Terapia psicológica
Sociedad Chilena de Psicología Clínica
sochpscl@entelchile.net
ISSN (Versión impresa): 0716-6184
CHILE
2007
Álvaro I. Langer / Adolfo J. Cangas
FUNDAMENTOS Y CONTROVERSIAS EN LA DIFERENCIACIÓN ENTRE
ALUCINACIONES EN POBLACIÓN CLÍNICA Y NORMAL
Terapia psicológica, diciembre, año/vol. 25, número 002
Sociedad Chilena de Psicología Clínica
Santiago, Chile
pp. 173-182
Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal
Universidad Autónoma del Estado de México
http://redalyc.uaemex.mx
TERAPIA PSICOLÓGICA
2007, Vol. 25, Nº 2, 173-182
Copyright 2007 by Sociedad Chilena de Psicología Clínica
ISSN 0716-6184 (impresa) · ISSN 0718-4808 (en línea)
Fundamentos y Controversias en la Diferenciación entre
Alucinaciones en Población Clínica y Normal
Foundations and Controversies in the Differentiation of Hallucinations in Clinical and
Non-Clinical Populations
Álvaro I. Langer & Adolfo J. Cangas*
Universidad de Almería, España
(Rec: 8 de mayo 2007 - Acept: 21 de septiembre 2007)
Resumen.
En la actualidad las alucinaciones son un síntoma primordial en Psicopatología. De hecho, cierto tipo de
ellas, pueden ser suficientes para el diagnóstico de trastornos graves como la esquizofrenia. Igualmente,
pueden estar presentes en diversas entidades como la demencia, depresión, trastornos de personalidad,
etc. Sin embargo, a pesar de su relevancia, también presentan una serie de dificultades que tienen que ver
tanto con su significado como con la etiología de las mismas. Asimismo, en los últimos años han cobrado
gran relevancia los estudios que analizan la continuidad de este tipo de experiencias entre la población sin
un diagnóstico psicopatológico y la población clínica. De este modo, el objetivo del presente trabajo va
encaminado a determinar cuáles son las principales aportaciones que se han hecho en los últimos años en
este terreno y también cuales son los principales problemas y conclusiones que se pueden sacar hasta el
momento. Así, cuestiones fundamentales como ¿es escuchar voces patognomónico de un trastorno mental?,
¿tener un síntoma “psicótico” es la antesala a desarrollar un desorden clínico?, ¿las alucinaciones no auditivas siguen el mismo mecanismo que las auditivas?, ¿estamos hablando del mismo fenómeno alucinatorio
en pacientes que en no pacientes, es decir, son comparables?, son aspectos centrales en la literatura actual
que requieren una revisión.
Palabras Clave: Alucinaciones, continuidad, factores psicológicos, escuchar voces
Abstract.
Nowadays, hallucinations are an essential symptom in Psychopathology. In fact, some kind of them may be
sufficient to a serious disorder diagnosis, such as schizophrenia, and may be present in several diseases such
as dementia, depression or personality disorders. However, hallucinations present some difficulties related to
their meaning and etiology. In recent years, studies analyzing the frequency of hallucinations in populations
with no psychopathological diagnosis and in clinical ones have become important. For this reason, the present
study aims at determining the principal contributions to this field in the last years, and the main problems
and conclusions to date. Among relevant questions in this field requiring a revision, there can be found the
following: is hearing voices patognomonic of a mental disorder? is having a psychotic symptom the previous
step to a clinical disorder?; do non-auditory hallucination have the same mechanism than the auditory ones?;
can the same hallucinatory phenomenon be found in diagnosed and in non-diagnosed people?
Key words: Hallucinations, continuity, psychological factors, hearing voices
*
Este trabajo ha sido financiado por un proyecto de investigación concedido por el Ministerio de Educación y Ciencia de España al segundo autor (Ref.
SEJ2006-02342/PSIC).
Correspondencia a: Adolfo J. Cangas, Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento psicológico, Universidad de Almería. La Cañada de San Urbano s/n
04120, Almería, España. E-mail: alh750@alboran.ual.es o ajcangas@ual.es
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ÁLVARO I. LANGER / ADOLFO J. CANGAS
Definición de alucinación
Una de las definiciones que más ha influido en la consideración del término “alucinación” es la dada por Ball
(1890) al considerar que son “percepciones sin objeto”. Sin
embargo anteriormente a él, Esquirol en 1838, se refirió al
concepto de alucinación de la siguiente forma: “un hombre
que tiene la convicción íntima de una sensación realmente
percibida, y no hay ningún objeto cercano, al alcance de sus
sentidos, para activar esa sensación, está en un estado de
alucinación, es un visionario”. Cabe detenerse un momento
en esta definición por varios motivos (Lanteri-Laura, 1991;
Berríos; 1990, 1994): (a) sienta las bases de la acepción del
término alucinación en medicina al agrupar en un concepto
los fenómenos experimentados (en ausencia de estímulo)
por las distintas vías sensoriales; (b) deja de manifiesto que
los órganos de los sentidos y las vías sensoriales no es lo
fundamental y que el problema tendría que ver más con las
creencias, formando parte de una “convicción íntima”; (c)
enuncia que se pueden tener alucinaciones sin estar alienado
(con un trastorno mental) y en enfermos no alienados (por
ejemplo, en el delirio febril), y (d) distingue claramente la
alucinación de la ilusión, enfatizando en esta última una
alteración periférica-sensitiva, en donde un objeto exterior
es percibido de forma errada.
En esta misma línea cabe mencionar la obra de J. P.
Falret (1864), el cual es uno de los primeros en diferenciar
las alucinaciones auditivas, afirmando que la frecuencia
es producto de la estrecha relación existente entre el
pensamiento y su expresión mediante la palabra; además
señala cómo aspectos culturales, como el misticismo y la
superstición, condicionan a los sentidos.
De este modo, como se puede ver (y se irá perfilando
más adelante) ya Esquirol (1938) y posteriormente Falret
(1864), afirmaban cuestiones que son hoy fundamentales en
la literatura actual. Por otro lado, los manuales diagnósticos
internacionales, como el DSM IV-R, siguiendo la definición
dada por Ball, mantendrán que las alucinaciones son “una
percepción sensorial que tiene el convincente sentido de la
realidad de una percepción real, pero que ocurre sin estimulación externa del órgano sensorial implicado” (APA, 2000,
p. 914). Así, mantendrá una visión enfocada en una tradición
perceptiva-sensorial, diferente a la propuesta por Esquirol
(1938), sin hacer diferencias entre las distintas modalidades de alucinaciones (asumiendo que todas responden al
mismo mecanismo) y no entrando en el tema de la relación
del pensamiento y del lenguaje, como varios autores han
planteado en relación a las alucinaciones auditivas.
Por otro lado, las teorías que mantendrán que las
alucinaciones tienen mayor relación con una alteración
en las creencias o con el juicio de la realidad tendrían
fundamentalmente dos argumentos a su favor. El primero
correspondería a la relación existente entre alucinaciones,
delirios y estado anímico, fenómenos que se encuentran
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estrechamente relacionados, observándose que frente a la
mejoría de alguno de ellos se observa una disminución en
la sintomatología de los restantes (Husting & Hafner, 1990;
Weiss & Weiss, 1998). El segundo aspecto alude a que
cuando una persona presenta sintomatología alucinatoria
(que no sea producto de una lesión neurológica o efecto de
alguna sustancia tóxica), se encuentra generalmente en un
momento particularmente alterado a nivel personal o vivencial, y así es probable que estén alteradas diversas facetas
de la vida de la persona, como son su sentido de relación
con los demás, posibles expectativas truncadas, dificultades
para relacionarse en nuevas demandas sociales, etc; de ahí
precisamente que esta sintomatología en la esquizofrenia
debute precisamente en épocas de mayor crisis o ante nuevas demandas, como es la adolescencia o adultez temprana
(Harrop & Trower, 2001). Este último argumento apunta
a que las alucinaciones no se pueden separar del contexto
o circunstancias particulares en las que se encuentra la
persona, resaltando que hay una historia individual, social
y cultural que incide en el fenómeno alucinatorio (García
& Pérez, 2003).
De esta forma las alucinaciones pueden ser entendidas
básicamente desde dos posiciones diferenciadas en cuanto
al origen: una sensorial (entendiendo a la alucinación
como un trastorno de la percepción) y otra no sensorial
(entendiendo la alucinación como una alteración en las
creencias o pensamiento) (Berríos, 1994, 1996). Puede que
la primera acepción tenga más sentido en las alucinaciones
simples (por ejemplo, tras el consumo de tóxicos) pero la
segunda, más ligada a las circunstancias experienciales de
las personas, define mejor las alucinaciones que aparecen
en problemas graves de comportamiento (como es el caso
de la esquizofrenia), donde las mismas reflejan en gran
medida los temores, creencias y dificultades de las personas
que las experimentan.
Las alucinaciones en psicopatología
Las alucinaciones y específicamente las auditivas se
pueden observar en diversos desórdenes y situaciones:
trastornos afectivos, psicóticos, disociativos, de
personalidad, orgánicos y de estrés postraumático (Altman,
Collins & Mundy, 1997, Dhossche, Ferdinand, van Der
Ende, Hostra & Verhulst, 2002, Romme & Escher, 1996,
Ohayon, 2000, Tien, 1991), y situaciones sin tener un
carácter psicopatológico, como puede ser en el inicio y
fin de periodos de sueño (McKellar, 1968), deprivación
sensorial (Zuckerman & Cohen, 1964) o hipnosis (Barber
& Calverley, 1964; Bryant & Mallard, 2003). Sin embargo,
es en la esquizofrenia donde más atención ha recibido y
donde es considerado uno de sus síntomas más comunes
(Sartorious, Shapiro & Jablensky, 1974), siendo un síntoma
de primer rango en ausencia de enfermedad médica
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POBLACIÓN CLÍNICA Y NORMAL
(Schneider, 1959), y otorgándole gran importancia tanto en
el diagnóstico como en el tratamiento de esta condición.
Sin embargo, esta relevancia actual en los trastornos
psicóticos no siempre ha sido así; por ejemplo, podemos
observar cómo Bleuler (1911) consideraba a las alucinaciones como un “síntoma secundario” y que los aspectos
más relevantes en la esquizofrenia corresponderían a la
ambivalencia, alteraciones en la afectividad, alteraciones
en la asociación (pensamiento) y autismo (repliegue sobre
uno mismo). Este giro o relevancia de las alucinaciones en
la actualidad vino promovido básicamente por la necesidad
de tener un diagnóstico más fiable (en este sentido las alucinaciones son una conducta relativamente fácil de medir),
por ser comportamientos llamativos y, sobre todo, porque
se pueden reducir o eliminar a través de la medicación antipsicótica (Cangas, García, López & Olivencia, 2003).
Así mismo es necesario señalar que las alucinaciones,
como se indicaba anteriormente, probablemente no tengan
tanto que ver con alguna dificultad de la percepción o algún
déficit en algún órgano sensorial, sino más bien implique
una alteración en la apreciación o juicio de realidad. Desde
esta perspectiva es necesario tener en consideración también
la cultura o contexto sociocultural que marca o define lo
que se va a entender como patológico o normal. La creencia
actual de que las alucinaciones están relacionadas con una
conceptuación patológica y grave (loco, esquizofrénico)
no siempre ha sido así. Tal como señala Berríos (1994), es
a partir del siglo XIX donde se entenderá a la alucinación
como un fenómeno estrictamente médico y patológico,
predominando las alucinaciones auditivas en forma de voces
que estarían ligadas a los problemas de interacción social
que habitualmente muestran estas personas (Rojcewicz
& Rojcewicz, 1997). Por supuesto, existen referencias de
fenómenos alucinatorios a lo largo de la historia de la humanidad, pero frecuentemente eran integrados y aceptados por
la cultura. Por ejemplo, en la Edad Media eran frecuentes las
visiones y locuciones que estaban integradas la mayoría de
las veces en el contexto social, fundamentalmente religioso
(Kroll & Bacrach, 1982; Sarbin & Juhasz, 1967).
Por otro lado, como se ha mencionado, es en la esquizofrenia donde las alucinaciones auditivas se presentan con
mayor frecuencia [siguiendo a Slade y Bentall (1988), en
esta alteración estarían presentes el 60% de los casos]. Sin
embargo, para entender la esquizofrenia (al igual que las
alucinaciones) no existe un acuerdo en la concepción de este
trastorno, coexistiendo distintos modelos y teorías y presentando múltiples problemas su diagnóstico (Read, Mosher
& Bentall, 2004). Es así como Bentall, Jackson y Pilgrim
(1988) sugieren abandonar el concepto de esquizofrenia y
centrarse en sus síntomas. Entre las ventajas que tendría el
estudio del síntoma estarían, por ejemplo, los siguientes
(Persons, 1986): (a) prevenir clasificaciones erróneas de los
sujetos; (b) el estudio de importantes fenómenos que han
sido ignorados por las categorías diagnósticas (c) facilitaría
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el desarrollo teórico, al poder relacionar los síntomas más
fácilmente con la etiología; (d) el estudio individualizado
de cada uno de los elementos de la patología; (e) un reconocimiento de la continuidad entre el fenómeno clínico y la
normalidad; (f) mejoras en la clasificación diagnóstica.
En síntesis, se podría señalar que actualmente coexisten
los siguientes modelos en relación a la esquizofrenia: (a) la
esquizofrenia como una unidad discreta, visión o aproximación categorial (por ejemplo, presente en el DSM-IV-TR o
CI 10); (b) una visión dimensional de las psicosis (en donde
sería más correcto hablar del espectro esquizofrénico); (c)
un enfoque centrado en los síntomas psicóticos (alucinaciones, delirios) -no teniendo en rigor que ser una mirada
dimensional, aunque se acerca más a esta- (Bentall et al.,
1988, Bentall, 1990); y (d) una propuesta de modelo o acercamiento centrado en la persona (Chadwick, Birchwood &
Trower, 1996, Harrop & Trower, 2001). En este panorama,
resulta interesante la propuesta de Peralta y Cuesta (2003),
quienes plantean que el problema del diagnóstico (e implícitamente la definición) de la esquizofrenia es que habría
una falsa asunción en creer que el desorden es categorial
o es dimensional, siendo la esquizofrenia (en general los
trastornos mentales) ambas, por lo que el punto crucial
más bien sería lograr definir en qué circunstancias y para
qué es más apropiado uno u otro. Para lo cual proponen un
acercamiento desde un paradigma “Polidiagnóstico-Multidimensional”, el cual podría ser una alternativa a la falta
de claridad de delimitación de la esquizofrenia en relación
a otros desórdenes psicóticos (polidiagnóstico) y a las diversas formas del desorden (multidimensional).
En cualquier caso, también diversos autores han manifestado que las alucinaciones se pueden observar en
personas que no presentan ningún tipo de trastorno psicopatológico (Barret & Etheridge, 1992; Van Os, Hanssen,
Bijl & Ravelli, 2000; Ohayon, 2000), lo que ha llevado a
proponer (o re-proponer) una continuidad del fenómeno
alucinatorio entre la normalidad y la psicopatología.
Continuidad de la experiencia alucinatoria
Esta línea de trabajo se basa principalmente en estudios
epidemiológicos, en los cuales se observa que un número
importante de personas de la población general manifiestan
presentar uno o más síntomas psicóticos. Para indicar esta
continuidad las investigaciones han utilizado diferentes
denominaciones para referirse a la experiencia alucinatoria:
predisposición a las alucinaciones (psychosis proneness),
experiencias psicóticas (psychotic experiencies), esquizotipia (schizotypy), alto riesgo de estados mentales (at-risk
mental states), etc.
Siguiendo a Johns y Van Os (2001), la distribución de
estos síntomas en la población general varía según cómo
se mida el fenómeno. En general se pueden distinguir dos
aproximaciones. La primera apunta a medir en la población
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general los mismos síntomas que se observan en pacientes
con un trastorno psicótico. Asumiendo implícitamente que
experimentar síntomas como alucinaciones y delirios no
va inevitablemente asociado con la presencia del desorden sino, más bien, que su presencia depende de factores
como la intrusividad, frecuencia y comorbilidad de los
síntomas por un lado y de factores culturales y personales
por el otro (como pueden ser estrategias de afrontamiento,
tolerancia social y del funcionamiento social). El segundo
acercamiento asume un rango de desorden a lo largo de
un continuo, siendo la expresión del rasgo atenuado y en
forma de signos y síntomas esquizotípicos. Señalando los
autores que la elección del instrumento va a influir mucho
en la distribución de estudios de prevalencia (Johns & Van
Os, 2001).
En lo que se refiere a aspectos metodológicos, la mayoría de los trabajos anteriormente citados, se han elaborado a base de cuestionarios (autoaplicados) y entrevistas
(estructuradas o semi-estructuradas), como por ejemplo:
Escala Revisada de Alucinaciones (RHS; Morrison, Wells
& Nothard, 2000) [adaptada de la Escala de Alucinaciones
de Launay-Slade (Launay & Slade, 1981)]; Community
Assesment of Psychiatric Experiences, (CAPE; Stefanis
et al., 2002); Composite International Diagnostic Interviewed, (CIDI; World Health Organization, 1990). Las
mismas varían en el grado de psicopatología de los ítems
y si preguntan por sintomatología psicótica en general (por
ejemplo, CAPE) o de un síntoma específico, por ejemplo,
alucinaciones (por ejemplo, Escala de Alucinaciones de
Launay-Slade). Además habría que diferenciar las que
miden (o fueron diseñados para medir) predisposición al
síntoma (por ejemplo, a las alucinaciones) y las que miden
el síntoma propiamente como tal. Una vez realizadas estas
diferencias (de suma importancia a la hora de interpretar los
datos y sacar conclusiones) podemos realizar un segundo
nivel de análisis del tratamiento que se ha dado a las alucinaciones. De esta forma, puede existir el inconveniente de
que frente a un mismo ítem como puede ser, por ejemplo,
“Escucho una voz que dice mis pensamientos en alto”, dos
personas respondan afirmativamente pero queriendo expresar cosas bastante distintas o circunscritas a situaciones
muy específicas; sin embargo, en el dato ambas contestaron
positivamente, es decir, que una misma topografía de conducta (por ejemplo, decir que se oye una voz que dice mis
pensamientos en alto) puede responderse con atribuciones
causales tan distintas, como atribuirlo a una fuente externa
o a uno mismo, lo que cambiaría bastante el devenir del
fenómeno. Lo que en sí le da fundamento a la experiencia,
es su creencia y respuesta emocional. Por lo que si nos quedamos únicamente con el dato que manifiesta el sujeto de
mantener o no que se ha experimentado algo que en realidad
no estaba presente, puede que existan falsos positivos en
catalogar a personas que experimentan alucinaciones (o que
escuchan voces). En este sentido, el estudio de Hanssen,
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Bijl, Vollerbergh y Van Os (2003), da algunas luces sobre
si los autorreportes pueden ser una herramienta válida para
predecir un desorden psiquiátrico. El estudio basado en una
muestra de 7076 sujetos de la población general, señala que
la probabilidad de tener un desorden dada la presencia de
una experiencia psicótica -utilizando únicamente el CIDI- al
realizar un análisis de post test, es baja (rango 5,1 - 26,5%);
sin embargo, al delimitar la muestra a individuos que han
estado en contacto con servicios de salud mental, la probabilidad aumenta a un rango 13,3 - 41,1%. Concluyendo
que el uso de autorreportes de experiencias psicóticas en la
población general puede ser problemático al haber un alto
riesgo de estigmatización en falsos positivos y pasar por
alto falsos negativos. Sin embargo plantean que pueden ser
una herramienta útil al ser usados en los servicios de salud
mental, ya que los individuos ya han pedido ayuda.
Si hablamos de continuidad se esperaría que algunos sujetos que reportan experimentar uno o más comportamientos
psicóticos transiten a un cuadro clínico y viceversa. En este
sentido, un estudio enfocado en el curso de alucinaciones
auditivas en un grupo de 80 niños (Escher, Romme, Buiks,
Delespaul & Van Os, 2002), mostró que al cabo de 3 años,
el 60% dejó de escuchar voces y que el estatus de paciente
se asociaba a la influencia percibida en las conductas y sentimientos y evaluaciones afectivas negativas en relación a
las voces. Predictores de la persistencia de las voces fueron
la severidad, la frecuencia de las voces y la asociación con
ansiedad y depresión.
Otros estudios longitudinales indican que individuos que
presentan algún síntoma psicótico tienen un creciente riesgo
de desarrollar un desorden clínico (Chapman, Chapman,
Kwapil, Eckblad & Zinser, 1994; Poulton et al., 2000). Es
en este sentido que Johns y Van Os (2001) sugieren que es
necesario distinguir entre una continuidad “auténtica” o
una cuasicontinuidad o un cuasicontinuo entre el desorden
y sus síntomas (Claridge, 1994). Donde en la primera habría una transición lineal entre tener un síntoma psicótico
y llegar a ser un paciente con un desorden psicótico. Sin
embargo, otra opción sería que los síntomas psicóticos se
comportaran como en la hipertensión, donde un primer
estadio de la enfermedad es asintomático, sin embargo al
superar cierto umbral el riesgo de complicaciones aumenta
en forma exponencial.
No obstante tomando estos resultados como válidos y
basados en la hipótesis de la continuidad de la psicosis, las
investigaciones se centran en descifrar cómo un individuo
con uno o más síntomas psicóticos o cómo con tendencia a la
psicosis (psychotic-like), llega a ser un paciente clínico.
Es así que existe un creciente número de investigaciones
que abordan el rol de los mecanismos psicológicos involucrados en la respuesta a la experiencia, la cual estaría
mediada cognitivamente por creencias y evaluaciones
(Bentall, Haddock & Slade 1994; Chadwick et al., 1996;
Morrison, 2001), y en donde lo que agravaría la experiencia
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POBLACIÓN CLÍNICA Y NORMAL
sería el grado de molestia atribuido a la experiencia y la
discapacidad experimentada por la misma.
En el trabajo de Krabbendam, Myin-Germeys, Back y
Van Os (2005), los investigadores muestran que el riesgo
de desarrollar un desorden clínico es más alto en los sujetos
que desarrollan ideas delirantes (delusional ideation) que
en aquellos que no. Similarmente el desarrollo de estado
de ánimo depresivo incrementa el riesgo de inicio de un
desorden clínico, sugiriendo que la ideación delirante y un
estado de ánimo depresivo (mood depresed) pueden surgir
como una respuesta secundaria a la experiencia alucinatoria,
en el desarrollo de un desorden psicótico. Esta sugerencia
iría en la línea de la propuesta por Maher (1974, 1988) de
que ciertos delirios surgen secundariamente en un intento
de explicar experiencias perceptivas anormales, dándose
generalmente juntos (Peralta, de León & Cuesta 1992).
Sin embargo, no todos los sujetos que manifiestan tener
alucinaciones tienen delirios y viceversa, por lo que habrían
otros mecanismos psicológicos que estarían influyendo.
Igualmente cabría plantear que en la base esté la conducta
depresiva (sobre todo si tenemos en cuenta ciertas características de personalidad, como es la evitativa) y que los
delirios y las alucinaciones pueden ser también producto
de estas alteraciones emocionales y cognitivas (Cangas,
García, López & Olivencia, 2003).
Por otro lado, un aspecto fundamental para que se convierta en un problema clínico o no, son las estrategias de
afrontamiento (coping behavior) que la persona despliega o
moviliza. Estrategias activas de afrontamiento, como resolver problemas o buscar ayuda y distraerse, son reportadas
como generadoras de control y mejoran el funcionamiento
general en personas con el diagnóstico de esquizofrenia
(Bak, Van der Spil, Gunther, Radstake, Delespaul & Van
Os, 2001); igualmente es esencial el grado de aceptación
de las voces, en el sentido que la diferencia no estaría tanto en “oír” o no voces sino en aceptar que se trata de una
“experiencia más” y que, en cualquier caso, no paralice la
realización de metas valiosas para la persona (García, Pérez
& Cangas, 2006).
Otro factor puede ser la falta de apoyo social, la cual
se asocia con el incremento del riesgo de desarrollar un
desorden psiquiátrico (Stanfeld, Furher, Shipley & Marmot,
1999), pudiendo incrementar la molestia y dificultades ante
el síntoma y por ende podría ser una factor más en explicar
el tránsito hacia un desorden psicótico.
El caso de las alucinaciones auditivas: “La vuelta al
síntoma”
En relación al origen y desarrollo, las investigaciones
sugieren o separan lo que sería los factores antecedentes
o desencadenantes de los que mantienen las alucinaciones
auditivas. En este sentido habrían distintos aspectos de la
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persona (cierta predisposición) que la hacen más o menos
vulnerable a tener alucinaciones, pero que debe unirse a una
serie de circunstancias (situaciones vitales) que sirven de
“disparadores” a la persona en un momento determinado
y contribuye a llevar a cabo una atribución errónea del
propio comportamiento (Parnas, 1999). Además se debe
diferenciar lo que son los primeros episodios o experiencias alucinatorias de las condiciones mantenedoras ya que
cuando el síntoma se encuentra totalmente desarrollado no
se necesitan situaciones desencadenantes intensas como, por
ejemplo, elevados niveles de estrés, especialmente cuando
la alucinación toma un sentido pragmático y cumple una
función en la vida del sujeto, generándose una relación muy
compleja con sus voces (Perona, 2004).
Entre los factores psicológicos que estarían presentes
en el origen de las alucinaciones auditivas nos encontramos
con aspectos de la personalidad, situaciones estresantes,
procesos de reforzamiento, metacogniciones y creencias
supersticiosas.
Personalidad
Los estudios que han analizado la influencia o relación
de la personalidad con las alucinaciones auditivas encuentran, utilizando el cuestionario de personalidad de Eysenck
(EPQ), que las personas que manifiestan tener alucinaciones puntúan más alto en neuroticismo (Jaker & Hemsley,
1987; Ramanathan, 1986; Young, Bentall, Slade & Dewey,
1986). Así mismo, Barret y Etheridge (1994), utilizando el
Cuestionario Clínico Multiaxial de personalidad Millon I,
encontraron que las personas con alucinaciones presentan
puntuaciones más altas en alteraciones emocionales y eran
más evitativas y pasivas que los no alucinadores. Por su
parte aplicando el MCMI- II, López, Paíno, Martínez, Inda
y Lemos (1996), obtuvieron que las personas con alucinaciones puntuaban alto en la mayoría de las escalas de este
instrumento quedando, tras un análisis de regresión, que lo
que mejor predecía el comportamiento alucinatorio era la
personalidad límite, delirio psicótico y abuso de alcohol.
Otro estudio llevado a cabo por Laroi, DeFruyt, van Os,
Aleman, y Van der Linden (2005), utilizando el NEO-FFI,
muestra que las alucinaciones auditivas (o la predisposición
a las alucinaciones) se relacionarían con apertura a la experiencia y neuroticismo en una muestra de jóvenes.
Al parecer un elemento común que estaría en la base
de todos estos estudios sería la inestabilidad emocional,
como un elemento de personalidad propiciador o de riesgo.
Sin embargo, los trabajos comentados, a nuestro juicio,
poseen algunas dificultades: (a) se basan principalmente
en una única medida obtenida a través de un cuestionario,
por lo que sería conveniente utilizar un segundo criterio de
evaluación, como podría ser el uso de entrevistas clínicas;
(b) las muestras habitualmente utilizadas son básicamente
estudiantes universitarios que, aunque puedan presentar
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algún trastorno de personalidad, puede que las experiencias
no sean igualables a las de la población clínica, especialmente cuando las comparamos con personas ingresadas por
trastornos mentales; (c) también, los cuestionarios utilizados
padecerían de los mismos problemas que la mayoría de
la conceptualizaciones clásicas, es decir, delimitación de
tipos de personalidad de manera exclusivamente formal,
topográfica y descontextualizada (Luciano, Gómez &
Valdivia, 2002).
Situaciones estresantes
Como se ha mencionado, y se argumenta desde diversos
modelos de vulnerabilidad, se deben dar situaciones que el
sujeto experimente como estresantes y que la persona considere que no posee los recursos suficientes para afrontarla,
sintiéndose desbordado o sobrepasado por la experiencia,
para que se produzcan la alucinaciones (entre otros factores). Es así como Romme y Escher (1989) realizan una
clasificación basándose en situaciones habituales en el
inicio de las alucinaciones, encontrando que predominaban
las siguientes:
1. Situaciones intolerables o insatisfactorias (divorcios,
pérdidas laborales, etc.).
2. Traumas recientes, por ejemplo, muerte de un familiar,
sobre todo en situaciones no esperadas (como el suicidio
de alguien cercano).
3. Aspiraciones conflictivas (metas que no se cumplen).
4. Amenazas, por ejemplo, bajo tortura.
5. Traumas infantiles.
6. Negación de emociones o aspectos indeseados por la
persona.
Por otro lado, diversos estudios han relacionado las
alucinaciones con traumas infantiles como abusos sexuales
y negligencias (Read, Van Os, Morrison & Ross, 2005;
Kilcommons & Morrison, 2005). Sin embargo encontramos
el inconveniente que resulta ser un factor muy general que,
de hecho, se ha relacionado con distintas patologías como
por ejemplo, estrés post traumático, trastornos alimenticios,
adicciones, etc. (McLean, Toner, Jackson, Desrocher &
Stuckless, 2006; Hund & Espelage, 2006). Por lo que correspondería a un factor común de riesgo psicopatológico,
más que un factor específico de manifestar alucinaciones,
resultando importante no caer en relaciones lineales de
causalidad entre el concepto de trauma y alucinaciones.
Procesos de reforzamiento
Se ha planteado que las alucinaciones auditivas, al ser
entendidas como una conducta operante, estarían gobernadas por sus consecuencias bajo ciertas condiciones, al
igual que otros patrones comportamentales. En concreto,
estarían presentes procesos de reforzamiento positivo y
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negativo (Lying & Andronis, 1984). Desde esta perspectiva,
las alucinaciones pueden desempeñar distintas funciones,
por ejemplo, aliviar la ansiedad de una decisión o un
pensamiento inaceptable, pueden hacer sentir a la persona
más “especial” o “valiosa”, pueden provocar compañía,
proporcionar un sentimiento de comprensión, que bajo
ciertas circunstancias puede ser altamente reforzante para
la persona (Knudson & Coyle, 1999; Miller, O`Connor &
DiPasquale, 1993). Estos factores se podrían agrupar en
dos apartados (no excluyentes entre sí) (Cangas, García,
Perona & Olivencia, 2006; Perona, 2004):
- Función socio-emocional: consistiría en formas especializadas y sutiles de evitación de determinados eventos
privados, situando una problemática emocional “fuera”,
quedando de esta forma como un asunto entre las voces
y otras personas, con lo que la gravedad y angustia sería menor que si la problemática la asumiese el propio
individuo.
- Función socio-instrumental: se harían cargo de lo social
(del rol social) del sujeto, siendo las voces sustitutos autorreguladores de la conducta, controlando y dirigiendo
el comportamiento, pudiendo ayudar a una persona a
tomar determinadas decisiones ante un problema social
o instrumental.
Metacogniciones
En los últimos años se ha estudiado la influencia de las
metacogniciones en las alucinaciones auditivas, entendiendo las metacogniciones como las creencias que se tienen
sobre el propio pensamiento. Los primeros en plantear esta
influencia fueron Morrison, Haddock y Tarrier (1995), señalando que ciertas creencias metacognitivas pueden foverecer
la atribución de pensamientos intrusivos a una fuente externa, reduciendo de esta forma la disonancia cognoscitiva.
La investigación de Baker y Morrison (1998), utilizando el
cuestionario de metacogniciones MCQ (Cartwright-Hatton
& Wells, 1997), comparó tres grupos pacientes: esquizofrénicos con alucinaciones, pacientes esquizofrénicos sin
alucinaciones y no pacientes, señalando que los pacientes
con alucinaciones mostraban puntuaciones más altas en
incontrolabilidad y peligrosidad de los pensamientos y
creencias positivas sobre la utilidad de la preocupación.
Tras realizar un análisis de regresión, las creencias metacognitivas que con más peso estadístico predecían la
aparición de alucinaciones eran: la incontrolabilidad y la
peligrosidad de los propios pensamientos. Estos resultados
han sido confirmados en otras investigaciones, tanto con población clínica como con predisposición a las alucinaciones
(Cangas, Errasti, García, Álvarez & Ruiz, 2006; García,
Cangas, Pérez, Fidalgo & Gutiérrez, 2006). El estudio de
Lobban, Haddock, Kinderman y Wells (2002), utilizando
una versión modificada del MCQ (para ser utilizada con
pacientes esquizofrénicos), controló estadísticamente los
FUNDAMENTOS Y CONTROVERSIAS EN LA DIFERENCIACIÓN ENTRE ALUCINACIONES EN
POBLACIÓN CLÍNICA Y NORMAL
niveles de ansiedad y depresión (introduciendo un grupo
control de pacientes con desórdenes ansiosos y un grupo
de no pacientes), señalando que los pacientes esquizofrénicos con alucinaciones se diferenciarían de los pacientes
esquizofrénicos sin alucinaciones, en que los primeros
presentarían menor confianza cognitiva. Sugiriendo que la
ansiedad relativa a pensamientos intrusivos, sumado a una
baja confianza cognitiva y la creencia en la importancia de
la consistencia de los pensamientos (consistency in thouths)
puede contribuir a la aparición de alucinaciones auditivas.
Sin embargo, no sería claro si las creencias metacognitivas
tendrían un rol causal en las alucinaciones y, si lo tuvieran,
se esperaría que fueran distintas que las encontradas en
los trastornos de ansiedad que no presentan alucinaciones
auditivas. Morrison y Wells (2003), compararon pacientes
esquizofrénicos con alucinaciones auditivas, pacientes
psicóticos con delirios de persecución, pacientes con desorden de pánico y un grupo de no pacientes; los análisis
mostraron que los pacientes con alucinaciones auditivas
puntuaban más alto en metacogniciones disfuncionales que
los otros grupos. Específicamente en: creencias positivas
sobre preocupación, creencias negativas sobre la incontrolabilidad y peligro, creencias sobre baja confianza cognitiva
y creencias negativas que incluían superstición, castigo y
responsabilidad.
También se ha documentado la influencia de cierto tipo
de metacogniciones en otras alteraciones psicopatológicas,
como los trastornos de ansiedad (Wells & Carter, 2001),
el trastorno obsesivo compulsivo (Wells & Papageorgiou,
1998) o hipocondría (Bouman & Meijer, 1999). De este
modo, puede que más que una medida específica de las
alucinaciones, cierto tipo de metacogniciones (las definidas
por el MCQ) se relacionarían más a una medida general
de vulnerabilidad o factor de riesgo psicopatológico. De
hecho, los resultados señalan similitudes en el tipo de metacogniciones (por ejemplo, entre ansiedad y alucinaciones
auditivas).
Creencias supersticiosas (fusión pensamientoacción).
En un reciente estudio, (García, Pérez, Soto, Perona &
Cangas, 2006), siguiendo la línea de investigación propuesta
por Morrison et al. (1995), compararon las metacogniciones
de seis grupos de pacientes. Pacientes con esquizofrenia
con alucinaciones actuales; pacientes con esquizofrenia
que nunca habían presentado alucinaciones; pacientes con
esquizofrenia que no habían presentado alucinaciones en
seis meses; pacientes con trastorno obsesivo-compulsivo
(TOC); grupo clínico de control y una muestra no clínica. Encontraron en general una correspondencia con las
investigaciones anteriores, que tanto los alucinadores
actuales como los pacientes con TOC presentaban creencias negativas relacionadas con la incontrolabilidad de los
179
pensamientos. La diferencia más importante entre pacientes
alucinadores actuales y pacientes con TOC, se relacionó con
la autoconciencia cognitiva. Los pacientes diagnosticados
con TOC, presentaban puntuaciones más altas que el resto
de los grupos. De todas formas, ambos grupos, verían sus
pensamientos como incontrolables y peligrosos, y consideraban que dichos pensamientos podían tener un efecto
directo en el comportamiento. Los autores plantean que este
tipo de creencias metacognitivas están relacionadas con lo
que se ha denominado “fusión del pensamiento-acción”
(en inglés, TAF). Esta expresión se refiere al conjunto de
sesgos cognitivos, que tendría que ver con una relación
causal defectuosa, entre los propios pensamientos y la
realidad externa, incrementado de esta forma el sentido de
responsabilidad personal (Shafran, Thordason & Rachman,
1996). Diversos estudios han demostrado la relación entre
TAF y TOC. Los autores plantean que la baja autoconciencia
cognitiva de lo pacientes con alucinaciones, en contraste a
la alta autoconciencia de los pacientes con TOC, es lo que
podría explicar por qué los primeros atribuirían más fácilmente pensamientos discrepantes a una fuente externa.
Igualmente, TAF puede ser entendida como un tipo específico de pensamiento mágico o de creencia supersticiosa.
En pacientes con TOC, ha sido ampliamente documentado.
Se sugiere que si ambos grupos poseen las mismas metacogniciones, en concordancia con TAF, se puede asumir la
presencia de pensamiento mágico o de creencias supersticiosas, por ejemplo creencias sobre la omnipotencia de las
voces (Birchwood & Chadwick, 1997).
Conclusiones
Una vez realizado este recorrido teórico sobre el tema
de las alucinaciones, intentaremos responder algunas de las
interrogantes formuladas al inicio de este trabajo. En primer
lugar, a partir de la exposición mantenida, parece claro que
escuchar voces no es patognomónico de un trastorno mental,
ya que también se pueden dar tanto en enfermedades orgánicas como en situaciones y contextos específicos ligados,
por ejemplo, al consumo de drogas, hipnosis, deprivación
sensorial… Además, también es necesario resaltar que las
alucinaciones auditivas no son patrimonio de la esquizofrenia, observándose en diferentes desórdenes mentales, como
depresión, trastorno de personalidad, estrés postraumático,
etc. Así mismo, el presentar un síntoma psicótico no sería
necesariamente la antesala inequívoca de desarrollar un
desorden psicótico, siendo necesaria la presencia de una
serie de factores y variables que diferencian y matizan la
experiencia entre la población clínica y normal, tales como
la sensación de control, la molestia y discapacidad asociada; la presencia o ausencia de comorbilidad (depresión
y ansiedad); una explicación delirante de la experiencia
alucinatoria frente a una explicación circunstancial; las estrategias de afrontamientos desplegadas (activas vs. pasivas
TERAPIA PSICOLÓGICA 2007, Vol. 25, Nº2, 173-182
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ÁLVARO I. LANGER / ADOLFO J. CANGAS
o sintomáticas); la ausencia o presencia de redes de apoyo
social; ciertas metacogniciones, como creencias sobre incontrolabilidad y peligrosidad de los pensamientos; estilo de
personalidad (principalmente la inestabilidad emocional) o
el grado de fusión de pensamiento-acción (TAF) mostrado.
Estos aspectos vienen a desmenuzar la experiencia, resaltando la importancia de los factores personales y culturales
a la hora de otorgarle un significado particular.
En relación a lo mecanismos generativos de las alucinaciones auditivas, existiría cierto consenso en establecer
que se producirían al atribuir eventos internos a una fuente
externa (Slade & Bentall, 1988; Bentall, 1990; Morrison
et al., 1995; Baker & Morrison, 1998), mediando en la
respuesta mecanismos cognitivos relacionados con las
creencias y evaluaciones (Bentall et al., 1994; Chadwick et
al., 1996; Morrison, 2001). Lo anterior vendría a destacar
que cierto tipo de alucinaciones (las auditivas), se alejarían
de la definición dada por el DSM IV acercándose más a
la concepción propuesta por Esquirol, al señalar que el
problema tendría que ver más con las creencias, formando
parte de una “convicción íntima” (Lanteri-Laura, 1991). En
este sentido, la clasificación realizada por Berríos (1994,
1996) sobre cómo pueden ser entendidas las alucinaciones
en cuanto al origen (posición sensorial - posición enfocada
en las creencias), podría ayudar a comprender las dificultades en la definición y clasificación de las alucinaciones.
Siendo la primera acepción más cercana a las alucinaciones simples y la segunda relacionada con los problemas
graves del comportamiento, como puede ser el caso de la
esquizofrenia.
Como se ha mencionado en los últimos años han recobrado interés los estudios que analizan la continuidad
de este tipo de experiencias entre la población sin un diagnóstico psicopatológico y la población clínica, aspecto que,
en cualquier caso, tiene una larga tradición en psiquiatría
(Strauss, 1969). Una de las dificultades encontradas es la
metodología que se ha utilizado para medir las alucinaciones, basándose principalmente en el uso de cuestionarios
autoaplicados. Siendo necesario tener presente las distintas
atribuciones que se le puede dar a la experiencia, acercándonos o alejándonos de lo que categorialmente se entiende
por alucinación.
Igualmente, parece más coherente distanciarse del
término alucinación, con el fin de normalizar esta experiencia, y utilizar otro como “escuchar voces”, el cual ha
sido utilizado en las investigaciones anteriormente (Romme
& Escher, 1989, 1996; Romme, Honig, Noorthoorn & Escher, 1992; Barrett & Etheridge, 1992; Escher, Hayward,
Kingdon, Pembroke & Thomas, 2006), que favorecería una
serie de ventajas:
• No asumir que todas las alucinaciones obedecen al
mismo mecanismo generativo, desagrupando lo que
Esquirol asoció bajo el término alucinación.
• El que escucha voces siempre es alguien, una persona,
TERAPIA PSICOLÓGICA 2007, Vol. 25, Nº2, 173-182
la cual experimenta, piensa y siente su vivencia; en otras
palabras, devuelve la palabra a los expertos: “las personas que escuchan voces” (a diferencia de alucinación
donde “los otros” son los expertos).
• Refuerza el sentido de pertenencia de la experiencia al
Sí mismo (YO), que es a ella o él a quien le sucede. Por
lo tanto responsabiliza.
• Al ser una persona, se acerca a la continuidad de la experiencia humana, a la cotidianidad, es decir, hegemoniza
la vivencia, siendo el escuchar voces una experiencia
radicalmente humana.
• Se aleja de la terminología médica y patologizante,
evitando la continua estigmatización por la asociación
a la locura.
Por otro lado, también es importante señalar que una de
las propuestas terapéuticas actuales consistiría, más que en
luchar contra las voces, en promover su aceptación, con la
finalidad de buscar precisamente un “distanciamiento” de
la persona con esa experiencia y que no le paralice (García
et al., 2006). Se trataría así más de cambiar su función (no
tanto su presencia o contenido). En este sentido, la aceptación no sería una forma de resignación o indolencia sino
una nueva relación, centrando la actuación en los valores
y deseos de la persona y normalizando la experiencia de su
vida (Escher et al., 2006).
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