JUAN ANTONIO FRAGO
DON QUIJOTE.
LENGUA Y SOCIEDAD
ARCO/LIBROS, S. L.
A Blanca, por su amoroso apoyo.
Colección: Bibliotheca Philologica
Dirección: LIDIO NIETO JIMÉNEZ
© by Arco/Libros-La Muralla, S. L., 2015
Juan Bautista de Toledo, 28. 28002 Madrid
ISBN: 978-84-7635-896-2
Depósito Legal: M-8.642-2015
Impreso en España por Cimapress, S. L. (Madrid)
ÍNDICE
PRÓLOGO...............................................................................................
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1. ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO........................................
1.1. Una identidad velada: el autor del Quijote apócrifo..............
1.2. El nombre de persona: sociedad, lengua, literatura.............
1.3. Del hado a la fama...................................................................
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2. DE LOS NOMBRES DE LUGAR.................................................................
2.1. En un lugar de la Mancha, y la ocultación toponímica...........
2.2. Barataria, una invención literaria..........................................
2.3. El topónimo cervantino. La marca cómica y el marco sociológico......................................................................................
2.4. Barataria, fantasía y realidad. Apuntes indianos...................
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3. HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE............................................
3.1. Leer y escribir..........................................................................
3.2. La erudición y sus términos...................................................
3.3. Muestras formularias...............................................................
3.4. Coda.........................................................................................
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4. LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO..............................................
4.1. Simbolismo numérico............................................................
4.2. Un estilo medido.....................................................................
4.3. Variantes estilísticas.................................................................
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5. ¿CÓMO HABLA SANCHO?......................................................................
5.1. La prevaricación del lenguaje: del estilo a la comicidad......
5.2. Sancho en el Quijote de 1615..................................................
5.3. ¿Torpe hablante, rústico y vulgar?..........................................
5.4. Un caleidoscopio de lengua y estilo.......................................
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6. CERVANTES ANTE LA LENGUA. DIVERSIDAD DIALECTAL Y SOCIAL DEL ESPAÑOL..................................................................................................
6.1. El regionalismo lingüístico.....................................................
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DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
6.2. Ecos indianos en Cervantes....................................................
6.3. Diversidad sociocultural.........................................................
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7. EL USO Y LA NORMA............................................................................
7.1. Notas sociolingüísticas............................................................
7.2. Cuestiones y criterios en el análisis del Quijote....................
7.3. Fluctuación normativa. Entre la tradición y la innovación..
7.4. La lengua de Cervantes entre lo hablado y lo escrito..........
7.5. Condicionamiento social y libertad en el Quijote................
7.6. Un epílogo sociológico: el tratamiento personal..................
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TEXTOS Y DICCIONARIOS..........................................................................
181
BIBLIOGRAFÍA.........................................................................................
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PRÓLOGO
Legítimamente halagado por el éxito que el Quijote de 1605
había cosechado dentro y fuera de España, cuando se publica la
segunda parte su autor ya era plenamente consciente de la fama
que en los venideros siglos acompañaría a su novela. El sueño de
gloria literaria de Cervantes textualmente alienta a lo largo de la
continuación de 1615, y esto desde sus páginas preliminares, porque el prólogo tanto es un continuo ataque al Quijote apócrifo y a
quien se atrevió a tan sonado hurto literario, como una afirmación
del orgullo que el de Alcalá sentía por su creación novelesca. Y en
la dedicatoria al conde de Lemos ideará la historia del emperador
chinés que “quería fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana y quería que el libro que se leyese fuese el de la historia de
don Quijote”. Poco después será profético Sancho cuando piensa
“que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzga”.
Con razón, pues, resulta verdaderamente inabarcable la bibliografía que ha originado el universal interés por el Quijote,
profusamente estudiado desde muchos ángulos y con diferentes
planteamientos científicos, objeto del afán escudriñador de tantos
eruditos y de la curiosidad del simple diletante. Pero si nos fijamos
en el aspecto lingüístico de la cuestión, desde luego primordial en
la explicación de este corpus, inmediatamente se advierte el enorme predominio de los títulos literarios, desproporción que no parece lógica, dado que la novela quijotesca igual se ha considerado
cumbre de la literatura española que el texto más sobresaliente y
modélico del español clásico, que en verdad lo fue en los siglos
en que las advertencias de los gramáticos hallaban escaso eco social y no existía la referencia académica, o mientras esta fue poco
efectiva. Sobresaliente prueba de ello ofrece la obra del mexicano
Fernández de Lizardi, y en particular su Periquillo, primera novela
de la América a las puertas de su independencia.
Pero la lengua del Siglo de Oro está mucho menos estudiada
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DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
de lo que a primera vista pueda parecer, y de hecho no existe una
descripción de conjunto verdaderamente exhaustiva y necesariamente comparativa, en perspectiva sociocultural, diatópica y diacrónica, para época tan importante de la historia del español, hasta
el punto de que todavía persisten posturas radicalmente contrarias
sobre cuál era la pronunciación de los castellanohablantes, aunque
tampoco de la gramática y del léxico se ha dicho todo, ni mucho
menos. Ciertamente, los textos de los siglos XVI y XVII han merecido
una atención mucho más literaria que lingüística, y sin embargo
la lengua literaria tampoco puede interpretarse correctamente en
todos sus extremos si no se conoce suficientemente lo que eran
simples hábitos idiomáticos, conocimiento necesario para deslindar la auténtica relación entre los usos del mero hablante y los del
creador literario. Porque efectivamente sucede que no pocas veces
se tiene por rasgo de la lengua literaria lo que no era sino registro
normal de la lengua común y, por supuesto, con frecuencia el buen
escritor también supo dar carácter literario a muchos elementos
del general acervo lingüístico, sobre todo a los socialmente connotados.
Este libro se fija en una serie de aspectos que tienen que ver
con la actitud reflexiva de Cervantes frente a la lengua, resultante
de su condición humanística, porque el hombre de letras moderno, a diferencia del medieval, meditaba sobre su lengua materna
y se interesaba por su diferenciación geográfica y social, e incluso
discutía sobre si en el aprendizaje y mejora del lenguaje vernáculo
era preferible la enseñanza gramatical o, por el contrario, el buen
uso, es decir, el trato con los que mejor hablaban y con acreditados
modelos de lengua escrita. Estos problemas de fondo filológico se
hacen lugares comunes del saber de la época y pronto se convierten en materia literaria, también en el Quijote. Y el factor sociológico, con la comicidad de por medio, cobra creciente importancia
en el manejo de hechos en principio solo lingüísticos, de manera
que Cervantes jugará con los nombres de persona, según las distintas clases sociales de quienes los llevaban, igual que el espíritu de
hidalguización entonces imperante se reflejará en el empleo que
hace de los nombres de lugar, lo mismo que sabrá sacar jugo literario de las posibilidades que el tratamiento personal ofrecía.
Cervantes domina con suprema maestría el idioma, sobresalientemente en su nivel léxico, y lo somete a la medida del número
PRÓLOGO
11
con sabia pluma, pues al lector no le chocan las reiteradas secuencias gramaticales o nominales de su novela, larguísimas muchas de
ellas. Otros muchos efectos estilísticos consigue el gran escritor de
su sopesada competencia en el manejo del lenguaje, y sin duda no
es el menor su logro de que mediante unas pocas y dispersas notas
Sancho parezca un hablante rústico, convertido por el artificio del
autor en la figura más polifacética del relato novelesco, cuando
en realidad la lengua del escudero se asemeja mucho a la de su
amo. Y, en relación con el español de su tiempo, el Quijote descubre rasgos que, vistos en su marco histórico, ayudan a entender en
qué podía consistir esa hoy tan traída y llevada normatividad de
marcada impronta cortesana que algunos, con ciertas dosis de anacronismo, atribuyen a la comunidad lingüística del Siglo de Oro. A
estos y otros temas se dedican las consideraciones y análisis que en
las siguientes páginas se exponen, siempre bajo el dictamen de una
lectura crítica del texto cervantino.
CAPÍTULO 1
ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO
1.1. UNA IDENTIDAD VELADA: EL AUTOR DEL QUIJOTE APÓCRIFO
1.1.1. La onomástica ocupa un importante espacio en el argumento del Quijote cervantino1, cuyo análisis por consiguiente no
puede pasar por alto la consideración de los nombres de persona
y de lugar que en él se mencionan; no solo eso, sino que asimismo
es preciso inquirir sobre la razón por la cual algunos no se refieren
en este corpus literario, o estudiadamente se ocultan en él. La cuestión onomástica tuvo en el Siglo de Oro profundas implicaciones
en la erudición y en la vida de las personas, algunas venían de muy
atrás, que tenían que ver tanto con el interés etimológico de los cultos, como con el prestigio o desprestigio social y con el sentimiento
del honor, tan acendrado en los españoles de la época, o con la
idea del destino, afortunado o aciago, del individuo. Cervantes no
podía permanecer ajeno a problemática de semejante trascendencia, y desde luego su universal novela en absoluto la esquiva.
Sobresaliente caso de nombre de persona voluntariamente silenciado por Cervantes es el de quien se ocultó bajo el seudónimo
de Alonso Fernández de Avellaneda para apropiarse de su principal tema literario, como de principio a fin velaría el nombre del
lugar del que era natural el protagonista del auténtico Quijote (cfr.
2.1.1.). El escritor de Alcalá sin duda sabía bien quién era su antagonista, aunque es posible que no lo conociera personalmente,
contra lo que no pocos cervantistas han sostenido. Pero lo cierto
es que desde el mismo prólogo de la segunda parte de su Quijote
1
Me sirvo principalmente de la edición dirigida por Francisco Rico en 2004 (también ed.
Rico), y para la cuantificación de voces y variantes del texto cervantino recurro al cd-rom de
la edición del mismo filólogo (ed. Rico, 1998). Otras ediciones del Quijote se mencionarán
en los lugares de sus citas.
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DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
el alcalaíno muestra la sospecha de que era ficticio el nombre “de
aquel que dicen que se engendró en Tordesillas”, para a continuación criticarlo “pues no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera
hecho alguna traición de lesa majestad” (Prólogo, II). Más adelante
convertirá la sospecha, de formulación inequívocamente literaria,
en plena certidumbre de que su contrario era de naturaleza aragonesa, verbigracia refiriéndose mediante distintos personajes al “autor aragonés” del Avellaneda, obra “del aragonés recién impresa”,
compuesta “por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas”
(II, 60, 61, 70).
1.1.2. Estas y otras citas cervantinas deberían ser prueba suficiente de que el de Alcalá estaba al cabo de la calle del ocultamiento onomástico perpetrado por el que publicó el Quijote apócrifo y
de que era aragonés quien escondía su identidad con tal seudónimo. Deja también suficientemente claro Cervantes en la primera
parte de su novela que estaba aludiendo al aragonés Jerónimo de
Pasamonte con la figura del galeote Ginés de Pasamonte, “cuya
vida está escrita por estos pulgares”, luego con la precisión: “¿Y
cómo se intitula el libro? --preguntó don Quijote. ---La vida de Ginés
de Pasamonte --respondió el mismo” (I, 22)2.
Parte de la crítica en la mención del galeote ha visto una referencia a la autobiográfica Vida y trabajos de Gerónimo de Pasamonte,
estoy convencido de que con toda razón, y esta ocasional relación
entre los dos autores, el castellano y el aragonés, reaparecerá en la
segunda parte cervantina de 1615, cobrando presencia textual y
argumental mucho mayor a resultas de la publicación del Quijote
apócrifo en 1614. En este ajuste de cuentas literario se ha querido
ver una trastienda de viejas querellas y de vidriosos tratos entre los
dos antiguos soldados, relación en la que, como no podía dejar de
ser, la peor parada es la figura del aragonés, injustamente tratado
por muchos cervantistas, y desde luego de manera no siempre debidamente documentada.
El inicial parecido fonético entre ambos nombres (Jerónimo,
2
En el mismo episodio el guardián de los galeotes se refiere al interlocutor de don Quijote como “el famoso Ginés de Pasamonte”, para inmediatamente degradarlo con un diminutivo
y con un vil apodo, “que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla”, a lo que el ofendido
responde: “no andemos ahora a deslindar nombres y sobrenombres. Ginés me llamo, y no
Ginesillo, y Pasamonte es mi alcurnia”.
ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO
15
Ginés) probablemente no es casual y tampoco que precisamente se
llamara Jerónimo el personaje que en la venta cercana a Zaragoza
se niega a leer a su compañero de viaje “otro capítulo de la segunda
parte de Don Quijote de la Mancha”:
---¿Para qué quiere vuestra merced, señor don Juan, que leamos estos disparates, si el que hubiere leído la primera parte de la historia de don
Quijote de la Mancha no es posible que pueda tener gusto en leer esta
segunda? (II, 59)
Por ejemplo, se ha asegurado que Cervantes y Pasamonte se conocían personalmente, yo creo que solo de oídas, pero el primero
pinta a maese Pedro con el ojo izquierdo tapado por un vendaje,
cuando en la realidad el segundo era tuerto del derecho, y las infamias supuestamente cometidas por Pasamonte contra Cervantes
probablemente no han existido más que en la fabulación del crítico literario. Lo que verosímilmente ocurrió es que, sin medir las
consecuencias de su acción, sabedor de que otro combatiente en
Lepanto, Navarino y Túnez, antiguo esclavo como él, pero muchos
más años privado de libertad, había andado por Madrid con su
Vida y trabajos, también aludiría su autor a este escrito como los
papeles de Turquía, a guisa de memorial que avalara su petición de
recompensa oficial, Cervantes no tuvo otra ocurrencia que hacer
de él un Ginés de Pasamonte, condenado a galeras por sus crímenes. Seguramente, digo, no tiene otro trasfondo ni misterio esta
historia, y es lo que Cervantes parece reconocer cuando así redacta
uno de los capítulos del testamento de don Quijote:
Item, suplico a los dichos señores mis albaceas que si la buena suerte les
trujere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda
por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la
Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone
la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes
disparates como en ella escribe, porque parto desta vida con escrúpulo
de haberle dado motivo para escribirlos (II, 74).
1.1.3. Pero el mal estaba hecho y Pasamonte de ninguna manera podía llevar bien la ofensa que gratuitamente se le había inferido; de modo que aprovechó la gran demora de Cervantes en
dar continuidad a su novela para sacar él una segunda parte del
relato quijotesco, algo por lo demás nada raro en la época, lastimando así al que primeramente lo había ofendido. Y el Quijote de
1615 empieza con referencias al texto apócrifo y a su seudonimia,
16
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
resguardo onomástico de un autor que, sin embargo, en seguida
es identificado como aragonés. Rescatará asimismo Cervantes del
libro de 1605 el personaje de Ginés de Pasamonte, reiteradamente
recordado por el alcalaíno, y, sobre todo, magistralmente recreado
en un maese Pedro que resultó de antiguo trato con don Quijote,
“a quien él conocía muy bien”, por tratarse en realidad del desagradecido galeote disfrazado de “titerero”, aquel Ginés de Pasamonte
que, “temeroso de no ser hallado de la justicia… determinó pasarse
al reino de Aragón” (II, 26-27), que sin duda era su patria3.
Así, pues, para Cervantes es Avellaneda el seudónimo de un
aragonés, y lo más razonable será pensar que lo está identificando
en Ginés de Pasamonte, según los mejores indicios cervantinos trasunto del también aragonés Jerónimo de Pasamonte, galeote que
fue, como el personaje del Quijote auténtico, pero no por crimen
alguno sino forzado por la esclavitud, y autor de una Vida autobiográfica. Sin embargo, ciertos cervantistas pretenden saber hoy de
esta cuestión mucho más que el mismo Cervantes, que la vivió de
cerca y la plasmó literariamente en sugerencias que apenas dejan
lugar al equívoco. Es cierto que Cervantes podía haber descubierto
la identidad bajo un ficticio Alonso Fernández de Avellaneda; pero
¿por qué iba él a dar renombre a su adversario? Parecería, pues,
que cuando el autor del Quijote auténtico dijo “que estos eran los
verdaderos don Quijote y Sancho, y no los que describía su autor
aragonés” (II, 59) aludiendo al apócrifo, lo haría para embromar a
los críticos modernos.
Que el autor del Quijote apócrifo era aragonés, un análisis lingüístico contextualizado de este corpus a mi modo de ver lo prueba. Me parece poco riguroso decir que lo escribió alguien que no
hubiera nacido en Aragón --Baltasar Navarrete, Suárez de Figueroa, Liñán de Riaza, Tirso de Molina, el mismo Lope de Vega, o
el mismísimo Cervantes, que todo esto, y más, se ha afirmado o
3
El narrador, Cide Hamete, “dice, pues, que bien se acordará el que hubiere leído la
primera parte desta historia de aquel Ginés de Pasamonte a quien entre otros galeotes dio
libertad don Quijote en Sierra Morena, beneficio que después le fue mal agradecido y peor
pagado de aquella gente maligna y mal acostumbrada” (II, 27). Maese Pedro, con su mono y
el retablo, ocupa el capítulo XXVI de la segunda parte, casi todo el anterior y el comienzo del
siguiente. Las diferencias jurisdiccionales entre Aragón y Castilla eran bien conocidas y no
quedaba lejana la huida de Antonio Pérez a su tierra natal, con las funestas consecuencias
que tuvo. El privilegio foral reaparece en la póstuma novela cervantina cuando a Antonio,
acosado por los alborotados convecinos, sus padres le aconsejan que se “pusiese en cobro”,
de manera que, dice, “hícelo ansí y en dos días pisé la raya de Aragón, donde respiré algún
tanto de mi no vista priesa” (Persiles, 166).
ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO
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insinuado4, ni puede pretenderse seriamente que una simple suma
de concordancias, por numerosas que sean, constituya prueba definitiva de nada. A este respecto deben tenerse en cuenta dos principios metodológicos seguros, resultantes de la realidad lingüística
del momento. El primero es que, tratándose de una misma lengua,
naturalmente que quienes la hablaban y la escribían en una misma sincronía, y con semejanza cultural, coincidieran en la inmensa
mayoría de sus rasgos, de modo que lo significativo en el análisis
no es lo muy mayoritariamente idéntico, sino lo minoritariamente
diferenciador5. El segundo criterio, relacionado con el anterior, es
que el español del Siglo de Oro ni entre sus usuarios más cultos
era uniforme, sobre todo cuando estos tenían distintas naturalezas
regionales: compárese, si no, a un andaluz como Mateo Alemán
con unos aragoneses como los Argensola o Gracián. Y son esas diferencias lingüísticas, por pocas que sean, las que pueden ayudar a
resolver un problema de autoría como este6.
1.1.4. Que se hayan defendido tan variopintas identidades para
el seudónimo Avellaneda no deja de suponer un llamativo fracaso
filológico, máxime después de disponer del enjundioso e iluminador estudio de Riquer (1988). Descubrir la autoría del Quijote
apócrifo es tarea que requiere un suficiente conocimiento de la
lengua de la época, y no solo de la estrictamente literaria, y con
tan imprescindible bagaje las afirmaciones cervantinas de sentido
aragonés se convierten en certidumbre: ¿por qué iba a decir una
cosa por otra Cervantes en cuestión tan importante para él? De lo
que se trata, pues, es de demostrar que el tal aragonés era preci4
Según los casos, estas y otras propuestas de identificación de la verdadera personalidad
de Avellaneda se han hecho con diferentes grados de prudencia, algunas sin verdadero
sustento empírico. Alborg reúne una larga lista de los candidatos que se han propuesto para
ocupar la personalidad de Avellaneda (1983: II, 190-195); pero la nómina desde 1983 ha
aumentado, a veces volviendo sobre viejos pasos perdidos, y seguramente crecerá más aún.
5
No tiene ningún sentido pretender que el simple emparejamiento de datos, que puede ser un factor útil en la investigación, nada más, vaya a resolver problemas como el que
nos ocupa, ni que las “concordancias”, sustituyan a la filología en su vertiente lingüística.
Cuando de un texto antiguo se trata, resulta absolutamente imprescindible en su análisis el
debido conocimiento en historia de la lengua.
6
Claro está que intervienen otros factores lingüísticos, no siendo el de menor importancia el que tiene que ver con el mayor o menor apego a la tradición en una época en la que
estaban decantándose en el uso no pocas variantes provenientes del castellano medieval y
otras de formación más reciente, y Aragón, como región periférica, aparte de por su no tan
antigua castellanización, se distinguía por la tendencia arcaizante en materia idiomática.
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DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
samente Jerónimo de Pasamonte, y un resultado afirmativo de la
pesquisa no dejaría de dar sentido a las pistas que el autor del Quijote auténtico en la figura de Ginés de Pasamonte deja. Pues bien,
el análisis filológico en sus varios enfoques, las coincidencias en
diversas situaciones y puntos argumentales, todo esto dado por la
comparación entre el texto autobiográfico del soldado de Ibdes y
el Quijote apócrifo, junto a otras referencias documentales, ofrecen
suficiente seguridad de que, efectivamente, Avellaneda fue Pasamonte (Frago, 2005a).
Parece temeridad del crítico ignorar el profundo conocimiento
que de Aragón y del itinerario en el apócrifo trazado entre Zaragoza y Madrid su autor demuestra, que difícilmente tendría un castellano que pasara por allí, si pasó, sobre todo del sector próximo a
la zona en que Pasamonte nació; y desconocer las concomitancias
textuales y temáticas entre la Vida del desventurado aragonés y el
que con bastante probabilidad es su Quijote, coincidencias y semejanzas que saltan a la vista. Todo esto no parece importar al crítico
apasionado por alzarse con la identificación del personaje oculto
por un seudónimo, ni que efectivamente existiera el soldado de
Flandes de la novela, un Antonio de Bracamonte documentado en
el Archivo General de Indias, en petición al Rey donde dice “presentó sus papeles en abril de 1611 y después le mandó servir Vuestra Majestad en la torre de la Espelunca, una de las de Aragón”,
servicio que habría durado entre 1611 y 1613, documento en que
afirma su naturaleza abulense (Frago, 2005a: 68-71).
Tampoco a algunos les parece determinante los aragonesismos
del Avellaneda: abolorio, amprar, barra ‘mandíbula’, señal en masculino, construcciones con futuro de indicativo como “iremos tan detrás dél como podremos”, “la primera península que conquistará”, o
el mosén con que se trata al cura rural, etcétera. Curiosamente, amprar ‘tomar prestado’ se halla tanto en la Vida de Pasamonte (351)
como en el Avellaneda, y en carta escrita el 16 de octubre de 1543
en la comarca aragonesa por la que pasaron el falso don Quijote y
sus acompañantes se lee: “Muy Reuerendo Señor: la necesidad que
tengo me haze ser molesto a v. m. y mal criado, porque la tengo tan
grande que si v. m. no me socorre, no puedo dexar de otra vez amprarme de mis amigos, lo qual me es a par de muerte”, escrita desde
Ariza a “mossén Juan Morales, cura de Monrreal” por Pedro Pérez,
nombre y apellido que, por cierto, tuvieron un tío de Pasamonte,
ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO
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cura de Maluenda, donde el de Ibdes pasó dos largas estancias, y al
menos un primo suyo7.
1.2. EL NOMBRE DE PERSONA: SOCIEDAD, LENGUA, LITERATURA
1.2.1. A la onomástica personal Cervantes sabe darle buen juego literario, respondiendo al ambiente erudito que se respiraba en
la época, pero también acudiendo en ocasiones al acervo tradicional, como ocurre en la misma elección de nombre para el caballero
andante. Este, “puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso
ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días,
y al cabo se vino a llamar don Quijote, de donde, como queda dicho,
tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que sin
duda se debía de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir”, y, por imitación al compuesto Amadís de Gaula, “quiso,
como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la (patria) suya
y llamarse don Quijote de la Mancha, con que a su parecer declaraba
muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della” (I, 1). Está, por un lado, el mero apunte erudito que
supone la disyunción entre Quijada y Quesada, pues Cervantes no
ha decidido aún la identidad antroponímica de su protagonista,
y será más adelante cuando el vecino de su lugar que lo encuentra apaleado por el mozo de mulas de los mercaderes toledanos
lo reconoce como señor Quijana (I, 5). Pero al final de la segunda
parte, con don Quijote en trance de muerte, este recuerda en su
arrepentimiento postrimero: “Yo fui loco y ya soy cuerdo; fui don
Quijote de la Mancha y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el
Bueno” (II, 74)8.
7
Esta y otras cartas más se hallaron en el hueco de una pared de la antigua casa parroquial de Monreal de Ariza propiedad de la Dra. Isabel Lozano Reniebles, reconocida estudiosa de la literatura española. A ella y a su marido Luis Beltrán Almería, también excelente
filólogo, colega y amigo agradezco este generoso regalo. Pero hay quien a este amprar y a
otros aragonesismos del Avellaneda no les da la importancia que indudablemente tienen, y
en cambio se la da en sumo grado a que entre el apócrifo y un texto vallisoletano se coincida
en voces como ardides, estratagemas, papel de estraza, etc., y en expresiones como llevar tras sí,
siendo como son, etc., y hasta a semejanzas paremiológicas como en manos está el pandero que les
sabrá bien tañer o cada loco con su tema. Con tal criterio ¿cuántos no pudieron ser Avellaneda?
Recientemente Rodríguez López-Vázquez, manteniendo a Suárez de Figueroa como “el que
reúne mejores argumentos”, apunta otros dos nombres al elenco de la disputada autoría,
fray Juan Bautista Rico y José de Villaviciosa, “que presentan un porcentaje muy elevado de
identidad de usos léxicos con el texto de Avellaneda” (2011: 71-72).
8
Cuando el labrador Pedro Alonso se dirige a don Quijote diciéndole señor Quijana, el
20
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
Pues bien, Corominas y Pascual a propósito de quijote ‘pieza del
arnés destinada a cubrir el muslo’ (documentado quixote en Juan
Ruiz) indican que “indudablemente pensó Cervantes en el nombre de esta prenda caballeresca al achacar a su héroe Quijano la
idea de tomar el nombre de guerra Quijote” (DCECH)9. Y si tal
adopción de un nombre común como propio perfectamente fue
posible de esta manera, quizá no la formalizó el mismo Cervantes,
sino que bien pudo echar mano de un uso onomástico preexistente. En cualquier caso, Quiçote es antropónimo recogido por documento malagueño del año 1488, en donación hecha por los Reyes
Católicos en favor de la condesa de Cabra:
fazemos vos merçed, graçia e donaçión pura, propia e non revocable que
es dicha entre bivos, por juro de heredad para siempre jamás para vos
e para vuestros herederos e subçesores después de vos e para quien vos
quisierdes, de unas casas en la çibdad de Málaga que heran del Quiçote e
del Saler, que hera alhóndiga (Bejarano Robles, 1985: I, 275)10.
En cuanto a los demás apellidos manejados por Cervantes en
relación con don Quijote, el de Quesada era por entonces corriente, pero Quijada asimismo estaba bastante extendido como nombre de familia, y, aunque fuera de menor uso, tampoco faltaban
los que realmente se apellidaban Quijana y Quijano11. De manera,
narrador interrumpe su elocución con el inciso explicativo “que así se debía de llamar cuando él tenía juicio y no había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante”, muestra de la
indecisión del autor en este punto. Pero al recuperarse de su locura el hidalgo manchego no
dice llamarse Quijana, sino Quijano, y poco antes: “dadme albricias, buenos señores, de que
ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de bueno”, y entre las dos citas corresponderá al narrador afirmar que “don
Quijote fue Quijano el Bueno a secas”. Una inconsecuencia narrativa más, pues, de las que en
la novela cervantina se descubren, y que en materia onomástica también afectan al nombre
de la mujer de Sancho, que empieza siendo llamada por él mismo Juana Gutiérrez, y Mari Gutiérrez pocas líneas después (I, 7), después Juana Panza (I, 52), y Teresa definitivamente más
adelante, ya con este apellido Panza, aunque por línea paterna tuviera el de Cascajo (II, 5).
9
Suponen estos autores que en el cambio fonético del catalanismo originario fue “factor
determinante el deseo de incorporar este vocablo, aislado en el nuevo idioma, a una familia
de palabras castellanas, la de quijada y desquijarar” (DCECH). En cuanto a la alusión cervantina a Quijada y Quesada, seguramente solo está motivada por el simple parecido formal con
Quijote, y no por reflexión filológica alguna del de Alcalá.
10
Quiçote en el siglo XV podía ser variante de Quixote, y aunque el individuo en cuestión
seguramente era un musulmán, también había moros con nombres de base hispánica, en
apodos sobre todo. Según me comunica Federico Corriente, no es probable que nos encontremos ante un arabismo léxico.
11
Los asientos de quienes viajaban al Nuevo Mundo son inagotable fuente de información antroponímica para la época. Sobre las voces onomásticas arriba mencionadas, véase
el Catálogo de pasajeros a Indias, IV (1560-1566), 756-757; el VI (1578-1585), 790-791; y el VII
ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO
21
pues, que Cervantes se hace eco de lo que era la situación onomástica en la España de su tiempo, también en lo que concierne
a las variantes, incoherencias narrativas aparte (Quijana-Quijano),
como consecuencia del hecho de que todavía no estaba fijado el
nombre personal, a pesar de que hacia su regularización se tendía
desde hacía tiempo, especialmente a partir del Concilio de Trento
(Frago, 2004) . Sucede, así, que la hija de Sancho se llamará Mari
Sancha y María casi inmediatamente (II, 5), la madre se apellida
Gutiérrez, en un pasaje y Panza en otro, la sobrina de don Quijote,
después de nombrarse este Quijano, será apellidada por él Quijana, “mando toda mi hacienda, a puerta cerrada, a Antonia Quijana
mi sobrina…” (II, 74), mientras que será Ricota la hija del morisco
Ricote y Francisca Ricota su mujer (II, 54)12.
1.2.2. Todavía no se hallaba reglamentada, en efecto, al menos
no en los términos que modernamente están vigentes, la atribución
del nombre al individuo, sobre todo en lo que a determinación y
continuidad del apellido se refiere, y cabía aún en este terreno la
variedad regional, algo que sugiere la mujer de Sancho cuando le
replica:
Siempre, hermano, fui amiga de la igualdad, y no puedo ver entonos
sin fundamentos. Teresa me pusieron en el bautismo, nombre mondo y
escueto, sin añadiduras ni cortapisas, ni arrequives de dones ni donas. Cascajo se llamó mi padre; y a mí, por ser vuestra mujer, me llaman Teresa
Panza (que a buena razón me habían de llamar Teresa Cascajo, pero allá
van reyes do quieren leyes), y con este nombre me contento, sin que me
le pongan un don encima que pese tanto, que no le pueda llevar (II, 5),
uso antes explicado en inciso del narrador, aprovechando otra intervención de la mujer del escudero: “¿Qué es lo que decís, Sancho, de señorías, ínsulas y vasallos? --respondió Juana Panza, que
(1586-1599), 940-941: editados por el Archivo General de Indias, Sevilla, 1981, 1986. Cervantes pudo basarse para su elección onomástica en la estirpe de un Alonso Quijada, cristiano
nuevo de una familia hidalga de Esquivias, aunque ningún testimonio avala tal supuesto ni
los referidos a las demás variantes quijotescas (Flores, 1997). A mi modo de ver el escritor
de Alcalá no tuvo necesidad alguna de documentarse en nombres de persona manchegos
ni hay por qué ver en los que él emplea un misterio de conflictos religiosos. Tal vez muchas
veces las cosas sean bastante más simples y evidentes de lo que ciertos críticos suponen, y
desde luego en este caso a mí así me lo parece.
12
Mari Sancha en vez de la suma de nombre de pila y apellido puede ser nombre propio
compuesto, pues inmediatamente se la llamará Sanchica a la hija del escudero (II, 5), y luego
solo así (II, 50). Pero entrar en el detalle del funcionamiento de la onomástica en la época
no es muy procedente cuando Cervantes la emplea con tanta libertad, particularmente en el
caso de la mujer de Sancho, aunque seguramente por incoherencia narrativa más que nada.
22
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
así se llamaba la mujer de Sancho, aunque no eran parientes, sino
porque se usa en la Mancha tomar las mujeres el apellido de sus
maridos” (I, 52).
Entre la tradición y la más actual costumbre se hallaba la diferenciación de los nombres de persona según planos sociales.
Así, desde hacía siglos la forma Mingo, y derivados, se había vuelto
prototipo de personaje popular y rústico (recuérdense las famosas
Coplas de Mingo Revulgo), convertido ya en materia folclórica (Frago, 2000)13, y en elemento para la formación de refranes y dichos,
como el ponderativo más galán que Mingo, presente en la escena del
alboroto de la chiquillería que advierte la llegada de amo y escudero a su lugar: “venid, mochachos, y veréis el asno de Sancho Panza
más galán que Mingo, y la bestia de don Quijote más flaca hoy que
el primer día”; poco antes en el relato aparecen dos muchachos riñendo, uno de los cuales llama al otro Periquillo (II, 73), sufijado de
Pero, alteración de Pedro, que da lugar a apelativos variados formal
y semánticamente14.
En cuanto al canónico Pedro, es el nombre de pila de uno de los
manteadores de Sancho, de los cuales este recuerda “que el uno se
llamaba Pedro Martínez, y el otro Tenorio Hernández, y el ventero oí
que se llamaba Juan Palomeque el Zurdo” (I, 18), como antropónimo es del médico de la ínsula Barataria (II, 47) y de un vecino de
Sancho que menciona en su carta Teresa Panza, “el hijo de Pedro de
Lobo se ha ordenado de grados y corona” (II, 52), y se encuentra en
expresión proverbial: “Vuestra merced mire cómo habla, señor barbero, que no es todo hacer barbas y algo va de Pedro a Pedro. Dígolo
porque todos nos conocemos, y a mí no se me ha de echar dado
falso” (I, 47)15. Y en el onomástico del arrendador de las lanas de
Barataria, Pedro Pérez Mazorca, se combina este mismo nombre de
pila con un segundo apellido o apodo de evidente rusticidad (mazorca), que contrasta con el patronímico de Diego de la Llana, “hidal13
De este tipo onomástico me ocupo en otra parte (2000: 373-382); un doble estereotipo
de antroponimia rústica reúne Juan del Encina en los versos “hasta Pascual hi de Mingo /
presume de mí burlar”, “sábete que Bartolilla, / la hija de Mari Mingo...” (Cancionero, 55r, 97v).
14
Así el polisémico perico, y con él pericón, pericote, periquete, periquillo, periquín, periquito,
perogrullo, perojimén (o pedrojiménez y perojiménez), además de la expresión despectiva Perico el
de los palotes y del proverbial de igual sentido “¿de cuándo acá Perico con guantes?” (Frago,
2004: 346-347).
15
Variante registrada por Correas es Mucho va de Pedro a Pedro; otros proverbios con Pedro
son Pedro por demás y Como Pedro por demás (Refranes, 565, 721). Actualmente es muy corriente
Como Pedro por su casa.
ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO
23
go principal” de la imaginaria localidad (II, 49). Se notará también
en este punto que un de la Llana fue corrector de libros en aquellos
años (licenciado Murcia de la Llana), precisamente el responsable
de la “Fe de erratas” de las Novelas ejemplares, del Persiles y del mismo Quijote. En cuanto a Juan Palomeque el Zurdo, tiene este nombre
de persona claras concomitancias con el estereotipado Juan Palomo
‘hombre que no se vale de nadie, ni sirve para nada’16.
Mingo no solo se registra en el ya referido dicho, sino que en
forma diminutiva es nombre de la aldeana engañada que Teresa
Panza menciona en su carta, “Minguilla, la nieta de Mingo Silbato”
(II, 52), de manifiesta intención burlesca, favorecida por su antigua pertenencia al acervo folclórico español, igual que caracterizador de una campesina de baja condición es el onomástico con
artículo la Berrueca, de la que en la misma misiva se dice que “casó
a su hija con un pintor de mala mano que llegó a este pueblo a
pintar lo que saliese”. Como tradicional en la cultura popular era
Sancho, nombre también tópico de los “vizcaínos”, así el escudero
enfrentado a don Quijote, nombrado don Sancho de Azpe(i)tia en el
cartapacio de Cide Hamete (I, 7, 9). De hecho, los onomásticos
Mingo, Menga y Minguilla, así como otros que igualmente eran propios de rústicos (Antoña, Bras, Gil y Pascual) abundan en la poesía
de la época17. El cancionero escrito por fray Pedro de Orellana en
la cárcel de la Inquisición de Cuenca hacia 1540 incluye el tópico
nombre popular de Domenga, del que se había sacado menga (Cautiverio, 191, 197, 201):
Todos vienen de la vela,
mas no viene Domenga,
así como el de Perico:
Guárdame mis vacas,
Perico, y besart’é,
16
Definición del DRAE. También es apelativo juan (en México ‘soldado’, germanesco
‘cepo de iglesia’), como lo son juanete ‘pómulo muy abultado o que sobresale mucho’, ‘hueso del nacimiento del dedo grueso del pie, cuando sobresale demasiado’, juanillo, en el Perú
‘propina, gratificación, soborno’, con compuestos como Juan de Garona ‘piojo’, Juan Díaz
‘candado’, buen Juan ‘hombre sencillo y fácil de engañar’, entre otros. En el Quijote se halla
este nombre en los campesinos Juan Tocho y Juan Haldudo el Rico (I, 4; II, 5), y en el morisco
Juan Tiopieyo, cuñado de Ricote (II, 54).
17
Así en las Letrillas de Góngora, (46-47, 51, 56, 148, 156, 170, 230). Explicaciones sobre
el carácter tópico de los dos mencionados usos de Sancho en las notas 37 y 39 de las referidas
páginas; y véase lo que al respecto se dice en las correspondientes anotaciones del t. II de
esta edición (291, 299). Véase también Molho (1976: 217-336).
24
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
y el que llavaría la mujer de Sancho Panza:
Teresica, hermana,
de la faririrá,
hermana Teressá.
1.2.3. Juega también Cervantes con el equívoco del apodo hecho apellido, pues el proceso de conversión de los apodos personales en hereditarios, es decir en nombres de familia o apellidos,
iniciado a finales de la Edad Media y favorecido por las disposiciones tridentinas, aún no estaba definitivamente cumplido. El mismo
Sancho lleva un apellido Panza que realmente es apodo puesto por
el autor para destacar la glotonería del escudero y una parte de su
fisonomía; pero cuando quiere añadir una nota a la descripción
física del escudero no duda en cambiarle ocasionalmente el apodo,
aprovechando el recurso narrativo del cartapacio de Cide Hamete
en el que estaba “pintada muy al natural la batalla de don Quijote
con el vizcaíno”:
Junto a él estaba Sancho Panza, que tenía del cabestro a su asno, a los
pies del cual estaba otro rétulo que decía Sancho Zancas, y debía de ser
que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto
y las zancas largas, y por esto se le debió de poner nombre de Panza y de
Zancas, que con estos dos sobrenombres le llama algunas veces la historia
(I, 9)18.
Desde luego Cervantes escoge bien los nombres y los sobrenombres, en su caso los apellidos, de sus rústicos, según se ha ido
viendo. Acierta asimismo al aplicar el apelativo tocho ‘tosco, necio’,
‘garrote, tranca’ como apodo de dos lugareños, padre e hijo (Juan
Tocho y Lope Tocho), a los que Teresa Panza se refiere en su misiva
(II, 5)19; cecial ‘pescado seco y curado al aire’ como sobrenombre
del compadre de Sancho Panza (Tomé Cecial), que hacía de escudero para el Caballero de los Espejos (II, 14)20. Acierta también
al apellidar de la Roca al pobre y superchero soldado (Vicente de la
18
Pero recuérdese que Panza es apellido que Teresa toma de su marido a uso manchego,
y que ahora se habla de sobrenombres, es decir, apodos; nótese también que Zancas no se menciona “algunas veces”, sino solo en esta ocasión.
19
En la literatura en sayagués abunda tocho como apelativo del rústico, pero también
como sobrenombre de aldeano.
20
Cuadra semánticamente como apodo de un aldeano la voz cecial, de dudosa etimología,
y de difusión más extensa que la meramente manchega, aunque tampoco fue general en
castellano. Sebastián de Covarrubias sin nota de regionalismo la registra dos veces, ambas
como ‘merluza curada’, pero en la segunda ocasión advierte que “los modernos lo llaman
asellus” (Tesoro, 609, 801).
ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO
25
Roca) burlador de Leandra (I, 51), pues con este nombre familiar
seguramente está haciendo Cervantes burla de la ostentación onomástica e hidalguizante por entonces imperante y que por principal referencia a los “vizcaínos” ejemplifica Gracián en su Criticón,
precisamente con apellidos del mismo tipo prepositivo (OC,1395,
1402):
¿No notáis --decía el poltrón-- las colas que añaden todos a sus apellidos,
González de Tal, Rodríguez de Cual, Pérez de Allá y Fernández de Acullá?
¿Es posible que ninguno quiere ser de acá?,
manera de ser que tanto criticaron los italianos, no se olvide que
este cervantino Vicente “venía de las Italias”, a los españoles pobres, soldados y buscavidas, solo sobrados de ínfulas, también en el
mismo texto del jesuita aragonés:
No faltaba en Italia soldado español que no fuese luego don Diego y don
Alonso. Y decía un italiano:
--- Signor, ¿en España quién guarda la pécora?
--- ¡Andá! --le respondió uno--, que en España no hay bestias ni hay vulgo
como en las demás naciones.
O haldudo ‘que tiene mucha falda’, en Colombia ‘terreno empinado’, germanesco ‘broquel, escudo pequeño de madera o corcho,
cubierto de piel o tela encerada’, será el labrador de Quintanar
(Juan Haldudo el rico) que azotaba al mozo Andrés atado a una encina21, en escena que motiva el siguiente diálogo entre este y su libertador, cuya fantasía había convertido al embrutecido campesino en
miembro de la caballería andante:
Mire vuestra merced, señor, lo que dice --dijo el muchacho--, que este mi
amo no es caballero, ni ha recebido orden de caballería alguna, que es
Juan Haldudo el rico, el vecino del Quintanar.
---Importa poco eso --respondió don Quijote--, que Haldudos puede haber
caballeros; cuanto más, que cada uno es hijo de sus obras (I, 4).
Se evidencia en esta cita que Haldudo no era tenido por apellido propio de caballeros, y es obvio que el pasaje supone una mera y
puntual diversión literaria con apariencia de fondo sociológico, en
realidad una transgresión a la línea argumental a la que este asunto
corresponde, pues cuando el castigado mozo vuelva a encontrarse
con don Quijote, contará este el anterior suceso a sus acompañantes refiriéndose siempre al de Quintanar como un villano o el zafio,
21
Las tres acepciones de faldudo hasta la 20ª edición del DRAE; en las siguientes se ha
suprimido el significado de germanía.
26
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
y, ya convencido de que el labrador había abusado de su buena
fe, se lamenta: “porque bien debía yo de saber por luengas experiencias que no hay villano que guarde palabra que tiene, si él vee
que no le está bien guardalla” (I, 31). El sufijo -ico en nombres de
persona los connotaba de gran familiaridad, cuyo uso no tardaría
mucho en limitarse a ambientes rurales, luego disgregado diatópicamente, por lo que no extrañará que Mari Sancha sea para sus
padres tanto Sanchica (II, 5, 49) como Marica, en este caso asociado
el diminutivo al tuteo: “y de una Marica y un tú a una doña tal y
señoría, no se ha de hallar la mochacha, y a cada paso ha de caer
en mil faltas, descubriendo la hilaza de su tela basta y grosera” (II,
5)22, aunque en medio urbano y culto aún podían sufijarse con -ico
los antropónimos en contextos de extrema confianza y afecto, así
el que permite a Lope de Vega referirse a su hija como Marcelica en
el trato con el Duque de Sessa (Epistolario, IV, 34).
La adjetivación en nombres propios de hombres y mujeres de
baja condición coherentemente será constante, “rollizo y de buen
tomo” el mozo motilón o fraile lego, amante de la viuda rica en la
anécdota ejemplar contada por don Quijote (I, 25). En su cuento
hablará el escudero de “Torralba la pastora, que era una moza rolliza, zahareña, y tiraba algo a hombruna” (I, 20), y rollizo dicho por
el narrador de Sancho mientras este gobernaba Barataria, quien,
aun burlado de todos, “él se las tenía tiesas a todos, maguera tonto,
bronco y rollizo” (II, 49), por lo cual no extrañará que Teresa Panza
considere a Lope Tocho “mozo rollizo y sano” (II, 5), ni siquiera
que tal adjetivo se le aplique a la labradora del Toboso convertida
en dama del caballero andante, en uno de los burlescos epitafios
argamasillescos:
Reposa aquí Dulcinea,
y, aunque de carnes rolliza,
la volvió en polvo y ceniza
la muerte espantable y fea (I, 52).
1.2.4. Contrastan los apodos o apellidos de todos estos personajes con el sobrenombre que recobra don Quijote al final de su vida
(Alonso Quijano el Bueno), o con el ennoblecimiento onomástico
del linaje de aquel “labrador riquísimo” de uno de los casos burlescos que se le plantean a Sancho Panza en la ínsula Barataria: “y este
22
También, en soliloquio de Sancho, pero con frase proverbial: “Y más, que así será buscar a Dulcinea por el Toboso como a Marica por Rávena o al bachiller en Salamanca” (II,
10). En cambio el diminutivo -illo tiene claro valor despectivo en Altisidorilla (II, 48).
ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO
27
nombre de Perlerines no les viene de abolengo ni otra alcurnia, sino
porque todos los deste linaje son perláticos, y por mejorar el nombre los llaman Perlerines”, esto en clave de que “la doncella es como
una perla oriental...”, aunque en su descripción resulta ser todo lo
contrario (II, 47). Las relaciones homonímicas y semánticas entre
los tres vocablos (perláticos-perla-Perlerines) saltan a la vista en el fingido mejoramiento onomástico, téngase en cuenta también que
el nombre de pila de la Perlerina que era una perla es Clara, sin
embargo de fundada motivación social, todo ello presentado en el
marco de una cómica ficción literaria. En la realidad hubo no pocos casos de cambio en el nombre de familia por encumbramiento
social, uno de los más notables el del poderoso arzobispo toledano
Juan Martínez Silíceo (cfr. 1.3.1.).
Sabía Cervantes cuáles eran los procedimientos usuales en la
formación de antropónimos, uno de los cuales consistía en usar
como apellido el nombre del lugar de procedencia del individuo,
y este conocimiento se vuelve argumento literario con el pretexto
de explicar el nombre de la princesa Micomicona, pues, según entiende el cura, “llamándose su reino Micomicón, claro está que ella
se ha de llamar así”:
No hay duda en eso --respondió Sancho--, que yo he visto a muchos tomar
el apellido y alcurnia del lugar donde nacieron, llamándose Pedro de
Alcalá, Juan de Úbeda y Diego de Valladolid, y esto mesmo se debe de
usar allá en Guinea, tomar las reinas los nombres de sus reinos (I, 29).
De gran rendimiento en el aumento del acervo onomástico
eran también la sufijación y la composición, y cuando don Quijote
piensa convertir su forzado retiro en una pastoril Arcadia, lo primero que hace es imaginar los nombres de los idílicos pastores: él
se llamaría Quijótiz, su escudero Sancho Pancino y Sansón Carrasco
con el mismo sufijo sería “el pastor Sansonino”, o, con aumentativo,
“el pastor Carrascón”, igual que con él propone Sancho nombrar
Teresona a su mujer, mientras que maese Nicolás “se podrá llamar
Niculoso, como ya el antiguo Boscán se llamó Nemoroso”; pero “al
cura no sé qué nombre le pongamos, si no es algún derivativo de
su nombre, llamándole el pastor Curiambro”, voz que el anotador
de esta edición supone compuesta de cura y corambre ‘odre de vino’
(II, 67), lo que desde luego no favorecía al clérigo. Después será
el bachiller Sansón Carrasco quien, a vueltas con la búsqueda de
nombres para las pastoras del grupo, se mueva ya en clave casi enteramente literaria:
28
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
Y cuando faltaren, darémosles los nombres de las estampadas e impresas,
de quien está lleno el mundo: Fílidas, Amarilis, Dianas, Fléridas, Galateas
y Belisardas, que pues las venden en las plazas, bien las podemos comprar
nosotros y tenerlas por nuestras. Si mi dama, o, por mejor decir, mi pastora, por ventura se llamare Ana, la celebraré debajo del nombre de Anarda, y si Francisca, la llamaré yo Francenia, y si Lucía, Lucinda, que todo se
sale allá; y Sancho Panza, si es que ha de entrar en esta cofradía, podrá
celebrar a su mujer Teresa Panza con nombre de Teresaina (II, 73)23.
1.2.5. La erudición, fruto de una gran afición lectora, y el reflexivo saber lingüístico, resultante más de un carácter observador que del aprendizaje escolar, dan al autor del Quijote frecuentes motivos literarios en materia onomástica, y su peculiar estilo
tendente a las secuencias ternarias (v. 3.2.3.) ocasionalmente también se reflejará en esta clase de palabras, bien en la triple y repetida variante “de Roldán, o Rotolando, o Orlando; que con todos
estos nombres le nombran las historias” (II, 1), antes “que yo no
pienso imitar a Roldán, o Orlando, o Rotolando, que todos estos
tres nombres tenía” (I, 25), bien en el quid pro quo entre el ama
y don Quijote, cuando la sirvienta dice haber oído “el sabio Muñatón”, su amo la corrige “Frestón diría” y aquella replica: “no sé
si se llamaba Frestón o Fritón, solo sé que acabó en tón su nombre”
(I, 7). Hay aquí, además de tres nombres propios próximos en el
relato, realmente uno con dos buscadas variantes (Muñatón-Frestón-Fritón), un caso de comicidad basada en la relación fónica de
las palabras y en el significado que algunas tenían en el léxico
común, recurso del que ya se ha visto un ejemplo (perláticos-Perlerines-perla) y del que el Quijote ofrece otras muestras bimembres,
así la de Urganda con hurgada (I, 5), la de Ricote con franchote (II,
54), o las de Mambrino con Malandrino ‘malandrín’ (I, 19), Martino ‘nombre popular del diablo’ (I, 21) y Malino ‘el maligno, el
diablo’ (I, 44)24. Semejante ocasión burlesca es la provocada por
la intencionada confusión de Micomicona, cuando relata que el
héroe buscado por su padre “se había de llamar, si mal no me
acuerdo, don Azote o don Gigote” (I, 30), como genuinamente có23
“Riose don Quijote de la aplicación del nombre”, con lo que Cervantes se fija en la
sustitución del anterior Teresona por un Teresaina que cuadra mejor en una serie de nombres
poéticos, aunque no sea más que por la rareza de su terminación en nuestra lengua, presente en un galicismo como dulzaina o en sufijados como sosaina y tontaina, y en pocas palabras
más. Observa Pharies (2002: 50-51) que -aina es morfema derivativo nominal escasamente
productivo y, en efecto, son pocos sus testimonios, la mayoría perteneciente al lenguaje
germanesco.
24
Véanse las correspondientes anotaciones de esta edición (Rico, 2004).
ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO
29
mico es el análisis sanchesco de Ptolomeo como “puto y gafo, con
la añadidura de meón, o meo, o no sé cómo” (II, 29).
Un principio estilístico por el que Cervantes en su novela aboga
es el que exige “palabras significantes” y “periodo sonoro” (Prólogo, I), criterio que no solo aplica a los nombres comunes, sino, lo
que más llamativo resulta, a los propios, de persona y de lugar, que
frecuentemente crea a partir de apelativos y de otras voces dotadas
de sentido. Así, formará un literario Alfeñiquén cuyo lexema indudablemente es el de alfeñique, un Miulina sobre la onomatopéyica
expresión del maullido (“con una letra que dice Miau, que es el
principio del nombre de su dama…”), en Micocolembo se advierte
la composición de mico con otro término de peor identificación
(I, 18), y zonzo ‘tonto, simple’ en Zonzorino, alteración burlesca de
Censorino, sobrenombre de Catón (I, 20). Por ese mismo prurito
de dar significación a los nombres propios Cervantes llama Clavileño el Alígero al de madera sobre el cual don Quijote creerá que es
llevado por los aires al reino de Candaya, denominación sin duda
“peregrina”, sonora y apropiada tanto a los personajes como a la
escena narrada, nombre, en fin, del que Sancho pregunta si, en
comparación con los de los famosos caballos de la historia y de la
mitología que se acaban de mencionar, “le habrán dado el de mi
amo, Rocinante, que en ser propio excede a todos los que se han
nombrado”:
Así es --respondió la barbada condesa--, pero todavía le cuadra mucho,
porque se llama Clavileño el Alígero, cuyo nombre conviene con el ser de
leño y con la clavija que trae en la frente y con la ligereza con que camina;
y, así, en cuanto al nombre bien puede competir con el famoso Rocinante
(II, 40).
El mismo autor se encarga de dejar claras las razones de su elección onomástica, pues la forma cuadra con la situación narrativa en
que se emplea, pero también conviene en dicho nombre el significado a su significante. En otros casos es más sutil la relación entre la
forma y su sentido, pues, por ejemplo, el nombre Sansón Carrasco es
de referencia semántica indirecta, expresión de la fortaleza en su
conjunto, tanto por la que tuvo el personaje bíblico del que toma el
nombre de pila, como por la que simboliza el árbol que da pie a su
apellido, de madera dura y compacta (carrasqueño ‘áspero, duro’),
ambos formantes onomásticos bien tasados entre sí y acordes con
la descripción que el mismo don Quijote hace de este personaje,
30
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
bachiller pero de naturaleza rural, “sano de su persona, ágil de sus
miembros, callado, sufridor así del calor como del frío, así de la
hambre como de la sed” (II, 7), y con el destino que tenía de ser
el vencedor final del hidalgo manchego, su vecino, bajo figura del
Caballero de la Blanca Luna, en la barcelonesa “aventura que más
pesadumbre dio a don Quijote de cuantas hasta entonces le habían
sucedido” (II, 64).
No desdice este nombre del personaje que lo lleva ni del papel
que al bachiller Sansón Carrasco le corresponde en la trama novelesca; su adecuación es, pues, fundamentalmente literaria, como
literario, y ahora de irónico fondo, es el que a su jamelgo puso don
Quijote tras mucho cavilar:
al fin le vino a llamar Rocinante, nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era,
que era antes y primero de todos los rocines del mundo25,
pero con mayor razón debía responder a todos los caracteres que
para las voces del léxico común preconiza Cervantes, y también
a su marco literario, el nombre de la dueña del corazón de don
Quijote, la cual:
Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y buscándole nombre que no desdijese mucho
del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a
llamarla Dulcinea del Toboso porque era natural del Toboso: nombre, a su
parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a
sus cosas había puesto (I, 1).
25
El DRAE recoge rocinante ‘rocín matalón’ con nota de “por alusión al caballo de don
Quijote”, pero no trae rocinar, de cuyo participio presente sustantivado hubiera sido el
nombre del equino quijotesco. Cervantes, pues, violentando un tanto la gramática crea su
Rocinante sobre un verbo inexistente, mientras arrocinar está ya en Nebrija: “caballus, por
el cavallo arrocinado” (DLE). Por su parte, Colón (1997: 30) sugiere que, aún cuando sin
parentesco etimológico, en la creación o elección onomástica cervantina se cruzara rozagante, que daría altura, sonoridad y significación al nombre del famoso caballo. Sin embargo,
Rosenblat (1995: 168) opina que el nombre del rocín “parece formado con el sufijo participial -ante, al que Cervantes era aficionado (peleante, esperante, mirante…). Pero nos dice
explícitamente, con evidente intención burlesca, que don Quijote lo había formado con la
forma antes (el nombre era así “significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes
de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo”)”. La lista de
participios de presente es copiosa: preguntante (I, 43), cuchillos tajantes, culpante de la culpa
(II, 6, 63), más casos en el índice de la ed. Gaos, y esto hace pensar que en el “narigante
escudero” del Caballero de los Espejos no haya un “cruce entre narigudo y andante, atraído
por hipálage del Caballero” (ed. Rico: I, 814, n. 84), sino, sencillamente, arbitraria sufijación
-ante en lugar de -udo.
ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO
31
1.3. DEL HADO A LA FAMA
1.3.1. Nombres propios, pues, “altos” y “peregrinos”, es decir,
bien escogidos y raros, “sonoros” o “músicos” por su forma, y que
no “desdijesen” de su referencia argumental, particularmente los
más estrechamente relacionados con el protagonista de la novela.
Prima el principio literario de adecuación de la forma al contenido, siendo ancilar el factor lingüístico; pero en el caso de Dulcinea se cruza también el sociológico: Aldonza era nombre de campesina, recuérdese el refrán “A falta de moza, buena es Aldonza”,
por lo cual Cervantes lo propone para justificar su sustitución por
término onomástico más selecto, y recuérdese que también era
Aldonza (Aldonza de San Pedro) la madre del quevedesco Pablos,
de la cual “sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja”
(Buscón, 16). Y Aldonza se llamaba la Lozana andaluza de Francisco
Delicado.
Es más, en Dulcinea se demuestra que las diferencias sociales
acarreaban necesariamente consecuencias en la onomástica personal, y, así, cuando don Quijote declare que su dama era hija de Aldonza Nogales y de Lorenzo Corchuelo, el asombro de su escudero será
mayúsculo: “¡Ta, ta! --dijo Sancho--. ¿Que la hija de Lorenzo Corchuelo
es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?” (I, 25)26. Similar procedimiento nominativo seguiría
tiempo después en México Fernández de Lizardi, muy influido por
la lectura del Quijote, cuando a una novia campesina la llama “Lorenza, la hija del tío Diego Terrones, jerrador y curador de caballos”
(Periquillo, 468).
Ciertamente, según los convencionalismos de la época Dulcinea no podía apellidarse Lorenzo una vez convertida en el sueño
amoroso de don Quijote, y menos aún Corchuelo, mientras que Teresa Panza sí podía añorar el apellido Cascajo de su padre (II, 5).
Por el contrario, el erudito arzobispo toledano Juan Martínez Silíceo, hijo de campesinos extremeños, había trocado su patrimonial
y humilde Guijarro en un selecto onomástico, todo un latinismo
apropiado para quien había alcanzado los más altos peldaños de la
26
Interesa el proceso mental de Cervantes en esta cuestión, pues evidentemente el nombre de Aldonza Lorenzo es una arbitraria combinación de los nombres de pila materno y
paterno para hacer el nombre de bautismo y el apellido de la hija, contraria a toda tendencia onomástica, y que la madre de Dulcinea no llevaba el nombre de familia de su marido
(Corchuelo), como manchega que era. Por cierto que otro Corchuelo aparece cuando don
Quijote se encamina al lugar de las bodas de Camacho (II, 19).
32
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
escala social, un silíceo (siliceus en latín, de silex) que todavía hoy es
de registro culto.
Y desde luego la postura cervantina ante el nombre personal no
se da exclusivamente en el Quijote, pues en La elección de los alcaldes
de Daganzo escoge los muy apropiados para un ambiente rústico
de Algarroba, Berrocal, Estornudo, Humillos, Jarrete, Panduro y Rana
(Entremeses, 65-83), significativos también por pertenecer a la clase
de los apodos; como en Urdemalas, comedia de ambiente asimismo
rural, figurarán los apellidos Crespo, Macho, Mostrenco y Tarugo, sin
olvidar el tópico nombre de rústico Pascual. En cuanto a la “sonoridad” necesaria en los onomásticos, al requerirla, y aplicarla con
notable agudeza y oportunidad, Cervantes tampoco se muestra absolutamente original, sino partícipe del espíritu de fondo cultural
y social que en la época se respiraba, y que también ambienta el siguiente pasaje quevedesco en la llegada de Pablos a Sevilla: “Fuime
luego a apear al Mesón del Moro, donde me topó un condiscípulo
mío de Alcalá, que se llamaba Mata, y agora se decía, por parecerle
nombre de poco ruido, Matorral” (Buscón, 274).
1.3.2. El nombre de persona tenía que estar acorde con la posición social del individuo, pero asimismo debía ser el reflejo de
su condición moral y de sus hechos, idealmente al menos, hasta
el punto de que nombre se hizo sinónimo de fama (‘fama, opinión,
reputación o crédito’ es su 3ª acepción en el DRAE), sentido con
el que lo emplea Cervantes, cuando don Quijote decide “hacerse
caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras…, deshaciendo todo género de agravio
y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase
eterno nombre y fama” (I, 1). De alguna manera se respondía así
al pensamiento que subyace al adagio latino bonum nomen, bonum
omen, en relación con el cual Nebrija en su primer diccionario consigna “nomen, por la fama”, “omen, por el arfil toledano”, “ominosus,
por la cosa de mal agüero” (DLE); en el segundo “agüero de palabra, omen”, “alfil toledano, omen”, “nombre bueno, buena fama, bona
fama”, “nombre malo, mala fama, ignominia” (VEL)27.
Pues bien, las ideas del hado y del presagio, de profundo arraigo en el Medievo hispánico (Kerkhof, 2001), estaban muy vivas aún
27
En latín clásico nomen tiene también la acepción de ‘celebridad’, y además del de bonum
nomen, bonum omen ‘un buen nombre es un buen presagio’, estaban los dichos omen nominis
‘el feliz presagio de un nombre’ y bonis nominibus (homines), bono nomine (homo) ‘hombres con
nombres dichosos, hombre con un nombre dichoso’ (Gaffiot: 1035).
ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO
33
en los siglos XVI-XVII, de ahí el dicho de Correas “Para el adalid érades bueno, / cargado de agüeros y de recelo” (Refranes, 454), y, por
descontado, también en el Quijote, cuyo penúltimo capítulo trata
“De los agüeros que tuvo don Quijote al entrar de su aldea…”, con
las exclamaciones del caballero andante “¡Malum signum! ¡Malum
signum! Liebre huye, galgos la siguen: ¡Dulcinea no parece!” (II,
73). Y en anterior pasaje don Quijote criticará los agüeros, en los
que, sin embargo, demuestra creer:
Levántase uno destos agoreros por la mañana, sale de su casa, encuéntrase con un fraile de la orden del bienaventurado San Francisco y, como si
hubiera encontrado con un grifo, vuelve las espaldas y vuélvese a su casa.
Derrámasele al otro mendoza la sal encima de la mesa, y derrámasele la
melancolía por el corazón, como si estuviese obligada la naturaleza a dar
señales de las venideras desgracias con cosas tan de poco momento como
las referidas (II, 58).
Sabido es que la casa nobiliaria de los Mendoza se hizo famosa
por lo supersticioso de sus miembros, de donde el nombre común
mendoza que figura en este pasaje cervantino, y su derivado mendocino ‘que cree en agüeros, supersticioso’ incluido en el DRAE. Y un
salero mendocino que se puso de moda en tiempos del Quijote y documento en el inventario hecho el año 1632 de los bienes muebles de
una importante casa sevillana: “item, dos barquillos de plata; item
un salero mendocino; item dos cajeticas de plata, la una sobredorada;
item un cofresito de carey guarnezido de plata”28. La referencia al
mal hado también se encuentra en misiva de Lope de Vega (Epistolario III, 92-93:
Esta negra casa, ya, por mis pecados, el cuerpo mismo con que cubre el
alma que Dios fue servido de ynfundirme, me obliga a ocupaçiones agenas a mi natural condiçión; pero naçimos algunos hombres con el estrella que
la misma cuna nos sirvió de galera, y desde entonzes vamos forçados en la
vida, hasta que la muerte nos dé libertad y descanso29.
28
Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Sevilla, Escrituras Públicas, 1º de 1632,
Oficio 4º, f. 677r.
29
A la estrella rectora del destino humano también se refiere Cervantes en su obra postrera, pues los lamentos que en el navío de Arnaldo se escuchaban así rezan: “¡En triste y
menguado signo mis padres me engendraron, y no benigna estrella mi madre me arrojó a la
luz del mundo!”, y tampoco falta en este texto la mención a la esquiva fortuna, de la que
el español Antonio se queja porque “envidiosa de mi sosiego, volviendo la rueda que dicen
que tiene, me derribó de su cumbre, adonde yo pensé que estaba puesto, al profundo de
la miseria en que me veo” (Persiles, 134, 163). En otro corpus cervantino se lee “de mi fatal
estrella conducido” (Urdemalas, 266), y en el Quijote exclama Basilio “¡oh fatal estrella mía!”
cuando finge estar moribundo ante Quiteria (II, 21). La expresa referencia al hado asimismo se encuentra en otros escritos del alcalaíno, por ejemplo: “que si yerra en un ardite, no
parecerá en días del mundo, y esto le doy por hado” (Rinconete, 33).
34
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
1.3.3. Difícilmente podía librarse la onomástica de ser espejo
de tan arraigado pensar y sentir, que, se ha visto, no era solo propio del pueblo llano, ni sería ajena la literatura a tan extendido
fenómeno social. De él se hace eco Gracián con reiteración, así en
el siguiente pasaje de El Héroe con mención a un fatal nombre (OC,
29):
Ejecutó los medios felizmente para esta común gracia, aunque no así
para la de su rey, aquel infaustamente ínclito duque de Guisa, a quien
hizo grande un rey favoreciéndole y mayor otro emulándole: el tercero,
digo, de los Enricos franceses (fatal nombre para príncipes en toda monarquía, que en tan altos sujetos hasta los nombres descifran oráculos)”.
La atávica superstición del agüero en relación con el nacimiento del individuo y alguna de sus condiciones corporales también lo
manifiesta Cervantes con el apodo del ventero que participó en el
manteo de Sancho, del que oyó llamaban Juan Palomeque el Zurdo
(I, 18), considerando don Quijote que esa tacha social era semejante a la de “no saber leer ni escribir” en los gobernadores:
Porque has de saber, ¡oh Sancho!, que no saber leer o ser zurdo arguye
una de dos cosas: o que fue hijo de padres demasiado de humildes y bajos, o él tan travieso y malo, que no pudo entrar en él el buen uso ni la
buena doctrina (II, 43).
Efectivamente, todo individuo que usaba la mano izquierda en
vez de la derecha era visto con prevención por los demás; en el
Criticón considera Gracián: “¡Qué poco estiman ellos mi sangre! No
saben otro que sangrar la costilla de los zurdos” (OC, 1299). También porque el siniestro lado desde muy antiguo fue señal de mal
agüero, por eso don Quijote anima a Sancho con un “vamos con pie
derecho a entrar en nuestro lugar” (II, 72), de lo que son ejemplos
los versos que auguran la suerte del Cid al salir al destierro, desfavorable en su inmediata entrada burgalesa, afortunada en el exilio
fuera de Castilla (Cantar, vv. 11-12)30:
A la exida de Biuar
ouieron la corneia diestra,
e entrando a Burgos ouiéronla siniestra,
ancestral creencia que con idéntico sentido al cidiano se mantiene
30
Piénsese que la antonimia diestra-siniestra vino a ser sustituida por la de derecha-izquierda
en la lengua general, que siniestro ha pasado a adquirir acepciones negativas como las de
‘avieso y malintencionado’, ‘infeliz, funesto o aciago’, ‘propensión o inclinación a lo malo;
resabio, vicio o dañada costumbre que tiene el hombre o la bestia’, ‘avería grave, destrucción fortuita o pérdida importante que sufren las personas o la propiedad, especialmente
por muerte, incendio o naufragio’, como adjetivo o sustantivo (DRAE).
ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO
35
en estos versos de la Égloga nona de Juan del Encina (Cancionero,
46r):
Lo qual si no me avisara
desde la cóncava enzina
la corneja
que a la siniestra volara,
tuviéramos más mezquina
la peleja,
y en los de la garcilasiana Égloga I (Obras, 8):
Bien claro con su voz me lo decía
la siniestra corneja repitiendo
la desventura mía.
Luego está el médico encargado de mortificar a Sancho durante su estancia en la ínsula Barataria, Pedro Recio de Agüero, a quien el
escudero metido a gobernador llamaría Pedro Recio de Mal Agüero,
que no en vano se decía nacido en el lugar manchego de Tirteafuera
(II, 47), de nombre bien significativo en este contexto. El mismo
Sancho en su carta a don Quijote cuando se queja del maléfico
galeno aclarará el mal presagio que ve en semejante combinación
de apellido y de topónimo: “llámase el doctor Pedro Recio y es natural de Tirteafuera, ¡porque vea vuesa merced qué nombre para no
temer que he de morir a sus manos!” (II, 51). La forma toponímica
consiste en la expresión antigua tirte (síncopa de tírate) afuera ‘tírate afuera, quítate de ahí’, que con variante figura en endecha de
fray Pedro de Orellana (Cautiverio, 239)31:
Tirt’allá, que no quiero,
moçuelo Rodrigo,
tirt’allá, que no quiero
que burles conmigo.
31
El agüero, el hado, la buena o mala estrella al nacer tienen ancestral arraigo popular
y antiguas manifestaciones lo mismo folclóricas que literarias, con repercusión paremiológica, así en el proverbio “En ora buena nace quien buena fama cobra y por tenerla hace”
(Refranes, 124). La expresión el que en buen ora nació, con variantes, reiteradamente se dedica
al héroe cidiano (Cantar, vv. 2020, 2092, 2292, etc.). En Juan del Encina el vaquero enamorado y correspondido dirá “yo nací en buen ora” (Cancionero, 99r), y en el Quijote la Trifaldi
se lamenta de que “en desdichado punto nacimos, en hora menguada nuestros padres nos
engendraron” (II, 39), según Covarrubias “hora infeliz, la qual calidad ponen los astrólogos
en los grados de las mismas horas” (Tesoro, 698). Y en Alemán no faltan las menciones como
“tal pie y buena estrella”, “hay estrellas y planetas desgraciados”, “la fortuna… va con la luna
haciendo sus crecientes y menguantes” (Guzmán, II, 190, 250, 269).
36
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
1.3.4. Desde luego, no podrá decirse que Cervantes no responda a claves bien establecidas en la sociedad de su tiempo cuando
del uso de nombres de persona se trata, en cuya distinción según
niveles sociales es siempre consecuente, como, por poner un último ejemplo, se verifica con la narración que Sancho se empeña en
relatar sentado a la mesa ducal, y en cuyo parlamento de un lado
están los apellidos de prosapia procedentes de Castilla la Vieja, y de
otro el nombre propio en diminutivo y con sobrenombre del hijo
de un humilde herrero:
Y el cuento que quiero decir es este: convidó a un hidalgo de mi pueblo,
muy rico y principal, porque venía de los Álamos de Medina del Campo,
que casó con doña Mencía de Quiñones, que fue hija de don Alonso de Marañón, caballero del hábito de Santiago, que se ahogó en la Herradura,
por quien hubo aquella pendencia años ha en nuestro lugar, que a lo que
entiendo mi señor don Quijote se halló en ella, de donde salió herido
Tomasillo el Travieso, el hijo de Balbastro el herrero… (II, 31).
Porque, en efecto, era el oficio de herrero uno de los más viles
de la época y sus menestrales a menudo sujetos a sospecha social,
por lo que no debe extrañar que el vástago adulto del tal Balbastro
se vea así llamado32.
Es una constante cervantina en casos semejantes, y no podía ser
de otra manera dada la antigua tradición literaria, que en líneas
generales respondía a una realidad social, apodar con vocablos semánticamente muy marcados o con voces convertidas en tópicos
onomásticos al rústico aldeano, como sobresalientemente muestran estos versos de Lucas Fernández33:
Buen consejo es comunal
mas la casta ño se yguala
dél con el de la zagala
en valer ni en el caudal.
Nieto so yo de Pascual
y aun hijo de Gil Gilete,
sobrino de Juan Jarrete
el que vive en Verrocal.
Papiharto y el Çancudo
32
Como con varios ejemplos se ha comprobado, las incoherencias narrativas de Cervantes afectan también a sus menciones onomásticas, y en cuanto a esta última cita, en ella
Balbastro es nombre de un herrero, y más adelante será el “rico Balvastro”, padre de Leonora,
ya en tierras catalanas (II, 60).
33
De la Comedia hecha por Lucas Fernández en lenguaje y estilo pastoril, en la que se introduzen
dos pastores y dos pastoras y un viejo (Farsas, A4v).
ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO
37
son mis primos caronales
y Juan de los Bodonales
y Antón Pravos Bollorudo,
Brasco Moro y el Papudo
también son de mi terruño
y el crego de Viconuño
que es un hombre bien sesudo.
Antón Sánchez Rabilero,
Juan Xabato el Sabidor,
Assienso y Mingo el Pastor,
Llazar Allonso el Gaytero,
Juan Cuajar el Viñadero,
Espulgazorras Lloreinte,
Pravos, Pascual y Bicente
y otros que contar no quiero.
En fin, las líneas de conducta social e individual estaban marcadas mucho antes de que Cervantes escribiera, y a ellas se atiene con
innegable habilidad literaria el alcalaíno; los buenos modales y una
selecta onomástica se aparejaban al ser cortesano, los modales groseros y unos nombres plebeyos al villanesco, según lo que expresa
la siguiente estrofa (Cancionero, 98r)34:
Ora que te vaga espacio,
salta, salta sin falseta,
aburre la çapateta
y nombra tu gerenacio:
que semeges del palacio
aunque seas pastorcillo.
1.3.5. En el Quijote la onomástica tiene un sitio de privilegio,
la toponímica ya al comienzo mismo de la novela, con aquel lugar
de cuyo nombre el autor no quería acordarse; al fin y al cabo era
una aldea solo de ficción. Pero a la onomástica personal asimismo
le corresponde un papel de complejos valores y funciones en la
narración quijotesca, salpicando sus términos el relato con cambiantes sentidos lingüísticos, literarios y sociológicos, permitiendo
34
La onomástica de labriegos y pastores se halla profusamente empleada en este corpus,
sin duda ya convertida en tópico literario. En cuanto a gerenacio, quizá se trate de ocasional
e intencionada deformación del latinismo generacio ‘linaje’ (préstamo del nominativo generatio), pero la variación de gerenancio y generancio documentada en judeoespañol (Gaspar
Remiro, 1917: 637-638), también puede hacer pensar en la popularización de un extremado
cultismo, que no sería caso único. Nebrija solo registra generación en su VEL, así en ocho entradas seguidas de este término, como en las de su anterior DLE en las de generatio, genimen,
posteritas y stirps.
38
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
entre otras cosas los juegos burlescos, sobre todo de Sancho Panza,
e incluso alguna de las notas eruditas con que a veces matiza Cervantes la lengua del escudero, por ejemplo en la etimologizante
relación que establece entre Fili e hilo (cfr. 5.2.1.).
También se abre la trama novelesca con un argumento denominador, pues, apuntada la vacilación entre Quijada y Quesada, el
hidalgo manchego encuentra apropiados nombres para él, para su
dama y para su rocín, apareciendo luego el onomásticamente bien
caracterizado escudero, Sancho Panza. Y el final de la novela asimismo llevará el broche onomástico, cuando el caballero andante
con la razón recobra su verdadero nombre propio y apellido, que
el narrador rebajará al nivel más familiar mediante la mención del
apodo, recordando al lector que “don Quijote fue Quijano el bueno
a secas”, uniendo así la sencillez antroponímica a la pérdida de las
quimeras del malaventurado caballero andante, desnudo ya de pretensiones y sueños de grandeza en el lecho de muerte.
CAPÍTULO II
DE LOS NOMBRES DE LUGAR
2.1. EN UN LUGAR DE LA MANCHA Y LA OCULTACIÓN TOPONÍMICA
2.1.1. “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero
acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de
lanza en astillero…”, es el portal sintáctico del Quijote con la indefinición no solo locativa, sino también temporal (no ha mucho tiempo), para a continuación pasar el relato a una clara enumeración léxica y a la representación verbal de la realidad objetiva: consumían,
concluían, se honraba, tenía, frisaba, era, etcétera. Con la suspensión
toponímica Cervantes dilataba el interés de quien abordara la lectura de su novela, intrigándolo de inicio con el misterio del origen
del protagonista y del porqué de no desvelarlo el autor y, tal vez
sin pretenderlo, daba así motivo a la especulación de los críticos
de su obra. En realidad, si evita a lo largo de ella la mención del
topónimo, lo mismo hace en la segunda parte con la identidad del
autor del Quijote apócrifo (cfr. 1.1.). Y es curioso que Jerónimo de
Pasamonte en su Vida, donde tantos nombres de lugar consigna,
tampoco mencione el de su Ibdes natal.
Señala el anotador de este pasaje inicial que se trataría de una
‘pequeña entidad de población’, situada en extensa comarca “a caballo de las actuales provincias de Ciudad Real y Albacete”, habida
cuenta de que poco después Cervantes pondría que “don Quijote
de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso
caballo Rocinante y comenzó a caminar por el antiguo y conocido
campo de Montiel”, con la inmediata corroboración, casi lapidaria,
de “y era la verdad que por él caminaba” (I, 2). Esta es la interpretación literal de las palabras cervantinas; pero no puede admitirse
que el no quiero acordarme valga por ‘no voy, no llego a acordarme
ahora’ o ‘no entro ahora en si me acuerdo o no’, con la suposición
40
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
de que quiero pueda servir aquí de auxiliar “análogo al de voy o
llego en las perífrasis equivalentes”35, aun cuando tal equivalencia
no exista, pues estos verbos perifrásticamente funcionan con el esquema voy a + infinitivo (voy a salir de casa; van a ser las tres) y llego a
+ infinitivo (si lo llego a saber, me escapo; la mujer llegó a llorar). Ni por
el sentido que estos verbos tienen incluidos en perífrasis resulta
evidente su equivalencia con el quiso de la primera cita del Quijote36.
En la referida nota de la edición de Rico se lee que “en el desenlace, sin embargo, Cervantes recupera el sentido propio del verbo”; pero el pasaje en cuestión es tan ilustrativo del problema que
nos ocupa, que merece recordarse por extenso:
Este fin tuvo el ingenioso hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner
Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la
Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como
contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero (II, 74).
Insisto en que resulta difícil de defender que Cervantes recurriera primeramente al verbo querer con valor gramatical y semántico diferente del que para la manifestación de la voluntad
en acción tiene en nuestra lengua en construcciones semejantes,
de modo que el autor del Quijote no estaría aquí recuperando esta
acepción básica, que a mi modo de ver igualmente presenta al
comienzo de la novela, sino que, simplemente, por estar ya en su
misma conclusión, reafirma al término del texto de 1615 lo apuntado al inicio del de 1605, pero en contexto literario más extenso y
evidente, y con la manifestación del orgullo por su obra, que sobre
todo en la segunda entrega se había ido acentuando progresivamente. Opino, pues, que Cervantes sencillamente no quiso dar
el nombre del lugar originario de don Quijote, que de todos mo35
Interpretación gramatical en la ed. Rico (I, 37, n. 3).
Por su parte Gaos (I, 50, n. 4b) afirma que “no quiero acordarme es frase formularia de
la literatura narrativa”, e indica que querer “tenía antaño el sentido de ‘ir’ a hacer algo, de
‘estar a punto de’”, de manera que, según este estudioso, el cervantino no quiero acordarme
debe entenderse como ‘no voy a acordarme ahora, no me acuerdo’, interpretación similar
a la que en la ed. Rico se da. Martín de Riquer (1975: 32) también defiende que “querer
tiene, como en otros pasajes cervantinos, el valor de auxiliar (no quiero acordarme significa
simplemente no me acuerdo)” y que esas palabras “constituyen una fórmula de principio de
cuento tradicional”. Ahora bien, la fórmula, literaria o no, necesariamente ha de ser repetitiva en iguales o semejantes términos, y ningún caso igual al cervantino se conoce; el
ejemplo cidiano el sol queríe apuntar de Gaos ni mucho menos es equivalente al de Cervantes,
ni siquiera el que propone Riquer de quieren decir ‘dicen’ (33, n. 12): “quieren decir que tenía
el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores
que deste caso escriben”.
36
DE LOS NOMBRES DE LUGAR
41
dos sería parte de la total ficción literaria, porque el lector en ello
sospecharía que había causas para la ocultación, porque buscaría
descubrir el inicial misterio en el curso de su lectura, y porque, en
definitiva, el autor convierte esta cuestión en un tema más de la
trama novelesca.
Los tres editores del Quijote citados en lo esencial coinciden en
sus respectivas anotaciones al referido pasaje, incluida su probable relación con un romance anónimo, dos de cuyos versos rezan
“en un lugar de la Mancha, / que no le saldrá en su vida”, aunque
Rico matiza que “se trataría de una reminiscencia inconsciente, no
deliberada, o, en todo caso, Cervantes no contaría con que se entendiera como cita, porque el texto no era lo suficientemente conocido para que el común de los lectores percibiera la alusión” (II,
264, 37.3). Y este mismo investigador resuelve que “no es posible
aceptar ninguna de las numerosas propuestas que desde el propio
Avellaneda… se han hecho de identificar el tal lugar con Argamasilla de Alba o con otras localidades”, postura en la que Gaos coincide de acuerdo con su análisis gramatical del no quiero acordarme,
pero sugiriendo que de las diferentes propuestas la de Argamasilla
de Alba parecía la más probable, y Riquer ni menciona esta cuestión toponímica. Sin embargo en su edición del apócrifo el filólogo catalán reconoce que las poesías cervantinas de los académicos
de Argamasilla “lugar de la Mancha” permiten la sospecha de que
dicho pueblo fuera el lugar originario de don Quijote, y recuerda
que Avellaneda lo identifica como Argamasilla de la Mancha, o de
Alba (1975: 1145). Observa también, y puede ser un dato digno de
tenerse en cuenta, que Cervantes en su Quijote de 1615 “nunca critica a Avellaneda por haber identificado el lugar de la Mancha con
Argamasilla”, desde luego a diferencia de lo que el de Alcalá hace
en relación con otros aspectos de la novela apócrifa.
Aun concediendo que incluso el pasaje inicial que comento
pudiera descubrir ecos literarios, eso no implica que su análisis lingüístico deba estar condicionado por posibles referencias extratextuales, ni tiene por qué entenderse que en él Cervantes quisiera
decir cosa distinta, incluso contraria, a lo que indica su expresión
acusadamente volitiva, simplemente hecha de un querer y de una
negación. Deberé insistir en la evidencia lingüística, pero, pues
tanto se ha especulado sobre esta secuencia de querer + infinitivo,
traeré a colación la opinión de Gómez Torrego sobre que “es esta
42
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
una construcción no perifrástica cuando lleva sujeto de persona”
(2000: 3363-3364)37, como es el caso que nos ocupa.
No quiso Cervantes señalar el lugar de donde era natural don
Quijote, quién sabe si llevado por modelos literarios familiares
para él o por iniciar su relato novelesco con un halo de misterio.
Pero también pudo inclinarse a esta solución por simples razones
culturales y sociológicas, o en parte condicionado por ellas, porque lo evidente es que en el uso de los nombres de lugar Cervantes se comporta de modo parecido a como hemos visto hizo en
el de los nombres de persona, e, igual que con estos supo jugar,
también sacará provecho literario de los topónimos. Es cierto que
nos hallamos ante una obra de ficción, y que en ella no hay por
qué buscar ni fundamento histórico de su personaje central ni,
por consiguiente, de su lugar de origen, que igualmente podría
ser simplemente imaginario. Pero en el Quijote junto a una fantasía
desbordada se respira el aliento cercano de aquella sociedad en sus
múltiples y complejas facetas. Y una de ellas tenía que ver con los
nombres propios, fueran de persona o de lugar, uno de los cuales
tal vez estuvo en la mente de Cervantes como el de la localidad
natal de don Quijote, a cuya manifestación renunciaría convencionalmente, pero no de modo arbitrario. En este punto no está de
más traer a colación la fundada opinión de Rosenblat (1995: 6871), que recuerda el lugar común literario, y aun forense, del no me
acuerdo, también presente en el Persiles, tópico con el que el autor
del Quijote juega, transformándolo de la memoria real o ficticia “en
un acto de voluntad, lleno de misterio”, y concluye: “Es evidente
que Cervantes no quería, ni podía, dar el nombre de ese misterioso
lugar de la Mancha, donde había nacido su héroe, destinado, al
menos inicialmente, a hacer reír a toda España”.
2.1.2. En efecto, las mismas causas que empujaban al ennoblecimiento de la onomástica personal afectaron a las formas toponímicas. Fueron muchas, así, las poblaciones que lucharon por elevarse
37
Advierte Gómez Torrego (2000: II, 3363-3364) que “cuando el sujeto es de cosa o
‘cero’, el comportamiento sintáctico es el de una perífrasis verbal con un significado entre
aspectual de ‘estar a punto de’ y modal de disposición e, incluso, de posibilidad”, situaciones
textuales que desde luego no corresponden a la cita cervantina. Y el ejemplo cidiano el sol
queríe apuntar propuesto por Gaos en su explicación del cervantino de cuyo nombre no quiero
acordarme efectivamente no es pertinente, pues el pasaje medieval tiene sujeto de cosa, sol,
constituye una perífrasis y su significado es el aspectual de ‘estar a punto de’. Nada de ello
conviene, pues, a lo que Cervantes escribió al comenzar su novela.
DE LOS NOMBRES DE LUGAR
43
del rango de aldea al de villa, y del de villa al de ciudad: por entonces obtuvo esta consideración oficial Alicante, y, antes, la Villa Real
manchega fundada por Alfonso el Sabio sería ennoblecida por
Juan II el año 1420, proclamándola “muy noble y muy leal ciudad
de Ciudad Real”. Todavía en 1583 un núcleo rural cacereño podía
llamarse Arroyo del Puerco38, pero incluso a los campesinos que lo
habitaban les repugnaba el nombre, y acabaron cambiándolo por
Arroyo de la Luz, en meliorativa sustitución toponímica de la que se
conocen otros ejemplos39.
Los nombres de lugar fueron frecuente motivo de burla popular, que a veces acabó en estereotipaciones paremiológicas, como
esta recogida por Correas: “El lunes a la Parla, el martes a Paliza, el
miércoles a Puño en Rostro, el xueves a Cozea, el viernes a la Greña, el
sábado Cierne i Masa, el domingo Descansa” (Refranes, 90). Y la creación literaria no podía pasar por alto semejante venero de juegos
humorísticos, por ejemplo plasmados en estos versos gongorinos
(Letrillas, 100, 123, 137):
Que una moza que bien charla,
dama entre picaza y mico,
me quiera obligar a amarla,
siendo su pico de Parla
y de Getafe su hocico,
¡oh, qué lindico!
Presentóseme quien
mis gustos regula
con higos de Mula,
pasas de Lairén;
de Lisboa también
cuanto tiene nombre,
y el asno del hombre
rompió de una coz
barros de Estremoz40,
conservas de Braga.
38
En este Arroyo del Puerco se dictó una disposición real que obligaba al virrey de Nueva
España y al arzobispo de México, con fecha del ocho de marzo de 1585 (Mota Murillo, 1988:
170).
39
Así los de Asquerosa, Muelas y Pocilgas, respectivamente cambiados en Valderrubio, Florida
de Liébana y Buenavista (Frago, 1991: 211).
40
No solo juega Góngora con Estremoz para lograr la consonancia con coz y porque la cerámica de esta población portuguesa era muy apreciada y famosa, sino quizá también porque
su nombre ya debía de correr en dichos, como parece desprenderse del hecho de que Covarrubias acaba la correspondiente entrada haciendo “significativo” dicho topónimo mediante un juego cuasi homofónico: “házense vasos de tierra en Estremoz estremados” (Tesoro, 570).
44
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
No hay barbero viejo al fin
que no sea de Malpica.
¿Por qué llora la Isabelitica?
El mismo Cervantes acude a un topónimo “significativo” y de
bien marcada determinación sociológica como Majadahonda (con
el pastoril majada de primer formante) en prototípica referencia al
medio rústico: “El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está
en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda” (II, 19). Así, pues, la diferenciación social, que tan claramente se manifestaba en la onomástica personal, de alguna manera
repercutía también en los usos toponímicos, habiendo nombres
de lugar solo posibles entre rústicos y existiendo asimismo claras
preferencias por los núcleos de población de relieve social. En tal
marco histórico difícilmente podía mencionar Cervantes nombres
de lugar de menor entidad, y de hecho solo lo hace cuando a sus
intereses literarios conviene (v. 2.3.1.). Es más, como concede por
patria chica de Dulcinea al Toboso, población de menor entidad al
fin y al cabo, no puede dejar de elevarla a la categoría de ciudad,
en artificioso contraste con su verdadera condición que provoca la
sonrisa del lector avisado, siguiéndose el engaño que Sancho mantiene sobre su anterior fallido encargo de mensajería. De manera
que cuando, aún de noche, caballero y escudero callejeaban por el
Toboso, y don Quijote le pregunta al villano que salía a sus labores
campesinas:
¿Sabréisme decir, buen amigo, que buena ventura os dé Dios, dónde son
por aquí los palacios de la sin par princesa doña Dulcinea del Toboso?
---Señor --respondió el mozo--, yo soy forastero y ha pocos días que estoy
en este pueblo sirviendo a un labrador rico en la labranza del campo.
En esa casa frontera viven el cura y el sacristán del lugar; entrambos o
cualquier dellos sabrá dar a vuestra merced razón desa señora princesa,
porque tienen la lista de todos los vecinos del Toboso, aunque para mí
tengo que en todo él no vive princesa alguna,
habrá de intervenir Sancho en procura de que el engaño no fuese
descubierto, siguiéndole la corriente a su amo: “Señor, ya se viene a
más andar el día y no será acertado dejar que nos halle el sol en la
calle: mejor será que nos salgamos fuera de la ciudad y que vuestra
merced se embosque en alguna floresta aquí cercana”. Y el narrador, el autor en definitiva, repartirá las dos categorías urbanas de
acuerdo con el realismo sanchesco y con la locura quijotesca:
Rabiaba Sancho por sacar a su amo del pueblo, porque no averiguase la
DE LOS NOMBRES DE LUGAR
45
mentira…; y a dos millas del lugar hallaron una floresta o bosque, donde
don Quijote se emboscó en tanto que Sancho volvía a la ciudad a hablar a
Dulcinea… Y así, prosiguiendo su historia, dice que así como don Quijote
se emboscó en la floresta, encinar o selva junto al gran Toboso, mandó a
Sancho volver a la ciudad y que no volviese a su presencia sin haber primero hablado de su parte a su señora” (II, 9).
De todos modos, ni siquiera en boca de don Quijote se puede
mantener sin quiebra esta ficción literaria, pues la realidad se impone en una de las ocasiones en que habla de Dulcinea, porque,
dice, es “su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad
por lo menos ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía” (I,
13)41.
2.1.3. Un lugar pequeño sin duda tendría que ser aquel del que
Cervantes no quiso acordarse, pequeño y quizás de mal nombre,
circunstancias las dos que convienen a Argamasilla (de la Mancha o
de Alba), pueblo cercano del Toboso y de Quintanar de la Orden,
del cual un fingido académico argamasillesco dice que “aquí yace
el caballero / bien molido y malandante”, y otro que “del gran Quijote fue llama / y fue gloria de su aldea” (I, 52), versos que, si no
median otras claves, debieron empujar a Avellaneda a tomarlo por
la patria chica de don Quijote. Opina Guillén (2004: 1145) que “la
primera y tan glosada frase… implica entre otras cosas que el narrador conoce el anónimo pueblo y reside en uno de los entornos en
que se desenvuelve la historia”, y es lógico que quien dice no quiero
acordarme se acuerda, en puridad esto es así, en el plano real y en
el novelesco; en lo demás, dónde residiera el narrador no sale del
marco literario, esto, como tantas cuestiones semejantes, sujeto a la
interpretación del crítico.
De todos modos, entre el inicial “lugar de la Mancha, de cuyo
nombre no quiero acordarme” y el final “cuyo lugar no quiso poner Cide
Hamete” se sitúa esta central mención de Argamasilla como punto
de nacimiento y de la sepultura de don Quijote, aunque sea en el
41
Antes el narrador refiere que “otro día al anochecer, descubrieron la gran ciudad del
Toboso” (II, 8), y después Sancho “comenzó a hablar consigo mesmo y a decirse”, memorizando el encargo de don Quijote: “¿Y adónde pensáis hallar eso que decís, Sancho? ---¿Adónde?
En la gran ciudad del Toboso” (II, 10). El mismo caballero andante a los galeotes liberados les
ordena que “luego os pongáis en camino y vais a la ciudad de Toboso” (I, 22), y se relata que
“los dos tomaron la (vuelta) de la gran ciudad del Toboso” (II, 7). Pero también se referirá
don Quijote “al lugar del Toboso” (I, 9) y en estilo indirecto contado por Sancho “que puesto
que le había dicho que ella le demandaba que saliese de aquel lugar y se fuese al del Toboso…”
(I, 29).
46
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
remate de la Primera parte de la novela. Y por más que todo sea
fruto de la creación literaria, responde perfectamente a los esquemas onomásticos, y toponímicos en particular, de la época: Argamasilla (diminutivo de argamasa) era nombre poco noble, apropiado
para ser silenciado en este contexto literario, pues incluso el nombre común que forma su raíz en la misma trama cervantina se tiene
por significativo de algo deleznable o de poco valor:
¡Crueldad notoria! --dijo Sancho--. ¡Desagradecimiento inaudito! Yo de
mí sé decir que me rindiera y avasallara la más mínima razón amorosa
suya. ¡Hideputa, y qué corazón de mármol, qué entrañas de bronce y qué
alma de argamasa! (II, 58)42.
2.2. BARATARIA, UNA INVENCIÓN LITERARIA
2.2.1. El itinerario quijotesco no es de fácil determinación en
todos sus trayectos, los estudiosos que se han ocupado de él han
experimentado esa dificultad, ni la identificación de todos los lugares, tampoco la de sus nombres por consiguiente, situados a la vera
de los caminos recorridos por don Quijote y Sancho Panza. En
cuanto a la cronología de las diferentes etapas de su caminar, aún
resulta más inconcreta en la novela de Cervantes si se toma en su
conjunto. Los dos aspectos, el cronográfico y el topográfico, a veces
reúnen sus respectivas inconcreciones, siendo el caso más llamativo
de indeterminación, y aun de incoherencia, probablemente el que
tiene que ver con la estancia aragonesa del hidalgo manchego y
de su escudero, a la que se ha querido dar visos de realidad, incluso pretendiendo hacer presente al mismo Cervantes en la propia
zona donde supuestamente esta aventura habría tenido lugar. Pero
la realidad o irrealidad del caso nada quita ni añade al tratamiento
dado por Cervantes a la etapa aragonesa de su Quijote, que, por
cierto, es de grandísima calidad literaria y contiene pasajes supremos de la universal novela.
En el Quijote Zaragoza recibe numerosas menciones, así como
Aragón, “tagarinos llaman en Berberia a los moros de Aragón” (I,
42
El mármol, piedra noble, simboliza la frialdad del corazón y el bronce la dureza de
entrañas, hiperbólicos rasgos del inconmovible rechazo de don Quijote a los requerimientos
amorosos de Altisidora; en cambio la argamasa es corriente y poco noble material de construcción. De “alma de esparto y con un corazón de encina” tratará Sancho a don Quijote en
otro momento a propósito del mismo asunto amoroso (II, 70).
DE LOS NOMBRES DE LUGAR
47
41), el mozo de mulas que resultó ser don Luis, “un hijo de un
caballero natural del reino de Aragón, señor de dos lugares” (I,
43), y Ginés de Pasamonte “determinó pasarse al reino de Aragón” para convertirse en maese Pedro, nombrándose el “alcázar
de Zaragoza, que ahora llaman la Aljafería” (II, 26) y alabándose
repetidamente la calidad del queso de Tronchón (II, 53, 66). Pero
la mirada cervantina es poco complaciente con los aragoneses en
las penalidades que a don Quijote y Sancho les ocurren desde que
llegaron al río Ebro y tópicamente contemplaron “la amenidad
de sus riberas, la claridad de sus aguas, el sosiego de su curso y
la abundancia de sus líquidos cristales” (II, 29). En efecto, donde más prolongada y sádicamente son tratados amo y escudero es
en el dominio ducal, sobre todo por parte de una duquesa que
se revelaría capaz de clavar un punzón “por los lomos” al marido
de doña Rodríguez, de estar entrampada con un rico labrador, y,
sobre todo, de padecer el grave achaque de las “dos fuentes que
tiene en las dos piernas, por donde se desagua todo el mal humor
de quien dicen los médicos que está llena”, esto bajo su bella apariencia (II, 48).
Pero no contentos con sus continuas burlas y mortificaciones
los buenos duques aún disfrutarán causando nuevos sufrimientos
a Sancho y a un don Quijote que vuelve de Barcelona vencido,
humillado y dolorido, y aunque el rasgo de la generosidad de los
duques, virtud por entonces de sumo aprecio, es constantemente
puesto de relieve --a Sancho el mayordomo incluso “le había dado
un bolsico con doscientos escudos de oro para suplir los menesteres del camino” (II, 57)--, con todo en estos personajes supuestamente pertenecientes a la nobleza aragonesa domina su desmedida crueldad. El carácter vengativo del duque bien lo demuestra
Tosilos al confesar a don Quijote que “así como vuestra merced se
partió de nuestro castillo, el duque mi señor me hizo dar cien palos
por haber contravenido a las ordenanzas que me tenía dadas antes
de entrar a la batalla” (II, 66), episodio en el que “muestra el gran
señor toda su bajeza moral”, en palabras de Márquez Villanueva,
quien encuentra lógico que la crítica “no ha podido tener buena
opinión acerca de los duques”, empeñados en “su ensañamiento
moral con don Quijote y Sancho” (2005: 241, 245)43. En conclusión, el narrador acabará manifestando su opinión sobre la pareja
43
En definitiva, para este cervantista “el episodio de los duques es sin duda la obra maestra en su tiempo de la literatura de la burla” (244).
48
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
ducal, justificadamente muy negativa con palabras contundentes,
sentenciosas y sin vuelta de hoja:
Y dice más Cide Hamete: que tiene para sí ser tan locos los burladores
como los burlados y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos (II, 70).
Pero esta postura cervantina respecto de los aragoneses se entiende perfectamente en su marco histórico: quedaban cercanos
los sucesos de las Alteraciones de Aragón y la decapitación de su
Justicia mayor, y tampoco Felipe II había sentido una gran simpatía
por los naturales de esta región44. Además, en los siglos XVI y XVII las
rivalidades regionales estaban vivas por razones idiomáticas y de
otra índole. Bástenos recordar la disputa entre Fernando de Herrera y el burgalés Prete Jacopín, la burla quevedesca a los andaluces
“cargados de patatas y ceceos”, o la inquina de Gracián hacia Sevilla
y la pronunciación meridional, y no falta el autor aragonés al que
otro andaluz le reproche su vocabulario, sin olvidar las chacotas
al hablar del “vizcaíno”. Las tensiones regionales dieron lugar a
situaciones violentas y en América, con motivos económicos y de
influencia política de por medio, al enfrentamiento civil de Laicacota, entre otros.
2.2.2. Yendo a los términos textuales de esta cuestión toponímica, está el hecho de que desde el terreno donde iba a tener
lugar la batalla campal por la querella de los rebuznos, situado al
tercer día de camino desde la venta del retablo de maese Pedro,
amo y escudero mantienen un coloquio y “con esto se metieron en
la alameda” en que pasaron la noche “y al salir del alba siguieron
su camino buscando las riberas del famoso Ebro”, de manera que
“por sus pasos contados y por contar, dos días después que salieron
de la alameda llegaron don Quijote y Sancho al río Ebro” (II, 2730). Mayor inconcreción de itinerario no cabe y parece tópica la
duración que Cervantes marca para su desarrollo: dos días desde la
venta del titerero (maese Pedro o Ginés de Pasamonte) y el mono
adivino, hasta el sitio donde iban a combatir los dos pueblos vecinos, y otros dos días desde la alameda de la pernocta hasta el Ebro.
No se rige aquí Cervantes por el rigor topográfico y cronológico,
tampoco en algunas otras partes de su novela, y prueba de ello es
44
En varias ocasiones manifiesta su malestar en el trato con los de Aragón, sobre todo con
sus representantes en las cortes de Monzón (Kamen, 1997: 98-100).
DE LOS NOMBRES DE LUGAR
49
también el hecho gramatical de que la primera vez que menciona
la citada alameda hace preceder a este nombre del artículo determinado (la alameda), como si ya fuera lugar conocido, no siéndolo
por el contexto45.
Por lo demás, desde donde los cervantistas sitúan el punto de
partida de don Quijote hacia el Ebro, siempre por lo que parece
desprenderse de la trama novelesca, pero en cualquier caso habiendo salido de Castilla, el camino menos indicado sería el que
iba a dar a la zona de Pedrola, menos aún si Cervantes tenía ideado
el rechazo del caballero andante a pasar por Zaragoza en su ida a
Barcelona. Tampoco parece verídico que “el día de la partida”, habiendo salido “una mañana…, enderezando su camino a Zaragoza”
antes de la hora de cenar llegaran a la venta en la que don Quijote
decide orillar la capital aragonesa en su marcha a Barcelona, todo
ello después de haber dormido amo y escudero una larga siesta
(“despertaron algo tarde…”) con notable acumulación de sucesos
en muy corto trayecto real y con una medición novelesca del mismo a todas luces convencional (II, 57-59).
En efecto, seis leguas se medían de Pedrola a Zaragoza, y de
estas seis leguas habría que descontar las que hubiera entre la venta
y la capital del Ebro, pues no resulta lógico que don Quijote y Sancho fueran a detenerse para pasar la noche en las inmediaciones
de la ciudad a la que querían llegar. Referencias topográficas de la
novela son la de “poco más de una legua” desde el “castillo” ducal
hasta el encuentro con los labradores de los lienzos pintados, y otra
desde el prado de la siesta hasta la venta: “despertaron algo tarde,
volvieron a subir y a seguir su camino, dándose priesa para llegar
a una venta que al parecer una legua de allí se descubría”. Los episodios de este corto trecho de camino son el de los labradores de
los lienzos pintados, el de la selva de la pastoril Arcadia, el del atropello de los toros bravos, el de su reparo en la siesta del prado, sin
contar con el encuentro en la venta con los lectores de la apócrifa
“segunda parte de Don Quijote de la Mancha”.
Más fuera de la realidad está el regreso de don Quijote derrotado en Barcelona, cuando el duque lo aguardaba “haciendo tomar los caminos cerca y lejos del castillo, por todas las partes que
imaginó que podría volver don Quijote, con muchos criados suyos
45
Claro es que en puridad debería haberse puesto una y no la, como se pone “don Quijote se acomodó al pie de un olmo”, mientras que es correcto el uso del artículo en la alameda
del segundo pasaje, una vez presentado el sustantivo en la narración.
50
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
de a pie y de a caballo”, quienes “dieron aviso al duque, el cual…,
así como tuvo noticia de su llegada mandó encender las hachas y
las luminarias del patio y poner a Altisidora sobre el túmulo” (II,
70). En ningún momento manifiesta don Quijote la intención de
volver hacia Castilla por el mismo sitio, ni siquiera nombra en esta
ocasión la ciudad de Zaragoza, por la que necesariamente había
de pasar, o por sus contornos, a diferencia de lo que había hecho
a la ida.
Toda esta parte del Quijote de 1615 está planteada por Cervantes en la más completa irrealidad literaria, e incluso da la impresión
al lector que sin un plan narrativo minuciosamente trazado, pues
la manera en que presenta a caballero y escudero yendo a Aragón
es que “siguieron su camino buscando las riberas del famoso Ebro,
donde les sucedió lo que se contará en el capítulo venidero” (II,
28), pero desde luego por el sitio menos apropiado, si el castillo
ducal hubiera estado en Pedrola y Barataria en Alcalá de Ebro, destinos que resultarán por completo imprevistos para los andantescos
personajes; aunque hay más incoherencias narrativas si realmente
el relato hubiera de atenerse a la supuesta localización. Bien está,
en efecto, que don Quijote tome el palacio ducal por castillo, e
incluso que lo haga Sancho, cuya carta a Teresa Panza está fechada
“deste castillo, a veinte de julio de 1614” (II, 36), pero menos comprensible es que el narrador sufra la misma confusión: “a quien
estaban escuchando el duque y la duquesa, Altisidora y casi toda
la gente del castillo” (II, 46), “llegó, pues, al castillo del duque, que
le informó el camino y derrota que don Quijote llevaba”, “volvióse
por el castillo del duque y contóselo todo”, “de aquí tomó ocasión
el duque…, haciendo tomar los caminos cerca y lejos del castillo…,
para que por fuerza o de grado le trujesen al castillo” (II, 70)46.
2.2.3. Tiempo perdido será buscar cualquier relación topográfica para la descripción que Cervantes hace del lugar, sin duda
tópico, donde se desarrolló la cacería preparada por los duques
para tramar el desencanto de Dulcinea: “finalmente, llegaron a un
bosque que entre dos altísimas montañas estaba, donde tomados
los puestos, paranzas y veredas, y repartida la gente por diferentes
46
Pero en el siglo XVII se distinguía muy bien entre palacio y castillo, y lo que los duques
de Villahermosa tenían en Pedrola era el primer tipo de edificio, palacio ducal que fue construido en el siglo XVI. Es más, el generalizado uso de la voz castillo en los episodios aragoneses
le quitan toda distorsión imaginativa en su empleo por don Quijote.
DE LOS NOMBRES DE LUGAR
51
puestos, se comenzó la caza con grande estruendo, grita y vocería”
(II, 34); porque paraje semejante no existe en la sección zaragozana del valle del Ebro. Barataria efectivamente no podía ser una
ínsula ‘isla’, latinismo traído de los antiguos libros de caballerías;
es más, el mismo autor juega a desconcertar al lector con su aspecto significativo, si no se trata de una involuntaria incongruencia
narrativa, cuando primeramente presenta a Sancho sabedor de su
definición: “¡Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos
ocho meses de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe
y rodea!” (I, 52), y más tarde ignorante del mismo significado, que
su paisano morisco habrá de aclararle:
He dejado de ser gobernador de una ínsula --respondió Sancho--, y tal,
que a buena fee que no hallen otra como ella a tres tirones.
--- ¿Y dónde está esa ínsula? –preguntó Ricote.
--- ¿Adónde? –respondió Sancho-- . Dos leguas de aquí, y se llama la ínsula
Barataria.
--- Calla, Sancho --dijo Ricote--, que las ínsulas están allá dentro de la mar,
que no hay ínsulas en la tierra firme (II, 54).
Ni pudo haber población estable en el cauce del Ebro, mucho
menos una Barataria con “coronista” y “alguaciles y escribanos, tantos, que podían formar un mediano escuadrón” (II, 49), con “un
suntuoso palacio”, con “iglesia mayor” y “silla del juzgado”, pero,
sobre todo, “un lugar de hasta mil vecinos, que era de los mejores
que el duque tenía” (II, 45). Solo en clave literaria pueden tomarse
estas referencias cervantinas, primeramente porque en contextos
como este vecino solía significar no ‘que habita con otros en un
mismo pueblo, barrio o casa, en habitación independiente’, sino
‘que tiene casa y hogar en un pueblo, y contribuye a las cargas o
repartimientos, aunque actualmente no viva en él’ (1ª y 2ª acepciones del DRAE), de modo que los mil vecinos habrían de multiplicarse por cuatro o cinco. Avanzado el siglo XIX de Pedrola dice
Madoz que “tiene 300 casas, inclusa la del ayuntamiento y cárcel”,
con “373 vecinos, 1770 almas”, y de Alcalá de Ebro que “tiene 60
casas de regular construcción y no escasas de comodidades”, con
una población de “50 vecinos, 238 almas” (Madoz, 1985: 34, 193).
Y por índice de 1551 en Alcalá de Ebro y en Pedrola se registraron
49 y 87 fuegos, que tributaron, respectivamente, 784 y 1392 sueldos
(San Vicente, 1980: 14, 54).
52
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
2.2.4. Las dificultades de dar alguna apariencia de realidad al
relato literario afectan incluso a la gramática, que a veces sufre las
consecuencias de la distorsión argumental. Se ha visto, así, cómo
Cervantes pone la alameda en vez del canónico una alameda, caso
semejante al que a continuación comento. En efecto, abandonado
su gobierno por Sancho y el hospedaje ducal por don Quijote, se
empeña este en defender “en mitad de ese camino real que va a Zaragoza, que estas señoras zagalas contrahechas que aquí están son
las más hermosas doncellas y más corteses que hay en el mundo”,
señalándose con una ilógica deixis la relación de ese con estas y aquí
el previo conocimiento de dicho camino por parte del caballero
andante, para casi a renglón seguido asegurar el narrador su indefinición, todo ello en la misma escena: “salió don Quijote con
su intención, y puesto sobre Rocinante, embrazando su escudo y
tomando su lanza, se puso en la mitad de un real camino que no lejos del verde prado estaba” (II, 58). Pero además ocurre que la denominación de camino real no le convenía al que de Zaragoza iba a
Navarra pasando por Pedrola; por el contrario, a la actual carretera
de Madrid a Zaragoza y Barcelona le correspondió en la época de
Cervantes el nombre de camino de calzada o camino real, el que en el
Quijote apócrifo, topográficamente más realista que el cervantino,
es usado (Frago 2005a: 72-96).
Márquez Villanueva (2005: 240) a los episodios aragoneses les
da una sugerente interpretación enteramente sociológica y literaria, con la hipótesis de que Cervantes como estrategia narrativa en
esta cuestión habría recurrido a la figura de “un noble aragonés y,
como tal, señor absoluto o soberano en sus dominios para el fuerismo legal de aquel reino”, afirmando:
desde luego, no se trata del duque de Villahermosa ni de su “castillo” o
“casa de placer” conservada hasta hoy en Pedrola, no lejos de Zaragoza,
aunque sí sobre la ruta llevada por don Quijote, según llegó a postularse
cuando la crítica apostaba a todo riesgo por aquella otra locura positivista
de los “modelos vivos”47.
Y Redondo el relato baratario lo centra en su “ambiente jocoso”,
que refleja “a su vez una estructura carnavalesca… con las características del mundo al revés”, donde Sancho Panza es “personificación
47
Por lo anteriormente expuesto, posible es que incluso el “noble aragonés” fuera imaginario, como desde luego es la ubicación del lugar “sobre la ruta llevada por don Quijote”,
que no cuadra en las riberas del Ebro en su curso por la provincia de Zaragoza.
DE LOS NOMBRES DE LUGAR
53
del Carnaval” (1978: 51, 63). Una interpretación puramente folclórica y literaria, en definitiva.
Al respecto no debe pasarse por alto el hecho de que los episodios de Barataria son contextualmente manchegos, y nada hay
en ellos de referencia lingüística aragonesa, no obstante el interés
de Cervantes por la variación diatópica; incluso en la onomástica
personal Diego de la Llana, “hidalgo principal” de la ínsula, lleva
apellido castellano y no el vernáculo de la Plana (cfr. 1.2.2.); y por
supuesto desde el punto de vista toponímico esto es así, pero incluso en otros importantes aspectos del argumento48. Sucede, pues,
que en la ínsula Barataria aparte del secretario, que necesariamente había de ser vascongado por mor del cliché sociocultural:
Oyendo lo cual Sancho, dijo:
---¿Quién es aquí mi secretario?
Y uno de los que presentes estaban respondió:
---Yo, señor, porque sé leer y escribir, y soy vizcaíno,
era natural de la Mancha el médico encargado de mortificar a Sancho:
Yo, señor gobernador, me llamo el doctor Pedro Recio de Agüero, y soy
natural de un lugar llamado Tirteafuera, que está entre Caracuel y Almodóvar del Campo, a la mano derecha,
reiterándose la precisión toponímica en la respuesta sanchesca:
“… natural de Tirteafuera, lugar que está a la derecha mano como
vamos de Caracuel a Almodóvar del Campo” (II, 47). Y como manchego se presenta asimismo el labrador negociante que le plantea
al escudero en funciones de gobernador el caso de Clara Perlerina y de su hijo estudiante para bachiller: “Yo, señor, soy labrador,
natural de Miguel Turra, un lugar que está dos leguas de Ciudad
Real”, determinando de nuevo Cervantes en palabras de Sancho
la identificación de la referida población: “… que lo que yo os sé
decir es que sé muy bien a Miguel Turra y que no está muy lejos de
mi pueblo” (II, 47).
Compárense estas menciones toponímicas ciudadrealeñas con
la ausencia total de cualquier mínima referencia sobre nombres
de lugar del escenario del palacio ducal y de Barataria, y adviértase
que Cervantes calla lo que quiere y con toda concreción descubre
48
Desde el punto de vista argumental nada sobre Barataria se concreta en la carta de
Sancho a su mujer, varios capítulos después llevada a la aldea manchega por el paje de los
duques, con otra de la duquesa, de la que anteriormente no se había dado noticia, ni en las
respuestas que a ambas misivas manda escribir Teresa Panza (II, 36, 50, 52).
54
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
lo que juzga oportuno revelar. Solo él podría haber descubierto, y
no lo hizo, las razones que lo llevaron a componer esos capítulos
“aragoneses”, pero todos los indicios apuntan a que los escribió
únicamente en clave literaria. Al menos fruto de su invención es
el topónimo Barataria, nombre “significativo”, según las exigencias
retóricas al uso: “Diéronle a entender que se llamaba la ínsula Barataria, o ya porque el lugar se llamaba Baratario o ya por el barato
con que se le había dado el gobierno” (II, 45). No solo se relaciona Barataria con el valor semántico del apelativo barato ‘que se
logra con poco esfuerzo’, antiguo ‘fraude o engaño’, sino que se
juega con la artificiosa variación del género (Barataria-Baratario),
asimismo verificada con cruces de nombres comunes en el estilo
cervantino: “que ya no hay triste figura ni figuro” (II, 30), “que esas
cazas ni cazos no dicen de mi condición” (II, 34). En cuanto a ubicaciones e itinerarios, buena parte de la tinta vertida seguramente se
habría ahorrado de atender al sentido que tienen las palabras del
narrador a la salida de Sancho de la imaginada Barataria: “Sucedió,
pues, que no habiéndose alongado mucho de la ínsula del su gobierno (que él nunca se puso a averiguar si era ínsula, ciudad, villa
o lugar la que gobernaba) vio que por el camino por donde él iba
venían seis peregrinos…” (II, 54).
2.3. EL TOPÓNIMO CERVANTINO. LA MARCA CÓMICA Y EL MARCO SOCIOLÓGICO
2.3.1. Es bastante evidente que la referida elección de topónimos manchegos no resulta aleatoria, sino que obedece a un criterio semántico conducente al escorzo conceptual y a la comicidad.
Se ha visto, así, cómo el topónimo Tirteafuera designa el lugar del
personaje Pedro Recio de Agüero, al que Sancho llamará Pedro Recio de Mal Agüero (v. 1.3.3.), empleando igualmente la forma toponímica con su propio valor significativo: “alborotose el doctor
viendo tan colérico al gobernador y quiso hacer tirteafuera de la
sala”, y del chancista labrador de Miguel Turra dirá: “¡otro tirteafuera tenemos!” (II, 47). En cuanto al ciudadrealeño Miguelturra, sin
duda le ofrece a Cervantes posibilidades expresivas que no tiene el
toledano Miguel Esteban, quizá no porque su segundo elemento de
composición remita al verbo turrar ‘tostar o asar en las brasas’, sino
al sustantivo regional turra ‘especie de tomillo muy nocivo para el
DE LOS NOMBRES DE LUGAR
55
ganado’ (DRAE), tal vez también porque dicha forma tenía antiguo
uso literario como apellido o apodo de rústico, pues ya aparece en
la “Comedia hecha por Lucas Fernández en lenguaje y estilo pastoril, en la qual se introduzen dos pastores y dos pastoras y un viejo,
los quales son llamados Brasgil y Beringuella y Miguelturra y Olalla,
y el viejo es llamado Juanbenito” (Farsas, a1).
También, aunque el toledano Tembleque seguramente nada tenga que ver con el apelativo tembleque ‘temblor’, la homonimia y el
sentido de la segunda voz deben de ser el motivo del uso del topónimo por Sancho: “… que había ido por aquel tiempo a segar
a Tembleque…”, repetido en la reconvención de don Quijote: “por
vida vuestra, hijo, que volváis presto de Tembleque, y que sin enterrar
al hidalgo, si no queréis hacer más exequias, acabéis vuestro cuento” (II, 31). Y la condición semántica, representativa o referencial
que solía exigir Cervantes al topónimo, con frecuencia adaptada
al argumento narrativo, expresamente la declara el autor en este
pasaje de la historia de Amadís de Gaula:
Y una de las cosas en que más este caballero mostró su prudencia, valor,
valentía, sufrimiento, firmeza y amor, fue cuando se retiró, desdeñado
de la señora Oriana, a hacer penitencia en la Peña Pobre, mudado su
nombre en el de Beltenebros, nombre por cierto significativo y propio para
la vida que él de su voluntad había escogido (I, 25).
2.3.2. Barataria es topónimo inventado al que Cervantes quiere
darle sentido apropiado a la trama novelesca en la cual se inserta
y a la que de alguna manera simboliza, como significativo será el
de la ínsula Malindrania, ocasional invención cervantina de única
aparición en el Quijote, imaginario nombre de lugar seguramente
formado a partir de malandrín (Rico, 2004: I, 47). Así, pues, Cervantes lo mismo puede crear topónimos para no situar episodios,
dejándolos en la pura indeterminación literaria, que evitar la nominación del lugar, cuando del relato se desprende que este era
pequeño. Caso de aquel del que el autor no quería acordarse, lugar
que al final de la novela se empareja como sinónimo de aldea, “subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea”, “déjate desas sandeces --dijo don Quijote--, y vamos con pie derecho a
entrar en nuestro lugar” (II, 73); silencio onomástico que también
se dará con el de don Diego de Miranda, “llegaron a la aldea y a la
casa de don Diego” (II, 17), y con el de las bodas de Camacho: “era
56
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
anochecido, pero antes que llegasen les pareció a todos que estaba
delante del pueblo un cielo lleno de innumerables y resplandecientes estrellas”, “no quiso entrar en el lugar don Quijote, aunque se
lo pidieron así el labrador como el bachiller” (II, 19). Todo acorde
con la mentalidad en la época vigente para un tratamiento de los
nombres de lugar, similar al que en el Quijote apócrifo se verifica;
incluso en la autobiografía de Jerónimo Pasamonte, que tantas localizaciones y dataciones de absoluta precisión ofrece, se evita el
nombre de su pequeña localidad natal, aunque con datos más que
suficientes para identificarla.
Aparte de los nombres de lugar incluidos en refranes o dichos,
por ejemplo “según él puso los pies en polvorosa y cogió las de Villadiego” (I, 21) y “no siendo más verdad que por los cerros de Úbeda”
(II, 33), Cervantes solo nombra poblaciones pequeñas si le sirven
como recurso literario, sobre todo para el juego irónico o cómico, y
esto en el marco del gran conocimiento de la toponimia manchega
que demuestra49. Pero cuando se trata de alabar la procedencia de
un producto alimenticio es indiferente el tamaño de su lugar de
origen: “aquí llevo una calabaza llena de lo caro, con no sé cuántas rajitas de queso de Tronchón” (II, 66), “¿este vino es de Ciudad
Real?” (II, 13), “cada grano del grandor de un garbanzo de los buenos de Martos” (II, 38), “entregose en todo, con más gusto que si le
hubieran dado francolines de Milán, faisanes de Roma, ternera de
Sorrento, perdices de Morón o gansos de Lavajos” (II, 49). Todo esto,
por cierto, en línea con el realismo de los recetarios de cocina y de
las listas culinarias, que no faltan en la literatura del Siglo de Oro,
así esta de Mateo Alemán con los escogidos frutos que alegraban la
mesa del epicúreo cardenal romano (Guzmán, I, 428):
Allí estaba la pera bergamota de Aranjuez, la ciruela ginovisca, melón de
Granada, cidra sevillana, naranja y toronja de Plasencia, limón de Murcia,
pepino de Valencia, tallos de las Islas, berenjena de Toledo, orejones de
Aragón, patata de Málaga.
A diferencia de lo que ocurre con los topónimos de menor entidad, se mencionan la ciudad de Vélez Málaga y la ciudad de Granada
en la historia del Cautivo (I, 41), mientras que en las de Cardenio,
Dorotea y Micomicona solo se insinúan datos sobre su localización
en Osuna y se cita Málaga, en aparente equívoco de Dorotea, por
49
Aparte de las menciones toponímicas ya señaladas y de las frecuentes referencias a
Toledo, están las del Campo de Montiel, Puerto Lápice, El Viso (del Marqués) y Quintanar
(de la Orden), junto a las del herboso llano de Aranjuez y de las lagunas de Ruidera.
DE LOS NOMBRES DE LUGAR
57
la ciudad ducal (I, 30). Excepcional es el caso de pormenor onomástico, de persona y de lugar, sin discriminación por la importancia del topónimo, en la aventura de los encamisados, cuando el
eclesiástico derribado de su mula por don Quijote así satisface su
pregunta:
Con facilidad será vuestra merced satisfecho --respondió el licenciado--, y,
así, sabrá vuestra merced que, aunque denantes dije que yo era licenciado, no soy sino bachiller, y llámome Alonso López, soy natural de Alcobendas, vengo de la ciudad de Baeza, con otros once sacerdotes, que son los
que huyeron con las hachas; vamos a la ciudad de Segovia acompañando
un cuerpo muerto que va en aquella litera (I, 19).
El gusto cervantino por el empleo literario de los nombres de
lugar lo lleva a enfrascarse en la enumeración de una serie de apodos gentilicios, en su intento de pacificar a los dos escuadrones de
aldeanos enfrentados por el suceso de los rebuznos:
Siendo, pues, esto así, que uno solo no puede afrentar a reino, provincia,
ciudad, república, ni pueblo entero, queda en limpio que no hay para
qué salir a la venganza del reto de la tal afrenta, pues no lo es; porque
¡bueno sería que se matasen a cada paso los del pueblo de la Reloja con
quien se lo llama, ni los cazoleros, berenjeneros, ballenatos, jaboneros, ni los de
otros nombres y apellidos que andan por ahí en boca de los muchachos
y de gente de poco más a menos! (II, 27)50.
Incluso se adentra Cervantes en la materia folclórica del tesoro
escondido, cuando don Quijote concluye: “por donde conjeturo
que el tesoro de la fermosura desta doncella le debe de guardar algún
encantado moro, y no debe de ser para mí” (I, 17). Sin embargo, en
esta cuestión no todo es mitificación y leyenda, sino que por debajo hay una realidad histórica con repercusiones arqueológicas
y toponímicas que dan lugar a lo que he llamado “geografía del
tesoro escondido” (1991: 211-212): tesoros y tesorillos que diversos avatares han ido sembrando por muchos lugares de España; a
veces una simple moneda bastó y la imaginación popular hizo el
resto. La expulsión de los musulmanes con la caída de Granada
y la dispersión de los sublevados en las Alpujarras avivaron la fantasía del pueblo llano y menesteroso, y el exilio de los moriscos
bajo Felipe III produjo casos reales, también imaginarios, de ocultamiento de caudales y joyas. Uno de ellos es el que literariamente
reconstruye Cervantes con Ricote, el morisco vecino de Sancho y
50
En la edición de Rico se identifican las correspondientes poblaciones (I, 939, n. 25; II,
537, n. 939.25).
58
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
tendero de su lugar, que volvía a recoger la hacienda que había
escondido antes de marchar al destierro:
Ahora es mi intención, Sancho, sacar el tesoro que dejé enterrado, que por
estar fuera del pueblo lo podré hacer sin peligro, y escribir o pasar desde
Valencia a mi hija y a mi mujer, que sé que están en Argel, y dar traza
como traerlas a algún puerto de Francia y desde allí llevarlas a Alemania,
donde esperaremos lo que Dios quisiere hacer de nosotros (1172)51.
2.4. BARATARIA, FANTASÍA Y REALIDAD. APUNTES INDIANOS
2.4.1. El mismo nombre Barataria lleva impresa la marca de la
distorsión de lo real en el cambio del sufijo tradicional del adjetivo
baratero (de barato ‘fraude’), antiguo ‘engañoso, tramposo’, por el
cultismo -ario/-aria. En su valoración de si al progreso del Estado lo
beneficiaría más la sabiduría y espíritu crítico de sus elites o las minas de oro y plata de América el ilustrado Generés concluye (1996:
211):
Por poco que se reflexione sobre la segunda hipótesi, se juzgará que es
comparable a la fantástica idea de la isla Barataria, destinada por el gran
Cervantes al fiel escudero de don Quixote, Sancho Panza. Demos pues
por asentado que no son las minas la sólida riqueza de una nación, y desengáñenos el exemplo de nuestra España.
Barataria representaba la utopía de un gobierno tantas veces
prometido por don Quijote a Sancho, y el sueño desvanecido de
este cuando la creía alcanzada (Santos, 2008). América fue terreno
abonado para el delirio utópico de aventureros en quimérica busca de Dorados, Césares y Cíbolas, causa de pérdidas de energías y
de vidas. Y el jesuita almeriense Murillo Velarde en 1752 achaca el
fracaso colonizador de la alta California al desmedido afán por un
enriquecimiento fácil en fabulosas regiones nunca halladas, febril
ensoñación que compara con la barataria ínsula de Sancho:
Ya se empezó a tratar esto por orden del Rey, pero todo se embarazó con
la fantástica y perniciosa idea de las islas de Rica de Oro y Rica de Plata,
que son a modo de la Barataria de Sancho Panza (Geographía, 184).
En Indias caló la comparación del episodio de Barataria con
empresas fantasiosas y abocadas a su ruina, lo que un culto bo51
De nuevo el encuentro de Sancho con Ricote y los peregrinos alemanes va en contra
de la ubicación de Barataria en la zona de Pedrola, pues no es verosímil que por esos pagos
anduviera el morisco para dirigirse a un pueblo manchego.
DE LOS NOMBRES DE LUGAR
59
gotano expresa en carta de 1811 en la que alerta de los peligros
que la incipiente independencia corría con la atomización de los
focos insurgentes en Nueva Granada, y quizá no sea casual la elección del periódico bogotano que el remitente menciona por su
comienzo fonético y por su significado en relación con el topónimo del Quijote:
Aquí lo que menos se desea, o en lo que el pueblo jamás piensa, es en el
tal Congreso. Los gobernantes como te he dicho tiemblan, y me parece
que con declarar Santafé su independencia absoluta, y con una Bagatela
chispera como suelen venir algunas, revienta la mina y vuelan los proyectos de soberanías sanchopancinas (Dos vidas, 292).
2.4.2. Pero en la América de las aventuras fantásticas y de tantos
sueños rotos de conquistadores y colonizadores se hizo realidad la
utopía de la ínsula cervantina, con su mismo título toponímico,
en población cercana a Nueva Orleans fundada por Bernardo de
Gálvez en torno a 1780 y poblada por canarios. El plano de las concessiones desde la ciudad de Nueva Orleans demarca el terreno de la
Barataria indiana, “para establecer las familias de Canarias”, entre
el lago Perrier y el Misisipi, uno de los establecimientos organizados por el ilustre militar andaluz para asentar el poder español en
la Luisiana, otros serían Valenzuela, también de isleños, a orillas
del gran río, o Nueva Iberia (New Iberia), a cargo de malagueños.
Como en otras conflictivas partes de América se hizo, en La Española ante el francés y en la Banda Oriental del Uruguay contra la
amenaza portuguesa.
El ilustrado conde de Gálvez, que no tardaría en ser nombrado virrey de Nueva España, conocedor de las dificultades por las
que atravesaba el dominio español en América, por el avivamiento
de la identidad criolla y las apetencias de potencias extranjeras,
“no dudó en utilizar uno de los pocos ejemplos que tenemos en la
literatura española de urbanismo utópico: Barataria”; pero la de
Luisiana tendría “un futuro asegurado por medio del buen gobierno (Conde de Gálvez), el trabajo de sus pobladores y la libertad
de comercio” (Morales Folguera, 1985: 131-132, 139). Los avatares
adversos que para la causa española siguieron pudieron desbaratar
la arriesgada empresa de los emigrados isleños, pero sus raíces perduraron en el paradisiaco valle, cobijadas por el universal nombre
de lugar cervantino.
CAPÍTULO 3
HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE
3.1. LEER Y ESCRIBIR
3.1.1. Hablar de humanismo filológico casi es cometer una
pleonástica redundancia, y aunque el pleno periodo renacentista
había pasado ya cuando el Quijote se publica, el espíritu humanístico correspondiente al terenciano nihil humani a me alienum puto
pervivió en muchos intelectuales españoles. En cualquier caso, la
referencia filológica en relación a esta cumbre de la literatura universal es adecuada y necesaria, porque en ella se observan las huellas del pensamiento y del quehacer humanístico, pero al mismo
tiempo las manifestaciones de ese espíritu en Cervantes han de
contemplarse atendiendo a lo que era la formación escolar de su
tiempo, y a la que él mismo recibió, así como al hecho de que leemos una obra de creación literaria y no un tratado erudito.
El Renacimiento, que vino acompañado de la trascendental invención de la imprenta, trajo consigo no solo el resurgir de una
latinidad filológicamente depurada, sino, como todo el mundo
sabe, una atención nunca antes prestada al estudio, descripción
y especulación sobre las lenguas vernáculas, nueva postura de los
hombres de letras derivada del lugar central que el hombre pasó a
tener en la ideología renacentista y del fundamental principio humanístico de la naturalidad: ¿y qué más natural podía haber en el
hombre que su lengua materna52? Porque no será solo cuestión de
52
En el aspecto cultural, por supuesto, porque en el físico el cuerpo humano también
fue objeto de descripciones y estudios, ganándose mucho en el conocimiento anatómico,
sobre todo a partir de las autopsias de los cadáveres, práctica médica generalmente vista con
horror en la Edad Media. El humanista, hombre del Renacimiento, se preocupa por todo
lo que concierne al ser humano y a sus obras, y la lengua era carácter esencial del individuo
fuera de la consideración teológica. Nebrija atiende al tratamiento gramatical y lexicográfico del castellano precisamente por su condición humanística.
62
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
que se publiquen gramáticas, diccionarios y ortografías, sino también manuales de escribientes y tratados caligráficos, aunque quizá
más importante aún fue el hecho de que el interés por la lengua
impregnara la mentalidad de los españoles cultivados, curiosos ya
por las variedades sociales y geográficas de la lengua53, preocupados muchos también por elegir entre diferencias y variantes las que
más convenían al modelo de los cultos, preferencias con las cuales
se configuraba una cierta normatividad, fruto más del uso que de
dictados de cualquier clase. Y en relación con ese buen hablar y
escribir, castellano “cortesano” o “pulido”, estaba la preocupación
por el estilo, como principio tomado de la retórica latina, pero impregnado de la estética y de las ideas humanísticas.
Pero el buen uso idiomático llevaba consigo prestigio social
para el individuo que lo había logrado y era medio, en muchos casos condición, para el ascenso social. Junto a los motivos culturales
e ideológicos había, pues, razones prácticas para que la lengua y
cuestiones con ella relacionadas se pusieran de moda en los medios
cultivados, que no tenían por qué ser necesariamente ni de universitarios ni de gramáticos. No lo fue Juan de Valdés, en efecto, y sin
embargo da muestras de una extraordinaria sensibilidad lingüística y de un buen conocimiento del español de su tiempo, quien
cuando niega haber leído el nebrisense Arte de gramática castellana
dice que es “porque nunca pensé tener necessidad dél”, e incluso,
tratando de letras y pronunciaciones, irónicamente a sus contertulios les pregunta: “¿no os parece que podría passar adonde quiera
por bachiller en romance y ganar mi vida con estas bachillerías?”, y de
manera más burlesca aún les dice: “ni vosotros os podréis quexar
que no os he dicho hartas gramatiquerías”, “podría también aprovecharme del origen de los vocablos, pero no quiero entrar en estas
gramatiquerías”54.
53
También interesó la diversidad de lenguas, con consiguiente puesta en escena del mito
babélico, así como la comparación entre lenguas, aunque la discusión generalmente cayera
en el tópico de defender cuál de las romances era más “pura” en relación al latín. En América las necesidades comunicativas hicieron que se establecieran puntuales comparaciones
entre determinados rasgos del español y de lenguas indígenas. Y, así, fray Alonso de Molina
diría: “Y esta fue la confusión y división de las lenguas, para que donde antes era la lengua
una, fuesse tanta la variedad y diversidad de los lenguajes, que los unos no se entendiessen
con los otros. Pues si a un pecado que Dios con tanto rigor quiso castigar se dio por pena y
castigo la confusión de las lenguas, señal es que este no es pequeño mal” (Vocabulario, Prólogo). Para lo que supuso el trasplante de la utopía y del mito cultural y lingüístico de Europa
a Indias, véase Baudot (1983: 180, 184, 188, 190).
54
Diálogo, 74, 75, 101, 108. Véase también Gil Fernández (1981: 289-295), capítulo del
“Vilipendio del gramático”.
HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE
63
Tampoco profesó en la universidad ni fue gramático micer
Gonzalo García de Santamaría, converso que antes y más extensamente que Nebrija había explicado el concepto de lengua compañera del imperio, y propuesto la preeminencia de la lengua de la
corte, dando asimismo datos acerca de la diferenciación dialectal
en los dominios de Castilla (Frago, 1993: 106-109). Y lo mismo que
Aldrete tuvo en cuenta el hecho regional del castellano, antes se
había ocupado de este fenómeno el vallisoletano Damasio de Frías
en su Diálogo de las lenguas (Pensado, 1982: 190-196), como el canónigo sevillano Juan de Robles en un tratado asimismo en forma de
diálogo consideraría algunos de los problemas que los andaluces
tenían en la escritura derivados de su pronunciación dialectal55.
En realidad, las cuestiones concernientes al lenguaje generalmente
interesaban a los cultos y eran motivo de intensas discusiones entre los hombres de letras, recuérdese la disputa entre Fernando de
Herrera y el Prete Jacopin, y es natural que la literatura se hiciera
eco de esta problemática, convirtiendo en tópicos algunos de sus
aspectos. Ya Nebrija, que señalaría el toledanismo de alfil ‘agüero’
y el uso de “orrio, en la Montañas”, al registrar voces de su tierra
(alcaucil, alfajor, aljofifar, lama, orosuz, etc.), a veces notaba el regionalismo con in Baethica mea utuntur o in Baethica mea uocant.
3.1.2. Realmente son pocos los autores del Siglo de Oro que de
una u otra manera no hacen tema literario de cuestiones referidas
a la lengua. El mismo Mateo Alemán, que en su Guzmán de Alfarache reiteradamente se sirve de asuntos del lenguaje y del problema
ortográfico con sus implicaciones fonéticas, sería capaz de publicar
uno de los más notables e innovadores tratados de esta materia
(Ortografía). Pero si semejante impregnación del tema lingüístico
en el quehacer literario pudo darse, seguramente fue porque los
gramáticos y otros tratadistas del género no acapararon la doctrina ni lograron el unánime acatamiento de las gentes cultas, pues
todo lo concerniente a la lengua merced a todo tipo de lecturas, de
suponer es que por medio oral también, se hizo lugar común para
general aprovechamiento. Véase que, por ejemplo, la forma pero le
sirve a Valdés para hacer un juego de palabras (Diálogo, 107):
Pacheco. Assí es verdad, pero…
Valdés. Esse pero, si no os lo quisiéredes comer, tragáoslo por agora,
55
Primera parte del “Culto sevillano” (Sevilla, 1631), Biblioteca Capitular y Colombina de
Sevilla, ms. 82-3-24. Este erudito clérigo también hace continuas llamadas a una selección
lingüística que rehuyera la oscuridad, ridiculizando el exagerado rebuscamiento cultista.
64
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
y Mateo Alemán, sin haber leído el texto valdesiano, también conseguirá sacarle punta literaria al doble valor, conjuntivo y sustantivo, de esta forma. Efectivamente, el escritor sevillano agudamente
juega con la doble categoría de pero, empleándola primero como
conjunción y luego en oposición a manzana como sustantivo, aprovechando la alusión bíblica y la mayor difusión y amplitud semántica de este término (general) frente al particular del de doble referencia (Guzmán, II, 54):
Tenía las calidades que pide semejante plaza. Mas en medio della, en
lo mejor de todo, estaba sembrado un pero. Manzana fue nuestra general
ruina, y pero la perdición de cada particular.
Es más, el propio Valdés no solo ironiza con las bachillerías y gramatiquerías, sino que juzga poco efectivo el adoctrinamiento gramatical en la lengua romance, “porque es la más rezia cosa del mundo
dar reglas en cosa donde cada plebeyo y vulgar piensa que puede
ser maestro” (Diálogo, 93), pues además es de la opinión de que la
lengua materna no solo se aprende, sino que también se mejora,
por el uso y no por el estudio de la gramática:
Porque he aprendido la lengua latina por arte y libros, y la castellana por
el uso, de manera que de la latina podría dar cuenta por el arte y por los
libros en que la aprendí, y de la castellana no, sino por el uso común de
hablar56.
Y no por ilustrativo el caso de Juan de Valdés resulta ejemplo
ni mucho menos único de esta postura antigramatical, que no solo
responde a una situación muy real de la enseñanza en aquellos
siglos, como Lázaro Carreter (1985: 189) puso de relieve cuando
advirtió que hasta bien avanzado el XVIII “la enseñanza de la lengua
española estuvo siempre limitada a la escuela, siendo… eminentemente práctica: los maestros se limitaban a enseñar a los niños a
leer y escribir”, y esto porque “parecía absurdo dedicar algún tiempo a la enseñanza de esa especie de canto no aprendido que es el
lenguaje, que el niño adquiere mientras juega con sus amigos, y
que perfecciona en el trato social; no había que explicar sus re56
Diálogo, 43. Pero aunque en este pasaje el erasmizante conquense solo menciona el
“uso común de hablar”, se entiende que está refiriéndose al de los mejores hablantes, al socialmente prestigiado, algo que en otros pasajes claramente expresa (“los que hablan bien”,
“los hombres bien hablados”, “el bien hablar”), pero de su modelo lingüístico asimismo eran
responsables “los que se precian de scrivir el castellano pura y castellanamente”, “los que
scriven con cuidado”, “los más primos en el scrivir”. Como tantos otros autores del Siglo de
Oro pensaron, según en otra parte he puesto de relieve (2002: 77-78).
HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE
65
glas”. Así eran, pues, las cosas y no fueron pocos los que, como
el humanista de Cuenca, dejaron escrita tan extendida opinión,
Vicente Espinel entre ellos, quien ridiculiza las “bachillerías, llenas
de ignorancias gramaticales”, así como las “muchas reglas, mal sabidas y peor enseñadas”, pues por abusar de ellas:
realmente son culpados los maestros de las lenguas que se aprenden por
reglas, porque faltaron los que las hablauan, porque las ordinarias fácilmente se aprenden con oyrlas a los que las hablan, y los que las aprenden
para saberlas, y no para enseñarlas, con que entiendan el libro que les
leyeren, sabrán más que sus maestros57.
3.1.3. Cervantes con toda seguridad aprendió en Madrid gramática latina, cuyo conocimiento era fundamental y previo a los
estudios humanísticos58, circunstancia educativa que el de Alcalá
trata en el Quijote a propósito del hijo del hidalgo del Verde Gabán
(II, 16) y pone en boca del español Antonio, quien, dando cuenta
de su persona, relata:
Yo, según la buena suerte quiso, nací en España, en una de las mejores
provincias della. Echáronme al mundo padres medianamente nobles.
Criáronme como ricos. Llegué a las puertas de la gramática, que son aquellas por donde se entra a las demás ciencias. Inclinóme mi estrella, si bien
en parte a las letras, mucho más a las armas (Persiles, 161).
Con la alusión al gramático, es decir el maestro de latín, ironiza
Cervantes ya en el prólogo de 1605, “y con estos latinicos y otros
tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de poca
honra y provecho el día de hoy”, y luego saldrá a colación la gramática en el burlesco diálogo entre el bachiller Sansón Carrasco y
Sancho Panza:
Esos no son gobernadores de ínsulas --replicó Sansón--, sino de otros gobiernos más manuales, que los que gobiernan ínsulas por lo menos han
de saber gramática.
----Con la grama bien me avendría yo --dijo Sancho--, pero con la tica ni me
tiro ni me pago, porque no la entiendo (II, 3).
Estas críticas hacia la excesiva erudición gramatical y latinizante
57
Relaciones, 26r-v. Indudablemente, para Espinel el latín era lengua de las que se aprendía por reglas, y el español se contaba entre las ordinarias, que “fácilmente se aprenden con
oyrlas a los que las hablan”.
58
Márquez Villanueva rechaza la tradición de que Cervantes hubiera estudiado en Sevilla, pues fue “su único conocido maestro, el humanista y sacerdote Juan López de Hoyos”,
negando “sus años de pretendida adolescencia (1563 y 1564)” en la capital andaluza, y se
pregunta si “¿habrá dificultad en admitir que Cervantes fue en lo esencial un autodidacto?”
(2005: 130-131).
66
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
no son sino una manifestación de lo que se había convertido en
lugar común para muchos hombres de letras, y sin duda están en
consonancia con el rechazo cervantino a la hojarasca de erudición
libresca al uso que repudia en el primer prólogo del Quijote. Ahora
bien, la formación escolar que en su juventud recibió Cervantes
sin duda le resultó muy útil en su quehacer literario, y no solo por
los latines con que de vez en cuando adereza su novela quijotesca,
por lo general con intención cómica o burlesca (Rosenblat, 1995:
16-17), sino porque con la gramática latina se familiarizó con la
retórica, de tanta utilidad para un escritor de la época, sobre todo
si sabía servirse de ella con discreción, y tal fue el caso del autor del
Quijote, y también con la etimología, disciplina provechosa para el
manejo e invención de nombres “significantes”.
Aunque en vida se le consideró “ingenio lego” a Cervantes, por
no haber alcanzado grado universitario alguno, sin embargo su solidez intelectual está fuera de cualquier duda, pues, según Márquez
Villanueva concluye su visión de esta faceta de la personalidad cervantina (2005: 73):
Cervantes no es un filósofo, pero la obra imperecedera requiere la savia
vital de su implantación armónica en un pensamiento sólido y de permanente valor humano. Es algo que a todo gran poeta parece venirle
sin proponérselo y como si no le costara ningún trabajo, pero que tiene
detrás muchas vigilias en que la chispa creadora salta al choque solo con
el quehacer intelectual de los tiempos.
Tantas y tantas de esas vigilias cervantinas sin duda estuvieron
dedicadas a una lectura por la que el de Alcalá se sintió fuertemente acuciado, declarada por medio del narrador, que, en primera
persona, dice: “estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un
muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero;
y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles,
llevado desta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el
muchacho vendía y vile con caracteres que conocí ser arábigos”
(I, 9). Los humanistas sintieron auténtica pasión por la lectura,
en la que tanto encontraron la mejor y más abundante fuente de
conocimientos como sosiego para el espíritu, lo que Maquiavelo,
perdida su influencia política y retirado en sus posesiones rurales
de Sant’Andrea in Percussina, con hermosas palabras en carta a
Francesco Vettori del 10 de diciembre de 1513 declara haber leído
en su destierro campesino a autores como Tibulo y Ovidio, Dante
y Petrarca (Granada, 1997: 14):
HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE
67
Llegada la tarde, vuelvo a casa y entro en mi escritorio. En el umbral me
despojo de la ropa de cada día, llena de fango y porquería, y me pongo
paños reales y curiales. Vestido decentemente entro en las antiguas cortes
de los antiguos hombres, donde --recibido por ellos amistosamente-- me
alimento con aquella comida que es verdaderamente solo mía y para la
cual nací. No me avergüenzo de hablar con ellos y de preguntarles la
razón de sus acciones y ellos por su humanidad me responden; durante
cuatro horas no siento pesar alguno, me olvido de todo afán, no temo la
pobreza, no me acobarda la muerte: todo me transfiero en ellos.
3.1.4. La lectura y el lector son motivos de frecuentes menciones en el Quijote, con importante peso argumental también. Con
gran realismo se describe la escena en la que el semialfabetizado
cuadrillero “sacando del seno un pergamino, topó con el que buscaba, y poniéndosele a leer de espacio, porque no era buen lector, a
cada palabra que leía ponía los ojos en don Quijote y iba cotejando
las señas del mandamiento con el rostro de don Quijote, y halló
que sin duda alguna era el que el mandamiento rezaba” (I, 45).
Claro está que Grisóstomo, “un hijodalgo rico” que “había sido estudiante muchos años en Salamanca”, había de tener en su lugar
“opinión de muy sabio y muy leído” (I, 12), y es natural que leyera
Vivaldo, uno de los “dos gentileshombres de a caballo” que acudían al entierro de Grisóstomo (I, 13), y para la época era asimismo
normal que una dama como Dorotea, hija de “labradores, gente
llana, sin mezcla de alguna raza malsonante y, como suele decirse,
cristianos viejos ranciosos, pero tan ricos, que su riqueza y magnífico trato les va poco a poco adquiriendo nombre de hidalgos, y aun
de caballeros”, de sí diga que “me acogía al entretenimiento de leer
algún libro devoto, o a tocar un harpa” (I, 28), como después asegurará que “ella había leído muchos libros de caballerías y sabía bien
el estilo que tenían las doncellas cuitadas cuando pedían sus dones
a los andantes caballeros” (I, 29), aunque esta aseveración desde el
punto de vista argumental seguramente supone una incoherencia
narrativa de Cervantes, tal vez como la de que Leonela, doncella
de Camila, pudiera decir “de coro” todo un abecé amoroso (cfr.
3.2.1.)59.
59
Efectivamente, y como el anotador de la ed. Rico señala, “antes, Dorotea había dicho
que solo leía libros devotos” (I, 367, n. 13). Y no se cohonesta con la línea denigratoria de
las novelas de caballerías que en el Quijote se mantiene el que el cura, principal actor del
escrutinio de la biblioteca del hidalgo manchego, concluya con un aprobatorio o utilitario
“pues no es menester más…” cuando Dorotea presume de esa clase de lecturas. Pero ya se
sabe que no son raras incongruencias como esta en la, sin embargo, gran novela cervantina.
68
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
En cualquier caso, la mujer desde mucho antes, aunque minoritariamente, había entrado en el número de los que leían y escribían, y así Juan del Encina compondría un abecedario “a una dama
que le pidió una cartilla para aprender a leer”, bien es verdad que
tal petición no deja de ser excusa para que el poeta componga
unos versos en los que el tema ortográfico, con innovadoras percepciones fonéticas de las grafías, se complementa con el del amor
cortés:
porque creo que burláys
y es razón que no lo crea:
no ay cosa que buena sea
que vos ya no la sepáys60.
Y Bartolomé de Torres Naharro, aunque se hace eco de la negativa situación de la mujer para hacer literatura y publicarla:
Pues vengamos a sentir
quáles nos pornían ellas
si caso fuesse que a ellas
fuesse dado el escrevir61,
pues sin duda a la cuestión editorial se refieren estos versos, una
de las epístolas de su libro la dirige un galán a su dama a la que
reprocha:
60
En la línea de Nebrija, que procura atender a la pronunciación en su ortografía, de
acuerdo con lo cual el humanista andaluz propone escribir m ante b y p, en lugar de n, de
tanto uso medieval, Encina al decir “la z, zelo y afición” está afirmando la igualdad fónica
de los sonidos anteriormente correspondientes a la z y a la c; y describe la aspiración en los
versos “y es la h el sospirar / que siempre, siempre os embío” (Cancionero, 70r). Aunque en la
ed. Rico se dice que el alfabeto amoroso “más célebre es el que aparece en Lope de Vega” (I,
440, n. 40), no es comparable al salmantino de 1496, que no se cita. Pero en Lope son dos
los alfabetos, el que Peribáñez dedica a Casilda, de 21 letras y por cierto sin la y griega, y el
que esta le devuelve, de 19 (Peribáñez, 69-72).
61
Propaladia, en jornada II de Seraphina. En La elección de los alcaldes de Daganzo el bachiller
Pesuña le pregunta a Humillos si sabe leer, y este presume de iletrado y es mordaz con las
mujeres lectoras:
No, por cierto,
ni tal se probará que en mi linaje
haya persona tan de poco asiento,
que se ponga a aprender esas quimeras,
que llevan a los hombres al brasero
y a las mujeres, a la casa llana,
pero es evidente aquí el estereotipo literario, con el problema inquisitorial y la misoginia al
fondo (Cervantes, Entremeses, 73).
HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE
69
y no quieres ver mis cartas
ni tomallas en tus manos62.
En el siglo XVI no serán pocas las mujeres alfabetizadas, y no
solo las de alcurnia, sino también de diversa, incluso humilde, condición social63, y a mediados de esta centuria el bigardo fraile Orellana testimonia casos de muchachas conquenses de buena familia
que se esforzaban en aprender a escribir o que leían las cartas que
desde la prisión les dirigía, a una de las cuales le da instrucciones
para “escrevir secreto” (Cautiverio, 91, 100, 151). Por lo general, en
los textos epistolares femeninos se observa que sus autoras habían
recibido una instrucción distinta a la de los varones de su entorno
familiar y social, y esto tanto en España como en América, así durante siglos. De una rica familia cuzqueña de principios del XVIII
eran los hermanos Juana y Pedro de Oquendo; pues bien, Pedro,
abogado de profesión, escribe una carta con mejor caligrafía y corrección que la de su hermana, aunque la de esta tampoco sea de
bajo nivel cultural64.
En el Quijote lee Dorotea, igual que Luscinda, quien pide prestado a Cardenio “un libro de caballerías en que leer, de quien era
ella muy aficionada, que era el de Amadís de Gaula” (I, 24), con más
razón aún la duquesa, cuya dueña doña Rodríguez de su hija dirá
que “lee y escribe como un maestro de escuela y cuenta como un
avariento” (II, 48), y de la sobrina de don Quijote en el expurgo libresco se da a entender que estaba alfabetizada, y explícitamente lo
afirma el hidalgo manchego al decir “que en viéndola (la libranza
pollinesca) mi sobrina no pondrá dificultad en cumplilla” (I, 25).
La divisoria sociocultural está marcada de un lado por Teresa Panza y Sanchica, iletradas, como la mujer e hija del ventero andaluz
con su criada Maritornes, pero estas con gusto por oír la lectura
común en la venta, así como en la advertencia que la muchacha
recibe de su madre: “calla, niña --dijo la ventera--, que parece que
62
Propaladia, en la segunda de las Epístolas familiares.
Publiqué en facsímil la carta autógrafa de una monja originaria de Ayamonte y escrita
en Sevilla el año 1596 (1993: 44). Muchas de las misivas enviadas desde América por emigradas andaluzas son dictadas, pero también se encuentran originales, así dos que desde
México dirigió Juana Bautista a su hermana Marina de Santillán, residente en Sevilla, el 18
de marzo de 1572 y el 21 de febrero de 1574, respectivamente: Archivo General de Indias
(AGI), Indiferente General, legajo 2056.
64
Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Pleitos Civiles, Pérez Alonso, Olvidados,
caja 187-2.
63
70
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
sabes mucho destas cosas, y no está bien a las doncellas saber ni hablar
tanto” (I, 32)65.
Es natural que como Grisóstomo leyeran Cardenio y el cautivo, e incluso el paje ducal que lleva la carta de doña Casilda a
Teresa Panza: “no hay para qué se llame a nadie, que yo no sé
hilar, pero sé leer y la leeré” (II, 50); como en el verismo histórico
entra que fueran analfabetos Sancho y el ventero andaluz. Pero
en el siglo XV, y señaladamente por iniciativa de los Reyes Católicos, se establecen en muchos lugares escuelas de primeras letras
en romance66, de donde se seguiría un ensanchamiento cada vez
mayor de la comunidad lectora, circunstancia a la que hace referencia don Quijote cuando aconseja a Sancho que la libranza de
los pollinos que iba a escribirle “en el librillo de memoria que fue
de Cardenio”:
tú tendrás cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra, en el
primer lugar que hallares donde haya maestro de escuela de muchachos, o,
si no, cualquiera sacristán te la trasladará, y no se la des a trasladar a ningún escribano, que hacen letra procesada, que no la entenderá Satanás
(I, 25).
Por eso en absoluto resulta chocante que el ventero andaluz
diga que “cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas
muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer” (I, 32). Efectivamente, la lectura y la escritura se habían extendido mucho a
principios del siglo XVII entre gentes populares, naturalmente por
comparación a épocas anteriores, pues aún quedaban nutridas masas de analfabetos, y el manejo de fuentes de archivo da muchas
pruebas de ello. Pero es la correspondencia de los emigrados a
Indias en los siglos XVI y XVII donde con la mayor riqueza de datos se
puede apreciar el dominio de la escritura en la España de la época,
pudiéndose advertir que se hallaba más extendida de lo que suele
pensarse, y entre no pocos individuos de bajo nivel sociocultural,
situación sobre la que Cervantes apunta un indicio cuando Teresa
“dio un bollo y dos huevos a un monacillo que sabía escribir” para
65
Estas tres mujeres y el ventero “escuchan” las lecturas de algún segador en la venta, “y
rodeámonos dél más de treinta y estámosles escuchando con tanto gusto, que nos quita mil
canas” (I, 32).
66
Los libros de repartimientos del reino de Granada después de su reconquista abundan
en dotaciones económicas para el establecimiento y mantenimiento de estas escuelas, y también estaban los que establecían su propio negocio escolar o enseñaban a domicilio.
HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE
71
que le redactara dos cartas, “una para su marido y otra para la duquesa” (II, 50)67.
3.1.5. Otra cosa es que la ficción lleve a manifiestas exageraciones en esta cuestión, pero no resultan engañosas para el lector
mínimamente avisado, pues responden a clichés literarios bien conocidos y sus claves fácilmente se descubren en la misma contextualidad. Es lo que se verifica a propósito de la “nueva y pastorial
Arcadia” que amo y escudero encontraron en bosque próximo al
castillo ducal aragonés, formada por habitantes de “una aldea que
está hasta dos leguas de aquí”, todos, como no podía de otra manera ser, “gente principal y muchos hidalgos y ricos”, “vistiéndonos
las doncellas de zagalas y los mancebos de pastores”, dicen, y que
“traemos estudiadas dos églogas, una del famoso poeta Garcilaso,
y otra del excelentísimo Camoes en su misma lengua portuguesa”,
las dos muchachas que en la idílica floresta se hallaban conocedoras del primer libro quijotesco, así como el hermano de una de
ellas, “el gallardo pastor”, que a don Quijote confiesa “haber leído
su historia” (II, 58).
Aunque no en igual grado, idealizados están los pastores que
acompañarán a don Quijote al entierro de Grisóstomo, cuyo cuerpo muerto “alrededor dél tenía en las mesmas andas algunos libros
y muchos papeles, abiertos y cerrados” (I, 13), particularmente el
cabrero Antonio del que sus compañeros dicen que “es un zagal
muy entendido y muy enamorado, y que, sobre todo, sabe leer y escrebir y es músico de un rabel, que no hay más que desear” (I, 11). Y
a la idealización pastoril se debe, más aún, la estampa de Eugenio,
que cuenta la historia de su amada Leandra, por supuesto también
lector, “a lo que se lee en los libros de caballeros andantes” dice, el
cual era “tan lejos de parecer rústico cabrero cuan cerca de mostrarse discreto cortesano” a juicio del canónigo toledano, quien
“así, dijo que había dicho muy bien el cura en decir que los montes
criaban letrados” (I, 52)68. Se conjuga aquí, pues, el asendereado género literario con el lugar común sociocultural, pues poco antes se
presenta a dicho pastor “dándole voces a una cabra” y “diciéndole
palabras a su uso, para que se detuviese o al rebaño volviese”, pala67
Un muestreo de misivas autógrafas de vascongados, castellanos, extremeños y andaluces, de entre tantas otras que cabría presentar, puede consultarse en mi libro de 1999.
68
Del mismo cabrero Eugenio había dicho el cura “que ya yo sé de esperiencia que los
montes crían letrados y las cabañas de los pastores encierran filósofos” (I, 50).
72
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
bras que por supuesto no aparecen en la narración, y sí un razonamiento del mejor nivel retórico (I, 50).
Especial mención merece el caso de la dueña del corazón de
don Quijote, de la que este, sorprendentemente, descubre que “a
lo que yo me sé acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer” (I, 25),
pasaje que el anotador de la ed. Rico explica así: “Se ha notado al
propósito que saber leer y escribir podía incluso ser interpretado
como un desdoro” (I, 309, n. 82), pero esto lo dice el caballero andante justamente después de afirmar que su sobrina sí sabía. Esta
anotación sí conviene al reproche que la mujer del ventero andaluz
le hace a su hija, por referencia a Dulcinea no corresponde al argumento de la novela, en el que todas las damas son instruidas, ni
al empeño de don Quijote en enviarle una misiva, preguntándole
luego a Sancho: “¿qué rostro hizo cuando leía mi carta?” (I, 30). En
este punto las incoherencias narrativas se suceden, sin descartar
aquí un rasgo de comicidad, pues mientras don Quijote insta a Sancho que no le mienta, confesando este no haber llevado la carta
y el caballero andante que ya lo sabía, a continuación el amo le
preguntará al escudero: “cuando le diste mi carta, besola?”, respondiéndole Sancho que Dulcinea le había dicho: “poned, amigo, esa
carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta que acabe de acribar
todo lo que aquí está”, y argumentando don Quijote: “eso debió
de ser por leerla despacio y recrearse con ella”. En pura lógica, de
estos pasajes se desprendería que Dulcinea sabía leer, algo que parece corroborar a continuación don Quijote al inquirir sobre “¿qué
hizo cuando leyó la carta?”, aunque concluyentemente “la carta –dijo
Sancho– no la leyó, porque dijo que no sabía leer ni escribir, antes la
rasgó y la hizo menudas piezas, diciendo que no la quería dar a leer
a nadie” (I, 31).
Y necesariamente había de ser letrada Dulcinea, aunque solo
fuera porque para don Quijote “su calidad por lo menos ha de ser
de princesa, pues es reina y señora mía” (I, 13). Ahora bien, estas
páginas del Quijote constituyen un verdadero quid pro quo desde el
punto de vista argumental, incongruencias que en el conjunto de
la novela quijotesca solo llaman la atención por su enrevesamiento en tan corto espacio textual, y por la chocante atribución de
analfabetismo de don Quijote a Dulcinea en una ocasión. Aunque,
bien mirado, alguna coherencia puede descubrirse en esta puntual
coincidencia entre don Quijote y Sancho respecto del analfabetis-
HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE
73
mo de Dulcinea, pues el caballero andante lo afirma cuando también le revela al escudero la condición rústica de su amada, como
hija que era de Lorenzo Corchuelo y de Aldonza Nogales. Parece
ser, pues, que el realismo social, aunque literaturizado, le desbarató los papeles a Cervantes en este punto de su novela. A las lecturas
y saberes de las mujeres que desfilan por las páginas del Quijote ha
dedicado un documentado estudio Marín Pina (2005).
3.2. LA ERUDICIÓN Y SUS TÉRMINOS
3.2.1. El ambiente acusadamente filológico, que el humanismo
tanto favoreció, en la literatura dejó abundante cosecha terminológica, y algunas voces de raigambre cultista incluso llegaron a hacerse del todo populares. Un ejemplo de ello es retórica, que en plural
tomó el significado familiar de ‘sofisterías o razones que no son del
caso’ (DRAE), en el español regional de Aragón popularmente alterado en retólicas. Pues bien, en el Quijote encontramos este término tanto con su sentido especializado, incluso fonéticamente ultracorrecto, “¿y qué mayor (disparate) que pintarnos un viejo valiente
y un mozo cobarde, un lacayo rectórico, un paje consejero…” (I,
48), como con acepción y forma ya popularizadas: “las mozas, que
no estaban hechas a oir semejantes retóricas…” (I, 2), “el ventero,
por verle ya fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con
más breves palabras…” (I, 3), “yo no os entiendo, marido –replicó
Teresa--: haced lo que quisiéredes y no me quebréis más la cabeza
con vuestras arengas y retóricas” (II, 5).
La expansión de la lectura, con el consiguiente aumento del
número de los que escribían, además del preponderante papel que
la imprenta cobró en la difusión científica y cultural, y el mismo
impulso humanístico al estudio de las lenguas vulgares, no solo
conllevaron el interés por la ortografía de gramáticos y otros tratadistas, sino que derivaron en una creciente divulgación de la letra
en la fraseología común. La expresión actual llámalo hache, fundada
en el doble valor e irregular uso que tuvo la h, ya era popular en
el siglo XVII con la variante llámese ache ‘es lo que no importa que lo
nombremos desta o de otra manera’, recogida por Correas (Refranes, 754). Y el dicho no saber jota nada menos que ya está en Torres
Naharro, “desto ño sabréys vos jota”, con similar mención y senti-
74
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
do por referencia a la g: “y zagal soy bien sabido / y hasta la g he
aprendido”69. Tanto el simbolismo de las letras, como los sentidos
figurados que en el habla común adquirieron, en muchos autores
del Siglo de Oro se hicieron corrientes motivos literarios, de manera muy marcada en Gracián (Frago, 2004b: 13-17).
En el Quijote se halla un alfabeto amoroso en la tradición del
que Juan del Encina puso en verso, con las sucesivas letras iniciales
de distintas palabras, la o de honesto porque la h no se pronunció
o porque en el original no figurara, y aunque el de Cervantes no
tiene la perfección del ideado por el poeta salmantino, es muestra
de la implicación de la ortografía en la literatura traída por el humanismo renacentista. Se trata, pues, de la sarta de alabanzas que
Leonela dedica a Lotario:
Él es, según yo veo y a mi me parece, agradecido, bueno, caballero, dadivoso, enamorado, firme, gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, noble,
honesto, principal, quantioso, rico y las eses que dicen, y luego tácito, verdadero. La x no le cuadra, porque es letra áspera; la y ya está dicha; la z,
zelador de tu honra.
Riose Camila del abecé de su doncella y túvola por más plática en las
cosas de amor que ella decía… (I, 34)70.
Son 22 letras en Cervantes y 24 en Juan del Encina. En este la
l es de lealtad, la n de nobleza, la z de zelo; en el Quijote, respectivamente leal, noble, zelador, y a la x “áspera” en el anterior corresponden los versos:
y es la x, si miráys
diez mil xaques descubiertos
que son mates más que muertos
que con la vista me days.
En el Quijote la y “ya está dicha” es variante de la i, en el Cancionero de 1496 claramente la pitagórica:
Y la y, que no se yguala
nadie a vuestra perfeción.
Pero si expresamente en el Quijote no se da ningún relieve a esta
letra, en opinión de Rico se “plantea el tema de la Y pitagórica, o
69
Propaladia, en Égloga o farsa del Nascimiento…, en la qual se introduzen tres pastores y un
hermitaño.
70
En misiva a una dama conquense hacia 1550 fray Pedro de Orellana le dice: “Començé
ayer viernes con un abc qu’en alabança de mi señora hize, mas estoy tan triste y flaco que
luego me canso” (Cautiverio, 151). Se trataría de un abecé amoroso semejante al de Juan del
Encina.
HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE
75
sea, la comparación de la vida humana con un camino que se bifurca en una senda ancha y otra angosta” (I, 851, n. 55), a propósito
del consejo de don Quijote a don Lorenzo sobre “dejar a una parte
la senda de la poesía, algo estrecha, y tomar la estrechísima de la
andante caballería” (II, 18), también en alusión al pasaje “que la
senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio, ancho y
espacioso” (II, 6), tema que Egido desarrolla en relación con la encrucijada de caminos, tópico universal, donde el caballero andante
deja que Rocinante decida, tomando la senda más fácil, “que fue
el irse camino de su caballeriza”, dando así Cervantes un inusitado
giro al tópico de “encrucijadas, Y pitagóricas y bivios humanos que
simplificaban en la elección dual el camino de la existencia” (2007:
42-44). En el discurso de su recepción académica esta estudiosa
ofrece una profunda visión de la presencia simbólica de la letra de
Pitágoras en la cultura clásica (2014).
Ciertamente, la y fue signo de gran uso en la escritura medieval,
frecuentemente adornado por un trazo curvo superpuesto, ornamentación que duraría siglos mediante un punto sobre cada astil
o uno entre ellos, que aún se hallaría en Francisco de Goya o en
Rubén Darío, siempre letra mítica, pues, y mantenida hasta bien
entrado el siglo XX, a pesar de cánones ortográficos. En el Quijote lo
ideal y lo real se combinarían en los distintos pasajes considerados
por Rico y Egido, aunque lo cierto es que en su abecé la y griega
está subsumida en la i latina. De todas maneras, incluso nominalmente Mateo Alemán muy poco antes se había referido expresamente al simbólico signo gráfico, lo que no hace Cervantes en su
novela, al describir el fabuloso monstruo nacido en Rávena el año
1512 poco antes de su saqueo: “Faltábale los brazos y diole naturaleza por ellos en su lugar dos alas de murciélago. Tenía en el pecho
figurado la Y pitagórica y en el estómago hacia el vientre una cruz
bien formada” (Guzmán, I, 119).
La mención del punto como señal de precisión, resultante de su
empleo como rasgo ortográfico y de la por entonces generalizada
superpuntuación de la i, de donde el dicho poner los puntos sobre las
íes, se encuentra hecho uso común y de acepción figurada en Cervantes, “ahí está el punto --respondió don Quijote-- y ésa es la fineza
de mi negocio” (I, 25), igual que los derivados puntoso (II, 1) o puntuoso (II, 50), así como la expresión andar en puntillos: “el discreto y
cristiano no ha de andar en puntillos con lo que quiere hacer el cielo”
76
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
(II, 58). Y procedentes de tilde se registrarán atildadura (II, 47) y
atildar (II, 66)71. Esto también se descubre en los ambientes cultos
de la América hispana, verbigracia con los siguientes versos de una
chanzoneta a los maitines de San Pedro de la catedral de México,
de 1654 (Beuchot, 1997: 162):
Reparando de la vida
comas, ápices y tildes,
ya Valerios por lo flaco,
ya Escotos por lo sutiles.
3.2.2. Como sinónimos se emplean en el Quijote los verbos traducir (con el sustantivo traducción) y volver, este con la marca prepositiva en: “fue felicísimo en la tradución de algunas fábulas de Ovidio” (I, 6), “prometió de traducirlos bien y fielmente” (I, 9), “poco
a poco lo fue traduciendo” (I, 40), “lo mesmo harán todos aquellos
que los libros de verso quisieren volver en otra lengua” (I, 6), “volviendo de improviso el arábigo en castellano” (I, 9). Y también sinonímicamente se registran en el Quijote los nombres intérprete y
traductor referidos al morisco del que se sirvió el narrador para enterarse del contenido de los cartapacios de Toledo: “y puesto que
aunque los conocía no los sabía leer, anduve mirando si parecía
por allí algún morisco aljamiado que los leyese” (I, 9); “llegando a
escribir el traductor desta historia este quinto capítulo…”, “por este
modo de hablar, y por lo que más abajo dice Sancho, dijo el tradutor
desta historia que tenía por apócrifo este capítulo” (II, 5).
Suficientes son estas citas para demostrar el interés que Cervantes sentía por las buenas traducciones, sabedor de los problemas
que suponía la versión de una lengua a otra, en poesía principalmente, y en especial le duelen las malas versiones de Ariosto. En
toda esta cuestión digno de notarse igualmente es el verismo con
que nuestro autor pinta la actitud reflexiva del renegado ante el
“papel morisco” de Zoraida mientras para sus adentros lo traducía,
el cual “abriole, y estuvo un buen espacio mirándole y construyéndole, murmurando entre los dientes” (I, 40).
Sabemos que Cervantes estaba familiarizado con todo tipo de
documentos, privados y públicos, y él mismo redacta memoriales
y relaciones de gastos, firma poderes y contratos. De propia expe71
“Las subtilizaron y atildaron” en Cervantes (Entremeses, Prólogo, 9); asimismo “cumpliráse al pie de la letra, sin que falte una tilde” y “no se meta en puntillos” (Rinconete, 68).
HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE
77
riencia conocía muy bien lo que era una carta de pago, y una libranza,
con la que en el Quijote juega como sinónimo de cédula ‘documento
en que se reconoce una deuda u otra obligación’ (DRAE), de la
cual se da un modelo burlesco que según Sancho forzosamente se
había de firmar y rubricar, aunque don Quijote asegura que sola su
rúbrica bastaba (I, 25). Asimismo se mencionan la carta misiva, y el
librillo (o libro) de memoria, junto a los términos escriturarios de borrador, bosquejo, notar ‘dictar’ y trasladar ‘copiar’, que se debía hacer
de buena letra y no con la letra procesada de ningún escribano, “que
no la entenderá Satanás” (I, 23, 25, 40)72.
3.2.3. Un ejemplo de la erudición cervantina en materia de lenguaje presenta diversas caras, una de las cuales tiene que ver con
el perfeccionismo del de Alcalá en su conocimiento y manejo del
léxico, manifiesto por ejemplo en esta relación de instrumentos
musicales:
¡Válame Dios –dijo don Quijote--, y qué vida nos hemos de dar, Sancho
amigo! ¿Qué de churumbelas han de llegar a nuestros oídos, qué de gaitas
zamoranas, qué de tamborines y qué de sonajas y de rabeles! Pues ¡qué si destas diferencias de músicas resuena la de los albogues! Allí se verá casi todos
los instrumentos pastoriles…
La consiguiente intervención del escudero, “¿qué son albogues
--preguntó Sancho--, que ni los he oído nombrar, ni los he visto en
toda mi vida?”, da pie al autor para satisfacer su afición por la definición de las palabras:
Albogues son --respondió don Quijote-- unas chapas a modo de candeleros
de azófar, que dando una con otra por lo vacío y hueco hace un son, que,
si no muy agradable ni armónico, no descontenta y viene bien con la
rusticidad de la gaita y del tamborín,
para de ahí pasar a una auténtica lección sobre el arabismo en
nuestra lengua:
Y este nombre albogues es morisco, como lo son todos aquellos que nuestra lengua castellana comienzan por al, conviene a saber: almohaza, almorzar, alhombra, alguacil, alhucema, almacén, alcancía y otros semejantes, que
deben ser pocos más; y solos tres tiene nuestra lengua que son moriscos y
acaban en í, y son borceguí, zaquizamí y maravedí; alhelí y alfaquí, tanto por
el al primero como por el í en que acaban, son conocidos por arábigos
(II, 67).
72
También librillo de memoria y libro de memoria (Rinconete, 28, 67, 72).
78
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
Naturalmente, no deja de ser argumentalmente interesada la
quijotesca excusa final de que “esto te he dicho de paso, por habérmelo reducido a la memoria la ocasión de haber nombrado
albogues”, como seguramente forzada es la pretendida ignorancia
sanchesca del referido instrumento, desencadenante de estos eruditos pasajes73.
En materia lingüística Cervantes sobradamente destaca por su
conocimiento y manejo del léxico, a menudo para el juego literario, y también como muestra de su prestancia cultural, pues para el
humanista era señal de distinción saber de las cosas del lenguaje. A
veces ocurre que se refiere un objeto sin nombre preciso, y el crítico
actual duda en su comprensión por creerlo solo de uso antiguo, y es
lo que sucede a propósito de la siguiente cita de la carta de Sancho a
don Quijote: “Quisiera enviarle a vuestra merced alguna cosa, pero
no sé qué envíe, si no es algunos cañutos de jeringas que para con
vejigas los hacen en esta ínsula muy curiosos”, interpretado en la ed.
Rico “parece referirse a los tubos y odres de las gaitas de fuelle” (II,
51, n. 34). Sin embargo, no es probable que el regalo de semejante
instrumento pudiera estar en la mente del gobernador baratario ni
en sus gustos y costumbres, sino la humilde vejiga del cerdo sacrificado puesta a secar entre salvado o afrecho, con la que los muchachos rurales hasta hace poco han jugado a hincharla soplando por
un canuto, como el ‘cañoncito delgado’ del tubo de la jeringa. Esto
es sin duda lo que Sancho “le manda jocosamente al cuaresmal don
Quijote” en un momento carnavalesco más de la narración de su
gobierno insular (Redondo 1978: 62), la vejiga porcina con su canuto, que serviría de diversión a la gente menuda, pues aunque dicho
estudioso no identifica el objeto en cuestión, este es el que cuadra
con el espíritu y la letra del envío epistolar de Panza.
3.3. MUESTRAS FORMULARIAS
3.3.1. Cervantes concede mucho valor al buen uso de la lengua hablada en la modulación del estilo y de la “norma”, pero más
73
Aunque la definición que Covarrubias da a albogue, ‘es cierta especie de flauta o dulçaina de la qual usavan en España los moros especialmente en sus çambras’, parece indicar el
arcaísmo de la voz, la que ofrece para alboguero está en presente, ‘el que tañe esta flauta’,
añadiendo además un refrán con este término (Tesoro, 67). Esto, las entradas albogue, albogón
y alboguero del Autoridades y, sobre todo, la precisa descripción del instrumento por don Quijote con referencia a su uso pastoril, hace poco verosímil su desconocimiento en Sancho, a
buen seguro motivo inducido para las explicaciones lingüísticas que a su pregunta siguen.
HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE
79
todavía a la lengua escrita, y con palabras significativas lo afirma:
“porque, aunque pusieron silencio a las lenguas, no le pudieron
poner a las plumas, las cuales con más libertad que las lenguas suelen dar a entender a quien quieren lo que en el alma está encerrado” (I, 24), y es lo que parece querer dejar sentado el escudero
con frase hecha del antiguo lenguaje forense cuando discutiendo
de modismos lingüísticos con don Quijote recuerda la opinión de
su mujer: “Teresa dice --dijo Sancho-- que ate bien mi dedo con
vuestra merced, y que hablen cartas y callen barbas” (II, 7). No es de
extrañar, así, que aparezca el dicho dejarse algo en el tintero, cuando
el atemorizado Sancho le pregunta a su amo “¿si será este, a dicha,
el moro encantado, que nos vuelve a castigar, si se dejó algo en el tintero?” (I, 17).
En ocasiones el dominio que Cervantes tiene de estilos especiales es tal que avasalla al que sería propio de sus personajes, como
ocurre, y así se ha notado, con la fórmula de las cartas requisitorias
civiles que Sancho le espeta al escudero del Caballero del Bosque:
“desde ahora intimo a vuestra merced, señor escudero, que corra
por su cuenta todo el mal y daño que de nuestra pendencia resultare” (I,
806-807, n. 43), y hasta el muchacho del retablo de Melisendra alardea de retórica judicial: “porque entre los moros no hay traslado a la
parte ni a prueba y estese, como entre nosotros” (II, 26). Curiosamente es en las intervenciones de Sancho, rústico analfabeto en el argumento novelesco, donde particularmente se reiteran expresiones y
términos propios del lenguaje forense, también en “él me llevó por
esos mundos, y vosotras os engañáis en la mitad del justo precio” (II,
2), mostrándose alguna vez experto en las prácticas mercantiles y
notariales: “la libranza forzosamente se ha de firmar, y esa, si se traslada, dirán que la firma es falsa y quedaremos sin pollinos” (I, 25).
El recurso a términos forenses es corriente en la literatura, y entre
los que Encina emplea está la siguiente mención: “¡O gran don /
de carta de fin y quito / para nuestra redención!” (Cancionero, 107r).
Quizá resultarían graciosas al lector de la época esas notas de
saber jurídico en boca de un personaje como Sancho, y la comicidad se hace chocarrera mediante los siguientes trueques léxicos
de gata por rata y de revolcar por revocar: “que no querré que se
aprecie lo que montare la renta de la tal ínsula y se descuente de
mi salario gata por cantidad”, “y, así, no hay más que hacer sino que
vuestra merced ordene su testamento, con su codicilo, en modo que
no se pueda revolcar” (II, 7). Al final de su vida don Quijote otorga
80
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
testamento, de perfecto formulismo en cuanto a “las mandas”, con
las digresiones narrativas propias del caso, tras haber entrado en la
habitación del enfermo “el escribano con los demás” testigos y albaceas, “después de haber hecho la cabeza del testamento”. Y, una
vez cerrado, murió don Quijote tres días después, “viendo lo cual
el cura, pidió al escribano le diese por testimonio…”
3.3.2. Paradigmático ejemplo de transferencia estilística de este
tipo es el protagonizado por Dulcinea, a la cual, a pesar de ser considerada iletrada por amo y escudero, el narrador le atribuye una
fórmula casi literal del lenguaje epistolar, generalmente empleada
en la despedida, pues en estilo indirecto Sancho le cuenta a don
Quijote cómo “finalmente me dijo que dijese a vuestra merced que
le besaba las manos, y que allí quedaba con más deseo de verle que de
escribirle”74. Esto en la parte primera de 1605, porque en la continuación de 1615 la misiva que Teresa Panza envía a la duquesa
terminará de semejante manera: “La que tiene más deseo de ver a
vuestra señoría que de escribirla” (II, 52). A la tradición del género
epistolar responde igualmente el literario “yo quisiera que fueran
de oro” con que Teresa refiere a su marido el puñado de agrestes
bellotas que había enviado a la duquesa (II, 52).
Vista la incoherencia argumental del caso de Dulcinea, interesa
señalar este particular paralelismo formulario entre las dos partes
del Quijote, pero asimismo que Cervantes no hace sino servirse de
una expresión epistolar corriente en la época, pues en cartas de
emigrados a Indias son frecuentes variantes formularias como estas: “el que desea más beros que no escreviros”, “mi mujer les besa las
manos y está con más deseo de verlos que no d’escrevilles”, “yo quedo
bueno, la gloria sea a Dios, y con más deseo de veros que d’escrebiros”,
“yo quedo bueno de salud al presente, gloria [a] Dios por ello, y con
más deseo de beros que d’escrebiros”75.
3.4. CODA
74
En la ed. Rico no se advierte esta particularidad formularia, sí, en cambio, que su
continuación “y que, así, le suplicaba y mandaba que, vista la presente…”, es ‘fórmula de los
documentos en los que se da una orden’ (I, 394, n. 17). Rosenblat recoge un buen número
de fórmulas notariales y jurídicas empleadas por Cervantes en el Quijote (1995: 211-220).
75
AGI, Indiferente General, legajos 2049, 2056, 2067, 2099, cartas de Cosme Rodríguez
a su mujer Catalina Guillén, en Sevilla (Tehuantepec, 15-X-1556), de Gonzalo García de la
Hera a su hermano Diego Pérez, en El Pedroso (Zacatecas, 12-III-1573), de Hernando López
Calcinas a su mujer Mari Díez de Castro, en Sevilla (Cartagena de Indias, julio de 1590), de
Alonso Ruiz de Medina a su mujer María de Espinosa, en Sevilla (La Habana, 27-XII-1593).
HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE
81
En su diálogo con el del Verde Gabán, este declara su ideal
de lectura con referencia por los libros “que son profanos” y “que
deleiten con el lenguaje y admiren y suspendan con la invención”, y
don Quijote el de la escritura: “la pluma es lengua del alma: cuales
fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus
escritos” (II, 16). A esta sublimación del instrumento escriturario
le corresponderá su denominación como objeto individualizado
con la única aparición del cultismo péñola, al término de la vida
del caballero andante y de la novela que narra sus aventuras, en
lo que “Cide Hamete dijo a su pluma: Aquí quedarás colgada desta
espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada
péñola mía, adonde vivirás luengos siglos…”. Y la escritura llevaba
tras de sí la lectura.
No extraña, pues, que don Quijote reproche a Sancho que “no
saber leer o ser zurdo arguye una de dos cosas, o que fue hijo de
padres demasiado de humildes y bajos, o él tan travieso y malo, que
no pudo entrar en él el buen uso ni la buena doctrina”, al advertirle este que los asuntos baratarios “será menester que se me den
por escrito, que, puesto que no sé leer ni escribir, yo se los daré a mi
confesor para que me los encaje y recapacite cuando fuera menester”, y que ante la reprimenda de su amo reaccione el escudero así:
Bien sé firmar mi nombre --respondió Sancho--, que cuando fui prioste
en mi lugar aprendí a hacer unas letras como de marca de fardo, que
decían que decía mi nombre; cuanto más que fingiré que tengo tullida la
mano derecha y haré que firme otro por mí, que para todo hay remedio
(II, 43).
Casos como el de Sancho se dieron en grandísimo número en
la época, y firmas de analfabetos, como la que él dice tener, en escritos epistolares, testamentarios y concejiles, u otros donde signan
varios testigos, son fáciles de encontrar, sobre todo en documentos provenientes de los emigrados a Indias. Como en tantas otras
cuestiones, fiel a la realidad de su tiempo es aquí Cervantes, cuyo
agudo sentido de la observación hace que con gran realismo se fije
en detalles como el de la vacilante lectura del cuadrillero, “porque
no era buen lector”. Cuestión distinta es si en el Siglo de Oro hubo
“predominio de la lectura oral y la recitación sobre la lectura silenciosa”, lo que Margit Frenk defiende, y hubo de todo desde luego,
pero la individualización del aserto es susceptible de interpretaciones arriesgadas, así cuando la cervantista concluye que Juan de
82
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
Valdés “leía en voz alta” (2004: 1139), y esto porque el erasmizante
conquense a determinada pregunta responde: “no pongo h porque
leyendo no la pronuncio”, aunque tal h jamás podía haberla pronunciado, pues en castellano nunca fue representación de un sonido.
En efecto, Valdés dice esto refiriéndose a ejemplos como hera, havía, han, o leher, veher, de grafía que no es de derivación fonética,
muda por consiguiente, a diferencia de la que representa la aspiración que por entonces se daba en la mitad de España y que en
su opinión “de la pronunciación aráviga le viene a la castellana el
convertir la f latina en h” (Diálogo, 92, 97).
Cervantes siente extraordinario interés por la lectura y la escritura, que reiteradamente traslada en retazos argumentales a la
caracterización cultural y social de varios personajes de su novela,
aun incurriendo a veces en ciertas contradicciones, como la referencia poco verosímil de que Leonela, doncella de Camila, pudiera
recitar “todo un abecé entero…, de coro”, el alfabeto amoroso antes comentado (3.2.1.), que sin embargo no oscurecen el sentido
último de tales menciones textuales. La lectura era precisa para
mejorar su condición el “hijo de padres demasiado de humildes y
bajos”, y para que al de acomodada cuna entrara “el buen uso” y
“la buena doctrina”. Como humanista que era, el autor se traduce
“aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles”.
CAPÍTULO 4
LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO
4.1. SIMBOLISMO NUMÉRICO
4.1.1. El valor simbólico, esotérico en ocasiones, que desde la
antigüedad acompañó a determinados números estaba aún muy
vivo en el Siglo de Oro, y, así, del siete dice Sebastián de Covarrubias: “deste número septenario sacan grandes misterios, y ay libros
particulares escritos de solo este tema”, añadiendo el canónigo
conquense que mata siete es “nombre que suelen poner a algunos
fanfarrones que se tienen por valientes y son unas gallinas” (Tesoro,
938); del cinco se dice en el Quijote “desesperábase de ver la flojedad y caridad poca de Sancho su escudero, pues, a lo que creía,
solo cinco azotes se había dado, número desigual y pequeño para los
infinitos que le faltaban” (II, 60). Se verifica, pues, que términos
de profundo arraigo popular y de gran tradición en la lengua lo
mismo tienden a la polisemia, si de nombres comunes se trata, que
a la composición léxica o a la nominalización, y el caso aducido por
Covarrubias es un ejemplo de ello, sin contar con frecuentes inclusiones en la fraseología o en el refranero, así el paremiológico “Los
obreros de Hernán Daza, siete con una capa” (Refranes, 222)76. En
el Quijote apócrifo y en la Vida de Pasamonte se verifica una clara
preferencia por el siete, y compuestos, como número simbólico y tópico (Frago, 2005a: 168-169, 174), mientras que Cervantes inequívocamente se atiene al tres, en el citado compendio lexicográfico
“número ternario, de cuya perfección ay escritas grandes sutilezas,
76
En el DRAE tienen cabida siete rentillas, siete pies de tierra, de siete suelas, americano siete
‘ano’, siete y media, tres sietes, más que siete ‘muchísimo, excesivamente, en demasía’. Sin embargo faltan otros como (un) siete ‘un roto’, siete coñicos y siete oficios. Y la tradición hispánica
en América se manifiesta también en el gran número de sentidos figurados a que el siete ha
dado lugar: de la gran siete, ¡por la gran siete!, sietecueros, sieteculos, sietemachos, etc. (DA, 19541955).
84
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
sacándole muchos misterios, no solo por los autores católicos, pero
aun por los éthnicos”, con otras expansiones léxico-semánticas77.
Numerosos son los refranes que contienen este número o que
sobre él se formaron: “Tres a uno, métenle la paja en el culo”, “Tres
al mohino”, “Tres ajos de los de Quero, rellenan un gran mortero”,
“Tres años ha que no maté: este año y el pasado y el año que me
casé. Y no había más de tres que era casado”, “Tres años un cesto,
tres cestos un can, tres canes un caballo, tres caballos un hombre, tres
hombres un elefante”, “Tres eran tres: un mozo y un viejo y un fraile
después”78.
4.1.2. Ya he dicho que Cervantes en el Quijote recurre tópicamente al tres, número folclórico por excelencia, y ello con tanta
frecuencia y variedad contextual que no queda la menor duda de
la afección que el autor sentía por esta referencia numérica, con la
que construye el siguiente pasaje: “él se diera tres puntos en la boca,
y aun se mordiera tres veces la lengua, antes que haber dicho palabra que en despecho de vuestra merced redundara” (I, 30), en el
cual el uso estereotipado sirve para enfatizar la expresión lingüística. Con dicho número se marca convencionalmente la distancia:
“cuando nos amaneció, como tres tiros de arcabuz desviados de tierra” (I, 41); el horario: “a obra de las tres del día le descubrieron”
(I, 8), “y siendo ya casi pasadas tres horas de la noche…” (I, 41); el
transcurso del tiempo: “de que me parece que fuiste y veniste por
77
Covarrubias recoge también tres en raya ‘juego de niños’, tres, dos y as ‘juego de naipes’,
“los niños llaman a qualquiera moneda que les den el tres” (Tesoro, 977). En el DRAE, tres
sietes, tres de menor ‘asno o macho’ de la germanía, ya recibido en el Autoridades, y las expresiones figuradas como tres y dos son cinco, ni a la de tres y tres más. Añádase ¡a la de una, a la de dos,
a la de tres! (compárese a la tercera va la vencida), o el enfático ¡me importa tres...!
78
“Tres en el año y tres en el mes, tres en el día y en cada una tres”, “Tres estacas y una estera, el ajuar de la frontera”, “Tres somos en la mar: ¿quién se come el pan?”, “¿Tres zapatos al
buey? Cuatro ha menester”, “Tres días antes se apareja el fraile”, “Tres ducados dan por lo de
nuestra ama y cuatro por la lana”, “Tres bueyes en un barbecho, más los querría en el mío
que en el vuestro”, “Tres casamientos traen a mi madre. Cinco son, hija, con los dos de Usagre”, “Tres cada día y tres cada vez”, “Tres camisas tengo agora, no me llamarán mangajona:
una tengo en el telar y otra tengo dada a hilar y otra que me hacen agora”, “Tres cosas hay
que ver en Medina: el reloj y la plaza y Quintanilla”, “Tres tocas a un hogar, mal se pueden
concertar”, “Tres vecinos, y mal avenidos”, y así hasta diecisiete refranes más comenzados
por este número, aparte de los que contienen un múltiplo suyo, a saber, “Treinta y tres, ni
las tomes ni las des”, “Treinta monjes y un abad no pueden hacer cagar un asno contra su
voluntad”, “Y trecientas cosas más”, de los recogidos por Correas, que pongo con la ortografía
moderna (Refranes, 511-512, 639). Claro es que el inventario fácilmente podría ampliarse,
por ejemplo con el clásico “Buena orina y buen color, y tres higas al doctor”, o con la locución “no ver tres en un burro”, en el Autoridades será “no ver siete sobre un asno”.
LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO
85
los aires, pues poco más de tres días has tardado en ir y venir desde
aquí al Toboso, habiendo de aquí allá más de treinta leguas” (I, 31),
“tres días estuvieron con los novios”, “allá me anocheció y amaneció
y tornó a anochecer y amanecer tres veces, de modo que a mi cuenta
tres días he estado en aquellas partes remotas y escondidas a la vista
nuestra” (II, 22, 23), “debe de haber más de veinte años, tres días
más o menos” (II, 28), “tapaboca le hubiera dado, que no hablara
más en tres años” (II, 32), “en tres días que vivió después deste donde
hizo el testamento se desmayaba muy a menudo” (II, 74). Los hijos
del padre del cautivo “eran tres, todos varones”, igual que “casado
y con tres hijos” se dirá que estaba don Pedro de Aguilar, el alférez
andaluz evadido de la esclavitud que en Constantinopla sufría (I,
39), y el escudero del Caballero del Bosque decide retirarse a su
aldea “y criar mis hijitos, que tengo tres como tres orientales perlas”
(II, 13).
Cuando Sancho aprovechó “que del Toboso hacia donde él estaba venían tres labradoras sobre tres pollinos, o pollinas, que el autor
no lo declara, aunque más se puede creer que eran borricas” para
convencer a don Quijote de que una de las aldeanas era Dulcinea,
y en agradecimiento de tan buena nueva este a su escudero le promete “las crías que este año me dieren las tres yeguas mías” (II, 10),
que tenía en el ejido, las cuales nunca antes se habían mencionado
en el relato novelesco, ni en el inicial capítulo de la primera parte
donde se hace una sucinta relación de los bienes del hidalgo manchego, en el cual se mencionan las viandas que “consumían las tres
partes de su hacienda”. El mismo don Quijote cuenta cómo cierto
adivino había predicho que una “perrica se empreñaría y pariría
tres perricos, el uno verde, el otro encarnado y el otro de mezcla”
(II, 25), y en otro momento “que se podrán contar los premiados
vivos con tres letras de guarismo” (I, 38). Y en solo dos páginas de
la aventura de los batanes se encuentran estos pasajes: “quédate a
Dios, y espérame aquí hasta tres días no más”, “aunque no bebamos
en tres días”, “no debe de haber desde aquí al alba tres horas” (I, 20).
4.1.3. Repetirá Sancho la locución adverbial ponderativa a tres
tirones, aún en Autoridades y hoy más bien ni a tres tirones: “que no la
arrancarán ni mudarán de donde está a tres tirones”, “que a buena
fee que no hallen otra como ella a tres tirones” (II, 41, 54). Similar
sentido tiene la disyunción aproximativa en “si te repite la respues-
86
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
ta que te diere dos o tres veces” (II, 10), construcción parecida a la
que se da con los correspondientes múltiplos: “se dé tres mil azotes y
trecientos / en ambas sus valientes posaderas” (II, 35), “que mientras
yo duermo…, te dieses trecientos o cuatrocientos azotes a buena cuenta
de los tres mil y tantos que te has de dar por el desencanto de Dulcinea” (II, 59), “no digo yo tres mil azotes, pero así me daré yo tres
como tres puñaladas” (II, 35), “tres días y tres noches estuvo don Quijote con Roque, y si estuviera trecientos años, no le faltara qué mirar y
admirar en el modo de su vida” (II, 61). Y es que, igual que hace el
autor del Quijote apócrifo, aunque con distinta preferencia numérica (la del siete), en el suyo Cervantes frecuentemente juega con los
compuestos y los múltiplos del tres. Así, además de los ejemplos ya
citados, en la hiperbólica alusión de don Quijote ante el Caballero
del Verde Gabán sobre la difusión que había alcanzado el libro de
sus aventuras se lee que “he merecido andar ya en estampa en casi
todas o las más naciones del mundo: treinta mil volúmenes se han
impreso de mi historia, y lleva camino de imprimirse treinta mil veces
de millares, si el cielo no lo remedia” (II, 16), y cuando el cautivo
leonés huye de Argel anota que “bien habríamos navegado treinta
millas cuando nos amaneció, como tres tiros de arcabuz desviados
de tierra” (I, 41).
De igual modo, a don Quijote “en más de seis días no le sucedió
cosa digna de ponerse en la escritura” (II, 60), al final de sus días al
caballero andante “se le arraigó una calentura que le tuvo seis días
en la cama” y después de ser visitado por el médico “durmió de un
tirón, como dicen, más de seis horas”, así como Sancho le recuerda
a su amo que “se hubieran ahorrado el golpe del guijarro y las
coces y aun más de seis torniscones” (I, 25). Maese Pedro decía que
de novedades “sesenta mil encierra en sí este mi retablo” (II, 25), y
por el mismo número, pero de demonios, jura el caballero andante
harto del lenguaje refraneril del escudero: “¡Oh, maldito seas de
Dios, Sancho! --dijo a esta sazón don Quijote-- ¡Sesenta mil satanases
te lleven a tí y a tus refranes!” (II, 43), el del Verde Gabán afirma
que tenía “hasta seis docenas de libros, cuáles de romance y cuáles
de latín” (II, 16), don Quijote a Sancho lo amenaza enfáticamente
con un “no digo yo tres mil y trecientos, sino seis mil y seiscientos azotes
os daré, tan bien pegados, que no se os caigan a tres mil y trescientos
tirones” (II, 35), y el labrador de Miguel Turra al gobernador de la
ínsula Barataria le hace esta importuna solicitud: “digo, señor, que
LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO
87
querría que vuesa merced me diese trecientos o seiscientos ducados
para ayuda a la dote de mi bachiller” (II, 47).
Porque el seis, número muy del agrado de Cervantes, además
de múltiplo de tres también tenía su simbología, aunque menos
marcada y profusa que la del siete, pues, entre otras cosas, no solo
es el que conformaban grupos de regidores o de cantores y danzantes, sino que, como el siete, se tomaba en relación con la medida
de cierta clase de espejo, objeto siempre asociado a la superstición
de la buena o mala suerte, y, así, en el inventario que el año 1666
mandó hacer Juan Mercier de los bienes que había dejado su difunta esposa, Ana de Prado, se contaban “beinte y una doçenas de
espexos de sol a quarta”, “catorçe espexos dorados de número siete”,
“beinte y çinco espexos pequeños de perfil”, “dies espexos dichos
número seis”79.
4.2. UN ESTILO MEDIDO
4.2.1. Que algunos números están convencionalmente empleados en el Quijote, el tres en particular, es algo que no puede ocultarse al atento lector, y asimismo se evidencia que en ocasiones este
hecho repercute en la coherencia narrativa, pues ya se ha advertido que de improviso don Quijote hace a Sancho la manda de los
pollinos de tres yeguas que antes no se habían nombrado en el
relato. Quizá sea más significativo el caso de la servidumbre que al
hidalgo se le atribuye al comienzo mismo de la novela: “Tenía en
su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no
llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el
rocín como tomaba la podadera”. Son tres, pues, las personas que
convivían con don Quijote al inicio de la trama novelesca, pero el
mancebo ya no volverá a ser aludido o mencionado.
Pero el aspecto numérico tiene trascendencia mucho mayor en
la lengua del Quijote o, aún mejor, en su organización estilística.
Efectivamente, también en las primeras líneas de la novela se descubre la que será acusadísima tendencia a la enumeración léxica
79
Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Sevilla, Libro 1º de escrituras de 1666,
Oficio 2º, escribano Pedro Gregorio Dávila, fs. 977v-978r. En el Quijote el simbolismo del número siete también juega ocasionalmente, no ya en el plano de la enumeración lingüística
(léxica u oracional), sino en el meramente argumental, así cuando Teresa Panza cómicamente le dice a su marido: “Si Dios me guarda mis siete, o mis cinco sentidos, o los que tengo,
no pienso dar ocasión de verme en tal aprieto” (II, 5).
88
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
con secuencias casi seguidas de dobletes, “con tanta afición y gusto”,
“llegó a tanto su curiosidad y gusto”, y de secuencias de cinco elementos nominales: “una olla de algo más vaca que carnero, salpicón
las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes,
algún palomino de añadidura los domingos”, “era de complexión
recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la
caza”, “la hora, el tiempo, la soledad, la voz y la destreza del que cantaba
causó admiración y contento en los dos oyentes” (I, 27).
Por supuesto que no faltan las secuencias de cuatro adjetivos o
de cuatro nombres, así “fue el solo, el primero, el único, el señor de
todos cuantos hubo en su tiempo en el mundo”, “¡oh Dulcinea del
Toboso, día de mi noche, gloria de mi pena, norte de mis caminos,
estrella de mi ventura…!” (I, 25), “no porque no tuviese bien conocida la calidad, bondad, virtud y hermosura de Luscinda” (I, 27); de
siete sustantivos con idéntica complementación prepositiva: “¡Vete
de mi presencia, monstruo de naturaleza, depositario de mentiras, almario de embustes, silo de bellaquerías, inventor de maldades, publicador de
sandeces, enemigo del decoro que se debe a las reales personas!” (I, 46),
o de siete exclamaciones con nombre propio adjetivado, seguidas
de cuatro conclusivos adjetivos y de un doblete en la retórica interrogación en que culminan las dos series de apóstrofes:
¡Oh Mario ambicioso, oh Catilina cruel, oh Sila facinoroso, oh Galalón embustero, oh Vellido traidor, oh Julián vengativo, oh Judas codicioso! Traidor,
cruel, vengativo y embustero, ¿qué deservicios te había hecho este triste que
con tanta llaneza te descubrió los secretos y contentos de su corazón? (I, 27).
Hay asimismo amplificaciones de ocho términos, adverbiales y
oracionales: “allí fue el desear de la espada de Amadís…; allí fue el
maldecir de su fortuna; allí fue el exagerar la falta…; allí el acordarse
de nuevo de su querida Dulcinea del Toboso; allí fue el llamar a su
buen escudero Sancho Panza…; allí llamó a los sabios Lirgandeo y
Alquife que le ayudasen; allí invocó a su buena amiga Urganda que
le socorriese; y, finalmente, allí le tomó la mañana tan desesperado
y confuso…” (I, 43); o de ocho sustantivos: “con toda la caterva (si
es que se le puede dar este nombre) de infinitos príncipes, monarcas,
señores, medos, asirios, persas, griegos y bárbaros”, “que con aprobación
y licencia de nuestra santa madre Iglesia tienen lámparas, velas, mortajas, muletas, pinturas, cabelleras, ojos, piernas, con que aumentan la
devoción y engrandecen su cristiana fama” (II, 6, 8). También de
diez adjetivos y nombres: “de mí sé decir que después que soy ca-
LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO
89
ballero andante soy valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso,
cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de
encantos” (I, 50)80, “y el verdadero don Quijote de la Mancha, el famoso, el valiente y el discreto, el enamorado, el desfacedor de agravios, el
tutor de pupilos y huérfanos, el amparo de las viudas, el matador de
las doncellas, el que tiene por única señora a la sin par Dulcinea del
Toboso…” (II, 72)81; de catorce, en este caso de oraciones interrogativas con el verbo elidido, introducidas por el pronombre quién y
con uno o dos adjetivos en expresión comparativa:
Si no, díganme quién más honesto y más valiente que el famoso Amadís
de Gaula. ¿Quién más discreto que Palmerín de Inglaterra? ¿Quién más
acomodado y manual que Tirante el Blanco? ¿Quién más galán que Lisuarte de Grecia? ¿Quién más acuchillado ni acuchillador que don Belianís? ¿Quién más intrépido que Perión de Gaula, o quién más acometedor
de peligros que Felixmarte de Hircania, o quién más sincero que Esplandián? ¿Quién más arrojado que don Cirongilio de Tracia? ¿Quién más bravo que Rodamonte? ¿Quién más prudente que el rey Sobrino? ¿Quién más
atrevido que Reinaldos? ¿Quién más invencible que Roldán? Y ¿quién más
gallardo y más cortés que Rugero, de quien decienden hoy los duques de
Ferrara, según Turpín en su cosmografía?” (II, 1).
Aparte de que la oración subordinada de díganme, interrogativa
indirecta, perfectamente puede tomarse como parte del estilo directo, que hoy estaría ortográficamente marcada por los dos puntos, lo más importante en esta cita es comprobar cómo se organiza
la secuencia de estas catorce frases, todas ellas con tres elementos
idénticos en cada una (pronombre interrogativo, adjetivo y comparación), de acuerdo con una clara postura estilística. En efecto,
la monotonía que semejante reiteración lingüística podía causar se
evita o modera mediante la alternancia de dos adjetivos con solo
uno en las seis primeras oraciones: más honesto y más valiente / más
discreto; más acomodado y manual / más galán; más acuchillado ni acuchillador / más intrépido. A continuación se rompe el ritmo con dos
interrogativas introducidas por la disyuntiva o, para hacerse sensiblemente más breves hasta la última, acelerándose así el ritmo
expresivo; un nuevo quiebro en el estilo se produce al cesar la serie
de las yuxtaposiciones con la coordinada y que introduce la interrogativa final, notablemente ampliada respecto de las que inme80
En este pasaje con la amplificación final de tres complementos prepositivos para el
décimo adjetivo.
81
Con la amplificación final de una oración de relativo, en función adjetiva por consiguiente.
90
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
diatamente le preceden, por ejemplo vuelve a tener dos adjetivos
como las primeras (más gallardo y más cortés), muy en la línea de lo
que es propio del estilo de Cervantes en situaciones textuales como
esta.
Claro está que en secuencias numerosas pero de componentes
sencillos el artificio estilístico es menos requerido, como en esta de
dieciséis adjetivos consecutivos, eso sí acabada en la coordinación
amplificatoria casi de rigor, dieciocho, pues, en total, parte del alfabeto amoroso que Leonela, doncella de Camila, recitó de memoria
(cfr. 3.1.4.):
Él es, según yo veo y a mí me parece, agradecido, bueno, caballero, dadivoso,
enamorado, firme, gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, noble, honesto, principal, cuantioso, rico y las eses que dicen, y luego, tácito, verdadero; la x no le
cuadra, porque es letra áspera; la y ya está dicha; la z, zelador de tu honra
(I, 34),
esquema que de alguna manera se repite en el siguiente pasaje,
de sentido altamente ponderativo, formado nada menos que por
veinte sintagmas nominales, cuyo núcleo sustantivo está marcado
por tanto en correlación con un como explícito al término de la serie, donde tiene lugar la acostumbrada explayación final, aquí mediante la lógica expresión del segundo término de la comparación,
pero asimismo por la coordinación con tan, ahora modificador de
adjetivo y con quiebra de toda la larga secuencia anterior (tantos y
tan disparatados casos = tantos casos y tan disparatados):
¿Y cómo es posible que haya entendimiento humano que se dé a entender que ha habido en el mundo aquella infinidad de Amadises y aquella
turbamulta de tanto famoso caballero, tanto Emperador de Trapisonda,
tanto Felixmarte de Hircania, tanto palafrén, tanta doncella andante,
tantas sierpes, tantos endriagos, tantos gigantes, tantas inauditas aventuras, tanto género de encantamentos, tantas batallas, tantos desaforados
encuentros, tanta bizarría de trajes, tantas princesas enamoradas, tantos
escuderos condes, tantos enanos graciosos, tanto billete, tanto requiebro,
tantas mujeres valientes y, finalmente, tantos y tan disparatados casos
como los libros de caballerías contienen? (I, 49).
4.2.2. De los esquemas textuales hasta ahora presentados más
ejemplos se podrían aducir, pero ni las referidas series de formas
lingüísticas son únicas con tales cuantificaciones, ni son las más
representativas de esta faceta del estilo cervantino. Efectivamente,
y dejado aparte el asendereado recurso al doblete lingüístico, es el
LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO
91
tres el número fundamental para el autor del Quijote, y no solo por
su valor simbólico, como se ha visto trasladado a puntuales, aunque
frecuentes, referencias argumentales, sino, y muy principalmente,
por su extraordinaria implicación en la técnica narrativa. Pero son
asimismo frecuentes los casos en los que elementos lingüísticos de
idéntica clase se reiteran en número múltiplo de tres, sobre todo
en secuencias de seis y de nueve formas82:
a) Algunos ejemplos de pasajes senarios son: “de la cual saldrá
erudito en la historia, enamorado de la virtud, enseñado en la
bondad, mejorado en las costumbres, valiente sin temeridad,
osado sin cobardía, y todo esto, para honra de Dios…” (I, 49),
“sino el inaudito bachiller Sansón Carrasco, perpetuo trastulo y regocijador de los patios de las escuelas salmanticenses,
sano de su persona, ágil de sus miembros, callado, sufridor así
del calor como del frío” (II, 7), “otros cohechan, importunan,
solicitan, madrugan, ruegan, porfían, y no alcanzan lo que pretenden” (II, 43).
Así, pues, de igual modo que el número tres puede ser para
Cervantes simple materia narrativa, también lo será el seis,
como asimismo se comprueba por la visión que el canónigo
de Toledo tiene del grupo que conducía al hidalgo manchego a su lugar, estampa compuesta de seis elementos, expresados en sendos sintagmas completivos con la preposición
de explícita solo en el primero, a los cuales se suma el del
protagonista en la frecuente coordinación adicional, esta
con dos cuasi sinónimos: “viendo la concertada procesión del
carro, cuadrilleros, Sancho, Rocinante, cura y barbero, y más a don
Quijote enjaulado y aprisionado” (I, 47). Igualmente obedece
a la pura descripción narrativa el siguiente pasaje, en el cual
Cervantes relata las consecuencias del encontronazo de la
numerosa piara con don Quijote y Sancho a su regreso de
Barcelona, en las proximidades del palacio de los duques aragoneses, relato que se sintetiza mediante la combinación de
82
Se acaba de aducir una secuencia de veintiuna repeticiones (veinte tanto y un tan), y se
halla este pasaje con once reiteraciones formales, de carácter historiográfico o argumental,
con su amplificación final: “Un Viriato tuvo Lusitania; un César, Roma; un Aníbal, Cartago;
un Alejandro, Grecia; un conde Fernán González, Castilla; un Cid, Valencia; un Gonzalo
Fernández, Andalucía; un Diego García de Paredes, Extremadura, un Garci Pérez de Vargas,
Jerez; un Garcilaso, Toledo; un don Manuel de León, Sevilla, cuya leción de sus valerosos
hechos puede entretener, enseñar, deleitar y admirar a los más altos ingenios que los leyeren”
(I, 49).
92
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
tres nombres referidos a la embestida de los puercos y seis a
su desastroso resultado: “El tropel, el gruñir, la presteza con que
llegaron los animales inmundos, puso en confusión y por el
suelo a la albarda, a las armas, al rucio, a Rocinante, a Sancho, y
a don Quijote” (II, 48).
b) Composiciones textuales de nueve miembros, con sustantivos: “llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos,
heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles” (I,
1); con adjetivos: “¡oh bellaco villano, malmirado, descompuesto,
ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente!” (I, 46); de oraciones en parataxis, las seis primeras
yuxtapuestas y las dos últimas coordinadas, con el verbo elidido en la tercera y cuarta: “si estos preceptos y estas reglas
sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna,
tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos
como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en
paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la
vida te alcanzará el de la muerte en vejez suave y madura, y
cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros
netezuelos” (II, 42).
De nuevo se descubre cómo Cervantes consigue quitar aridez
a un relato con semejante reiteración constructiva, mediante
las dos elisiones verbales, los cambios en el orden de palabras
de varias oraciones y con sus diferentes extensiones, especialmente largas en las coordinaciones finales, cada una con doble adjetivación (sueve y madura, tiernas y delicadas).
4.2.3. Ahora bien, son las tríadas lingüísticas, también las argumentales según se ha visto, las que más abundan en el Quijote
y mejor caracterizan su estilo en lo que es cuestión numérica. Las
hay de adjetivos: “tan discreto, tan honesto y tan enamorado” (I, 24), “y
el oidor quedó en oírle suspenso, confuso y admirado” (II, 44), “aquí
un caballero cristiano, valiente y comedido…; acá un príncipe cortés,
valeroso y bien mirado” (I, 47); “que son requesones los que aquí me
has puesto, traidor, bergante y malmirado escudero” (II, 17); “dura
la condición, áspera y fuerte, / la mía es tierna, blanda y amorosa”
(II, 35). De sustantivos: “con todo donaire, discreción y desenvoltura”
LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO
93
(I, 20), “que me cansas con tantas salvas, plegarias y prevenciones,
Sancho” (I, 48), “que todas eran de oro, sirgo y perlas contestas y tejidas”, “pero el de la envidia no trae sino disgustos, rancores y rabias”
(II, 8), “sin que fianzas, ni deudas, ni dolor alguno se lo estorbase”
(II, 68). De oraciones: “desnudaron al licenciado, quedose en casa, y
acabose el cuento” (II, 1), “dijo que todas las cosas presentes que los
ojos están mirando se presentan, están y asisten en nuestra memoria
mucho mejor y con más vehemencia que las cosas pasadas” (II, 5),
junto a dos adjetivos en “que también los pobres virtuosos y discretos
tienen quien los siga, honre y ampare” (II, 22), con la maldición de
don Quijote “justo castigo del cielo es que a un caballero andante
vencido le coman adivas y le piquen avispas y le hollen puercos”, a la
que responde Sancho con otra más pedestre: “también debe de ser
castigo del cielo… que a los escuderos de los caballeros vencidos
los puncen moscas, los coman piojos y les embista la hambre” (II, 48).
Asimismo se registran triples menciones adverbiales: “que ellas
son tan buenas, tan gordas y tan bien criadas”, “que llegan tarde o
mal o nunca” (II, 7), “porque él sabía dónde, cómo y cuándo podía
y debía desembarcar” (II, 43); conjuntivas: “que su tío y su señor
venía flaco y amarillo y tendido sobre un montón de heno y sobre
un carro de bueyes” (I, 52), “ora las den a gigantes, ora a vestiglos o
a endriagos” (II, 8); e interjectivas: “¡Oh flor de la andante caballería! ¡Oh luz resplandeciente de las armas! ¡Oh honor y espejo de la
nación española!” (II, 7), “¡Oh pan mal conocido, oh promesas mal
colocadas, oh hombre que tiene más de bestia que de persona!” (II,
28).
La propensión de Cervantes a este modelo textual se hace del
todo evidente de principio a fin en las dos partes del Quijote, y sobremanera resalta en las frecuentes e inmediatas repeticiones de
un mismo esquema numérico y lingüístico, de lo cual hay varios
ejemplos en lo que precede. Como verbigracia ocurre igualmente
con el de cuatro elementos en un solo párrafo: “no valen ruegos, no
promesas, no dádivas, no lástimas”, “con prudencia, con sagacidad,
con diligencia y con miedos que pone”, “sin que nuestras industrias,
estratagemas, solicitudes y fraudes hayan podido deslumbrar sus ojos
de Argos” (II, 65), o con el de cinco en muy pocos renglones entre
sí próximos: “las edades donde los andantes caballeros tomaron a
su cargo y echaron sobre sus espaldas la defensa de los reinos, el amparo de las doncellas, el socorro de los huérfanos y pupilos, el castigo de los
94
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
soberbios y el premio de los humildes”, “mas agora ya triunfa la pereza de
la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de
la valentía y la teórica de la práctica de las armas” (II, 1)83.
4.3. VARIANTES ESTILÍSTICAS
4.3.1. En este aspecto general del estilo cervantino destacan algunas combinaciones textuales de magistral virtuosismo lingüístico
y literario, como esta que aúna la contraposición gramatical (tú /
yo) con la semántica (adjetivos antónimos), la segunda secuencia
de voces correlacionada con la primera en orden ascendente y en
polisíndeton enfático: “¿Tú libre, tú sano, tú cuerdo, y yo loco, y yo
enfermo, y yo atado?” (II, 1). De manera semejante en:
Y hojeando casi todo el librillo, halló otros versos y cartas, que algunos
pudo leer y otros no; pero lo que todos contenían eran quejas, lamentos,
desconfianzas, sabores y sinsabores, favores y desdenes, solenizados los unos y
llorados los otros. En tanto que don Quijote pasaba el libro, pasaba Sancho la maleta, sin dejar rincón en toda ella ni en el cojín que no buscase,
escudriñase e inquiriese (I, 23).
En la lista de los predicados cinco nombres en sujeto de eran,
los dos últimos, yuxtapuestos entre sí y con los precedentes, se desdoblan en sendas antonimias en coordinación interna, el conjunto
de los nombres completivos en calificación distributiva (los unos /
los otros) de cuasi antónimos (solenizados/llorados).
La pendencia con los cudrilleros en la venta donde se dirime
el pleito del yelmo de Mambrino y de la albarda es una suma de
concatenaciones, primeramente de intervinientes en el tumulto: el
ventero, los criados de don Luis, el barbero y Sancho, don Quijote,
don Luis animando a sus criados, a Cardenio y a don Fernando; a
continuación, los que, sin intervenir en la pelea, daban ambiente
y color al cuadro: “el cura daba voces; la ventera gritaba; su hija se
afligía; Maritornes lloraba; Dorotea estaba confusa; Luscinda, suspensa, y doña Clara, desmayada”; luego vendrá la descripción del
combate mismo con sus participantes enzarzados a pares a manera
de ovillejo: “el barbero aporreaba a Sancho; Sancho molía al barbero;
don Luis, a quien un criado suyo se atrevió a asirle del brazo porque
83
En el primer pasaje de es marca de un sintagma prepositivo, complemento nominal;
en el segundo de señala un complemento circunstancial, por consiguiente verbal (‘la pereza
triunfa sobre la diligencia’, etc.).
LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO
95
no se fuese, le dio una puñada…; el oidor le defendía; don Fernando
tenía debajo de sus pies a un cuadrillero, midiéndole el cuerpo con
ellos muy a su sabor”, enmarcándose el caótico cuadro en una amplificación ya no argumental, sino lingüística, de doce sustantivos:
“de modo que toda la venta era llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión
de sangre”, acabando la tumultuaria discordia con la atronadora
advertencia de don Quijote, en expresión sintáctica quinaria de
sentidos concatenados: “¡Ténganse todos, todos envainen, todos se sosieguen, óiganme todos, si todos quieren quedar con vida!” (I, 45)84.
4.3.2. Que se está ante una manifestación estilística de extensa
y profusa implantación en el corpus quijotesco, es algo que difícilmente podrá discutirse, tantos, tan frecuentes y tan palmarios
son los ejemplos de secuencias lingüísticas perfectamente organizadas, con voluntad de estilo, pues, por parte de Cervantes, variables en la cuantificación de sus elementos, aunque con claras
preferencias numéricas, destacadamente las ternarias. Tan es así
que, como no podía dejar de ser, la igualación por el lenguaje,
que en cuestiones fundamentales se da entre Sancho y los otros
personajes del Quijote, también se verifica con este rasgo estilístico, así la magistral amplificación retórica que sigue, puesta por
Cervantes en boca del escudero y que desde luego no es ejemplo
de lenguaje escuderil:
No entiendo eso --replicó Sancho--: solo entiendo que en tanto que duermo ni tengo temor ni esperanza, ni trabajo ni gloria, y bien haya el que
inventó el sueño, capa que cubre todos los humanos pensamientos, manjar
que quita la hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el frío, frío
que templa el ardor y, finalmente, moneda general con que todas las cosas se
compran, balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto
(II, 68).
4.3.3. El recurso estilístico hasta aquí considerado no supone
una novedad de la lengua literaria de Cervantes, pues el empleo
de tríadas léxicas está bien atestiguado en la prosa del siglo XVI.
Así, en Delicado un registro como el de “actos y meneos y palabras”
se da precisamente en el Argumento inicial, pieza especialmente
apropiada para la explayación retórica y que comienza con una
84
Obsérvese también cómo de los cinco registros del indefinido todos quedan contiguos
dos a dos, en la primera y segunda oración, y en la cuarta y quinta.
96
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
bien trabada sucesión de secuencias ternarias: “Decirse ha primero
la cibdad, patria y linaje, ventura, desgracia y fortuna, su modo, manera
y conversación, su trato, plática y fin, porque solamente gozará de este
retrato quien todo lo leyere. Protesta el autor que ninguno quite
ni añada palabra, ni razón, ni lenguaje, porque aquí no compuse modo
hermoso de decir, ni saqué de otros libros, ni hurté elocuencia” (Lozana, 81-82).
Estas construcciones fueron frecuentísimas no solo en la creación literaria, recuérdese la quevedesca “Premática contra los poetas chirles, hueros y hebenes”, sino generalmente en la lengua escrita
con tintes de erudición, así en el jesuítico texto del P. Sandoval,
que las ofrece en buen número, lo mismo de tipo nominal que
sintáctico, verbigracia “gente tan basta, tan grossera y poco entendida”,
“son señores absolutos, sin ley, obligación, ni rey en orden a sus esclavos”, “está, como todas las demás cosas, sujeto a número, peso y medida”, “no solamente a servir y obedecer fielmente a los amos, que
son buenos, mansos y afables, sino también a los que son malos, rezios y
desabridos”, “sufrís con paciencia, sin mormuración ni quexa las injurias
que os dizen vuestros señores”, sino también sintáctico: “los súbditos y criados que sirven y no medran ni reciben paga de sus servicios”,
“y si perdiéredes la paga temporal…, y si los señores fueren tiranos…,
y si en esta vida no lo hiziere…” (Esclavitud, 243-244).
Gracián es de notoria preferencia por el estilo lacónico, menos
marcado en El Criticón, donde no faltan las secuencias ternarias,
como estas de la mencionada obra: “palpitándoles los corazones a
las arrimadas hiedras de los nepotes, validos y dependientes”, “a unos les
hacían perder los aceros, y a otros los estribos…, y al inventor de los mosquetes, Antonio de Leiva, le obligaron a desmontar” (OC, 1268, 1269).
Incluso en los libros más doctrinales y sentenciosos, en los cuales
las construcciones bimembres son predominantes, el jesuita aragonés de vez en cuando en El Héroe acude a la triple expresión, en el
ejemplo que sigue oracional, continuada por una enumeración de
seis elementos nominales:
No hay boda que no festeje, bautismo que no apadrine, entierro que no honre;
es cortés, humano, liberal, honrador de todos, murmurador de ninguno y, en
suma, él es el rey en el afecto, si Vuestra Majestad en el efeto (OC, 29).
Por su fondo histórico en El Político se ensancha un tanto la
prosa y así se hacen más frecuentes las construcciones ternarias,
por ejemplo “que no dejan lugar al consejo, a la espera, a la pruden-
LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO
97
cia, partes esenciales del gobierno”, “una hermana prudente, cuerda
y sagaz bien puede entrar en lugar de esposa o madre”, “atendió
Fernando a perficionarla en todo género de adorno, cultura y perfección política”, “estableció las rentas de la república, los pechos y
gabelas”; poco después España recibe cinco adjetivaciones (valerosa,
majestosa, rica, sabia, feliz), y el tratado acaba con una larga serie de
aposiciones de Casa de Austria con subordinada de relativo (OC,
92-94, 98). En el sentencioso Oráculo manual no abundan pasajes
como el de “tres cosas hacen un prodigio…: ingenio fecundo, juicio
profundo y gusto relevantemente jocundo”; pero su último párrafo, compuesto de una buena tirada de construcciones sintácticas
bimembres, incluye dos enumeraciones adjetivas, una de doce elementos y otra de tres:
Ella hace un sujeto prudente, atento, sagaz, cuerdo, sabio, valeroso, reportado,
entero, feliz, plausible, verdadero y universal héroe. Tres eses hacen dichoso:
santo, sano y sabio (OC, 301-302)85.
Pero es El Criticón la obra graciana en la que el registro amplificador más sobresale por su frecuencia, que tampoco llega a ser tan
alta como la que en el Quijote se halla, no siendo sin embargo raro
que el jesuita aragonés eche mano de series de cuatro elementos
oracionales de la misma clase: “si caminaban, era sobre corcho; si
dormían, en colchones de viento o pluma; si comían, azúcar de viento; si vestían, randas al aire, mantos de humo y todo huequedad
y vanidad”; de seis sustantivos: “anda, vete a tu Babilonia común,
donde tantos y tontos pasan de tí y viven contigo, todo embuste,
mentira, engaño, enredo, invenciones y quimeras”; de siete sintagmas
completivos con coordinación final conclusiva de dos elementos
nominales: “vete a los prometedores falsos, noveleros crédulos, entremetidos desahogados, linajudos desvanecidos, casamenteros mentirosos,
pleiteantes necios, sabios aparentes, todo mentira y quimera”; de siete
aposiciones, la última de dos nombres en coordinación: “toparon
aquí raras sabandijas del aire, los preciados de discretos, los bachilleres
de estómago, los doctos legos, los conceptistas, las cultas resabidas, los
miceros, los sabiondos y doctorcetes”; o de doce adjetivos sustantivados:
“de ningún modo, porque allí no hay podridos ni porfiados, ni temáticos, desabridos, desazonados, malcontentos, desesperados, maliciosos,
85
En El Comulgatorio por su carácter místico son más frecuentes las enumeraciones, de
tres, cuatro, cinco y quince elementos en breve espacio, acabando la obra con cinco oraciones cortas en parataxis: “donde alabes, contemples, veas, ames y goces tu Dios y Señor” (OC,
1632-1633, 1637).
98
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
punchoneros, celosos, impertinentes y, lo que es más que todo eso, vecinos”86.
4.3.4. En muchos escritores del XVI, en plena vigencia del humanismo renacentista, primó, la sencillez estilística, que se consideraba idónea para la claridad expositiva, lo cual explica el claro
predominio de las secuencias de tres miembros y el que se procurara evitar las más numerosas, a las cuales se recurría solo en
contadas ocasiones de señalada tensión emocional y narrativa. Es
lo que, por ejemplo, sucede con el cronista fray Diego Durán (su
obra es del último tercio del quinientos), caracterizado por el amor
a la expresión sucinta, incluso con limitado uso de los sinónimos y
de la adjetivación, línea de conducta estilística que, sin embargo,
ocasionalmente puede quebrarse, como cuando el autor muestra
su desazón por la pérdida de virtudes que los indígenas habían experimentado a consecuencia de la conquista87.
Se comprueba, pues, cómo el escritor dominico rompe sus habituales maneras estilísticas con ocasión de querer acomodar la
forma al fondo de su relato cronístico, sobre todo con ocasión de
verse fuertemente condicionada su opinión por el asunto tratado,
todo lo cual ocurre con el pasaje suyo citado, donde abandona la
parquedad adjetival para acumular hasta once adjetivos. En fray
Diego Durán es puntual, y seguramente consciente, empleo de una
posibilidad retórica que en Cervantes se ve continuamente aplicada en las dos partes de su Quijote. Ya eran mucho más corrientes
que en la centuria anterior las secuencias extensas de elementos
lingüísticos, léxicos o gramaticales, de la misma clase, y Cervantes
las emplea con profusión, a veces larguísimas y barrocas, aunque
86
OC, 1287, 1301, 1398, 1399. De todos modos, ni en esta obra el estilo graciano se
asemeja al cervantino, pues en el Quijote la acción ocupa un lugar importante de la trama
novelesca y el diálogo está planteado y literariamente plasmado de manera diferente a como
lo concibe el jesuíta aragonés, cuyos escorzos conceptuales frecuentemente interrumpen
sus secuencias lingüísticas con otras formas constructivas.
87
En tal ocasión fray Diego Durán es capaz de construir un pasaje con semejante amplificación como la que este pasaje contiene: “Cierto que me faltarían razones para encarecer
el sentimiento que muestran los que algo de aquello gozaron, de ver agora los mozos de a
diez y ocho y de a veinte años tan perdidos y tan desvergonzados, tan borrachos, tan ladrones, cargados de mancebas, matadores, facinerosos, desobedientes, malcriados, atrevidos,
glotones, afirmando que en su antigua ley no había tanta disolución ni atrevimiento, ni que
ninguno osaba beber vino ni emborracharse, si no fuese ya viejo, para ayuda de su vejez y
poco calor”, texto que en otra parte cito y comento (1991b: 527).
LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO
99
con decidida preferencia por las de tres miembros, no solo obedeciendo a una tradición estilística, sino porque el tres, número
cargado de gran simbolismo, es de continuas repercusiones argumentales en su obra.
La enumeración retórica sin duda constituye uno de los rasgos
más característicos del estilo cervantino en su novela quijotesca,
pero tan reiterada marca retórica no provoca el hastío del lector;
es más, a algunos cervantistas les ha pasado desapercibida, o no
la han entendido en su real dimensión. Pero ya se ha visto que
Cervantes, aparte de su extraordinario dominio del idioma y de
la habilidad que demuestra para elegir palabras y construcciones
gramaticales, es muy hábil en adecuar la expresión lingüística a los
distintos aspectos de su argumento, quitando así hieratismo a las
reiteraciones formales, que aún se hacen más ligeras por las frecuentes combinaciones que con ellas establece y por los quiebros
sintácticos o los juegos léxico-semánticos que se han ido señalando,
sello distintivo en esta vertiente estilística del Quijote.
4.3.5. De todos modos, para entender bien a Cervantes en este
aspecto de su estilo no está de más observar el comportamiento
narrativo de otros autores del Siglo de Oro, como en breves comparaciones se ha hecho en lo que precede, sino comprobar asimismo si el carácter mágico que algunos números, particularmente el
tres, en él tienen, se verifica explícitamente, y no solo por la mera
práctica literaria, en autores de la época, y en Gracián hallaremos
ese ancestral sentido numérico en el siguiente ejemplo fijado en
los tópicos de la ideal belleza femenina:
Pues yo --dijo Critilo-- la besé la otra (mano) al mismo tiempo y la hallé
de azúcar. Más que linda estaba y muy de día; todos los treinta y tres meses
de hermosura se los conté uno por uno: ella era blanca en tres cosas, colorada en otras tres, crecida en tres, y así de los demás. Pero, entre todas
estas perfecciones, excedía la de la pequeña y dulce boca, brollador de
ámbar (OC, 1324).
Una importante parte del Quijote la escribió Cervantes con el
estilo numérico y amplificatorio que pertenecía al acervo cultural
hispánico, con sus propias características existente en otras lenguas, de raigambre que entronca con el latín, asimismo presente en la tradicional liturgia, y que con exuberancia se practicó en
la oratoria, pero también en tratados técnicos, aunque con mayor
100
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
ponderación88. Cronistas y otros autores llevaron a América este
uso estilístico de lo que alguna muestra se ha visto. En texto notarial de apenas dieciocho renglones referido al colonizador Luis
de Céspedes Xería se lee: “que tenga pecho y ánimo y zelo de solo
servir a Dios y a V. Magestad”, con su polisíndeton89; fue enseguida asimilado por mestizos, así el paraguayo Ruy Díaz de Guzmán,
quien en breve carta de 1604 pondría el doblete sinonímico “nos
an puesto por acá temores y recelos” y el triplete nominal “para cuya
caridad, claridad y razón me pareció urgente enbiar un memorial”90,
y el quechua Felipe Huamán Poma de Ayala acabaría hacia 1614 su
Nueva corónica y buen gobierno con profusión de enumeraciones de
toda clase.
Entre las relaciones que del folclore americano con la tradición
literaria española en otra parte he referido está el bolero Quizás,
quizás, quizás, manifestación de la arraigada tendencia estilística a
las tríadas léxicas y gramaticales, al lenguaje con reiteración numérica tan del gusto cervantino, triplete adverbial con antecedente en
el poeta y músico salmantino Lucas Fernández: “pues quiçás, quiçás,
quiçá, / dome a esta cruz y al diabro”. Y el alma, corazón y vida del
Recuerda aquella vez con variante se encuentra en la dieciochesca
monja chilena Peña y Lillo: “me cultivó tanto su amable vista y hermosura, que me llevó toda la voluntad, corasón y alma”, versión de
amor a lo divino que en versos altoperuanos es “alma, vida y corazón,
/ las potencias y sentidos...”, “mis potencias y sentidos, / alma, vida
y corazón”, (2010: 97-98)91. En una tonadilla de 1787 de ambiente
gaditano, La venida impensada del hermano de Indias, el marido canta a su esposa, ofreciéndole un ramo de flores (Ripodas Ardanaz,
1986: 163):
Porque le adornen su pecho
a presentárselas voy
y la ofreceré con ellas
alma, vida y corazón.
88
Aunque en los de tipo científico es abundantísimo el emparejamiento sinonímico de
carácter explicativo, así en tratado hidráulico del XVI de autor aragonés, corpus que llegó a
atribuirse a Juanelo Turriano, en el que no faltan secuencias como juntas y hendiduras, espelunca o cueva o concavidad (Frago y García-Diego, 1988: 88-90).
89
AGI, Charcas, 30, R. 1, N. 1/8/1r.
90
AGI, Charcas, Ramo Secular, legajo 46.
91
En cartas de Simón Bolívar no son raras construcciones como estas, aquí en oposición
antonímica: “Uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del
vicio, no hemos podido adquirir ni saber, ni poder, ni virtud” (ibíd.).
CAPÍTULO 5
¿CÓMO HABLA SANCHO?
5.1. LA PREVARIACIÓN DEL LENGUAJE: DEL ESTILO A LA COMICIDAD
5.1.1. La figura de Sancho no solo es muy importante por su
papel en la trama novelesca, sino también por su caracterización
en los aspectos estilístico y lingüístico. La cuestión se pone de relieve mientras Sansón Carrasco les cuenta a amo y escudero lo que
sabe de su historia, “que andaba ya en libro”, cuando el siguiente
“razonamiento” tiene lugar:
Callad, Sancho --dijo don Quijote--, y no interrumpáis al señor bachiller,
a quien suplico pase adelante en decirme lo que se dice de mí en la referida historia.
—Y de mí --dijo Sancho--, que también dicen que soy yo uno de los principales presonajes della.
—Personajes, que no presonajes, Sancho amigo --dijo Sansón.
—¿Otro reprochador de voquibles tenemos? --dijo Sancho--. Pues ándense
a eso y no acabaremos en toda la vida.
—Mala me la dé Dios, Sancho --respondió el bachiller--, si no sois vos la
segunda persona de la historia, y que hay tal que precia más oíros hablar
a vos que al más pintado de toda ella (II, 1, 2).
Esta segunda persona de la historia quijotesca, es decir Sancho
Panza, se identifica con el gracioso, con la figura del donaire de
la comedia nueva, cuyo precedente es el tipo dramático del bobo92,
y tal distinción requería agudeza y tino literario del autor que la
trataba, en los términos con que don Quijote la explica a Sansón
Carrasco: “decir gracias y escribir donaires es de grandes ingenios:
la más discreta figura de la comedia es la del bobo, porque no lo
ha de ser el que quiere dar a entender que es simple” (II, 3), y más
adelante se insistirá por boca de Sancho en la idea de que “el decir
92
Así se anota en la ed. Rico (I, 709, n. 31; 712, n. 58).
102
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
gracias no es para todos”, corroborando la opinión de don Álvaro
de que el escudero del Quijote apócrifo, al que así califica de bobo
“aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia que
la tuviese” (II, 72)93.
Lingüísticamente marca aquí Cervantes al Sancho unas veces
bobo, y quizá más sostenidamente gracioso, con un par de lapsus
idiomáticos, presonajes y voquibles, similares a otras distorsiones que
ocasionalmente introduce en sus intervenciones, faltas que claramente buscan la comicidad, sobre todo gracias a la reprensión del
interlocutor a que suelen dar lugar, en la situación citada será el
caso de presonajes, no así el de voquibles, al que no se le contrapone enmienda, aunque en pura lógica lingüística la necesitara más.
En cuanto a la naturalidad de la alteración fonética en presonajes,
la metátesis fue efectivamente rural y vulgar, se contradice con el
anómalo hecho de que un rústico como Sancho discurra sobre un
asunto como el de los personajes de una novela. Piénsese, además,
que si ahora presonajes es corregido, pocos renglones después dirá
presonas sin que en esta ocasión el desliz merezca enmienda: “cada
uno mire cómo habla o cómo escribe de las presonas, y no ponga a
trochemoche lo primero que le viene al magín”, ni cuando repita
en el siguiente capítulo el vocablo incorrecto: “que responderé al
mesmo rey en presona” (II, 3,4)94.
El que a Sancho se le corrija presonajes pero no voquibles no ha
de tomarse sin más como uno de los olvidos, descuidos o incoherencias narrativas del autor, aunque tal vez pueda serlo, porque el
93
Insistirá luego don Álvaro en la caracterización como simple o bobo del Sancho Panza
avellanedesco, que “más tenía de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de gracioso”. Apunta Gómez (2002: 240) que en el Quijote se alude al gracioso sin nombrarlo en
palabras del cura, pero que en esta novela no se menciona la figura del gracioso en sentido
sustantivo. Sin embargo, quizá se deba tener en cuenta la clara transposición nominal en
el sintagma “yo soy ese gracioso”, dicho por Sancho tras haber hablado de él la zagala de la
Arcadia fingida como el escudero “cuyas gracias no hay ningunas que se le igualen” (II, 58).
Y cuando don Quijote le atribuye la condición del “más hablador” y “más gracioso”, la duquesa le añadirá a este segundo carácter el de discreto: “De que Sancho el bueno sea gracioso lo
estimo yo en mucho, porque es señal que es discreto, que las gracias y donaires, señor don
Quijote, como vuesa merced bien sabe, no asientan sobre ingenios torpes; y pues el buen
Sancho es gracioso y donairoso, desde aquí lo confirmo por discreto” (II, 30). Negación absoluta, pues, de su caracterización como bobo, aunque expresada en ironía dialéctica, pues
como tal lo tendrán frecuentemente a Sancho en su trato los anfitriones ducales.
94
Eso sí, después de haberse registrado el canónico persona pocos renglones antes en la
misma intervención de Sancho. También empleará el escudero correctamente persona en
la aventura de los batanes (I, 20), así como vocablo: “pues sabe que no me he criado en la
corte…, para saber si añado o quito alguna letra a mis vocablos”, “no he oído tal vocablo” (II,
19, 29).
¿CÓMO HABLA SANCHO?
103
efecto burlesco basado en el reproche idiomático ya se había conseguido con la primera rectificación. Igualmente sabrá el lector de
Cervantes que no es exclusiva del Quijote la utilización literaria del
contraste lingüístico para el logro de notas hilarantes, y, así, cuando el mozo que guiaba a Rinconete y Cortadillo por Sevilla pregunta: “¿no es peor ser hereje o renegado, o matar a su padre y madre,
o ser solomico?”, el primer pícaro le advierte: “sodomita querrá decir
vuesa merced”, y más adelante cuando Chiquiznaque se disculpa
de no haber cumplido el encargo criminal, “hallándome imposibilitado de poder cumplir lo prometido y de hacer lo que llevaba en
mi destruición”, el caballero del encargo replica: “instrucción querrá
vuesa merced decir”95. De las semejanzas textuales se puede llegar
a la exacta repetición del mismo tropiezo idiomático, caso del tologías de esta novela picaresca, que también está puesto en boca de
Sancho (II, 20), en las dos ocasiones sin corrección, como en la
primera novela el coloquialismo tan traídos como llevados se dice de
unos alpargates y en el Quijote serán traídas y llevadas las mozas del
partido que desarmaban al hidalgo manchego en la venta de su
primera salida (I, 2)96.
5.1.2. Pero esta forma de caricaturización lingüística tampoco
se estrena realmente con Sancho, sino con Pedro el cabrero, que
no ha hablado como aldeano ni lo hará a continuación del forzado
contrapunto de su hablar supuestamente aldeano con el cortesano
del protagonista, en el momento en que al decir el pastor “porque
puntualmente nos decía el cris del sol y de la luna”, don Quijote se
siente obligado a explicarle: “eclipse se llama, amigo, que no cris…”;
aunque Pedro, “no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo”:
—Asimesmo adevinaba cuándo había de ser el año abundante o estil.
—Estéril queréis decir, amigo --dijo don Quijote.
—Estéril o estil --respondió Pedro--, todo se sale allá (I, 12).
A continuación termina con “aunque viváis más años que sarna” una intervención de Pedro en el diálogo y es de nuevo recon95
Rinconete, 38, 65. En el primer caso aceptará el reproche de Rincón con “eso digo”, y
Chiquiznaque el del caballero con “eso quise decir”.
96
Rinconete, 19 (tan traídos como llevados), 37 (tologías), y la Cariharta dirá sotomía por notomía (anatomía) sin verse corregida (59). Sancho además de tologías emplea tólogo, igualmente
sin ser rectificado (II, 27), forma que asimismo pone Cervantes en boca de Trampagos,
personaje del Rufián viudo (Entremeses, 41).
104
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
venido: “decid Sarra --replicó don Quijote, no pudiendo sufrir el
trocar de los vocablos del cabrero”, y ante el enfado de este, en
réplica similar a las de Sancho en la misma situación97, llegará el
definitivo apaciguamiento, con el abandono de esta argucia por
parte de su contradictor:
Perdonad, amigo --dijo don Quijote--, que por haber tanta diferencia de
sarna a Sarra os lo dije; pero vos respondistes muy bien, porque vive más
sarna que Sarra, y proseguid vuestra historia, que no os replicaré nada
más.
5.1.3. Sin embargo, ni el trocar de los vocablos por parte de Pedro es continuo, ni convincente desde el punto de vista lingüístico
y cultural. Cervantes corta dos veces el coloquio en el que interviene el cabrero para dar la apariencia, convencional en todo caso, de
que habla como ignorante, cuando ni su narración es disparatada
ni su lengua y estilo cambian respecto de lo que son las intervenciones del mismo don Quijote. Porque si adevinaba, que tiene registros
literarios medievales, dice Pedro (II, 35), redemir dirá el sabio Merlín (II, 35), encorporados el canónigo (I, 48), ligítima don Quijote (I,
44) e inquerir el narrador (I, 52). Al pastor Pedro se le ha anotado
el adverbio denantes como “forma rústica”, aunque también lo usan
el bachiller encamisado (I, 19), el narrador por referencia a Dorotea, “le volvió a preguntar qué era lo que quería decir denantes”
(I, 43), y el propio don Quijote en pasaje que no contiene forma
alguna de fabla antigua, “mira, Sancho, por el mismo que denantes
juraste te juro…” (I, 25)98.
El procedimiento también se ensaya en una ocasión con el ventero andaluz, cuyas numerosas intervenciones nunca están conno97
“Harto vive la sarna --respondió Pedro--; y si es, señor, que me habéis de andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año” (I, 12). Evidentemente, las reprensiones al habla del cabrero solo se dan ocasionalmente y no “a cada paso”, pero al autor le
interesa hacer creer que así es.
98
El único rasgo de habla un tanto popular, pero no vulgar ni plenamente rústica en la
época, es el del refuerzo de la negación con gota en “el (año) que viene será de guilla de
aceite; los tres siguientes no se cogerá gota”, dicho por Pedro el cabrero. En cuanto a denantes,
también se halla en intervención de Sancho, “sino que denantes le oí hablar” (II, 44), en la
cual asimismo emplea un desfaga de la lengua antigua, lo que podría sugerir la intencionalidad del matiz arcaizante en el adverbio, con cinco apariciones en el Quijote frente a las 280
de antes. Pero la diversidad de contextos en los cuales se registra no autoriza a darle negativo
valor sociocultural, tampoco en su uso por Solórzano, “que vuesa merced me dio denantes”,
en el Vizcaíno fingido (Entremeses, 125). El tradicionalismo en este caso, y en otros más, puede
que no siempre sea de intencionalidad literaria en Cervantes, cuya habla presenta algunos
rasgos conservadores, por ejemplo evidentes en su aceptación de balandrán y catar ‘mirar,
buscar’ frente al correspondiente rechazo en Juan de Valdés muchos años antes.
¿CÓMO HABLA SANCHO?
105
tadas de vulgarismo o rusticismo, ni presentan torpeza idiomática
alguna, salvo en este punto de su diálogo con el cura y maese Nicolás:
Pues ¿por ventura --dijo el ventero-- mis libros son herejes o flemáticos, que
los quiere quemar?
—Cismáticos queréis decir, amigo --dijo el barbero--, que no flemáticos
—Así es --replicó el ventero (I, 32).
El mismo Sancho se permitirá corregir a su mujer en una ocasión, ahora sujeto activo él del tipo de burla lingüística del que en
las mismas páginas de la segunda parte del Quijote una y otra vez
estaba siendo objeto:
Yo no os entiendo, marido --replicó Teresa--: haced lo que quisiéredes y
no me quebréis más la cabeza con vuestras arengas y retóricas. Y si estáis
revuelto en hacer lo que decís…
—Resuelto has de decir, mujer –dijo Sancho--, y no revuelto.
—No os pongáis a disputar, marido, conmigo –respondió Teresa--: yo hablo como Dios es servido y no me meto en más dibujos (II, 5).
Con esta nota de artificiosa vulgaridad corta Cervantes un discurso de Sancho nada escuderil ni campesino, sino de hombre discreto y cortesano, en el fondo y en la forma intercambiable con
cualquiera del cura y del canónigo o con los más lúcidos de don
Quijote. La rusticidad esta vez se marca en Teresa Panza, pues
como mujer había de ser menos discreta que su marido, idiomáticamente se entiende, pero con una nota puramente convencional, y, como en tales casos sucede, cómica. De comicidad rebosa
la carta que Teresa Panza dirige a Sancho, pero lo burlesco es de
contenido o argumental, no de motivo lingüístico, como ocurre
en los parlamentos de la mujer del escudero, misiva que por cierto
ni la pudo redactar un monacillo de aldea ni dictarla Teresa, tal
es su corrección idiomática y la calidad de su estilo. La identidad
aldeana la centra Cervantes en la gracia de algunos comentarios y
en lo disparatado de otros, y su carácter jocoso ya se enmarca en
el sobrescrito, por formulario: “A mi marido Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria, que Dios prospere más años que a mí”,
y se reforzará en la despedida: “y con esto Dios te me guarde más
años que a mí, o tantos, porque no querría dejarte sin mí en este mundo”
(II, 52).
106
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
5.2. SANCHO EN EL QUIJOTE DE 1615
5.2.1. En la primera parte de la novela quijotesca solo una corrupción léxica se le atribuye a Sancho, “¡y montas que no sabría yo
autorizar el litado!”, con corrección de su amo, “dictado has de decir, que no litado”, aceptada con un sumiso “sea ansí” (I, 21), alteración que se repetirá en la segunda parte, lita ‘dicta’, pero ahora sin
reproche de su interlocutor (II, 7). Fuera de esto, solo unas pocas
intervenciones de Sancho se aprovechan en el Quijote de 1605 para
el juego léxico, pero que invariablemente son de carácter erudito
y propias de hablantes con extraordinario dominio del lenguaje,
por consiguiente impropias de un rústico aldeano. Así, don Quijote lee en un soneto el nombre femenino Fili y Sancho lo relaciona
con hilo (“paréceme que vuestra merced nombró ahí hilo”: I, 23),
equívoco que, sin embargo, es de fondo latinizante, y de signo sin
duda cultista es la aparente confusión sanchesca con doble sentido
de homicidios con omecillos, “¿… por más homicidios que hubiese cometido?” dice don Quijote y “yo no sé nada de omecillos --respondió
Sancho--, ni en mi vida le caté a ninguno” (I, 10), cuando además
el escudero empleará luego el segundo vocablo sin recibir burla:
“hizo de manera que el amor que el pastor tenía a la pastora se
volviese en omecillo y mala voluntad” (I, 20)99.
En otra ocasión el habla de Sancho se hace eco de la variación
léxica, resultante en este caso de la coexistencia de la forma originaria (pastraña) con una alteración suya que a la sazón se había
hecho más general: “que todo debe de ser cosa de viento y mentira,
y todo pastraña o patraña, o como lo llamáremos” (I, 25), y se juega
al equívoco mediante la polisemia y la variación formal (empreñar
‘dejar preñada’ y ‘molestar’) en otra discusión de Sancho con maese Nicolás:
En mal punto os empreñastes de sus promesas y en mal hora se os entró en
los cascos la ínsula que tanto deseáis.
—Yo no estoy preñado de nadie –respondió Sancho--, ni soy hombre que
me dejaría empreñar, del rey que fuese (I, 47).
99
Juan de Valdés advertía que “también vamos dexando omezillo por enemistad; yo todavía
me atrevería a usarlo alguna vez, pero quando quadrasse muy bien y no de otra manera”, y
al preguntársele por su origen acertadamente juzga: “pienso sea corrompido de homicidio,
omezillo” (Diálogo, 127). El segundo registro cervantino de omecillo tiene que ver con el sentido jurídico de esta voz en el castellano medieval (‘enemistad, odio’); para la primera cita en
la ed. Rico se le propone idéntico significado, con catar como ‘guardar’ (2004: I, 124, n. 11;
233, n. 45; II, 124.11); para Corominas y Pascual esta forma verbal con dicho significado “es
por lo común aragonesa” (DCECH).
¿CÓMO HABLA SANCHO?
107
No solo eso, sino que una vez incluso se permite Sancho darle
a su amo una lección de conocimiento de la lengua a propósito de
expresión de sentido escatológico que nunca ha sido de uso vulgar
o rústico, con el colofón de otra más eufemística y por consiguiente
de registro más refinado, cuando yendo enjaulado don Quijote camino de su lugar, así se dirige a él su escudero después de no pocas
vueltas y vacilaciones:
Digo que yo estoy de la bondad y verdad de mi amo, y, así, porque hace
al caso a nuestro cuento, pregunto, hablando con acatamiento, si acaso
después que vuestra merced va enjaulado y a su parecer encantado en
esta jaula le ha venido gana y voluntad de hacer aguas mayores o menores,
como suele decirse.
—No entiendo eso de hacer aguas, Sancho; aclárate más, si quieres que te
responda derechamente.
—¿Es posible que no entiende vuestra merced de hacer aguas menores o
mayores? Pues en la escuela destetan a los muchachos con ello. Pues sepa
que quiere decir si le ha venido gana de hacer lo que no se escusa.
—¡Ya, ya te entiendo, Sancho! (I, 49).
5.2.2. Así, pues, en el Quijote de 1605 solo hay un tímido ensayo
de caracterización idiomática de Sancho con medios lingüísticos,
que de alguna manera es contraria a la que se aplicará en el texto
de 1615, porque en la primera parte los juegos de lenguaje que se
basan en intervenciones del escudero por lo general no corresponden a lapsus propiamente dichos, sino que constituyen juegos de
verdadera erudición. Obsérvese que las corrupciones de lenguaje
del escudero hasta ahora citadas (presonajes, presona, presonas, voquibles) efectivamente pertenecen a la segunda parte, y que las demás
de 1605 se refieren a otros personajes, Pedro el cabrero y el ventero andaluz, con la única excepción de litado ‘dictado’; como por
primera vez aparece la contracción por sinalefa nuestramo en boca
de Sancho (II, 58) y el aún más rústico posesivo nueso en expresión
de una de las tres aldeanas del Toboso (II, 10): nuestramo, nuestrama dirían los pastores de Juan del Encina (Cancionero, 99r, 100r).
Cervantes prodigará los deslices idiomáticos de diversas clases en
la continuación de la novela quijotesca, centrados ya en Sancho
Panza, incluido el contradictorio caso, aunque explicable desde el
punto de vista sociológico, de la corrección de este a un atropello a
la lengua en el habla de su mujer (revuelto confundido con resuelto).
Error chistoso sin duda es el repetido uso de cebollinas por cebellinas en el sintagma martas cebollinas (II, 14, 53), intencionada-
108
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
mente puesto, claro está, por el autor en boca de Sancho, cuya
gracia reside tanto en el hecho de que un aldeano como él hable
familiarmente de una piel tan estimada y cara, como en la misma
confusión con un término de semejante significación rural100. Las
confusiones se suceden próximas entre sí (recuérdense los casos
de presonajes, presona y presonas), unas veces sin enmienda del interlocutor y otras con rectificación, que puede ir seguida de la réplica
del prevaricador lingüístico, lo que aumenta los ribetes jocosos de
la situación. Sin corrección, aparte de los dos casos ya vistos de
presona y presonas, van los pasajes sanchescos “no hay más que hacer
sino que vuestra merced ordene su testamento, con su codicilo,
en modo que no se pueda revolcar (‘revocar’)…, que dice que su
conciencia le lita (‘dicta’) que persuada a vuestra merced…” (II,
7), “cuando lleguemos a esa leña que vuestra merced dice…” a continuación del discurso de don Quijote en el cual afirma que “pasaremos presto por la línea equinocial”101, con parecida explicación
para la alteración léxica de la cita “ni hemos decantado de donde
están las alemañas dos varas, porque allí están Rocinante y el rucio
en el propio lugar do los dejamos” (II, 29)102, “pero ¿azotarme yo?
¡Abernuncio!” (II, 35).
Sin embargo, a continuación se repetirá la misma corrupción
arbitraria para el estereotipo jocoso del verbo latino en semejante
contexto, arrenuncio era el vulgarismo real: “Digo, señora --respondió Sancho--, lo que tengo dicho: que de los azotes, abernuncio”,
ahora con reproche en el diálogo: “Abrenuncio habéis de decir, San100
El anotador de la ed. Rico considera que no es error chistoso y que “la modificación
se hace por etimología popular, dado el color del animal” (I, 805, n. 30). La explicación no
me parece aceptable, pues ¿a quién se debería la etimología popular? La alteración formal
con pleno conocimiento de causa la pone Cervantes en boca de su personaje, Sancho Panza,
para el logro de una puntual comicidad. El adjetivo cebolludo, ‘decíase de la persona tosca y
basta, o gruesa y abultada’ (DRAE), lo aplicará don Quijote en el monólogo en que se decide
a rechazar el asalto de Altisidora a su honestidad, “ora estés señora mía, transformada en
cebolluda labradora, ora en ninfa del Tajo” (II, 48).
101
No se trata de una confusión verídica, pues la fórmula popular y corriente en la Edad
Media era liña, todavía muy frecuente en el Siglo de Oro y aún usual hoy, aunque como
vulgarismo. Estamos ante una falta absurda más que solo busca la comicidad del argumento
lingüístico, basada en el atropello fonético, pues la í tónica no cambia de timbre, que permite la rídicula identificación homonímica y semántica de línea con leña ‘madera’.
102
Aunque originariamente pudo tener sentido genérico o no marcado el derivado del
lat. animalia, plural de animal, -alis, desde luego en el Siglo de Oro suponía una gran distorsión semántica llamar alimañas al jamelgo de don Quijote y al asno de Sancho. En cuanto a
la alteración alemañas, sin duda está traída aquí por su homofonía con Alemaña, frecuente
corrupción popular de Alemania.
¿CÓMO HABLA SANCHO?
109
cho, y no como decís --dijo el duque”, y réplica escuderil: “Déjeme
vuestra grandeza --respondió Sancho--, que no estoy agora para mirar en sotilezas ni en letras más a menos”. También con enmienda
normativa y contestación sanchesca: “vienen a caballo sobre tres cananeas remendadas, que no hay más que ver. –Hacaneas querrás decir, Sancho. ---Poca diferencia hay --respondió Sancho-- de cananeas
a hacaneas” (II, 10), “sino que vuesa merced, señor mío, siempre es
friscal de mis dichos, y aun de mis hechos. ---Fiscal has de decir --dijo
don Quijote--, que no friscal, prevaricador del buen lenguaje, que
Dios te confunda. ---No se apunte vuestra merced conmigo --respondió Sancho--, pues sabe que no me he criado en la corte, ni he
estudiado en Salamanca, para saber si añado o quito alguna letra a
mis vocablos” (II, 19).
5.2.3. El conjunto de estos “errores” escuderiles, con los reproches a que suelen dar lugar de parte del interlocutor y en su caso
con las réplicas del “prevaricador del buen lenguaje”, no es sociolingüísticamente verosímil, ni siquiera contextualmente. En la última cita la contestación de Sancho de ninguna manera es propia de
un campesino analfabeto, y menos aún la consideración normativa
que sigue, en la cual el escudero maneja con toda soltura el tópico
que contraponía el hablante sayagués al toledano. Cuando Sancho
comete los dislates de revolcar ‘revocar’ y lita ‘dicta’ está hablando
con conocimiento de causa de las formas y fórmulas testamentarias,
poco después de haberse expresado en los mismos términos en que
lo habría hecho don Quijote, incluso con el logrado juego conceptual, etimologizante y jurídico que hay en “el derecho de los tuertos”
(II, 7). Y en la variación hacanea-cananea asimismo se ha comprobado que no resulta de un hablar rústico sino de la artificiosa deformación literaria, pues una página después de haber empleado
Sancho la voz confundida e impropia ya ha aprendido el uso de la
correcta, aunque justificando el error anterior con un “o como se
llaman” relativo a su inseguridad en esta cuestión léxica: “¿y es posible que tres hacaneas, o como se llaman, blancas como el ampo de
la nieve, le parezcan a vuesa merced borricos?”, y, por el contrario,
el mismo narrador incidirá en el burlesco empleo de la forma no
canónica: “Apenas se vio libre la aldeana que había hecho la figura
de Dulcinea, cuando, picando a su cananea con un aguijón que en
un palo traía, dio a correr por el prado adelante” (II, 10).
110
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
Consigue así Cervantes efectos jocosos al mismo tiempo que
intermitentemente apea a Sancho, aparentemente al menos, de un
lenguaje muy alejado del villanesco. Es el matiz de la irónica contradicción, asimismo presente en la ocasión en que, advirtiéndole
su amo “asolviese quieres decir” por el error cometido en “querría
que vuestra merced me sorbiese una duda”, el escudero no le replicará, pero sí continúa: “Dígame, señor --prosiguió Sancho--: esos
Julios o Agostos, y todos esos caballeros hazañosos que ha dicho, que
ya son muertos, ¿dónde están agora?” (II, 8). Y esto cuando en su
discurso don Quijote no ha mencionado a Augusto, y solo a César
sin el nombre propio de Julio, de modo que la confusión onomástica es doblemente graciosa, en sí misma y porque se basa en una
erudición que no le corresponde a Sancho.
Si don Quijote se refiere a los “longincuos caminos” y Sancho
dice “no entiendo eso de logicuos, ni he oído tal vocablo en todos
los días de mi vida”, respondiendo el caballero andante que longincuos “quiere decir ‘apartados’, y no es maravilla que no lo entiendas, que no estás tú obligado a saber latín”, queda de relieve
la puntual broma lingüística, se remacha la condición de iletrado
de Sancho y se da la oportunidad de ofrecer una definición léxica,
recurso al que Cervantes tan aficionado es, por ejemplo presente
en intervención de don Quijote en la cual, sin que nadie se lo pida,
explicará: “santiaguarnos y levar ferro, quiero decir, embarcarnos y
cortar la amarra con que este barco está atado” (II, 29), como le interesa la variación formal, manifiesta en la pregunta del caballero
al escudero sobre si este percibió “¿un túho o tufo como si estuvieras
en la tienda de algún curioso guantero?” (I, 31). Pero en esta cuestión de nuevo se produce el cambio de papeles entre personajes de
distinto nivel sociocultural, pues al mencionar el caballero andante
“la retórica ciceroniana y demostina”, se da pie a las siguientes interrogación y respuesta explicativa:
¿Qué quiere decir demostina, señor don Quijote --preguntó la duquesa--,
que es vocablo que no le he oído en todos los días de mi vida?
—Retórica demostina --respondió don Quijote-- es lo mismo que decir retórica de Demóstenes, como ciceroniana, de Cicerón, que fueron los dos
mayores retóricos del mundo (II, 32)103.
La simple comicidad se persigue con los absurdos análisis léxicos escuderiles de gramática, cuando al afirmar don Quijote “que
103
Para restituir la coherencia argumental el duque le reprochará a su mujer que “habéis
andado desalumbrada en la tal pregunta”.
¿CÓMO HABLA SANCHO?
111
los que gobiernan ínsulas por lo menos han de saber gramática” se
sigue “con la grama bien me avendría yo --dijo Sancho--, pero con
la tica ni me tiro ni me pago, porque no la entiendo” (II, 3), y de
Ptolomeo, con las confusiones inferidas de las voces cultas cómputo
y cosmógrafo de su contexto: “por Dios --dijo Sancho--, que vuesa
merced me trae por testigo de lo que dice a una gentil persona,
puto y gafo, con la añadidura de meón, o meo, o no sé cómo” (II, 29).
La burla lingüística en estado puro se halla en los tratamientos de
vuestra santidad y vuestra altanería que Sancho dedica a la Duquesa,
también presumiría el escudero ante su señor de no ser la primera
vez que había llevado “embajadas a altas y crecidas señoras” (II, 30,
31, 33), de comicidad semejante al de vuestra pomposidad que a la
misma dama le dirige Teresa Panza en su carta (II, 52). Argumento
también a favor del artificioso convencionalismo de esta caracterización lingüística de Sancho es el hecho de que incongruentemente don Quijote se sitúe en igual nivel que su escudero al dirigirse
a la Duquesa con fórmulas a todas luces inadecuadas: “si algunos
días quisiere vuestra gran celsitud servirse de mí” (II, 30), “vuestra
altitud ha hablado como quien es, que en la boca de las buenas
señoras no ha de haber ninguna que sea mala” (II, 44). Esto, y la
ocasión ya considerada en la cual el escudero se permite enseñar a
su señor el significado de aguas mayores y aguas menores.
5.2.4. Ninguna explicación objetiva que vaya más allá del mero
chiste lingüístico tienen las “confusiones” de Sancho Panza en el
monólogo interior que le provocan las órdenes de los captores que
los conducen al castillo ducal a él y a su amo de regreso de Barcelona (“¡Caminad, trogloditas! ¡Callad, bárbaros! ¡Pagad, antropófagos!
¡No os quejéis, scitas…!)”: “¿Nosotros tortolitas? ¿Nosotros barberos ni
estropajos? ¿Nosotros perritas, a quien dicen cita, cita?” (II, 48). Como
Cervantes acostumbra a repetir en sus obras nombres de persona,
refranes, giros y expresiones, junto a ciertas cuestiones argumentales, también se reitera parecido juego de palabras y de confusiones
cuando al final de una de sus novelas ejemplares del protagonista
se recuerda:
como había andado con su padre en el ejercicio de las bulas, sabía algo
de buen lenguaje, y dábale gran risa pensar en los vocablos que había
oído a Monipodio y a los demás de su compañía y bendita comunidad, y
más cuando por decir per modum sufragii había dicho per modo de naufragio;
y que sacaban el estupendo, por decir estipendio, de lo que se garbeaba; y
112
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
cuando la Cariharta dijo que era Repolido como un marinero de Tarpeya y
un tigre de Ocaña, por decir Hircania, con otras mil impertinencias (Rinconete, 72).
Los pasajes citados responden a una clara estrategia literaria, lo
que se manifiesta en la misma naturaleza de tales faltas, casi todas
ajenas a la realidad idiomática y por lo paradójico de su presencia
contextual, así como por el hecho de que la gran mayoría de ellas
solo aparece en el Quijote de 1615. Es evidente, pues, que Cervantes
solo en la continuación de su gran novela se decidió a caracterizar
así la lengua de Sancho, rebajando con estas notas de vulgaridad
intervenciones del escudero de expresión sumamente culta. Pero,
una vez tomada su decisión argumental, Cervantes se mueve a impulsos en el manejo de este recurso, según se desprende de su ancha intermitencia y de cómo suelen localizarse seguidos los errores
en cada aparición del disparate lingüístico.
5.3. ¿TORPE HABLANTE, RÚSTICO Y VULGAR?
5.3.1. A estas pinceladas idiomáticamente caracterizadoras, que
miran al lado inculto del escudero, se añaden rasgos referentes a
su condición aldeana, pero que asimismo pertenencen más a la
dialéctica novelesca que a la objetividad lingüística. Es decir, Cervantes pone como principio el sello de la rusticidad al habla de
Sancho, pero sin hechos concretos que sustenten tal tipificación,
y, así, tras un discurso suyo pleno de sentido común, de corrección
idiomática y de discreta retórica, don Quijote se lo alaba diciéndole
“que en verdad que lo que has dicho de la muerte por tus rústicos
términos es lo que pudiera decir un buen predicador” (II, 20). Sin
embargo, ni el razonamiento, ni la expresión, ni las palabras han
tenido nada que ver con el rusticismo, y tras el primer encuentro
de Sancho con la Duquesa relatará el narrador que “con grandísimo gusto volvió a su amo, a quien contó todo lo que la gran señora
le había dicho, levantando con sus rústicos términos a los cielos su mucha fermosura, su gran donaire y cortesía” (II, 30). Y tampoco hay
mucha razón textual para que don Quijote se riera “de las rústicas
alabanzas de Sancho Panza” a Quiteria (II, 21), la novia en las bodas
de Camacho, en conjunto mezcla de expresiones coloquiales y de
giros literarios impropios del escudero.
¿CÓMO HABLA SANCHO?
113
Pero nótese que, por ejemplo, tologías y tólogo lo mismo están en
boca de Sancho que en las de rufianes urbanos (v. n. 96), de modo
que será preciso determinar qué elementos de su habla con propiedad se considerarán auténticos rusticismos. Así, irritado Sancho
por las pillerías del barbero ducal, amenaza con que “le daré tal
puñada, que le deje el puño engastado en los cascos, que estas tales
cirimonias y jabonaduras más parecen burlas que gasajos de huéspedes”, y aunque en este momento su interlocutora, la Duquesa, no
repare en ninguna particularidad, a continuación establecerá una
diferenciación sociocultural al alabar a su amo, “que debe de ser la
nata de los comedimientos y la flor de las ceremonias, o cirimonias,
como vos decís” (II, 22).
Pues bien, en el Quijote solo hay dos casos de cirimonias, ambos
referidos a Sancho, frente a veintidós de ceremonia, en singular y
plural, lo cual supone una clara postura estilística y normativa de
Cervantes ante estas variantes, pues prefiere la más culta en todo
tipo de contextos y deja la popular para caracterizar el habla del
escudero, pero no tan sistemáticamente que este también emplee
una vez la forma estándar: “¿está por ventura España abierta y de
modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es esta?” (II, 58).
Evidente es, pues, la preferencia de Cervantes por ceremonia y que
consideraba cirimonia vulgarismo, aunque no lleve su postura con
absoluto rigor al terreno literario; pero la realidad del español de
la época era más compleja, porque junto a ceremonia asimismo pervivía el también latinismo cerimonia, que con un registro se halla
en pasaje del narrador: “dieron saco a las alforjas y, sin cerimonia
alguna, en buena paz y compañía, amo y mozo comieron lo que en
ellas hallaron” (I, 15).
5.3.2. Es natural que Cervantes haga decir a Sancho trova y no
soneto (I, 23), pues lo contrario sería situarse fuera de toda realidad
sociológica, pero el uso de trova no va más allá de la connotación
popular, y el tratamiento de señor nuestramo con el que el escudero
se dirige a don Quijote (II, 58) podía darse en un medio campesino, de hecho con las variantes nuestro amo y nuestro señor amo lo
emplean Sanchica y Teresa Panza (II, 50), si bien asimismo en la
baja servidumbre urbana. Dentro de lo plenamente rural cae el
muesama con que el segador Llorente se refiere a Casilda, dueña
de la casa en obra de Lope de Vega (Peribáñez, 122). Razonable es
114
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
que el narrador le atribuya al escudero el uso de condumio, “acudió
Sancho a la repostería de sus alforjas y dellas sacó de lo que él solía
llamar condumio” (II, 59), vocablo que Covarrubias tenía por anticuado y rural (Tesoro, 348).
Cervantes presenta a Sancho cual campesino indocto, circunstancia que casi inevitablemente en el tratamiento literario de figuras semejantes acarreaba la condición de simple, y con variable
frecuencia trasunto del bobo de las comedias. Este aspecto de la caracterización sanchesca se centra de varios modos en la narración,
uno de los cuales es la atribución del concesivo maguera tonto que
Sancho se aplica en su argumentación con la Duquesa (II, 33), rasgo de rústica simpleza que con los mismos términos repetidamente se debe al narrador: “porque maguer era tonto, bien se le alcanzaba que las acciones de su amo, todas o las más, eran disparates”
(II, 30), “se burlaban de Sancho; pero él se las tenía tiesas a todos,
maguera tonto, bronco y rollizo” (II, 49).
La calificación de tonto va acompañada de la conjunción maguera (o de la variante maguer), por entonces arcaizante y refugiada en
el hablar rústico104, y en la última cita con el añadido del adjetivo
rollizo, que en el Quijote se deja para el tosco aldeano. También Teresa Panza se atribuye idéntica nota negativa: “que, maguer tonta,
no sé yo quién recibe gusto de no tenerle” (II, 5); de “mujer rústica
y tonta” la trata don Quijote en los consejos que da a Sancho para
su buen gobierno de Barataria (II, 42), lo que no quita que, como
con su marido a veces sucede, en ella se destaquen por contraste
destellos de buen juicio o de agudeza.
La cortedad de Sancho se afirma sobre todo metaliterariamente, más que con recursos estrictamente lingüísticos, que podían
esperarse dada su condición de inculto aldeano, causa de su ruda
manera de ser y de discurrir. Algún argumento idiomático de tal
caracterización se ha anotado, y aún podría señalarse su ocasional
empleo de él por vuestra merced, como el tratamiento de ella que
Sanchica da a su madre105. Pero también se ha comprobado que
104
En su carta a Dulcinea emplea don Quijote la locución maguer que (I, 25) solo como
nota del castellano arcaico, asimilado al lenguaje caballeresco (en apoyo de asaz, ferido y
fermosura), desligada aquí de la referencia aldeana que en la época tenía.
105
Sancho a don Quijote: “¿quiere vuestra merced darme licencia que departa un poco
con él?” (I, 21), y al médico de Barataria: “quitéseme luego delante: si no, voto al sol que tome
un garrote y que a garrotazos, comenzando por él, no me ha de quedar médico en toda la
ínsula” (II, 47). Sanchica a su madre: “pero mire que me ha de dar la mitad desa sarta, que no
tengo yo por tan boba a mi señora la duquesa, que se la había de enviar a ella toda” (II, 50).
¿CÓMO HABLA SANCHO?
115
Cervantes no duda en deformar artificiosamente las palabras para
poner en evidencia la ignorancia del escudero y conseguir así otros
efectos literarios. La desmedida afición de Sancho a los refranes,
que tantas veces usa sin ton ni son, refuerza esta caracterización, y,
así, tras una de sus retahilas de frases proverbiales: “¡Válame Dios
--dijo don Quijote--, y qué de necedades vas, Sancho, ensartando!
¿Qué va de lo que tratamos a los refranes que enhilas?” (I, 25).
Otras reprimendas recibirá Sancho por el mismo motivo, la última
hacia el final de la segunda parte de la novela, como reacción de
don Quijote a los refranes que en estilo indirecto le refiere el narrador:
No más refranes, Sancho, por un solo Dios --dijo don Quijote--, que parece que te vuelves al sicut erat: habla a lo llano, a lo liso, a lo no intricado,
como muchas veces te he dicho, y verás cómo te vale un pan por ciento.
—No sé qué mala ventura es esta mía --respondió Sancho--, que no sé
decir razón sin refrán, ni refrán que no me parezca razón; pero yo me
emendaré si pudiere (II, 71).
Si bien se mira, el autor aprovecha un caso del gusto de Sancho por la acumulación paremiológica para declarar por última
vez su ideal estilístico, que en su reproche niega al escudero. Pero
no son tales pautas estilísticas en sí mismas contrarias al empleo de
refranes, sino solo a su excesiva frecuencia, y de hecho don Quijote
termina su reprimenda con una frase sentenciosa (“verás cómo te
vale un pan por ciento”), marcando ese único registro la diferencia
entre la contención y el desbordamiento en el uso del refranero,
en relación con el principio cervantino de la cortesía emparejada al
comedimiento opuesta a la rusticidad, como discreto era antónimo de
necio y de rústico (I, 23, 25, 29, 52).
Por otro lado, la inconveniencia contextual de muchos refranes
de Sancho forma parte de las disparatadas razones que frecuentemente se le achacan, con o sin causa, como cuando al reprenderle
severamente don Quijote una intervención suya, en el fondo juiciosa y de “concertada” expresión lingüística, se lamentará reprochando también él a su amo: “¡Oh! Pues si no me entienden --respondió Sancho--, no es maravilla que mis sentencias sean tenidas
por disparates” (II, 19). No le faltaban motivos a Sancho para quejarse de la inmerecida reprensión que en esta ocasión recibe, pues
en su argumentación nada hay de disparatado, sino, como mucho,
un tono popular, o coloquial si se quiere, con la sola e insólita corrupción que en su boca el autor pone de la rueda de la fortuna
116
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
como rodaja de la fortuna. Era cuestión, sin embargo, de insistir en
este rasgo caracterizador, en el que el mismo Sancho acabará creyendo, cuando, de nuevo en conversación con su señor, quien lo
trata de ignorante, reconozca: “sí, que para preguntar necedades y
responder disparates no he menester yo andar buscando ayuda de
vecinos” (II, 22).
5.3.3. La prolijidad del discurso, y no siempre condicionada por
la reiteración paremiológica, es otra de las notas negativas que a
Sancho se le atribuyen, de manera que si quiere romper un silencio
que se le antojaba demasiado largo para comunicar cierta cosa don
Quijote (“y una sola que ahora tengo en el pico de la lengua no
querría que se mal lograse”), se verá conminado: “Dila --dijo don
Qujote-- y sé breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso
si es largo” (I, 21). Poco importa que la siguiente intervención del
escudero no pueda considerarse breve, porque mucho más extensa será la respuesta de don Quijote, sobradamente la quintuplica,
pues situaciones textuales semejantemente paradójicas son frecuentes en la novela cervantina. Pero más que la aparente incoherencia narrativa y estilística al autor le interesa dar otra puntada
en la urdimbre del complejo personaje que Sancho es, al tiempo
que una vez más deja constancia de su concepción estilística, con
procedimiento narrativo que por ejemplo también aplica a Pedro
el cabrero.
Las disparatadas intervenciones de Sancho y las distorsiones en
“su manera de hablar con exageraciones caricaturescas” (Pascual,
2004: 1134) son formas de caracterizar al personaje, pero también
de provocar la hilaridad del lector. Es la faceta del Sancho bobo
(maguera tonto) y tosco aldeano (de rústicas razones), dibujada con
trazos elementales, sea la opinión en tal sentido simplemente inducida por el autor, sean los lapsus linguae en su mayor parte ajenos
a la realidad idiomática, o sea “el recurso del chaparrón refraneril
como estímulo cómico” (Lázaro Carreter, 2004: XXXVII). Más sutil
es el modo de hacer actuar a Sancho como gracioso, pues, como él
mismo advierte, “el decir gracias no es para todos” (v. n. 93); pero
la gracia o el donaire no estriba tanto en específicos medios lingüísticos, sino más bien en la tensión argumental frecuentemente
relacionada con la discreción o buen juicio de determinados parlamentos del escudero, es decir, en el chocante efecto que al lector le
produce oírlo razonar como no era pensable en un zafio aldeano.
¿CÓMO HABLA SANCHO?
117
Acertadamente se ha dicho de este personaje que “es inicialmente tonto, porque sus pocas luces no deben impedir el desvarío
del héroe” y que “solo a medida que este vaya mostrando admirable
cordura fuera de lo caballeresco, podrá ir enriqueciendo Sancho
su personalidad hasta adquirir volumen comparable a la del caballero” (Lázaro Carreter, 2004: XL). En el Quijote de 1605 evidentemente no pertenece a un lenguaje rústico simple, sino al de un
discreto, el discurso que acaba “de las mías no digo nada, pues no
han de salir de los límites escuderiles, aunque sé decir que si se usa
en la caballería escribir hazañas de escuderos, que no pienso que
se han de quedar las mías entre renglones” (I, 21).
5.4. UN CALEIDOSCOPIO DE LENGUA Y ESTILO
5.4.1. La figura de Sancho presenta tantas facetas y tan entremezcladas en su expresión lingüística, que resulta imposible de
explicarse en una sola unidad temática. Viene muy a propósito la
conclusión que Ángel Rosenblat saca de la aparente constante contraposición idiomática entre don Quijote y su escudero:
Estamos dentro de un amplio realismo expresivo. Pero de pronto, en el
habla del caballero, o del escudero, o en mitad de los discursos, aparece
una expresión del hampa, o una fórmula notarial o mercantil, o varios
versos, o una frase de nivel social y expresivo discordante, en una especie
de extraña promiscuidad lingüística,
lo que al gran hispanista lo llevará a sentenciar que “no se pueden aplicar al Quijote los cánones sagrados del realismo expresivo”
(1995: 206, 209). Pero esto, que es cierto aplicado a toda la novela
y al mismo don Quijote, sobremanera se ajusta a Sancho, sin duda
el personaje de mayor complejidad en su caracterización sociocultural, lingüística y expresiva de toda la trama novelesca. Se presenta
como prototipo de rústico inculto, pero esta figura se determina
con inverosímiles deformaciones léxicas, con equívocos o cruces
de palabras que suelen ser de fondo refinadamente erudito, o mediante estigmatizaciones que con frecuencia no se justifican en las
intervenciones del escudero a las cuales se refieren. Aparte de los
disparatados razonamientos y sobre todo del enhilamiento de refranes, medios que en sí mismos no son de tipificación idiomática,
y, sin olvidar las dificultades que comporta la precisa identificación
118
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
de particularismos léxicos en el castellano común de la época, fuera de las regiones dialectalmente más marcadas, así como la diferenciación entre rusticismo y vulgarismo, no muchos ejemplos
se descubren en el Quijote que con propiedad definan el carácter
aldeano de Sancho, y en menor medida de otros personajes106.
De las formas ya mencionadas estripaterrones y traés notarán el
aldeanismo de Teresa Panza, cirimonias, condumio, cuchares, presona y
presonajes el de su marido. Podría añadirse un emprincipio que va sin
reprimenda de don Quijote, “desde el emprincipio me caló y me entendió” (II, 7), y un caloña de idéntica circunstancia contextual, “si
vuestra merced quiere saber todo lo que hay acerca de las caloñas
que le ponen” (II, 2). Bien es verdad que, aun cuando a este uso no
le sigue reproche, contrasta con la voz culta inmediatamente antes
empleada por el caballero andante, “entre las tantas calumnias de
buenos bien pueden pasar las mías”, y el arcaísmo de caloña, mantenido en ambientes rurales, quizá venga avalado ya por el hecho de
que Nebrija registra en primer lugar el término cultista (“calunia
o caloña”) y luego solo caluniador y caluniar (VEL), o porque Covarrubias tenga calumnia por entrada principal y vocablo de uso en
la época, mientras que en la de calonia señala que “en el lenguaje
antiguo es lo mesmo que calumnia”, añadiendo “y otros dizen caloña” (Tesoro, 270)107.
5.4.2. La parquedad de una verosímil ejemplificación lingüística y el recurso a las artificiosas distorsiones léxicas o fraseológicas
no son rasgos narrativos privativos del Quijote, según puede comprobarse por el broche final que Cervantes pone a su Rinconete en
síntesis caracterizadora del habla marginal sevillana, mientras que
la suma del elemento lingüístico con tratamiento tópico y de la
opinión estigmatizante bastarán para enmarcar el ceceo de un grupo étnico en la Gitanilla y en Pedro de Urdemalas. Y en esta comedia
106
Las disparatadas razones de Sancho y sus acumulaciones de refranes son más de orden argumental y estilístico que hechos definitorios desde un punto de vista estrictamente
lingüístico. De índole cultural y connotación popular son también expresiones como “ha
mezclado el hideputa berzas con capachos” (II, 3), con todo el aspecto de dicho proverbial.
Un buen número de sartas refraneriles del escudero, así como de sus comparaciones e imprecaciones, queda recogido por Rosenblat (1995: 33-56, 79-94).
107
En el Prólogo de 2005 aunque con simplificación consonántica el autor también emplea el latinismo verbal, “sin temor que te calunien por el mal”, mientras que Sancho lo
usará en su forma popular: “no, sino popen y calóñenme, que vendrán por lana y saldrán
trasquilados” (II, 43).
¿CÓMO HABLA SANCHO?
119
apenas difieren la táctica y los efectos que Cervantes consigue en
su determinación del habla aldeana respecto de lo que sobre el
particular en el Quijote se verifica. Efectivamente, el alcalde Martín
Crespo dirá: “tan tiestamente pienso hacer justicia / como si fuese
un sonador romano”, y Redondo el escribano lo corregirá: “senador,
Martín Crespo”, replicando este: “allá va todo”; intervendrá luego
Lagarto: “no hay más en nuestro pleito, y me rezumo / en lo que
sentenciare el señor Crespo”, corrigiendo el escribano: “rezumo por
resumo, allá va todo”. Continúa el diálogo con el alcalde: “¿qué decís
vos a esto, Hornachuelos?”, y este responde: “no hay qué decir; yo
en todo me arremeto / al señor Martín Crespo”, precisando Redondo: “me remito / ¡pese a mi abuelo!”, y lo aplaca el alcalde: “dejad
que arremeta; / ¿qué se os da a vos, Redondo?”, con la concesión del
escribano: “a mí, no, nada”; finalmente volverá a intervenir el alcalde con un “Dios os guarde; / dejad aquesas lonjas a una parte…”,
enmendando el escribano, pero ya sin réplica de su interlocutor:
“lisonjas decir quiso” (Urdemalas, 261-263, 266).
Tales rasgos caracterizadores, faltos de realismo lingüístico
como muchos de los que en el Quijote aparecen, se agrupan al principio de esta pieza teatral y después Cervantes se olvida de ellos,
aunque previamente ha trazado conceptualmente un bosquejo de
la simpleza idiomática y cultural de los campesinos, cuando a los
elevados versos de Pedro el zagal Clemente le pide:
Pues sabes que soy pastor,
entona más bajo el punto,
habla con menos primor,
concluyendo aquel tras otra intervención de Clemente:
Pan por pan, vino por vino,
se ha de hablar con esta gente108.
5.4.3. Desde luego no es Sancho personaje que pueda someterse a un análisis lineal, y esto ya en el Quijote de 1605, pero su complejidad aumenta muy considerablemente en el de 1615, hecho
que a no dudar responde a un meditado cambio de estrategia de
Cervantes. A poco de comenzar la segunda parte discurre el mozo
sobre “la valentía, la cortesía, hazañas y asumpto” de su amo en
términos nada escuderiles, y poco después, como para compensar,
108
Urdemalas, 250-251. Esta es la excusa doctrinal, que no quita para que a continuación
los versos de Clemente sean de igual nivel estilístico y cultural que los de Pedro.
120
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
se le reprenderá su presonajes (II, 2, 3). Y el de Alcalá al comienzo
de su capítulo quinto se ve obligado a introducirlo con la argucia
de que “el traductor desta historia… dice que le tiene por apócrifo,
porque en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía
prometer de su corto ingenio y dice cosas tan sutiles, que no tiene
por posible que él las supiese” (II, 5).
Pero no se trata de una cuestión estilística que tenga que ver
con el manejo del lenguaje, sino con la adecuación del personaje
a su sitio en el argumento novelesco, en el sentido de la apreciación valdesiana sobre la Celestina, cuyo “estilo, en la verdad, va bien
acomodado a las personas que hablan” (Diálogo, 175). Porque en
este capítulo, con mayor relieve y extensión que en cualquier otro,
Sancho toma el lugar del culto, pues su mujer se le queja de que
“después que os hicistes miembro de caballero andante, habláis de
tan rodeada manera, que no hay quien os entienda”, y él le rectifica
una mala palabra (“resuelto has de decir… y no revuelto”) para que
Teresa Panza se afirme en que “yo hablo como Dios es servido y no
me meto en más dibujos”, disculpa similar a las que su marido en
otras ocasiones esgrime. Y esta reprimenda con que Sancho obsequia a Teresa no es muy distinta de las que varias veces él mismo
recibe, tanto de forma como de fondo:
¡Válate Dios, la mujer, y qué de cosas has ensartado unas en otras, sin tener pies ni cabeza! ¿Qué tiene que ver el cascajo, los broches, los refranes
y el entono con lo que yo digo? Ven acá, mentecata e ignorante, que así
te puedo llamar, pues no entiendes mis razones109.
Sin embargo, no tardará Sancho en caer en la doble prevaricación de relucida, que su amo le corrige en reducida, y de fócil, desliz
que don Quijote tardará en comprender: “ya, ya caigo en ello: tú
quieres decir que eres tan dócil…”, incomprensión que el escudero
tomará como añagaza que su señor le tiende “por oírme decir otras
docientas patochadas”, como enseguida, al oirle revolcar por revocar,
el bachiller Sansón Carrasco dirá: “confírmolo por uno de los más
solenes mentecatos de nuestros siglos, y dijo entre sí que tales dos
locos como amo y mozo no se habrían visto en el mundo” (II, 7).
Sancho en muchas partes del Quijote habla como culto y discreto, emplea dobletes léxicos de la clase de jumentiles y asininas (II,
34), en modo alguno aldeanos, sabe precisar “que el retirar no es
109
Aún así, Sancho tampoco dejará de ser del todo Sancho aquí, porque se permitirá una
confusión de almohadas con almohades y un propuesto de sayagués te la chanto, con todo el
aspecto de gallego.
¿CÓMO HABLA SANCHO?
121
huir” (I, 23), construir frases abstractas como “inquirir pensamientos
ajenos” y jugar al equívoco cómico con el verbo deber, aparentando
ignorar uno de sus sentidos, “este tu amo, Sancho amigo, debe de ser
un loco” le dice Tosilos, lacayo de condición, y él responde que “no
debe nada a nadie” (II, 66, 67). Igualmente inverosímil es que Sancho llamara rucio a su jumento para no emplear un término como
asno, situándose así en el mismo nivel de selección eufemística y
normativa que su señor --diría, por ejemplo, don Quijote “que el
asno, hablando a lo grosero…” (II, 71)--, pero anticipándose a él en
la apreciación sociolingüística110. Ni, por supuesto, resulta creíble
que un escudero y aldeano como él, tal y como Cervantes lo pinta
en su novela, fuera capaz de razonar sobre las diferencias entre
sayagueses y toledanos, y las que a estos últimos entre sí distinguían
“en esto del hablar polido” (II, 19).
Cervantes no da puntada sin hilo en la caracterización idiomática y estilística de Sancho, cuya figura cobra marcados y desconcertantes perfiles con contrastes textuales tan llamativos como el
que establece cuando enseguida de reprocharle don Quijote sus
lapsus de relucida y fócil, este lo alabara diciéndole “que habláis hoy
de perlas”, para casi sin demora hacer disparatar el autor al escudero, que confundirá la expresión jurídica de rata por cantidad con
gata por cantidad (II, 7). Con medios generalmente convencionales
o artificiosos y con pinceladas sueltas de realismo lingüístico el de
Alcalá juega con el lector, a quien un Sancho que discurre y que se
expresa con marcas sociolingüísticas desorienta con inesperados
quiebros textuales.
Ciertamente, el que en el Quijote de 1605 el señor le diga a su
mozo una vez “no parece sino que has estudiado”, admirado de las
“discreciones que dices a las veces” (I, 31), y que en otra ocasión lo
tuviera por hombre de pro (I, 44), son consideraciones que no solo
tienen que ver con la capacidad discursiva y agudeza de razonamiento, o con la condición moral y social, sino que habitualmente
también iban asociadas al buen uso del lenguaje. Sin embargo, es
en el de 1615 donde el personaje del escudero se perfila y concreta
más en el aspecto idiomático, haciéndose también más compleja
su figura, por consiguiente. De toda evidencia es que Cervantes
110
En efecto, mucho antes, al suplicar el escudero a la duquesa que “le hiciese merced
de que tuviese buena cuenta de su rucio”, pero puesto esto por el narrador, y preguntarle
“¿qué rucio es este?” la dama, “mi asno --respondió Sancho--, que por no nombrarle con ese
nombre, le suelo llamar el rucio” (II, 33).
122
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
ha cambiado de táctica y de maneras en su tratamiento narrativo:
¿quizá para alejar lo más posible a su Sancho del avellanedesco? En
la segunda parte de la novela se relaciona directamente la agudeza
en el razonar que de cuando en cuando se le atribuye al escudero
con el ideal cervantino del buen estilo: “has dicho, Sancho --dijo
don Quijote--, mil sentencias encerradas en el círculo de breves palabras:
el consejo que ahora me has dado le apetezco y recibo de bonísima
gana” (II, 9); y el propio autor a las claras desvelará la táctica que
ahora sigue a este respecto:
Riose don Quijote de las afectadas razones de Sancho, y pareciole ser
verdad lo que decía de su enmienda, porque de cuando en cuando hablaba de manera que le admiraba, puesto que todas o las más veces que
Sancho quería hablar de oposición y a lo cortesano acababa su razón con
despeñarse del monte de su simplicidad al profundo de su ignorancia; y
en lo que él se mostraba más elegante y memorioso era en traer refranes,
viniesen o no viniesen a pelo de lo que se trataba, como se habrá visto y
se habrá notado en el discurso desta historia (II, 12).
5.4.4. La caracterización de Sancho tiene en el lenguaje un eficaz e importante medio, aunque el personaje también se pergeña
con otros argumentos, quizá más sutiles, y desde luego anteriores
en el relato novelesco, pues, como también advirtió Lázaro Carreter, hasta Pedro el cabrero, reconvenido por sus cris, estil y sarna, a
Cervantes no se le había ocurrido este recurso cómico, y sería bastante después “cuando Panza empiece a prevaricar” con el idioma
(2000: XXXV). Con todo, el hablar sanchesco tiene la virtud de
atrapar la fidelidad del lector y de regocijarlo entre las agudezas y
torpezas del escudero. Hablar tópicamente rústico, con largos precedentes literarios, incluso con secular antecedente de una misma
voz (presonajes en Torres Naharro), que encontrará sitio en las páginas del Quijote, y que, como no podía ser menos, halló cumplido
eco en Indias. Ejemplo de ello hay caricaturescamente referido por
Juan de Castellanos al modo de expresión de Blasco Martín, natural de Cabeza de Buey, en el Maestrazgo, hombre “llanazo, sin
resabio de malicia” que había acompañado en 1539 al nuevo gobernador de Santa Marta (Rosenblat, 1973: 311-312):
Blasco Martín fue destos ansimismo,
un basto labrador, tal y tan tosco,
que movían a risa sus vocablos,
pues donde los venados se cazaban
llamada venadales, y a la cierva
¿CÓMO HABLA SANCHO?
le llamaba venada, y al caballo
rijoso, religioso, y al buen tino
de alguno que guiaba, buen termeño,
y por decir botones de atauxía,
brotones les llamó, de teología;
y otros términos no menos groseros
que los tenía él por cortesanos
y de los muy limados y polidos.
123
CAPÍTULO 6
CERVANTES ANTE LA LENGUA.
DIVERSIDAD DIALECTAL Y SOCIAL DEL ESPAÑOL
6.1. EL REGIONALISMO LINGÜÍSTICO
6.1.1. Desde que en la literatura castellana se emparejaron personajes de ciudad y de aldea comenzó también la connotación idiomática de los segundos, al principio de manera bastante realista,
para caer luego con frecuencia en el estereotipo: muy pronto se
acuñó el tópico, con un cierto fondo de verdad según el criterio
cultural vigente, de que el “vicio” lingüístico necesariamente se
identificaba en los hablantes rústicos. No estará de más recordar
aquí la opinión de Márquez Villanueva a propósito de Cervantes
(2005: 142):
No hay que olvidar que cuanto entendemos por literatura moderna es
en su origen una literatura sociológicamente determinada por las ciudades... En rigor e inicialmente, una literatura de cortes o bien de centros
urbanos que no necesitaban del título oficial para valer como tales, según
era en España el caso de la vieja Toledo y de la novísima Sevilla.
Lo que este estudioso dice de la literatura con razón quizá mayor pueda afirmarse de la lengua, o, por mejor decir, de su uso
socialmente diferenciado, y la diversidad que más fácilmente podía
establecerse era entre el modelo urbano y el rural, o, lo que es
igual, entre quienes habían tenido acceso a una cultura escolar y
libresca y los que no, esto en términos de la siempre excesiva generalización, claro está. Pero con la referencia a las diferencias de
modelos idiomáticos, poniéndose el acento de lo negativo en el de
los campesinos, también se estaban marcando las distancias por el
prestigio social y económico existentes en la España de la época.
Tiene razón Márquez Villanueva en igualar simplemente cortes
126
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
y centros urbanos, pues sin demasiada reflexión historiadores de la
lengua han hecho la “norma” exclusiva de la “corte real”, incluso
antes de que con Felipe II tuviera sede fija. No tanta cuando particulariza en ciudades por distintos motivos señeras, Toledo y Sevilla,
pues la nunca probada preeminencia de la “norma toledana” ha supuesto uno de los más pertinaces tópicos de la filología española, y
Sevilla no dejó de tener sus detractores, con críticas muy marcadas
en alusión a la lengua de su clase más baja111; el zamorano doctor
Villalobos repudiaba el uso de hacien, comien entre las expresiones
“con que los toledanos ensucian y ofuscan la polideza y claridad
de la lengua castellana” (apud Menéndez Pidal, Cantar, 274). Hablar cortesano o ser hablante cortés generalmente era sello de pertenencia a la cultura urbana, pero también podía serlo del individuo
rural o de baja cuna que por cualquier vía había accedido al nivel
de los cultos, y en ocasiones también al de los poderosos, así el arzobispo toledano Juan Martínez Silíceo. Pero el tópico radicaba en
la férrea dicotomía ciudad / aldea, convertida en recurrente asunto
literario, ya establecido a finales del cuatrocientos, sobre acertadas
referencias lingüísticas, en no demasiado número, seguidas pronto
de puros lugares comunes y gratuitas distorsiones.
En Mingo Revulgo la figura del aldeano, rústico pastor, se identifica con parquedad lingüística, para perfilarse mejor en Juan del
Encina, todavía más en Lucas Fernández y Torres Naharro, con
rasgos sayagueses y extremeños (Frago, 2002: 394-396). Queda definido así el prototipo literario de ruralidad e incultura, que podrá
adobarse también con otros elementos populares y vulgares asimilados a la aldea. El escudero en los versos de Encina trata de tú a
los pastores Mingo y Pascuala, tuteo de superioridad, mientras ellos
entre sí se dan este tratamiento con valor de confianza, y al forastero “de ciudad” le aplican el vos de respeto (Cancionero, 111v-113r):
Escudero:
Pascuala:
111
tienes más gala que dos
de las de mayor beldad.
Essos que soys de ciudad,
Sin duda se refiere al marcado debilitamiento, o aspiración, de la velar /x/ en el
marginalismo sevillano la lección que Pablos recibe de un antiguo condiscípulo de Alcalá:
“Ese hocico, de tornillo, gestos a un lado y a otro, y haga bucé de las j h y de las h j. Diga
conmigo: Jerida, mojino, jumo, pahería, mohar, habalí y harro de vino (Buscón, 252-253). Idéntica
advertencia fonética por entonces hace el vallisoletano Suárez de Figueroa, quien refiere el
germanesco mohada (mojada ‘herida por arma punzante’) pronunciado por un “valentón de
mentira” bético, y que entre los de su clase marginal denotaba “bravosidad” pronunciar arro
y Erez por jarro y Jerez (Pasajero, II, 539, 542).
CERVANTES ANTE LA LENGUA
127
y en respuesta de Mingo al altivo pretendiente de su amada se deja
establecida la oposición entre la ciudad y la aldea, ciertamente realzada en el juego literario:
porque soys muy palaciego
presumís de corcobado.
Cudáys que los aldeanos
no sabemos quebrajarnos;
no penséys de sovajarnos
essos que soys ciudadanos.
El cliché sociológico pervive en el Quijote y en otras obras de
Cervantes, por ejemplo en el diálogo entre Belica (Urdemalas, 319):
Alguacil y bien criado,
¡milagro! ¡Nunca sois vos
de la aldea!
y Maldonado, conde de gitanos:
Has acertado,
porque es de corte, sin duda.
Y la relación entre el buen entendimiento y el bien decir con la
cuna del individuo también está presente en estas páginas cervantinas, pues la gitana Inés cecea, tratamiento habitual durante siglos
de su etnia en la literatura, no así Belica, a quien el Rey dice:
Gitana tan entendida
muy pocas veces se ve,
respondiendo ella:
Soy gitana bien nacida (317).
6.1.2. Cervantes concede mucha más atención a la diferenciación sociocultural del lenguaje que a la diatópica, precisamente
porque así puede determinar una frecuente distinción entre el
hablar del discreto cortesano y el del villano soez, rudimentario
esquema que al de Alcalá le servía para encuadrar su concepción
del buen estilo y del bien hablar. Aunque difícilmente podía estar
ausente de un texto tan extenso como el del Quijote toda mención
al fenómeno regional, y, efectivamente, una nota de diatopismo
léxico aparece en la primera salida del hidalgo manchego, cuando
este muestra sus deseos de yantar en la venta del andaluz y según
el narrador:
128
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
A dicha, acertó a ser viernes aquel día, y no había en toda la venta sino
unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntáronle
si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado
que dalle a comer.
Si al pie de la letra se tomara este pasaje parecería que en la
zona manchega donde pudiera situarse la venta del andaluz era
truchuela el nombre de dicha salazón, pero la indirecta pregunta
que al final se le hace al caballero andante seguramente no tiene
otro fin que el de facilitar el inmediato equívoco léxico-semántico:
“como haya muchas truchuelas --respondió don Quijote--, podrán
servir de una trucha, porque eso se me da que me den ocho reales
en sencillos que en una pieza de a ocho”. Sin embargo, lo que a
continuación se descubre es que el término propio en Cervantes
debía de ser abadejo, pues el narrador relata que con la llegada del
castrador de puercos y sus toques de silbato “acabó de confirmar
don Quijote que estaba en algún famoso castillo y que le servían
con música y que el abadejo eran truchas…”, aunque previamente
se lee: “pusiéronle la mesa a la puerta de venta, por el fresco, y
trújole el huésped una porción del mal remojado y peor cocido
bacallao” (I, 2).
Es cierto que el Autoridades bajo la entrada abadejo indica: “pescado que se coge en grande abundancia en la isla de Terranova
y en otras partes…, ya seco, se distribuye y comunica por toda la
Europa, aunque con varios nombres, pues en unas partes le llaman
bacallao y en otras truchuela”, y cita el referido fragmento quijotesco, igual que en el artículo curadillo (“especie de pescado, y lo mismo que abadejo”). Pero aquí la igualación semántica parece forzada
(“especie de pescado”), y truchuela simplemente se definirá como
‘el abadejo más delgado’. El DRAE es en esta cuestión deudor del
primer diccionario académico, pues da abadejo, bacalao y curadillo
como sinónimos, y define truchuela ‘bacalao curado más delgado
que el común’, aunque estas voces las refiere al uso general y ciertamente no todas son de tipo estándar.
Evidentemente Cervantes no pretendía hacer geografía lingüística, aunque del mencionado pasaje y de las dos inmediatas citas se
desprende que sus dos verdaderos sinónimos eran abadejo y bacalao,
en la época el primero más corriente en Castilla y el segundo más
propio de Andalucía, donde sin duda se familiarizó con su uso, que
CERVANTES ANTE LA LENGUA
129
también se repetirá en el insulto con que a don Quijote lo obsequia
Altisidora, “¡vive el señor don bacallao…!” (II, 70), esto en uno de
los capítulos de trama literariamente situada en Aragón, donde el
vocablo usual era abadejo. Con mayor propiedad dialectal, en el sevillano patio de Monipodio los congregados en él se dispusieron a
dar buena cuenta de “una cazuela grande llena de tajadas de bacallao frito” (Rinconete, 53)112.
De todos modos, en un autor como Cervantes más que la
exactitud de los datos lingüísticos ofrecidos en esa breve descripción de sinonimia geográfica importa ver que la establece como
puntual muestra de erudición y para dar pie a un juego literario
asimismo basado en el léxico. Al mismo tiempo interesa saber
que este recurso cervantino responde a la humanística literaturización de diversos aspectos del fenómeno lingüístico, recurso
que fue habitual en muchos autores del Siglo de Oro (Frago,
1998). Además, la larga estadía andaluza de Cervantes le permitió asimilar varios meridionalismos léxicos, entre ellos maceta, por
entonces término privativo de Andalucía occidental, sinónimo
diatópico de tiesto, de difusión peninsular mucho mayor y que
fuera de esta contraposición dialectal será el usual en las obras
cervantinas: “Al un lado estaba un banco de tres pies y al otro un
cántaro desbocado con un jarrillo encima, no menos falto que el
cántaro; y en el medio un tiesto, que en Sevilla llaman maceta, de
albahaca” (Rinconete, 39).
Justo antes de estas líneas y en la misma descripción del patio
de Monipodio, se lee: “él salió luego y los llamó, y ellos entraron,
y su guía les mandó esperar en un pequeño patio ladrillado, y de
puro limpio y aljimifrado parecía que vertía carmín de lo más fino”.
Entienden Corominas y Pascual con toda razón que se trata de una
errata, pues el contexto claramente indica que en lugar de la forma en él señalada debería estar el andalucismo aljofifado ‘fregado’
(DCECH)113. Regionalismos meridionales son asimismo los ictióni112
El CORDE también documenta bacallao en los Romances del andaluz Góngora: “quántas
noches remojado / me bi como bacallao”. Tampoco se pierda de vista, sin embargo, que
Alemán trae “una escaramuza de gatos que hacían banquete con un pedazo de abadejo seco”
(Guzmán, I, 308), por lo que la pertenencia regional podía ser solo de grado, como en tantos
otros casos ocurre.
113
Se ignora el porqué de semejante error, probablemente culpa del editor, pero pudo
producirse un cruce con el también arabismo andaluz aljemifao, aunque de significado muy
diferente (‘mercero’).
130
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
mos albur y acedía: “cuando llevasen pescado menudo, conviene a
saber, albures o sardinas o acedías” (Rinconete, 31), el primer nombre
de un “pez típico de Sevilla” en palabras de estos lexicógrafos, que
aportan justificación histórica del carácter regional de este vocablo, nota diatópica que seguramente también le corresponde a acedía, con cuyos significados de ‘acidez, desabrimiento’ y ‘platija’ el
andaluz Vicente Espinel hace un juego de formas y significados, así
como con lenguado: “Parece que han de tener la lengua gastada y
consumida de hablar, y por eso les llaman deslenguados, siendo lenguados y aun acedías, pues tantas engendran en quienes las sufren”
(Relaciones, 68a). Asimismo peje ‘pez’ muy posiblemente tenga connotación andalucista en el Quijote114.
6.1.3. De la diversidad diatópica se podía dar la opinión generalizadora sin concreción alguna, así la valdesiana afirmación de que
“cada provincia tiene sus vocablos propios y sus maneras de dezir”
(Diálogo, 62), que no va seguida o fundamentada en casos concretos, y cuando el erasmizante conquense en su tratado los aduce
será muy esporádicamente, y aun así necesariamente habrán de ser
tomados con precaución por el historiador de la lengua. Cervantes
no busca la marca del regionalismo, ni afronta vulgaridad idiomática alguna en su empleo de voces como alcancía, cecial, garrucha o
zaque, pues tenían difusión mucho más amplia que la toledana115,
ni supone en él un aragonesismo su uso de aliaga (II, 61), mientras que bien pudo recurrir intencionadamente a un regionalismo
aragonés cuando Sancho le advierte a su señor a la orilla del Ebro
“que a mi me parece que este tal barco no es de los encantados,
sino de algunos pescadores deste río, porque en él se pescan las
mejores sabogas del mundo” (II, 29)116.
114
Donde se lee “digo que ha de saber nadar como dicen que nadaba el peje Nicolás o Nicolao” (II, 18) y “¿qué peje pillamo?”, en la ed. Rico explicado como “frase proverbial italiana
que literalmente vale por ‘¿qué pez pescamos?’” (2004: I, 918, n. 31), donde se dice que peje
es adaptación al español del italiano pesce, pero en todo caso será con la forma del noroccidentalismo peninsular que arraigó en Andalucía y luego en Canarias e Hispanoamérica,
dominios en los cuales esta voz se mantiene viva con su originario sentido ictionímico, el que
presenta en sus registros quijotescos.
115
Alcancía (II, 20, 52, 53), cecial (II, 14), garrucha (I, 44), zaque (I, 11; II, 20).
116
Aunque en vocabularios aragoneses se anote aliaga como voz particular de esta región,
su difusión la sobrepasa con mucho en la mitad oriental de la Península, incluida la Mancha,
y así lo indicaba ya el Autoridades. En cuanto a saboga, es principalmente catalán y aragonés,
si bien quizá haya tenido extensión algo mayor (DCECH), y Cervantes, al situarse novelescamente en tierras del Ebro, quizá creyó oportuno mencionar las apreciadas sabogas de sus
CERVANTES ANTE LA LENGUA
131
El de Alcalá emplea muy pocos dialectalismos, principalmente
andalucismos que ha asimilado durante sus años de estancia en el
mediodía peninsular, pero de modo natural y sin especial relieve
literario, salvo el realismo que pueda suponer tal palabra en tal
situación narrativa; verbigracia el aljimifrado ‘aljofifado’ de la descripción del patio de Monipodio en Rinconete, así como su mención
de los albures y de las acedías o de la maceta en esta obra de ambiente
sevillano, y seguramente la de sabogas en el asomo quijotesco al
Ebro. Solo ocasionalmente incide, pues, en la diferenciación diatópica del léxico, pero este comportamiento cervantino en modo
alguno es singular, porque sabido es que el propio Valdés solo en
contadísimas ocasiones ejemplifica la particularidad geográfica.
Aun una división dialectal tan profunda como la que supuso
el desarrollo del seseo y ceceo en Andalucía se convirtió en lugar
común de literatos y eruditos, del que también echa mano Cervantes cuando a Preciosa le hace decir cenores, seguramente errata por
ceñores, “que, como gitana, hablaba ceceoso, y esto es artificio en
ellas, que no naturaleza”, y pellizcacen en su siguiente intervención
(Gitanilla, 44). Ningún otro registro ceceante se dará en este personaje ni en el habla de cualquier otra gitana o gitano de la misma
obra, pero no se necesitaba más para caracterizar idiomáticamente
a este grupo marginal, tratándose como se trataba de una convención literaria y habida cuenta de que Cervantes es consciente de
que maneja un estereotipo cultural (“esto es artificio en ellas, que
no naturaleza”), máxime cuando a Preciosa se la hace natural de
Madrid. Como la gitana Inés dirá: “Ceñor Conde, vez do viene / la
viuda tan guardadora, / que, puesto que mucho tiene, / maz guarda y maz atezora”, igual que Maldonado: “¿no les rezpondes, ceñora?”
(Urdemalas, 296-297)117,mientras que Belica está libre del despreciado modismo, pues su nacimiento no había sido en familia gitana.
Estamos ante el condicionado cliché de una realidad lingüística
que tenía su asiento en Andalucía, y quizá en ella hundía su raíz el
tópico del melindroso ceceo mujeril, resuelto en la exclamación
aguas, como en otras ocasiones nombrará el queso de Tronchón, en relación con la duquesa
y con el lacayo Tosilos (II, 52, 66).
117
En esta comedia Cervantes acota: “Sale Maldonado, conde de gitanos y adviértase que
todos los que hicieren figura de gitanos han de hablar ceceoso” (273). A diferencia de lo que en la
Gitanilla ocurre, este personaje será continuamente ceceante aquezta, buzcarte, buzque, ceñor,
círvenoz, curioza, deceo, eztaz, etc.), durante un buen espacio de su intervención; pero después
deja de cecear, y cuando entran en escena las gitanas Inés y Belica cantan sin ceceo, rasgo
distintivo que luego discontinuamente adopta la primera, nunca la segunda.
132
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
fija ¡Mi ze!118, tópico que probablemente se refleja en el en hora maza
tomado por Cervantes de la tradición oral: “¡Mirá, en hora maza
--dijo a este punto el ama--, si me decía a mí bien el corazón del pie
que cojeaba mi señor!” (I, 5)119.
6.2. ECOS INDIANOS EN CERVANTES
6.2.1. Dos años después de ser rescatado de la esclavitud, impedido por su manquedad de seguir el ejercicio de las armas y no
habiendo tenido éxito en anterior solicitud de un empleo indiano,
pues aguardaba impaciente Cervantes noticias de alguna vacante
que le permitiera marchar a América, según consta en carta que el
17 de febrero de 1582 escribe en Madrid a Antonio de Eraso, presidente del Consejo de Indias, a la sazón residente en Lisboa junto
a la corte de Felipe II (Amezúa, 1954: 217-218)120. Tan temprano
deseo de emigrar a Indias no abandonó al que andando los años
escribiría el Quijote; antes bien, su relación con Sevilla, ciudad que
visitaría en 1585 y en la que residiría desde 1587 durante trece o catorce años como comisionado de la hacienda pública, sin duda avivaría la atracción americana en Cervantes, pues la urbe hispalense
efectivamente era puerto y puerta del Nuevo Mundo, en palabras
de Lope de Vega.
Inmerso en ese febril trajín de la urbe hispalense, Cervantes
no abandona su vieja idea de cambiar de vida en el Nuevo Mundo
y, quizá acuciado por el deseo de conseguir la ansiada estabilidad
económica, el 21 de mayo de 1590 presenta al Consejo de Indias
un memorial de sus méritos (Astrana Marín, 1948-1958: IV, 455118
Mi ze. A la mi fe. Mi fe ‘juramentillos de mujeres’ (Correas, Refranes, 748).
“En ora maza, Antona, fuistes a misa i bolvistes a nona”, que Correas glosa: “Maza dizen las muxeres, por no dezir mala” (Refranes, 124). Seguramente se trata de una expresión
eufemística, “para no atraerla” como señala el anotador de la ed. Rico (2004: I, 81, n. 33),
pero apoyada en el tópico ceceo femenino, aunque desde luego sin naturalidad fonética en
este caso.
120
Amezúa reproduce facsimilarmente la carta cervantina, que es autógrafa, y la transcribe. De su transcripción solo corrijo un recibir que en el manuscrito se lee recebir y así es predominante como infinitivo en el Quijote (32/2 recibir). Junto a esta forma, de interés para
el análisis lingüístico son ansí y correción, pero sobre todo tray ‘trae’, con su popular solución
antihiática. La carta va firmada Miguel de cerbantes (rubricado), y en ella el de Alcalá anuncia
que “en este ynterin me entretengo en criar a Galatea, que es el libro que dixe a v. m. estaua
conponiendo”. Y cfr. n. 137.
119
CERVANTES ANTE LA LENGUA
133
456)121. Sin embargo, su solicitud, justificada pero que contrariaba
intereses espurios, fue rechazada el 6 de junio del mismo año, con
la hiriente anotación suscrita al memorial de “busque por acá en
que se le haga merced”. Con razón se admiraría de la situación económica del autor del Quijote uno de los caballeros del séquito del
embajador de Francia, “¿pues a tal hombre no le tiene España muy
rico y sustentado del erario público?”, según relata el licenciado
Márquez Torres en la Aprobación del de 1615.
6.2.2. El tema indiano se reitera en el Quijote: el hermano del
cautivo que “escogió el irse a las Indias” y que estaba “en el Pirú, tan
rico” (I, 39, 42); los que iban a Sevilla a recibir dinero enviado por
“un pariente mío que ha muchos años que pasó a Indias” (I, 29),
quien iba de oidor “en la Audiencia de México” (I, 42), el marido
de la dama vizcaína “que pasaba a las Indias con un muy honroso
cargo” (I, 8); las minas de Potosí, símbolo de toda riqueza (II, 71)
y las mismas Indias, ideal de la abundancia (II, 54), etcétera. En
fin, Cervantes, empedernido lector y de fino criterio literario, no
olvida la mejor composición épica de la época moderna, basada en
la conquista de Chile, y la hace figurar en la biblioteca de don Quijote, en cuyo escrutinio el cura califica “La Araucana de don Alonso
de Ercilla” entre los tres libros “mejores que en verso heroico en
lengua castellana están escritos” (I, 6)122.
Y en los amplios saberes cervantinos no faltaba el referido a
los celebrados caballos que se criaban en las dehesas de Córdoba
y a los aclimatados en las estancias de Nueva España, famosos ya
como sus congéneres andaluces, igual que por su destreza eran conocidos los criollos que los montaban, según la imagen ecuestre de
Sancho, impropia de un inculto escudero pero propia de la cultura
del autor, con que se admira del ágil salto sobre su pollina de la
aldeana confundida con Dulcinea: “¡Vive Roque que es la señora
nuestra ama más ligera que un alcotán y que puede enseñar a subir
a la jineta al más diestro cordobés o mexicano” (II, 10).
La alusión a las flotas de Indias también tiene mención en el
Quijote, “que de allí a un mes partía flota de Sevilla a la Nueva Espa121
Documento facsimilar no autógrafo. Este memorial lo redactó un amanuense profesional, y la forma Çeça, por Sessa, apunta a su andalucismo.
122
El anotador de la ed. Rico (I, 802, n. 12) advierte que son de La Araucana, “aunque
modificados”, los versos que el Caballero del Bosque recita a don Quijote: “y tanto el vencedor es más honrado / cuanto más el vencido es reputado”.
134
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
ña” (I, 42), y del ajetreado ambiente de los preparativos para la travesía atlántica Cervantes dará una pincelada descriptiva a cuento
del primer deambular sevillano de Rinconete y Cortadillo: “hecho
esto, se fueron a ver la ciudad, y admiroles la grandeza y sumptuosidad de su mayor iglesia, el gran concurso de gente del río, porque era en tiempo de cargazón de flota y había en él seis galeras”
(Rinconete, 28). Incluso parece que el mismo Cervantes quiso sacar
provecho de ese comercio con América, pues una compra que al
por mayor hizo de una partida de bizcocho en 1598 seguramente
era para su reventa a las naves que iban a emprender la derrota
de Indias desde el Guadalquivir (Márquez Villanueva, 2005: 135).
En los últimos meses José Cabello Núñez, archivero municipal de
La Puebla de Cazalla (Sevilla) ha dado con documentos inéditos,
últimamente también dos del Archivo General de Indias, de 1593,
sobre la actuación de Cervantes como comisario de la saca de provisiones para la Armada y la flota de la Carrera de Indias --trigo para
la fabricación de bizcocho, garbanzos, habas y quesos-- por pueblos
de Sevilla y Cádiz, algunos hasta ahora desconocidos de este ejercicio recaudatorio del autor del Quijote.
6.2.3. En cuanto al empleo de indoamericanismos, Cervantes ni
mucho menos desentona de lo que fue habitual en la creación literaria de su época, los usa más que algunos contemporáneos suyos, y
es probable que su cercanía al tráfago indiano en la urbe hispalense lo familiarizara con varios de ellos, incluidos americanismos léxicos, es decir, palabras llevadas por los españoles que en el Nuevo
Mundo se adaptaron semánticamente a la realidad ultramarina. Es
el caso de gallipavo (el guanajo o guajolote), en Sancho “mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón..., que los gallipavos de otras
mesas” (I, 11), en La elección de los alcaldes de Daganzo “¿hémoslo de
comprar a gallipavos...?” (Entremeses, 72), término compuesto que
tuvo particular arraigo en Andalucía, mientras el apócrifo competidor recurriría al simple pavo (Avellaneda, 1230-1231), también en
Covarrubias: “pavo, que por otro nombre se llama gallo de las Indias”
(Tesoro, 857). En jocosos versos que contraponen las bondades de
la vieja España a las de la Nueva España, el defensor de las ventajas
peninsulares se refiere a la por los americanos encarecida ave indiana, con la comparativa mención del europeo pavón ‘pavo real’:
Cavallos no los abía,
carneros, bacas, lechones,
CERVANTES ANTE LA LENGUA
135
ni azeite, ni pan, ni vino,
solo mameies y elotes.
Con un gallo de papada
me atruenan este cocote,
como si a España faltaran
mil faisanes y pabones123.
Y pimiento en el Persiles (“cangrejos con su llamativo de alcaparrones, ahogados en pimientos”, voz de cuya popularización en la
época da idea el hecho de que ya figurara en el dicho “Pimiento,
sal y cebolla, cuando se pone la olla” (Refranes, 470), además de
indiano, “esta indiana amulatada” y criollo: “dos criollos mató, hirió
un mestizo”, “yo, señora, como ves, soy criollo perulés” (Fernández
Gómez, 1962: 64, 267).
El taíno carey ‘tortuga de mar’, ‘materia córnea que se saca de
sus escamas’ quizá esté aludido en el pasaje “aunque viniesen armados de unas conchas de un cierto pescado que dicen que son más
duras que si fuesen de diamantes” (II, 6). El también antillano cacique, sin duda todavía perteneciente al conocimiento erudito, en el
Quijote tiene resonancias casi fantásticas en la hiperbólica comparación sanchesca: “vienen a pedirme que me azote de mi voluntad,
estando ella tan ajena dello como de volverme cacique” (II, 35), semejante a la que en La entretenida se documenta: “¿que no quieras
ser llevada en ombros como cacique?”, también “cacica en ombros
llevada” (Fernández Gómez, 1962: 162).
El caribe mico ya era en tiempo de Cervantes préstamo amerindio muy difundido en España, pues a esta especie de mono americano se habían aficionado las damas, que lo tenían como juguetón animal de compañía, y en el Quijote se emplea en las jocosas
composiciones onomásticas del “temido Micocolembo, gran duque
de Quirocia”, que el caballero andante imagina en la aventura de
los rebaños (I, 18), y repetido, la segunda vez con el aumentativo
-ón, en “del gran reino de Micomicón” y en “la princesa Micomicona”
(I, 29). Se había extendido mucho asimismo el consumo del chocolate, y por consiguiente el conocimiento del nahua cacao, que incluso había dado lugar al dicho “no estimar en un cacao”, de registro
cervantino (Fernández Gómez, 1962: 162).
123
Sátira que hiso un galán a una dama criolla que le alauaba mucho a México, Colección de
poesías, la mayor parte anónimas y algunas de Mateo Rosas de Oquendo: Biblioteca Nacional de España, ms. 19387, f. 29r. El contenido de la sátira y la misma mención del gallo de
papada sitúan la composición en el siglo XVI, probablemente hacia su final.
136
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
En el conjunto de la obra cervantina se registran otros indigenismos, pues en el Persiles se halla bejuco, “atados unos con otros con
fuertes bejucos”, y tabaco en El viaje del Parnaso: “esto que se recoge
es el tabaco / que a los vaguidos sirve de cabeza / de algún poeta
de celebro flaco”, y es muy posible que a su larga estancia en Andalucía, debiera Cervantes el dominio que de huracán demuestra
en cuatro obras suyas (Fernández Gómez, 1962: 540, 1046), habida cuenta de que el antillanismo en cuestión, que ya debía de ser
corriente entre los marineros andaluces, aún no es hoy del todo
popular en buena parte de España, mientras en el mediodía se
pronuncia con la aspiración del vocablo taíno (juracán). Y añádase
la cita “... fuera yo un troglodita, un bárbaro Zoylo, un caimán, un
caribe” del Rufián viudo (Fernández Gómez, 1962: 164).
6.3. DIVERSIDAD SOCIOCULTURAL
6.3.1. Las diferencias regionales del español desde luego no
eran de fácil determinación para el autor literario de los siglos XVI
y XVII, menos todavía en un enfoque sociocultural de las mismas,
como el que podría distinguir entre el nivel de la hispalense Ana
Caro de Mallén, el de la monja que en un convento sevillano excribe su carta de 1596 con un Hulián (v. n. 63), y el billete de la mujer
de Guadalcanal que en 1607 solo pone gecha, gechas, desliza un cualta ‘cuarta’, el occidentalismo craro ‘claro’ y la probable aspiración
de la /-s/ en “mangas gechas negra” (Frago, 1989: 76). Semejantes
precisiones no se hallarán en texto literario alguno, pero sí ocasionales referencias de verdadero valor histórico en autores naturales
de la región en que el fenómeno en cuestión existía, como Mateo
Alemán con el siguiente juego de palabras, en el que en la primera
solapa semántica y fonéticamente cenador y senador: “Teníamos una
vida, que los verdaderamente senadores --y aún comedores--, nosotros
éramos” (Guzmán, I, 394). En los demás la visión lingüística se ve
deformada por falta de un conocimiento directo de los hechos,
de donde la dificultad de su explicación y el inevitable estereotipo
cultural.
Algo parecido cabe decir respecto del léxico, pues el autor con
diferencias notables frente al castellano central estaba en condiciones de sacar partido literario de su peculiaridad regional, como
CERVANTES ANTE LA LENGUA
137
hizo Vicente Espinel a propósito de acedía y lenguado (v. 6.1.2.), Baltasar Gracián en su sentencioso “del pernil el nihil” (Frago, 1986:
356) y Mateo Alemán con su juego semántico entre una voz general y un andalucismo: “que son los pleitos de casta de empleitas:
vanles añadiendo de uno en uno los espartos y nunca se acaban si
no los dejan de la mano” (Guzmán, II, 170). Pero asimismo se podía
encarar el preciso contraste entre el particularismo regional y la
correspondiente voz de la norma que se consideraba propiamente castellana, así el certamen poético zaragozano de 1612 en este
artículo citado, donde se rechaza una composición porque en ella
se ha llamado “a un árbol recién cortado / en vez de madera, fusta”
(362), o como Mateo Alemán con esta sinonimia diatópica: “quien
mejor lo pagaban eran los turroneros para el alfajor, o alajur que
llaman en Castilla” (Guzmán, I, 377).
El buen escritor no solo administrará sabiamente su erudición
lingüística mediante la sinonimia geográfica, que Cervantes practicó, sino que sabrá sacar provecho literario de su conocimiento
del particularismo regional, frutos que en Espinel y Gracián son
evidentes, y el alcalaíno de los gentilicios de moriscos dice: “Dos
o tres veces hizo este viaje, en compañía del tagarino que había
dicho. Tagarinos llaman en Berbería a los moros de Aragón, y a los
de Granada, mudéjares, y en el reino de Fez llaman a los mudéjares
elches” (I, 41). Ciertamente, no siempre es clara la identificación del
regionalismo, pues, por ejemplo, cuando en un relato de don Quijote este dice “viendo que no le podía llagar con fierro...” (II, 32),
no es descartable el eco de las novelas de caballerías, sin que haya
mención del fierro vascongado y leonés que en Sevilla se embarcaba para las Indias. Sevillano muy bien puede ser el tratamiento
que Dorotea da a Clara: “¿qué es lo que dices, niña?” (I, 43), con
repercusión americana, como la tuvo nieve ‘hielo’, a cuyo respecto
recuérdese el Libro que trata de la nieve y de sus propiedades publicado
en 1574 por Monardes (1988), muy probablemente testimoniado
en “pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas
bebidas de nieve...” (II, 58), en Covarrubias “bever con yelos es de
gente muy regalada” (Tesoro, 727). Cuando Cervantes tiene plena constancia de la diversidad lingüística no deja pasar la ocasión
de señalarla, así en el caso de maceta/tiesto, sobre todo cuando de
distintas lenguas se trata, así del catalán pedreñales “que en aquella tierra se llaman”, escuderos “que así llaman a los que andan en
138
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
aquel ejercicio”, castellanización de escuder con sentido particular
sin duda, y lladres (II, 60), o del árabe: jumá ‘reunión’, ámexi ‘te vas
(vete)’, gualá ‘por Dios’ (II, 37, 40, 41).
6.3.2 Pero estas particularidades idiomáticas en sí mismas no
marcan diferencias sociales, cuestión que en el Quijote tiene relevante lugar. En cambio en el encuentro de caballero andante y escudero con la cadena de galeotes se da la ocasión propicia para
que su autor preste atención al lenguaje del más bajo grupo social, a la definición semántica y a la dilogía, todo esto a cuenta del
vocabulario germanesco: “¿qué son gurapas? --gurapas son galeras”,
“este, señor, va por canario, digo por músico y cantor-- ¿por músicos y cantores van también a galeras?”, “que no hay peor cosa que
cantar con el ansia --señor caballero, cantar en el ansia se dice entre
esta gente non santa confesar en el tormento”, “la culpa por que le
dieron esta pena es por haber sido corredor de oreja…, quiero decir
que este caballero va por alcahuete” (I, 22), términos, salvo el último de sentido figurado, recogidos por Hidalgo, que define ansia
‘tormento de agua’ (Germanía, 154). Incluso en este episodio Ginés
de Pasamonte, alterado por el degradante nombre, Ginesillo de
Parapilla, que le da el guardián de la cuerda de presos, le replica
con un rufianesco “como voacé dice”, contestado con un amenazante “hable con menos tono, señor ladrón de más de la marca”,
también al mismo don Quijote: “lo que le sé decir a voacé…”, sin
que este, contra lo que es norma en él, reaccionara ante tal ofensa.
Y el propio narrador no se privará de acudir a alguna voz del medio
marginal, tal racimo ‘ahorcado’ (Germanía, 192): “alzaron los ojos y
vieron los racimos de aquellos árboles, que eran cuerpos de bandoleros” (II, 60).
Donde Cervantes verdaderamente aplica el tamiz sociológico,
que tan de su gusto era, es en la contraposición, necesariamente
extrema para aquel entonces, de modelos lingüísticos por clases
socioculturales, muy en la línea de pensamiento de Juan de Valdés,
aunque Cervantes no había leído su tratado, para quien es constante la distinción entre la “gente vulgar” (“los plebeyos y vulgares”), a
la que con frecuencia se asocian los aldeanos o rústicos, con la nota
dominante del arcaísmo lingüístico, y la “gente de corte”, identificada con “los que hablan bien”, “los hombres bien hablados”, “el
bien hablar” y con “los que se precian de scrivir el castellano pura y
CERVANTES ANTE LA LENGUA
139
castellanamente”, “los que scriven con cuidado”, etcétera. Cuando
al humanista de Cuenca un contertulio le pide más palabras y usos
gramaticales que no le contenten, responderá: “como no los uso,
no los tengo en la memoria; y de los que os he dicho me he acordado por averlos oído dezir quando caminava por Castilla, porque en
camino, andando por mesones, es forçado platicar con aldeanos y
otras personas grosseras” (Diálogo, 131).
No circunscribe Valdés el ámbito del grosero hablar, ni siquiera
lo identifica exclusivamente con los aldeanos, aunque en la práctica sus referencias contrarias al buen hablar generalmente son de
usos rústicos, igual que en el Quijote ocurre, sin particularidad dialectal, excepción hecha de ocasionales registros sayagueses, y esto
bajo el condicionamiento de la tradición literaria. Se verifican tales
rasgos occidentales en “debajo de los pies se levanta allombre cosa
donde tropiece”, dicho por un cabrero (I, 23); prazga, “y a Dios
prazga que nos suceda bien”, en párrafo de Sancho sin ningún otro
modismo regional, este por la evolución de /pl-/ a /pr-/ (I, 10);
en el ¡Tarde piache! del escudero (II, 53), frase hecha gallega ‘has
hablado tarde’, que ya era proverbial en Covarrubias (Tesoro, 868)
y continúa viva en Galicia. Datos sueltos, pues, y no todos de segura
identificación sayaguesa, de la que ninguna mención concreta señala en su estudio Rosenblat (1995).
Hay, sin embargo, un ejemplo de ello en el empleo cervantino
del verbo añascar ‘urdir’, ‘enredar’, no señalado por la crítica, que
el Autoridades da como anticuado y que en el Quijote se halla en expresión al parecer hecha, una vez puesto en boca de Sancho: “Así,
yendo días y viniendo días, el diablo, que no duerme y todo lo añasca,
hizo de manera que el amor que el pastor tenía por la pastora se
volviese en omecillo y mala voluntad” (I, 20), y en la de un ganadero de cerdos en Barataria: “Volvíame a mi aldea, topé en el camino
a esta buena dueña, y el diablo, que todo lo añasca y todo lo cuece,
hizo que yogásemos juntos” (II, 45), ambos pasajes en contexto de
pastores. Si se tiene en cuenta que las dos citas de Lope de Rueda
que trae el DCECH, “… no puedo entender dónde diabros las añazga
o las arguye”, “cata quel diabro te añasga, mochacho”, se producen
en diálogo pastoril, parece ser que a mediados del siglo XVI dicho
término se asocia al habla campesina, y desde luego que al combinarlo con el occidentalismo diabro el dramaturgo andaluz dibuja
un retazo del convencional sayagués. Tampoco es muy aventurado
pensar que aquí se descubre la huella de Rueda en Cervantes.
140
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
6.3.3. En todo el Quijote la estampa lingüística más genuinamente de rústicos es la que se produce en el encuentro del caballero andante y su escudero con las tres labradoras que a lomos de
sus jumentos salían del Toboso, a una de las cuales don Quijote
acaba tomando por su Dulcinea, de cuya expresión el anotador
de la ed. Rico advierte que “las labradoras hablan en sayagués, el
lenguaje convencionalmente tosco con que se expresan los rústicos
en el teatro” (I, 771, n. 57). Es así que la moza, ante las estrafalarias
figuras de los que hincados de rodillas le cerraban su marcha, exclama airada: “Apártense nora en tal del camino, y déjenmos pasar,
que vamos depriesa”. La segunda aldeana insistiría: “Mas ¡jo, que
te estrego, burra de mi suegro! ¡Mirad con que vienen los señoritos
ahora a hacer burla de las aldeanas, como si aquí no supiésemos
hacer pullas como ellos! Vayan su camino e déjenmos hacer el nueso, y serles ha sano”. Finalmente, la campesina “que había hecho
la figura de Dulcinea”, confusa y enojada por la amorosa queja de
don Quijote, replicaría: “¡Tomá que mi agüelo! ¡Amiguita soy yo de
oir resquebrajos! Apártense y déjenmos ir, y agradecérselo hemos”.
Pero nada de estricto sayagués hay en estas citas, pues la conjunción e de “vayan su camino e déjenmos” en puridad no lo es:
sería gallega, aunque más bien constituye un forzado arcaísmo de
la fabla antigua; los futuros tméticos serles ha, agradecérselo hemos,
son meros rasgos arcaizantes, reminiscentes en la época y desde
luego usuales en otros pasajes del Quijote; el posesivo nueso tenía
una amplia difusión rural, con forma más vulgar mueso, muesa en
obra de Lope de Vega (Peribáñez, 60, 84), lo mismo que mos por nos
(déjenmos); los dichos con que exclaman dos de las aldeanas son
corrientes en el inventario proverbial de rústicos y desde mucho
antes estaba fijada la maldición nora en tal, que en la ed. Rico se
considera “eufemismo por en hora mala” (I, 1243, n. 33), y que, por
cierto, lo mismo usan las labriegas del Toboso que Sancho, “¡nora
en tal, señor nuestro amo!” (II, 62), y el clérigo servidor de los duques: “¿en dónde nora tal habéis vos hallado que hubo ni hay ahora
caballeros andantes?” (II, 31).
Esto y un resquebrajos, que en absoluto supone cruce alguno de
palabras, pues en puridad no es creíble que las aldeanas de la época usaran el culto requiebro, en Covarrubias ‘el dicho amoroso y regalado’, sino la intencionada elección del autor de un término por
entonces ya existente para el efecto burlesco, también en el canó-
CERVANTES ANTE LA LENGUA
141
nigo conquense: “resquebrajo, vocablo bárbaro y aldeano, vale endedura en la pared, y por chocarrería el requiebro tosco y avillanado”
(Tesoro, 906). Además, si por un lado la labradora elide la /-d/ en el
imperativo tomá de la expresión proverbial, la mantiene en mirad y
emplea ahora, no agora. En definitiva, Cervantes no logra, si es que
lo pretendió, el acercamiento al habla rural asayaguesada que en
dos aisladas pinceladas ofrece Alemán: “Hernán Sanz, dádmelo a
mí, que par diez nunca hu ñamorado ni m’ha quillotrado tal refunfuñadura”, “asentá que digo que de ser hidalgo yo no ge lo ñego,
mas es lacerado y es bien que peche” (Guzmán, II, 55, 165).
6.3.4. La lengua rural Cervantes la identifica, de la manera que
se ha visto, en Sancho Panza y seguidamente en su mujer Teresa en
cuanto a rasgos de veracidad histórico-lingüística, aparte del puntual caso de las labriegas del Toboso, con artificiosa acumulación
de modismos rústicos y frecuente coexistencia de rasgos vulgares y
cultos. Sin embargo, el modelo idiomático extremamente opuesto
al de los que practicaban el buen hablar y escribir no solo era el de
campesinos, sino también el de otras profesiones humildes y bajas,
incluso de gentes urbanas, tal y como más que nada teóricamente advirtió Juan de Valdés, y reconoce el mismo autor del Quijote
cuando, en una réplica a su amo del escudero, este sentencia que
“no hay para qué obligar al sayagués a que hable como el toledano,
y toledanos puede haber que no las corten en el aire en esto del
hablar polido”:
Así es --dijo el licenciado--, porque no pueden hablar tan bien los que se
crían en las Tenerías y en Zocodover como los que se pasean casi todo el
día por el claustro de la Iglesia Mayor, y todos son toledanos. El lenguaje
puro, el propio, el elegante y claro, está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda (II, 19).
Pero no hablan vulgarmente ni el barbero paisano de don Quijote, quien, al contrario, incluso hace una proclama en fabla antigua, de la que don Quijote tantas veces se sirve (I, 46), ni el del
yelmo de Mambrino, ni el lacayo Tosilos; tampoco en su diálogo los
dos regidores rústicos de la aventura del rebuzno, que únicamente
se dan coloquialmente el tratamiento de compadre en cada una de
sus intervenciones, ni el paje o mozo que buscaba alistarse en la
armada de Cartagena; tampoco el conductor de las lanzas y alabardas, que en la venta relataría la historia de los alcaldes del rebuzno
142
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
a don Quijote, con solo la manera de dirigírsele como señor bueno,
propia de la gente de menos calidad social (II, 24, 25). Fuera del
mundo campesino apenas tienta Cervantes de hablante vulgar al
ventero con un vocablo no aldeano, sino de escorzo literario, cuando este pregunta si sus libros, que en una maleta olvidada tenía,
“son herejes o flemáticos” y es corregido por el barbero: “cismáticos
queréis decir, amigo” (I, 32), siendo que a un individuo de su condición y en semejante contexto cismático debería ser la palabra que
le resultara familiar, no flemático, esta no incluida en el Tesoro de
Covarrubias y sí la otra. A partir de ahí la expresión del analfabeto
ventero es correcta, matizada del coloquialismo de algunos dichos
y proverbios, no obstante que él mismo se había reconocido “andaluz, y de los de la playa de Sanlúcar, no menos ladrón que Caco,
ni menos maleante que estudiantado paje” (I, 2). Los guardianes
de la cadena de galeotes, que, aun cuando sabían leer, no debían
de ser muy instruidos, dialogan con lenguaje esmerado, y solo uno
de ellos es primeramente pintado sociolingüísticamente con una
alteración vocálica, “muerte cevil” (civil en retórica intervención de
la Trifaldi: II, 39), y un arcaizante ansí cuando irritado se dirige a
Ginés de Pasamonte: “Pues, no te llaman ansí, embustero?”124, junto al trato despectivo que dispensa a don Quijote con aditamento
de una locución popular: “Váyase vuestra merced, señor, norabuena
su camino adelante y enderécese ese bacín que trae en la cabeza…”
(I, 22).
Todos los condenados a galeras con los que don Quijote platica
emplean el lenguaje de los cultos, salvo en el voacé del encolerizado
Ginés, y con agudeza de razonamiento, así el viejo galeote que se
acusa de que “me burlé demasiadamente con dos primas hermanas
mías y con otras dos hermanas que no lo eran mías” y concluye con
este período de lograda sintaxis, de creciente tensión y de perfecta
conclusión lógica: “Probóseme todo, faltó favor, no tuve dineros,
víame a pique de perder las tragaderas, sentenciáronme a galeras
por seis años, consentí: castigo es de mi culpa; mozo soy: dure la
vida, que con ella todo se alcanza”. En resumidas cuentas, el modelo cultural y socialmente inferior Cervantes en la trama novelesca lo guarda para el aldeano, campesino o pastor, pero ni mucho
menos para todos los personajes de esta clase que desfilan por su
124
Ansí emplea el barbero paisano de don Quijote en su altisonante discurso en imitación
del lenguaje de las novelas de caballerías, con arcaísmos más marcados: faga, fecho, vegadas,
yoguieren (I, 46).
CERVANTES ANTE LA LENGUA
143
texto, pues incluso está el ganadero de cerdos que sigue la norma
canónica (II, 45), ni por igual aplica el correspondiente criterio
lingüístico, cuya valoración debe tener presente la verdadera realidad del español de la época.
6.3.5. En el Quijote guarda su autor lo más granado de la caracterización de hablante rústico o vulgar para la figura de Sancho,
como no podía ser de otro modo, pero es necesario tener en cuenta lo aquí expuesto si se quiere entender el porqué de la escasez
de los rasgos lingüísticos que para conseguirla emplea, y de su artificiosidad en la mayoría de los casos. Sin embargo puntualmente
determina el tipo aldeano de otros personajes, así Teresa Panza,
que dirá estripaterrones dialogando con el paje de la duquesa, “que
yo no soy nada palaciega, sino una pobre labradora, hija de un
estripaterrones” (II, 50) y un traés sin duda ya rústico, que emplea
dirigiéndose a su marido, “¿qué traés, Sancho amigo, que tan alegre venís”125, a veces recurriendo al arcaismo o a giros y modismos
coloquiales, y apoyándose en el frecuente arbitrismo léxico, forzadamente reducido al hablante vulgar, todo a resultas de una visión
socioculturalmente diferenciadora.
Lo cual no quita para que en ocasiones tal atribución pueda
corresponder a una realidad sociolingüística, por ejemplo el mencionado uso del vulgarismo estripaterrones por Teresa Panza, o de los
arcaismos condumio y cuchares por su marido, pero en otros casos se
debe a un interesado moldeamiento literario. Así, zagal es ‘muchacho que ha llegado a la adolescencia’ (DRAE), con otras acepciones
referidas a oficios campesinos, si bien en sí misma esta palabra no
conlleva particularismo rústico de ninguna clase, entre otras cosas
porque era de difusión general. Pues bien, en el Quijote lo mismo se
habla de “un zagal muy entendido y muy enamorado, y que, sobre
todo, sabe leer y escrebir y es músico de un rabel” (I, 11), que de “la
conversación honesta de las zagalas destas aldeas” (I, 14), así como
“del buen talle del zagal Cardenio” (I, 32), o de que, en el episodio
de la Arcadia fingida, “estas señoras zagalas contrahechas que aquí
están son las más hermosas doncellas y más corteses que hay en el
mundo” (II, 58). En tales registros sin duda se halla literariamente
125
Pero téngase en cuenta que Teresa Panza también emplea el canónico destripaterrones (II, 5), y que Covarrubias solo registra destripar y destripaterrones (Tesoro, 959, 978). Muy
evidente asimismo es el rusticismo y vulgarismo de traés para estos años de comienzos del
seiscientos.
144
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
sublimado este término, aunque su lado rural asimismo hará acto
de presencia, cuando Dorotea habla del hábito “que me dio uno
de los que llaman ‘zagales’ en casa de los labradores, que era criado de
mi padre” (I, 28)126.
6.3.6. Ahora bien, si Sancho el diptongo /wé/ lo tiene /gwé/
en el refrán “y cómo hay más mal en el aldegüela que se suena” (I,
46), sin más esto no significa que Cervantes caracterice así el habla
de aldeano, porque esta forma viene dada en el cliché proverbial.
Más sentido para la realidad sociolingüística del momento tiene
que Teresa Panza diga güevos (II, 50), y güesos Sancho (II, 55), y
aunque el narrador también usará güéspedes en párrafo sin voz alguna de fabla antigua o caballeresca (I, 42), la preferencia del autor por una u otra variante parece aclararse con el predominio de
huésped-huéspedes en el corpus quijotesco, y por detalles como el que
en intervención del ventero se ponga hueso (I, 32): ya hacia 1535
Valdés rechazaba la pronunciación de güésped y güevo “por el feo
sonido que tiene” (Diálogo, 97). Algo parecido sucede respecto de
la variación agora-ahora, pues la primera forma se registra en intervenciones tanto de la duquesa como de don Quijote (II, 7, 33), la
dicen la bucólica zagala de la Arcadia fingida y Teresa Panza (II, 5058), y en su diálogo lo mismo Sancho que su aldeana mujer alternan ahora y agora (II, 5), de manera que al uso de agora, que aparece en otro coloquio entre el escudero y Teresa en boca de ambos (I,
52), no se le puede atribuir “arcaísmo del habla caballeresca”, en
anotación de la ed. Rico (I, 640, n. 17), si no es por el criterio de la
mera gradualidad, no solo porque también se encuentre en pasajes
no marcados del Quijote, sino porque en este corpus presenta 148
registros frente a los 367 de ahora. A principios del siglo XVII agora
aún no se tenía por arcaísmo ni por rusticismo: para Covarrubias
todavía es entrada única (Tesoro, 50), y para Correas “ahora i agora
se dize igualmente por el tiempo presente” (Arte, 343).
Algo solamente parecido se verifica en los testimonios de ansí y
así, el primero en Sancho, en el pastor, en el guarda de los galeotes
(I, 10, 12, 22, 25), el segundo repetido por el cura y por el narrador
126
Daba así Cervantes una nota para la caracterización del habla campesina al tiempo
que se apoyaba en opinión al parecer por entonces asentada, a tenor de lo que Covarrubias
advierte tras su definición: “y porque ordinariamente los mancebos son más gallardos, fuertes y animosos que los hombres casados y entrados en días, quedó la costumbre en las aldeas
de llamar çagales a los barbiponientes y çagalas a las moças donzellas, y a los chicos çagalejos
y çagalejas” (Tesoro, 389-390).
CERVANTES ANTE LA LENGUA
145
(I, 6, 19), que sin embargo alterna ambas formas adverbiales en
un mismo relato (I, 1); así en Covarrubias es entrada única (Tesoro,
160), y para Correas en trance de creciente difusión: “Ansí afirma i
dize el modo como algo se hizo, o se hará, i ia le quitan la n muy de
ordinario, i dizen así, i escriven assí con dos eses contra toda buena
rrazón” (Arte, 348): teniendo en cuenta, pues, que en el Quijote
recibe 62 atestiguaciones ansí y 1065 así, es claro que Cervantes en
este punto normativamente se hallaba más cerca de Correas que
de Covarrubias. Sigue ahora la corriente innovadora y para él ansí
desde luego era arcaizante y rural, solo que no es estrictamente
consecuente en su tratamiento argumental.
En efecto, supone una notable dificultad para el establecimiento de la intención con que Cervantes maneja la variación lingüística para la caracterización del modelo vulgar su distribución textual
según personajes, pues, por ejemplo, el narrador dice mala fechuría
y la duquesa vuestras fechurías (II, 48, 57), mientras Sancho en carta a don Quijote hace poner malas fechorías (II, 51). En los casos
de aína y asaz, Sancho los reúne en dos intervenciones (I, 18; II,
33), pero también usa don Quijote aína, a continuación del pasaje
sanchesco, sin connotación caballeresca en el suyo, y son las tres
únicas ocurrencias de este adverbio en el Quijote. De asaz hay 11,
contra 31 y 24, respectivamente, de sus correspondientes harto y
bastante. Dichos dos adverbios ya habían sido rechazados por Juan
de Valdés: “antes (digo) presto que aína”, “no asaz, sino harto” (Diálogo, 119, 150): Covarrubias trae asaz ‘en abundancia’ sin comentario, y aína solo en refrán (Tesoro, 159, 779); Correas incluye entre
los adverbios asaz, pero únicamente ejemplifica con harto, también
aína sin frase (Arte, 348-349).
No hay duda, pues, de que los dos adverbios a principios del
siglo XVII generalmente eran tenidos por reducidos al habla campesina, y asaz Cervantes lo emplea con lógica sociolingüística y argumental en boca de Sancho: “porque hubo ayer asaz de pedradas”,
“asaz de locura sería intentar tal empresa” (I, 45; II, 11) --Sanchica
dirá “con harta pena” (II, 50)--, quizá no tanta en Sansón Carrasco, “que asaz maltrecho me tiene” (II, 14), aunque representa al
derrotado Caballero de los Espejos, y con toda evidencia en pasaje
del narrador, “don Quijote… con asaz cólera le dijo”, asociado a
un “catarle las feridas” (II, 28), y en carta del caballero andante a
Dulcinea marcada por su lenguaje fablesco: “maguer que yo sea asaz
146
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
de sufrido” (I, 25). Si denantes aparece 5 veces en la novela y antes
293, la situación normativa de la primera voz no precisa comentario, por lo que resulta natural que se halle en parlamento de Pedro
el cabrero (I, 12) y de Sancho, máxime cuando termina con un
“desfaga mi sospecha” (II, 44), pero menor es su adecuación en el
narrador, “asaz melancólicos y de mal talante llegaron a sus animales” (II, 30), en don Quijote (I, 25) y en el bachiller de la aventura
de los encamisados (I, 19).
6.3.7. Pinta Cervantes el habla de la gente baja, aldeana sobre
todo, con arcaísmos, vulgarismos y términos coloquiales: adunia,
“saca de la caballeriza güevos y corta tocino adunia” le manda Teresa a Sanchica (II, 50), acuitar, añascar, caloña, cohonda y encantorio
en Sancho, “que Dios cohonda”, “el achaque del encantorio” (I, 25;
II, 31), condumio, cuchares, emprincipio, estripaterrones, pastraña, persona, resquebrajos, yantar, yogar, y rasgos gramaticales como los ya
considerados. Sin duda Cervantes conocía mucho del habla rústica
y vulgar, a lo que no poco le ayudarían su estancia en Sevilla y pueblos de la provincia, sus lecturas y el contacto con el medio popular
madrileño, aunque no todos estos datos los adecue sociolingüísticamente a sus personajes, por ejemplo el acuitar del narrador (I,
16) y de don Quijote (I, 2), y varios también sirvan al lenguaje caballeresco del caballero andante, o que algunos más se rastreen en
otras obras suyas, así naide en la Ilustre fregona (Fernández Gómez,
1962: 702). Asimismo es cierto que percibe con claridad el sentido
del arcaísmo en su tiempo, al que en el siguiente ejemplo recurre
con precisión lingüística y tino literario. El indefinido ál, en Valdés
“no digo ál donde tengo que dezir otra cosa” (Diálogo, 119), se halla
en habla de Sancho, “en ál estuvo que en encantamentos” (I, 18),
en la fabla antigua de don Quijote, “que el mío no es de ál que de
serviros” (I, 2), y en el narrador donde también pone el antiguo
facas ‘hacas’ (I, 15). No puede decirse lo mismo, como se comprobará, respecto de vía y vido, de ver.
En esta cuestión bebe nuestro autor en la tradición literaria y
folclórica, y de maguer tonto o maguera tonto Rosenblat la tiene por
“expresión hecha” (1995: 27-28), en Valdés “maguera por aunque,
poco a poco ha perdido su reputación” y maguer “agora ya no se
usa” (Diálogo, 126); ya estaba acuñada en Juan del Encina: maguera
vaquero y maguera pastor siete veces en estribillo de un villancico
CERVANTES ANTE LA LENGUA
147
(Cancionero, 90r, 101v), y en la novela cervantina maguer tonta y maguera tonto dicen de sí mismos Teresa y Sancho (II, 5, 33), “maguer
era tonto” el narrador en referencia al escudero (II, 30), y la locución maguer que en carta de don Quijote a Dulcinea junto a otras
voces antiguas (I, 25), si bien asimismo le dirá a Sancho “aunque
tonto, eres hombre verídico” (II, 41). El dicho Castígame mi madre,
y yo trómposelas asegura Valdés no entenderlo, “porque no sé qué
quiso dezir con aquel mal vocablo trómposelas” (Diálogo, 130), y Correas lo recoge, también con la variante trómpoxelas “a lo viexo” (Refranes, 573), y es justamente el más antiguo Castígame mi madre y
yo trómpogelas el escogido por el autor para dos intervenciones del
propio don Quijote (II, 43, 67). No debe extrañar, pues, el gusto
de Cervantes, propio de su erudición humanística, por contraposiciones de lo antiguo y lo moderno como las de facas/hacas (I, 15),
a furto/a hurto (I, 16, 21, 43, 46), o por la variación evolutiva “un
túho o tufo” (I, 31)127.
127
La última variación aún se mantenía en los periodos preclásico y clásico (DCECH),
la forma más evolucionada (tuho) cada vez más de nivel popular. No es este primer y único
caso en que el latinismo acaba generalizándose en detrimento del elemento tradicional del
doblete (p. ej. quieto / quedo), y Cervantes, que con toda precisión ordena textualmente esta
variación (tuho / tufo), ya prefiere el elemento originariamente cultismo (tufo también en
II, 20).
CAPÍTULO 7
EL USO Y LA NORMA
7.1. NOTAS SOCIOLINGÜÍSTICAS
7.1.1. Para abordar esta cuestión es preciso partir del hecho
de que el español de la época de Cervantes, incluso en su modelo
más culto, presentaba variaciones que ya en la época no eran de
igual aceptación entre los mismos practicantes del mejor hablar y
escribir, cuya uniformidad tampoco se daba en todo el mundo hispánico, no solo respecto de los dominios peninsular y canario, sino
también del americano, que, no se olvide, era igualmente español
que el de aquende el Atlántico. Algunos fenómenos que hoy son
repudiados, como el hidiondas de don Quijote (I, 47), pero hediondo
está en Sancho (II, 47), o el del narrador “entre interrotos sollozos
y mal formados suspiros” (II, 49), no recibían entonces el mismo
rechazo que sufren actualmente. Por ello estos y otros hechos idiomáticos no pueden juzgarse anacrónicamente, ni sin el criterio de
la gradualidad, pues, la vacilación en las vocales átonas y el antihiatismo en limitado número no merecían el anatema purista, la
vulgaridad estaba en su gran frecuencia, ni se puede pasar por alto
que en aquella sincronía el tratamiento de los grupos consonánticos (interrotos ‘interruptos’) se debatía entre corrientes contrarias.
Que hubiera más variación en el español de los siglos XVI-XVII
que en el de hoy nada extraño es, teniendo en cuenta la situación
evolutiva de la que se partía y la gran lentitud con que los cambios
en la lengua se producen, sobre todo las innovaciones fonéticas y
gramaticales; pero todo esto, si se quiere en menor grado, asimismo ocurre en la actualidad, incluso a pesar de las condenas de académicos y gramáticos, lo que ha de tenerse en cuenta para valorar
con el debido discernimiento la realidad lingüística de hace varios
siglos. Efectivamente, de muy cultos americanos es decir habían fies-
150
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
tas y se los dije, usos que están extendiéndose en España, donde no
es infrecuente oír ayer se ha firmado el acuerdo por quienes antes distinguieron a la perfección entre firmé y he firmado, por no hablar del
estruendoso las miles de empresas, las cientos de miles de empresas que
está avasallando desde los medios de comunicación. Y tantos otros
casos, dejando ahora de lado las importantes diferencias fonéticas
existentes en el mundo hispánico, como la construcción ya yo te
lo dije frente a yo ya te lo dije (he dicho), o el quien plural, sobre todo
el quién interrogativo, falsamente dado como residual y reducido
a “la lengua común”, que a mi parecer las Academias indebidamente estigmatizan en aras de la “regularidad” gramatical (quien,
quién/quienes, quiénes), cuando el empleo de la forma etimológica
se registra entre los más cultos hablantes, y con mayor frecuencia,
naturalmente, en otros niveles socioculturales.
7.1.2. Ya se sabe que en los Siglos de Oro a no pocos interesó la
diversidad sociolingüística y diatópica del español, a algunos, como
el maestro Gonzalo Correas, con referencias de notable exactitud.
Así, cuando respecto de la terminación -ía, -ías, -ía de imperfecto y
condicional señala que “por dialecto particular en Castilla la Nueva, Mancha i Estremadura i partes de Andaluzía mudan la a en e
con el azento en esta forma: ie, ies, ie…, i se usa mucho entre no
letrados, como avié, aviés, avié…, mas no está rrezibido entre los
elegantes” (Arte, 269), y aquí mismo advierte el gramático que “en
este dialecto hazen síncopa avieis, harieis, dizieis, quirieis por aviedes,
hariedes...”
De igual modo se fija Correas en que “tal manera de hablar
de lo que por lo qual é visto en onbres criados fuera de Castilla en
la Corona de Aragón, aunque personas de buen inxenio i letras,
como Zéspedes” (171), y después de explicar la locución en comiendo, en beviendo nota que “en Aragón la xuntan con los infinitivos
con el mesmo sentido: en comer, por en comiendo ‘después de aver
comido’, en bever, en bolver…” (345). En las precedentes observaciones, y en otras que se verán, no solo se manifiesta la mera alusión
diatópica, sino también la apreciación sociocultural de Correas sobre la elección de unas y otras variantes, quien más adelante en
su gramática de la innovación amavais, pudierais, quisierais insiste:
“adviértese porque avrá ocasión en que se halle escrito, i aprovecha
saberlo por dialeto” (315). De manera que, en consonancia con
EL USO Y LA NORMA
151
lo que años después defendería el gramático, en fe de erratas de
Monardes, andaluz culto, se corrige “dize lo tenien, diga lo tenian”,
con rechazo pues del modismo que no estaba “rrezibido entre los
elegantes”, y “dize dizir, diga dezir”, enmienda que coincide con el
uso de Covarrubias, Correas y Cervantes (Medicinal, 207v)128.
7.1.3. El texto del Quijote sin un escrutinio filológico que atienda a varias perspectivas no siempre hace fácil considerarlo desde el
punto de vista normativo, como precedentemente se ha comprobado, pues en este mismo texto si Sancho dice ligítima (I, 21), ligítimamente dirá el narrador, así como disignio, inquerir, lición ‘lección’ (I,
8, 20, 52), cevil el guarda de los galeotes (I, 22), tanto imágenes como
imágines el cautivo (I, 41), disignios, hidiondas, ligítima don Quijote (I,
37, 44, 47). Pero además es preciso un planteamiento comparativo
en su misma sincronía para así concretar con alguna fiabilidad la
línea de conducta modélica seguida por Cervantes.
7.2. CUESTIONES Y CRITERIOS EN EL ANÁLISIS DEL QUIJOTE
7.2.1. En el aspecto vocálico, aparte de lo señalado, “acrebillaron a don Quijote y vapulearon a la dueña”, pero cribando (II, 50),
puede suponer un caso de vulgarismo, aunque acrevillar tiene testimonio literario de mediados del XVI (DCECH). En la contracción
fonosintáctica ascuras, “que los caballeros hagan sus fechos de armas ascuras” (II, 14), probablemente hay que leer a escuras y no a
oscuras, y de todos modos escurecer está en los dos prólogos y puesto
en boca del cura (I, 47), del mismo modo que en el episodio de la
pendencia de la venta, con Maritornes y el arriero, en palabras del
narrador Cervantes pone tanto escurecía como “quedaron ascuras”
(I, 16) y escurezcan (I, 20), lo cual indica que la antigua variante
escuro aún no la tenían los cultos por vulgar a comienzos del XVII, y
Covarrubias, que parece preferir obscuro-oscuro, obscurecerse, oscuridad, también incluye sin nota peyorativa escurecer, escuridad y escuro
(Tesoro, 545, 841). Semejante es el caso de envidia, que dice don
Quijote (II, 8, 42) e invidia, variante de secular arraigo, precisa128
También en coincidencia con Cervantes y Covarrubias, se saca de las erratas: “dize
antigos, diga antiguos”, en cualquier caso una prueba más de que en los siglos XVI y XVII aún
se mantenía el etimológico antigo, pero ya sin aceptación de los cultos, que el tradicional
Correas ocasionalmente emplea (Arte, 298).
152
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
mente empleada en pasaje de muy cuidado lenguaje (Prólogo, II),
lo que impide tomar su uso por vulgar, máxime cuando el erudito canónigo de Cuenca, toledano de nacimiento, únicamente da
cabida en su diccionario a invidia, invidiar, invidioso (Tesoro, 740).
Exactamente lo mismo sucede con entricado e intricable (I, 1, 21),
pues aunque en la segunda forma está el más directo latinismo,
ambas son de igual aceptación sociocultural en el Quijote y en el
compendio lexicográfico (526, 740).
Se trata, pues, del largo acomodo en la lengua escrita de dobletes que tardaron mucho en inclinarse definitivamente por el
modelo culto o por el popular en cada uno de sus elementos, decantamiento que con frecuencia requirió siglos a base de ir conquistando el exclusivo uso de las minorías cultivadas, de donde con
el tiempo se iría expandiendo la elección triunfante a otras capas
de la sociedad. Una forma como quistión se mantuvo durante mucho tiempo en la lengua literaria, y se halla en el Quijote: “más no
supo decir por qué causa fue su quistión” (I, 29, 45), pero ya es
cuestión (questión) en Covarrubias, que añade “en vulgar suele significar pendencia” (Tesoro, 891), sentido popular que a esta palabra
se da en la obra cervantina, en la cual desde el punto de vista de la
fonética vocálica la variación no es mucha y de poco relieve en lo
que a diversidad sociocultural atañe, si bien se advierte un menor
prurito cultista que en Covarrubias, en quien no hay cevil, hidiondo,
imágines, ligítimo sino las correspondientes voces canónicas, ni lición
‘lección’ como en el culto barbero paisano de don Quijote (I, 27),
sino leción (Tesoro, 756).
Y una muestra explicativa de la lentitud con que el marco normativo se iba estableciendo la ofrece el gerundio quiriendo de uso
constante en el Diálogo valdesiano, donde también se registra timiendo (182), frecuente solución del castellano antiguo en la que
la /e/ átona se ve inflexionada por la yod romance del diptongo
siguiente, que en el español escrito tuvo un enorme arraigo: pues
bien, en el Quijote se mantiene quiriendo (II, 10, 13), aunque con
neto predominio de la forma que no tardaría en imponerse totalmente en la lengua culta (2 quiriendo / 11 queriendo). Y el más
purista Correas para el correspondiente gerundio de tener solo contempla teniendo (Arte, 297).
7.2.2. Queda, sin embargo, una cuestión sumamente difícil de
resolver, y es el papel que impresores y correctores jugaron en la
EL USO Y LA NORMA
153
modificación, que de una u otra manera siempre se da, del original cervantino, porque, por ejemplo, en el texto del Quijote parece
no apreciarse el antihiatismo, fenómeno de antiguo con gran repercusión popular y que incluso durante siglos tuvo manifestaciones esporádicas en autores cultos, diferencia pues de grado y no
de exclusividad. Porque en la carta autógrafa de Cervantes antes
considerada hay un antihiático tray ‘trae’ (v. n. 120), que se halla
en Quevedo (Buscón, 141), verbo que con esta solución fonética
aparece en otras obras del alcalaíno: traile dice Trampagos y trairé
Vademécum en el Rufián viudo (Entremeses, 42, 53), así como la protagonista de la Gitanilla, a pesar de su bien hablar (53), de modo
que el habla de Cervantes no estaba exenta de dicho modismo fónico, también presente con un trairán un par de decenios antes en
el culto Monardes (Medicinal, 80v). Un posible caso antihiático hay,
sin embargo, en el Quijote, concretamente en el se riyó dicho por el
narrador (I, 41), pero, aunque tiene toda la apariencia de serlo,
queda la ligera duda de si no será un cruce entre las variantes rió y
reió ‘reyó’ que Correas presenta, dado el segundo elemento como
“menos usado por viexo” (Arte, 301).
La precaución, pues, debe guiar el análisis del texto impreso
de Cervantes, pues si, como se ha visto, así supera con mucho en
registros (1065) a ansí (62), es esta la forma que figura en su autógrafo, lo mismo que correción con su grupo ct reducido, referencia
necesaria para enjuiciar el importante aspecto de los nexos consonánticos cultistas en el Quijote. Es evidente el distinto tratamiento
que reciben en el texto novelesco y en sus dos prólogos, ambos
de especial cuidado lingüístico, muy particularmente en lo que a
este punto concierne. Efectivamente, en el primero el latinismo
fonético con notable predominio se preserva, en conceptos, doctores,
doctrina, efecto, lector, observaciones, perfecta, respecto, menos en aciones,
esenta, inumerabilidad, y el alternante concetos; el segundo guarda
casi regularmente también el nexo etimológico: circunstantes, efecto,
excepción, facción, ignorante, lector, con reducción en aflición y en la
variante efeto. El conjunto de estos datos y su contraste con toda
la novela demuestran que cuando Cervantes quiere causar en el
lector una primera impresión favorable de su obra, se esmera en la
factura de un lenguaje selecto, lo que puede conseguir en la tensión retórica de las breves piezas prologales, lo cual por otro lado
es moneda común en prefacios y dedicatorias de los siglos XVI-XVII.
154
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
Pero lo que aquí interesa resaltar es que en sus prólogos Cervantes sigue la corriente más purista de las dos en que los que procuraban el bien decir se debatían a propósito de la pronunciación
de los grupos consonánticos de los latinismos, aquellos que buscaban su continuidad en el habla, y con mayor seguridad en la escritura, y los que proseguían la tendencia tradicional, que puede
ejemplificarse en el ideario lingüístico de Juan de Valdés, acorde
con la propensión natural del castellano a su reducción, incluso
entre cultos: “quando escrivo para castellanos, y entre castellanos,
siempre quito la g y digo sinificar y no significar…, dino y no digno,
y digo que la quito porque no la pronuncio, porque la lengua castellana no conoce de ninguna manera aquella pronunciación de
la g con la n”; como de excelencia dirá de su x: “yo siempre la quito,
porque no la pronuncio” (Diálogo, 96, 106).
7.2.3. De lejos venía la discordancia normativa o modélica, pues
con Valdés coincidía Juan del Encina, en quien todo es defetos, dino,
dinidad, dotores, efeto, fición, ynos ‘imnos’, etc., mientras que en Torres Naharro abundan defecto, ignocente, obiecto, redemptora, tractado,
victoria y otras formas del mismo tipo, y Nebrija se inclina más por
la postura reduccionista que por la etimologizante, si bien en la
dedicatoria de su tratado gramatical de 1492 recurre a digno, egipcios, Egipto, escriptas, inmortalidad, significada, y en el prólogo de su
Ortografía registra doctor, doctos, escriptores, ignorancia, como un siglo
después hacía Cervantes. Y como lexicógrafo el gran humanista andaluz da cabida tanto a dición, dicionario, dotor, dotrina, fición, como a
digno, dignidad, escriptor, escriptura, maligno, malignidad (Frago, 2002:
429).
En el extenso relato del Quijote su autor se muestra mucho más
libre en el manejo de formas con nexos intactos y simplificados,
a caballo, pues, de la corriente purista y de la tradicional, y los casos de acciones (I, 16, 37) y efecto (I, 27, 40) son socioculturalmente
análogos al de invidia anteriormente comentado, estos en relación
con aciones y efeto, con aflición y concetos en los prólogos del Quijote:
salvo en un estudiado planteamiento estilístico, Cervantes no tenía por vulgar la variación formal --que se da en todos los pasajes
y personajes de su obra, Sancho dice tanto efecto como asumpto y
pugnaré (I, 25; II, 42)--, tan frecuentes en su texto: acetar, acidente,
conflito, dotos, eceto, ecetuando, eleción, estremo, letura, perfeción, preceto,
EL USO Y LA NORMA
155
satisfación, solene, vitoria, pero accidente, afectos, benigno, dignidad, elección, excusado, ficción, ignorancia, innumerables, instrumento, perfección,
preceptos, prompta, subjeto, con muchos casos más. Y ¿en qué situación normativa se encontraba Cervantes respecto a este fenómeno
lingüístico? Sus autógrafos correción y letura (cfr. notas 120, 137), y
el tratamiento textual que a la variación fonética da en la novela
suponen una aceptación de la tradicional reducción fónica, y los
numerosos casos de nexos consonánticos que mantiene sugieren
que el modelo purista ganaba terreno en su habla; a ello apunta
la ultracorrección rectórico (I, 48), y sobre todo el hecho de que en
los momentos de especial cuidado estilístico prefiera las soluciones
etimologizantes (prólogos y dedicatorias).
7.2.4. En cuanto a tradición lingüística, en esto Cervantes enlaza con Nebrija y, en relación con sus coetáneos, está más lejos
de Correas que de Covarrubias. En efecto, aunque el extremeño
en terminología gramatical podrá poner activa y dialecto, esta voz
con la frecuente variante dialeto, su conservadurismo lingüístico se
manifestará en su extraordinaria coincidencia con Encina y Valdés,
cuando sistemáticamente escribe imperfeto, perfeto, azión, sinifica, sinificación, sinificado, sustanzia. Por el contrario, Covarrubias, más latinizante que Cervantes, aceptará únicamente edicto, elección, electo,
ignominia, ignorar, signo, significar, pero como en el Quijote validará
conflito y dará cabida a variantes como acetar-aceptación, dotrina-doctrina, inorancia-ignorancia, inorante-ignorante, sinificación-significación.
Si en medio de una sarta de proverbios Sancho dice: “No, sino
popen y calóñenme, que vendrán por lana y volverán trasquilados” (II,
43), el todo de esta frase tiene un claro aire proverbial, y no solo
por su parte consecutiva, y el arcaísmo de popar es en él evidente:
lo aseguraba Valdés, comentándolo con el sentido de ‘despreciar’
en el refrán Quien su enemigo popa, a sus manos muere, añadiendo de
este vocablo que “agora ya no lo usamos en ninguna sinificación”
(Diálogo, 127-128). Sin embargo, caloña, forma popular “corriente
en la Edad Media” (DCECH), no era desusada como popar a principios del XVII: para Covarrubias la voz culta era calumnia, “en el lenguaje antiguo” calonia, y, en presente, “otros dizen caloña” (Tesoro,
270). Así que, como en tantos otros casos, la voz que va perdiendo
predicamento social tiende al arcaísmo y a refugiarse en el habla de
aldea, de modo que Cervantes empleó tal verbo para caracterizar
156
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
lingüísticamente a Sancho, que en otro pasaje recurre al correspondiente sustantivo: “si vuesa merced quiere saber todo lo que
hay acerca de las caloñas que le ponen…” (II, 2).
Señalan Corominas y Pascual que “tuvo mucha extensión la variante semiculta bulda, hasta el siglo XVI” (DCECH), y para el canónigo conquense bulderos eran “los que antiguamente predicaban
las bulas de la cruzada” (Tesoro, 245), y en este término en declive
encuentra Cervantes materia literaria para otra obra suya semejante al anterior recurso del Quijote: “mi padre es persona de calidad,
porque es ministro de la Santa Cruzada: quiero decir que es bulero,
o buldero, como los llama el vulgo” (Rinconete, 23). En alguna ocasión servirá la mera dislocación consonántica, así la de los sanchescos presonas y presonajes, por lo demás asendereada en el lenguaje
literario de rústicos, presonajes ya en la Propaladia de Torres Naharro129.
7.2.5. En cuanto a la gramática, donde los cambios se producen
con enorme lentitud en su aceptación social, el que una forma periclitara en el habla de los cultos, o en su lengua escrita, no suponía
necesariamente que el uso de la misma de buenas a primeras se
convirtiera en vulgar, precisamente por requerir su tiempo el arraigo de la connotación negativa. En el caso verbal son ejemplos las
variantes conjugadas vía y vido, de ver. La primera tiene 1 registro
en nuestro corpus por 24 veía, con proporción numérica algo distinta en las otras personas del imperfecto, pero vía dice el narrador
y el galeote de más edad, víamos el cabrero y vían Dorotea (I, 4,
22, 23, 28), sin discriminación sociocultural por consiguiente; vían
usaba el médico Monardes (Medicinal, 165v), y Correas propone
tanto vía, vías, con pérdida de e “por síncopa”, como veía, veías, si
bien señala que este verbo “entero es menos usado” (Arte, 316). El
gramático también anota vi-vide, vio-vido, pero señalando en el cuadro de la conjugación vi-veí, y en el Quijote, con 250 ocurrencias de
vio y 3 de vido, las preferencias están muy claras, pero vido aparece
en un pasaje de Sancho (II, 11) y en dos del narrador (I, 22; II, 58),
y desde luego las formas con -d- no se hallaban limitadas al medio
rural, pues en textos cultos hasta mucho después ocasionalmente
se registran.
Sin embargo, no siempre el dato estadístico debe tomarse sin
129
Comedia Seraphina, Introito.
EL USO Y LA NORMA
157
crítica, pues en este mismo verbo de vees se dan 12 muestras y 15 de
ves, ambas autorizadas por Correas, pero sería un grave error creer
que en el habla de Cervantes, y en la de cualquier otro contemporáneo, existieron tales frecuencias formales, pues vee, vees, etc., de
las que hay testimonios hasta el siglo XIX, eran auténticas reminiscencias del pasado, ves y vee están en Garcilaso (Obras, 138, 257),
y que por razones que desconozco fueron a parar en semejante
proporción al Quijote, lo mismo que los 21 casos de fee (92 de fe), arcaísmo, Covarrubias solo recibe fe (Tesoro, 587), que durante siglos
halló refugio en el lenguaje formal jurídico y de la escribanía pública: en una lengua tendente al antihiatismo, ¿cómo se mantendrían
con tanta distinción dos vocales iguales en contacto? El historiador
ha de recurrir a sus lecturas de textos literarios y no literarios; pero
sin soslayar el natural recorrido evolutivo de la lengua.
Para calificar de “forma popular” el subjuntivo traduzga, como
en la ed. Rico (I, 706, n. 15), no solo ha de ponerse de relieve que
el autor pone esta forma en boca de Sansón Carrasco y en párrafo
de estilo esmerado, sino que Correas da el presente de este verbo
como traduzo, traduzco, traduzgo, como los de caer con las variantes
“caio i caigo”, “caia o caiga”, y “traia o traiga” los de traer, añadiendo
que estos verbos “de dos terminaciones… se usan de entrambas
maneras algo más o menos. Traio primera persona es poco azeta:
los suxuntivos caia, traia… son más usados” (Arte, 295, 298-299,
301). Pues bien, variantes verbales del tipo traduzgo, traduzga se hallan en autores cultos, produzga en la edición príncipe de la novela picaresca de Alemán (Guzmán, II, 234), durante siglos, aunque
cada vez con menos frecuencia, y corría ya el año 1822 cuando en
manuscrito de la elite mexicana más instruida se lee “dedusgo dos
proposiciones”, con la g del término verbal tachada bajo la caja de
escritura130. De arcaísmo, rusticismo o forma popular se anotan en
la ed. Rico cayo, dicho por Camila (I, 34), y trayo, por Sancho y don
Quijote (I, 10; II, 4), con cayan ‘caigan’ también en el escudero (II,
14)131, formas minoritarias en el corpus cervantino, con 3 trayo y 24
traigo, 1 cayo por 3 caigo, con igual porcentaje para caya y caiga.
130
Respuestas católicas por Fr. Manuel de Mercadillo a las cien preguntas sobre frailes y rentas
ecleciásticas: Biblioteca Nacional de España, ms. 21345-3, f. 23v. Reduzga se halla en el corpus
cervantino en el retórico discurso del canónigo al caballero andante: “¡Ea, señor don Quijote, duélase de sí mismo y redúzgase al gremio de la discreción y sepa usar de la mucha que el
cielo fue servido de darle…!” (I, 49), donde nada de popular o rural hay.
131
Ed. Rico (I, 129, n. 39; 449, n. 63; 721, n. 51). Sin anotación el cayan de Sancho.
158
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
7.3. FLUCTUACIÓN NORMATIVA. ENTRE LA TRADICIÓN Y LA INNOVACIÓN
7.3.1. Con datos como estos se puede ir perfilando el modelo
lingüístico de don Quijote, y también con las predichas cautelas y
referencias comparativas. En la bibliografía lingüística del español
clásico es frecuente considerar escrebir y recebir como casos sincrónicos de vacilación en el timbre de la /i/ átona, alteraciones vocálicas que, de ser numerosas, constituirían un claro ejemplo de
vulgarismo, y en la gran novela ocurren 32 recebir más 74 en formas
conjugadas, 2 recibir más 96 en la conjugación de este verbo; 5 escrebir más en un caso conjugado, por 163 registros de escribir en todas
las formas de su conjugación. Pero la sincronía de Cervantes es un
eslabón en la diacronía de la lengua, y en el castellano medieval la
disimilación i… í > e… í se lexicalizó en escrebir y recebir, voces que se
hicieron normales en la mejor lengua escrita, compitiendo en los
Siglos de Oro con escribir y recibir por latinismo humanístico: Monardes corrientemente pondría escrevir, y Covarrubias en extenso
artículo continuamente usa escrivir (Tesoro, 541), alternando recebido y recibido en su diccionario.
Mayor es el dislate cuando a propósito de mesmo y mismo, asimismo en relación al Quijote, se piensa en “vacilación en la vocal
acentuada”, siendo que se trata de la herencia de unos usos medievales en que fue muy preferente el de mesmo, aquí con 222 testimonios, sobre el de mismo, con 177 ejemplos. En Covarrubias es
registro único mesmo (Tesoro, 802), y el que Correas en su gramática
propone, aunque con la advertencia: “A mesmo suelen algunos mudar la primera sílaba me en mi, i dizen mismo, misma” (Arte, 176).
Valdés empleaba mesmo, Monardes lo alternaba con mismo, de más
registros en su obra, y Cervantes se mantiene cerca del castellano
antiguo en esto, pero más moderno que el canónigo de Cuenca e
incluso que el erudito extremeño.
Si Correas señala como aceptables “porné o pondré”, “tendré o
terné” (Arte, 300), Cervantes se muestra radicalmente partidario de
la innovación (tendrá, pondrá); en cambio aún registra el imperativo con metátesis (asilde, llevaldo, miraldo) y el de enclisis perfecta
(miradlo, tenedlo), en la línea de Correas, quien dice que “por buen
sonido se haze metátesis i truco de la d i de la l… ansí: amadle,
amalde, temedle, temelde” (Arte, 271), mientras que casi un siglo antes
Juan de Valdés, reconociendo que “muchos dizen poneldo y embialdo” y que “todo se puede dezir, sin condenar ni reprehender nada”,
EL USO Y LA NORMA
159
precisa que “todavía tengo por mejor que el verbo vaya por sí y el
pronombre por sí” (Diálogo, 74). Del mismo modo, si le preguntan
“¿por qué scrivís truxo, escriviendo otros traxo?”, responde “porque
es, a mi ver, más suave la pronunciación, y porque assí lo pronuncio
desde que nací”, concluyendo: “Por la mesma razón que ellos escriven su traxo escrivo yo mi truxo; vosotros tomad el que quisiéredes”
(77-78). De traer señala Correas que tiene el pretérito irregular en
dos maneras, traxe y truxe, “mas en la postrera no es tan propio, ni
en los otros tiempos que mudan la tra en tru” (Arte, 301), pero esta
postura normativa no se cumple con los 5 truje, 14 trujo por 1 trajo
del Quijote, donde a este respecto Cervantes se muestra más tradicional, e incluso popular.
7.3.2. Resulta, pues, que la lengua de Cervantes presenta rasgos de indudable conservadurismo, uno de los más notables el del
sistemático mantenimiento de la /-d-/ en los esdrújulos verbales
(hubiérades, hubiéredes, quisiéredes, etc.), cuando tantos testimonios
anteriores demuestran que muchos hispanohablantes se habían
pasado a este cambio lingüístico o alternaban el uso antiguo (habíades), con el nuevo (habíais), incluso con ultracorrecciones o cruces
formales del tipo tuviéredeis132: y ya hacia 1552 Torquemada junto a
amaríades, enseñaríades, leeríades empleaba amaríais, enseñaríais, leeríais, y también estuvieseis (Manual, 119-120, 218).
Por cierto que Correas, aun defendiendo a ultranza los esdrújulos con /-d-/, reconoce que “es común en algunas tierras entre
xente sin letras decir… veníadeis, veniéradeis” y que “otros i a vezes
en versos las abrevian en ais, eis, a proporzión del presente: pediais,
pidieis, podíais, pudiérais, queríais, quisiérais, amavais, temíais. Adviértase porque avrá ocasión en que se halle escrito, i aprovecha saberlo por dialeto” (Arte, 315). Con esto se ve a Cervantes resistente al
cambio, aunque la regularidad del uso tradicional, que verdaderamente puede deberse a su raigambre lingüística, también cabe en
la apuesta estilística. Pero lo que de ninguna manera es admisible
relacionar con los esdrújulos cervantinos las formas llanas (habedes,
tenedes, sabedes) estrictamente limitadas en el Quijote a la imitación
del castellano antiguo (junto a ca, vos digo, etc.), en pasajes de len132
En carta escrita en Jamaica el año 1567 por un andaluz hallo hiziéredes, y en otra asimismo original dada en Santo Domingo el 1583 por otro sevillano se encuentran estubierai
‘estuvierais’, ubierei ‘hubiereis’ y también yçierdeis ‘hicierdes (hiciéredes)’, e incluso en el
manuscrito graciano del Héroe documento fuéradeys, pensáuadeys (2002: 436, 477, 479).
160
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
guaje caballeresco. El remedo de la lengua antigua en esta novela
está ya sobradamente estudiado (Rosenblat, 1995: 26-32).
Del interrogativo quién dice Correas que “es común de dos, i
vale por singular i plural”, añadiendo que “ia le dan i se usa otro
plural quiénes, formado en es por la rregla común; i es propio, mas
no tan usado ni antiguo”, y aunque el no interrogativo quien no
está expresamente incluido en su esquema pronominal, lo refiere
en la explicación y ejemplificación una sola vez como plural morfológico, en todos los demás casos como invariable: “estos prononbres
i rrelativos son de quien o quienes digo sus propiedades” (Arte, 166). Más
contrario al cambio se muestra Covarrubias con su lapidaria entrada “Quién. Latine quis. Quién es: es de muchos, es de ninguno”
(Tesoro, 892). La formación analógica del plural en este relativo sin
duda debió de darse como mínimo en el siglo XV y a buen seguro
en un medio popular, y el primer testimonio absolutamente fidedigno que conozco es el que me proporciona una carta escrita en
México el 20 de diciembre de 1537 por Alonso del Castillo Maldonado, hidalgo salmantino que fue uno de los cuatro supervivientes
de la extraordinaria aventura vivida con Alvar Núñez Cabeza de
Vaca por todo el sur de los Estados Unidos, misiva en la cual de su
puño y letra se lee: “y no quiero aseñalar a njnguno, porque no sé
qujéneses (sic) son vivos o muertos”133.
Este colonizador no era de habla vulgar o rústica, pero este uso
incipiente durante mucho tiempo no fue admitido en la lengua
escrita de los más cultos, y de modo especial en la literaria. La innovación gramatical se inició precisamente en el interrogativo tónico,
aunque Correas tiene un ejemplo del relativo átono, y en el Quijote
hay 621 quien para el singular y plural y ningún quienes, verbigracia: “los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles”
(Prólogo, I), “sacerdotes a quien respeto” (I, 19), “mujeres a quien
preguntó si lo sabrían” (II, 50), o el “nosotros somos quien somos”
(I, 37), coincidente con el conocido verso de Gabriel Celaya. Y del
interrogativo quién se cuentan 271 atestiguaciones, también para
singular y plural, con únicamente cinco registros de quiénes, por
ejemplo “quiénes y cuáles son las personas de quien os tengo de dar
debida, satisfecha y entera venganza” (I, 30), “donde se da cuenta
quiénes eran maese Pedro y su mono” (II, 27), curiosamente solo
uno en el Quijote de 1605 y los otros cuatro en el volumen de 1615.
133
Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Pleitos Civiles, Pérez Alonso, Fenecidos,
caja 647-1, octavo documento.
EL USO Y LA NORMA
161
7.3.3. Similar apego a la tradición se observa en lo tocante al orden de las palabras con el adverbio ya y un pronombre antepuestos
al verbo, pues con sujeto de primera persona hay 17 constancias,
solo una de la contrucción “que yo ya estoy satisfecho” (I, 50), las 16
restantes de “que ya yo os conozco”, “ya yo hubiera castigado tu sandez”,
“ya yo sé que no le conoce” (I, 8, 18), y aunque en otros autores aparece este rasgo gramatical, así en los quevedescos “ya yo estaba con
un tocador en la cabeza” “ya yo me consideraba con un tocador en
la cabeza”, “ya yo me consideraba remediado” (Buscón, 233, 237), estaba ya declinando su anterior preponderancia, hasta mantenerse
con la mayor vigencia el ya yo + verbo en las hablas andaluzas y con
sistematicidad normativa en el español de Canarias, pero asimismo
en no pocas partes de América.
Aunque no con los mismos argumentos que aquí manejo, ya se
ha aludido al carácter tradicional de la lengua del Quijote, así Gutiérrez Cuadrado (1998), y más datos que los hasta aquí manejados
apoyan la percepción que estoy siguiendo, verbigracia algún caso
de ausencia del artículo determinado a la usanza medieval: “los
más bravos toros que cría Jarama” (II, 58), en La guarda milagrosa
“Den, por Dios, para la lámpara de aceite de Señora Santa Lucía”
(Entremeses, 92); o la negación con dos palabras de este sentido antepuestas al verbo: “él también no quitaba los ojos della” (I, 17) –este
mismo tipo infundadamente se cree que es fenómeno naciente en
el español de México–, “que nunca otra cosa tal no había visto ni
oído”, “ni al derredor de la mesa no había persona humana” (II,
56, 62)134. En el caso del presente de subjuntivo de ir, Correas lo da
como “vaia, vaias, vaia, vamos, vais, vaian, i vaiamos, vaiáis, vaiades,
más córtanse vamos, vais de las antiguas” (Arte, 314).
El editor del Diálogo valdesiano sobre este particular afirma:
“subsistía aún --y Valdés la respaldaba-- la forma etimológica del
subjuntivo vais, ya en lucha desventajosa con vayáis (y vamos por
vayamos)” (18), y de hecho el humanista de Cuenca escribió: “El
134
Usos como los de “ya se es ido”, “ya son idos” (I, 21, 41), y de haber como verbo transitivo: “si no lo han por enojo”, “asegurándole que no había menester otra medicina” (I, 11,
29), se encuentran en otros autores de la época: “tomo azero lo más puro y lo más blanco
que puedo auer”, “los que caminan mucho y han mucho trabajo” en Monardes (Medicinal,
174v, 206r). Notable resulta también la frecuencia con que aparece en ‘a’ con verbos de
movimiento, así “me han echado en galeras”, “echar agua en la mar”, “nos viniésemos en casa
de mi padre”, “cayó en el suelo”, “las idas en casa de Anselmo”, “ir en casa de”, “que el gran
don Quijote pasase en Berberia”, “porque me obligara a pasar en Berberia” (I, 22, 23, 24, 29,
33; II, 49, 64, 65), etc.
162
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
que compuso a Amadís de Gaula huelga mucho dezir vaiáis por
vais; a mí no me contenta” (130). No debía de haber hacia 1535 el
desequilibrio entre dichas variantes que supuso Lope Blanch, por
lo que apunta Correas, y, en cualquier caso, Cervantes se mantiene
plenamente fiel al modelo etimológico, que acabaría siendo sustituido por el analógico. En el Quijote el uso antiguo es único (20 vais
/ 0 vayáis), con ejemplos como “será bien que vamos un poco más
adelante”, “mira tú si puedes hacer cómo nos vamos, y serás allá mi
marido” (I, 20, 40), “os pongáis en camino y vais a la ciudad del
Toboso” (I, 22), “tengo determinado que os vais vos por una parte
del monte” (II, 25).
7.4. LA LENGUA DE CERVANTES ENTRE LO HABLADO Y LO ESCRITO
7.4.1. En el análisis del Quijote se cruzan perspectivas literarias
y lingüísticas, y el problema del comentarista está en no confundir
los límites de las dos materias, lo que a veces sucede, tal vez por
deformación profesional. El corpus es en su materia lengua, lengua que Cervantes magistralmente moldea para la creación de una
incomparable obra literaria, pero corpus que nos llega a través de
dos procesos editoriales, el de 1605 y el de 1615, sin los originales
con que poder cotejarlos. Lengua que corresponde a los comienzos del siglo XVII, y a los anteriores años de la vida del autor, inserta
en una cadena diacrónica de tradiciones e innovaciones, a la que
se ha de atender a fin de encuadrar sociolingüísticamente con la
debida adecuación el objeto de estudio.
Y, tratándose de lengua escrita, si se advierte que “la materia
más delicada con que debe enfrentarse un editor del Quijote tal vez
sea la puntuación. Los autógrafos cervantinos la desconocen casi
por completo” (Gutiérrez Cuadrado, 1998: 692)135, debe tenerse
en cuenta que esto no fue infrecuente en la escritura manual de
aquel tiempo, y hasta al menos finales del siglo XVIII, entre personas
de buena posición social y de lengua culta, que muy parcamente se
sirvieran de la puntuación ortográfica, como también hubo magní135
Sin embargo Francisco Rico en la introductoria “Historia del texto” de su ed. 2004
opina que se imprimió no “un manuscrito autógrafo, sino una copia en limpio realizada por
un amanuense profesional”, que el texto sería revisado por el autor; pero en cuanto a puntuación, si él no la ponía al escribir…, y que “nunca sabremos con exactitud en qué medida
afectaron al texto cervantino el modelo de producción del volumen y las circunstancias que
lo condicionaron” (I, CCXXII, CCXXV).
EL USO Y LA NORMA
163
ficos autores literarios, el mismo fray Luis de León, que no pusieron ni una tilde acentual en sus manuscritos (Sebastián Mediavilla,
2011: 373). En su citada carta (v. n. 120) Cervantes desconoce el
rasgo diacrítico y la puntuación, si bien la mayúscula del posesivo
abreviado Nro S ‘nuestro señor’ sirve para marcar el comienzo de la
despedida epistolar, y lo mismo se aprecia en sus otros autógrafos
(v. n. 137), sin que haya diferencia en este aspecto ortográfico con
el original de la aprobación de Antonio de Herrera (Bouza y Rico,
2009: 15).
Pero Frenk (2004: 1143) cree que Cervantes se enfrenta a su
público “en un lenguaje que podemos llamar hablado, y no solo
en el diálogo de los personajes, sino también, y de manera notable, en las intervenciones del ubicuo y múltiple Narrador” y añade
apoyándose en Rico: “La norma del estilo cervantino está en la
lengua hablada (en ello radica el hallazgo genial en la historia de la
novela), y son la entonación y las inflexiones de la lengua hablada
las que deben gobernar la lectura…” Y concluye que “cuando Cervantes escribe hablando parece estarse dirigiendo a un público que
escucha”, y ve muestras de oralidad en giros y fórmulas empleadas
en el Quijote, como en “no se le cocía el pan, como suele decirse, a la
duquesa”, fórmulas “que nos dan la impresión de que el libro “habla”, nos “habla” a nosotros, como a un público” (1144). Pero expresiones semejantes se reiteran en la novela en relación a dichos,
refranes y voces por cualquier concepto especiales, verbigracia “y
así como suele decirse el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda
al palo…” (I, 16), “como dicen, llevaron sogas y maromas” (II, 55),
el ya visto “pastraña o patraña, o como lo llamáremos”, “que llaman
guardaamigo o pie de amigo” (I, 22), “galerías, corredores, lonjas
o como las llaman” (II, 8). De estos giros aclaratorios y de estos veis
aquí abunda la literatura clásica, y tampoco escasean en el Avellaneda (Frago: 2005a: 215), pudiendo ser incluso convencionales.
Lo que mal puede identificarse con el mero lenguaje “hablado” es
el estilísticamente marcado por interminables enumeraciones, ni
algunas partes dialogadas o simplemente narrativas, y el mismo coloquio de extremado realismo idiomático, del que tantas muestras
hay en el Quijote, no deja de manifestar la genialidad literaria de su
autor, que tenía un excepcional dominio de la lengua en su expresión oral y sabía hacerla arte en la escritura. De la aplicación de la
técnica de los relatos orales en el Persiles da muy razonada cuenta
Lozano-Renieblas (2014: 101-116).
164
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
7.4.2. Aunque tanto de la lengua hablada como de la escrita
naturalmente se nutrió Cervantes, entre los humanistas se asumió
la idea de que la segunda era la que requería un mayor cuidado,
pues sus textos eran perdurables, “quanto más que aquí no os rogamos que scriváis, sino que habléis, y, como sabréis, palabras y
plumas el viento las lleva”, encarece un contertulio a Valdés para
que abandonara su recelo en hablar de cosas de la lengua (Diálogo,
45). De ahí que Cervantes se confesara “aficionado a leer aunque
sean los papeles rotos de las calles”, y que en palabras de don Quijote se sublime la esencia de la escritura, pues “la pluma es la lengua
del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren,
tales serán sus escritos”. Y en el siguiente pasaje, en el que parece
como si Lope de Vega hubiera leído al conquense, sabemos que no,
se aprecian las diferencias entre lengua escrita y hablada que los
humanistas observaron:
No ay quien hable más temerosamente que la pluma, aunque dizen muchos que es la que más libremente habla; pero esos creo que son los
temerarios; que los hombres cuerdos más miran lo que escriben que lo
que hablan, porque lo que escriben queda firme, y lo que hablan se lleba
el viento (Epistolario, III, 339).
Saliendo don Quijote de Barcelona derrotado exclama “Pues
ni él ni las armas quiero que se ahorquen, porque no se diga que a
buen servicio, mal galardón”, anotado en la ed. Rico: “En algunas
versiones el proverbio termina (o a veces empieza) con A fuer de
Aragón o como en Aragón, palabras que don Quijote calla por gentileza suya o de Cervantes, hacia la tierra cercana” (I, 1277, n. 15);
pero en la novela verdadera autonomía no tiene personaje alguno,
incluido el “ubicuo y múltiple narrador”: todo es creación cervantina, y lo que cabe hacer al respecto es determinar el estilo y el
aliento literario que el autor aplica en cada caso. En lo demás, todo
es también acervo idiomático de Cervantes y el filólogo, según el
clásico res, non verba, debe fijarse en la caracterización general de la
lengua reflejada en el texto novelesco, con sus aspectos sociocultural e histórico, siempre con las imprescindibles referencias comparativas propias de su marco sincrónico. Y, como de obra literaria se
trata, necesario asimismo es determinar la congruencia con que el
autor centra en cada personaje o pasaje del corpus la diversidad de
elementos modélicos y diatópicos que maneja.
EL USO Y LA NORMA
165
7.4.3. Sucede que para Juan de Valdés hacerlo era el uso apropiado y de nivel más bajo hacello, variante a la que el poeta podía
recurrir, como de hecho se venía haciendo al menos desde Juan
del Encina, no obstante que en su Cuenca natal era más corriente
el uso de las formas palatalizadas (mandallo); Nebrija se limitaba a
referir dicha variación, que es auténtica selección preconizada por
Valdés, -allo, -alla solo para la rima, lo que en el Siglo de Oro se
convierte en riguroso estereotipo poético (Frago, 2002: 433-435).
Correas dice que amarle y amalle “es tan usado de una manera como
de otra” (Arte, 272), y en el Quijote ambas formas indistintamente
se emplean: “estamos obligados a buscarle… Así que, Sancho amigo, no te dé pena el buscalle” (I, 23). También estableció Valdés
la distribución fonosintáctica de las conjunciones vocálicas en la
manera en que a la larga se impondría en la norma estándar: “pongo e quando el vocablo que se sigue comiença en i, como latino e
italiano”, “quando el vocablo que se sigue comiença en o, yo uso
u, diziendo esto u otro lo hará” (Diálogo, 86, 88). De igual modo se
muestra Valdés firme partidario de mantener la /-d/ final del imperativo (91-92), en tanto la Gramática nebrisense de nuevo se limitaba a señalar la variación castellana, pues luego de anotar los plurales de segunda persona amad, leed, oíd, dice: “mas algunas vezes
hazemos cortamiento de aquella d, diziendo amá, leé, oí”, si bien
avanzado el siglo XVI el postulado valdesiano era seguido por los
más puristas, según compruebo en los varios miles de versos del
Diálogo de mujeres de Cristóbal de Castillejo, donde un solo imperativo elide su -d, “dexá estar”, y un único sustantivo para lograr la rima
vi-Valladolí (2002: 69, 435).
Hay también en el Quijote bastantes secuencias del tipo y irse, y
hice, y ir, y iba, y imagino (I, 1, 30, 40, 45, 48…) y no faltan, aunque
en menor medida, las de o otro, o otra (I, 26, 46, 47...). Sin embargo,
su aceptación del doblete amarlo-amallo no suponía entonces vulgaridad alguna, ni la alternancia y ir - e ir, o otro - u otro, que en muchos
autores cultos ocurrían, y así fue hasta el siglo XIX. Lo propio se
puede afirmar de la con nombre femenino con á tónica inicial, del
que en el mismo Diálogo su autor dice que “la ponemos a todos,
sacando aquellos que comiençan en a, assí como arca, ama, ala,
con los quales juntamos el diziendo el arca, el ama, el ala”, pues “esto
hazemos por evitar el mal sonido que hazen dos aes juntas” (69).
Pero en el Quijote entre las palabras o locuciones “que aparecen
166
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
continuamente o con frecuencia” está “la por el ante palabra con a
(o ha) inicial acentuada: la ama, la hambre” (ed. Gaos, I, XXXVI),
como a la sazón era corriente en escritores de buen nivel cultural,
y mucho tiempo transcurriría hasta que el agua, el hambre fueran
necesarios para que se perteneciera a la norma esmerada. Por su
parte Correas mientras recomienda como Valdés el empleo de e
por y en razón de la eufonía, en el caso de la disyuntiva o no da
regla única (Arte, 352-353).
7.4.4. Era arquetipo idiomático “el lenguaje puro, el propio, el
elegante y claro”, el que “está en los discretos cortesanos, aunque
hayan nacido en Majalahonda”, con el criterio de que “la discreción es la gramática del buen lenguaje que se acompaña con el
uso”, uso que no podía ser igual al de “los que se crían en las Tenerías y en Zocodover como los que se pasean casi todo el día por el
claustro de la Iglesia Mayor”: lengua, pues, de las minorías urbanas
bien instruidas y leídas, o de individuos de extracción rural culturalmente asimilados a ellos, según cánones estilísticos reiterados
en el humanismo español, desde Nebrija y pasando por Francisco
Delicado y Juan de Valdés. Sin embargo los postulados de ideal
idiomático no siempre encuentran estricta correspondencia práctica, pues son muchos los factores que median entre la lengua del
autor y su plasmación en la escritura, sobre todo mediando el condicionamiento literario. No sería, así, del habla cervantina el hipérbaton “por ocultas espías y diligentes” (I, 46), con correspondencia
que encuentro en el nebrisense “las buenas artes y onestas” (2002:
429), similarmente en Garcilaso: “con espedida lengua y rigurosa”
(Obras, 46).
Tampoco sería corriente la secuencia de artículo + posesivo antepuesto al nombre, de las citas “el mi buen compatrioto” (I, 29), del
cura quizá imitando el lenguaje del caballero andante, “al mi caro
amigo, al mi buen vecino” (II, 54), de Sancho sin connotación alguna, a no ser la sociolingüística que apunta Correas al decir que
así “fue siempre mui usado el artículo en castellano, i lo es oi entre
xente de mediana i menor talla, en quien más se conserva la lengua i
propiedad, i como lo pide la eleganzia de la nuestra” (Arte, 144);
no tendría, en cambio, esta referencia sociológica su registro en el
narrador, “no habiéndose alongado mucho de la ínsula del su gobierno...” (II, 54), tal vez artificio literario de unir el giro arcaizante
al latinismo ínsula barataria, todo ficción pues: el arcaísmo en la
EL USO Y LA NORMA
167
lengua del culto y el soñado gobierno en inexistente lugar. Ni sería
propia la expresión este mi amo en Andrés, criado del villano Haldudo (I, 4), ni en Sancho (I, 19; II, 10), o que el escudero dijera “me
pareció que salía de su merced de la señora Dulcinea” (I, 31)136.
Así, pues, el modelo lingüístico entre los cultos seguido no era
uniforme, por lo que las variantes registradas en no importa qué
autor en esta perspectiva han de enjuiciarse. Así, aunque asaz fuera repudiado por Juan de Valdés, no puede asegurarse que todas
sus 11 apariciones del Quijote los lectores las tuvieran por rústicas,
máxime si en cartas de Lope de Vega también se halla (Epistolario,
III, 337), también en relación con el quijotesco traduzga el similar
luzgan (132), o quiriendo y tiniendo (205, 254), y truxeron (131), pero
asimismo traxeron (IV, 12). Y el mismo Correas, tan conservador él,
aunque su propuesta gramatical sea por mesmo, reconoce también
que “a mesmo suelen algunos mudar la primera sílaba en mi, i dizen
mismo, misma” (Arte, 176), de igual modo que respecto a escrebir,
recebir “los antiguos guardaron esta rregla i mudanza más firme que
aora: mas ia en algunos parece mexor seghir la analoxía de la i,
como... escrivir, ... rrezibir” (309), y cuanto más amplio sea el punto
de vista comparativo, tanto más exacta será la valoración sociolingüística de las correspondientes frecuencias de estas y otras variantes en el Quijote, recordando que recevir está en tres autógrafos de
Cervantes citados (notas 120, 137).
7.5. CONDICIONAMIENTO SOCIAL Y LIBERTAD EN EL QUIJOTE
7.5.1. La norma con el sentido de dictamen de gramáticos y
académicos no existía en la época, cuando quiriendo y tiniendo eran
136
Son construcciones que por entonces muy preferentemente aparecían en el lenguaje
formal, tradicional, de los escritos oficiales, de la escribanía pública, de los actos judiciales,
etc., el que se expresa en el privilegio del Rey del primer Quijote y en el de 1615, y que se
reiteraría en libros publicados más de un siglo después. Porque debe saberse que cuando un
uso lingüístico tiende a perder sustento social, su refugio más duradero puede hallarse en
los extremos más conservadores, el de la administración pública y el notarial y judicial, por
un lado, y por otro en los hablantes rurales. El artículo antepuesto al posesivo no desapareció tan pronto como algunos historiadores de la lengua piensan, el nuestro corregidor se halla
en folios de la Chancillería vallisoletana hasta principios del siglo XIX, y hay registros de él,
literariamente marcados y no marcados, en España y en América hasta mucho después de
que el Quijote se publicara. Y de todos modos no debe olvidarse que Correas aún admite el
mi libro, la mi casa “quando los pide el sentido”, y del átono vos por su derivado os dice que
“dura oi en escritos y libros viexos, i en leies i fórmulas de cartas rreales” (Arte, 164, 168).
168
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
aceptados entre cultos, con otras formas hoy con razón tachadas de
broncos vulgarismos; de entonces al momento actual han pasado
siglos de aquilatamiento de usos en la lengua hablada y escrita,
cada vez más lejos del castellano medieval, con un peso mayor de la
gramática normativa y con directrices académicas en aquella época inexistentes, y otros medios socioculturales y de comunicación
que en la mente de todos están. Siglos atrás la “normativa” era muy
libre, lo que no fue óbice para que se produjera la mejor literatura
de nuestra historia, y esencialmente consistía en un estado de opinión, principalmente del prestigio de la lengua escrita de mayor
aceptación, y de la necesidad del bene dicendi et bene scribendi para
obtener la consideración social, o el mérito para los oficios y beneficios civiles y eclesiásticos.
A un estado de opinión condicionante del buen uso lingüístico se refiere Correas al tratar de la pervivencia de la solución
avié, dizié (por avía, dezía) en “tan nobles provincias”, que “ansí
se usó i halla en buenas istorias de los pasados”, por lo que a su
parecer debería admitirse, “si ia en España se permitiera más que
una propiedad i puridad castellana sin mezcla, ni bolver a lo viexo
hasta que canse lo nuevo” (Arte, 269). La doctrina, muy explícita
en el Diálogo valdesiano, era rechazar los arcaísmos frente a las
formas que los estaban apartando de las preferencias de los cultos, y eliminar variantes a favor de las que se iban teniendo por
modernas, quedando como “grosero, tosco”, “rústico y viexo”, lo
“vulgarmente” dicho, en puridad lo que “no está rrecibido entre
los elegantes”, en citadas palabras de Correas, es decir, lo aldeano
sobre todo; pero también la lengua escrita en la que no se aplican los principios más generales seguidos desde los comienzos humanísticos, y el regionalismo más marcado: “ansina es usado en
Andaluzía” (Arte, 364). Ahora bien, el gramático tampoco vacila
en dejar el sello de su autoridad y así en su Arte no son raras sentencias como “no lo apruevo”, “por mexor tuviera”, o el permisivo
“es tan usado de una manera como de otra”. Lo que no quita que
sus recomendaciones a veces fueran contra tendencias que en su
tiempo estaban imponiéndose.
Pero el maestro extremeño tenía una percepción extraordinariamente clara de lo que era la complejidad del español, en el que
veía niveles sociolingüísticos, “xente de mediana i menor talla, en
quien más se conserva la lengua i propiedad”, que no solo era de
EL USO Y LA NORMA
169
“los que se tiene por más cortesanos”, ni la naturaleza de la lengua,
de amplio condominio social, era cerrada en sus usos:
Ase de advertir que una lengua tiene algunas diferenzias, fuera de los
dialectos particulares de provinzias, conforme a las edades, calidades i estados de sus naturales, de rrústicos, de vulgo, de ziudad, de la xente más
granada i de la corte, del istoriador, del anziano i predicador, i aun de la
menor edad, de muxeres i varones: i que todas estas abraza la lengua universal debaxo de su propiedad, niervo i frase, i a cada uno le está bien su
lenguaxe, i al cortesano no le está mal escoxer lo que parece mexor a su
propósito como en el traxe, mas no por eso se a de entender que su estilo
particular es toda la lengua entera i xeneral, sino una parte (Arte, 144).
7.5.2. Cuadro sociolingüístico de gran modernidad, pues, el
que Correas pinta, con pinceladas que también atienden al aspecto estilístico, por encima de la puntillosidad del gramático, quien
aún precisará respecto de algunas formas vulgares “que algunos
hazen”, pero que “no se admite, antes se rreprueva... hasta que
el uso las acredite” (313). El buen uso, pues, el que conllevaría la
estimación sociocultural; realmente el que en el Quijote identifica
a Cardenio con su astrosa figura por Sierra Morena, quien “en sus
corteses y concertadas razones mostraba ser bien nacido y muy cortesana persona” (I, 23), el buen hablar relacionado con la alta cuna
y una selecta educación; el continuo trato con el mejor formado,
que le había hecho a Rinconete saber “algo de buen lenguaje”, o a
Sancho presumir de “que ha aprendido los términos de la cortesía
en la escuela de vuesa merced” (II, 37), a quien en otra ocasión
don Quijote dice: “Muy filosófico estás, Sancho, muy a lo discreto
hablas. No sé quién te lo enseña” (II, 66), y de nuevo: “Nunca te he
oído hablar, Sancho, tan elegantemente como ahora, por donde
vengo a conocer ser verdad el refrán que tú algunas veces sueles
decir: No con quien naces, sino con quien paces” (II, 68).
El cambio de registro idiomático causado por la influencia de
los selectos hablantes en los que no habían frecuentado las aulas
de Salamanca o el claustro de la Iglesia Mayor toledana, pero que
podía ser cualquier otro centro de cuidada instrucción, nivel que
exigía el desempeño de altos servicios públicos, así el del escudero
convertido en gobernador de Barataria: “Todos los que conocían
a Sancho Panza se admiraban oyéndolo hablar tan elegantemente
y no sabían a qué atribuirlo, sino a que los oficios y cargos adoban o entorpecen los entendimientos” (II, 49). De manera, pues,
170
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
que la norma que regía “el lenguaje puro, el propio, el elegante
y claro”, según el paradigma cervantino, era el uso conformado
por la influencia modélica de la lengua hablada y escrita de mayor
aceptación, abierta a la variedad diatópica, sociocultural e incluso generacional, no aherrojada por la uniformidad; en cualquier
caso, un uso que para ser del lenguaje preconizado por Cervantes
debía atender a la “discreción” y el “comedimiento”. Entre los humanistas españoles alentaba la genial e imperecedera percepción
lingüística que tuvo Horacio al relacionar el uso con la selección
en la lengua y con su devenir evolutivo, “el uso, que es árbitro, ley
y norma del habla” (Poética, 70-72):
Multa renascentur quae iam cecidere, cadentque
quae nunc sunt in honore uocabula, si uolet usus,
quem penes arbitrium est et ius et norma loquendi
7.5.3. De una u otra forma, Sancho es figura clave en el tratamiento cervantino del contraste lingüístico, también cuando es
cuestión de aludir al lenguaje de estilo formal muy marcado: “Riose don Quijote de las afectadas razones de Sancho..., porque de
cuando en cuando hablaba de manera que le admiraba, puesto
que todas o las más veces que Sancho quería hablar de oposición y a
lo cortesano...” (II, 12). Y en la lengua escrita los estilos estaban bien
determinados, al menos en los que se preciaban de manejarla según los cánones marcaban, y Lope de Vega se aprecia de distinguir
la naturalidad del suyo epistolar, así: “Ay van, Señor excelentísimo,
las cartas; creo que serán a propósito, no bachilleras, porque a eso
no es bien que tenga olor el estilo” (Epistolario, III, 216), “este papel no es de Palacio, como lo muestra el estilo, que allá no ay recato
en papeles ni exçelencias” (IV, 12). De la adecuación estilística al
texto y su tema da cuenta Garcilaso en su Epístola en verso suelto
(Obras, 167):
ni será menester buscar estilo
presto, distinto, de ornamento puro,
tal cual a culta epístola conviene.
El poeta toledano en su carta a Jerónima Palova de Almogavar
resume el ideal idiomático del humanista, con claros ecos horacianos, que advierte en la traducción hecha por Boscán de El Cortesano:
Guardó una cosa en la lengua castellana que muy pocos la han alcanzado,
que fue huyr del afetación, sin dar consigo en ninguna sequedad; y con
EL USO Y LA NORMA
171
gran limpieza de estilo usó de términos muy cortesanos y muy admitidos
de los buenos oydos, y no nuevos ni al parecer desusados de la gente
(256),
ideas que se cohonestan con los conocidos principios estéticos y
lingüísticos de Cervantes. Ni siquiera omite Garcilaso la alusión a la
diversidad sociolingüística, emparejada con la variación estilística,
cuando se refiere a las “diversas maneras de hablar graciosamente
y de dezyr donayres…, y discurriendo por tantas suertes de hablar,
no podía aver tantas cosas bien dichas en cada una destas, que algunas de las que daba por exemplo no fuessen algo más baxas que
otras” (257). Y las exigencias reflexivas de una depurada lengua
escrita también encuentran eco en su texto: “él me hizo estar presente a la postrera lima, más como a hombre acogido a razón que
como ayudador de ninguna hemienda” (258).
En Cervantes el más rotundo giro estilístico y lingüístico lo verifican sus prólogos, como a propósito de los grupos consonánticos
hemos comprobado, y se observa contrastando el tratamiento de
la /-d/ final de palabra en ellos, sin un solo caso de elisión ni en el
imperativo, ni en sustantivos, esto según el referente modélico que
reflexivamente había seguido Cristóbal de Castillejo (cfr. 7.4.3.):
amenidad, amistad, curiosidad, decid, haced, pronunciad, etc. (I); manquedad, merced, verdad... (II). En el texto novelesco nuestro autor
demuestra su afinidad con la tendencia más selecta en este punto,
pues la pérdida de esta consonante final la reduce al imperativo
y al coloquio, pero solo puntualmente, así en el soneto Diálogo
entre Babieca y Rocinante (“andá, señor, que estáis muy mal criado”),
mirá en boca del ama (I, 5), en la de un pastor “mirá bien, Ambrosio...” (I, 13), en la de Sancho, “tomá, hermano Andrés, que a todos
nos alcanza parte de vuestra desgracia” (I, 31), pero sin ninguna
regularidad en las intervenciones de la gente baja: “tomá, que mi
agüelo” en expresión paremiológica dirán las labriegas del Toboso,
también “mirad con qué vienen los señoritos ahora” (II, 10). Por
supuesto, en alocución de don Quijote lo que procedía era “dejad
luego al punto las altas princesas” (I, 8), pero el mismo escudero se
dirige a su mujer con un “mirad, Teresa”, y ella le responde “mirad,
Sancho”, con los canónicos advertid, enviad, haced, vivid (II, 5).
7.5.4. La lengua de Cervantes aparece con un rasgo de inequívoca preferencia normativa, que sin embargo estilísticamente no
172
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
aplica con todo rigor al extenso corpus del Quijote, lo cual puede
ser un fallo de coherencia literaria, pero al mismo tiempo es nota
de afirmación sociolingüística personal respecto de lo que era la
variación idiomática en su tiempo. Aquella fluctuación, alejada de
cualquier atisbo de situación caótica, le permite a Cervantes la libertad de elegir entre variantes, lo que también se advierte en el
cotejo entre el texto de 1605 y el de 1615, este con cuatro apariciones de la innovación quiénes, con única presencia en el anterior. Si
comparamos el prólogo del primero, 4 formas del tipo buscalle por
9 del de hacerle, con el segundo vemos que en este ya solo hay conocerle, escurecerla, etc., como en la dedicatoria al conde de Lemos. Se
da también la circunstancia de que en 1605 se halla previlegio (I, 35,
38), pero en la licencia real del segundo volumen figura privilegio,
igual que en el relato novelesco (II, 62), mientras que en la solicitud de licencia para la publicación del Quijote de 1605 de su puño y
letra Cervantes pone previlejio (Bouza y Rico, 2009: 14), surgiendo
así la duda razonable de si en los diez años de diferencia entre una
y otra impresión había cambiado su uso en consonancia con el cortesano que la aprobación real manifiesta137.
Cervantes se servía de una lengua que se movía entre el apego
a la tradición y la fuerza de la innovación, en algunos aspectos con
continuidad de antiguos usos, pero que en conjunto no chirrían
puestos en relación con el uso de otros grandes autores de su tiempo, optando otras veces por las soluciones modernas, y mucho más
frecuentemente participando de la variación que entonces solía
darse en el registro más culto. En definitiva, una lengua deudora
de la medieval, en su modalidad literaria conformada por el afán
lector de quienes la manejaban con actitud de rechazo a ciertos
cambios de promoción popular, que acabarían imponiéndose
(quiénes, teníais, etc.). Y en absoluto puede decirse que Cervantes
fuera lingüísticamente arcaizante, pues, por ejemplo, si el autor
del Quijote apócrifo es más moderno al incluir no pocas formas
verbales esdrújulas sin -d- (entraseis, negarais, podríais, etc.), resulta
de lenguaje más anticuado por muchos más conceptos, como en
otra parte señalo: mantiene terná, ternía, un reyó ‘rió’ que Correas
137
En él Cervantes mantiene un receviré acorde con el recebir de su carta también autógrafa
(v. n. 120), y un letura que igualmente se cohonesta con su anterior correción. Otros dos autógrafos cervantinos, dados en Sevilla el 17 de enero y el 4 de febrero de 1593, traen receuí,
el primero, y receuido el segundo (Brown y Blanco-Arnejo, 1989: 13-14), los dos, como el
consignado en la n. 120 y en esta, sin acentuación ni puntuación ortográfica.
EL USO Y LA NORMA
173
calificaba de “viejo”, o el artículo como verdadero antecedente del
relativo, “mayor rabia que la con que él puso mano a su espada”,
“quiso la desgracia que era el en que dormía el triste Sancho”, etc.
(2005a: 164, 175, 201).
A la lengua del Quijote se le han atribuido no pocas incorrecciones, y algunas torpezas, bastantes de ellas infundadas, pero a muchos de estos achaques los ha puesto en su sitio Rosenblat (1995:
243-363), pues desde luego anacrónico es juzgar anacoluto la repetición de la completiva que cuando entre ella y la frase que marca hay un inciso oracional o se halla distanciada la construcción
completiva: “que a fe que, si le conociera, que nunca él le dejara”,
“osaría afirmar y jurar que estas visiones que por aquí andan, que
no son del todo católicas” (I, 25, 47): en la prosa medieval este uso
era frecuente, sistemático en bastantes textos, pervivía en el Siglo
de Oro, claro que no con tanta frecuencia como antes, se oye en
el español hablado actual y algún registro tiene en el escrito. Ciertamente, algunas incorrecciones se encuentran en el Quijote, algo
perfectamente disculpable en corpus de tanta extensión, sujeto a la
siempre posible intervención de quienes trabajaron en la edición
de los dos volúmenes, y alguna incoherencia gramatical, como la
arriba señalada en la deixis de ese, estas y aquí (v. 2.2.4.).
Pero la grandeza de la obra cumbre de Cervantes no radica solo
en su perfección literaria y en la fascinación por la interpretación
de su contemporaneidad que ofrece, sino también, y en gran medida, por el extraordinario dominio del idioma de que hace gala
el escritor de Alcalá, famoso en vida ya fuera de España, cuya persona y producción encomia el embajador de Francia, en escena
que recoge el licenciado Márquez Torres en la Aprobación de 1615,
y no era un visionario Cervantes cuando en su Dedicatoria al conde
de Lemos fabula con una solicitud del Quijote que el emperador de
China le había hecho, “pidiéndome o por mejor decir suplicándome se lo enviase, porque quería fundar un colegio donde se leyese
la lengua castellana y quería que el libro que se leyese fuese el de
la historia de don Quijote”. Guía para los hablantes cultivados sería
la gran novela, junto a otras del periodo áureo, no obstante ciertas
reticencias que se levantaron en España en un principio, así la contraria y abusiva opinión de Correas sobre el uso cervantino de lo que
por lo cual (Arte, 171). Triunfaría en España la admiración por el
Quijote, y desde el principio de manera incontestable en América,
donde dejó profunda huella en hablantes y escritores; baste leer el
174
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
Periquillo de Fernández de Lizardi para imponerse de cómo en sus
páginas se respira el espíritu y la letra de la universal novela.
7.5.5. Se ha visto que Cervantes sabía jugar con la sinonimia,
“con tácitos y atentados pasos” (I, 16), incluso de frases hechas, “tomaron a su cargo y echaron sobre sus espaldas” (II, 1), con la polisemia,
cuando don Quijote conmina al encamisado descabalgado a que
“se rindiese” (‘se declarara vencido’) y este le responde “harto rendido (‘derrengado’) estoy, pues no me puedo mover, que tengo una
pierna quebrada” (I, 19). Maneja con soltura (como en ‘devengado’) igualmente los sufijos: “tomó un trotico algo picadillo”, “ahora
te digo, Sanchuelo, que eres el mayor bellacuelo del mundo” (I, 15,
37), o los combina con sustantivos (narigante, rocinante), “gemidicos
y lloramicos” (II, 48).
Es insuperable el pragmatismo sociológico con que pinta la familiaridad coloquial que puto (y puta) había alcanzado en la época.
Del sentido que el uso de este término tenía es buen ejemplo el
siguiente: “Hideputa puto, ¡kómo korre padre! --Hixo de un ladrón,
¿i a padre llamas puto?” (Correas, Refranes, 588), con la explicación
“ambos hermanos ponen bueno a su padre”. Y en la novela cervantina también se aclaran las cosas al respecto, pues por un lado
el escudero del Caballero del Bosque refiriéndose a Teresa Panza
exclama: “¡Oh hideputa, puta, y qué rejo debe de tener la bellaca!”,
de sentido intencionadamente provocador, “a lo que respondió
Sancho, algo mohíno: ni ella es puta, ni lo fue su madre, ni lo será
ninguna de las dos, Dios quiriendo, mientras yo viviere”, respuesta
que alude al refrán Puta la madre, puta la hija, puta la manta que las
cobija; pero por otro lado encarece el vino con que el del Bosque
lo obsequia diciendo: “¡Oh hideputa, bellaco, y cómo es católico!”, y
haciéndose este el extrañado por semejante alabanza:
Digo --respondió Sancho--, que confieso que conozco que no es deshonra llamar hijo de puta a nadie, cuando cae debajo del entendimiento de
alabarle (II, 13).
Cuadro lingüístico de suprema comicidad es también el que
Cervantes consigue con el -ísimo de superlativo, ridiculizando la
profusión de su uso, sin duda porque plenamente popular tal sufijo
a la sazón no era. Esto en el conocido pasaje en el cual interviene
la dueña Dolorida, con réplica escuderil:
Confiada estoy, señor poderosísimo, hermosísima señora y discretísimos circunstantes, que ha de hallar mi cuitísima en vuestros valerosísimos pechos
EL USO Y LA NORMA
175
acogimiento no menos plácido que generoso y doloroso…; pero antes que salga a la plaza de vuestros oídos, por no decir orejas, quisiera
que me hicieran sabidora si está en este gremio, corro y compañía, el
acendradísimo caballero don Quijote de la Manchísima, y su escuderísimo
Panza.
--- El Panza --antes que otro respondiese, dijo Sancho-- aquí está, y el don
Quijotísimo asimismo; y así podréis, dolorosísima dueñísima, decir lo que
quisieridísimis; que todos estamos prontos y aparejadísimos a ser vuestros
servidorísimos (II, 38).
Obsérvese que la comicidad del argumento lingüístico se logra
tanto por la acumulación de superlativos como por la adición del
sufijo de grado a sustantivos, e incluso a un verbo, así como por
ponerse en boca de una dama (tópico del lenguaje melindroso) y
de un escudero, reiterado empleo de un cultismo que choca en el
habla del aldeano.
7.6. UN EPÍLOGO SOCIOLÓGICO: EL TRATAMIENTO PERSONAL
7.6.1. En todo lo que antecede se ha procurado considerar la
lengua de Cervantes en su contexto social, porque la sociedad de
una u otra manera condiciona la realidad idiomática del individuo
y del conjunto de los hablantes, que se mueven a impulsos de la
herencia recibida, no uniforme para todos ellos, y de las tensiones
lingüísticas, culturales y hasta ideológicas que en cada situación
histórica les toca vivir. Como el mismo Correas declara en lugar ya
citado, en la España de su tiempo predominaba la idea, un tanto
difusa por lo demás, favorable a un modelo lingüístico unitario, en
el que lo tenido por anticuado no debía tener curso en el lenguaje
de los cultos, tendencia que él no sigue a rajatabla en varias cuestiones gramaticales, y en el que tampoco deberían tener cabida
más que las imprescindibles muestras de la diversidad dialectal, lo
que explica que Gracián no abunde en el aragonesismo, si no le
sirve para el juego literario, y las controversias entre autores de
distintas regiones por diferencias fonéticas, de vocabulario y, en
menor medida, gramaticales también. Pero se trataba de un estado
de opinión castellanizante que no obedecía al dictado de ninguna
institución, ni a concreta autoridad alguna.
Era el consenso que entre muchos autores se había ido fraguando desde los comienzos del Humanismo, coincidente con la
176
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
unidad política de España, pensamiento que en el Diálogo de Juan
de Valdés se manifiesta con bastante propiedad. Pero no todas las
posturas eran de acatamiento sin reparos, ni era fácil que todos
los escritores prescindieran de no importa qué rasgo peculiar en
su habla, máxime cuando se encontraban ante la posibilidad de
elegir entre las diversas opciones que el español les ofrecía, y no
todos respondían de la misma manera, muchos condicionados por
el uso que en su niñez y juventud habían asumido. La situación era
de contrastes de todo tipo, de cambios abiertos o soterrados, el ambiente que describe Delicado, mucho más rico en matices que el de
Valdés, pues, como Márquez Villanueva agudamente percibe, La
Lozana andaluza se perfila como “el nacimiento de una literatura
humanística de afilado signo ideológico, la génesis de la picaresca
y hasta campo de batalla para las ideas lingüísticas de su tiempo”
(2013: 39).
La unidad lingüística de la lengua literaria pudo consistir también en cerrar las puertas a cambios que en buena parte de la sociedad llevaban tiempo abriéndose camino, manteniendo así usos
antiguos en contra de la idea de posponerlos a una innovación que
lentamente iría encontrando espacio en la más selecta escritura.
Uno de los casos comentados es el de la creación analógica del plural quiénes, y subsidiariamente del átono quienes, que en el Quijote
de 1615 tiene 4 apariciones por solo 1 en el de 1605 (cfr. 7.3.2.),
lo que demuestra que el hablante-escritor Cervantes tal vez había
girado hacia la modernidad en este punto, pues el ejemplo del
primer volumen de su novela está ciertamente favorecido por el
contexto de relevante tonicidad en que se halla, y este cambio precisamente comenzó por el pronombre tónico antes que por el átono: “os suplico me digáis, si no se os hace de mal, cuál es la vuestra
cuita, y cuántas, quiénes y cuáles son las personas de quien os tengo de
dar debida, satisfecha y entera venganza” (I, 30).
7.6.2. Ninguna suprema autoridad había reglamentado la depreciación social del vos del antiguo tratamiento de respeto, ni
el radical rechazo de su uso hacia el superior o entre iguales, de
hidalgos hasta lo más alto de la escala social. El esquema de los
tratamientos personales se fue decantando hacia una formalidad
estricta desde comienzos del siglo XVI, y esto ocurrió en el seno de
una sociedad compartimentada, sobre todo encorsetada por el es-
EL USO Y LA NORMA
177
píritu de la hidalguización y por un exasperado sentido del honor.
Naturalmente, del consenso social en este aspecto lingüístico se haría eco la literatura, también tratadistas de toda clase. Covarrubias
definiría así el personal tú: “pronombre primitivo de la segunda
persona, no se dize sino a criados humildes y a personas baxas en
nuestra lengua castellana hablando ordinariamente”, y el vos: “usamos dél en singular, y no todas vezes es bien recebido, con ser en
latín término honesto” (Tesoro, 981, 1012); y cuando se refiere al de
tercera persona él señala: “los avaros de cortesía han hallado entre
V. M. (vuestra merced) y vos, este término él” (493). Por su parte
Correas enmarca así una cita de tuteo: “estás acá? ha; úsase con persona que tratamos de tú, i es algo rrústico” (Arte, 348).
El cuadro sociológico sin embargo era de mayor complejidad
que lo que estas citas sugieren, pues el tú era usual entre la gente
menuda, como Sancho refiere con un dicho ante los duques, “imitando el juego de los muchachos que dicen Salta tú, y dámela tú”
(II, 55), si bien podía usarse en la intimidad cuando la emoción
embargaba en un ambiente selecto, en el rezo a Dios, o en prólogos y dedicatorias al lector, donde el autor, como Cervantes en
los suyos hace, busca retóricamente su confianza y favor. Pero la
prueba de la importancia que esta cuestión sociolingüística tenía
es que trasciende al refranero y a la literatura, pues muy pronto se
acuñan expresiones como Andar a tú por tú, y el problema social se
hace proverbial, en formulaciones como Tú por tú, como tapiador, y
en la explicación a la pregunta “¿Vuestra merced viene a her justicia
o a poner crianza?”, que un sayagués le hizo en Zamora a un corregidor, y con el voseo de inferioridad y despectivo ya lexicalizado
que el mismo Correas ejemplifica: “Mentís no es desonra, mas es
palabra de ruin persona” (Refranes, 524, 548, 737).
Y no deja de hallar eco este mismo modismo en el Quijote, en el
pasaje donde Cardenio ataca al caballero andante al oírse “tratar
de mentís y de bellaco” (I, 24), también cuando don Quijote reacciona encolerizado al pronunciar Juan Haldudo este verbo en su
presencia, “¿Miente delante de mí, ruin villano?” (I, 4). Porque el
exacerbado sentido del honor, al que la clase dominante creía tener derecho, con rotundidad se plasma en el verbo en cuestión dicho en público, de lo que es paradigmática muestra la amenazante
proclama quijotesca en la disputa del yelmo de Mambrino: “y quien
lo contrario dijere, le haré yo conocer que miente, si fuere caballero,
y si escudero, que remiente mil veces” (I, 45).
178
DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD
7.6.3. La intrincada red social de edades, sexos, oficios, clases,
situaciones de amistad, amor o rencor, etc., implicaba registros
cambiantes en la expresión del tratamiento personal. Se ha visto así
el tú por tú en los juegos de muchachos, pero estos también podían
acudir a la voz que entre los adultos significaba desprecio, pues esta
es la aclaración que el mismo Correas añade a su refrán del mentís:
“Tal como vos, besame en el culo y andá con Dios”, a su vez explicado:
“esto responden los muchachos cuando se desmienten”.
En la lengua de los siglos XVI-XVII nada más representativo de los
hábitos sociales y más condicionado por ellos hay que el tratamiento personal, por lo que su repercusión literaria estaba asegurada.
En el mismo Lazarillo de Tormes el anónimo autor refleja el entramado sociológico que al respecto se vivía en los años en que lo escribió, pero sobremanera interesa el episodio en el que el puntilloso
y pobre escudero le cuenta a Lázaro la ofensa que a su honor le
había hecho un caballero castellano viejo, donde está perfectamente contextualizada la distinción entre el voseo y la fórmula cortés
vuestra merced (2002: 467-468):
—Acuérdome que un día deshonré en mi tierra a un oficial y quise ponerle las manos porque cada vez que me lo topaba me dezía: Mantenga
Dios a vuestra merced.
—Vos, don villano ruin, le dixe yo, ¿por qué no sois bien criado?
Para añadir que “a los más altos, como yo, no les han de hablar
menos de: Beso las manos de vuestra merced, o por lo menos: Besoos,
señor, las manos, si el que habla es cavallero”. Donde se advierte
cómo en determinadas situaciones el vos era socialmente válido,
acompañado de vocativos con señor, amigo, caballero, etc.
Mención semejante a la buena crianza consta en el Quijote cuando el cuadrillero se dirige con un displicente “pues ¿cómo va, buen
hombre?” al hidalgo manchego y este, airado, le responde: “Hablara
yo más bien criado, si fuera que vos. ¿Úsase en esta tierra hablar desa
suerte a los caballeros andantes, majadero?” (I, 17). Y en la historia
de Leandra está el mencionado caso del soldado fanfarrón, quien
“con una no vista arrogancia llamaba de vos a sus iguales y a los mismos
que le conocían, y decía que su padre era su brazo, su linaje sus obras
y que, debajo de ser soldado, al mismo rey no debía nada” (II, 51).
7.6.4. Hay algunas incoherencias en el desarrollo argumental
de esta cuestión, pues el elusivo él - ella, criticado por Covarrubias,
EL USO Y LA NORMA
179
reiteradamente está empleado por los apropiados personajes, la
mujer de Sancho al cura y a Sansón Carrasco, el paje de los duques
a los mismos, Sanchica a su madre, y esto respondía a la realidad
sociolingüística, pero llama la atención que el hecho no mereciera
reconvención alguna, ni siquiera cuando Sancho lo aplica a don
Quijote: “¿quiere vuestra merced darme licencia que departa un
poco con él?” (I, 21), quien tampoco reacciona cuando el galeote
Ginés de Pasamonte le aplica el bajo voacé, tratamiento que poco
antes sí había ofendido al guardián de los condenados: “Hable con
menos tono, señor ladrón de más de la marca, si no quiere que le
haga callar, mal que le pese” (I, 22).
Con todo, la genial novela cervantina es fiel representación de
aquella España en la que el prurito hidalguizante y el deseo de
títulos a tantos consumían, y en la que los pujos por recibir un
trato formal acorde con la posición social que cada cual tenía, o
pretendía tener, había llegado a extremos extravagantes. De ahí el
abusivo empleo del don, que muchos ansiaban llevar, y que en América todos pretendían, hasta los indios, según el cronista Huamán
Poma denunciaba. Título por el que en la historia de doña Clara y
don Luis el mozo de mulas se extraña de que “aquel hombre llama
de don a aquel muchacho” (I, 44), el que don Quijote se regala,
como en su pueblo criticaban, “con cuatro cepas y dos yugadas de
tierra y con un trapo atrás y otro adelante” (II, 2), y que el mismo
caballero andante al comienzo de sus aventuras a la moza que le
ciñe la espada, la Tolosa, le pidió que “de allí adelante se pusiese
don y se llamase doña Tolosa”, y a la que le calzó la espuela “hija de
un honrado molinero de Antequera”, asimismo le rogó “que se pusiese don y se llamase doña Molinera, ofreciéndole nuevos servicios
y mercedes” (I, 3)138.
138
Monográficamente estudio en otra parte (2005b) los principales aspectos que la problemática del tratamiento personal presenta en el Quijote. Así, el pragmatismo social con
ejemplos de inadecuación argumental y muchos más de gran realismo sobre aquella sociedad estamentada, por ejemplo el lamento de la Dolorida: “¡Desdichadas de nosotras las
dueñas, que aunque vengamos por línea recta, de varón en varón, del mismo Héctor el
troyano, no dejarán de echaros un vos nuestras señoras, si pensasen por ello ser reinas”; la
manifestación de estados de ánimo, el tratamiento interiorizado y el tuteo en el consejo, la
convención literaria y las formas para la comicidad, etcétera.
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CORDE: Corpus Diacrónico del Español, Real Academia Española.
182
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