Reseña
Revista Affectio Societatis Vol. 12, N.° 22, enero-junio de 2015. ISSN 0123-8884
BADIOU Y LACAN: EL ANUDAMIENTO DEL SUJETO
[Breve extracto]
Roque Farrán.
Buenos Aires: Prometeo Libros, 2014
El autor señala el punto en el cual una vida se juega en la obra.
Giorgio Agamben, Profanaciones
i parafraseamos el epígrafe anterior en términos badiousianos, afirmamos que
el sujeto señala el punto en el cual una verdad se juega en el mundo. Pero,
¿cómo concebir precisamente el punto? Es el asunto que hemos tratado de
indagar en el libro Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Buenos Aires: Prometeo,
2014), en tanto y en cuanto éste se ha desplegado en torno a una única pregunta
(des)orientadora, la pregunta por el deseo de filosofía y su repuesta precipitada (en
sentido material y temporal): el sujeto filosófico.
S
No se trata de definir a priori un concepto, cualquiera éste sea, sino de producirlo en
efecto mediante una operación singular, situada históricamente, sea cual sea el autor, el
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conjunto de autores, o la tradición en la que se opere dicha torsión y se constituya el
mentado concepto. Por ejemplo, hay una posición común que parte de la necesidad de
delimitar abstractamente qué no es sujeto para que dicha categoría adquiera así, por
contraposición, su especificidad. Pero, ¿y si el sujeto fuera eso que justamente resulta
indiscernible a priori? Postulamos la siguiente inversión: no es que todo
(hegelianamente hablando) sea sujeto, sino que no hay nada (lacanianamente hablando)
que no lo sea. Ambas proposiciones, universales, parecen conducir a las mismas
consecuencias idealistas, y, sin embargo, no. Situamos de este modo el problema de la
distinción a priori del sujeto en las coordenadas de la lógica lacaniana del todo/notodo,
circunscribiendo de alguna forma el problema de su indiscernibilidad local, histórica e
inmanentemente.
Así, si postulamos que todo es sujeto, necesitamos hacer funcionar una excepción
(explícita o implícita) que le dé un límite a ese todo: puede que sea el ser, el no-sujeto o
el objeto, poco importa. Si en cambio postulamos que no hay nada que no sea sujeto,
sin excepción, no habrá límite o contorno definido, por ende no-todo lo será; lo que se
sustraiga a la sujetidad en cuestión lo hará en exceso, singularmente, y lo que se
inscriba correlativamente como sujeto también lo hará bajo condición de esa sustracción
única (verdadera como la Idea). Se articulan de este modo lo pasivo y lo activo, en
simultaneidad. No hay rasgo o cualidad a priori que defina estáticamente qué es un
sujeto. Con ello apostamos a que hay apuestas subjetivas singulares, en cualquier lugar
y nivel, en la forma de producir conceptos e intervenciones al de-suponer un Sujeto
Supuesto Saber (sea éste sustancial, mítico, lógico o pragmático). El ser es la causa
externa y el sujeto no es más que esa operación literal histórica (casi cómica) que hace
saltar la x trascendental, produciéndose así como efecto —de— la causa eterna
inmanente. Esta última afirmación no tiene nada de teológica, al menos para quien se
halle en formación continua, pues estamos hablando de la eternidad e indestructibilidad
del deseo (Freud) como causa inmanente (Spinoza); que el analista haga semblante de lo
que causa deseo y que, si todo sale bien, al final de la partida sea destituido como resto
de la operación analítica, no implica que se deba desentender de la ontología, la
filosofía, ni mucho menos de otros procedimientos de verdad que no pasan por su
dispositivo, sobre todo el político (y si no, ¿cómo circunscribiría su especificidad?).
En el caso de nuestro propio trabajo, hemos tratado de mostrar la composición del
sujeto en tres movimientos que se solicitan mutuamente. En primer lugar, era clave
mostrar, con Lacan, cómo el sujeto se hallaba descentrado por lo real de su causa
(trauma, impasse, goce o resto); luego, mostrar con Badiou cómo dicho concepto se
hallaba en exceso respecto de aquéllas sobredeterminaciones libidinales, desplazándolas
más allá de lo familiar-neurótico y del principio del placer al encausar su causa
(invención artística, política, científica, amorosa) en torno a un goce singular; para
arribar así, por último, a la composibilidad del sujeto que requiere nuestra época:
anudamiento de múltiples causas (y afectos), encausadas a su modo, heterogéneas pero
dispuestas a pensarse conjuntamente, por partes.
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Si lo que descompleta el saber es una verdad singular, lo que descompleta el saber de
ese saber (o sea: el metasaber reflexivo) son las múltiples verdades pensadas en
simultáneo. Con esto queremos decir que, si los procedimientos genéricos de verdad
(arte, ciencia, amor, política) se sustraen a los saberes que les atañen, la filosofía debe
efectuar una doble sustracción a fin de no quedar suturada ni a un saber total ni a un
saber particular. Esa verdad filosófica tan simple, lo suficientemente vacía como para
captar las verdades, configura un tiempo único (singular-universal) que no obstante
resulta muy difícil de transmitir; basta ver a los más atentos lectores de Badiou debatirse
en sus diversas suturas1 sobre qué verdaderamente, ¡en verdad!, marca el tiempo:
política, matemática, etc. Y por eso mismo hay que tener en cuenta o producir la
diferencia entre único y Uno. Badiou nos orienta en dicho sentido al mostrar lo único
como conjunto vacío, pero la singularidad genérica de un tiempo único, circunscrito
filosóficamente, requiere exceder la ontología matemática estricta hacia los múltiples
procedimientos y sujetos de verdad; y la estructura que permite pensar la singularidad,
sin dominancia de ninguno de sus componentes, es la del nudo borromeo.
Aquí, por extraña que resulte esta torsión, nuestra guía histórica ha sido Foucault y
su ontología crítica del presente (o parrhesía filosófica). El maestro francés decía en El
coraje de la verdad (2010) que según cómo se articulen/desarticulen el ethos,
la politeia y la aletheia en la historia del pensamiento occidental, encontraremos
distintas posiciones filosóficas: 1) la sabiduría filosófica, que quiere hacer de estas tres
dimensiones una sola, fundada en un mítico origen (o fundamento); 2) la profecía
filosófica, que quiere también hacer de ellas una, pero vinculada más bien al porvenir
(de una ilusión); 3) la técnica filosófica, que, en cambio, las quiere separadas entre sí,
heterogéneas y cada una por su lado; 4) la parrhesía filosófica, por último, que las
anuda sosteniendo en interrogación incesante su mutua irreductibilidad. Este es el
coraje de la verdad. La ontología crítica del presente, tal como la expone en ¿Qué es la
Ilustración? (Foucault, 1996), se ejercita interrogando entonces, simultáneamente: el
polo discursivo del poder a través del saber y la ética; el polo discursivo del saber a
través de la ética y el poder; y la ética a través del poder y el saber. Claro que luego
Foucault desbarranca, a nuestro modo de ver, al menos en El coraje de la verdad, por
querer hacer de ese nudo la encarnación de uno propio, es decir, uno que reúna dichas
tensiones en el propio cuerpo del filósofo: el cínico por excelencia. Para nosotros, en
cambio, el nudo entre politeia, ethos y aletheia no puede ser propio, sino impropio, es
decir, tejido de diversos hilos discursivos que el filósofo no puede encarnar en sí
1
Lo paradójico de un pensamiento tan complejo y rico como el que nos ofrece Badiou es que, por la misma
razón que habilita múltiples conexiones entre procedimientos heterogéneos como los son el arte, la ciencia, la
política y el amor (incluidos sus comentarios filosóficos o teóricos más sofisticados), es susceptible de dejar
insatisfechos de profundización a los que estiman en las sutilezas y detalles del ámbito que privilegian la clave
de inteligibilidad de todo (época, tiempo, historia, etc.); pero, justamente, si hay una contribución transversal
al pensamiento de la época, que nos lega este gran filósofo, es cómo sostiene la irreductibilidad de los ámbitos
de pensamiento y a la vez su composibilidad, lo cual requiere tanto de una atención flotante respecto de cada
nueva singularidad emergente, como de una incesante producción conceptual que la piense sin otorgarle
ningún privilegio en la inteligibilidad común.
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mismo, sólo transitar y composibilitar a partir de múltiples operadores conceptuales
y corpus textuales.
Hablamos en nombre propio, asumiendo la primera persona del plural, para proponer
nada menos que el concepto de sujeto que, pensamos, exige nuestra época. Pues, de un
tiempo a esta parte, es éste el concepto que define la intervención filosófica enterada de
lo que ocurre: lo actual y su crítica. Hoy, el concepto de sujeto se trama
indefectiblemente en el medio de dispositivos de poder, de saber, de cuidado (o
procedimientos de verdad, como los llama Badiou) irreductibles entre sí pero en
constante yuxtaposición y atravesamiento recíprocos. No se trata de una categoría a
priori, ni trascendental ni histórica. O bien: el sujeto es a la vez cuasi-trascendental e
histórico en tanto no se reduce a lo que hay y, en cualquier caso, en lugar de ser una
condición de posibilidad señala más bien las múltiples condiciones de com-posibilidad
y su anudamiento estrictamente solidario.
El concepto de sujeto, a la altura de las condiciones de nuestra época, opera
desactivando los mecanismos de sutura y homogeneización que tendencialmente
desarrolla todo dispositivo. En tanto se rige por la lógica del no-todo, el sujeto abraza
sin reservas la ley que articula diferentes dispositivos, sin que ninguno de ellos prime en
su composición heteróclita. Eso le permite interrogar uno a través de los otros y mostrar
así la imposibilidad del efecto de totalización imaginaria, no obstante su articulación
parcial en puntos de cruce alternados, lo que define en acto su impropia composición.
Lo primero sobre lo que quisiéramos regresar, entonces, es la idea o el concepto más
amplio que despliega el libro, para recién luego volver a considerar detenidamente,
parte a parte, y de manera intensiva, cómo tomó cuerpo en su devenir histórico signado
por la escritura. Nuestra idea básica era dar cuenta de un desplazamiento en el punto de
interés que podía suscitar la filosofía de Badiou considerada en su conjunto complejo, y
de cómo éste era solidario de las últimas formulaciones lacanianas en torno al nudo
borromeo, al tiempo que arrojaba también alguna luz sobre la índole filosófica de éstas
últimas. En primer lugar, la novedad del planteo filosófico badiousiano no se sitúa para
nosotros en la tesis polémica que identifica directamente la ontología con las
matemáticas; ni siquiera en los conceptos de acontecimiento o de múltiple genérico que,
no obstante, resultan claves en El ser y el acontecimiento; como tampoco en el concepto
de aparecer o ser-ahí que despliega luego en Lógicas de los mundos; la novedad,
afirmamos, se puede entrever en aquello menos desarrollado explícitamente por el
propio Badiou y que se encuentra en juego, expuesto a sobrevuelo, en sus elaboraciones
respecto a la tarea concreta de la filosofía, bajo la noción de composibilidad.
El movimiento efectuado en torno al concepto de sujeto en Lacan, si bien de algún
modo resulta análogo, no es simétrico y, por ende, aparece desarrollado de manera un
tanto más sutil. Retomamos tres lecturas rigurosas que acentúan distintos momentos de
la enseñanza de Lacan en su conjunto (Ogilvie, Le Gaufey, Milner), y tratamos a su vez
de excederlas para mostrar una ontologización del sujeto (vinculada a las tres
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suposiciones que menciona Milner en Los nombres indistintos: “hay”, “hay uno”, “hay
semejante”) que no se reduce a lo estructural-simbólico y que nos permite retornar a la
filosofía a partir del nudo borromeo de real, simbólico e imaginario. Es decir, en
definitiva, mostrar un concepto de sujeto que excede el dispositivo clínico
psicoanalítico y los significantes ligados a la lengua materna (lalangue).
En ambos casos, afirmamos, Badiou y Lacan tratan de pensar el sujeto como
operación de composición compleja que se da entre múltiples impasses, bifurcaciones,
fallas y aporías; suscitadas, a su vez, entre distintos niveles discursivos, prácticas,
dispositivos e incluso temporalidades. El sujeto no es algo obvio ni evidente, no se
encuentra allí donde se lo busca, sin por ello remitir a una instancia mítica o mística con
las cuales bien podría ser confundido en una lengua demasiado poetizante. Por eso, un
objetivo pretencioso (como se suele decir en ámbitos académicos) del libro sería:
brindar un marco conceptual de referencia que oriente la diversidad de prácticas en la
actualidad, cualquiera éstas sean (científicas, políticas, artísticas, amorosas); allí donde
el sujeto, individual o colectivo, encuentre su articulación imprevista en la suspensión
de las múltiples determinaciones, estructurales o situacionales, que lo constituyen; ni
pura dominación (o actividad) ni pura subordinación (o pasividad), sino más bien
impura sobredeterminación e interrupción mutua de cada una de ellas por las otras
(actividad, pasividad y neutralidad combinadas). En tanto no hay saber último, ni
metaestructura, ni fórmula secreta, ni clave de inteligibilidad de todo, hay que pensar en
cambio en el justo y singular medio en que nos constituimos, cada quien
contingentemente según vicisitudes pulsionales e históricas a la vez que políticas.
La idea principal del libro habrá sido, entonces, presentar el concepto de sujeto de
manera dinámica (no estática o definitiva) en desplazamientos sucesivos, anticipativos,
retroactivos y alternados por variadas dimensiones de análisis, dispositivos, conceptos y
autores próximos entre sí. Y su efecto residual se puede condensar en la siguiente
proposición: La ley del sujeto es la alternancia expuesta ejemplarmente en el
anudamiento borromeo, cuya rigurosidad proviene del ordenamiento solidario de sus
componentes (conceptos y dispositivos). El sujeto no es sólo la hiancia o falta en la
estructura (Lacan), ni es sólo una configuración local finita de un procedimiento
genérico de verdad (Badiou); es una operación de anudamiento complejo y solidario que
puede ocurrir en cualquier lugar y tiempo en que se encuentren y compongan al menos
tres registros heterogéneos. Escritura de lo múltiple o escritura múltiple, a través de la
composibilidad, junto a Badiou; indagación de la escritura o la letra, a través del nudo
borromeo, junto a Lacan.
Ontología y política constituyen, a grandes trazos, los dos polos que tensan el campo
de pensamiento señalado, y entre ellos circula la filosofía desplazando las tensiones y
reformulando las problemáticas de los heterogéneos dispositivos que lo componen:
psicoanálisis, política, ciencia, arte. Al situar el movimiento real de composición del
libro, o sea, el devenir mismo de las indagaciones efectuadas entre diversas lecturas y
escrituras, deberíamos mencionar tres grandes partes que, a su vez, implican tres
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grandes momentos: 1) Las primeras recepciones críticas del pensamiento de Badiou, en
clave ontológico-política, provenientes de autores cercanos al mismo como Laclau,
Žižek, Milner o Deleuze, a partir de cuyos comentarios examinamos la importancia
relativa que tenía el dispositivo ontológico-matemático —sobre todo el comentario
filosófico o metaontológico del mismo— en su sistema, y los malentendidos que
generaba el no tenerlo en cuenta (también a la hora de circunscribir el real lacaniano);
tal era el caso de quienes se situaban demasiado en el giro lingüístico. 2) La apertura
hacia otros conceptos políticos afines, como los de “ciudadano”, “ley” o “estado”, que
permitieron, en el tratamiento de sus equivocidades, aporías y desplazamientos, situar la
complejidad del concepto de sujeto lejos de cualquier simple homonimia o reducción
semántica a un sentido último; lo cual también posibilitó desarrollar el mentado
concepto escindiendo el círculo cerrado de referencia a los dos autores estudiados; es
decir que aquí acentuamos estratégicamente las convergencias y proximidades
operacionales —pese a las diferencias terminológicas y/o personales— entre los autores
posfundacionalistas. 3) Luego de haber remarcado la importancia del dispositivo
ontológico y de los conceptos políticos, desarrollamos la complejidad del concepto de
sujeto propiamente dicho, en múltiples dispositivos, niveles discursivos y
temporalidades; así se tornó posible situar la singularidad del mismo entre
anudamientos heterogéneos: el concepto de sujeto en sentido amplio, su explicitación
como operación filosófica o psicoanalítica, teórica o de transmisión.
La presentación del concepto de sujeto, en sentido amplio, implicó sostener cierta
tensión y diferencia entre la perspectiva de la historia conceptual y la perspectiva
filosófico-política; pues, mientras la primera pareciera bordear a veces la exterioridad y
neutralidad valorativas, la segunda interviene efectivamente a partir de la invención de
conceptos, la formulación de tesis y decisiones de pensamiento. Si bien esto es cierto,
ambas perspectivas convergen en la consideración compleja y anudada del concepto:
sobredeterminado por múltiples niveles discursivos y no siempre ubicable por la mera
homonimia o la referencia a un contexto situado cronológicamente. Por eso nuestra
intervención no se limitó a indagar sólo aquellos lugares explícitos donde los autores
hablan del sujeto (y lo tematizan hasta casi objetivarlo), sino en tomar también sus
propias intervenciones como operaciones subjetivas en acto, en implicación y
consonancia con los distintos temas abordados, pues consideramos que el concepto de
sujeto que ellos formulan asimismo lo exige (torsión reflexiva que realizamos en la
mayoría de los capítulos). Además, en cuanto a la temporalidad aludida, los diferentes
momentos presentan anticipaciones y retroacciones, por lo tanto hay zonas de
solapamiento, atravesamiento y mutua implicación entre las partes señaladas.
Quizás una posible clave de lectura del presente trabajo se encuentre en el breve
apartado en el que expusimos una lógica de múltiples interrupciones (una “danza de
interrupciones”, le hemos llamado) para dar cuenta de la especificidad de la operación
filosófica. Pues no se trata de otra cosa: el sujeto es, en efecto, un conjunto de
interrupciones, de cruces y solapamientos interdiscursivos que no se reducen a la mera
negatividad (reabsorbida finalmente en un medio homogéneo) en tanto constituyen un
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entramado heterogéneo de articulaciones solidarias; allí donde se encuentra un impasse
discursivo, una aporía irresoluble, una detención o una falla, otro discurso, otra praxis,
encuentra el relevo y reenvía hacia nuevas formulaciones; los conceptos funcionan así
como puentes contingentes, precarios, elaborados teniendo en cuenta dichas
heterogeneidades irreductibles, producidos, además, entre ellas; de eso se trata la
composibilidad filosófica, en ruptura con el solipsismo o la homogeneización a la que
tiende espontáneamente todo discurso. La forma más rigurosa y simple de pensar esta
complejidad la hemos hallado en el nudo borromeo lacaniano.
En Badiou, la articulación borromea se juega en distintos niveles de complejidad (lo
mostramos, sobre todo, en los últimos cuatro capítulos). Primero, como dice en la
Introducción de El ser y el acontecimiento, respecto a la función mediadoraarticuladora-composibilitante que cumple la filosofía entre la ontología matemática y
los procedimientos de verdad. Luego, en el modo de organizar las meditaciones y
capítulos en sus dos obras principales, El ser y el acontecimiento y Lógicas de los
mundos: i) meditaciones o capítulos textuales, ii) conceptuales y iii) formales. También
en Manifiesto por la filosofía y Condiciones, donde habla de la filosofía como un nudo
de condiciones no filosóficas. Por último, en general, en el modo mismo de componer
los conceptos filosóficos nutridos de operaciones provenientes de los distintos
procedimientos genéricos de verdad (matemas, poemas, tesis, declaraciones, etc.). Así
mismo, mostramos que dicho anudamiento solidario se juega también entre diferentes
conceptos, estratos discursivos (ontológico, ideológico, acontecimental) y entre las
temporalidades relativas a ellos.
Hemos pensado el concepto de sujeto en sentido propiamente filosófico, pese a que
Badiou sostiene que, sensu stricto, sólo hay sujeto artístico, político, científico o
amoroso; por la simple razón de que nuestra tesis versa sobre el concepto de sujeto,
entramado complejo de diversos dispositivos, y no sobre lo real del sujeto en cada
procedimiento singular. Es cierto, entonces, que, en tanto se remita únicamente a lo real
de los procedimientos genéricos de verdad, sólo puede haber —en consecuencia—
sujetos cualificados. No obstante, la operación filosófica de composibilidad entre dichos
procedimientos no deja de suponer un sujeto suplementario —por más contingente y
precario que sea— que los excede y un cuerpo material que lo porta —por más sutil
que se considere su materia. Se trata de otro real el que se halla en juego en la praxis
filosófica, como problematizamos a lo largo del libro2. En el mismo sentido, hemos
tratado de mostrar que el concepto de sujeto lacaniano excede el dispositivo
propiamente clínico y lo real de las pulsiones allí en juego en torno a lalangue, no sólo
por la compatibilidad de las formulaciones psicoanalíticas con las filosóficas y/o
políticas, sino porque el concepto mismo exige, para su captación rigurosa, el
desplazamiento y recorrido transversal por diversos dispositivos de pensamiento, tal
2
Como anuncia Badiou, en una entrevista reciente, de ello tratará también el tercer tomo de El ser y el
acontecimiento: La inmanencia de las verdades, del punto real irreductible donde el filósofo toca subjetivamente la
verdad (Badiou; Tarby, 2013: 158-159).
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como lo mostró Lacan incansablemente al recurrir a obras literarias, figuras topológicas,
ejemplos numéricos y demás.
Puede resultar un tanto obvio decir a esta altura que la presente investigación no se
dirigió a elucidar cuestiones puramente técnicas, por caso: matemáticas y/o
psicoanalíticas, sino a captar la especificidad misma de la operación filosófica a través
de un concepto electivo: el concepto de sujeto. Una suerte de composición musical
polifónica en la que intervienen múltiples registros y hace cuerpo (en) un tejido
complejo de diferentes corpus discursivos. Lacan y Badiou: ambos conciben la
operación psicoanalítica o filosófica, respectivamente, como un giro discursivo riguroso
que localiza la imposibilidad en cada discurso; o, lo que resulta análogo, un circular
transversal entre diferentes discursos que trata de composibilitarlos a través de
conceptos. Por eso el recurso al arte, la política o la ciencia no busca establecer áreas
regionales de pensamiento subordinadas bajo la égida de un saber absoluto, sino mostrar
allí mismo lo que se juega de invención irreductible ante la imposibilidad situada o el
impasse señalado.
También podríamos definir la presente investigación a partir de lo que ésta no ha
pretendido ser y, por ende, no es, tal como hace Badiou en el capítulo de El ser y el
acontecimiento que lleva por título “Teoría del sujeto”; y con la ayuda de esta
delimitación externa, puramente negativa, entrar con paso justo en lo que la singulariza.
Así, podríamos decir que nuestro trabajo no es histórico-conceptual, ni ontológicoepistemológico, ni teórico-político en sentido estricto. Si bien estas dimensiones no son
simplemente externas a él puesto que están, de algún modo —y para utilizar un
sintagma que aparece en el libro—, “incluidas externamente” a partir de elementos
sustitutivos de su presencia plena; son sus bordes constitutivos (elementos que hacen las
veces de representantes o lugartenientes de una función imposible).
En primer lugar, es cierto que podríamos haber hecho una reconstrucción
historiográfica más amplia de ciertos conceptos clave. Por supuesto, toda reconstrucción
histórica es valorable en sí misma. Intentamos brindar algunas coordenadas generales,
sobre todo en la “Introducción”, en relación al concepto de sujeto y los debates
suscitados en torno al mismo, que es lo que verdaderamente importaba. En cambio, no
consideramos necesario hacerlo respecto a otros conceptos relacionados como los de
acontecimiento, verdad, ley, estructura o estado, porque el trabajo se hubiera extendido
innecesariamente. No obstante, introdujimos dichos conceptos a través de discusiones
puntuales con otros autores y formulaciones teórico-prácticas (Althusser, Foucault,
Agamben, Rancière, Nancy, Laclau, Žižek) para no quedar encerrados en una
formulación demasiado endogámica, o una especie de solipsismo a dos voces. Digamos
que la historicidad de los conceptos la asumimos en acto, pues buscamos intervenir en
los debates actuales desde una perspectiva estrictamente filosófica y no históricointelectual. Marcamos una diferencia con la historia conceptual desde el principio, como
ya dijimos, para acentuar la necesidad de una intervención efectiva en el campo
filosófico, la cual consiste nada menos que en proponer nuevos conceptos —o bien
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modulaciones conceptuales— que excedan el mero estudio de su emergencia y/o
condiciones de posibilidad. Por eso, más allá de la “Introducción” no hay extensas
referencias históricas de los conceptos sino, más bien, breves historizaciones puestas en
acto en función de exigencias conceptuales específicas, localizadas en el seno de los
debates contemporáneos que remiten, la mayor parte de las veces, a problemáticas
planteadas ya en los 60.
En segundo lugar, la discusión que se plantea relevante para el desarrollo del
concepto de sujeto no es directamente ontológica ni matemática stricto sensu, pues la
localización de dicho concepto, en la doble dimensión aludida, no exigió entrar en
debates con autores de otras tradiciones (otras ontologías, otras epistemologías) con las
cuales no existen siquiera mínimos presupuestos compartidos para que ello tenga algún
sentido (más que la mera discusión de principios); por eso elegimos confrontar con
autores que si bien tienen planteos muy diferentes entre sí, e incluso antagónicos,
comparten al menos ciertos presupuestos básicos que hacen posible justamente tal
confrontación de manera productiva para la formación y/o elucidación crítica del
concepto. La mención recurrente a la ontología matemática badiousiana, en los primeros
capítulos, intenta despejar los malentendidos suscitados entre autores cuyas
formulaciones pueden confrontarse desde un punto de vista filosófico-político; para ello
mostramos las principales tesis, operaciones y valoraciones generales a partir de las
cuales Badiou sostiene la pertinencia del dispositivo ontológico-matemático, pero
excediendo lo estrictamente técnico hacia la misma lógica de constitución del concepto
filosófico; por ende, en este nivel de intervención apenas si fue necesario mostrar —por
ejemplo, a través de la diferencia entre pertenencia e inclusión en teoría de conjuntos—
cómo se despejan de manera novedosa aporías conceptuales que parecen irresolubles o
confusas desde abordajes más centrados en lo lingüístico o retórico. La relevancia de
este recurso no puede ser evaluada a priori, o según valoraciones ajenas a las
problemáticas filosóficas indagadas; por eso, la discusión epistemológica sobre las
matemáticas cedió su lugar desde un primer momento a la filosófico-política, y a su uso
productivo en este campo, sobre todo a partir de las consecuencias de estas
formulaciones y no de discusiones de principio. Además, hay que remarcar que Badiou
no niega el carácter fragmentario y la lectura sintomal que hace de las matemáticas —
hasta puede ser considerado “trivial” en cierto sentido—, basada en los impasses y crisis
de esta ciencia más que en sus logros positivos u objetivaciones; esto está señalado
sobre todo a nivel histórico por él mismo, en la Introducción de El ser y el
acontecimiento, en el entrecruzamiento que hace de las tres tradiciones de las que se
nutre su intervención (Heidegger, los dispositivos analíticos anglosajones, las
elaboraciones marxistas y freudianas). Por nuestra parte, lo intentamos mostrar a través
de las múltiples dimensiones del concepto, movimientos de estratificación y
desestratificación discursiva, composibilidad de procedimientos, etc. Digamos que
hemos buscado mostrar la especificidad del concepto filosófico oscilando entre la
subvaloración y la sobrevaloración del dispositivo ontológico. Pues sostenemos que el
concepto no se capta sólo desde una demostración técnica rigurosa, desplegada en un
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orden de razones homogéneo, ni tampoco sólo desde una intuición poética expresiva,
aprehendida en la construcción de una bella frase; sino en la composición efectuada
entre esas heterogéneas discursividades, que solicitan mutuas interrupciones, múltiples
razones y afectos; y que, además, siempre son parciales, por ende no conducen a ningún
fin último o totalización de sentido. Hay más bien un efecto suplementario de sentido
que se encuentra y se pierde; el concepto filosófico nunca lo domina ni lo tiene
asegurado de antemano, y eso hace a la historicidad del mismo, a su incesante
recomienzo: historicidad sujeta a la variación de los procedimientos genéricos de
verdad.
Entonces, hay que entender que Badiou no recurre a las matemáticas para darle una
apariencia de objetividad o precisión a sus planteos, pues, si bien resalta la univocidad
de la letra matemática, también indica la necesidad de interrumpir e incidir sobre “la
oscura violencia del matema” a partir del comentario filosófico que hace intervenir otras
voces: poéticas, políticas, amorosas. La rigurosidad filosófica se trama así en la
composición alternada de esas múltiples voces y escrituras, no en el mero
encadenamiento deductivo. Por lo tanto, admitiendo que las demostraciones
matemáticas, al modo badiousiano, les puedan parecer algo triviales a los practicantes
normales de esta ciencia —cuestión que el mismo Badiou comenta en la Introducción
de El ser y el acontecimiento—, para nosotros la rigurosidad del concepto filosófico
excede lo exclusivamente matemático. Incluso se podría coincidir en que todo el uso de
los axiomas y teoremas es estrictamente metafórico, ya que Badiou asume desde el
vamos el giro lingüístico y sus tesis metaontológicas se asientan en la historicidad
discursiva de las matemáticas; además, él afirma que la filosofía compone en realidad
“ficciones de saber”. Por tal motivo, transformaríamos la pregunta que indaga por la
relevancia o trivialidad de los recursos —no sólo matemáticos sino también poéticos,
políticos o psicoanalíticos, que componen el concepto filosófico— utilizando una
respuesta joyceana que hace notar la topología implícita en lo tri-vial. Ante un
cuestionamiento que le hacen acerca de que sus juegos de palabras serían triviales,
Joyce responde que sí, efectivamente, su escritura es trivial, y a veces incluso es
cuadrivial. Esta respuesta no sólo es ingeniosa sino que permite cifrar la rigurosidad del
concepto. Así podemos captar que el problema del sentido no se dirime sólo al
considerar una dirección única, un término clave, un significado trascendente, o el
encadenamiento del antecedente y el consecuente, sino que hay un modo de concebir el
sentido más literal, si se quiere, que afecta múltiples vías, y el asunto (sujet) se dirime
entonces en el cruce electivo-efectivo —material— entre esas vías. La potencia de la
composición filosófica del concepto abona en ese sentido topológico del sentido
(escritura de lo múltiple).
En tercer lugar, nuestra indagación no es estrictamente teórico-política, porque
intenta sostenerse en el elemento conceptual que le brinda lo que Althusser denominaba
una “práctica teórica”. Esto es, en el sentido de que puede concebirse como cierta
politización producida en el campo de la teoría, pero no como una mera aplicación
externa, sea subordinada o prescriptiva respecto de la política concreta (lo tratamos en
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Revista Affectio Societatis Vol. 12, N.° 22, enero-junio de 2015. ISSN 0123-8884
relación al concepto de ciudadano, la democracia, el estado o la idea de comunismo);
por eso mencionamos cierta “politicidad” de la práctica filosófica o incluso postulamos
el término “transpolítica”. Es más, diríamos que hay un correlato directo entre la
práctica filosófica y la práctica política, que no supone su necesaria identidad. En ambos
casos se trata de componer un cuerpo complejo de múltiples y heterogéneas partes
donde sus mutuas irreductibilidades, debidas a la historización incesante de sus
procedimientos genéricos, no obstante encuentren sitios de cruce y transferencia:
producción conjunta de nuevas posibilidades que no se hallen subordinadas bajo ningún
fin abstracto o efecto totalizante, sino por la necesidad que surge del mismo encuentro
solidario y anudamiento entre partes. Si bien intentamos mostrar que la especificidad de
la intervención filosófica se abstiene de inducir modelos políticos concretos, creemos
que es posible ponerse bajo condición de los procesos políticos en curso para pensar su
novedad, y ahí se pueden poner a prueba los conceptos filosóficos por su posibilidad
articulatoria o composibilitante más que por una verdad lógica ostentada a priori. Las
nociones de “aplicabilidad” y de “modelo” no serían pertinentes en este tipo de
intervención y producción conceptual, pues no se trata aquí de una indagación de índole
puramente gnoseológica sino de una crítica ideológica —o una ontología crítica de
nosotros mismos—: Badiou no distingue, como sí hacía su maestro Althusser, entre
conocimiento científico e ideología, sino que desde el interior de la ideología
contemporánea (que implica valoraciones respecto a la ciencia, la política, el arte y
demás) trabaja para mostrar su inconsistencia e incompletitud, a través de la afirmación
de verdades que exceden el saber y el lenguaje dominantes. En el prefacio de la nueva
edición de El concepto de modelo (1968), por ejemplo, Badiou mostraba la diferencia
en el uso de las matemáticas de aquélla época althusseriana y la de ahora: “el pasaje del
materialismo estructural [ligado sólo a la letra y la demostración lógica] al materialismo
ontológico [ligado a la decisión axiomática] se hace cuando se abandona la
epistemología dialéctica de Althusser [donde la ciencia se produce por ruptura con la
ideología] por la tesis filosófica que constituye el esqueleto de El ser y el
acontecimiento: las matemáticas son la ontología. Esta tesis termina con el abordaje
epistemológico, o cognitivo, de las matemáticas y, más generalmente, con todo lo que
podría parecerse a una filosofía de las matemáticas.” (Badiou, 2009: 26). Incluso, dice
ahora, “busco captar la potencia matemática al servicio de un desarrollo conceptual que
podría prescindir de esta captación”. Podríamos decir que la nueva posición filosófica
de Badiou, respecto al uso de las matemáticas, se esclarece en la siguiente máxima: haz
de manera tal que tu concepto pueda prescindir de lo matemático; a lo que cabría
agregar lacanianamente: a condición de servirte de él (expresión que, en Lacan, alude al
Nombre-del-Padre y que resulta elocuente si consideramos que Badiou aprendió y
ejercitó las matemáticas a través de su propio padre). Por lo tanto, la matemática ya no
es un “ideal” —como en Lacan a la altura de Aun—, sino que “hoy la matemática es
citada, como lo son los poemas, las novelas, las secuencias políticas o las experiencias
amorosas, mientras que en 1968 era destinada” (Ibíd.: 31-32).
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En fin, no hemos tratado de superar nada ni de hacer el juego a la competencia de
mercado y a la teleología del progreso, sino de mostrar qué elaboraciones teóricas son
más complejas y composibilitantes de múltiples procesos de pensamiento y praxis.
Pues, a partir de aquí, se abren otros modos de pensar las instituciones, el gobierno, el
estado; modos abiertos que permitan la producción de nuevas subjetividades, sin
reduccionismos ni subordinaciones a las reglas de mercado y a las competencias
establecidas.
Metodológicamente, no se trató de aplicar un modelo sino más bien de formular un
ejemplo, paradigma o signatura —en el sentido que les da Agamben— a partir del
concepto de sujeto, para hacer inteligible el conjunto de conceptos y dispositivos que
constituyen el pensamiento de ambos autores. Para eso fue necesario desconectar el
concepto de la serie de la cual forma parte en su uso común o habitual, o sea su
aplicación, a fin de exponer los modos específicos de su operación implícita. Es decir,
encontrar el concepto allí donde no se lo espera, desaplicarlo y desnaturalizar su
funcionamiento al mostrar sus mismas modalidades de operación. Por eso tampoco nos
enfocamos demasiado en las objeciones que le dirigía Badiou a Lacan (ya que éste
tampoco podría responder) sino a través de otras recepciones de las mismas y de derivas
críticas actuales —como las de Bosteels— que le dan un giro político. El
cuestionamiento clásico de Badiou a Lacan (¿dónde se coloca el vacío?) no sólo está
aclarado en un apartado específico, sino que es trabajado en extensión en toda la tesis al
tratar de mostrar que el concepto de sujeto lacaniano, sobre todo en sus últimos
seminarios, excede incluso el dispositivo clínico.
En definitiva, para captar la especificidad de la intervención del libro comentado no
basta sólo con entender el concepto de sujeto formulado entre los conceptos de
estructura y acontecimiento, o entre las referencias más o menos exhaustivas a Badiou y
a Lacan, sino también, y fundamentalmente, la articulación compleja que los excede y
que vincula el anudamiento borromeo y la composibilidad a través de múltiples
conceptos, dispositivos, ontologías y de otros autores contemporáneos de los que nos
hemos servido para producir dicha intervención. Si no es así, se puede creer que con
explicar exclusivamente el recurso matemático en Badiou, por un lado, o la
historización del acontecimiento o la verdad, por otro, se daría cuenta del concepto de
sujeto estudiado. Y aun así, ambas cuestiones no son desestimadas sino abordadas
singularmente en discusiones actuales con autores electivos, abordajes que
descentramos a partir de las críticas a las “suturas” bien ontológicas o bien políticas y
del énfasis puesto, en cambio, en el anudamiento simultáneo de dispositivos a través de
la composibilidad.
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