Recibido: 7 de junio de 2016/ Aceptado: marzo 16 de 2017
Forma de citar este artículo en APA: Herrera, D. M. (2017). Alienismo, manicomio y psiquiatría en Medellín (1920)-1946). Revista Universidad Católica Luis
Amigó, 1, pp. 60-82. DOI: https://doi.org/10.21501/25907565.2649
INVESTIGACIONES
Alienismo, manicomio y psiquiatría en
Medellín (1920-1946)
Alienism, asylum and psychiatry in Medellín (1920-1946)
Dina María Herrera*
Resumen
La intención de este artículo es presentar algunas reflexiones en torno al alienismo, al manicomio y a la psiquiatría en
Medellín, de tal suerte que se hace un breve recorrido por la historia de Europa y su influencia en Colombia. A renglón seguido,
se identifica el tratamiento que se le hiciera a la locura en la Edad Media, arribando con gran fuerza y desconocimiento a una
modernidad ávida de progreso y de orden, no sin antes atravesar por el Renacimiento. Este artículo hace parte del texto final
Biografía de un alienista: Lázaro Uribe Cálad 1920-1946, trabajo de investigación para optar al título de Magister en Historia.
Palabras clave
Alienismo; Manicomio; Salud; Institución; Locura.
Abstract
The intention of this paper is to present some reflections on alienism, asylum and psychiatry in Medellín, there is a brief review
throughout the history of Europe and its influence on Colombia. Next, the treatment of madness in the Middle Ages is identified,
reaching with great force and ignorance to modern times that are hungry for progress and order, but not before going through
the Renaissance. This article is part of the final text Biography of an alienist: Lázaro Uribe Cálad 1920-1946, a paper to qualify
for the title of Magister in History.
Keywords
Alienism; Asylum; Health; Institution; Madness
*
Profesional en Desarrollo Familiar y Psicóloga, Universidad Católica Luis Amigó. Especialista en Cultura Política. Pedagogía de los Derechos Humanos, Universidad Autónoma
Latinoamericana. Diplomado en Pedagogía Contemporánea, Unaula. Magister en Historia, Universidad de Antioquia. Institución Educativa Bello Horizonte. Correo eléctronico: dinama617@
hotmail.com, Orcid: 0000-0002-2601-3614.
rev. univ. catol. luis amigó (en línea) | No. 1 | pp. 60-82 | enero-diciembre | 2017 | ISSN 2590-7565 | Medellín – Colombia
Alienismo, manicomio y psiquiatría en Medellín (1920-1946)
Alienism, asylum and psychiatry in Medellín (1920-1946)
Introducción
El médico alienista Lázaro Uribe Cálad tuvo a su cargo el Manicomio Departamental de Antioquia
durante veinte y seis años, hecho que generó y que continúa generando –a pesar de ser un personaje
desconocido para la medicina, la psiquiatría y la psicología, pero no tanto para la historiografía–
inquietud y desconcierto por parte de quienes lo rodearon para la época y de quienes han buscado en
los anaqueles de los archivos históricos de Medellín y de Antioquia información sobre él. Sus prácticas
dentro del centro manicomial fueron ortodoxas, descontextualizadas, abusivas e improvisadas, no
obstante, no se puede dejar de reconocer en su osadía la búsqueda de respuestas que facilitaban y
daban un parte de confianza y tranquilidad a los habitantes de Medellín. Una Medellín que se ahogaba
en el modernismo, abrigado por el ascenso y el deseo de ser una sociedad influenciada por la Europa
de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
Uribe Cálad tuvo la capacidad de verse rodeado por partidarios y contradictores; no se puede negar
que sus ensayos, sus abusos y desconocimientos de la enfermedad mental produjeron no solo estragos
en quienes fueron sus pacientes, sino que también dieron pautas para observar la locura desde el ámbito de la cura y el bienestar del enfermo mental. Al haber seguido prácticas traídas de Europa, se acogió
a la locura como parte del internamiento, del encierro, de la anulación y de la enajenación. Padecer una
enfermedad que sobrepasaba los límites del conocimiento médico era sinónimo de vergüenza y, por
consiguiente, autorizaba al poder para que se presentara en diferentes matices, formas y ejecuciones.
Nombrado por los gobernantes de turno, Lázaro Uribe Cálad posibilita ahondar un poco más en la
oscuridad de la enfermedad mental y en los efectos que trae consigo el crecimiento económico, el
reconocimiento en el mapa y el desconocimiento del ser humano enfrentado a su mente, a su comportamiento y a su salud.
Orígenes del manicomio
Al tener la pretensión de conocer el manicomio, no solo desde su estructura y su funcionalidad,
sino también desde su enfoque y participación en las sociedades ávidas de evolución y progreso, es
perentorio pasar la mirada por la Europa de los siglos XVII-XVIII y por la presencia de los mismos a
finales del siglo XIX en América Latina y en Colombia, específicamente en Medellín.
Los primeros espacios para el internamiento, es decir, los manicomios:
Forman parte de la sociedad disciplinaria, y serían las fuentes de las que han emanado buena parte del régimen discursivo que la psiquiatría ha desplegado en la sociedad de control. En este ámbito la generalización e internalización
de las que se consideran prácticas y conductas «anormales» guían los procesos de subjetivación «normales», y, por
tanto, las vidas de las personas (García y Jiménez, 2010, p. 127).
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En este sentido, el manicomio no solo formó parte del entorno social, sino que su participación
central estuvo signada como aquel lugar que intervenía e interfería en la vida privada del sujeto que
padeciera algún trastorno mental, de comportamiento, religioso, entre otros, y que por el mismo fuera
conducido a sus instalaciones. Desde Foucault (1978) se comprende como “el hospital, como la civilización, es un lugar artificial en el cual la enfermedad trasplantada corre el riesgo de perder su rostro
esencial” (p. 36). Para el caso de Antioquia, era el del ‘progreso’. Además, Tenón (como se citó en
Foucault, 1978) observó el hospital como ese espacio que:
Permite ‘clasificar de tal modo a los enfermos que cada uno encuentra lo que conviene a su estado sin agravar por su
vecindad el mal del otro, sin difundir el contagio, ya sea en el hospital, ya sea fuera de él’. La enfermedad encuentra
allá su elevado lugar, y como la residencia forzada de su lugar (p. 69).
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Los manicomios contaron en su funcionamiento con un sinnúmero de eventos contradictorios que,
supuestamente, eran considerados como terapias: prácticas crueles, sombrías, conflictivas, arbitrarias
y hasta deshumanizadoras, que también se dieron en el Manicomio de Bermejal en la ciudad de
Medellín. Las mismas sirvieron para el nacimiento del alienismo como práctica de intervención, para el
desarrollo de la psiquiatría, para dar paso a lo que hoy son los modernos hospitales mentales, y para
el establecimiento de las diferentes técnicas que se utilizaron para intervenir al enfermo mental en
compañía de su familia. Todo lo anterior nos permite inscribir al doctor Lázaro Uribe Cálad dentro del
Manicomio Departamental de Antioquia y como representante del alienismo en Colombia en el periodo
1920-1946.
La herencia europea de los manicomios
La historiografía europea cuenta con un interesante y amplio registro de lo que fueron en sus inicios
los lugares en que se confinaron a los locos a partir del siglo XVII. Autores como Foucault, Castel,
Porter, Huertas y Campos Marín realizaron una radiografía bien documentada de la historia de los
manicomios. Estas reflexiones serán acompañadas a lo largo del texto de algunos referentes de lo que
ocurría en el Manicomio Departamental de Antioquia.
Foucault (1975), filósofo e historiador francés, en su reconocido ensayo “Historia de la locura en
la época clásica”, revolucionario y denunciante, logra diferenciar en sus páginas tres épocas de la
locura; la primera de ellas corresponde al Renacimiento, época donde predominó la práctica común de
embarcar a los locos hacia otros espacios de agua (mares y ríos) y con pocas posibilidades de llegar
a tierra firme; seguida del período Clásico, ubicado entre los siglos XVII y XVIII, periodo de encierro de
la locura en el hospital general; y por último identificó la época Moderna, marcada por la ilusión de la
liberación en cabeza de Pinel y de su medicalización (Foucault, 1961, p. 6).
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El Renacimiento
Foucault (1961) plantea la hipótesis de la erradicación de la lepra. Fue una enfermedad que azotó
a Europa principalmente, durante la Edad Media; cobrando vidas y un sinnúmero de destierros para
quienes la padecían, la marca de exclusión social se hizo presente. Esta mirada que presenta Foucault
sirve como puerta para comprender la creación de los hospicios u hospitales que atendían al enfermo
en Europa finalizando la Edad Media:
En las márgenes de la comunidad, en las puertas de las ciudades, se abren terrenos, como grandes playas, en los
cuales ya no acecha la enfermedad, la cual, sin embargo, los ha dejado estériles e inhabitables por mucho tiempo.
Durante siglos, estas extensiones pertenecerán a lo inhumano. Del siglo XIV al XVII, van a esperar y a solicitar por
medio de extraños encantamientos una nueva encarnación del mal, una mueca distinta del miedo, una magia renovada de purificación y de exclusión (Foucault, 1961, p. 6).
Se sitúa la erradicación de la enfermedad en expulsar del entorno familiar y social a quien la padeciera, estableciéndose un umbral de diferencia entre los sanos y los enfermos. Este exterminio de la
enfermedad marcó a los leprosos, de acuerdo con Foucault (1961); esto condujo a la creación de los
leprosarios, que hicieron parte del panorama no tan alentador de Europa, en donde se esperaba el éxito
de tales lugares que, sin embargo, no fueron un paso importante hacia la cura.
El confinamiento en los leprosarios no resultó ser la manera de librar a la población de la enfermedad; estos sitios se hicieron insostenibles por sus altos costos para atender a los leprosos, los
enfermos morían por las mismas condiciones de la enfermedad y por la precariedad en que se intervenía al enfermo, así como también por la proliferación de la enfermedad, lo que dio como resultado el
hecho de que los leprosarios quedaran vacíos. Debido a su nefasto resultado, se decidió desterrar de
la región a quien la padeciera, de esta manera la entonces presente y firme exclusión social se hace la
protagonista de turno. Para llevar a cabo la acción de la exclusión, el leproso era conducido a la iglesia
y se le compartía el mensaje de Dios:
Amigo mío —dice el ritual de la iglesia de Vienne—, le place a Nuestro Señor que hayas sido infectado con esta enfermedad, y te hace Nuestro Señor una gran gracia, al quererte castigar por los males que has hecho en este mundo
(Foucault, 1961, p. 8).
Se convertían en los parias; perdón, castigo y curación estrechaban la mano. Al ser expulsados, se
les prohibía el ingreso a los diferentes lugares de la ciudad como los mercados, iglesia, tabernas, entre
otros.
Foucault (1961) reconoce que, en importancia, la enfermedad es reemplazada por las enfermedades
venéreas ocupando de nuevo los espacios de las leproserías; muy al contrario de los enfermos de lepra
y su no búsqueda de la cura, los enfermos de venéreas fueron rodeados por los médicos: el mercurio,
la triaca y el guayabo fueron algunos de los tratamientos más recurrentes. Cabe preguntarse ¿qué
relación tiene esto con el internamiento? Con Foucault se logra comprender que:
Bajo la influencia del mundo del internamiento tal como se constituyó en el siglo XVII, la enfermedad venérea se ha
separado, en cierta medida, de su contexto médico, y se ha integrado al lado de la locura, en un espacio moral de
exclusión (p. 7).
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Lo anterior conduce a sustentar los motivos por los cuales el manicomio ha sido considerado como
la prolongación de la exclusión de aquellos sujetos que, de una u otra manera, interfirieron en el normal
desarrollo de las sociedades. La locura, según Foucault (1961), se controló al crear los: “Nef des Fous,
la nave de los locos” (p. 9). En estos navíos se congregaba a los locos, quienes deambulaban por las
aguas sin tener la posibilidad de tocar tierra; algunos de ellos eran abandonados por los mercaderes a
los que se les confiaban, porque:
Así se comprende mejor el curioso sentido que tiene la navegación de los locos y que le da sin duda su prestigio.
Por una parte, prácticamente posee una eficacia indiscutible; confiar el loco a los marineros es evitar, seguramente,
que el insensato merodee indefinidamente bajo los muros de la ciudad, asegurarse de que irá lejos y volverlo prisionero de su misma partida. Pero a todo esto, el agua agrega la masa oscura de sus propios valores; ella lo lleva, pero
hace algo más, lo purifica; además, la navegación libra al hombre a la incertidumbre de su suerte; cada uno queda
entregado a su propio destino, pues cada viaje es, potencialmente, el último. Hacia el otro mundo es adonde parte
el loco en su loca barquilla; es del otro mundo de donde viene cuando desembarca. La navegación del loco es, a la
vez, distribución rigurosa y tránsito absoluto (Foucault, 1961, p. 16).
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Esta purificación y búsqueda de la razón no era generalizada, existía quienes recorrían los campos
alejados de la urbe, y otros más que tenían el privilegio de ser conducidos a los lugares que se construyeron para ser recibidos, entre ellos registra Foucault (1961) los “Châtelet de Melun o la famosa Torre
de los Locos de Caen” (p. 10). Es decir, no todos eran sacados del territorio porque se pretendía que
cada población se encargara de sus locos, evitando el tránsito de un lugar a otro, aunque sí continuaban
siendo excluidos: “los locos, pues, no son siempre expulsados. Se puede suponer, entonces, que no se
expulsaba sino a los extraños, y que cada ciudad aceptaba encargarse exclusivamente de aquellos que
se contaban entre sus ciudadanos” (Foucault, 1961, p. 10).
El Periodo Clásico
Durante el siglo XVII se acudió con mayor frecuencia a la práctica del internamiento del loco, Foucault
(1961) señala cómo la participación de las Lettres de Cachet y ciertas medidas arbitrarias de detención
legitimaron el encierro:
Se sabe que los locos, durante un siglo y medio, han sufrido el régimen de estos internados, hasta el día en que se
les descubrió en las salas del Hospital General, o en los calabozos de las casas de fuerza; se hallará que estaban
mezclados con la población de las Workhouses o Zuchthäusern. Pero casi nunca se precisó claramente cuál era su
estatuto, ni qué sentido tenía esta vecindad, que parecía asignar una misma patria a los pobres, a los desocupados,
a los mozos de correccional y a los insensatos (p. 38).
Al identificarse en el siglo XVII la prevalencia y el lugar de privilegio que se le otorgó al alienismo,
se podrá comprender por qué el encierro se convirtió para la enfermedad y para el enfermo en un sitio
natural donde permanecer. El autor (Foucault, 1961) indica que en 1656 se generó un decreto para que
se fundara en París el Hôpital Général, y se acogieran otros establecimientos que ya existían, entre ellos
la Salpêtrière, Bicêtre, La Casa y el Hospital, la casa y el hospital de Escipión, la casa de la Jabonería,
a los que se acercaban personas de diferente sexo, lugar de residencia y edad, independientemente
del estado en el que se encontrara su salud o capacidad física. El objetivo central de estos sitios era
el de acoger, hospedar y alimentar a aquellos que se presentaran por sí mismos o aquellos que fueran
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enviados allí por la autoridad real o judicial; era preciso también vigilar la subsistencia, el cuidado, el
orden general de los que no habían podido encontrar un lugar, aunque podrían o merecerían estar. El
director del Hospital en París debía ser: “nombrado de por vida, que ejercen sus poderes no solamente
en las construcciones del hospital, sino en toda la ciudad de París, sobre aquellos individuos que caen
bajo su jurisdicción” (Foucault, 1961, p. 39).
Para nuestro caso, Uribe Cálad, aunque vigilado y tolerado por la Gobernación de Antioquia y por
el cuerpo médico de la ciudad, poseía el poder para administrar el manicomio desde los recursos
humanos, pasando por el control del ingreso de los pacientes, el manejo de los dineros entregados para
su funcionamiento, los tratamientos aplicados a los enfermos, además de haber estado por un periodo
de tiempo prolongado, 26 años, frente a la dirección del manicomio.
El director del Hospital General de París ostentaba un poder casi absoluto, incluso se le permitía el
uso de estacas y argollas de suplicio, prisiones y mazmorras, tanto para el Hospital como para todos
los sectores que dependían de este: “tienen todo poder de autoridad, de dirección, de administración,
de comercio, de policía, de jurisdicción, de corrección y de sanción, sobre todos los pobres de París,
tanto dentro como fuera del Hôpital Général” (Foucault, 1961, p. 39).
El camino que continúa para la locura es el del internamiento, si bien los leprosos, vagabundos y los
contagiados con venéreas eran sometidos al aislamiento y a su propio albedrío, los locos del siglo XVII
y XVIII se ‘privilegiaban’ por no ser excluidos en un orden distinto y, a su vez, por encontrarse bajo la
protección de las leyes del Rey; así lo refleja Foucault (1961):
La locura ya no hallará hospitalidad sino entre las paredes del hospital, al lado de todos los pobres. Es allí donde la
encontraremos aún a fines del siglo XVIII. Para con ella ha nacido una sensibilidad nueva: ya no religiosa, sino social.
Si el loco aparece ordinariamente en el paisaje humano de la Edad Media, es como llegado de otro mundo. Ahora, va
a destacarse sobre el fondo de un problema de “policía”, concerniente al orden de los individuos en la ciudad. Antes
se le recibía porque venía de otra parte; ahora se le va a excluir porque viene de aquí mismo y ocupa un lugar entre los
pobres, los míseros, los vagabundos. La hospitalidad que lo acoge va a convertirse —nuevo equívoco— en la medida
de saneamiento que lo pone fuera de circulación. En efecto, él vaga; pero ya no por el camino de una extraña peregrinación; perturba el orden del espacio social. Despojada de los derechos de la miseria y robada de su gloria, la locura,
con la pobreza y la holgazanería, aparece en adelante, secamente, en la dialéctica inmanente de los Estados (p. 48).
Estos siglos se caracterizaron por las crisis económicas que, por sus derivados efectos, incrementaron el número de personas que ejercían la mendicidad, los mismos que eran llevados al confinamiento
forzoso ordenado por el Rey:
Durante mucho tiempo, la correccional o los locales del Hôspital Général, servirán para guardar a los desocupados
y a los vagabundos. Cada vez que se produce una crisis y que el número de pobres aumenta rápidamente, las casas
de confinamiento recuperan, por lo menos un tiempo, su primera significación económica. A mediados del siglo
XVIII, otra vez en plena crisis, hay 12 mil obreros que mendigan en Ruán y otros tantos en Tours; en Lyon cierran las
fábricas (Foucault, 1961, p. 51).
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La misma locura y su recurso de aislamiento sirvieron de inspiración para establecer otros mecanismos de poder y control. En los hospitales, al ser lugares en los que la quietud y la pereza reinaban,
y que requerían de inversión para su sostenibilidad, se pensó en hacer uso de los mismos alienados
capacitándolos en el aprendizaje en un oficio, generando mano de obra barata para una sociedad que
perseguía la prosperidad.
En Medellín se avizoró algo similar en la primera mitad del siglo XX, al verse las calles ocupadas por
mendigos y extraños, los locos venidos de otros sectores y los comportamientos ajenos en las casas.
La policía ejerció la función del encierro, primero se ocupó la cárcel de la ciudad, pasando por el asilo, y
después de construido el manicomio, se llevaban allí; al revisar las historias clínicas se encuentra cómo
algunos eran remitidos por el Inspector de zona:
Perturbaciones mentales consistente en ataques furiosos sin motivo ninguno, durante los cuales atenta contra la
vida de los familiares a mano armada (…) en su casa todos los días lesiona la moral con sus salidas de su pieza en
completa desnudez y atenta contra la vida de los que lo rodean. Medellín 15 de abril de 1943. Rigoberto Solís G. Enviado por la Inspección Segunda de Medellín (Laboratorio de Fuentes Históricas, Universidad Nacional de Colombia
[LFHUNC], sede Medellín Fondo Hospital Mental de Antioquia, Historia Clínica 03538, caja 21).
La Época Moderna
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La creación del Hospital General en Europa no se dio solamente en Francia, proliferó en Alemania,
España e Inglaterra, entre otros países, su finalidad última se enmarcó en el encierro de depravados,
los hijos pródigos, los blasfemos, los libertinos, todos ellos con un perfil bien marcado en la sinrazón.
Se continuó aislando al enfermo mental, más con la intencionalidad de congregarlos, disiparlos y
ajusticiarlos, que de curarlos:
El internamiento no es un primer esfuerzo hacia una hospitalización de la locura, bajo sus diversos aspectos mórbidos. Constituye, antes bien, una homologación de alienados a todas las otras casas correccionales, como de ello
testimonia esas extrañas fórmulas jurídicas que no confían los insensatos a los cuidados del hospital, sino que los
condenan a permanecer allí (Foucault, 1961, p. 85).
El discurso del loco determinó la época y esta, a su vez, respondió a las demandas de los pobladores
al pretender dar solución con el encierro a la problemática de la locura. El siglo XVIII o de las luces, al
pretender expresar un pensamiento más libertario para el hombre, se vio sujeto a la ley de la interdicción
(privación de un derecho civil impuesto), ley que limitaba la capacidad de decisión del insano.. Se apeló
a sostener al ser humano en el encierro para que de esta manera sus familiares lograran manejar sus
bienes, si es que existían, y dejarlos en los hospitales con el fin de sofocar y controlar la enfermedad.
De ahí que Pinel, médico francés especializado en el estudio y tratamiento de las enfermedades mentales, tuvo bajo su mandato los hospitales de Bicêtre y de la Salpêtrière. Del desempeño de su cargo
como Director surge el interés por las condiciones de los enfermos, llegando a proponer una psiquiatría
que tratara por primera vez al loco como un ser humano:
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Lo que Pinel y sus contemporáneos considerarán como un descubrimiento a la vez de la filantropía y de la ciencia
no es, en el fondo, más que la reconciliación de la conciencia dividida del siglo XVIII. El internamiento del hombre
social logrado en la interdicción del sujeto jurídico: ello quiere decir que por primera vez el hombre alienado es reconocido como incapaz y como loco; su extravagancia, percibida inmediatamente por la sociedad, limita su existencia
jurídica, pero sin rebasarla. Por el hecho mismo, los dos usos de la medicina se reconcilian: el que trata de definir
las estructuras finas de la responsabilidad y de la capacidad, y el que sólo ayuda a desencadenar el decreto social
de internamiento (Foucault, 1961, p. 97).
El ascenso del loco a la condición de ser humano se realizó en un momento donde la presencia de
la ‘normalidad’ y la razón dieron sus primeros y aún secos frutos, pasando de ser un loco encerrado
por orden judicial, a un ser humano con una enfermedad mental. El médico Pinel defendió el buen
trato hacia los pacientes, lejos de los grilletes, las camisas de fuerza y el aislamiento; a su vez, tuvo
presente los móviles o las características que sustentaban separarlos de la sociedad y de sus familiares: enfermedad o mendicidad, entre otros. Sin duda alguna, esta mirada revolucionaria hacia la
enfermedad le dio un viraje al cuidado del loco, al igual que a las formas de contención de las diversas
manifestaciones de locura.
Al repasar la historia de la locura en Colombia, se llegan a comprender las denuncias presentadas
frente al funcionamiento del manicomio y las acciones de Uribe Cálad dentro del mismo, cuando el
abandono y el no progreso de los enfermos hacia la cura se hizo latente:
La dotación de este centro asistencial se componía de camas de cemento en forma de batea, donde se encharcaban
ahí mismo orines y materias fecales del moribundo (...) Las camas también estaban dotadas de correas para manos
y pies y las celdas eran verdaderos calabozos de tortura abarrotados y antihigiénicos (Quiroz, 1987, pp. 14-15).
Otro autor que se interesó en estudiar la Edad Moderna respecto a la enfermedad mental y, en
especial, al funcionamiento de los hospitales y manicomios es Robert Castel (2009), sociólogo francés,
fue director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, trabajó con Bourdieu y Foucault a
quienes admiraba y seguía. Se interesó por el estudio de la psicología, la psiquiatría y la antipsiquiatría.
Los apuntes que a continuación se registran, se basan en su texto: El orden psiquiátrico. Edad de oro
del alienismo. El análisis que realiza Castel de las instituciones totalizantes conjuga el papel del loco,
del médico y del hospital; presenta la hospitalización y la medicalización como los protagonistas, dado
que la participación del médico ya había tenido su momento:
La entrada del médico en la escena de la locura no representa en modo alguno, a finales del siglo XVIII, una innovación absoluta. Ya había intervenido a títulos diversos y, hacia el final del Antiguo Régimen, sus roles se sistematizan
(Castel, 2009, p. 46).
Continúa su disertación el mencionado autor al aducir que la solución de la enfermedad pasó no
solo por el encierro, sino también por el tratamiento que se le aplicara al alienado, y para lograr tal éxito,
se debía separar a los enfermos de los que se encontraban confinados por ser mendigos o libertinos.
El espacio habitacional del Hospital no podía ser compartido entre ambas poblaciones. Bajo esta perspectiva, la Ordenanza real de 1767 de Francia prescribió la creación de:
Los depósitos de mendicidad (…) Estos establecimientos se proponían fijar las poblaciones más móviles de mendigos y vagabundos. ‘Su verdadero destino es el de contener a todos aquellos que los hospitales rechazan y que las
prisiones no pueden contener’ (Castel, 2009, p. 48).
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La separación de los enfermos de los no enfermos organizó la institución, era perentorio darle continuidad a la medida bajo la tutela del médico, así lo ratifica Castel (1980):
Es algo más que un anticipo del famoso axioma alienista formulado por Esquirol: ‘Una casa de alienados es un
instrumento de curación; en manos de un médico capaz, es el más poderoso agente terapéutico contra las enfermedades mentales’ (p. 50).
La cura no la garantizaba el encierro ni los tratamientos suministrados, esto se dejaba a la naturaleza:
Una encuesta de 1790 realizada en Bicêtre por iniciativa de M. de Jussieu, teniente alcalde al gobierno de los hospitales, inquiere si ‘hay un método curativo empleado para el tratamiento de la locura’. Respuesta: ‘No. Todos los locos
enviados a Bicêtre continúan allí in statu quo hasta que le place a la naturaleza favorecerlos’ (Castel, 2009, p. 50).
Podría preguntarse a qué tipo de naturaleza (animal, vegetal, mineral, humana o divina) hizo alusión
quien respondió la pregunta. Al respecto es bueno señalar que, en los inicios del Manicomio Departamental de Antioquia, pocos pacientes salieron por encontrarse en mejores condiciones de salud; se
presentó el caso de pacientes que vivieron en las instalaciones del manicomio por un extenso periodo
de tiempo y murieron en él, sin encontrar mejora alguna en su salud y en el comportamiento, así se halla
registrado en una de las primeras historias clínicas levantada por Uribe Cálad:
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Dicha enferma hacía 45 años que estaba asilada en esta casa, por cuyo motivo no existe planilla con ningún detalle.
Así en el transcurso de 7 años que hace la conocí permanecer en cama o en silla debido a que estaba inhábil, se
alimentaba y dormía regular, pedía constantemente tabaco y chocolate. Su mayor entretenimiento era jugar con muñecas y cuyas completamente en el estado de la infancia. De vez en cuando se veía atacada de Gucosos Osmátricos
para lo cual se le aplicaba antibioxima que la mejoraban. Así pasó todo este tiempo hasta el año 45 en que le daban
con mayor frecuencia y en el mes de junio se vio atacada de una neumonía hipostática que le produjo la muerte a
pesar de los muchos cuidados que le prodigaron los seis médicos. Murió el 26 de junio del 45 a los 84 años de edad
y 45 de manicomio. No encontramos más justificación (LFHUNC, caja 1, historia clínica 00003).
La tabla 1 contiene la información obtenida de las historias clínicas acerca de los motivos más
frecuentes por los que egresaban los pacientes del manicomio. El análisis dio como resultado que
el mayor número de salidas de la Institución se concentraba en aquellos pacientes que presentaban
signos de mejoría. A diferencia de esto, le siguen aquellos que su egreso se dio por diferentes aspectos
que lo llevaron a la muerte: caquexia, marasmo, infecciones, afecciones y nefritis aguda. Frente a esto,
vale recordar las condiciones económicas e higiénicas del manicomio, las cuales fueron simplemente
lamentables; además de estar lo anterior acompañado de la inadecuada alimentación, de la situación
de las aguas –aún no se contaba con agua potable para el consumo–; acuñado todo esto con las
condiciones de hacinamiento de los pacientes.
El número de enfermos aumentaba, disminuyéndose a su vez el espacio habitacional, lo que producía epidemias al interior del establecimiento. Súmesele igualmente el sometimiento de los pacientes
cuando eran amarrados por orden del director en sus camas, con el agravante de defecar y orinar en
esta careciendo de una adecuada limpieza y conviviendo con sus heces por un buen tiempo; de igual
manera, las mujeres padecían de la inadecuada higiene mientras tenían el periodo menstrual, como
resultado presentaban infecciones en las vías urinarias y en los riñones.
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Alienismo, manicomio y psiquiatría en Medellín (1920-1946)
Alienism, asylum and psychiatry in Medellín (1920-1946)
La lectura de los expedientes muestra, entre otras, dos razones que justificaban la salida de los
pacientes del manicomio: una se daba porque el enajenado se fugaba y otra por haberse curado de su
locura. Llama la atención la última porque, a pesar de encontrarse un número alto en los pacientes que
egresaban por estar mejor, en ninguno de ellos se realizaba la aclaración de que esto obedecía a la cura
de la enfermedad, salvo en tres de los registros. Es importante tomar en cuenta que para Uribe Cálad la
cura de la enfermedad se presentaba con mayor frecuencia en la población masculina, que la femenina:
En los libros de matrícula figura siempre más elevado el número de hombres que entran a los respectivos pabellones
que el de damas inscritas para su asilo y tratamiento. Pero proporcionalmente es mucho mayor la cifra de varones
que vuelven a cruzar el umbral de la polvosa puerta para incorporarse a la vida normal que el de las mujeres que
obtienen la boleta de salida (Zapata Restrepo, 1954, p. 4).
Esto lo argumentó Uribe Cálad (como se citó en Zapata, 1954) señalando que:
Los varones se curan más fácilmente que las mujeres. Lo explica diciendo que entre los primeros figuran todos los
intoxicados por excesos, como en el caso por el alcoholismo, de los cuales ya se ha dicho tienen mayores esperanzas de curación que los esquizofrénicos (p. 4).
Hay además, por su connotación, otro aspecto que se tomó en cuenta, corresponde a los asilados
que no tenían en su expediente ninguna información escrita en la variable de egreso; dos argumentos
pueden ser el recurso para comprender dicho vacío en los datos que se consignaban: el primero es que
la persona que describía los móviles, ya fuera el doctor Lázaro Uribe o el médico auxiliar, omitía este
ítem y el segundo podía corresponder a aquellas primeras historias que Uribe construyó después de la
muerte del asilado.
Tabla 1. Egreso de pacientes del Manicomio Departamental (1920-1946)
Motivo del egreso
Número de pacientes
Mejoría o estar bien
864
Retiro por parte de la familia
182
Muerte por caquexia (demencial, demencial con diarrea, por inanición, desnutrición)
147
Sin manifestaciones de locura
55
Muerte por marasmo (epiléptico, demencial)
24
Muerte por infección colibacilar
29
Muerte por afección cardio-renal
7
Muerte por nefritis aguda
6
Fuga
6
Cura
3
Sin dato
30
Total
1353
Fuente: Laboratorio de Fuentes Históricas, Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, Fondo Hospital Mental de Antioquia, Historias Clínicas, números 001-725.
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Ilustrar el siglo XVIII europeo, ubicar el lugar de la locura en la institución, junto al aporte de la medicina y la participación de los médicos, así como a quiénes eran los asilados y, específicamente, qué
pretensiones rodeaban esta práctica alienista, es entender que no se apuntaba a la cura, su sustrato
radicaba en el poder, el cual a través de la asistencia, recuérdese la participación del Estado por medio
de los decretos y el apoyo recibido por parte de la iglesia, constató la regulación y contención que se
ejercía sobre el pobre, el portador de alguna enfermedad venérea y, en gran medida, el loco. Institucionalizar era subyugar; según Castel (1980):
El loco no puede reconquistar su humanidad más que con un acto de vasallaje a una potencia soberana encarnada
en un hombre. Desprovisto de todo, y en primer lugar de la razón, no tiene acceso por sí mismo al orden contractual
(p. 73).
De acuerdo con Castel (1980), la relación contractual nace del trato entre el médico y el enfermo, la
que luego se convertiría en una relación de ‘soberanía’; el loco estaba situado en el lugar del desvalido,
sin la facultad de la razón; el asilo representaba la asistencia y la salvación, sin embargo, vale preguntarse si era la salvación del loco o la de la sociedad burguesa y su ambicioso progreso.
70
Las reflexiones expuestas por Castel (2009) dan paso a las exhibidas por Porter (1989), historiador
británico que se interesó también por la locura, la voz del loco y los manicomios, además de focalizarse
en el establecimiento de una relación entre la ciencia y la cultura. Destacado en el mundo de la academia por estudiar la historia de la medicina, la historia social e intelectual del siglo XVIII y la historia de la
psiquiatría. Logra a través de sus obras contribuir a la representación que se hacía de los pacientes en
el pasado, la dependencia entre las imágenes del cuerpo y de la sociedad, como también a profundizar
en el conocimiento de la historia de la salud mental.
En el escrito de Porter (1989), Historia social de la locura, que se abordará a continuación, el autor
estudia el pensamiento y los sentimientos de los locos a la luz de sus textos autobiográficos, de ahí
que su objetivo principal es el ahondar en la enfermedad mental oculta de estos personajes o bien
absolverlos de su estado de locura. Al acudir a este escrito tiene el fin de identificar al insano desde su
sólida o débil comunicación y de conocer el análisis que Porter realizara de la institución manicomial y
de la psiquiatría. Su texto se ocupa de los siglos XVIII al XX.
Comunicación del insano
Porter (1989) resalta que entre los objetivos que se propuso desarrollar durante su trabajo investigativo
e histórico fue el de explicitar:
El modo en que los locos intentaron explicar su propio comportamiento, a ellos mismos y a otras personas, empleando el lenguaje del que disponían. Los escritos de los locos pueden leerse, no sólo como síntomas de enfermedades
o síndromes, sino como comunicaciones coherentes por derecho propio (p. 12).
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Alienismo, manicomio y psiquiatría en Medellín (1920-1946)
Alienism, asylum and psychiatry in Medellín (1920-1946)
Esta cita del autor perfila a un ser humano con capacidad de lenguaje, de cultura y de sociabilidad,
escapando del silencio al que era abocado el loco, aunque es de reconocer que el comportamiento
imprime la marca de comunicación entre los seres humanos, la misma que se puede leer e interpretar.
Porter (1989) concibe de esta manera la trasmisión de los pensamientos de los locos por medio de sus
escritos.
Para el caso de este estudio, Uribe Cálad así lo enuncia en sus historias clínicas al documentar
los comportamientos de los pacientes, los cuales contribuyeron en su momento para ser clasificados
en alguna enfermedad específica y, en otros casos, desconocida: “perversión del sentido moral con
manías de exhibicionismo, lenguaje vulgar, habla y gritos constantes, diagnóstico al que se llegó “Psicosis degenerativa. Excitación maniaca”, pronóstico registrado “reservado”” (LFHUNC, historia clínica
0000356).
Claro que la cita de Porter (1989, p. 12) no manifiesta todo, para tal efecto da soltura a su pensamiento al considerar que el alienado en su condición de paria de la sociedad, lograba representar en su
voz valores, ideas, pretensiones, miedos, entre otras emociones. Porter establece una conexión entre el
loco y sus sentimientos, al no querer justificar la palabra del insano como si fuera solo la voz del reparo:
Contra la conciencia dominante de la élite; que canta, de hecho, la canción de los reprimidos. Puede que a veces lo
haga (…). Pero ocurre con bastante frecuencia que los locos no tienen nada contra su sociedad como tal, aunque,
una vez se han vuelto locos, suelan expresar las protestas más feroces contra el trato que reciben (p. 13).
Porter (1989) contrapone la razón y la locura, la comprensión y la incomprensión. La primera dupla
constata la enajenación del enfermo, no sin antes reconocer en él y en sus elucubraciones la lucidez, la
facilidad en el uso de la palabra y la coherencia en sus razonamientos, como también la incoherencia
teñida de una verdad inconsciente. La segunda dupla va orientada a la escucha del discurso del loco,
sobre todo desde la agudeza del mismo y no desde el lugar de la normalidad.
Una aseveración encontrada en el libro de Porter (1989) llama la atención por su denuncia y
reflexión: “Me llamaron loco, y yo les llamé locos, y maldita sea, me ganaron por mayoría de votos”
(p. 14). Ecuación perfecta: prevaleció el número de hombres y mujeres que fueran considerados
normales sobre aquellos que con sus comportamientos y lenguajes denotaban el lugar de la
anormalidad.
Esta observación se puede hacer igualmente para los asilados en Antioquia a principios del siglo XX,
un ejemplo de ello es el que da cuenta de una mujer de 19 años procedente del municipio de Marinilla:
Sus familiares narran que cuando su primera menstruación después de un baile, se sumergió en un agua detenida,
y a esto atribuyen su primera manifestación morbosa atenta contra la vida de los demás, tienen que esconderle los
trinchetes porque ha prometido matar a una tía (LFHUNC, historia clínica 0000189).
La naturaleza de su propio cuerpo y, posiblemente, la respuesta ante algo, hacen de ella una mujer
proclive para el encierro y la clasificación; la comunicación llega, pero a la esfera familiar y manicomial.
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Institución manicomial
Respecto a sus elucubraciones sobre el encierro, Porter (1989) retoma a Foucault al considerar que:
A partir del siglo XVII, se activaron movimientos que durante los tres siglos siguientes hicieron que a los locos se les
segregara cada vez más de la sociedad cuerda, tanto categórica como físicamente. En particular, la costumbre de
internar a los insanos en alguna institución fue cobrando ímpetu de modo inexorable (p. 29).
Porter (1989) observa el mecanismo del aislamiento como un hábito recurrente que imperó en la
época y que dejó trazos sustanciales para que esto continuara en el tiempo. Europa fue centro para
la reproducción de prisiones, escuelas, hospicios, casas de corrección, asilos, talleres y manicomios,
todos ellos con el fin principal de enfrentar la locura y a los locos:
72
En los primeros manicomios públicos era común que los locos fuesen tratados con gran dureza, aunque siempre
existió un reducido número de manicomios particulares, ‘de buen tono’, donde se ofrecían condiciones de lujo a los
parientes que pagasen unas tarifas muy elevadas. Los críticos se quejaban de que a los internos de los manicomios
solían tratarlos como a animales salvajes. Sin embargo, la opinión influyente consideraba que ello era defendible.
Después de todo, ¿acaso los que perdían el juicio no se veían reducidos a la condición de animal que sólo era capaz
de responder a la fuerza y al miedo? A decir verdad, podía considerarse que el trato brutal de que eran objeto se lo
tenían merecido, pues existía la creencia general de que los locos eran víctimas de su propia vanidad, orgullo, pereza
y pecados (Porter, 1989, p. 32).
Esta conclusión a la que llega Porter, permite reconocer el juicio de valor y de crimen al que eran
sometidos los locos, no siendo eximidas de sus cargos, por el contrario, la condición de loco ratificaba
el aislamiento y avalaba los tratos a los que eran sometidos. Las relaciones abusivas y las condiciones
precarias en el Manicomio de Antioquia se denunciaron, los gobernantes de turno abandonaron esta
Institución al no prestar la ayuda que se requería: el hambre, la falta de servicios sanitarios, las camas
en mal estado, las condiciones en la edificación, entre otras necesidades, no se cubrían en su totalidad,
y Uribe Cálad sorteó todas estas carencias que hacían del manicomio un lugar objeto de la crítica y de
la incertidumbre, a las que respondió Uribe en forma sarcástica y evasiva:
El señor médico del Manicomio me hizo llegar esta razón “cuando quiera usted saber cómo se almuerza bien preséntese por aquí algún día por allí a las diez y media de la mañana. Yo no le creo a usted porque su nombre es Pacho
Cañas y porque, además quien le informó que aquí se aguanta hambre es un loco rematado que no puede decir verdad, ni puede tener razón (…). / No sé a cuál de todos atenerme, sin embargo, tengo que creer al señor médico. Pero
tal vez él se refiere al almuerzo de los empleados del Manicomio y no al de los locos. Porque el informe lo rindió un
loquito aliviado que a fuerza de buen régimen estaba a punto de perder la razón” (El Correo Liberal, como se citó en
López, García, Rueda y Suárez, 2006, p. 103).
Porter sostuvo que el encierro del loco obedecía más a una necesidad de segregarlos que de aislarlos, porque esto representó un alivio para la sociedad y para el loco, lo que indicaba el bienestar, la
seguridad de la sociedad y del mismo loco. El dispositivo del encierro se enalteció por la búsqueda
perenne de la cura, así se justificó el siglo XVIII.
Huertas (2010) ha sido otro investigador interesado por establecer la ruta en torno a la enfermedad mental y al manicomio. Uno de sus artículos que sirven como fundamentación teórica sobre el
manicomio es el que lleva por título: Locura y subjetividad en el nacimiento del alienismo. Releyendo a
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Alienismo, manicomio y psiquiatría en Medellín (1920-1946)
Alienism, asylum and psychiatry in Medellín (1920-1946)
Gladys Swain (Huertas, 2010), sus planteamientos rondan la crítica frente al alienismo como praxis y
su concepción del tratamiento moral del loco como parte de su subjetividad; una concepción de ser
humano que cambió, dadas las circunstancias presentadas por la condición de ser un loco:
En la medicina anterior a la década de 1760 resultaba imposible referirse a la ‘enfermedad mental’ en un sentido
estricto. La noción de ‘mente enferma’ no era contemplada ni por médicos ni por filósofos, pues la «locura», en
cualquiera de sus formas, era siempre asimilada a una enfermedad corporal, en la que el alma permanecía intacta
e inmortal. El problema de la mente enferma solo empezará a aparecer en el lenguaje médico cuando pueda involucrarse con el dualismo cartesiano y la relación mente-cuerpo. Es solo en este momento, en el último tercio del siglo
XVIII y durante el XIX, cuando asistimos a la trasformación del concepto de locura y a su medicalización (Huertas,
2010, p. 14).
Indica Huertas (2010) que la mente produce la locura –la psicologiza– y que ayuda en el desarrollo
del lenguaje de la misma locura, al ser vista desde un asunto de ‘lo moral’ ―de allí el obrar alienista―,
por lo tanto, la atención al loco apuntaba al tratamiento moral, a la mente del enfermo, y no sobre su
cuerpo. Al referirse al concepto de ‘lo moral’, Huertas afirma que es pensarlo en términos de lo psicológico y que al hacerlo desde ‘la moral’ confluye lo ético y lo religioso, de ahí la distinción del concepto
teniendo en cuenta que esto influyó en la intervención alienista al buscar contrarrestar la locura con
tratamientos morales (estos tratamientos consolidaban al alienista y su praxis ante el control de las pasiones humanas); para conseguir esa cura debía de existir una infraestructura física que lo posibilitara,
esta es sustancialmente la participación del sistema asilar.
Para Huertas (2010), la psiquiatra francesa Gladys Swain no considera que estas instituciones
fueran represoras, sino que suele verlas como terapéuticas para el loco. Esta línea de argumentación
conduce a Huertas a considerar que, “como es lógico, no está exenta de contradicciones o de malas
prácticas, pero ‘conceptualmente’, y al menos sobre el papel, no estaría diseñado originariamente como
una institución de control y defensa social” (p. 18). Esta legitimación se la otorgó con el fin de dar
soporte a la existencia de la institución y al tratamiento; se necesitaba de ambos para poder alcanzar la
cura, la reconciliación de este encuentro hacía necesario la participación del alienista, para que, de esta
manera, entrara a intervenir en la subjetividad del alienado, sus pasiones, sus facultades intelectuales
y sus sentimientos:
Actuar sobre las ideas y las pasiones, sobre la perturbación psíquica, a través del susodicho tratamiento moral,
implicaban, como ya he adelantado, un profundo cambio en la manera de ‘pensar la locura’. Una ruptura con la idea
de ‘locura completa’ y un reconocimiento de que en el loco siempre queda un resto de razón, de que el loco ‘no está
del todo loco’ (Huertas, 2010, p. 20).
La historiadora María Cristina Sacristán (2009) señala que el tratamiento moral fue entendido como
aquella práctica en la que:
Basada en una estrecha relación médico-paciente, la cual partía de la posibilidad de entablar un diálogo con el resto
de razón subsistente en todo enajenado, reconducir su voluntad a partir de ciertas rutinas diarias que se creía harían
innecesario el uso de la fuerza, y, desde luego, establecer un severo régimen de aislamiento al que se consideraba
capaz de curar por sí mismo. El tratamiento moral sirvió para legitimar a esta naciente psiquiatría como el conocimiento experto en los trastornos mentales, y descalificar las prácticas médicas y no médicas que habían estado
dirigidas a la locura durante siglos (p. 169).
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El médico Lázaro Uribe Cálad pasó a ser esa parte importante del alienismo en Antioquia. Su participación dentro del manicomio se revistió de la enfermedad; la misma que abogaba por tratamientos,
por el reconocimiento del sujeto y por dar una orientación diferente para sus pacientes, no obstante:
Uno se va familiarizando con el dolor humano… él se paseaba como un pavo, como un rey por todos esos pabellones
y le importaba un pito, pues así aparentemente, pues, lo que uno puede colegir, puede entender, le importaba un pito
el paciente, desde el punto de vista de su bienestar. (…) le digo Lazarito entre cariño y desprecio (…) el cariño va hacia
que me gustaba la psiquiatría (…) de desprecio por sus actuaciones, por su egoísmo, por la manera de manejar eso
allá (Betancur, comunicación personal, 2014).
Dentro de las historias clínicas que se revisaron no se logró identificar, en un número considerable, el
tratamiento aplicado a los pacientes, lo que sí se pudo evidenciar fueron los síntomas que se pensaron
en el marco de la enfermedad moral: “ideas de condenación, sitio fóbico, desnutrición, se pone de
rodillas y pide perdón de sus culpas, dice que es pecado comer” (LFHUNC, historia clínica 0000781).
74
Habría que decir también que, en algunos informes encontrados en el Archivo Histórico de Antioquia,
Fondo Gobierno Ramos. Folio 176 se puede constatar la manera en que Uribe Cálad daba cuenta de sus
pacientes y la intención de regresarlos a sus hogares de origen. Esto puede entenderse también como
la necesidad de devolverlos a los lugares de donde provenían por las condiciones en que se encontraba
el establecimiento, lo que llegaba a afectar a los alienados en su bienestar. Un ejemplo de lo anterior es
el informe enviado por Uribe Cálad al Secretario de Gobierno en abril de 1928 donde le comunica que:
A Aparicio Vásquez y Obdulia Arroyave, de Cisneros, se les ha hecho saber que su hija María de los Ángeles puede
ser retirada por encontrarse bien, este informe se les está dando hace por lo menos tres meses; a pesar de esto no
han hecho la diligencia de retirarla (Archivo Histórico de Antioquia, Fondo Gobierno- Ramos, Folio 176).
El historiador Ricardo José Campos Marín, científico titular del Instituto de Historia del Centro de
Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas-CSIC de Madrid, es
un investigador que se ha interesado por el tema del manicomio. Él, en compañía de Rafael Huertas
García, publicaron el artículo que lleva por título: Los lugares de la locura: reflexiones historiográficas
en torno a los manicomios y su papel en la génesis y el desarrollo de la psiquiatría (Campos y Huertas,
2008); los autores desarrollan en sus páginas la estrecha relación que se dio, en su momento, entre el
manicomio por ser el espacio para tener a los enfermos y la psiquiatría por encontrar un lugar propicio
para el desarrollo del saber científico.
Según Campos y Huertas (2008), esta unión terminó por separarse, de ahí que observaran en la
práctica alienista de los siglos XVII y XVIII, el designio de ser una ciencia que se ocupara de las enfermedades de la psiquis de los individuos. Esta valiosa intención perdió su fuerza y se convirtió en la
enfermedad de la represión y del control social, alejándose del saber médico, del desarrollo de técnicas
de intervención, de la comprensión de la enfermedad y del peso de la cura:
El aislamiento del loco en el manicomio, defendido por los alienistas contra viento y marea fue, sin duda, el fundamento de esta singularidad que conllevó la disociación entre la teoría médica y la práctica en el interior del asilo.
Esta última estuvo más cercana al ejercicio del poder sobre el enfermo, a su reconducción como individuo para
transformarle y aproximarle al ciudadano sensato, en definitiva, a su normalización, que a la verdadera investigación
científica y a la curación (Campos y Huertas, 2008, pp. 471-472).
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Alienismo, manicomio y psiquiatría en Medellín (1920-1946)
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Se infiere de la cita de Campos y Huertas (2008) que el manicomio se perpetuó en el rango del
poder del encierro, como ya lo estudiara Foucault (1978), así como en el establecimiento de los muros
del manicomio a razón de conformar un laboratorio donde se ajustaban técnicas que viabilizaban el
adoctrinamiento y el dominio de las clases menos favorecidas. Campos y Huertas dicen que:
En definitiva, el alienismo, entendido como parte fundamental de la higiene social, como punta de lanza de la misma,
ejercería, según este enfoque, un papel decisivo en dicha estrategia burguesa de dominación al convertir el manicomio en un gran laboratorio social en el que se producirían y ensayarían técnicas que se utilizarían para disciplinar a
las clases populares. La psiquiatría no aparece entonces como una ‘respuesta a la enfermedad mental sino como
una respuesta a un problema estrictamente legalista planteado por la revolución burguesa’ (p. 476).
Para precisar sus argumentos acerca de la historiografía psiquiátrica y del manicomio, resaltan
los autores (Campos y Huertas, 2008) la lectura sesgada que se le ha venido haciendo a la psiquiatría
y a los móviles rectores que posibilitaron y eternizaron el encierro como la práctica más viable para
retornar al sujeto a la sociedad. Sesgada porque a pesar de encontrar en ella bondades, se acentúa la
palabra en el error, el abuso y la ambivalencia, dejando de un lado las posibilidades de encuentro con el
saber, con las nuevas prácticas de intervención y con la misma enfermedad:
Resulta particularmente llamativa la indiferencia hacia el proceso de institucionalización de la psiquiatría y la constitución de un grupo profesional con intereses científicos y políticos, que convierten el dispositivo manicomial y la
terapéutica en él practicada en una plataforma de poder dirigida, no tanto a la producción de verdad y a la normalización de pacientes, como a la creación y expansión de una nueva disciplina médica, que precisa insertarse en
un entramado de relaciones de poder y de saber conformada por actores sociales concretos, que responden a una
realidad histórica asimismo concreta y que precisan crear, en el caso de los psiquiatras, un cuerpo de conocimientos
científicos que los legitime socialmente ante las instancias políticas, la opinión pública y el resto de la profesión
médica (Campos y Huertas, 2008, p. 475).
Para entender mejor a los autores, basta con leer el objetivo que plantean al inicio del texto; este
hace referencia a delinear el horizonte de los avatares de la institución manicomial desde cuatro
puntos principales: eje vertebrador de la práctica psiquiátrica, centro productor de saber, conflictos
y contradicciones que la acompañaron en sus primeros ciento cincuenta años de existencia. Lo que
les interesa a Campos y Huertas (2008) no es ratificar solamente la crítica hacia el papel jugado en
el siglo XVII y XVIII por el sistema manicomial y su legado (el cual no demeritan, como ya se esbozó,
por encontrar en este fracasos, faltas, ambivalencias y otros aspectos que se han ido trasladado en el
imaginario colectivo), sino centrarse más en una nueva mirada hacia el manicomio desde la producción
de un saber, la psiquiatría:
De un lado, la incurabilidad de la enfermedad mental asociada a la teoría de la degeneración, incidió en el carácter
de depósito del manicomio, abandonando a una gran cantidad de enfermos a la mera asistencia y al custodialismo.
Pero, por otro lado, el pesimismo terapéutico fue compensado por el interés por las causas de la enfermedad mental,
que abrió la posibilidad de actuar en el medio social, ejerciendo la profilaxis de las enfermedades mentales. En este
sentido, la teoría de la degeneración fue la base de un programa de salud pública, de profilaxis preventiva cuyo objetivo era combatir de raíz las causas de las enfermedades y prevenir sus efectos. Años después, los movimientos de
higiene mental recogerían el testigo de estas propuestas y relegarían, todavía más, al manicomio a un mero depósito
de incurables, centrando su atención en la profilaxis y abriéndose, ahora sí, al espacio social (p. 479).
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El Manicomio Departamental de Antioquia, en cabeza de Lázaro Uribe Cálad, propendía por darle
unas mejores condiciones de vida a todos los sujetos que eran llevados allí en busca del tratamiento,
de la seguridad y de la promesa de la cura. Pero, tras estas intenciones, se dibujaba una realidad que
evocaba los inicios del alienismo en la Europa del siglo XVII; la aún dormida psiquiatría no alcanzaba a
dar la satisfacción solicitada por parte de los pacientes, de sus familias y de la misma sociedad, pero
sí se abrían las puertas de sujeción, de simulación y de calma para una mayoría de personas sanas que
enaltecían la modernidad de la ciudad.
La última autora que se ha elegido para nutrir el estudio del manicomio en Europa, y de quien en
apartados anteriores se han tomado sus contribuciones al estudio de la locura y el manicomio, es
María Cristina Sacristán, Licenciada en Etnohistoria, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia,
en México en el año de 1987, Magister en Historia de México, Centro de Estudios Históricos, El Colegio
de Michoacán, A. C., graduándose en 1991 y Doctora en Antropología Social y Cultural, de la Universitat
Rovira i Virgili, España, titulada en 1999.
76
Sus investigaciones se han orientado esencialmente a la historia de la psiquiatría en México para
los siglos XIX y XX. Publicó un artículo que lleva por título: La locura se topa con el manicomio. Una
historia por contar (Sacristán, 2009). Su interés se centra básicamente en revelar las otras miradas
que se erigieron sobre la disposición asilar, su análisis lo condensa desde dos estadios diferentes.
El primero se refiere a cuando se le cedió al manicomio el indulto de devolverle ‘la humanidad a la
locura’; el segundo hace parte de la aprobación que lo confiere como: “un espacio médico y judicial
que condena, punto de ruptura entre la locura y la cordura” (Sacristán, 2009, p. 167). Este esbozo de la
autora conlleva a la relectura de trabajos que miden los linderos del poder psiquiátrico y de otros más
que reinterpretan las vivencias de los médicos, las familias y los locos que se encontraban bajo el dispositivo del encierro. Si la locura se topó con el manicomio es porque se requería de dichas instancias
que posibilitaran el confinamiento de esos sujetos que representaban la amenaza, el discontinuo y la
extrañeza que entraban en contravía de sociedades armónicas, progresistas y de vanguardia. Sacristán
(2009) define el manicomio como:
Ese territorio destinado a cuidar, tanto en el sentido de atender como en el de vigilar, a peligrosos y diferentes. A
propósito, el psiquiatra inglés Roy Porter nos recuerda que todas las sociedades identifican a los seres diferentes,
casi siempre los creen peligrosos, de ahí se sigue apartarlos para después buscar las causas que expliquen esa
desviación de la normalidad [Porter, 2003:67-68]. Es por ello que este lugar de la locura ha sido percibido como un
espacio para silenciar a todos aquellos cuya manera de pensar, sentir o comportarse resulta intolerable o amenazante para la sociedad (p. 166).
Cabe entonces preguntarse si solo se cuidaba al loco o si efectivamente entraba en el orden del
amparo la sociedad en general. Si este interrogante se traslada a Medellín en la primera mitad del
siglo XX, se puede adelantar la respuesta, posiblemente atrevida: precisamente a quien se cuidaba era
en primera instancia a la población de mente sana y por añadidura a los locos. Este rastro se infiere
de algunas de las historias clínicas que se conservan de este periodo y que fueran firmadas por el
médico-alienista Lázaro Uribe Cálad, dado que se justificaba el asilarlo por ser peligroso para sí mismo,
para sus familias y las personas que lo circundaban. La siguiente historia clínica muestra dos rasgos
del paciente degenerado, el primero corresponde a un sifilítico (luético), el segundo es un criminal que
atenta contra la vida de sus familiares:
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Alienismo, manicomio y psiquiatría en Medellín (1920-1946)
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Perturbaciones mentales consistentes en ataques furiosos sin motivo ninguno, durante los cuales atenta contra la
vida de sus familiares a mano armada. Pasando la mayor parte del tiempo en cualquier lugar en un mutismo completo, absoluto y con frecuencia saliendo completamente desnudo por la casa, que empezaron a manifestarse desde
principios del año pasado a consecuencia de tiene antecedentes luéticos, en su casa todos los días lesiona la moral
con sus salidas de su pieza en completa desnudez y atenta contra la vida de los que lo rodean. Medellín 15 de abril
de 1943. Rigoberto Solís. G. (LFHUNC, historia clínica 03530).
Siguiendo a la investigadora Sacristán (2009), el manicomio era proclive para que la práctica del
aislamiento fuera dirigida por médicos, y estos –encierro y médico- en conjunto, lograran curar a los
asilados, lejos de los riesgos que representaban para ellos: “las personas, los hechos o las pasiones
que podrían haber originado su locura” (p. 169).
En este apartado se da cuenta del nacimiento y del desarrollo del sistema manicomial en Europa,
igualmente da paso a la llegada del mismo a Latinoamérica. Vale entonces retomar el lugar de poder
que se le adjudicó en su momento al sistema asilar. Su control sobre la sociedad se vio resaltado por
el auge de la modernidad y sus efectos no esperaron.
La misma historiografía así lo señala, la subyugación, el deterioro humano, el secuestro, la dominación centrada, las prácticas fuera de lo humano y lo ético, la inadecuada interpretación de la cura,
el desvío de la cientificidad de la psiquiatría, el hito desesperanzador, cobijó a los siglos XVII y XVIII,
impugnando la voz, la inteligencia y la razón de quienes fueran considerados extraños, locos, insanos,
ajenos a las sociedades progresistas. La afrenta se hizo hacia sujetos que despertaban las pasiones
humanas, hacia esos hombres, mujeres, niños y ancianos que daban cuenta del vacío de la modernidad
en Europa. Más no se trata tan solo de criticar el manicomio y su funcionalidad, recuérdese que el alienismo y el alienado contribuyeron al desarrollo de técnicas de atención al enfermo, al saber científico y
a la consolidación del discurso psiquiátrico.
La experiencia en Medellín
La atención al loco en la ciudad de Medellín tuvo importantes transformaciones, tanto en la medicación
como en los establecimientos. Rosselli (1968) señala que: “Antes de la fundación del manicomio,
los locos andaban sueltos por las calles de Medellín y algunos de ellos se hicieron famosos como el
Ñato Narciso, Indalecio Calle, La loca Dolores y Joaquín Costillares” (p. 165). Con el fin de colocarle
término a esta realidad de la ciudad y darles cabida a los locos, la Junta Suprema del Hospital del
Estado de Antioquia decide en 1875 fundar una “Casa de Alienados”, proyecto que no se efectuó, de
tal suerte que en 1878 la Corporación Municipal de Medellín retoma el tema y propone la creación de
un “Hospital para Locos” (Rosselli, 1968, p. 166). Esta propuesta se ejecutó en abril del mismo año; a
este trasladarían los locos que estaban recluidos en la cárcel del Distrito y su construcción contaría
con un departamento para hombres y otro para mujeres (López et al., 2004, p. 29). Con el propósito
de darle orden y estatus a esta decisión, se aprobaron unos acuerdos municipales que posibilitaran el
correcto funcionamiento del Hospital –a propósito, Roselli (1968) indica que por primera vez se utiliza
en Colombia el vocablo de Hospital para designar un establecimiento para los alienados–, aun así, este
no progresó.
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Para el año de 1878 (como se citó en López et al., 2004), se presentan los Proyectos de Acuerdo de
la Corporación Municipal, Medellín, en los que se dictaminan seis artículos que regirían la construcción
y la administración del ya nombrado Hospital:
Artículo 1. Establecer un hospital para locos en el distrito de Medellín.
Artículo 2. Autorizar al Jefe Municipal y Celador de Policía del Distrito para que se proceda a tomar en arrendamiento
una casa, que sirva al objeto expresado en el artículo anterior.
Artículo 3. Al hospital que se cree por este acuerdo serán trasladados los locos que actualmente existen en la cárcel
del distrito, y se continuarán admitiendo en el establecimiento a los pacientes de la misma afección en los términos
que disponga el reglamento que debe expedirse.
Artículo 4. El hospital costará de dos departamentos, uno para hombres y otro para mujeres, los cuales estarán provisionalmente a cargo de un director y una directora, que nombrará el Jefe Municipal, de quien dependerán.
Artículo 5. Abrasé al Jefe Municipal un crédito por la suma necesaria para cubrir el gasto que demande el establecimiento de que trata el acuerdo.
Artículo 6. Nómbrese una comisión que presentará un proyecto de reglamento para el Hospital de Locos, que comprenderá todas las disposiciones que deban regir en la materia sustituyendo el presente acuerdo (p. 29).
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La creación de este hospital presentó dificultades en cuanto a la atención de los pacientes; sus
condiciones económicas, el personal de atención, el acceso a medicamentos y los recursos de sostenibilidad eran precarios. La segunda mitad del siglo XIX fue importante por el movimiento que se
dio en el orden de la ciudad, una de las situaciones más apremiantes fue la creación del Manicomio
Departamental, dando cabida al loco y marcando con trazo fino y seguro el ingreso a la modernidad.
Medellín se vio bajo el hechizo del inminente progreso y el desarrollo. Claudia Montagut (1997)
expresó que: “el loco precede a la institución y al saber científico que lo clasifica ya era objeto del
discurso legal y del orden público” (p. 37). La modernización de Medellín no dependía principalmente
del loco y de lo que se pudiera hacer con él, dependía de la capacidad de asumir una enfermedad que ya
tenía historia y demandaba la atención de los gobernantes de turno y de los ciudadanos en general, de
tal suerte que el valor agregado lo representó la construcción de un espacio para confinar al demente.
En 1888 se dio a conocer la Ordenanza Nº. 24 de la Asamblea de Antioquia (como se citó en Roselli,
1968), la misma que orientaría los pasos a seguir con el fin de crear y poner en funcionamiento el
Manicomio Departamental de Antioquia:
Los planos y edificación fueron erigidos por el ingeniero señor Luis G. Johnson en el sitio llamado Bermejal que había
sido recomendado por la comisión nombrada por la Academia de Medicina integrada por los doctores Manuel Uribe
Ángel, Ramón Arango y Francisco A. Uribe M. (Roselli, 1968, p. 168).
Después de todos los avatares, dificultades y aplazamientos para la construcción del manicomio,
se llegó a ejecutar el proyecto, y para el año de 1892, se trasladan los locos al edifico del sector de
Bermejal en el nororiente de la ciudad de Medellín. El manicomio pasó a la administración departamental,
tomando el nombre de Manicomio Departamental de Antioquia. A pesar de las nobles intenciones por
entregarlo terminado y en condiciones dignas, este cometido no se logró, así narró este traslado el
médico Uribe Cálad (1958) en la Revista Antioquia Médica:
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Alienismo, manicomio y psiquiatría en Medellín (1920-1946)
Alienism, asylum and psychiatry in Medellín (1920-1946)
El acondicionamiento de este establecimiento fue progresivo y lento ajustándose a las circunstancias del momento
ya que la escasez de recursos ha sido predominante. Aprovechando el espacio que la capilla dejó disponible se
trazaron los dos cuerpos de alojamiento más o menos así: dos cuerpos de edificio uno al oriente destinado a las mujeres y con la subdivisión de un sector para asilados pobres hacia el sur y otro hacia asilados pensionistas hacia el
norte. En el cuerpo de hombres, al occidente; el sector para pensionistas fue hacia el sur y al norte para los asilados
pobres, esto último con mayores dificultades por el desnivel del terreno y por los fangales que se formaban con las
aguas lluvias (p. 364).
Más adelante, en el año de 1896 por medio de una Ordenanza con fecha del 22 de julio (como se citó
en Rosselli, 1968), en la ciudad de Medellín “se creó el cargo de médico oficial entre cuyas obligaciones
figuraba la de visitar el manicomio tres veces a la semana. Hasta 1897 desempeñó este cargo el citado
doctor Tomás Quevedo” (p. 170).. En los subsiguientes años se dictaron diferentes ordenanzas en pro
de mejorar el funcionamiento del manicomio. Una de ellas es la Ordenanza 8 de 1904, en donde se
indicó la reforma del plano, la revisión y salida de los enfermos, la recepción de enfermos por locura
comprobada y la admisión de pacientes con escasos recursos. El Manicomio contó por un buen tiempo
con dos clasificaciones de enfermos, no respecto a la locura, sino a la situación social y económica de
la persona, unos eran los locos pobres que vivían de la caridad de los colaboradores del Manicomio y
otros eran los pensionados que pagaban por su estadía dentro del recinto.
Finalizando 1913, se creó la Junta Central de Higiene por medio de la Ordenanza No. 10 del 31
de marzo. En efecto, la Junta de Higiene se encargó de velar por el bienestar y correcto discurrir de
la vida en el Manicomio. Los primeros informes daban cuenta de la necesidad de generar cambios
sustanciales en los tratamientos que se le suministraban a los pacientes, entre los que se hallaban: la
construcción de talleres con el fin de que los pacientes ‘calmados’ encontraran otro tipo de alivio para
su enfermedad, la compra de un gramófono que le fuera útil y de distracción para los pacientes, y una
clasificación particular de los enfermos.
La Junta propuso el traslado del manicomio a las inmediaciones de Bello y Copacabana por haber
considerado que en este sector los pacientes podían tener mejores condiciones habitacionales, de
atención y de ocupación con la creación de una colonia agrícola que fuera trabajada por los internos
(López et al., 2004), sin embargo, esta propuesta no se llevó a cabo en su momento. Más adelante, en el
año de 1918, La Junta de Higiene cambia de nombre y de estas circunstancias a la Dirección Nacional
de Higiene de Agricultura. Su misión principal fue la de ejercer control sobre la anemia tropical. A pesar
de tan noble intención, las colonias agrícolas se establecieron para llevar allí a los delincuentes.
Posteriormente, la Asamblea Departamental sancionó la Ordenanza No 25 del 13 de abril de 1914
en la que se definieron dos de las disposiciones más relevantes, estas fueron la creación de la Junta de
Control y Vigilancia del Manicomio y la supresión de la Junta Directiva del Manicomio. Lo importante
a observar en la ordenanza anterior son las funciones del Médico-Director como un administrador del
Manicomio, que relacionaban solo en un artículo la intervención médica en pro de la cura del paciente;
esto lleva a pensar en que se trataba sobre todo de pasar informes y velar porque el presupuesto
asignado se estuviera ejecutando como tal. Los informes presentados por Uribe Cálad constaban de
reportar daños en las instalaciones, las necesidades más apremiantes, los enfermos que había, entre
otros aspectos relativos al funcionamiento del manicomio.
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Hay otro aspecto importante para reseñar con el que se busca situar a Uribe Cálad dentro del Manicomio, este tiene que ver con su reglamento. Las disposiciones que se dictaron fueron claras y sirven
de orientación a quien las consulte, una cosa muy distinta es que la práctica médica y psiquiátrica haya
quedado corta ante las pretensiones establecidas en el momento de la elaboración de las Leyes o bien
que fueran ambiciosas para el momento real por el que atravesaba la ciudad de Medellín.
Las funciones del Médico-Auxiliar estaban más relacionadas con el contacto permanente que debía
tener con el Médico-Director, con la atención al paciente y la relación laboral que debía establecer entre
él y el resto del personal que trabajaba en el manicomio, principalmente se resalta el cuidado que le
correspondía ejercer sobre los asilados.
La intervención del Médico-Director se perfilaba más hacia la comunicación que el Manicomio establecía con el exterior (Junta de Inspección y Vigilancia y Gobernador), estar atento a las necesidades
generadas dentro del Manicomio, a la relación profesional con los demás integrantes del cuerpo prestador del servicio, con la vigilancia y atención de los pacientes, y con las reformas frente a la innovación
en los tratamientos.
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En este contexto, se puede subrayar que, a pesar de la organización exigida en la Ordenanzas, no se
logró, al igual que en el siglo XIX, consolidar como una institución hospitalaria en la quinta década del
siglo XX en todo el sentido de la palabra, porque los pacientes continuaban sin alcanzar unas condiciones favorables encaminadas hacia la cura, así lo describió el doctor Betancur (comunicación personal
2014): “uno no sabía si estaba en una cárcel o en un manicomio… una cárcel de locos”. De cualquier
modo, el manicomio continuó consolidándose como un lugar prevalente para la reclusión de los locos
y, en esa medida, se prestaba un servicio precario, deficiente y carente de sentido sanador. Desde esta
perspectiva, Cadavid (2011) plantea en su trabajo de grado que:
Desde los años treinta se fueron introduciendo lentamente cambios necesarios, para convertirse en una institución
psiquiátrica, tanto en el medio físico como en los procedimientos clínicos y hospitalarios. Se construyeron celdas
apropiadas para los enfermos excitados, las cuales contaban con camas específicas, amobladas y con servicio sanitario. Se destinó una habitación para la enfermería y un recinto con servicio sanitario como sala de consulta donde
funcionaba, además, un rústico laboratorio clínico para realizar pequeñas observaciones microscópicas que fueran
de urgencia y se dispuso un lugar al aire libre para el entretenimiento de los enajenados (pp. 125-126).
Poco a poco se fueron supliendo otras y variadas necesidades en las instalaciones del manicomio:
pabellones para los tuberculosos, la construcción de baños calientes, un departamento para menores, un
consultorio para inspeccionar las condiciones físicas de los asilados; se llevó a cabo la construcción de
un pabellón que sirviera para el aislamiento de los enfermos crónicos, dementes e incurables (Cadavid,
2011, p. 127), entre otros aspectos que fueron consolidando al manicomio como una institución en
desarrollo.
No obstante, el funcionamiento esperado tardó en llegar, solo hasta el año de 1958 cuando se trasladó el Manicomio a los predios del municipio de Bello, sector de La Quebrada La Loca, se hizo más
visible el objetivo de que la Ciudad y el Departamento tuvieran una institución que afrontara con decoro
y cientificidad la enfermedad mental. Este Hospital Mental de Antioquia todavía continúa prestando
sus servicios para los enfermos mentales. Es conocido coloquialmente como el hospital mental.
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Alienismo, manicomio y psiquiatría en Medellín (1920-1946)
Alienism, asylum and psychiatry in Medellín (1920-1946)
Conclusiones
La creación del manicomio fue el instrumento, en sus inicios, que procuró el control y el descanso de
quienes observaban con temor al diferente, ya fuera por sus llagas o por sus comportamientos.
En la actualidad, se puede analizar lo apropiado o no de los recursos utilizados para afrontar los
trastornos mentales durante el tiempo de permanencia del doctor Lázaro Uribe Cálad en el manicomio,
dado que la ciencia médica, la psiquiatría y la psicología han avanzado significativamente en cuanto
a los diagnósticos, los pronósticos, las técnicas, la atención al paciente, la infraestructura de los hospitales y la profesionalización del personal encargado de atender al paciente, pero al describir a Uribe
Cálad dentro del sistema manicomial y con todo lo que esto conllevaba, se le hace justicia si se le ubica
dentro del contexto social, cultural, económico y político de Medellín para la primera mitad del siglo XX,
periodo de grandes cambios en la ciudad.
El médico alienista Lázaro Uribe Cálad participó desde su noción sobre la enfermedad mental, en
el tardío desarrollo de la psiquiatría en Antioquia, en la intervención de los trastornos mentales, en la
reorganización del sistema institucional, en la clasificación de la enfermedad, en la ruptura inminente
con el alienismo y en la conservación de los datos de tantos pacientes que pasaron parte de su vida, y
en otros casos toda su vida, dentro del manicomio.
Conflicto de intereses
La autora declara no tener conflictos de interés relacionados con este artículo.
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