Alegorización de la
Inmaculada Concepción:
un ciclo de azulejos limeño y
un sermón cusqueño*
Recibido: 25/01/2021 | Revisado: 27/07/2021 | Aceptado: 25/08/2021
DOI: 10.17230/co-herencia.18.35.5
Andrea Lozano Vásquez**
a.lozano72@uniandes.edu.co
Patricia Zalamea Fajardo***
pzalamea@uniandes.edu.co
Resumen El presente artículo pretende mostrar que la formación clásica recibida en el Seminario de San Antonio Abad en el siglo xvii del Cuzco virreinal fue determinante
en los procesos de alegorización que están en la base del proyecto intelectual del ciclo de azulejos de la capilla de la Inmaculada
Concepción de la Catedral de Lima, concebido por Vasco de
Contreras y Valverde, y del panegírico a la Inmaculada escrito
por Espinosa Medrano en 1670. Su forma particular de alegorizar resulta ser una recepción de la tradición clásica particularmente americana.
Palabras clave:
Alegorización, capilla de la Inmaculada Concepción, Espinosa
Medrano, tradición clásica, Vasco de Contreras y Valverde.
Allegorizing the Immaculate Conception: a
cycle of Lima tiles and a Cusco sermon
Abstract This article aims to show that the classical training
received at the Seminary of San Antonio Abad in
sixteenth-century viceregal Cusco was decisive in the allegorization processes that are at the foundation of the intellectual
project of the azulejo cycle in the Chapel of the Immaculate
Conception of the Cathedral of Lima, conceived by Vasco de
Contreras y Valverde, and of the panegyric to the Immaculate Conception written by Espinosa Medrano in 1670. Espinosa
*
Esta investigación
se realizó con el
apoyo del Centro
de Investigación
y Creación de la
Facultad de Artes
y Humanidades
de la Universidad
de los Andes,
Bogotá-Colombia,
gracias al cual fue
posible realizar
investigaciones
in situ en Cuzco y
Lima durante 2018.
Este producto se
inserta en las líneas
de investigación de
los grupos Peiras:
grupo de estudios
en filosofía antigua
y medieval (A1)
y Estudios de
Renacimiento y
Barroco (C).
Co-herencia Vol. 18, n.º 35, julio - diciembre de 2021, pp. 101-132. (ISSN 1794-5887 / e-ISSN 2539-1208)
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Medrano’s allegorizing is a particularly American reception of ** Doctora en
Filosofía. Profesora
the Classical tradition.
de la Universidad de
Keywords:
los Andes, BogotáAllegorization, Chapel of the Immaculate Conception, Espinosa
Colombia. orcid:
Medrano, Classical tradition, Vasco de Contreras y Valverde.
0000-0002-59637693
*** Doctora en Historia
del Arte. Profesora
de la Universidad
de los Andes,
Bogotá-Colombia.
orcid: 0000-00032731-5750
La alegorización es un procedimiento poético y pictórico potente
y recurrente en la conexión entre el mundo clásico y el cristiano en la
Europa medieval y renacentista. Por esto, en el territorio americano
su uso extendido fue una característica notable de las expresiones
artísticas y culturales de la modernidad temprana. Esta continuidad,
en ocasiones, oculta la peculiaridad de estas alegorías americanas
arriesgadas e incluso excéntricas. Por ejemplo, se reconoce su deuda
con el legado grecorromano, en especial con Ovidio, pero se asume
que toda interpretación depende de los manuales moralizados. Tal
supuesto deja inexplicados esos casos extravagantes, desconoce el
acceso directo de los americanos a las fuentes grecolatinas, así como
sus mecanismos de alegorización en los que no solo se conecta el
mundo clásico y el cristiano, sino también, en general, el acervo
europeo con las tradiciones y estéticas indígenas.
En el caso del Perú virreinal, Juan de Espinosa Medrano (1630?1688), clérigo radicado en el Cuzco, es reconocido por servirse
de diversas referencias clásicas, alegorías y citas directas en su
producción homilética, filosófica y literaria. De hecho, su obra revela
una capacidad asombrosa para incorporar y transformar temas
clásicos muy presentes en los círculos eruditos del Perú virreinal de
mediados del siglo xvii. Dicha tradición ovidiana no es exclusiva de
las producciones literarias ni de la intelectualidad cusqueña; también
hay motivos ovidianos en los azulejos que aún hoy decoran una de
las capillas de la catedral de Lima.
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un ciclo de azulejos limeño y un sermón cusqueño
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Sin embargo, más que atestiguar la presencia de Ovidio en
el Virreinato del Perú en el siglo xvii, pretendemos evidenciar los
mecanismos por los que esa tradición ovidiana se sincretiza con
los productos culturales nativos y es puesta al servicio de los ritos
católicos especialmente híbridos de este territorio. En otras palabras,
pretendemos caracterizar una específica apropiación que en cada
contexto está condicionada por los actores, antecedentes y usos
específicos de cada región, incluso dentro del mismo territorio político.
Esta resignificación de las imágenes y textos ovidianos está, en el
Perú virreinal, vinculada con los debates teológicos del siglo xvii, en
particular los relacionados con la Inmaculada Concepción. Este fue
un tema central para el seminario de San Antonio Abad de Cuzco,
escuela de orientación tomista, donde Espinosa Medrano se educó
y más tarde ocupó la cátedra de Arte y Teología. Este seminario
forjó a diferentes hombres de letras, entre ellos el obispo Vasco de
Contreras y Valverde (1605-1667), a quien se le ha atribuido la idea
del programa intelectual de los azulejos con motivos clásicos en la
antigua capilla de la Inmaculada Concepción en Lima.1
En este artículo pretendemos mostrar cómo la formación clásica
-a la par que ecléctica, desde el punto de vista doctrinal-, recibida
por estos dos clérigos durante sus estudios en Cuzco, los habilitó para
hacer un uso informado y vanguardista de la tradición grecolatina,
mas no por ello indecoroso o contrario a la fe. En cambio, esta
innovación los convirtió en destacados predicadores e hizo de sus
creaciones obras de arte más allá de sus propósitos instructivos o
religiosos. Para probar esto, mostraremos dos casos -un programa
de azulejos y un sermón- en los que la pluralidad de fuentes y los
mecanismos plásticos y retóricos construyen productos culturales
idiosincráticos en los cuales la tradición clásica tiene un renacimiento
marcadamente americano.
1
Antonio San Cristóbal (1996, p. 381) publica -y también lo menciona Francisco Stastny
(1999, p. 237)- el concierto notarial en el que se dice que el programa ideado por Vasco
de Contreras será “traducido” a azulejos por el maestro Juan del Corral.
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La lectura de Ovidio en Cuzco: el Seminario de
San Antonio Abad y los debates intelectuales.
Un espacio colonial de conocimiento y debates
teológicos
El Seminario de San Antonio Abad, desde su fundación en 1598
por Alonso de Raya y Navarrete, se encargó de educar al clero para
las iglesias doctrineras de toda la provincia, caracterizada por una
ferviente devoción indígena llena de influencias provenientes de su
religiosidad ancestral. Tanto Juan de Espinosa Medrano como Vasco
de Contreras y Valverde fueron alumnos del Seminario. No obstante,
tras su formación, Vasco de Contreras estudió en Lima, pasó una
temporada en España y, más tarde, tras su paso por la Catedral de Lima
y la Universidad de San Marcos, se convirtió en obispo de Popayán y
Huamanga; por el contrario, la carrera de Espinosa Medrano floreció
en el Seminario hasta convertirse en uno de sus más renombrados
representantes.
Aunque tomista por fundación, las discusiones académicas en el
Seminario fueron eclécticas, ya que en la vida intelectual de San Antonio
Abad participaban diversas órdenes. Ejemplo de este eclecticismo es la
concepción de la historia que subyace a la interpretación alegórica
desarrollada por Espinosa Medrano. Según Ramón Mujica (2003), esa
comprensión deriva de Joaquín de Fiore, particularmente influyente
en la América española gracias a la orden franciscana. En el marco
del joaquinismo, toda la historia de la humanidad es la historia de la
salvación, de forma que la historia profana está dentro de la sagrada.
Así como existe una relación concordante entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento, los acontecimientos profanos tienen su equivalencia en
aquellos narrados por la Sagrada Escritura. Vista en su totalidad, la
historia es una secuencia de tres edades, cada una correspondiente
a una persona de la Santísima Trinidad, donde la tercera edad, la
del Espíritu Santo, es superior a las otras dos. Esta última edad, aún
por venir en el tiempo de Fiore, será igualitaria y se caracterizará por
el amor mutuo comunitario. Así como algunos de los seguidores de
Joaquín interpretaron a San Francisco como el mesías de la tercera
edad, los renovados joaquinistas del Renacimiento interpretaron la
conquista y la evangelización del Nuevo Mundo como su llegada.
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Desde la misma mención de las profecías de Fiore en el Libro
de las profecías de Cristóbal Colón (1504, f. 4v y 6), sus ideas fueron
utilizadas para conectar la historia de América con la historia sagrada,
entendiendo el encuentro con el Nuevo Mundo como el comienzo
de la era del Espíritu Santo. De hecho, el monje cisterciense aparece
en La profecía, una pintura cuya iconografía original americana
se le debe a Basilio de Santa Cruz (ca. 1667) y de la que existen
diversas versiones: una en el convento de San Francisco de Cuzco,
aparentemente la obra original, y otra como parte de una serie sobre
la vida del fundador de la orden en el convento de San Francisco en
Santiago de Chile (imagen 1).2 En esta imagen, aparecen San Juan
Evangelista y Joaquín de Fiore con sus libros de profecías y plumas
en mano, observando la aparición de San Francisco alado con sus
estigmas. En la esquina superior izquierda de la imagen aparece la
sibila Eritrea y, frente a ella, en la esquina superior derecha, un pintor
vestido de fraile que pinta a San Francisco alado, es decir, la misma
escena que está siendo representada en primer plano.3 Su presencia
no puede ser disminuida pues no solo es una imagen reflexiva que
hace alusión a la representación de la representación, sino que esta
escena subsidiaria muestra precisamente la capacidad de la imagen
para representar el sentido profético de las visiones combinadas de
la sibila, San Juan Evangelista y Joaquín de Fiore, como si la imagen
misma fuera la encargada de colapsar estas distintas temporalidades.4
Esto se ve reforzado por el espacio pictórico en general, donde el
paisaje se aprovecha para establecer distancias y separaciones entre
las figuras por su posición en distintas partes y niveles. Al mismo
tiempo se unen estas temporalidades por medio de la perspectiva aérea
2
3
4
Sobre las diferentes versiones, véase José Ignasi Saranyana y Ana de Zaballa (1995, p.
125). Por su parte, Myers-Bennett Roberts (2018, pp. 211-212) explica su iconografía y
analiza también las variantes; asimismo, ofrece un análisis de los san Franciscos alados
(p. 207).
Esto se puede ver más claramente en la versión que reposa en el Monasterio de las
Capuchinas de Santiago (datada en 1748). Esta muestra la escena subsidiaria de forma
más clara; de hecho, se alcanza a apreciar que la pintura sobre el caballete es la misma
pintura que estamos observando, pues se alcanza a ver el paisaje.
Cfr. Constanza Acuña (2011, pp. 59-62); además de trabajar la iconografía, esta autora
muestra la inclusión del pintor como una forma de enaltecer su oficio precisamente
mediante este gesto reflexivo.
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empleada en el espacio pictórico. Así pues, no solo en las discusiones
colegiales, sino también en las piezas pictóricas que complementan
la educación de los hermanos y colegiales, la simbología, el debate
teológico y la americanidad se intersectan constantemente.
Imagen 1
Óleo sobre tela, 1668. Convento de San Francisco, Santiago de Chile. Disponible
en Proyecto ARCA -Cultura Visual de las Américas. Imagen tomada de: http://
artecolonialamericano.az.uniandes.edu.co:8080/artworks/4846
De Cuzco a Lima: la hibridación como estrategia de
legitimación y autonomía
De acuerdo con Celine Ventura Teixeira (2019), el azulejo
es un espacio de hibridación en el que se mezclan y reinterpretan
tradiciones de muy diversas procedencias. En su artículo se demuestra
cómo en el azulejo del mundo ibérico -en especial entre 1580 y
1640, período en el cual se unificó la península bajo los Habsburgoconvergen la iconografía derivada de los grabados circulantes en
famosas ediciones de su tiempo (v. gr., Plantin), de sus iluminaciones,
decoraciones y marginalia, así como de los patrones ornamentales de
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alfombras persas y turcas e, incluso, de las presentaciones de dioses
paganos y elementos arquitectónicos chinos y japoneses. La selección
de esas imágenes, sea cual fuere su procedencia, debía cumplir con
los preceptos tridentinos de decoro y reverencia. Quizás por ello, en
una primera aproximación, la selección de los temas mitológicos en la
capilla que nos concierne resulta un reto interpretativo y exige
develar los propósitos doctrinales y devocionales de su inclusión. De
ahí que escudriñar el mobiliario mental de Vasco de Contreras y
Valverde, en cuanto ideólogo de la capilla, puede sernos de utilidad.
Como el milenarismo joaquinista, el inmaculismo fue uno de los
caballitos de batalla de las disputas doctrinales de los franciscanos
del Cuzco colonial. Acuña (2016, pp. 204-206) ha demostrado que
en los conventos franciscanos del Virreinato del Perú, así como en
sus círculos de influencia -i. e., el Seminario de San Antonio Abad, se contaba con todas las fuentes de la defensa del inmaculismo y
que de ellas dependen muchos de los procedimientos y símbolos que
constituyeron su particular iconografía alegórica en el Perú. De acuerdo
con Acuña (2016, p. 205), de los libros de Alva y Astorga -Sol Veritatis
(1660), Militia Inmaculatae Conceptiones (1663) y Monumenta Seraphica
(1664)- provienen, por ejemplo, la presencia de la luna y el sol y la idea
de la Virgen como medio para la lucha contra el mal precisamente
por carecer de culpa original. Si bien la publicación de estos libros es
contemporánea a nuestra capilla y seguramente llegaron a las bibliotecas
coloniales algunos años después, las ideas de Alva y Astorga debían ser
conocidas e influyentes en el Perú colonial. No hay que olvidar que,
aunque peninsular, Pedro de Alva y Astorga se naturalizó cusqueño, fue
colegial en San Antonio Abad y estudió Teología en el Colegio jesuita
de San Martín en Lima. Además, su papel en la polémica inmaculista
es determinante pues fueron sus esfuerzos los que motivaron la junta de
1652, que culminó con la Bula de Alejandro VII Sollicitudo Omnium
Ecclesiarum, el 8 de diciembre de 1661.
Acuña (2016, p. 197 y n. 8) resalta las técnicas mnemónicas
franciscanas “como un sistema de conocimiento que lograba
combinar saberes y lenguajes (escritos, orales, visuales) generando
imágenes con distintos niveles de significado”. De acuerdo con este
procedimiento, los proyectos pictóricos bien pueden concebirse
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como narrativas cuya lectura progresiva y continuada contribuye
tanto a la catequización de los feligreses como a la formación
profunda de los propios religiosos. La ventaja de este sistema radica
en que, gracias al poder de la imagen, la memoria hace accesible para
la contemplación intelectual todo el acervo semántico de diversos
lenguajes. De hecho, los hermanos y los colegiales de San Antonio
recibían formación en lenguas clásicas y hebreo, por lo cual estaban
familiarizados con la literatura clásica -gracias a la catalogación
de su biblioteca, sabemos a ciencia cierta que leyeron a Homero,
Virgilio, Ovidio, Plauto, Terencio y Plinio (cfr. Guibovich, 2000,
p. 175)- y la Biblia, con sus interpretaciones moralizadas. También
recibían formación en emblemática y música religiosa, lo que ponía
a su alcance, en consecuencia, un elenco de símbolos asociados a la
Virgen María y sus cualidades; por ejemplo: la pureza, la castidad y la
virginidad perpetua de las letanías lauretianas.
Sin duda, esta ecléctica formación fue aprovechada por Vasco
de Contreras, quien durante la primera parte de la década de los
cincuenta del siglo xvii desarrolló su actividad profesional en la
ciudad de Lima como tesorero de la Catedral, consultor del Santo
Oficio, miembro del Cabildo de la ciudad y rector de la Universidad
de San Marcos, entre 1653 y 1654. Esta institución, conectada con
el rey de España, fue uno de los baluartes de la defensa del dogma
de la Inmaculada. La capilla como un todo, y en especial el ciclo de
los azulejos de tema grecorromano, bien puede explicarse como una
excelsa aplicación de los principios de continuidad, comunicación e
interpretación simbólica que se han esbozado aquí.
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Baco y Ceres: misterios eucarísticos posibles
gracias a la Inmaculada Concepción
La capilla fue planeada para las celebraciones de la fiesta de la
Inmaculada Concepción de 1656, tras su declaratoria en 1654 como
patrona de la ciudad de Lima.5 Los contratos de la capilla indican que
debía estar lista para el 14 de octubre, fecha en la que comenzaban
las fiestas, y perfectamente terminada para el 8 de diciembre, día de
la festividad. La primera pieza central de la capilla es un esmerado
retablo de madera elaborado por Ascencio Salas, en cuyo nicho
central se ubica la escultura de Bernardo Robles Lorenzana. Esta
estaba, a su vez, flanqueada por pinturas de los misterios marianos.6
Hasta allí, el plan de la capilla es convencional y no supone desafío
alguno (imagen 2). En el programa decorativo del zócalo de azulejos
que rodea el altar principal se encuentran las innovaciones y
supuestas excentricidades. Los azulejos pintados fueron ejecutados
por Juan del Corral, uno de los más reconocidos maestros de azulejos
de la Lima del siglo xvii, en cumplimiento de un contrato revisado
por Vasco de Contreras y Valverde, fechado el 14 de marzo de 1656.7
5
6
7
Para una descripción y un análisis más detallados de la capilla, cfr. Lozano y Zalamea
(2021).
Sobre el retablo y su documentación (se firmó un concierto -o contrato- para su creación
el 17 de junio de 1654), véase Antonio San Cristóbal (2011, p. 106). Después del terremoto
de 1687, se bajó la altura de la capilla y se ajustó el retablo a esa nueva altura. La escultura
de Lorenzana fue sustituida por una dama de la evangelización, de Roque Balduque (c.
1551-1554).
Sobre la documentación de contratación de Juan del Corral para los azulejos de la
capilla, véase Antonio San Cristóbal (1982, pp. 91-108).
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Imagen 2
Vista general de la capilla de la Virgen de la Evangelización (antigua capilla de la
Inmaculada Concepción) desde la nave de la catedral de Lima. Fotografía de las
autoras, 2018.
Comprender la disposición de los azulejos entendidos como
un ciclo en relación con los demás contenidos de la capilla es
fundamental para acercarnos al proceso de alegorización que se daba
en este espacio con la yuxtaposición de imágenes y la combinación
de experiencias visuales y materiales (imagen 3). Además de la
riqueza visual y material del espacio, estos azulejos sobresalen por
su iconografía: tres figuras de tamaño natural cuya particularidad
consiste en su desnudez y en el uso de los atributos propios de su
mitografía. Rodeadas de una naturaleza abundante, en la que se
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cruzan diferentes especies de flora y fauna, así como algunas escenas
de cacería y otras más bien bucólicas, estas figuras coexisten con una
simbología mariana hecha explícita por símbolos de las letanías que
se disponen en la cenefa horizontal superior del zócalo (imágenes 4
y 5). Lo que a simple vista puede parecer un espacio sin principio ni
fin, una especie de ornamentación con tendencias al horror vacui,
en realidad tiene diversas posibilidades de lectura que se pueden
organizar de diferentes maneras y que permiten entrever una cierta
conciencia en su orden, combinación y disposición. Las cenefas y las
pilastras -ambas contenidas en marcos azules con un espacio blanco
intermedio- le dan orden a la composición, tal como los marcos de
los cuadros continuos que dan la vuelta a las esquinas. De esta forma,
los “países” de azulejos deben entenderse como parte de un ciclo.
Imagen 3
Diagrama señalando la ubicación de la iconografía de los azulejos.
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Imagen 4
Azulejos de Juan del Corral, 1656
Vista general de los azulejos a la derecha del ingreso a la Capilla (costado sur
occidental). Además de la figura de Ceres (muro sur) y las escenas de cacería (muro
oriental), alcanzan a verse los símbolos de la letanía de la Virgen sobre las cenefas:
a) una luna antropomorfa, b) las escaleras y c) el lirio (de izquierda a derecha).
Fotografía de las autoras, 2018.
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Imagen 5
Azulejos de Juan del Corral, 1656
Vista general de los azulejos a la izquierda del ingreso a la Capilla (costado sur
oriental). Además de las figuras de Baco (muro sur) y de Flora (muro occidental),
alcanzan a verse los símbolos de la letanía de la Virgen sobre las cenefas: a) el
pozo (sobre Baco) y b) la puerta (sobre Flora). Fotografía de las autoras, 2018.
Tras el ingreso a la capilla a mano derecha, aparece una figura
desnuda reclinada en diagonal en el borde de un río o lugar acuoso, a
la manera de una ninfa fluvial. Identificada como Ceres, la diosa de
la agricultura, su postura recuerda a otras figuras femeninas desnudas
en medio de un paisaje fértil, con un cuerpo fornido similar a la Leda
de Miguel Ángel conocida en diversos grabados, cuyos senos indican
que se trata de un cuerpo femenino (imagen 6). Sus atributos y gestos
dejan claro su lugar en la capilla; la mano derecha sostiene el cesto de
frutos, entre los cuales se incluye, al parecer, una granada -símbolo
de Cristo y de las tierras americanas-. Su mano izquierda apunta a
la escena y orienta al espectador en la continuidad y el sentido de
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observación del ciclo. Sobre su cabeza hay una corona con espigas,
posiblemente de trigo. Aunque los atributos son tradicionales, su
desnudez no tiene antecedentes conocidos en estas dimensiones y
medios. Si bien proviene del grabado dedicado al verano de Johann
Sadeler (1587-1593), la composición y distribución general es distinta,
como solía suceder en los casos en los que se usaban grabados como
fuentes pictóricas. Además de las figuras pequeñas que labran y
recogen la cosecha, en la cenefa superior aparece un primer símbolo
de las letanías marianas, sostenido por dos figuras aladas sobre un
escudo que parece en relieve: el lirio (imagen 7).
Imagen 6
Juan del Corral, Ceres, azulejos, 1656
Muro sur de la antigua Capilla de la Inmaculada Concepción, Catedral de Lima.
Fotografía de las autoras, 2018.
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Imagen 7
Juan del Corral, Lirio, azulejos, 1656
Símbolo de la letanía de la Virgen, dispuesto sobre la cenefa encima de Ceres.
Muro sur de la antigua Capilla de la Inmaculada Concepción, Catedral de Lima.
Fotografía de las autoras, 2018.
A continuación, se incluyen escenas de cacería. En la primera
escena aparece un jabalí en el plano intermedio, otro ciervo un
poco más atrás y uno ya cazado en la esquina inferior derecha; en
la segunda, la caza del ciervo es protagonista. Los árboles floridos
de amarillo, con pájaros que descienden a picotear las flores, le dan
continuidad a la flora y fauna de la escena de Ceres. En la cenefa se
disponen las escaleras y la luna, símbolos también de las letanías
(imagen 8). Del otro lado de la capilla, en el muro occidental, se
retoman las escenas de cacería; este panel, al igual que su imagen
especular sobre el muro oriental, se ve entrecortado (imagen 9). Al
mismo tiempo, una escena subsidiaria muestra la confrontación
entre un oso y un elefante rodeados por perros.
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Imagen 8
Juan del Corral, Luna, azulejos, 1656
Símbolo de la letanía de la Virgen, dispuesto sobre la cenefa del muro oriental.
Muro oriental de la antigua Capilla de la Inmaculada Concepción, Catedral de
Lima. Fotografía de las autoras, 2018.
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Imagen 9
Juan del Corral, Escena de cacería, azulejos, 1656
Muro occidental de la antigua capilla de la Inmaculada Concepción, catedral de
Lima. Fotografía de las autoras, 2018.
El cuadro central del muro occidental tiene escenas que circundan
la principal; de un lado, pastoriles con música y, del otro, ganado
pastando. En la franja inferior izquierda una mujer y un hombre que
toca un instrumento de cuerda miran la escena principal (imagen
10). Esta muestra campesinos recogiendo la cosecha y ayudándose
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con diferentes instrumentos y animales, llevando y trayendo lo
que parecen ser uvas de un viñedo. La connotación cristiana es
clara, como aparecía en las primeras iglesias paleocristianas -v. gr.,
Santa Constanza- en las que escenas bucólicas y campesinas aluden
al verdadero sentido del sacrificio cristiano. Los árboles floridos
parecen convertirse en flores a medio camino, como girasoles que
dan la vuelta con el sol, con un lado oscurecido. Para no olvidar la
fuente mitológica, se incluye una pequeña figura desnuda sobre una
escalera y colgada de una rama, de una forma similar a las figuras
de la cosecha de uvas de Santa Constanza en Roma. Arriba, a la
derecha de la escena, en la cenefa, aparece un sol antropomorfo
directamente opuesto a la luna del muro oriental (imagen 11).
Imagen 10
Juan del Corral, Escena agrícola con campesinos y músicos, azulejos, 1656
Muro occidental de la antigua Capilla de la Inmaculada Concepción, Catedral de
Lima. Fotografía de las autoras, 2018.
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Imagen 11
Juan del Corral, Sol, símbolo de la letanía de la Virgen
Símbolo de la letanía de la Virgen, dispuesto sobre la cenefa del muro occidental
de la antigua capilla de la Inmaculada Concepción, catedral de Lima. Fotografía
de las autoras, 2018.
La figura semidesnuda de tamaño natural que se encuentra
enseguida ocupa el centro de la composición. Redescubierta en los
años 2000, esta Flora/Primavera, los tres signos zodiacales que flotan
en la mitad del cielo -Aries, Tauro, Geminis- y el buqué de flores
que sostiene en su brazo derecho (imagen 12) provienen del grabado
de Adriaen Collaert. Coronada con flores abundantes, esta Flora/
Primavera está acompañada por un Cupido alado, posiblemente
como una manera de reforzar su asociación con la fertilidad. En la
cenefa superior, aparece la puerta de la Virgen.
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Imagen 12
Juan del Corral, Flora, azulejos, 1656
Muro occidental de la antigua capilla de la Inmaculada Concepción, catedral de
Lima. Fotografía de las autoras, 2018.
En el último muro, del lado sur de la capilla, se encuentra Baco
-también inspirado en un grabado del otoño de Adriaen Collaert-,
reconocible por su corona de vides y racimos de uva y por la copa
llena de uvas con la que brinda su mano izquierda (imagen 13).
Así mismo, las uvas aparecen al lado de su pierna derecha, junto
con tubérculos y calabazas que se asocian con el otoño. Reclinado
o sentado sobre una especie de canasto, su brazo derecho se apoya
sobre una posible herramienta para el trabajo en el campo. A su
izquierda se muestran pequeñas figuras arando el campo y recogiendo
la cosecha de un viñedo en la parte inferior. Mientras tanto, del
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un ciclo de azulejos limeño y un sermón cusqueño
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lado derecho hay una confrontación entre animales en apariencia
salvajes, uno de los cuales podría ser también un jabalí. Aflora así un
contraste interesante entre campo arado y naturaleza más salvaje.
Por último, a diferencia de las demás figuras, Baco mira hacia arriba
de forma oblicua, al parecer en dirección al altar o hacia la entrada
de la capilla, y por ende en dirección de Ceres. En la cenefa superior
de esta escena, el pozo es el símbolo de la letanía.
Imagen 13
Juan del Corral, Baco, azulejos, 1656
Muro sur de la antigua capilla de la Inmaculada Concepción, catedral de Lima.
Fotografía de las autoras, 2018.
Parece evidente que es un conocimiento estricto de las historias
míticas, sus símbolos y su iconografía el que hace posible conectar
en este ciclo de azulejos el motivo de la Inmaculada Concepción
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con las referencias míticas, marianas y la iconografía cristiana. Esta
construcción híbrida e intermedial es prueba de una apropiación del
legado clásico que excede con mucho una exhibición de erudición, y
que dialoga en profundidad con el misterio de la Inmaculada al que
está dedicado la capilla. En esta convergencia de los tres misterios de
la cristiandad, tanto la mitología clásica cuanto la tradición oriental
de las letanías, la iconografía de las estaciones y la herencia del
azulejo se combinan forjando una nueva experiencia sagrada.
Usos de la alegoría en Espinosa Medrano
Esta misma actitud ha caracterizado los diversos estudios que
han identificado las fuentes y posibles influencias teóricas en los usos
de la alegoría de Espinosa Medrano en su obra, incluida su lectura de
Ovidio a través de Berchorius (cfr. Cisneros, 2011, pp. xi-xxv; Moore,
2000, pp. 71-186). Sin embargo, no se ha intentado hacer un análisis
de cómo Espinosa Medrano se aparta de sus fuentes. La lectura de
sus obras muestra un uso anagógico de la alegoría, en el que un
acontecimiento o una historia antigua prefiguran un acontecimiento
o una verdad posterior, una concepción de la historia muy apreciada,
como ya se mencionó, por su entorno intelectual en el Cuzco.
Para Julia Sabena (2015), Espinosa introduce diversas alegorías
en sus sermones a modo de dispositivo retórico para embellecer el
sermón, mostrar su propio ingenio e insertar a la sociedad americana
virreinal en un círculo más amplio de hombres eruditos del studia
humanitatis a escala mundial (2015, pp. 356 y 358). Sabena también
postula que Macrobio y Orígenes podrían ser el marco teórico detrás
de la concepción de la alegoría de Espinosa Medrano (2015, pp. 363364). Desde esta perspectiva, el predicador es un guía en la develación
de los significados ocultos que encriptan los misterios de la fe; este
doble procedimiento característico del Barroco colonial español se
deleita tanto en el simbolismo cuanto en su revelación.
Desde el punto de vista mitográfico, las fuentes de Espinosa
Medrano son identificables: Berchorius, Natal Conti y Juan Pérez
de Moya (Sabena, 2015, pp. 367 y 374). Berchorius, como anticipa el
título de su obra -Ovidius moralizatus-, asume una perspectiva moral
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un ciclo de azulejos limeño y un sermón cusqueño
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en sus interpretaciones, en las que las fábulas se leen como símbolos
de nociones o ideas abstractas y se borra su significado literal. Por
su parte, para Natal Conti la alegoría oculta el sentido real a la
gente común o da un contraejemplo de lo que no debe hacerse, de
suerte que su inclusión en los sermones atrae la atención y el interés
de los feligreses. Por otro lado, Pérez de Moya, como Berchorius,
ofrece interpretaciones morales de las fábulas de Ovidio; su intento
es revelar la utilidad de las fábulas de la gentileza que los poetas
utilizan para embellecer su poesía (Philosophia secreta i, 1). Desde
su perspectiva, este tipo de recurso también hace más accesible la
doctrina a quienes no la conocen. En síntesis, parece que en estos
tres autores el artefacto alegórico contiene moral, embellece la
poesía -haciéndola más agradable-, o encripta la doctrina para evitar
que esta se corrompa en manos vulgares.
Aunque estas son sin duda sus fuentes, como lo demuestran
los análisis intertextuales, Espinosa Medrano no tiene las mismas
intenciones.8 El uso anagógico mencionado es diferente de lo que
Pérez de Moya denomina histórico (Philosophia secreta i, 1). Este autor
identifica el sentido literal con el histórico, es decir, las palabras
significan, al margen de que reflejen la realidad o no. Espinosa, por
el contrario, se interesa por los acontecimientos porque ellos están
conectados de facto. Si, como él cree, algunos eventos de la historia
antigua son prefiguraciones de eventos futuros, la realidad histórica es
una condición necesaria para este tipo de vínculo. En otras palabras,
los hechos que Espinosa Medrano utiliza con un sentido alegórico
tienen que ser considerados eventos reales interconectados por la
mente de Dios como parte de un gran diseño teológico. A diferencia
de otros predicadores, que se limitan a utilizar la mitografía como
un archivo para extraer referencias (cfr. Sabena, 2015, p. 360),
Espinosa hace uso teológico y doctrinal de las figuras alegóricas
considerándolas partes del esqueleto del propio plan de Dios.
De hecho, Espinosa Medrano era un fanático de las alegorías
8
De acuerdo con Guibovich (1992), Espinosa Medrano poseía: “Ovidio Nasón, 3 tomos”
-probablemente las Metamorfosis-, un ejemplar de Berchorius -en cuatro volumenes- y
un “Teatro de los dioses, 2 tomos” -un manual de mitología de Baltazar de Vitoria- y
un ejemplar de la Philosophia secreta de Pérez de Moya. También poseía cuatro grandes
lienzos de historias mitológicas, llamados “fábulas”.
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teológicas. La novena maravilla, una publicación póstuma de sus
sermones compilados en 1695 por uno de sus alumnos, está llena
de referencias a la literatura grecolatina. Los sermones interpretan
algunos de los misterios de la fe que se hallaban en el centro de
las disputas intelectuales religiosas cusqueñas y las citas de la obra
de Ovidio fungen en ellos como clave interpretativa que conecta
los acontecimientos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Es decir,
operan como vínculo figurativo entre la época histórica del pueblo
judío y la de los evangelistas según está explícito en la propia obra de
Espinosa Medrano:
Pues entendedlo, que ya sabréis, pues os lo enseñó el Apóstol, que la Ley
Antigua fue sombra de la evangélica; fue la religión mosaica la noche
figural, a cuyas obscuridades de enigmas y tinieblas, había de suceder el
clarísimo día de la ley de Gracia (2011 [1695]), p. 14).
Como Sabena, también César Itier (2010, p. 15) cree que
Espinosa leyó las fábulas gentiles como mentiras sobre la historia del
mundo. Del mismo modo en que lo hace la interpretación alegórica
platónica del mundo, ambos eruditos creen que algunas nociones
se hacen realidad de manera correcta y divina en los escritos de
Espinosa Medrano, mientras que otras son tan solo equivocaciones,
al ser imitaciones demoniacas de la obra de Dios.
Por el contrario, nosotras creemos que el interés de Espinosa en
la alegoría es más claro a la luz de la noción de figura que Erich
Auerbach (1984, p. 28) extrae de las palabras de Tertuliano. Los
principales rasgos de esta son la prefiguración -hanc prius dicimus
figura futurorum fuisse- y la semejanza -si non Pascha figura Christi per
similitudinem sanguinis salutatis et pecoris Christi?- del segundo evento
en el primero. Visto de esta manera, “la figura es algo real e histórico
que anuncia algo más que también es real e histórico. La relación
entre los dos eventos se revela por un acuerdo o similitud” (Auerbach,
1984, p. 29). Por la semejanza la figura se hace reconocible; por eso
es central destacar las características que establecen el vínculo. Esta
semejanza no puede ser una coincidencia y menos aún una falsedad.
Según Tertuliano, la profecía funciona porque el acontecimiento
figurativo tiene una realidad histórica: aunque la segunda parte
es la importante, esto no significa que la primera parte sea falsa.
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Según esta comprensión del dispositivo alegórico, no hay falsedad
en los hechos alegóricos. Si algo está mal, el error viene de la
interpretación. Cuando Espinosa dice: “Esta solía hacer fábula y hoy
la venero verdad sagrada, pues en ella descubro los diseños de la
pureza en que fue concebida Santa María santísima” (2011, p. 49),
no dice que los hechos son falsos sino que se refieren a otro hecho
real. Itier, en cambio, elucida la cita de manera extraña. Dice que el
pronombre “la” no se refiere a la fábula sino a la estructura misma
concebida por Dios (Itier, 2010, p. 16). Esta extraña lectura se debe
probablemente al temor de poner al mismo nivel los eventos de la
Sagrada Escritura y los narrados por la literatura grecorromana. Sin
embargo, este ejercicio retórico fue realizado ya por Dante (Conv.
ii, 1) y es en este mismo sentido que Auerbach (1984, pp. 64-76)
entiende la interpretación de la alegoría de Tertuliano.
Este es también el propósito de Espinosa Medrano, cuyos
sermones transitan los temas en dos direcciones: de América a
Europa y viceversa. En el primer lado, América completa el plan de
Dios reconociendo algunas verdades de fe. Espinosa toma partido en
la complicada discusión sobre la Inmaculada Concepción de María
-“no me embarazo en demostrar la definibilidad de este misterio: que
predicó en el Cuzco i en consistorio de cardenales” (2011, p. 52)porque tiene claro que María era pura desde su concepción en la
mente de Dios, al contrario de la opinión de las autoridades de la
orden que lo educó.
Los panegíricos dedicados a la pureza de María fueron una de las
estrategias más exitosas para la defensa de la Inmaculada Concepción,
aún hoy después de la bula del papa Pío IX que reconoció su
estatus dogmático en 1854. No en vano este dogma fue consagrado
fundándose casi exclusivamente en la opinión extendida sobre la
pureza de María desde los tiempos de los primeros cristianos. La
estrategia de Espinosa Medrano en su sermón (“Oración panegírica
a la Concepción de Nuestra Señora en la catedral de Cuzco año de
1670”) es la misma. Como en cualquier exordio, el saludo introduce
el tema: la Inmaculada Concepción de María. Espinosa comienza
haciendo eco de las cualidades atribuidas en la Antigüedad a
Andrómeda que hacen posible conectarla con María: su belleza,
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su pureza y la responsabilidad exclusiva de sus padres por el peligro
en el que se encontraban. Enseguida, Espinosa Medrano intercala
hábilmente la fuente ovidiana, la interpretación de Berchorius9 y
la fuente bíblica para demostrar el sentido figurado de la historia
de Andrómeda que anticipa cómo Cristo garantiza la Inmaculada
Concepción de su propia madre. Espinosa narra:
Esta solía hacer fábula y hoy la venero verdad sagrada, pues en ella descubro
los diseños de la pureza en que fue concebida María Santísima. [Principio
interpretativo] Su madre fue Eva; pero tan soberbia por lo gallardo que
presumió emulaciones a lo divino. Eritis sicut Dii [Gen. 3, 5; conexión entre la
fuente bíblica y la grecorromana]. El querer parecer tanto como la divinidad
la desvaneció. Por su culpa el alma de María, bellísima Andrómeda,
estaba ya enlazada a la roca orgánica del cuerpo, y en este instante de la
información o animación llegaba a despedazarle el monstruo [Berchorius].
¿Cuál monstruo? Ese medio pez [Meta. iv, 727] y medio dragón [Meta. iv, 715]:
ese que los latinos llaman Coetus. Pues ese es el que en el Paraíso engañó a
Eva, dice San Pedro Damiano. Ese dragón es el que recabó con la prometida
divinidad la culpa original: Coetus ille devoratur humani generis designatur, qui
dum Divinitatem spopondit; inmmortalitem sustulit, & proevaricationis quoque
culpam primo homini propinavit. Pero el hijo de Dios, el Perseo Cristo, a quien
vino el profeta vestido de alas para la salud: Et sanitas in pennis eius [Mal.
3, 20]. Volando con las plumas de la Redempción preservativa, acudió al
golfo a libertar su Andrómeda; embistió al monstruo y, ensangrentando las
espumas, lo despedazó en las hondas; quedaron jaspeados de púrpura los
escollos [Meta. iv, 728-729], y hecho trozos el dragón por el agua, lo dio en
despojos a los pueblos de Etiopía. Parece que lo vio el Profeta: Tu confregisti
capita Draconis in aquis, dedisti eum escam populis Aetyopum [Ps. 73, 14]. En
pueblos de Etiopía sucedió la hazaña, que como Andrómeda nació blanca de
padres atezados, María procedió pura de renegridos progenitores: Virginem
Beatissimam (dice Crisógono Dálmata, part. 2, Discurs. 18, núm. 9) velut
alteram Andromedam immani illi belluoe, peccato scilicet originario, oh commune
illud debitum generis humani in protoplasto cotractum ad devorandum expositam
ab hoc Coelesti Perseo nobilissimo modo liberatam, ac praeservatam. Parece que,
por llegarme a la roca, me he enmarado; pero en mar de gracias, desdicha
sería en medio del piélago faltarme una gota; negociádmela todos, saludando
a María con el Ángel: Ave gratia plena (Espinosa Medrano, 2011, pp. 47-48).
9
Berchorius, Ovidio moralizado, Libro IV, fábula 17.
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El episodio se trata de manera diferente a como lo hace Conti
(Mitología viii, 25); Espinosa Medrano lo entiende como un ejemplo
de la necesaria moderación del espíritu o prueba de que Dios no
permite que los hombres justos perezcan. Conti lee en los mismos
términos que Pérez de Moya (Philosophia secreta i, 34); según
este último, se trata de una falsa fábula que muestra cómo en la
Antigüedad los demonios exigían -y Dios lo permitía- sacrificios
humanos. Para Espinosa Medrano, por el contrario, el relato es
una representación del rescate del pecado por parte de Cristo, en
consonancia con Berchorius, pero con rasgos y alusiones que están
presentes en el texto de Ovidio. Esto sugiere que Espinosa Medrano
lo está leyendo directamente y no solo a través de la lente de las
versiones moralizadas.
Por ejemplo, a diferencia de Berchorius, que asocia a Perseo con
Pegaso y presume que su descenso se produjo sobre la grupa del caballo,
Espinosa retoma las sandalias aladas de Ovidio (Meta. iv, 711-712), así
como la descripción de la bestia como una mezcla entre una serpiente
(v. 715: draconem) y un pez (v. 727: piscem). Espinosa Medrano utiliza
mandíbulas ensangrentadas e incluso reproduce la imagen de la
salpicadura púrpura presente en el poema de Ovidio (vv. 728-729).
El tema incipit comienza con Mateo 1.1, la genealogía de Cristo:
“Abraham fue el padre de Isaac, Isaac [...]”. Como en Tertuliano,
Espinosa enmarca su lectura dentro de la lógica de la prefiguración: los
padres se anticipan a sus hijos incluso cuando estos son mejores que sus
padres. Para ello elige la idea ovidiana de castigo injusto por la falta de
la madre (Meta. iv, 670-671; 678; 688; 692). Este parecido establece la
conexión con Eva y María; como Andrómeda, María tiene que pagar
la culpa de su madre, y en un cierre simétrico, María tiene que ser
usada como carnada para atrapar a la bestia liberada por el pecado de
Eva. Gracias a la pureza, humildad y obediencia de María, ella pagará
la deuda de toda la humanidad. Ella será el nuevo nacimiento y de su
vientre surgirá el nuevo Adán.
¿Cómo puede ser esto?, ¿cómo puede Dios permitir la existencia
de este tipo de mal? Espinosa se enfrentó al mismo problema que
Pérez de Moya, pero mientras Pérez decidió negar la historicidad a
los hechos narrados para no incurrir en contradicciones teológicas,
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Espinosa explica que incluso estos eventos están prefigurados en la
mente de Dios:
[...] tenía previsto Dios que una criatura de las intelectuales que produjo
se atrevería a interrumpir estas delicias, a desbaratar estos cariños, todo
infisionando en su raíz a toda la humanidad [...] de esta treta hablaba Dios
cuando le dijo a Job: An extrahere poteris Leviatham hamo? Numquid illudes
ei quasi avi? (2011, p. 49).
Los trucos del diablo parecen, por tanto, situarse allí para que el
alma pueda superarlos, para mostrar el poder de Dios y sus criaturas.
Dios proporciona al alma el sedal, el cebo y el anzuelo. María, como
Andrómeda, es el cebo (Meta. iv, 694), su sacrificio es la oportunidad
de Cristo para recuperar el alma caída en el pecado, empleando el
mismo truco que hizo que cayera. La bestia se tragará a María y en
este momento será atrapada por Cristo:
Mas cuando pensó, que también había engullídose la carne de Cristo y
María, que una y otra humanidad eran el cebo que disfrazaban dos puntas
corvas una divinidad de acero, hallose burlado el monstruo, heridas las
fauces, aferrado el cuello, presas las agallas, ahogado el espíritu; que la
carne de María con plenitud de gracia, como añagaza de una de las puntas
de aquel místico anzuelo, le atravesaba el formidable gargüero, apadrinada
de la divinidad. ¡Qué bien Epifanio! Ave gratia plena hami esca spiritualis,
in te siquidem hamus Divinitas, (De laudibus santae, xviii, Epifanio)&c. Eso
es con propiedad añagaza, Hami esca. Esa es la línea del Evangelio, en
que misteriosamente se van anudando unas generaciones con otras: Isaac
autem Iacob, Iacob autem, &c. Mas todo fue irle dando soga a la ballena,
todo fue línea recta hasta María; desde ahí ya no hay autem ni geniut,
porque allí se engarfía oblicuamente la trampa, allí la burla: Num qui illudes
Leviatham? (Espinosa Medrano, 2011, p. 49).
Si, como sostiene Itier (2010), la fabulación era la fuente de la
falsedad, el propio Espinosa no podía confiar en las similitudes de
esa construcción poética -como de hecho lo hace- para establecer
la conexión entre los personajes mitológicos y su interpretación
salvacionista. El intérprete no elimina la lectura literal ni socava su
significado. La realidad histórica que prefigura los sucesos posteriores
es factual, aunque sean estos los que den pleno sentido a lo anterior.
El uso de las palabras verdad, verdadero y falso no es un rastro fiable en
Espinosa Medrano para atribuir falsedad; ellas significan solamente
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que el acontecimiento prefigurado no se ha consumado todavía (cfr.
Auerbach, 1984, pp. 45 y 53).
Así, la historia grecorromana, sus dioses y sus males y sus
maravillosas criaturas forman parte de la historia de la humanidad y
de la divina providencia en su propio sentido, aunque solo gracias al
trabajo del intérprete podamos verlo. Y Ovidio es, como dijimos, el
catalizador de este cambio de sentido. El intérprete, basándose en las
semejanzas entre los personajes de Ovidio y algunos del Antiguo y
Nuevo Testamento, revela el vínculo y da sentido a los acontecimientos
que, de otro modo, podrían ser vistos como meros trucos del diablo.
El análisis americano del Cuzco, en términos de Espinosa Medrano,
constituye una prueba de cómo una interpretación precisa permite
ver el verdadero significado de los eventos, incluso de aquellos que en
apariencia no están conectados.
Conclusión
Una comparación entre los usos de la alegoría de Espinosa
Medrano y la disposición de los azulejos de la capilla de la Inmaculada
Concepción arroja luz sobre cómo la narrativa mitológica fue recibida
y transformada por medio de la alegoría en un contexto cristiano y
colonial. En lugar de presentar las figuras paganas como falsedades o
faltas al decoro a despecho de lo sagrado, los intelectuales cusqueños
proporcionan una perspectiva americanista en la que cada evento
tiene un significado simbólico que permite interpretarlo dentro
de la fe. De hecho, las intersecciones entre los diferentes tipos de
producciones, tanto visuales como literarias, ya sean sermones o
azulejos, apuntan a una multivalente traducción de distintos niveles
de absorción del legado clásico. En lugar de sobrepasar las fuentes
clásicas y mostrar que están equivocadas, la perspectiva americana
parece decir que el enfoque mítico u ovidiano conecta los dos
mundos, el pasado pagano con un presente americano en el que la
historia del Nuevo Continente es legítimamente incorporada a la
historia sagrada
Co-herencia Vol. 18, n.º 35, julio - diciembre de 2021, pp. 101-132. (ISSN 1794-5887 / e-ISSN 2539-1208)
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