paris, Gallimard.
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
Foucault, Michel (1983) «Structuralism and Post-Structuralism», Telos, XVI, 55, pp.
195-211.
Gaston, Sean (2001) «Introduction», en Gaston, Sean y Maclachlan, Ian (eds.), Reading
Derrida’s Of grammatology, New York, The Johns Hopkins University Press.
Giddens, Anthony y Turner, Jonathan (2001) La teoría social hoy, Madrid, Alianza.
Goldgaber, Deborah (2017) «Programmed to Fail? On the Limits of Inscription and
the Generality of Writing», The Journal of Speculative Philosophy, vol. 31, nro. 3,
pp. 444-456.
Goldgaber, Deborah (2020) Speculative grammatology. Deconstruction and the New
Materialism, Edinburgh, Edinburgh University Press.
Hägglund, Martin (2011) «Radical Atheism Materialism: a Critique of Meillassoux»,
en Levi Bryant R., Srnicek N. y Harman G. (eds.), The Speculative Turn: Continental
Materialism and Realism, Melbourne, re.press.
Habermas, Jüngen (1989) El discurso filosófico de la modernidad (trad. M. Jiménez
Redondo), Taurus, Madrid.
Hegel, Georg Wilhelm Friedrich (2017). Enciclopedia de las ciencias filosóficas [1830]
(trad. R. Valls Plana), Madrid, Abada.
Kamuf, Peggy (1991) A Derrida reader: between the blinds, New York, Columbia
University Press.
Kearney, Richard (1995) «Deconstruction and the Other», en States of Mind: Dialogues
with Contemporary Thinkers on the European Mind. Manchester, Manchester
University Press.
Lemieux, René (2015)., L’Im-possible: Américanité de Jacques Derrida. Une critique
sémiopolitique de la traductibilité d'un auteur. Tesis doctoral inédita, disponible en
https://www.academia.edu/19614938/LIm_possible_Am%C3%A9ricanit%C3%A9
_de_Jacques_Derrida_Une_critique_s%C3%A9miopolitique_de_la_traductibilit%
C3%A9_dun_auteur última fecha de consulta: 18/12/2021).
Malabou, Catherine (2007) «The End of Writing? Grammatology and Plasticity»,
European Legacy 12, nro. 4, 431–41.
Meillaissoux, Quentin (2006) Après la finitude. Essai sur la nécessité de la contingence,
Paris, Éditions du Seuil.
Ninkovich, Frank (1998) «No Post-Mortems for Postmodernism, Please», Diplomatic
History, vol. 22, nro. 3, pp. 451-466.
Peet, Richard (1996) «Discursive Idealism in the ‘Landscape‐as‐Text’ School», The
Professional Geographer, nro. 48, vol. 1, pp. 96-98.
Peeters, Benoît (2013) Derrida (trad. cast. G. Villalba), Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica.
Peñalver, Patricio (1990) La deconstrucción. Escritura y filosofía, Barcelona, Montesinos.
Salmon, Peter (2020) An Event, Perhaps. A Biography of Jacques Derrida, New York,
Verso.
Saussure, Ferdinand de (1971) Cours de Linguistique Générale, Paris, Payot.
Sokal, Alan (1996). Lingua Franca, nro. 6, pp. 62-64.
217
N.º 106
Mayo 2022
La exorbitancia del suplemento. Apuntes para pensar la textualidad derridiana | Ana Sorin
Teichman, Jenny (1993) «Deconstruction and Aerodynamics», Philosophy, vol. 68, nro.
263, pp. 53-62.
Wood, Sarah (2009) Derrida’s Writing and difference, New York, Continuum.
Žižek, Slavoj (1991) Looking Awry. An Introduction to Jacques Lacan through Popular
Culture, Cambridge, MIT Press.
218
N.º 106
Mayo 2022