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JUAN ANTONIO FRAGO DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD ARCO/LIBROS, S. L. A Blanca, por su amoroso apoyo. Colección: Bibliotheca Philologica Dirección: LIDIO NIETO JIMÉNEZ © by Arco/Libros-La Muralla, S. L., 2015 Juan Bautista de Toledo, 28. 28002 Madrid ISBN: 978-84-7635-896-2 Depósito Legal: M-8.642-2015 Impreso en España por Cimapress, S. L. (Madrid) ÍNDICE PRÓLOGO............................................................................................... 9 1. ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO........................................ 1.1. Una identidad velada: el autor del Quijote apócrifo.............. 1.2. El nombre de persona: sociedad, lengua, literatura............. 1.3. Del hado a la fama................................................................... 13 13 19 31 2. DE LOS NOMBRES DE LUGAR................................................................. 2.1. En un lugar de la Mancha, y la ocultación toponímica........... 2.2. Barataria, una invención literaria.......................................... 2.3. El topónimo cervantino. La marca cómica y el marco sociológico...................................................................................... 2.4. Barataria, fantasía y realidad. Apuntes indianos................... 39 39 46 3. HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE............................................ 3.1. Leer y escribir.......................................................................... 3.2. La erudición y sus términos................................................... 3.3. Muestras formularias............................................................... 3.4. Coda......................................................................................... 61 61 73 78 81 4. LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO.............................................. 4.1. Simbolismo numérico............................................................ 4.2. Un estilo medido..................................................................... 4.3. Variantes estilísticas................................................................. 83 83 87 94 5. ¿CÓMO HABLA SANCHO?...................................................................... 5.1. La prevaricación del lenguaje: del estilo a la comicidad...... 5.2. Sancho en el Quijote de 1615.................................................. 5.3. ¿Torpe hablante, rústico y vulgar?.......................................... 5.4. Un caleidoscopio de lengua y estilo....................................... 101 101 106 112 117 6. CERVANTES ANTE LA LENGUA. DIVERSIDAD DIALECTAL Y SOCIAL DEL ESPAÑOL.................................................................................................. 6.1. El regionalismo lingüístico..................................................... 125 125 54 58 8 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD 6.2. Ecos indianos en Cervantes.................................................... 6.3. Diversidad sociocultural......................................................... 132 136 7. EL USO Y LA NORMA............................................................................ 7.1. Notas sociolingüísticas............................................................ 7.2. Cuestiones y criterios en el análisis del Quijote.................... 7.3. Fluctuación normativa. Entre la tradición y la innovación.. 7.4. La lengua de Cervantes entre lo hablado y lo escrito.......... 7.5. Condicionamiento social y libertad en el Quijote................ 7.6. Un epílogo sociológico: el tratamiento personal.................. 149 149 151 158 162 167 175 TEXTOS Y DICCIONARIOS.......................................................................... 181 BIBLIOGRAFÍA......................................................................................... 185 PRÓLOGO Legítimamente halagado por el éxito que el Quijote de 1605 había cosechado dentro y fuera de España, cuando se publica la segunda parte su autor ya era plenamente consciente de la fama que en los venideros siglos acompañaría a su novela. El sueño de gloria literaria de Cervantes textualmente alienta a lo largo de la continuación de 1615, y esto desde sus páginas preliminares, porque el prólogo tanto es un continuo ataque al Quijote apócrifo y a quien se atrevió a tan sonado hurto literario, como una afirmación del orgullo que el de Alcalá sentía por su creación novelesca. Y en la dedicatoria al conde de Lemos ideará la historia del emperador chinés que “quería fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana y quería que el libro que se leyese fuese el de la historia de don Quijote”. Poco después será profético Sancho cuando piensa “que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzga”. Con razón, pues, resulta verdaderamente inabarcable la bibliografía que ha originado el universal interés por el Quijote, profusamente estudiado desde muchos ángulos y con diferentes planteamientos científicos, objeto del afán escudriñador de tantos eruditos y de la curiosidad del simple diletante. Pero si nos fijamos en el aspecto lingüístico de la cuestión, desde luego primordial en la explicación de este corpus, inmediatamente se advierte el enorme predominio de los títulos literarios, desproporción que no parece lógica, dado que la novela quijotesca igual se ha considerado cumbre de la literatura española que el texto más sobresaliente y modélico del español clásico, que en verdad lo fue en los siglos en que las advertencias de los gramáticos hallaban escaso eco social y no existía la referencia académica, o mientras esta fue poco efectiva. Sobresaliente prueba de ello ofrece la obra del mexicano Fernández de Lizardi, y en particular su Periquillo, primera novela de la América a las puertas de su independencia. Pero la lengua del Siglo de Oro está mucho menos estudiada 10 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD de lo que a primera vista pueda parecer, y de hecho no existe una descripción de conjunto verdaderamente exhaustiva y necesariamente comparativa, en perspectiva sociocultural, diatópica y diacrónica, para época tan importante de la historia del español, hasta el punto de que todavía persisten posturas radicalmente contrarias sobre cuál era la pronunciación de los castellanohablantes, aunque tampoco de la gramática y del léxico se ha dicho todo, ni mucho menos. Ciertamente, los textos de los siglos XVI y XVII han merecido una atención mucho más literaria que lingüística, y sin embargo la lengua literaria tampoco puede interpretarse correctamente en todos sus extremos si no se conoce suficientemente lo que eran simples hábitos idiomáticos, conocimiento necesario para deslindar la auténtica relación entre los usos del mero hablante y los del creador literario. Porque efectivamente sucede que no pocas veces se tiene por rasgo de la lengua literaria lo que no era sino registro normal de la lengua común y, por supuesto, con frecuencia el buen escritor también supo dar carácter literario a muchos elementos del general acervo lingüístico, sobre todo a los socialmente connotados. Este libro se fija en una serie de aspectos que tienen que ver con la actitud reflexiva de Cervantes frente a la lengua, resultante de su condición humanística, porque el hombre de letras moderno, a diferencia del medieval, meditaba sobre su lengua materna y se interesaba por su diferenciación geográfica y social, e incluso discutía sobre si en el aprendizaje y mejora del lenguaje vernáculo era preferible la enseñanza gramatical o, por el contrario, el buen uso, es decir, el trato con los que mejor hablaban y con acreditados modelos de lengua escrita. Estos problemas de fondo filológico se hacen lugares comunes del saber de la época y pronto se convierten en materia literaria, también en el Quijote. Y el factor sociológico, con la comicidad de por medio, cobra creciente importancia en el manejo de hechos en principio solo lingüísticos, de manera que Cervantes jugará con los nombres de persona, según las distintas clases sociales de quienes los llevaban, igual que el espíritu de hidalguización entonces imperante se reflejará en el empleo que hace de los nombres de lugar, lo mismo que sabrá sacar jugo literario de las posibilidades que el tratamiento personal ofrecía. Cervantes domina con suprema maestría el idioma, sobresalientemente en su nivel léxico, y lo somete a la medida del número PRÓLOGO 11 con sabia pluma, pues al lector no le chocan las reiteradas secuencias gramaticales o nominales de su novela, larguísimas muchas de ellas. Otros muchos efectos estilísticos consigue el gran escritor de su sopesada competencia en el manejo del lenguaje, y sin duda no es el menor su logro de que mediante unas pocas y dispersas notas Sancho parezca un hablante rústico, convertido por el artificio del autor en la figura más polifacética del relato novelesco, cuando en realidad la lengua del escudero se asemeja mucho a la de su amo. Y, en relación con el español de su tiempo, el Quijote descubre rasgos que, vistos en su marco histórico, ayudan a entender en qué podía consistir esa hoy tan traída y llevada normatividad de marcada impronta cortesana que algunos, con ciertas dosis de anacronismo, atribuyen a la comunidad lingüística del Siglo de Oro. A estos y otros temas se dedican las consideraciones y análisis que en las siguientes páginas se exponen, siempre bajo el dictamen de una lectura crítica del texto cervantino. CAPÍTULO 1 ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO 1.1. UNA IDENTIDAD VELADA: EL AUTOR DEL QUIJOTE APÓCRIFO 1.1.1. La onomástica ocupa un importante espacio en el argumento del Quijote cervantino1, cuyo análisis por consiguiente no puede pasar por alto la consideración de los nombres de persona y de lugar que en él se mencionan; no solo eso, sino que asimismo es preciso inquirir sobre la razón por la cual algunos no se refieren en este corpus literario, o estudiadamente se ocultan en él. La cuestión onomástica tuvo en el Siglo de Oro profundas implicaciones en la erudición y en la vida de las personas, algunas venían de muy atrás, que tenían que ver tanto con el interés etimológico de los cultos, como con el prestigio o desprestigio social y con el sentimiento del honor, tan acendrado en los españoles de la época, o con la idea del destino, afortunado o aciago, del individuo. Cervantes no podía permanecer ajeno a problemática de semejante trascendencia, y desde luego su universal novela en absoluto la esquiva. Sobresaliente caso de nombre de persona voluntariamente silenciado por Cervantes es el de quien se ocultó bajo el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda para apropiarse de su principal tema literario, como de principio a fin velaría el nombre del lugar del que era natural el protagonista del auténtico Quijote (cfr. 2.1.1.). El escritor de Alcalá sin duda sabía bien quién era su antagonista, aunque es posible que no lo conociera personalmente, contra lo que no pocos cervantistas han sostenido. Pero lo cierto es que desde el mismo prólogo de la segunda parte de su Quijote 1 Me sirvo principalmente de la edición dirigida por Francisco Rico en 2004 (también ed. Rico), y para la cuantificación de voces y variantes del texto cervantino recurro al cd-rom de la edición del mismo filólogo (ed. Rico, 1998). Otras ediciones del Quijote se mencionarán en los lugares de sus citas. 14 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD el alcalaíno muestra la sospecha de que era ficticio el nombre “de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas”, para a continuación criticarlo “pues no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad” (Prólogo, II). Más adelante convertirá la sospecha, de formulación inequívocamente literaria, en plena certidumbre de que su contrario era de naturaleza aragonesa, verbigracia refiriéndose mediante distintos personajes al “autor aragonés” del Avellaneda, obra “del aragonés recién impresa”, compuesta “por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas” (II, 60, 61, 70). 1.1.2. Estas y otras citas cervantinas deberían ser prueba suficiente de que el de Alcalá estaba al cabo de la calle del ocultamiento onomástico perpetrado por el que publicó el Quijote apócrifo y de que era aragonés quien escondía su identidad con tal seudónimo. Deja también suficientemente claro Cervantes en la primera parte de su novela que estaba aludiendo al aragonés Jerónimo de Pasamonte con la figura del galeote Ginés de Pasamonte, “cuya vida está escrita por estos pulgares”, luego con la precisión: “¿Y cómo se intitula el libro? --preguntó don Quijote. ---La vida de Ginés de Pasamonte --respondió el mismo” (I, 22)2. Parte de la crítica en la mención del galeote ha visto una referencia a la autobiográfica Vida y trabajos de Gerónimo de Pasamonte, estoy convencido de que con toda razón, y esta ocasional relación entre los dos autores, el castellano y el aragonés, reaparecerá en la segunda parte cervantina de 1615, cobrando presencia textual y argumental mucho mayor a resultas de la publicación del Quijote apócrifo en 1614. En este ajuste de cuentas literario se ha querido ver una trastienda de viejas querellas y de vidriosos tratos entre los dos antiguos soldados, relación en la que, como no podía dejar de ser, la peor parada es la figura del aragonés, injustamente tratado por muchos cervantistas, y desde luego de manera no siempre debidamente documentada. El inicial parecido fonético entre ambos nombres (Jerónimo, 2 En el mismo episodio el guardián de los galeotes se refiere al interlocutor de don Quijote como “el famoso Ginés de Pasamonte”, para inmediatamente degradarlo con un diminutivo y con un vil apodo, “que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla”, a lo que el ofendido responde: “no andemos ahora a deslindar nombres y sobrenombres. Ginés me llamo, y no Ginesillo, y Pasamonte es mi alcurnia”. ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO 15 Ginés) probablemente no es casual y tampoco que precisamente se llamara Jerónimo el personaje que en la venta cercana a Zaragoza se niega a leer a su compañero de viaje “otro capítulo de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha”: ---¿Para qué quiere vuestra merced, señor don Juan, que leamos estos disparates, si el que hubiere leído la primera parte de la historia de don Quijote de la Mancha no es posible que pueda tener gusto en leer esta segunda? (II, 59) Por ejemplo, se ha asegurado que Cervantes y Pasamonte se conocían personalmente, yo creo que solo de oídas, pero el primero pinta a maese Pedro con el ojo izquierdo tapado por un vendaje, cuando en la realidad el segundo era tuerto del derecho, y las infamias supuestamente cometidas por Pasamonte contra Cervantes probablemente no han existido más que en la fabulación del crítico literario. Lo que verosímilmente ocurrió es que, sin medir las consecuencias de su acción, sabedor de que otro combatiente en Lepanto, Navarino y Túnez, antiguo esclavo como él, pero muchos más años privado de libertad, había andado por Madrid con su Vida y trabajos, también aludiría su autor a este escrito como los papeles de Turquía, a guisa de memorial que avalara su petición de recompensa oficial, Cervantes no tuvo otra ocurrencia que hacer de él un Ginés de Pasamonte, condenado a galeras por sus crímenes. Seguramente, digo, no tiene otro trasfondo ni misterio esta historia, y es lo que Cervantes parece reconocer cuando así redacta uno de los capítulos del testamento de don Quijote: Item, suplico a los dichos señores mis albaceas que si la buena suerte les trujere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe, porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos (II, 74). 1.1.3. Pero el mal estaba hecho y Pasamonte de ninguna manera podía llevar bien la ofensa que gratuitamente se le había inferido; de modo que aprovechó la gran demora de Cervantes en dar continuidad a su novela para sacar él una segunda parte del relato quijotesco, algo por lo demás nada raro en la época, lastimando así al que primeramente lo había ofendido. Y el Quijote de 1615 empieza con referencias al texto apócrifo y a su seudonimia, 16 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD resguardo onomástico de un autor que, sin embargo, en seguida es identificado como aragonés. Rescatará asimismo Cervantes del libro de 1605 el personaje de Ginés de Pasamonte, reiteradamente recordado por el alcalaíno, y, sobre todo, magistralmente recreado en un maese Pedro que resultó de antiguo trato con don Quijote, “a quien él conocía muy bien”, por tratarse en realidad del desagradecido galeote disfrazado de “titerero”, aquel Ginés de Pasamonte que, “temeroso de no ser hallado de la justicia… determinó pasarse al reino de Aragón” (II, 26-27), que sin duda era su patria3. Así, pues, para Cervantes es Avellaneda el seudónimo de un aragonés, y lo más razonable será pensar que lo está identificando en Ginés de Pasamonte, según los mejores indicios cervantinos trasunto del también aragonés Jerónimo de Pasamonte, galeote que fue, como el personaje del Quijote auténtico, pero no por crimen alguno sino forzado por la esclavitud, y autor de una Vida autobiográfica. Sin embargo, ciertos cervantistas pretenden saber hoy de esta cuestión mucho más que el mismo Cervantes, que la vivió de cerca y la plasmó literariamente en sugerencias que apenas dejan lugar al equívoco. Es cierto que Cervantes podía haber descubierto la identidad bajo un ficticio Alonso Fernández de Avellaneda; pero ¿por qué iba él a dar renombre a su adversario? Parecería, pues, que cuando el autor del Quijote auténtico dijo “que estos eran los verdaderos don Quijote y Sancho, y no los que describía su autor aragonés” (II, 59) aludiendo al apócrifo, lo haría para embromar a los críticos modernos. Que el autor del Quijote apócrifo era aragonés, un análisis lingüístico contextualizado de este corpus a mi modo de ver lo prueba. Me parece poco riguroso decir que lo escribió alguien que no hubiera nacido en Aragón --Baltasar Navarrete, Suárez de Figueroa, Liñán de Riaza, Tirso de Molina, el mismo Lope de Vega, o el mismísimo Cervantes, que todo esto, y más, se ha afirmado o 3 El narrador, Cide Hamete, “dice, pues, que bien se acordará el que hubiere leído la primera parte desta historia de aquel Ginés de Pasamonte a quien entre otros galeotes dio libertad don Quijote en Sierra Morena, beneficio que después le fue mal agradecido y peor pagado de aquella gente maligna y mal acostumbrada” (II, 27). Maese Pedro, con su mono y el retablo, ocupa el capítulo XXVI de la segunda parte, casi todo el anterior y el comienzo del siguiente. Las diferencias jurisdiccionales entre Aragón y Castilla eran bien conocidas y no quedaba lejana la huida de Antonio Pérez a su tierra natal, con las funestas consecuencias que tuvo. El privilegio foral reaparece en la póstuma novela cervantina cuando a Antonio, acosado por los alborotados convecinos, sus padres le aconsejan que se “pusiese en cobro”, de manera que, dice, “hícelo ansí y en dos días pisé la raya de Aragón, donde respiré algún tanto de mi no vista priesa” (Persiles, 166). ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO 17 insinuado4, ni puede pretenderse seriamente que una simple suma de concordancias, por numerosas que sean, constituya prueba definitiva de nada. A este respecto deben tenerse en cuenta dos principios metodológicos seguros, resultantes de la realidad lingüística del momento. El primero es que, tratándose de una misma lengua, naturalmente que quienes la hablaban y la escribían en una misma sincronía, y con semejanza cultural, coincidieran en la inmensa mayoría de sus rasgos, de modo que lo significativo en el análisis no es lo muy mayoritariamente idéntico, sino lo minoritariamente diferenciador5. El segundo criterio, relacionado con el anterior, es que el español del Siglo de Oro ni entre sus usuarios más cultos era uniforme, sobre todo cuando estos tenían distintas naturalezas regionales: compárese, si no, a un andaluz como Mateo Alemán con unos aragoneses como los Argensola o Gracián. Y son esas diferencias lingüísticas, por pocas que sean, las que pueden ayudar a resolver un problema de autoría como este6. 1.1.4. Que se hayan defendido tan variopintas identidades para el seudónimo Avellaneda no deja de suponer un llamativo fracaso filológico, máxime después de disponer del enjundioso e iluminador estudio de Riquer (1988). Descubrir la autoría del Quijote apócrifo es tarea que requiere un suficiente conocimiento de la lengua de la época, y no solo de la estrictamente literaria, y con tan imprescindible bagaje las afirmaciones cervantinas de sentido aragonés se convierten en certidumbre: ¿por qué iba a decir una cosa por otra Cervantes en cuestión tan importante para él? De lo que se trata, pues, es de demostrar que el tal aragonés era preci4 Según los casos, estas y otras propuestas de identificación de la verdadera personalidad de Avellaneda se han hecho con diferentes grados de prudencia, algunas sin verdadero sustento empírico. Alborg reúne una larga lista de los candidatos que se han propuesto para ocupar la personalidad de Avellaneda (1983: II, 190-195); pero la nómina desde 1983 ha aumentado, a veces volviendo sobre viejos pasos perdidos, y seguramente crecerá más aún. 5 No tiene ningún sentido pretender que el simple emparejamiento de datos, que puede ser un factor útil en la investigación, nada más, vaya a resolver problemas como el que nos ocupa, ni que las “concordancias”, sustituyan a la filología en su vertiente lingüística. Cuando de un texto antiguo se trata, resulta absolutamente imprescindible en su análisis el debido conocimiento en historia de la lengua. 6 Claro está que intervienen otros factores lingüísticos, no siendo el de menor importancia el que tiene que ver con el mayor o menor apego a la tradición en una época en la que estaban decantándose en el uso no pocas variantes provenientes del castellano medieval y otras de formación más reciente, y Aragón, como región periférica, aparte de por su no tan antigua castellanización, se distinguía por la tendencia arcaizante en materia idiomática. 18 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD samente Jerónimo de Pasamonte, y un resultado afirmativo de la pesquisa no dejaría de dar sentido a las pistas que el autor del Quijote auténtico en la figura de Ginés de Pasamonte deja. Pues bien, el análisis filológico en sus varios enfoques, las coincidencias en diversas situaciones y puntos argumentales, todo esto dado por la comparación entre el texto autobiográfico del soldado de Ibdes y el Quijote apócrifo, junto a otras referencias documentales, ofrecen suficiente seguridad de que, efectivamente, Avellaneda fue Pasamonte (Frago, 2005a). Parece temeridad del crítico ignorar el profundo conocimiento que de Aragón y del itinerario en el apócrifo trazado entre Zaragoza y Madrid su autor demuestra, que difícilmente tendría un castellano que pasara por allí, si pasó, sobre todo del sector próximo a la zona en que Pasamonte nació; y desconocer las concomitancias textuales y temáticas entre la Vida del desventurado aragonés y el que con bastante probabilidad es su Quijote, coincidencias y semejanzas que saltan a la vista. Todo esto no parece importar al crítico apasionado por alzarse con la identificación del personaje oculto por un seudónimo, ni que efectivamente existiera el soldado de Flandes de la novela, un Antonio de Bracamonte documentado en el Archivo General de Indias, en petición al Rey donde dice “presentó sus papeles en abril de 1611 y después le mandó servir Vuestra Majestad en la torre de la Espelunca, una de las de Aragón”, servicio que habría durado entre 1611 y 1613, documento en que afirma su naturaleza abulense (Frago, 2005a: 68-71). Tampoco a algunos les parece determinante los aragonesismos del Avellaneda: abolorio, amprar, barra ‘mandíbula’, señal en masculino, construcciones con futuro de indicativo como “iremos tan detrás dél como podremos”, “la primera península que conquistará”, o el mosén con que se trata al cura rural, etcétera. Curiosamente, amprar ‘tomar prestado’ se halla tanto en la Vida de Pasamonte (351) como en el Avellaneda, y en carta escrita el 16 de octubre de 1543 en la comarca aragonesa por la que pasaron el falso don Quijote y sus acompañantes se lee: “Muy Reuerendo Señor: la necesidad que tengo me haze ser molesto a v. m. y mal criado, porque la tengo tan grande que si v. m. no me socorre, no puedo dexar de otra vez amprarme de mis amigos, lo qual me es a par de muerte”, escrita desde Ariza a “mossén Juan Morales, cura de Monrreal” por Pedro Pérez, nombre y apellido que, por cierto, tuvieron un tío de Pasamonte, ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO 19 cura de Maluenda, donde el de Ibdes pasó dos largas estancias, y al menos un primo suyo7. 1.2. EL NOMBRE DE PERSONA: SOCIEDAD, LENGUA, LITERATURA 1.2.1. A la onomástica personal Cervantes sabe darle buen juego literario, respondiendo al ambiente erudito que se respiraba en la época, pero también acudiendo en ocasiones al acervo tradicional, como ocurre en la misma elección de nombre para el caballero andante. Este, “puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote, de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que sin duda se debía de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir”, y, por imitación al compuesto Amadís de Gaula, “quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la (patria) suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della” (I, 1). Está, por un lado, el mero apunte erudito que supone la disyunción entre Quijada y Quesada, pues Cervantes no ha decidido aún la identidad antroponímica de su protagonista, y será más adelante cuando el vecino de su lugar que lo encuentra apaleado por el mozo de mulas de los mercaderes toledanos lo reconoce como señor Quijana (I, 5). Pero al final de la segunda parte, con don Quijote en trance de muerte, este recuerda en su arrepentimiento postrimero: “Yo fui loco y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno” (II, 74)8. 7 Esta y otras cartas más se hallaron en el hueco de una pared de la antigua casa parroquial de Monreal de Ariza propiedad de la Dra. Isabel Lozano Reniebles, reconocida estudiosa de la literatura española. A ella y a su marido Luis Beltrán Almería, también excelente filólogo, colega y amigo agradezco este generoso regalo. Pero hay quien a este amprar y a otros aragonesismos del Avellaneda no les da la importancia que indudablemente tienen, y en cambio se la da en sumo grado a que entre el apócrifo y un texto vallisoletano se coincida en voces como ardides, estratagemas, papel de estraza, etc., y en expresiones como llevar tras sí, siendo como son, etc., y hasta a semejanzas paremiológicas como en manos está el pandero que les sabrá bien tañer o cada loco con su tema. Con tal criterio ¿cuántos no pudieron ser Avellaneda? Recientemente Rodríguez López-Vázquez, manteniendo a Suárez de Figueroa como “el que reúne mejores argumentos”, apunta otros dos nombres al elenco de la disputada autoría, fray Juan Bautista Rico y José de Villaviciosa, “que presentan un porcentaje muy elevado de identidad de usos léxicos con el texto de Avellaneda” (2011: 71-72). 8 Cuando el labrador Pedro Alonso se dirige a don Quijote diciéndole señor Quijana, el 20 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD Pues bien, Corominas y Pascual a propósito de quijote ‘pieza del arnés destinada a cubrir el muslo’ (documentado quixote en Juan Ruiz) indican que “indudablemente pensó Cervantes en el nombre de esta prenda caballeresca al achacar a su héroe Quijano la idea de tomar el nombre de guerra Quijote” (DCECH)9. Y si tal adopción de un nombre común como propio perfectamente fue posible de esta manera, quizá no la formalizó el mismo Cervantes, sino que bien pudo echar mano de un uso onomástico preexistente. En cualquier caso, Quiçote es antropónimo recogido por documento malagueño del año 1488, en donación hecha por los Reyes Católicos en favor de la condesa de Cabra: fazemos vos merçed, graçia e donaçión pura, propia e non revocable que es dicha entre bivos, por juro de heredad para siempre jamás para vos e para vuestros herederos e subçesores después de vos e para quien vos quisierdes, de unas casas en la çibdad de Málaga que heran del Quiçote e del Saler, que hera alhóndiga (Bejarano Robles, 1985: I, 275)10. En cuanto a los demás apellidos manejados por Cervantes en relación con don Quijote, el de Quesada era por entonces corriente, pero Quijada asimismo estaba bastante extendido como nombre de familia, y, aunque fuera de menor uso, tampoco faltaban los que realmente se apellidaban Quijana y Quijano11. De manera, narrador interrumpe su elocución con el inciso explicativo “que así se debía de llamar cuando él tenía juicio y no había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante”, muestra de la indecisión del autor en este punto. Pero al recuperarse de su locura el hidalgo manchego no dice llamarse Quijana, sino Quijano, y poco antes: “dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de bueno”, y entre las dos citas corresponderá al narrador afirmar que “don Quijote fue Quijano el Bueno a secas”. Una inconsecuencia narrativa más, pues, de las que en la novela cervantina se descubren, y que en materia onomástica también afectan al nombre de la mujer de Sancho, que empieza siendo llamada por él mismo Juana Gutiérrez, y Mari Gutiérrez pocas líneas después (I, 7), después Juana Panza (I, 52), y Teresa definitivamente más adelante, ya con este apellido Panza, aunque por línea paterna tuviera el de Cascajo (II, 5). 9 Suponen estos autores que en el cambio fonético del catalanismo originario fue “factor determinante el deseo de incorporar este vocablo, aislado en el nuevo idioma, a una familia de palabras castellanas, la de quijada y desquijarar” (DCECH). En cuanto a la alusión cervantina a Quijada y Quesada, seguramente solo está motivada por el simple parecido formal con Quijote, y no por reflexión filológica alguna del de Alcalá. 10 Quiçote en el siglo XV podía ser variante de Quixote, y aunque el individuo en cuestión seguramente era un musulmán, también había moros con nombres de base hispánica, en apodos sobre todo. Según me comunica Federico Corriente, no es probable que nos encontremos ante un arabismo léxico. 11 Los asientos de quienes viajaban al Nuevo Mundo son inagotable fuente de información antroponímica para la época. Sobre las voces onomásticas arriba mencionadas, véase el Catálogo de pasajeros a Indias, IV (1560-1566), 756-757; el VI (1578-1585), 790-791; y el VII ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO 21 pues, que Cervantes se hace eco de lo que era la situación onomástica en la España de su tiempo, también en lo que concierne a las variantes, incoherencias narrativas aparte (Quijana-Quijano), como consecuencia del hecho de que todavía no estaba fijado el nombre personal, a pesar de que hacia su regularización se tendía desde hacía tiempo, especialmente a partir del Concilio de Trento (Frago, 2004) . Sucede, así, que la hija de Sancho se llamará Mari Sancha y María casi inmediatamente (II, 5), la madre se apellida Gutiérrez, en un pasaje y Panza en otro, la sobrina de don Quijote, después de nombrarse este Quijano, será apellidada por él Quijana, “mando toda mi hacienda, a puerta cerrada, a Antonia Quijana mi sobrina…” (II, 74), mientras que será Ricota la hija del morisco Ricote y Francisca Ricota su mujer (II, 54)12. 1.2.2. Todavía no se hallaba reglamentada, en efecto, al menos no en los términos que modernamente están vigentes, la atribución del nombre al individuo, sobre todo en lo que a determinación y continuidad del apellido se refiere, y cabía aún en este terreno la variedad regional, algo que sugiere la mujer de Sancho cuando le replica: Siempre, hermano, fui amiga de la igualdad, y no puedo ver entonos sin fundamentos. Teresa me pusieron en el bautismo, nombre mondo y escueto, sin añadiduras ni cortapisas, ni arrequives de dones ni donas. Cascajo se llamó mi padre; y a mí, por ser vuestra mujer, me llaman Teresa Panza (que a buena razón me habían de llamar Teresa Cascajo, pero allá van reyes do quieren leyes), y con este nombre me contento, sin que me le pongan un don encima que pese tanto, que no le pueda llevar (II, 5), uso antes explicado en inciso del narrador, aprovechando otra intervención de la mujer del escudero: “¿Qué es lo que decís, Sancho, de señorías, ínsulas y vasallos? --respondió Juana Panza, que (1586-1599), 940-941: editados por el Archivo General de Indias, Sevilla, 1981, 1986. Cervantes pudo basarse para su elección onomástica en la estirpe de un Alonso Quijada, cristiano nuevo de una familia hidalga de Esquivias, aunque ningún testimonio avala tal supuesto ni los referidos a las demás variantes quijotescas (Flores, 1997). A mi modo de ver el escritor de Alcalá no tuvo necesidad alguna de documentarse en nombres de persona manchegos ni hay por qué ver en los que él emplea un misterio de conflictos religiosos. Tal vez muchas veces las cosas sean bastante más simples y evidentes de lo que ciertos críticos suponen, y desde luego en este caso a mí así me lo parece. 12 Mari Sancha en vez de la suma de nombre de pila y apellido puede ser nombre propio compuesto, pues inmediatamente se la llamará Sanchica a la hija del escudero (II, 5), y luego solo así (II, 50). Pero entrar en el detalle del funcionamiento de la onomástica en la época no es muy procedente cuando Cervantes la emplea con tanta libertad, particularmente en el caso de la mujer de Sancho, aunque seguramente por incoherencia narrativa más que nada. 22 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD así se llamaba la mujer de Sancho, aunque no eran parientes, sino porque se usa en la Mancha tomar las mujeres el apellido de sus maridos” (I, 52). Entre la tradición y la más actual costumbre se hallaba la diferenciación de los nombres de persona según planos sociales. Así, desde hacía siglos la forma Mingo, y derivados, se había vuelto prototipo de personaje popular y rústico (recuérdense las famosas Coplas de Mingo Revulgo), convertido ya en materia folclórica (Frago, 2000)13, y en elemento para la formación de refranes y dichos, como el ponderativo más galán que Mingo, presente en la escena del alboroto de la chiquillería que advierte la llegada de amo y escudero a su lugar: “venid, mochachos, y veréis el asno de Sancho Panza más galán que Mingo, y la bestia de don Quijote más flaca hoy que el primer día”; poco antes en el relato aparecen dos muchachos riñendo, uno de los cuales llama al otro Periquillo (II, 73), sufijado de Pero, alteración de Pedro, que da lugar a apelativos variados formal y semánticamente14. En cuanto al canónico Pedro, es el nombre de pila de uno de los manteadores de Sancho, de los cuales este recuerda “que el uno se llamaba Pedro Martínez, y el otro Tenorio Hernández, y el ventero oí que se llamaba Juan Palomeque el Zurdo” (I, 18), como antropónimo es del médico de la ínsula Barataria (II, 47) y de un vecino de Sancho que menciona en su carta Teresa Panza, “el hijo de Pedro de Lobo se ha ordenado de grados y corona” (II, 52), y se encuentra en expresión proverbial: “Vuestra merced mire cómo habla, señor barbero, que no es todo hacer barbas y algo va de Pedro a Pedro. Dígolo porque todos nos conocemos, y a mí no se me ha de echar dado falso” (I, 47)15. Y en el onomástico del arrendador de las lanas de Barataria, Pedro Pérez Mazorca, se combina este mismo nombre de pila con un segundo apellido o apodo de evidente rusticidad (mazorca), que contrasta con el patronímico de Diego de la Llana, “hidal13 De este tipo onomástico me ocupo en otra parte (2000: 373-382); un doble estereotipo de antroponimia rústica reúne Juan del Encina en los versos “hasta Pascual hi de Mingo / presume de mí burlar”, “sábete que Bartolilla, / la hija de Mari Mingo...” (Cancionero, 55r, 97v). 14 Así el polisémico perico, y con él pericón, pericote, periquete, periquillo, periquín, periquito, perogrullo, perojimén (o pedrojiménez y perojiménez), además de la expresión despectiva Perico el de los palotes y del proverbial de igual sentido “¿de cuándo acá Perico con guantes?” (Frago, 2004: 346-347). 15 Variante registrada por Correas es Mucho va de Pedro a Pedro; otros proverbios con Pedro son Pedro por demás y Como Pedro por demás (Refranes, 565, 721). Actualmente es muy corriente Como Pedro por su casa. ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO 23 go principal” de la imaginaria localidad (II, 49). Se notará también en este punto que un de la Llana fue corrector de libros en aquellos años (licenciado Murcia de la Llana), precisamente el responsable de la “Fe de erratas” de las Novelas ejemplares, del Persiles y del mismo Quijote. En cuanto a Juan Palomeque el Zurdo, tiene este nombre de persona claras concomitancias con el estereotipado Juan Palomo ‘hombre que no se vale de nadie, ni sirve para nada’16. Mingo no solo se registra en el ya referido dicho, sino que en forma diminutiva es nombre de la aldeana engañada que Teresa Panza menciona en su carta, “Minguilla, la nieta de Mingo Silbato” (II, 52), de manifiesta intención burlesca, favorecida por su antigua pertenencia al acervo folclórico español, igual que caracterizador de una campesina de baja condición es el onomástico con artículo la Berrueca, de la que en la misma misiva se dice que “casó a su hija con un pintor de mala mano que llegó a este pueblo a pintar lo que saliese”. Como tradicional en la cultura popular era Sancho, nombre también tópico de los “vizcaínos”, así el escudero enfrentado a don Quijote, nombrado don Sancho de Azpe(i)tia en el cartapacio de Cide Hamete (I, 7, 9). De hecho, los onomásticos Mingo, Menga y Minguilla, así como otros que igualmente eran propios de rústicos (Antoña, Bras, Gil y Pascual) abundan en la poesía de la época17. El cancionero escrito por fray Pedro de Orellana en la cárcel de la Inquisición de Cuenca hacia 1540 incluye el tópico nombre popular de Domenga, del que se había sacado menga (Cautiverio, 191, 197, 201): Todos vienen de la vela, mas no viene Domenga, así como el de Perico: Guárdame mis vacas, Perico, y besart’é, 16 Definición del DRAE. También es apelativo juan (en México ‘soldado’, germanesco ‘cepo de iglesia’), como lo son juanete ‘pómulo muy abultado o que sobresale mucho’, ‘hueso del nacimiento del dedo grueso del pie, cuando sobresale demasiado’, juanillo, en el Perú ‘propina, gratificación, soborno’, con compuestos como Juan de Garona ‘piojo’, Juan Díaz ‘candado’, buen Juan ‘hombre sencillo y fácil de engañar’, entre otros. En el Quijote se halla este nombre en los campesinos Juan Tocho y Juan Haldudo el Rico (I, 4; II, 5), y en el morisco Juan Tiopieyo, cuñado de Ricote (II, 54). 17 Así en las Letrillas de Góngora, (46-47, 51, 56, 148, 156, 170, 230). Explicaciones sobre el carácter tópico de los dos mencionados usos de Sancho en las notas 37 y 39 de las referidas páginas; y véase lo que al respecto se dice en las correspondientes anotaciones del t. II de esta edición (291, 299). Véase también Molho (1976: 217-336). 24 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD y el que llavaría la mujer de Sancho Panza: Teresica, hermana, de la faririrá, hermana Teressá. 1.2.3. Juega también Cervantes con el equívoco del apodo hecho apellido, pues el proceso de conversión de los apodos personales en hereditarios, es decir en nombres de familia o apellidos, iniciado a finales de la Edad Media y favorecido por las disposiciones tridentinas, aún no estaba definitivamente cumplido. El mismo Sancho lleva un apellido Panza que realmente es apodo puesto por el autor para destacar la glotonería del escudero y una parte de su fisonomía; pero cuando quiere añadir una nota a la descripción física del escudero no duda en cambiarle ocasionalmente el apodo, aprovechando el recurso narrativo del cartapacio de Cide Hamete en el que estaba “pintada muy al natural la batalla de don Quijote con el vizcaíno”: Junto a él estaba Sancho Panza, que tenía del cabestro a su asno, a los pies del cual estaba otro rétulo que decía Sancho Zancas, y debía de ser que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las zancas largas, y por esto se le debió de poner nombre de Panza y de Zancas, que con estos dos sobrenombres le llama algunas veces la historia (I, 9)18. Desde luego Cervantes escoge bien los nombres y los sobrenombres, en su caso los apellidos, de sus rústicos, según se ha ido viendo. Acierta asimismo al aplicar el apelativo tocho ‘tosco, necio’, ‘garrote, tranca’ como apodo de dos lugareños, padre e hijo (Juan Tocho y Lope Tocho), a los que Teresa Panza se refiere en su misiva (II, 5)19; cecial ‘pescado seco y curado al aire’ como sobrenombre del compadre de Sancho Panza (Tomé Cecial), que hacía de escudero para el Caballero de los Espejos (II, 14)20. Acierta también al apellidar de la Roca al pobre y superchero soldado (Vicente de la 18 Pero recuérdese que Panza es apellido que Teresa toma de su marido a uso manchego, y que ahora se habla de sobrenombres, es decir, apodos; nótese también que Zancas no se menciona “algunas veces”, sino solo en esta ocasión. 19 En la literatura en sayagués abunda tocho como apelativo del rústico, pero también como sobrenombre de aldeano. 20 Cuadra semánticamente como apodo de un aldeano la voz cecial, de dudosa etimología, y de difusión más extensa que la meramente manchega, aunque tampoco fue general en castellano. Sebastián de Covarrubias sin nota de regionalismo la registra dos veces, ambas como ‘merluza curada’, pero en la segunda ocasión advierte que “los modernos lo llaman asellus” (Tesoro, 609, 801). ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO 25 Roca) burlador de Leandra (I, 51), pues con este nombre familiar seguramente está haciendo Cervantes burla de la ostentación onomástica e hidalguizante por entonces imperante y que por principal referencia a los “vizcaínos” ejemplifica Gracián en su Criticón, precisamente con apellidos del mismo tipo prepositivo (OC,1395, 1402): ¿No notáis --decía el poltrón-- las colas que añaden todos a sus apellidos, González de Tal, Rodríguez de Cual, Pérez de Allá y Fernández de Acullá? ¿Es posible que ninguno quiere ser de acá?, manera de ser que tanto criticaron los italianos, no se olvide que este cervantino Vicente “venía de las Italias”, a los españoles pobres, soldados y buscavidas, solo sobrados de ínfulas, también en el mismo texto del jesuita aragonés: No faltaba en Italia soldado español que no fuese luego don Diego y don Alonso. Y decía un italiano: --- Signor, ¿en España quién guarda la pécora? --- ¡Andá! --le respondió uno--, que en España no hay bestias ni hay vulgo como en las demás naciones. O haldudo ‘que tiene mucha falda’, en Colombia ‘terreno empinado’, germanesco ‘broquel, escudo pequeño de madera o corcho, cubierto de piel o tela encerada’, será el labrador de Quintanar (Juan Haldudo el rico) que azotaba al mozo Andrés atado a una encina21, en escena que motiva el siguiente diálogo entre este y su libertador, cuya fantasía había convertido al embrutecido campesino en miembro de la caballería andante: Mire vuestra merced, señor, lo que dice --dijo el muchacho--, que este mi amo no es caballero, ni ha recebido orden de caballería alguna, que es Juan Haldudo el rico, el vecino del Quintanar. ---Importa poco eso --respondió don Quijote--, que Haldudos puede haber caballeros; cuanto más, que cada uno es hijo de sus obras (I, 4). Se evidencia en esta cita que Haldudo no era tenido por apellido propio de caballeros, y es obvio que el pasaje supone una mera y puntual diversión literaria con apariencia de fondo sociológico, en realidad una transgresión a la línea argumental a la que este asunto corresponde, pues cuando el castigado mozo vuelva a encontrarse con don Quijote, contará este el anterior suceso a sus acompañantes refiriéndose siempre al de Quintanar como un villano o el zafio, 21 Las tres acepciones de faldudo hasta la 20ª edición del DRAE; en las siguientes se ha suprimido el significado de germanía. 26 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD y, ya convencido de que el labrador había abusado de su buena fe, se lamenta: “porque bien debía yo de saber por luengas experiencias que no hay villano que guarde palabra que tiene, si él vee que no le está bien guardalla” (I, 31). El sufijo -ico en nombres de persona los connotaba de gran familiaridad, cuyo uso no tardaría mucho en limitarse a ambientes rurales, luego disgregado diatópicamente, por lo que no extrañará que Mari Sancha sea para sus padres tanto Sanchica (II, 5, 49) como Marica, en este caso asociado el diminutivo al tuteo: “y de una Marica y un tú a una doña tal y señoría, no se ha de hallar la mochacha, y a cada paso ha de caer en mil faltas, descubriendo la hilaza de su tela basta y grosera” (II, 5)22, aunque en medio urbano y culto aún podían sufijarse con -ico los antropónimos en contextos de extrema confianza y afecto, así el que permite a Lope de Vega referirse a su hija como Marcelica en el trato con el Duque de Sessa (Epistolario, IV, 34). La adjetivación en nombres propios de hombres y mujeres de baja condición coherentemente será constante, “rollizo y de buen tomo” el mozo motilón o fraile lego, amante de la viuda rica en la anécdota ejemplar contada por don Quijote (I, 25). En su cuento hablará el escudero de “Torralba la pastora, que era una moza rolliza, zahareña, y tiraba algo a hombruna” (I, 20), y rollizo dicho por el narrador de Sancho mientras este gobernaba Barataria, quien, aun burlado de todos, “él se las tenía tiesas a todos, maguera tonto, bronco y rollizo” (II, 49), por lo cual no extrañará que Teresa Panza considere a Lope Tocho “mozo rollizo y sano” (II, 5), ni siquiera que tal adjetivo se le aplique a la labradora del Toboso convertida en dama del caballero andante, en uno de los burlescos epitafios argamasillescos: Reposa aquí Dulcinea, y, aunque de carnes rolliza, la volvió en polvo y ceniza la muerte espantable y fea (I, 52). 1.2.4. Contrastan los apodos o apellidos de todos estos personajes con el sobrenombre que recobra don Quijote al final de su vida (Alonso Quijano el Bueno), o con el ennoblecimiento onomástico del linaje de aquel “labrador riquísimo” de uno de los casos burlescos que se le plantean a Sancho Panza en la ínsula Barataria: “y este 22 También, en soliloquio de Sancho, pero con frase proverbial: “Y más, que así será buscar a Dulcinea por el Toboso como a Marica por Rávena o al bachiller en Salamanca” (II, 10). En cambio el diminutivo -illo tiene claro valor despectivo en Altisidorilla (II, 48). ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO 27 nombre de Perlerines no les viene de abolengo ni otra alcurnia, sino porque todos los deste linaje son perláticos, y por mejorar el nombre los llaman Perlerines”, esto en clave de que “la doncella es como una perla oriental...”, aunque en su descripción resulta ser todo lo contrario (II, 47). Las relaciones homonímicas y semánticas entre los tres vocablos (perláticos-perla-Perlerines) saltan a la vista en el fingido mejoramiento onomástico, téngase en cuenta también que el nombre de pila de la Perlerina que era una perla es Clara, sin embargo de fundada motivación social, todo ello presentado en el marco de una cómica ficción literaria. En la realidad hubo no pocos casos de cambio en el nombre de familia por encumbramiento social, uno de los más notables el del poderoso arzobispo toledano Juan Martínez Silíceo (cfr. 1.3.1.). Sabía Cervantes cuáles eran los procedimientos usuales en la formación de antropónimos, uno de los cuales consistía en usar como apellido el nombre del lugar de procedencia del individuo, y este conocimiento se vuelve argumento literario con el pretexto de explicar el nombre de la princesa Micomicona, pues, según entiende el cura, “llamándose su reino Micomicón, claro está que ella se ha de llamar así”: No hay duda en eso --respondió Sancho--, que yo he visto a muchos tomar el apellido y alcurnia del lugar donde nacieron, llamándose Pedro de Alcalá, Juan de Úbeda y Diego de Valladolid, y esto mesmo se debe de usar allá en Guinea, tomar las reinas los nombres de sus reinos (I, 29). De gran rendimiento en el aumento del acervo onomástico eran también la sufijación y la composición, y cuando don Quijote piensa convertir su forzado retiro en una pastoril Arcadia, lo primero que hace es imaginar los nombres de los idílicos pastores: él se llamaría Quijótiz, su escudero Sancho Pancino y Sansón Carrasco con el mismo sufijo sería “el pastor Sansonino”, o, con aumentativo, “el pastor Carrascón”, igual que con él propone Sancho nombrar Teresona a su mujer, mientras que maese Nicolás “se podrá llamar Niculoso, como ya el antiguo Boscán se llamó Nemoroso”; pero “al cura no sé qué nombre le pongamos, si no es algún derivativo de su nombre, llamándole el pastor Curiambro”, voz que el anotador de esta edición supone compuesta de cura y corambre ‘odre de vino’ (II, 67), lo que desde luego no favorecía al clérigo. Después será el bachiller Sansón Carrasco quien, a vueltas con la búsqueda de nombres para las pastoras del grupo, se mueva ya en clave casi enteramente literaria: 28 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD Y cuando faltaren, darémosles los nombres de las estampadas e impresas, de quien está lleno el mundo: Fílidas, Amarilis, Dianas, Fléridas, Galateas y Belisardas, que pues las venden en las plazas, bien las podemos comprar nosotros y tenerlas por nuestras. Si mi dama, o, por mejor decir, mi pastora, por ventura se llamare Ana, la celebraré debajo del nombre de Anarda, y si Francisca, la llamaré yo Francenia, y si Lucía, Lucinda, que todo se sale allá; y Sancho Panza, si es que ha de entrar en esta cofradía, podrá celebrar a su mujer Teresa Panza con nombre de Teresaina (II, 73)23. 1.2.5. La erudición, fruto de una gran afición lectora, y el reflexivo saber lingüístico, resultante más de un carácter observador que del aprendizaje escolar, dan al autor del Quijote frecuentes motivos literarios en materia onomástica, y su peculiar estilo tendente a las secuencias ternarias (v. 3.2.3.) ocasionalmente también se reflejará en esta clase de palabras, bien en la triple y repetida variante “de Roldán, o Rotolando, o Orlando; que con todos estos nombres le nombran las historias” (II, 1), antes “que yo no pienso imitar a Roldán, o Orlando, o Rotolando, que todos estos tres nombres tenía” (I, 25), bien en el quid pro quo entre el ama y don Quijote, cuando la sirvienta dice haber oído “el sabio Muñatón”, su amo la corrige “Frestón diría” y aquella replica: “no sé si se llamaba Frestón o Fritón, solo sé que acabó en tón su nombre” (I, 7). Hay aquí, además de tres nombres propios próximos en el relato, realmente uno con dos buscadas variantes (Muñatón-Frestón-Fritón), un caso de comicidad basada en la relación fónica de las palabras y en el significado que algunas tenían en el léxico común, recurso del que ya se ha visto un ejemplo (perláticos-Perlerines-perla) y del que el Quijote ofrece otras muestras bimembres, así la de Urganda con hurgada (I, 5), la de Ricote con franchote (II, 54), o las de Mambrino con Malandrino ‘malandrín’ (I, 19), Martino ‘nombre popular del diablo’ (I, 21) y Malino ‘el maligno, el diablo’ (I, 44)24. Semejante ocasión burlesca es la provocada por la intencionada confusión de Micomicona, cuando relata que el héroe buscado por su padre “se había de llamar, si mal no me acuerdo, don Azote o don Gigote” (I, 30), como genuinamente có23 “Riose don Quijote de la aplicación del nombre”, con lo que Cervantes se fija en la sustitución del anterior Teresona por un Teresaina que cuadra mejor en una serie de nombres poéticos, aunque no sea más que por la rareza de su terminación en nuestra lengua, presente en un galicismo como dulzaina o en sufijados como sosaina y tontaina, y en pocas palabras más. Observa Pharies (2002: 50-51) que -aina es morfema derivativo nominal escasamente productivo y, en efecto, son pocos sus testimonios, la mayoría perteneciente al lenguaje germanesco. 24 Véanse las correspondientes anotaciones de esta edición (Rico, 2004). ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO 29 mico es el análisis sanchesco de Ptolomeo como “puto y gafo, con la añadidura de meón, o meo, o no sé cómo” (II, 29). Un principio estilístico por el que Cervantes en su novela aboga es el que exige “palabras significantes” y “periodo sonoro” (Prólogo, I), criterio que no solo aplica a los nombres comunes, sino, lo que más llamativo resulta, a los propios, de persona y de lugar, que frecuentemente crea a partir de apelativos y de otras voces dotadas de sentido. Así, formará un literario Alfeñiquén cuyo lexema indudablemente es el de alfeñique, un Miulina sobre la onomatopéyica expresión del maullido (“con una letra que dice Miau, que es el principio del nombre de su dama…”), en Micocolembo se advierte la composición de mico con otro término de peor identificación (I, 18), y zonzo ‘tonto, simple’ en Zonzorino, alteración burlesca de Censorino, sobrenombre de Catón (I, 20). Por ese mismo prurito de dar significación a los nombres propios Cervantes llama Clavileño el Alígero al de madera sobre el cual don Quijote creerá que es llevado por los aires al reino de Candaya, denominación sin duda “peregrina”, sonora y apropiada tanto a los personajes como a la escena narrada, nombre, en fin, del que Sancho pregunta si, en comparación con los de los famosos caballos de la historia y de la mitología que se acaban de mencionar, “le habrán dado el de mi amo, Rocinante, que en ser propio excede a todos los que se han nombrado”: Así es --respondió la barbada condesa--, pero todavía le cuadra mucho, porque se llama Clavileño el Alígero, cuyo nombre conviene con el ser de leño y con la clavija que trae en la frente y con la ligereza con que camina; y, así, en cuanto al nombre bien puede competir con el famoso Rocinante (II, 40). El mismo autor se encarga de dejar claras las razones de su elección onomástica, pues la forma cuadra con la situación narrativa en que se emplea, pero también conviene en dicho nombre el significado a su significante. En otros casos es más sutil la relación entre la forma y su sentido, pues, por ejemplo, el nombre Sansón Carrasco es de referencia semántica indirecta, expresión de la fortaleza en su conjunto, tanto por la que tuvo el personaje bíblico del que toma el nombre de pila, como por la que simboliza el árbol que da pie a su apellido, de madera dura y compacta (carrasqueño ‘áspero, duro’), ambos formantes onomásticos bien tasados entre sí y acordes con la descripción que el mismo don Quijote hace de este personaje, 30 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD bachiller pero de naturaleza rural, “sano de su persona, ágil de sus miembros, callado, sufridor así del calor como del frío, así de la hambre como de la sed” (II, 7), y con el destino que tenía de ser el vencedor final del hidalgo manchego, su vecino, bajo figura del Caballero de la Blanca Luna, en la barcelonesa “aventura que más pesadumbre dio a don Quijote de cuantas hasta entonces le habían sucedido” (II, 64). No desdice este nombre del personaje que lo lleva ni del papel que al bachiller Sansón Carrasco le corresponde en la trama novelesca; su adecuación es, pues, fundamentalmente literaria, como literario, y ahora de irónico fondo, es el que a su jamelgo puso don Quijote tras mucho cavilar: al fin le vino a llamar Rocinante, nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo25, pero con mayor razón debía responder a todos los caracteres que para las voces del léxico común preconiza Cervantes, y también a su marco literario, el nombre de la dueña del corazón de don Quijote, la cual: Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso porque era natural del Toboso: nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto (I, 1). 25 El DRAE recoge rocinante ‘rocín matalón’ con nota de “por alusión al caballo de don Quijote”, pero no trae rocinar, de cuyo participio presente sustantivado hubiera sido el nombre del equino quijotesco. Cervantes, pues, violentando un tanto la gramática crea su Rocinante sobre un verbo inexistente, mientras arrocinar está ya en Nebrija: “caballus, por el cavallo arrocinado” (DLE). Por su parte, Colón (1997: 30) sugiere que, aún cuando sin parentesco etimológico, en la creación o elección onomástica cervantina se cruzara rozagante, que daría altura, sonoridad y significación al nombre del famoso caballo. Sin embargo, Rosenblat (1995: 168) opina que el nombre del rocín “parece formado con el sufijo participial -ante, al que Cervantes era aficionado (peleante, esperante, mirante…). Pero nos dice explícitamente, con evidente intención burlesca, que don Quijote lo había formado con la forma antes (el nombre era así “significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo”)”. La lista de participios de presente es copiosa: preguntante (I, 43), cuchillos tajantes, culpante de la culpa (II, 6, 63), más casos en el índice de la ed. Gaos, y esto hace pensar que en el “narigante escudero” del Caballero de los Espejos no haya un “cruce entre narigudo y andante, atraído por hipálage del Caballero” (ed. Rico: I, 814, n. 84), sino, sencillamente, arbitraria sufijación -ante en lugar de -udo. ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO 31 1.3. DEL HADO A LA FAMA 1.3.1. Nombres propios, pues, “altos” y “peregrinos”, es decir, bien escogidos y raros, “sonoros” o “músicos” por su forma, y que no “desdijesen” de su referencia argumental, particularmente los más estrechamente relacionados con el protagonista de la novela. Prima el principio literario de adecuación de la forma al contenido, siendo ancilar el factor lingüístico; pero en el caso de Dulcinea se cruza también el sociológico: Aldonza era nombre de campesina, recuérdese el refrán “A falta de moza, buena es Aldonza”, por lo cual Cervantes lo propone para justificar su sustitución por término onomástico más selecto, y recuérdese que también era Aldonza (Aldonza de San Pedro) la madre del quevedesco Pablos, de la cual “sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja” (Buscón, 16). Y Aldonza se llamaba la Lozana andaluza de Francisco Delicado. Es más, en Dulcinea se demuestra que las diferencias sociales acarreaban necesariamente consecuencias en la onomástica personal, y, así, cuando don Quijote declare que su dama era hija de Aldonza Nogales y de Lorenzo Corchuelo, el asombro de su escudero será mayúsculo: “¡Ta, ta! --dijo Sancho--. ¿Que la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?” (I, 25)26. Similar procedimiento nominativo seguiría tiempo después en México Fernández de Lizardi, muy influido por la lectura del Quijote, cuando a una novia campesina la llama “Lorenza, la hija del tío Diego Terrones, jerrador y curador de caballos” (Periquillo, 468). Ciertamente, según los convencionalismos de la época Dulcinea no podía apellidarse Lorenzo una vez convertida en el sueño amoroso de don Quijote, y menos aún Corchuelo, mientras que Teresa Panza sí podía añorar el apellido Cascajo de su padre (II, 5). Por el contrario, el erudito arzobispo toledano Juan Martínez Silíceo, hijo de campesinos extremeños, había trocado su patrimonial y humilde Guijarro en un selecto onomástico, todo un latinismo apropiado para quien había alcanzado los más altos peldaños de la 26 Interesa el proceso mental de Cervantes en esta cuestión, pues evidentemente el nombre de Aldonza Lorenzo es una arbitraria combinación de los nombres de pila materno y paterno para hacer el nombre de bautismo y el apellido de la hija, contraria a toda tendencia onomástica, y que la madre de Dulcinea no llevaba el nombre de familia de su marido (Corchuelo), como manchega que era. Por cierto que otro Corchuelo aparece cuando don Quijote se encamina al lugar de las bodas de Camacho (II, 19). 32 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD escala social, un silíceo (siliceus en latín, de silex) que todavía hoy es de registro culto. Y desde luego la postura cervantina ante el nombre personal no se da exclusivamente en el Quijote, pues en La elección de los alcaldes de Daganzo escoge los muy apropiados para un ambiente rústico de Algarroba, Berrocal, Estornudo, Humillos, Jarrete, Panduro y Rana (Entremeses, 65-83), significativos también por pertenecer a la clase de los apodos; como en Urdemalas, comedia de ambiente asimismo rural, figurarán los apellidos Crespo, Macho, Mostrenco y Tarugo, sin olvidar el tópico nombre de rústico Pascual. En cuanto a la “sonoridad” necesaria en los onomásticos, al requerirla, y aplicarla con notable agudeza y oportunidad, Cervantes tampoco se muestra absolutamente original, sino partícipe del espíritu de fondo cultural y social que en la época se respiraba, y que también ambienta el siguiente pasaje quevedesco en la llegada de Pablos a Sevilla: “Fuime luego a apear al Mesón del Moro, donde me topó un condiscípulo mío de Alcalá, que se llamaba Mata, y agora se decía, por parecerle nombre de poco ruido, Matorral” (Buscón, 274). 1.3.2. El nombre de persona tenía que estar acorde con la posición social del individuo, pero asimismo debía ser el reflejo de su condición moral y de sus hechos, idealmente al menos, hasta el punto de que nombre se hizo sinónimo de fama (‘fama, opinión, reputación o crédito’ es su 3ª acepción en el DRAE), sentido con el que lo emplea Cervantes, cuando don Quijote decide “hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras…, deshaciendo todo género de agravio y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama” (I, 1). De alguna manera se respondía así al pensamiento que subyace al adagio latino bonum nomen, bonum omen, en relación con el cual Nebrija en su primer diccionario consigna “nomen, por la fama”, “omen, por el arfil toledano”, “ominosus, por la cosa de mal agüero” (DLE); en el segundo “agüero de palabra, omen”, “alfil toledano, omen”, “nombre bueno, buena fama, bona fama”, “nombre malo, mala fama, ignominia” (VEL)27. Pues bien, las ideas del hado y del presagio, de profundo arraigo en el Medievo hispánico (Kerkhof, 2001), estaban muy vivas aún 27 En latín clásico nomen tiene también la acepción de ‘celebridad’, y además del de bonum nomen, bonum omen ‘un buen nombre es un buen presagio’, estaban los dichos omen nominis ‘el feliz presagio de un nombre’ y bonis nominibus (homines), bono nomine (homo) ‘hombres con nombres dichosos, hombre con un nombre dichoso’ (Gaffiot: 1035). ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO 33 en los siglos XVI-XVII, de ahí el dicho de Correas “Para el adalid érades bueno, / cargado de agüeros y de recelo” (Refranes, 454), y, por descontado, también en el Quijote, cuyo penúltimo capítulo trata “De los agüeros que tuvo don Quijote al entrar de su aldea…”, con las exclamaciones del caballero andante “¡Malum signum! ¡Malum signum! Liebre huye, galgos la siguen: ¡Dulcinea no parece!” (II, 73). Y en anterior pasaje don Quijote criticará los agüeros, en los que, sin embargo, demuestra creer: Levántase uno destos agoreros por la mañana, sale de su casa, encuéntrase con un fraile de la orden del bienaventurado San Francisco y, como si hubiera encontrado con un grifo, vuelve las espaldas y vuélvese a su casa. Derrámasele al otro mendoza la sal encima de la mesa, y derrámasele la melancolía por el corazón, como si estuviese obligada la naturaleza a dar señales de las venideras desgracias con cosas tan de poco momento como las referidas (II, 58). Sabido es que la casa nobiliaria de los Mendoza se hizo famosa por lo supersticioso de sus miembros, de donde el nombre común mendoza que figura en este pasaje cervantino, y su derivado mendocino ‘que cree en agüeros, supersticioso’ incluido en el DRAE. Y un salero mendocino que se puso de moda en tiempos del Quijote y documento en el inventario hecho el año 1632 de los bienes muebles de una importante casa sevillana: “item, dos barquillos de plata; item un salero mendocino; item dos cajeticas de plata, la una sobredorada; item un cofresito de carey guarnezido de plata”28. La referencia al mal hado también se encuentra en misiva de Lope de Vega (Epistolario III, 92-93: Esta negra casa, ya, por mis pecados, el cuerpo mismo con que cubre el alma que Dios fue servido de ynfundirme, me obliga a ocupaçiones agenas a mi natural condiçión; pero naçimos algunos hombres con el estrella que la misma cuna nos sirvió de galera, y desde entonzes vamos forçados en la vida, hasta que la muerte nos dé libertad y descanso29. 28 Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Sevilla, Escrituras Públicas, 1º de 1632, Oficio 4º, f. 677r. 29 A la estrella rectora del destino humano también se refiere Cervantes en su obra postrera, pues los lamentos que en el navío de Arnaldo se escuchaban así rezan: “¡En triste y menguado signo mis padres me engendraron, y no benigna estrella mi madre me arrojó a la luz del mundo!”, y tampoco falta en este texto la mención a la esquiva fortuna, de la que el español Antonio se queja porque “envidiosa de mi sosiego, volviendo la rueda que dicen que tiene, me derribó de su cumbre, adonde yo pensé que estaba puesto, al profundo de la miseria en que me veo” (Persiles, 134, 163). En otro corpus cervantino se lee “de mi fatal estrella conducido” (Urdemalas, 266), y en el Quijote exclama Basilio “¡oh fatal estrella mía!” cuando finge estar moribundo ante Quiteria (II, 21). La expresa referencia al hado asimismo se encuentra en otros escritos del alcalaíno, por ejemplo: “que si yerra en un ardite, no parecerá en días del mundo, y esto le doy por hado” (Rinconete, 33). 34 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD 1.3.3. Difícilmente podía librarse la onomástica de ser espejo de tan arraigado pensar y sentir, que, se ha visto, no era solo propio del pueblo llano, ni sería ajena la literatura a tan extendido fenómeno social. De él se hace eco Gracián con reiteración, así en el siguiente pasaje de El Héroe con mención a un fatal nombre (OC, 29): Ejecutó los medios felizmente para esta común gracia, aunque no así para la de su rey, aquel infaustamente ínclito duque de Guisa, a quien hizo grande un rey favoreciéndole y mayor otro emulándole: el tercero, digo, de los Enricos franceses (fatal nombre para príncipes en toda monarquía, que en tan altos sujetos hasta los nombres descifran oráculos)”. La atávica superstición del agüero en relación con el nacimiento del individuo y alguna de sus condiciones corporales también lo manifiesta Cervantes con el apodo del ventero que participó en el manteo de Sancho, del que oyó llamaban Juan Palomeque el Zurdo (I, 18), considerando don Quijote que esa tacha social era semejante a la de “no saber leer ni escribir” en los gobernadores: Porque has de saber, ¡oh Sancho!, que no saber leer o ser zurdo arguye una de dos cosas: o que fue hijo de padres demasiado de humildes y bajos, o él tan travieso y malo, que no pudo entrar en él el buen uso ni la buena doctrina (II, 43). Efectivamente, todo individuo que usaba la mano izquierda en vez de la derecha era visto con prevención por los demás; en el Criticón considera Gracián: “¡Qué poco estiman ellos mi sangre! No saben otro que sangrar la costilla de los zurdos” (OC, 1299). También porque el siniestro lado desde muy antiguo fue señal de mal agüero, por eso don Quijote anima a Sancho con un “vamos con pie derecho a entrar en nuestro lugar” (II, 72), de lo que son ejemplos los versos que auguran la suerte del Cid al salir al destierro, desfavorable en su inmediata entrada burgalesa, afortunada en el exilio fuera de Castilla (Cantar, vv. 11-12)30: A la exida de Biuar ouieron la corneia diestra, e entrando a Burgos ouiéronla siniestra, ancestral creencia que con idéntico sentido al cidiano se mantiene 30 Piénsese que la antonimia diestra-siniestra vino a ser sustituida por la de derecha-izquierda en la lengua general, que siniestro ha pasado a adquirir acepciones negativas como las de ‘avieso y malintencionado’, ‘infeliz, funesto o aciago’, ‘propensión o inclinación a lo malo; resabio, vicio o dañada costumbre que tiene el hombre o la bestia’, ‘avería grave, destrucción fortuita o pérdida importante que sufren las personas o la propiedad, especialmente por muerte, incendio o naufragio’, como adjetivo o sustantivo (DRAE). ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO 35 en estos versos de la Égloga nona de Juan del Encina (Cancionero, 46r): Lo qual si no me avisara desde la cóncava enzina la corneja que a la siniestra volara, tuviéramos más mezquina la peleja, y en los de la garcilasiana Égloga I (Obras, 8): Bien claro con su voz me lo decía la siniestra corneja repitiendo la desventura mía. Luego está el médico encargado de mortificar a Sancho durante su estancia en la ínsula Barataria, Pedro Recio de Agüero, a quien el escudero metido a gobernador llamaría Pedro Recio de Mal Agüero, que no en vano se decía nacido en el lugar manchego de Tirteafuera (II, 47), de nombre bien significativo en este contexto. El mismo Sancho en su carta a don Quijote cuando se queja del maléfico galeno aclarará el mal presagio que ve en semejante combinación de apellido y de topónimo: “llámase el doctor Pedro Recio y es natural de Tirteafuera, ¡porque vea vuesa merced qué nombre para no temer que he de morir a sus manos!” (II, 51). La forma toponímica consiste en la expresión antigua tirte (síncopa de tírate) afuera ‘tírate afuera, quítate de ahí’, que con variante figura en endecha de fray Pedro de Orellana (Cautiverio, 239)31: Tirt’allá, que no quiero, moçuelo Rodrigo, tirt’allá, que no quiero que burles conmigo. 31 El agüero, el hado, la buena o mala estrella al nacer tienen ancestral arraigo popular y antiguas manifestaciones lo mismo folclóricas que literarias, con repercusión paremiológica, así en el proverbio “En ora buena nace quien buena fama cobra y por tenerla hace” (Refranes, 124). La expresión el que en buen ora nació, con variantes, reiteradamente se dedica al héroe cidiano (Cantar, vv. 2020, 2092, 2292, etc.). En Juan del Encina el vaquero enamorado y correspondido dirá “yo nací en buen ora” (Cancionero, 99r), y en el Quijote la Trifaldi se lamenta de que “en desdichado punto nacimos, en hora menguada nuestros padres nos engendraron” (II, 39), según Covarrubias “hora infeliz, la qual calidad ponen los astrólogos en los grados de las mismas horas” (Tesoro, 698). Y en Alemán no faltan las menciones como “tal pie y buena estrella”, “hay estrellas y planetas desgraciados”, “la fortuna… va con la luna haciendo sus crecientes y menguantes” (Guzmán, II, 190, 250, 269). 36 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD 1.3.4. Desde luego, no podrá decirse que Cervantes no responda a claves bien establecidas en la sociedad de su tiempo cuando del uso de nombres de persona se trata, en cuya distinción según niveles sociales es siempre consecuente, como, por poner un último ejemplo, se verifica con la narración que Sancho se empeña en relatar sentado a la mesa ducal, y en cuyo parlamento de un lado están los apellidos de prosapia procedentes de Castilla la Vieja, y de otro el nombre propio en diminutivo y con sobrenombre del hijo de un humilde herrero: Y el cuento que quiero decir es este: convidó a un hidalgo de mi pueblo, muy rico y principal, porque venía de los Álamos de Medina del Campo, que casó con doña Mencía de Quiñones, que fue hija de don Alonso de Marañón, caballero del hábito de Santiago, que se ahogó en la Herradura, por quien hubo aquella pendencia años ha en nuestro lugar, que a lo que entiendo mi señor don Quijote se halló en ella, de donde salió herido Tomasillo el Travieso, el hijo de Balbastro el herrero… (II, 31). Porque, en efecto, era el oficio de herrero uno de los más viles de la época y sus menestrales a menudo sujetos a sospecha social, por lo que no debe extrañar que el vástago adulto del tal Balbastro se vea así llamado32. Es una constante cervantina en casos semejantes, y no podía ser de otra manera dada la antigua tradición literaria, que en líneas generales respondía a una realidad social, apodar con vocablos semánticamente muy marcados o con voces convertidas en tópicos onomásticos al rústico aldeano, como sobresalientemente muestran estos versos de Lucas Fernández33: Buen consejo es comunal mas la casta ño se yguala dél con el de la zagala en valer ni en el caudal. Nieto so yo de Pascual y aun hijo de Gil Gilete, sobrino de Juan Jarrete el que vive en Verrocal. Papiharto y el Çancudo 32 Como con varios ejemplos se ha comprobado, las incoherencias narrativas de Cervantes afectan también a sus menciones onomásticas, y en cuanto a esta última cita, en ella Balbastro es nombre de un herrero, y más adelante será el “rico Balvastro”, padre de Leonora, ya en tierras catalanas (II, 60). 33 De la Comedia hecha por Lucas Fernández en lenguaje y estilo pastoril, en la que se introduzen dos pastores y dos pastoras y un viejo (Farsas, A4v). ENTRE NOMBRES DE PERSONA ANDA EL JUEGO 37 son mis primos caronales y Juan de los Bodonales y Antón Pravos Bollorudo, Brasco Moro y el Papudo también son de mi terruño y el crego de Viconuño que es un hombre bien sesudo. Antón Sánchez Rabilero, Juan Xabato el Sabidor, Assienso y Mingo el Pastor, Llazar Allonso el Gaytero, Juan Cuajar el Viñadero, Espulgazorras Lloreinte, Pravos, Pascual y Bicente y otros que contar no quiero. En fin, las líneas de conducta social e individual estaban marcadas mucho antes de que Cervantes escribiera, y a ellas se atiene con innegable habilidad literaria el alcalaíno; los buenos modales y una selecta onomástica se aparejaban al ser cortesano, los modales groseros y unos nombres plebeyos al villanesco, según lo que expresa la siguiente estrofa (Cancionero, 98r)34: Ora que te vaga espacio, salta, salta sin falseta, aburre la çapateta y nombra tu gerenacio: que semeges del palacio aunque seas pastorcillo. 1.3.5. En el Quijote la onomástica tiene un sitio de privilegio, la toponímica ya al comienzo mismo de la novela, con aquel lugar de cuyo nombre el autor no quería acordarse; al fin y al cabo era una aldea solo de ficción. Pero a la onomástica personal asimismo le corresponde un papel de complejos valores y funciones en la narración quijotesca, salpicando sus términos el relato con cambiantes sentidos lingüísticos, literarios y sociológicos, permitiendo 34 La onomástica de labriegos y pastores se halla profusamente empleada en este corpus, sin duda ya convertida en tópico literario. En cuanto a gerenacio, quizá se trate de ocasional e intencionada deformación del latinismo generacio ‘linaje’ (préstamo del nominativo generatio), pero la variación de gerenancio y generancio documentada en judeoespañol (Gaspar Remiro, 1917: 637-638), también puede hacer pensar en la popularización de un extremado cultismo, que no sería caso único. Nebrija solo registra generación en su VEL, así en ocho entradas seguidas de este término, como en las de su anterior DLE en las de generatio, genimen, posteritas y stirps. 38 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD entre otras cosas los juegos burlescos, sobre todo de Sancho Panza, e incluso alguna de las notas eruditas con que a veces matiza Cervantes la lengua del escudero, por ejemplo en la etimologizante relación que establece entre Fili e hilo (cfr. 5.2.1.). También se abre la trama novelesca con un argumento denominador, pues, apuntada la vacilación entre Quijada y Quesada, el hidalgo manchego encuentra apropiados nombres para él, para su dama y para su rocín, apareciendo luego el onomásticamente bien caracterizado escudero, Sancho Panza. Y el final de la novela asimismo llevará el broche onomástico, cuando el caballero andante con la razón recobra su verdadero nombre propio y apellido, que el narrador rebajará al nivel más familiar mediante la mención del apodo, recordando al lector que “don Quijote fue Quijano el bueno a secas”, uniendo así la sencillez antroponímica a la pérdida de las quimeras del malaventurado caballero andante, desnudo ya de pretensiones y sueños de grandeza en el lecho de muerte. CAPÍTULO II DE LOS NOMBRES DE LUGAR 2.1. EN UN LUGAR DE LA MANCHA Y LA OCULTACIÓN TOPONÍMICA 2.1.1. “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero…”, es el portal sintáctico del Quijote con la indefinición no solo locativa, sino también temporal (no ha mucho tiempo), para a continuación pasar el relato a una clara enumeración léxica y a la representación verbal de la realidad objetiva: consumían, concluían, se honraba, tenía, frisaba, era, etcétera. Con la suspensión toponímica Cervantes dilataba el interés de quien abordara la lectura de su novela, intrigándolo de inicio con el misterio del origen del protagonista y del porqué de no desvelarlo el autor y, tal vez sin pretenderlo, daba así motivo a la especulación de los críticos de su obra. En realidad, si evita a lo largo de ella la mención del topónimo, lo mismo hace en la segunda parte con la identidad del autor del Quijote apócrifo (cfr. 1.1.). Y es curioso que Jerónimo de Pasamonte en su Vida, donde tantos nombres de lugar consigna, tampoco mencione el de su Ibdes natal. Señala el anotador de este pasaje inicial que se trataría de una ‘pequeña entidad de población’, situada en extensa comarca “a caballo de las actuales provincias de Ciudad Real y Albacete”, habida cuenta de que poco después Cervantes pondría que “don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel”, con la inmediata corroboración, casi lapidaria, de “y era la verdad que por él caminaba” (I, 2). Esta es la interpretación literal de las palabras cervantinas; pero no puede admitirse que el no quiero acordarme valga por ‘no voy, no llego a acordarme ahora’ o ‘no entro ahora en si me acuerdo o no’, con la suposición 40 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD de que quiero pueda servir aquí de auxiliar “análogo al de voy o llego en las perífrasis equivalentes”35, aun cuando tal equivalencia no exista, pues estos verbos perifrásticamente funcionan con el esquema voy a + infinitivo (voy a salir de casa; van a ser las tres) y llego a + infinitivo (si lo llego a saber, me escapo; la mujer llegó a llorar). Ni por el sentido que estos verbos tienen incluidos en perífrasis resulta evidente su equivalencia con el quiso de la primera cita del Quijote36. En la referida nota de la edición de Rico se lee que “en el desenlace, sin embargo, Cervantes recupera el sentido propio del verbo”; pero el pasaje en cuestión es tan ilustrativo del problema que nos ocupa, que merece recordarse por extenso: Este fin tuvo el ingenioso hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero (II, 74). Insisto en que resulta difícil de defender que Cervantes recurriera primeramente al verbo querer con valor gramatical y semántico diferente del que para la manifestación de la voluntad en acción tiene en nuestra lengua en construcciones semejantes, de modo que el autor del Quijote no estaría aquí recuperando esta acepción básica, que a mi modo de ver igualmente presenta al comienzo de la novela, sino que, simplemente, por estar ya en su misma conclusión, reafirma al término del texto de 1615 lo apuntado al inicio del de 1605, pero en contexto literario más extenso y evidente, y con la manifestación del orgullo por su obra, que sobre todo en la segunda entrega se había ido acentuando progresivamente. Opino, pues, que Cervantes sencillamente no quiso dar el nombre del lugar originario de don Quijote, que de todos mo35 Interpretación gramatical en la ed. Rico (I, 37, n. 3). Por su parte Gaos (I, 50, n. 4b) afirma que “no quiero acordarme es frase formularia de la literatura narrativa”, e indica que querer “tenía antaño el sentido de ‘ir’ a hacer algo, de ‘estar a punto de’”, de manera que, según este estudioso, el cervantino no quiero acordarme debe entenderse como ‘no voy a acordarme ahora, no me acuerdo’, interpretación similar a la que en la ed. Rico se da. Martín de Riquer (1975: 32) también defiende que “querer tiene, como en otros pasajes cervantinos, el valor de auxiliar (no quiero acordarme significa simplemente no me acuerdo)” y que esas palabras “constituyen una fórmula de principio de cuento tradicional”. Ahora bien, la fórmula, literaria o no, necesariamente ha de ser repetitiva en iguales o semejantes términos, y ningún caso igual al cervantino se conoce; el ejemplo cidiano el sol queríe apuntar de Gaos ni mucho menos es equivalente al de Cervantes, ni siquiera el que propone Riquer de quieren decir ‘dicen’ (33, n. 12): “quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben”. 36 DE LOS NOMBRES DE LUGAR 41 dos sería parte de la total ficción literaria, porque el lector en ello sospecharía que había causas para la ocultación, porque buscaría descubrir el inicial misterio en el curso de su lectura, y porque, en definitiva, el autor convierte esta cuestión en un tema más de la trama novelesca. Los tres editores del Quijote citados en lo esencial coinciden en sus respectivas anotaciones al referido pasaje, incluida su probable relación con un romance anónimo, dos de cuyos versos rezan “en un lugar de la Mancha, / que no le saldrá en su vida”, aunque Rico matiza que “se trataría de una reminiscencia inconsciente, no deliberada, o, en todo caso, Cervantes no contaría con que se entendiera como cita, porque el texto no era lo suficientemente conocido para que el común de los lectores percibiera la alusión” (II, 264, 37.3). Y este mismo investigador resuelve que “no es posible aceptar ninguna de las numerosas propuestas que desde el propio Avellaneda… se han hecho de identificar el tal lugar con Argamasilla de Alba o con otras localidades”, postura en la que Gaos coincide de acuerdo con su análisis gramatical del no quiero acordarme, pero sugiriendo que de las diferentes propuestas la de Argamasilla de Alba parecía la más probable, y Riquer ni menciona esta cuestión toponímica. Sin embargo en su edición del apócrifo el filólogo catalán reconoce que las poesías cervantinas de los académicos de Argamasilla “lugar de la Mancha” permiten la sospecha de que dicho pueblo fuera el lugar originario de don Quijote, y recuerda que Avellaneda lo identifica como Argamasilla de la Mancha, o de Alba (1975: 1145). Observa también, y puede ser un dato digno de tenerse en cuenta, que Cervantes en su Quijote de 1615 “nunca critica a Avellaneda por haber identificado el lugar de la Mancha con Argamasilla”, desde luego a diferencia de lo que el de Alcalá hace en relación con otros aspectos de la novela apócrifa. Aun concediendo que incluso el pasaje inicial que comento pudiera descubrir ecos literarios, eso no implica que su análisis lingüístico deba estar condicionado por posibles referencias extratextuales, ni tiene por qué entenderse que en él Cervantes quisiera decir cosa distinta, incluso contraria, a lo que indica su expresión acusadamente volitiva, simplemente hecha de un querer y de una negación. Deberé insistir en la evidencia lingüística, pero, pues tanto se ha especulado sobre esta secuencia de querer + infinitivo, traeré a colación la opinión de Gómez Torrego sobre que “es esta 42 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD una construcción no perifrástica cuando lleva sujeto de persona” (2000: 3363-3364)37, como es el caso que nos ocupa. No quiso Cervantes señalar el lugar de donde era natural don Quijote, quién sabe si llevado por modelos literarios familiares para él o por iniciar su relato novelesco con un halo de misterio. Pero también pudo inclinarse a esta solución por simples razones culturales y sociológicas, o en parte condicionado por ellas, porque lo evidente es que en el uso de los nombres de lugar Cervantes se comporta de modo parecido a como hemos visto hizo en el de los nombres de persona, e, igual que con estos supo jugar, también sacará provecho literario de los topónimos. Es cierto que nos hallamos ante una obra de ficción, y que en ella no hay por qué buscar ni fundamento histórico de su personaje central ni, por consiguiente, de su lugar de origen, que igualmente podría ser simplemente imaginario. Pero en el Quijote junto a una fantasía desbordada se respira el aliento cercano de aquella sociedad en sus múltiples y complejas facetas. Y una de ellas tenía que ver con los nombres propios, fueran de persona o de lugar, uno de los cuales tal vez estuvo en la mente de Cervantes como el de la localidad natal de don Quijote, a cuya manifestación renunciaría convencionalmente, pero no de modo arbitrario. En este punto no está de más traer a colación la fundada opinión de Rosenblat (1995: 6871), que recuerda el lugar común literario, y aun forense, del no me acuerdo, también presente en el Persiles, tópico con el que el autor del Quijote juega, transformándolo de la memoria real o ficticia “en un acto de voluntad, lleno de misterio”, y concluye: “Es evidente que Cervantes no quería, ni podía, dar el nombre de ese misterioso lugar de la Mancha, donde había nacido su héroe, destinado, al menos inicialmente, a hacer reír a toda España”. 2.1.2. En efecto, las mismas causas que empujaban al ennoblecimiento de la onomástica personal afectaron a las formas toponímicas. Fueron muchas, así, las poblaciones que lucharon por elevarse 37 Advierte Gómez Torrego (2000: II, 3363-3364) que “cuando el sujeto es de cosa o ‘cero’, el comportamiento sintáctico es el de una perífrasis verbal con un significado entre aspectual de ‘estar a punto de’ y modal de disposición e, incluso, de posibilidad”, situaciones textuales que desde luego no corresponden a la cita cervantina. Y el ejemplo cidiano el sol queríe apuntar propuesto por Gaos en su explicación del cervantino de cuyo nombre no quiero acordarme efectivamente no es pertinente, pues el pasaje medieval tiene sujeto de cosa, sol, constituye una perífrasis y su significado es el aspectual de ‘estar a punto de’. Nada de ello conviene, pues, a lo que Cervantes escribió al comenzar su novela. DE LOS NOMBRES DE LUGAR 43 del rango de aldea al de villa, y del de villa al de ciudad: por entonces obtuvo esta consideración oficial Alicante, y, antes, la Villa Real manchega fundada por Alfonso el Sabio sería ennoblecida por Juan II el año 1420, proclamándola “muy noble y muy leal ciudad de Ciudad Real”. Todavía en 1583 un núcleo rural cacereño podía llamarse Arroyo del Puerco38, pero incluso a los campesinos que lo habitaban les repugnaba el nombre, y acabaron cambiándolo por Arroyo de la Luz, en meliorativa sustitución toponímica de la que se conocen otros ejemplos39. Los nombres de lugar fueron frecuente motivo de burla popular, que a veces acabó en estereotipaciones paremiológicas, como esta recogida por Correas: “El lunes a la Parla, el martes a Paliza, el miércoles a Puño en Rostro, el xueves a Cozea, el viernes a la Greña, el sábado Cierne i Masa, el domingo Descansa” (Refranes, 90). Y la creación literaria no podía pasar por alto semejante venero de juegos humorísticos, por ejemplo plasmados en estos versos gongorinos (Letrillas, 100, 123, 137): Que una moza que bien charla, dama entre picaza y mico, me quiera obligar a amarla, siendo su pico de Parla y de Getafe su hocico, ¡oh, qué lindico! Presentóseme quien mis gustos regula con higos de Mula, pasas de Lairén; de Lisboa también cuanto tiene nombre, y el asno del hombre rompió de una coz barros de Estremoz40, conservas de Braga. 38 En este Arroyo del Puerco se dictó una disposición real que obligaba al virrey de Nueva España y al arzobispo de México, con fecha del ocho de marzo de 1585 (Mota Murillo, 1988: 170). 39 Así los de Asquerosa, Muelas y Pocilgas, respectivamente cambiados en Valderrubio, Florida de Liébana y Buenavista (Frago, 1991: 211). 40 No solo juega Góngora con Estremoz para lograr la consonancia con coz y porque la cerámica de esta población portuguesa era muy apreciada y famosa, sino quizá también porque su nombre ya debía de correr en dichos, como parece desprenderse del hecho de que Covarrubias acaba la correspondiente entrada haciendo “significativo” dicho topónimo mediante un juego cuasi homofónico: “házense vasos de tierra en Estremoz estremados” (Tesoro, 570). 44 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD No hay barbero viejo al fin que no sea de Malpica. ¿Por qué llora la Isabelitica? El mismo Cervantes acude a un topónimo “significativo” y de bien marcada determinación sociológica como Majadahonda (con el pastoril majada de primer formante) en prototípica referencia al medio rústico: “El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda” (II, 19). Así, pues, la diferenciación social, que tan claramente se manifestaba en la onomástica personal, de alguna manera repercutía también en los usos toponímicos, habiendo nombres de lugar solo posibles entre rústicos y existiendo asimismo claras preferencias por los núcleos de población de relieve social. En tal marco histórico difícilmente podía mencionar Cervantes nombres de lugar de menor entidad, y de hecho solo lo hace cuando a sus intereses literarios conviene (v. 2.3.1.). Es más, como concede por patria chica de Dulcinea al Toboso, población de menor entidad al fin y al cabo, no puede dejar de elevarla a la categoría de ciudad, en artificioso contraste con su verdadera condición que provoca la sonrisa del lector avisado, siguiéndose el engaño que Sancho mantiene sobre su anterior fallido encargo de mensajería. De manera que cuando, aún de noche, caballero y escudero callejeaban por el Toboso, y don Quijote le pregunta al villano que salía a sus labores campesinas: ¿Sabréisme decir, buen amigo, que buena ventura os dé Dios, dónde son por aquí los palacios de la sin par princesa doña Dulcinea del Toboso? ---Señor --respondió el mozo--, yo soy forastero y ha pocos días que estoy en este pueblo sirviendo a un labrador rico en la labranza del campo. En esa casa frontera viven el cura y el sacristán del lugar; entrambos o cualquier dellos sabrá dar a vuestra merced razón desa señora princesa, porque tienen la lista de todos los vecinos del Toboso, aunque para mí tengo que en todo él no vive princesa alguna, habrá de intervenir Sancho en procura de que el engaño no fuese descubierto, siguiéndole la corriente a su amo: “Señor, ya se viene a más andar el día y no será acertado dejar que nos halle el sol en la calle: mejor será que nos salgamos fuera de la ciudad y que vuestra merced se embosque en alguna floresta aquí cercana”. Y el narrador, el autor en definitiva, repartirá las dos categorías urbanas de acuerdo con el realismo sanchesco y con la locura quijotesca: Rabiaba Sancho por sacar a su amo del pueblo, porque no averiguase la DE LOS NOMBRES DE LUGAR 45 mentira…; y a dos millas del lugar hallaron una floresta o bosque, donde don Quijote se emboscó en tanto que Sancho volvía a la ciudad a hablar a Dulcinea… Y así, prosiguiendo su historia, dice que así como don Quijote se emboscó en la floresta, encinar o selva junto al gran Toboso, mandó a Sancho volver a la ciudad y que no volviese a su presencia sin haber primero hablado de su parte a su señora” (II, 9). De todos modos, ni siquiera en boca de don Quijote se puede mantener sin quiebra esta ficción literaria, pues la realidad se impone en una de las ocasiones en que habla de Dulcinea, porque, dice, es “su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad por lo menos ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía” (I, 13)41. 2.1.3. Un lugar pequeño sin duda tendría que ser aquel del que Cervantes no quiso acordarse, pequeño y quizás de mal nombre, circunstancias las dos que convienen a Argamasilla (de la Mancha o de Alba), pueblo cercano del Toboso y de Quintanar de la Orden, del cual un fingido académico argamasillesco dice que “aquí yace el caballero / bien molido y malandante”, y otro que “del gran Quijote fue llama / y fue gloria de su aldea” (I, 52), versos que, si no median otras claves, debieron empujar a Avellaneda a tomarlo por la patria chica de don Quijote. Opina Guillén (2004: 1145) que “la primera y tan glosada frase… implica entre otras cosas que el narrador conoce el anónimo pueblo y reside en uno de los entornos en que se desenvuelve la historia”, y es lógico que quien dice no quiero acordarme se acuerda, en puridad esto es así, en el plano real y en el novelesco; en lo demás, dónde residiera el narrador no sale del marco literario, esto, como tantas cuestiones semejantes, sujeto a la interpretación del crítico. De todos modos, entre el inicial “lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme” y el final “cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete” se sitúa esta central mención de Argamasilla como punto de nacimiento y de la sepultura de don Quijote, aunque sea en el 41 Antes el narrador refiere que “otro día al anochecer, descubrieron la gran ciudad del Toboso” (II, 8), y después Sancho “comenzó a hablar consigo mesmo y a decirse”, memorizando el encargo de don Quijote: “¿Y adónde pensáis hallar eso que decís, Sancho? ---¿Adónde? En la gran ciudad del Toboso” (II, 10). El mismo caballero andante a los galeotes liberados les ordena que “luego os pongáis en camino y vais a la ciudad de Toboso” (I, 22), y se relata que “los dos tomaron la (vuelta) de la gran ciudad del Toboso” (II, 7). Pero también se referirá don Quijote “al lugar del Toboso” (I, 9) y en estilo indirecto contado por Sancho “que puesto que le había dicho que ella le demandaba que saliese de aquel lugar y se fuese al del Toboso…” (I, 29). 46 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD remate de la Primera parte de la novela. Y por más que todo sea fruto de la creación literaria, responde perfectamente a los esquemas onomásticos, y toponímicos en particular, de la época: Argamasilla (diminutivo de argamasa) era nombre poco noble, apropiado para ser silenciado en este contexto literario, pues incluso el nombre común que forma su raíz en la misma trama cervantina se tiene por significativo de algo deleznable o de poco valor: ¡Crueldad notoria! --dijo Sancho--. ¡Desagradecimiento inaudito! Yo de mí sé decir que me rindiera y avasallara la más mínima razón amorosa suya. ¡Hideputa, y qué corazón de mármol, qué entrañas de bronce y qué alma de argamasa! (II, 58)42. 2.2. BARATARIA, UNA INVENCIÓN LITERARIA 2.2.1. El itinerario quijotesco no es de fácil determinación en todos sus trayectos, los estudiosos que se han ocupado de él han experimentado esa dificultad, ni la identificación de todos los lugares, tampoco la de sus nombres por consiguiente, situados a la vera de los caminos recorridos por don Quijote y Sancho Panza. En cuanto a la cronología de las diferentes etapas de su caminar, aún resulta más inconcreta en la novela de Cervantes si se toma en su conjunto. Los dos aspectos, el cronográfico y el topográfico, a veces reúnen sus respectivas inconcreciones, siendo el caso más llamativo de indeterminación, y aun de incoherencia, probablemente el que tiene que ver con la estancia aragonesa del hidalgo manchego y de su escudero, a la que se ha querido dar visos de realidad, incluso pretendiendo hacer presente al mismo Cervantes en la propia zona donde supuestamente esta aventura habría tenido lugar. Pero la realidad o irrealidad del caso nada quita ni añade al tratamiento dado por Cervantes a la etapa aragonesa de su Quijote, que, por cierto, es de grandísima calidad literaria y contiene pasajes supremos de la universal novela. En el Quijote Zaragoza recibe numerosas menciones, así como Aragón, “tagarinos llaman en Berberia a los moros de Aragón” (I, 42 El mármol, piedra noble, simboliza la frialdad del corazón y el bronce la dureza de entrañas, hiperbólicos rasgos del inconmovible rechazo de don Quijote a los requerimientos amorosos de Altisidora; en cambio la argamasa es corriente y poco noble material de construcción. De “alma de esparto y con un corazón de encina” tratará Sancho a don Quijote en otro momento a propósito del mismo asunto amoroso (II, 70). DE LOS NOMBRES DE LUGAR 47 41), el mozo de mulas que resultó ser don Luis, “un hijo de un caballero natural del reino de Aragón, señor de dos lugares” (I, 43), y Ginés de Pasamonte “determinó pasarse al reino de Aragón” para convertirse en maese Pedro, nombrándose el “alcázar de Zaragoza, que ahora llaman la Aljafería” (II, 26) y alabándose repetidamente la calidad del queso de Tronchón (II, 53, 66). Pero la mirada cervantina es poco complaciente con los aragoneses en las penalidades que a don Quijote y Sancho les ocurren desde que llegaron al río Ebro y tópicamente contemplaron “la amenidad de sus riberas, la claridad de sus aguas, el sosiego de su curso y la abundancia de sus líquidos cristales” (II, 29). En efecto, donde más prolongada y sádicamente son tratados amo y escudero es en el dominio ducal, sobre todo por parte de una duquesa que se revelaría capaz de clavar un punzón “por los lomos” al marido de doña Rodríguez, de estar entrampada con un rico labrador, y, sobre todo, de padecer el grave achaque de las “dos fuentes que tiene en las dos piernas, por donde se desagua todo el mal humor de quien dicen los médicos que está llena”, esto bajo su bella apariencia (II, 48). Pero no contentos con sus continuas burlas y mortificaciones los buenos duques aún disfrutarán causando nuevos sufrimientos a Sancho y a un don Quijote que vuelve de Barcelona vencido, humillado y dolorido, y aunque el rasgo de la generosidad de los duques, virtud por entonces de sumo aprecio, es constantemente puesto de relieve --a Sancho el mayordomo incluso “le había dado un bolsico con doscientos escudos de oro para suplir los menesteres del camino” (II, 57)--, con todo en estos personajes supuestamente pertenecientes a la nobleza aragonesa domina su desmedida crueldad. El carácter vengativo del duque bien lo demuestra Tosilos al confesar a don Quijote que “así como vuestra merced se partió de nuestro castillo, el duque mi señor me hizo dar cien palos por haber contravenido a las ordenanzas que me tenía dadas antes de entrar a la batalla” (II, 66), episodio en el que “muestra el gran señor toda su bajeza moral”, en palabras de Márquez Villanueva, quien encuentra lógico que la crítica “no ha podido tener buena opinión acerca de los duques”, empeñados en “su ensañamiento moral con don Quijote y Sancho” (2005: 241, 245)43. En conclusión, el narrador acabará manifestando su opinión sobre la pareja 43 En definitiva, para este cervantista “el episodio de los duques es sin duda la obra maestra en su tiempo de la literatura de la burla” (244). 48 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD ducal, justificadamente muy negativa con palabras contundentes, sentenciosas y sin vuelta de hoja: Y dice más Cide Hamete: que tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos (II, 70). Pero esta postura cervantina respecto de los aragoneses se entiende perfectamente en su marco histórico: quedaban cercanos los sucesos de las Alteraciones de Aragón y la decapitación de su Justicia mayor, y tampoco Felipe II había sentido una gran simpatía por los naturales de esta región44. Además, en los siglos XVI y XVII las rivalidades regionales estaban vivas por razones idiomáticas y de otra índole. Bástenos recordar la disputa entre Fernando de Herrera y el burgalés Prete Jacopín, la burla quevedesca a los andaluces “cargados de patatas y ceceos”, o la inquina de Gracián hacia Sevilla y la pronunciación meridional, y no falta el autor aragonés al que otro andaluz le reproche su vocabulario, sin olvidar las chacotas al hablar del “vizcaíno”. Las tensiones regionales dieron lugar a situaciones violentas y en América, con motivos económicos y de influencia política de por medio, al enfrentamiento civil de Laicacota, entre otros. 2.2.2. Yendo a los términos textuales de esta cuestión toponímica, está el hecho de que desde el terreno donde iba a tener lugar la batalla campal por la querella de los rebuznos, situado al tercer día de camino desde la venta del retablo de maese Pedro, amo y escudero mantienen un coloquio y “con esto se metieron en la alameda” en que pasaron la noche “y al salir del alba siguieron su camino buscando las riberas del famoso Ebro”, de manera que “por sus pasos contados y por contar, dos días después que salieron de la alameda llegaron don Quijote y Sancho al río Ebro” (II, 2730). Mayor inconcreción de itinerario no cabe y parece tópica la duración que Cervantes marca para su desarrollo: dos días desde la venta del titerero (maese Pedro o Ginés de Pasamonte) y el mono adivino, hasta el sitio donde iban a combatir los dos pueblos vecinos, y otros dos días desde la alameda de la pernocta hasta el Ebro. No se rige aquí Cervantes por el rigor topográfico y cronológico, tampoco en algunas otras partes de su novela, y prueba de ello es 44 En varias ocasiones manifiesta su malestar en el trato con los de Aragón, sobre todo con sus representantes en las cortes de Monzón (Kamen, 1997: 98-100). DE LOS NOMBRES DE LUGAR 49 también el hecho gramatical de que la primera vez que menciona la citada alameda hace preceder a este nombre del artículo determinado (la alameda), como si ya fuera lugar conocido, no siéndolo por el contexto45. Por lo demás, desde donde los cervantistas sitúan el punto de partida de don Quijote hacia el Ebro, siempre por lo que parece desprenderse de la trama novelesca, pero en cualquier caso habiendo salido de Castilla, el camino menos indicado sería el que iba a dar a la zona de Pedrola, menos aún si Cervantes tenía ideado el rechazo del caballero andante a pasar por Zaragoza en su ida a Barcelona. Tampoco parece verídico que “el día de la partida”, habiendo salido “una mañana…, enderezando su camino a Zaragoza” antes de la hora de cenar llegaran a la venta en la que don Quijote decide orillar la capital aragonesa en su marcha a Barcelona, todo ello después de haber dormido amo y escudero una larga siesta (“despertaron algo tarde…”) con notable acumulación de sucesos en muy corto trayecto real y con una medición novelesca del mismo a todas luces convencional (II, 57-59). En efecto, seis leguas se medían de Pedrola a Zaragoza, y de estas seis leguas habría que descontar las que hubiera entre la venta y la capital del Ebro, pues no resulta lógico que don Quijote y Sancho fueran a detenerse para pasar la noche en las inmediaciones de la ciudad a la que querían llegar. Referencias topográficas de la novela son la de “poco más de una legua” desde el “castillo” ducal hasta el encuentro con los labradores de los lienzos pintados, y otra desde el prado de la siesta hasta la venta: “despertaron algo tarde, volvieron a subir y a seguir su camino, dándose priesa para llegar a una venta que al parecer una legua de allí se descubría”. Los episodios de este corto trecho de camino son el de los labradores de los lienzos pintados, el de la selva de la pastoril Arcadia, el del atropello de los toros bravos, el de su reparo en la siesta del prado, sin contar con el encuentro en la venta con los lectores de la apócrifa “segunda parte de Don Quijote de la Mancha”. Más fuera de la realidad está el regreso de don Quijote derrotado en Barcelona, cuando el duque lo aguardaba “haciendo tomar los caminos cerca y lejos del castillo, por todas las partes que imaginó que podría volver don Quijote, con muchos criados suyos 45 Claro es que en puridad debería haberse puesto una y no la, como se pone “don Quijote se acomodó al pie de un olmo”, mientras que es correcto el uso del artículo en la alameda del segundo pasaje, una vez presentado el sustantivo en la narración. 50 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD de a pie y de a caballo”, quienes “dieron aviso al duque, el cual…, así como tuvo noticia de su llegada mandó encender las hachas y las luminarias del patio y poner a Altisidora sobre el túmulo” (II, 70). En ningún momento manifiesta don Quijote la intención de volver hacia Castilla por el mismo sitio, ni siquiera nombra en esta ocasión la ciudad de Zaragoza, por la que necesariamente había de pasar, o por sus contornos, a diferencia de lo que había hecho a la ida. Toda esta parte del Quijote de 1615 está planteada por Cervantes en la más completa irrealidad literaria, e incluso da la impresión al lector que sin un plan narrativo minuciosamente trazado, pues la manera en que presenta a caballero y escudero yendo a Aragón es que “siguieron su camino buscando las riberas del famoso Ebro, donde les sucedió lo que se contará en el capítulo venidero” (II, 28), pero desde luego por el sitio menos apropiado, si el castillo ducal hubiera estado en Pedrola y Barataria en Alcalá de Ebro, destinos que resultarán por completo imprevistos para los andantescos personajes; aunque hay más incoherencias narrativas si realmente el relato hubiera de atenerse a la supuesta localización. Bien está, en efecto, que don Quijote tome el palacio ducal por castillo, e incluso que lo haga Sancho, cuya carta a Teresa Panza está fechada “deste castillo, a veinte de julio de 1614” (II, 36), pero menos comprensible es que el narrador sufra la misma confusión: “a quien estaban escuchando el duque y la duquesa, Altisidora y casi toda la gente del castillo” (II, 46), “llegó, pues, al castillo del duque, que le informó el camino y derrota que don Quijote llevaba”, “volvióse por el castillo del duque y contóselo todo”, “de aquí tomó ocasión el duque…, haciendo tomar los caminos cerca y lejos del castillo…, para que por fuerza o de grado le trujesen al castillo” (II, 70)46. 2.2.3. Tiempo perdido será buscar cualquier relación topográfica para la descripción que Cervantes hace del lugar, sin duda tópico, donde se desarrolló la cacería preparada por los duques para tramar el desencanto de Dulcinea: “finalmente, llegaron a un bosque que entre dos altísimas montañas estaba, donde tomados los puestos, paranzas y veredas, y repartida la gente por diferentes 46 Pero en el siglo XVII se distinguía muy bien entre palacio y castillo, y lo que los duques de Villahermosa tenían en Pedrola era el primer tipo de edificio, palacio ducal que fue construido en el siglo XVI. Es más, el generalizado uso de la voz castillo en los episodios aragoneses le quitan toda distorsión imaginativa en su empleo por don Quijote. DE LOS NOMBRES DE LUGAR 51 puestos, se comenzó la caza con grande estruendo, grita y vocería” (II, 34); porque paraje semejante no existe en la sección zaragozana del valle del Ebro. Barataria efectivamente no podía ser una ínsula ‘isla’, latinismo traído de los antiguos libros de caballerías; es más, el mismo autor juega a desconcertar al lector con su aspecto significativo, si no se trata de una involuntaria incongruencia narrativa, cuando primeramente presenta a Sancho sabedor de su definición: “¡Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea!” (I, 52), y más tarde ignorante del mismo significado, que su paisano morisco habrá de aclararle: He dejado de ser gobernador de una ínsula --respondió Sancho--, y tal, que a buena fee que no hallen otra como ella a tres tirones. --- ¿Y dónde está esa ínsula? –preguntó Ricote. --- ¿Adónde? –respondió Sancho-- . Dos leguas de aquí, y se llama la ínsula Barataria. --- Calla, Sancho --dijo Ricote--, que las ínsulas están allá dentro de la mar, que no hay ínsulas en la tierra firme (II, 54). Ni pudo haber población estable en el cauce del Ebro, mucho menos una Barataria con “coronista” y “alguaciles y escribanos, tantos, que podían formar un mediano escuadrón” (II, 49), con “un suntuoso palacio”, con “iglesia mayor” y “silla del juzgado”, pero, sobre todo, “un lugar de hasta mil vecinos, que era de los mejores que el duque tenía” (II, 45). Solo en clave literaria pueden tomarse estas referencias cervantinas, primeramente porque en contextos como este vecino solía significar no ‘que habita con otros en un mismo pueblo, barrio o casa, en habitación independiente’, sino ‘que tiene casa y hogar en un pueblo, y contribuye a las cargas o repartimientos, aunque actualmente no viva en él’ (1ª y 2ª acepciones del DRAE), de modo que los mil vecinos habrían de multiplicarse por cuatro o cinco. Avanzado el siglo XIX de Pedrola dice Madoz que “tiene 300 casas, inclusa la del ayuntamiento y cárcel”, con “373 vecinos, 1770 almas”, y de Alcalá de Ebro que “tiene 60 casas de regular construcción y no escasas de comodidades”, con una población de “50 vecinos, 238 almas” (Madoz, 1985: 34, 193). Y por índice de 1551 en Alcalá de Ebro y en Pedrola se registraron 49 y 87 fuegos, que tributaron, respectivamente, 784 y 1392 sueldos (San Vicente, 1980: 14, 54). 52 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD 2.2.4. Las dificultades de dar alguna apariencia de realidad al relato literario afectan incluso a la gramática, que a veces sufre las consecuencias de la distorsión argumental. Se ha visto, así, cómo Cervantes pone la alameda en vez del canónico una alameda, caso semejante al que a continuación comento. En efecto, abandonado su gobierno por Sancho y el hospedaje ducal por don Quijote, se empeña este en defender “en mitad de ese camino real que va a Zaragoza, que estas señoras zagalas contrahechas que aquí están son las más hermosas doncellas y más corteses que hay en el mundo”, señalándose con una ilógica deixis la relación de ese con estas y aquí el previo conocimiento de dicho camino por parte del caballero andante, para casi a renglón seguido asegurar el narrador su indefinición, todo ello en la misma escena: “salió don Quijote con su intención, y puesto sobre Rocinante, embrazando su escudo y tomando su lanza, se puso en la mitad de un real camino que no lejos del verde prado estaba” (II, 58). Pero además ocurre que la denominación de camino real no le convenía al que de Zaragoza iba a Navarra pasando por Pedrola; por el contrario, a la actual carretera de Madrid a Zaragoza y Barcelona le correspondió en la época de Cervantes el nombre de camino de calzada o camino real, el que en el Quijote apócrifo, topográficamente más realista que el cervantino, es usado (Frago 2005a: 72-96). Márquez Villanueva (2005: 240) a los episodios aragoneses les da una sugerente interpretación enteramente sociológica y literaria, con la hipótesis de que Cervantes como estrategia narrativa en esta cuestión habría recurrido a la figura de “un noble aragonés y, como tal, señor absoluto o soberano en sus dominios para el fuerismo legal de aquel reino”, afirmando: desde luego, no se trata del duque de Villahermosa ni de su “castillo” o “casa de placer” conservada hasta hoy en Pedrola, no lejos de Zaragoza, aunque sí sobre la ruta llevada por don Quijote, según llegó a postularse cuando la crítica apostaba a todo riesgo por aquella otra locura positivista de los “modelos vivos”47. Y Redondo el relato baratario lo centra en su “ambiente jocoso”, que refleja “a su vez una estructura carnavalesca… con las características del mundo al revés”, donde Sancho Panza es “personificación 47 Por lo anteriormente expuesto, posible es que incluso el “noble aragonés” fuera imaginario, como desde luego es la ubicación del lugar “sobre la ruta llevada por don Quijote”, que no cuadra en las riberas del Ebro en su curso por la provincia de Zaragoza. DE LOS NOMBRES DE LUGAR 53 del Carnaval” (1978: 51, 63). Una interpretación puramente folclórica y literaria, en definitiva. Al respecto no debe pasarse por alto el hecho de que los episodios de Barataria son contextualmente manchegos, y nada hay en ellos de referencia lingüística aragonesa, no obstante el interés de Cervantes por la variación diatópica; incluso en la onomástica personal Diego de la Llana, “hidalgo principal” de la ínsula, lleva apellido castellano y no el vernáculo de la Plana (cfr. 1.2.2.); y por supuesto desde el punto de vista toponímico esto es así, pero incluso en otros importantes aspectos del argumento48. Sucede, pues, que en la ínsula Barataria aparte del secretario, que necesariamente había de ser vascongado por mor del cliché sociocultural: Oyendo lo cual Sancho, dijo: ---¿Quién es aquí mi secretario? Y uno de los que presentes estaban respondió: ---Yo, señor, porque sé leer y escribir, y soy vizcaíno, era natural de la Mancha el médico encargado de mortificar a Sancho: Yo, señor gobernador, me llamo el doctor Pedro Recio de Agüero, y soy natural de un lugar llamado Tirteafuera, que está entre Caracuel y Almodóvar del Campo, a la mano derecha, reiterándose la precisión toponímica en la respuesta sanchesca: “… natural de Tirteafuera, lugar que está a la derecha mano como vamos de Caracuel a Almodóvar del Campo” (II, 47). Y como manchego se presenta asimismo el labrador negociante que le plantea al escudero en funciones de gobernador el caso de Clara Perlerina y de su hijo estudiante para bachiller: “Yo, señor, soy labrador, natural de Miguel Turra, un lugar que está dos leguas de Ciudad Real”, determinando de nuevo Cervantes en palabras de Sancho la identificación de la referida población: “… que lo que yo os sé decir es que sé muy bien a Miguel Turra y que no está muy lejos de mi pueblo” (II, 47). Compárense estas menciones toponímicas ciudadrealeñas con la ausencia total de cualquier mínima referencia sobre nombres de lugar del escenario del palacio ducal y de Barataria, y adviértase que Cervantes calla lo que quiere y con toda concreción descubre 48 Desde el punto de vista argumental nada sobre Barataria se concreta en la carta de Sancho a su mujer, varios capítulos después llevada a la aldea manchega por el paje de los duques, con otra de la duquesa, de la que anteriormente no se había dado noticia, ni en las respuestas que a ambas misivas manda escribir Teresa Panza (II, 36, 50, 52). 54 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD lo que juzga oportuno revelar. Solo él podría haber descubierto, y no lo hizo, las razones que lo llevaron a componer esos capítulos “aragoneses”, pero todos los indicios apuntan a que los escribió únicamente en clave literaria. Al menos fruto de su invención es el topónimo Barataria, nombre “significativo”, según las exigencias retóricas al uso: “Diéronle a entender que se llamaba la ínsula Barataria, o ya porque el lugar se llamaba Baratario o ya por el barato con que se le había dado el gobierno” (II, 45). No solo se relaciona Barataria con el valor semántico del apelativo barato ‘que se logra con poco esfuerzo’, antiguo ‘fraude o engaño’, sino que se juega con la artificiosa variación del género (Barataria-Baratario), asimismo verificada con cruces de nombres comunes en el estilo cervantino: “que ya no hay triste figura ni figuro” (II, 30), “que esas cazas ni cazos no dicen de mi condición” (II, 34). En cuanto a ubicaciones e itinerarios, buena parte de la tinta vertida seguramente se habría ahorrado de atender al sentido que tienen las palabras del narrador a la salida de Sancho de la imaginada Barataria: “Sucedió, pues, que no habiéndose alongado mucho de la ínsula del su gobierno (que él nunca se puso a averiguar si era ínsula, ciudad, villa o lugar la que gobernaba) vio que por el camino por donde él iba venían seis peregrinos…” (II, 54). 2.3. EL TOPÓNIMO CERVANTINO. LA MARCA CÓMICA Y EL MARCO SOCIOLÓGICO 2.3.1. Es bastante evidente que la referida elección de topónimos manchegos no resulta aleatoria, sino que obedece a un criterio semántico conducente al escorzo conceptual y a la comicidad. Se ha visto, así, cómo el topónimo Tirteafuera designa el lugar del personaje Pedro Recio de Agüero, al que Sancho llamará Pedro Recio de Mal Agüero (v. 1.3.3.), empleando igualmente la forma toponímica con su propio valor significativo: “alborotose el doctor viendo tan colérico al gobernador y quiso hacer tirteafuera de la sala”, y del chancista labrador de Miguel Turra dirá: “¡otro tirteafuera tenemos!” (II, 47). En cuanto al ciudadrealeño Miguelturra, sin duda le ofrece a Cervantes posibilidades expresivas que no tiene el toledano Miguel Esteban, quizá no porque su segundo elemento de composición remita al verbo turrar ‘tostar o asar en las brasas’, sino al sustantivo regional turra ‘especie de tomillo muy nocivo para el DE LOS NOMBRES DE LUGAR 55 ganado’ (DRAE), tal vez también porque dicha forma tenía antiguo uso literario como apellido o apodo de rústico, pues ya aparece en la “Comedia hecha por Lucas Fernández en lenguaje y estilo pastoril, en la qual se introduzen dos pastores y dos pastoras y un viejo, los quales son llamados Brasgil y Beringuella y Miguelturra y Olalla, y el viejo es llamado Juanbenito” (Farsas, a1). También, aunque el toledano Tembleque seguramente nada tenga que ver con el apelativo tembleque ‘temblor’, la homonimia y el sentido de la segunda voz deben de ser el motivo del uso del topónimo por Sancho: “… que había ido por aquel tiempo a segar a Tembleque…”, repetido en la reconvención de don Quijote: “por vida vuestra, hijo, que volváis presto de Tembleque, y que sin enterrar al hidalgo, si no queréis hacer más exequias, acabéis vuestro cuento” (II, 31). Y la condición semántica, representativa o referencial que solía exigir Cervantes al topónimo, con frecuencia adaptada al argumento narrativo, expresamente la declara el autor en este pasaje de la historia de Amadís de Gaula: Y una de las cosas en que más este caballero mostró su prudencia, valor, valentía, sufrimiento, firmeza y amor, fue cuando se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer penitencia en la Peña Pobre, mudado su nombre en el de Beltenebros, nombre por cierto significativo y propio para la vida que él de su voluntad había escogido (I, 25). 2.3.2. Barataria es topónimo inventado al que Cervantes quiere darle sentido apropiado a la trama novelesca en la cual se inserta y a la que de alguna manera simboliza, como significativo será el de la ínsula Malindrania, ocasional invención cervantina de única aparición en el Quijote, imaginario nombre de lugar seguramente formado a partir de malandrín (Rico, 2004: I, 47). Así, pues, Cervantes lo mismo puede crear topónimos para no situar episodios, dejándolos en la pura indeterminación literaria, que evitar la nominación del lugar, cuando del relato se desprende que este era pequeño. Caso de aquel del que el autor no quería acordarse, lugar que al final de la novela se empareja como sinónimo de aldea, “subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea”, “déjate desas sandeces --dijo don Quijote--, y vamos con pie derecho a entrar en nuestro lugar” (II, 73); silencio onomástico que también se dará con el de don Diego de Miranda, “llegaron a la aldea y a la casa de don Diego” (II, 17), y con el de las bodas de Camacho: “era 56 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD anochecido, pero antes que llegasen les pareció a todos que estaba delante del pueblo un cielo lleno de innumerables y resplandecientes estrellas”, “no quiso entrar en el lugar don Quijote, aunque se lo pidieron así el labrador como el bachiller” (II, 19). Todo acorde con la mentalidad en la época vigente para un tratamiento de los nombres de lugar, similar al que en el Quijote apócrifo se verifica; incluso en la autobiografía de Jerónimo Pasamonte, que tantas localizaciones y dataciones de absoluta precisión ofrece, se evita el nombre de su pequeña localidad natal, aunque con datos más que suficientes para identificarla. Aparte de los nombres de lugar incluidos en refranes o dichos, por ejemplo “según él puso los pies en polvorosa y cogió las de Villadiego” (I, 21) y “no siendo más verdad que por los cerros de Úbeda” (II, 33), Cervantes solo nombra poblaciones pequeñas si le sirven como recurso literario, sobre todo para el juego irónico o cómico, y esto en el marco del gran conocimiento de la toponimia manchega que demuestra49. Pero cuando se trata de alabar la procedencia de un producto alimenticio es indiferente el tamaño de su lugar de origen: “aquí llevo una calabaza llena de lo caro, con no sé cuántas rajitas de queso de Tronchón” (II, 66), “¿este vino es de Ciudad Real?” (II, 13), “cada grano del grandor de un garbanzo de los buenos de Martos” (II, 38), “entregose en todo, con más gusto que si le hubieran dado francolines de Milán, faisanes de Roma, ternera de Sorrento, perdices de Morón o gansos de Lavajos” (II, 49). Todo esto, por cierto, en línea con el realismo de los recetarios de cocina y de las listas culinarias, que no faltan en la literatura del Siglo de Oro, así esta de Mateo Alemán con los escogidos frutos que alegraban la mesa del epicúreo cardenal romano (Guzmán, I, 428): Allí estaba la pera bergamota de Aranjuez, la ciruela ginovisca, melón de Granada, cidra sevillana, naranja y toronja de Plasencia, limón de Murcia, pepino de Valencia, tallos de las Islas, berenjena de Toledo, orejones de Aragón, patata de Málaga. A diferencia de lo que ocurre con los topónimos de menor entidad, se mencionan la ciudad de Vélez Málaga y la ciudad de Granada en la historia del Cautivo (I, 41), mientras que en las de Cardenio, Dorotea y Micomicona solo se insinúan datos sobre su localización en Osuna y se cita Málaga, en aparente equívoco de Dorotea, por 49 Aparte de las menciones toponímicas ya señaladas y de las frecuentes referencias a Toledo, están las del Campo de Montiel, Puerto Lápice, El Viso (del Marqués) y Quintanar (de la Orden), junto a las del herboso llano de Aranjuez y de las lagunas de Ruidera. DE LOS NOMBRES DE LUGAR 57 la ciudad ducal (I, 30). Excepcional es el caso de pormenor onomástico, de persona y de lugar, sin discriminación por la importancia del topónimo, en la aventura de los encamisados, cuando el eclesiástico derribado de su mula por don Quijote así satisface su pregunta: Con facilidad será vuestra merced satisfecho --respondió el licenciado--, y, así, sabrá vuestra merced que, aunque denantes dije que yo era licenciado, no soy sino bachiller, y llámome Alonso López, soy natural de Alcobendas, vengo de la ciudad de Baeza, con otros once sacerdotes, que son los que huyeron con las hachas; vamos a la ciudad de Segovia acompañando un cuerpo muerto que va en aquella litera (I, 19). El gusto cervantino por el empleo literario de los nombres de lugar lo lleva a enfrascarse en la enumeración de una serie de apodos gentilicios, en su intento de pacificar a los dos escuadrones de aldeanos enfrentados por el suceso de los rebuznos: Siendo, pues, esto así, que uno solo no puede afrentar a reino, provincia, ciudad, república, ni pueblo entero, queda en limpio que no hay para qué salir a la venganza del reto de la tal afrenta, pues no lo es; porque ¡bueno sería que se matasen a cada paso los del pueblo de la Reloja con quien se lo llama, ni los cazoleros, berenjeneros, ballenatos, jaboneros, ni los de otros nombres y apellidos que andan por ahí en boca de los muchachos y de gente de poco más a menos! (II, 27)50. Incluso se adentra Cervantes en la materia folclórica del tesoro escondido, cuando don Quijote concluye: “por donde conjeturo que el tesoro de la fermosura desta doncella le debe de guardar algún encantado moro, y no debe de ser para mí” (I, 17). Sin embargo, en esta cuestión no todo es mitificación y leyenda, sino que por debajo hay una realidad histórica con repercusiones arqueológicas y toponímicas que dan lugar a lo que he llamado “geografía del tesoro escondido” (1991: 211-212): tesoros y tesorillos que diversos avatares han ido sembrando por muchos lugares de España; a veces una simple moneda bastó y la imaginación popular hizo el resto. La expulsión de los musulmanes con la caída de Granada y la dispersión de los sublevados en las Alpujarras avivaron la fantasía del pueblo llano y menesteroso, y el exilio de los moriscos bajo Felipe III produjo casos reales, también imaginarios, de ocultamiento de caudales y joyas. Uno de ellos es el que literariamente reconstruye Cervantes con Ricote, el morisco vecino de Sancho y 50 En la edición de Rico se identifican las correspondientes poblaciones (I, 939, n. 25; II, 537, n. 939.25). 58 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD tendero de su lugar, que volvía a recoger la hacienda que había escondido antes de marchar al destierro: Ahora es mi intención, Sancho, sacar el tesoro que dejé enterrado, que por estar fuera del pueblo lo podré hacer sin peligro, y escribir o pasar desde Valencia a mi hija y a mi mujer, que sé que están en Argel, y dar traza como traerlas a algún puerto de Francia y desde allí llevarlas a Alemania, donde esperaremos lo que Dios quisiere hacer de nosotros (1172)51. 2.4. BARATARIA, FANTASÍA Y REALIDAD. APUNTES INDIANOS 2.4.1. El mismo nombre Barataria lleva impresa la marca de la distorsión de lo real en el cambio del sufijo tradicional del adjetivo baratero (de barato ‘fraude’), antiguo ‘engañoso, tramposo’, por el cultismo -ario/-aria. En su valoración de si al progreso del Estado lo beneficiaría más la sabiduría y espíritu crítico de sus elites o las minas de oro y plata de América el ilustrado Generés concluye (1996: 211): Por poco que se reflexione sobre la segunda hipótesi, se juzgará que es comparable a la fantástica idea de la isla Barataria, destinada por el gran Cervantes al fiel escudero de don Quixote, Sancho Panza. Demos pues por asentado que no son las minas la sólida riqueza de una nación, y desengáñenos el exemplo de nuestra España. Barataria representaba la utopía de un gobierno tantas veces prometido por don Quijote a Sancho, y el sueño desvanecido de este cuando la creía alcanzada (Santos, 2008). América fue terreno abonado para el delirio utópico de aventureros en quimérica busca de Dorados, Césares y Cíbolas, causa de pérdidas de energías y de vidas. Y el jesuita almeriense Murillo Velarde en 1752 achaca el fracaso colonizador de la alta California al desmedido afán por un enriquecimiento fácil en fabulosas regiones nunca halladas, febril ensoñación que compara con la barataria ínsula de Sancho: Ya se empezó a tratar esto por orden del Rey, pero todo se embarazó con la fantástica y perniciosa idea de las islas de Rica de Oro y Rica de Plata, que son a modo de la Barataria de Sancho Panza (Geographía, 184). En Indias caló la comparación del episodio de Barataria con empresas fantasiosas y abocadas a su ruina, lo que un culto bo51 De nuevo el encuentro de Sancho con Ricote y los peregrinos alemanes va en contra de la ubicación de Barataria en la zona de Pedrola, pues no es verosímil que por esos pagos anduviera el morisco para dirigirse a un pueblo manchego. DE LOS NOMBRES DE LUGAR 59 gotano expresa en carta de 1811 en la que alerta de los peligros que la incipiente independencia corría con la atomización de los focos insurgentes en Nueva Granada, y quizá no sea casual la elección del periódico bogotano que el remitente menciona por su comienzo fonético y por su significado en relación con el topónimo del Quijote: Aquí lo que menos se desea, o en lo que el pueblo jamás piensa, es en el tal Congreso. Los gobernantes como te he dicho tiemblan, y me parece que con declarar Santafé su independencia absoluta, y con una Bagatela chispera como suelen venir algunas, revienta la mina y vuelan los proyectos de soberanías sanchopancinas (Dos vidas, 292). 2.4.2. Pero en la América de las aventuras fantásticas y de tantos sueños rotos de conquistadores y colonizadores se hizo realidad la utopía de la ínsula cervantina, con su mismo título toponímico, en población cercana a Nueva Orleans fundada por Bernardo de Gálvez en torno a 1780 y poblada por canarios. El plano de las concessiones desde la ciudad de Nueva Orleans demarca el terreno de la Barataria indiana, “para establecer las familias de Canarias”, entre el lago Perrier y el Misisipi, uno de los establecimientos organizados por el ilustre militar andaluz para asentar el poder español en la Luisiana, otros serían Valenzuela, también de isleños, a orillas del gran río, o Nueva Iberia (New Iberia), a cargo de malagueños. Como en otras conflictivas partes de América se hizo, en La Española ante el francés y en la Banda Oriental del Uruguay contra la amenaza portuguesa. El ilustrado conde de Gálvez, que no tardaría en ser nombrado virrey de Nueva España, conocedor de las dificultades por las que atravesaba el dominio español en América, por el avivamiento de la identidad criolla y las apetencias de potencias extranjeras, “no dudó en utilizar uno de los pocos ejemplos que tenemos en la literatura española de urbanismo utópico: Barataria”; pero la de Luisiana tendría “un futuro asegurado por medio del buen gobierno (Conde de Gálvez), el trabajo de sus pobladores y la libertad de comercio” (Morales Folguera, 1985: 131-132, 139). Los avatares adversos que para la causa española siguieron pudieron desbaratar la arriesgada empresa de los emigrados isleños, pero sus raíces perduraron en el paradisiaco valle, cobijadas por el universal nombre de lugar cervantino. CAPÍTULO 3 HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE 3.1. LEER Y ESCRIBIR 3.1.1. Hablar de humanismo filológico casi es cometer una pleonástica redundancia, y aunque el pleno periodo renacentista había pasado ya cuando el Quijote se publica, el espíritu humanístico correspondiente al terenciano nihil humani a me alienum puto pervivió en muchos intelectuales españoles. En cualquier caso, la referencia filológica en relación a esta cumbre de la literatura universal es adecuada y necesaria, porque en ella se observan las huellas del pensamiento y del quehacer humanístico, pero al mismo tiempo las manifestaciones de ese espíritu en Cervantes han de contemplarse atendiendo a lo que era la formación escolar de su tiempo, y a la que él mismo recibió, así como al hecho de que leemos una obra de creación literaria y no un tratado erudito. El Renacimiento, que vino acompañado de la trascendental invención de la imprenta, trajo consigo no solo el resurgir de una latinidad filológicamente depurada, sino, como todo el mundo sabe, una atención nunca antes prestada al estudio, descripción y especulación sobre las lenguas vernáculas, nueva postura de los hombres de letras derivada del lugar central que el hombre pasó a tener en la ideología renacentista y del fundamental principio humanístico de la naturalidad: ¿y qué más natural podía haber en el hombre que su lengua materna52? Porque no será solo cuestión de 52 En el aspecto cultural, por supuesto, porque en el físico el cuerpo humano también fue objeto de descripciones y estudios, ganándose mucho en el conocimiento anatómico, sobre todo a partir de las autopsias de los cadáveres, práctica médica generalmente vista con horror en la Edad Media. El humanista, hombre del Renacimiento, se preocupa por todo lo que concierne al ser humano y a sus obras, y la lengua era carácter esencial del individuo fuera de la consideración teológica. Nebrija atiende al tratamiento gramatical y lexicográfico del castellano precisamente por su condición humanística. 62 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD que se publiquen gramáticas, diccionarios y ortografías, sino también manuales de escribientes y tratados caligráficos, aunque quizá más importante aún fue el hecho de que el interés por la lengua impregnara la mentalidad de los españoles cultivados, curiosos ya por las variedades sociales y geográficas de la lengua53, preocupados muchos también por elegir entre diferencias y variantes las que más convenían al modelo de los cultos, preferencias con las cuales se configuraba una cierta normatividad, fruto más del uso que de dictados de cualquier clase. Y en relación con ese buen hablar y escribir, castellano “cortesano” o “pulido”, estaba la preocupación por el estilo, como principio tomado de la retórica latina, pero impregnado de la estética y de las ideas humanísticas. Pero el buen uso idiomático llevaba consigo prestigio social para el individuo que lo había logrado y era medio, en muchos casos condición, para el ascenso social. Junto a los motivos culturales e ideológicos había, pues, razones prácticas para que la lengua y cuestiones con ella relacionadas se pusieran de moda en los medios cultivados, que no tenían por qué ser necesariamente ni de universitarios ni de gramáticos. No lo fue Juan de Valdés, en efecto, y sin embargo da muestras de una extraordinaria sensibilidad lingüística y de un buen conocimiento del español de su tiempo, quien cuando niega haber leído el nebrisense Arte de gramática castellana dice que es “porque nunca pensé tener necessidad dél”, e incluso, tratando de letras y pronunciaciones, irónicamente a sus contertulios les pregunta: “¿no os parece que podría passar adonde quiera por bachiller en romance y ganar mi vida con estas bachillerías?”, y de manera más burlesca aún les dice: “ni vosotros os podréis quexar que no os he dicho hartas gramatiquerías”, “podría también aprovecharme del origen de los vocablos, pero no quiero entrar en estas gramatiquerías”54. 53 También interesó la diversidad de lenguas, con consiguiente puesta en escena del mito babélico, así como la comparación entre lenguas, aunque la discusión generalmente cayera en el tópico de defender cuál de las romances era más “pura” en relación al latín. En América las necesidades comunicativas hicieron que se establecieran puntuales comparaciones entre determinados rasgos del español y de lenguas indígenas. Y, así, fray Alonso de Molina diría: “Y esta fue la confusión y división de las lenguas, para que donde antes era la lengua una, fuesse tanta la variedad y diversidad de los lenguajes, que los unos no se entendiessen con los otros. Pues si a un pecado que Dios con tanto rigor quiso castigar se dio por pena y castigo la confusión de las lenguas, señal es que este no es pequeño mal” (Vocabulario, Prólogo). Para lo que supuso el trasplante de la utopía y del mito cultural y lingüístico de Europa a Indias, véase Baudot (1983: 180, 184, 188, 190). 54 Diálogo, 74, 75, 101, 108. Véase también Gil Fernández (1981: 289-295), capítulo del “Vilipendio del gramático”. HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE 63 Tampoco profesó en la universidad ni fue gramático micer Gonzalo García de Santamaría, converso que antes y más extensamente que Nebrija había explicado el concepto de lengua compañera del imperio, y propuesto la preeminencia de la lengua de la corte, dando asimismo datos acerca de la diferenciación dialectal en los dominios de Castilla (Frago, 1993: 106-109). Y lo mismo que Aldrete tuvo en cuenta el hecho regional del castellano, antes se había ocupado de este fenómeno el vallisoletano Damasio de Frías en su Diálogo de las lenguas (Pensado, 1982: 190-196), como el canónigo sevillano Juan de Robles en un tratado asimismo en forma de diálogo consideraría algunos de los problemas que los andaluces tenían en la escritura derivados de su pronunciación dialectal55. En realidad, las cuestiones concernientes al lenguaje generalmente interesaban a los cultos y eran motivo de intensas discusiones entre los hombres de letras, recuérdese la disputa entre Fernando de Herrera y el Prete Jacopin, y es natural que la literatura se hiciera eco de esta problemática, convirtiendo en tópicos algunos de sus aspectos. Ya Nebrija, que señalaría el toledanismo de alfil ‘agüero’ y el uso de “orrio, en la Montañas”, al registrar voces de su tierra (alcaucil, alfajor, aljofifar, lama, orosuz, etc.), a veces notaba el regionalismo con in Baethica mea utuntur o in Baethica mea uocant. 3.1.2. Realmente son pocos los autores del Siglo de Oro que de una u otra manera no hacen tema literario de cuestiones referidas a la lengua. El mismo Mateo Alemán, que en su Guzmán de Alfarache reiteradamente se sirve de asuntos del lenguaje y del problema ortográfico con sus implicaciones fonéticas, sería capaz de publicar uno de los más notables e innovadores tratados de esta materia (Ortografía). Pero si semejante impregnación del tema lingüístico en el quehacer literario pudo darse, seguramente fue porque los gramáticos y otros tratadistas del género no acapararon la doctrina ni lograron el unánime acatamiento de las gentes cultas, pues todo lo concerniente a la lengua merced a todo tipo de lecturas, de suponer es que por medio oral también, se hizo lugar común para general aprovechamiento. Véase que, por ejemplo, la forma pero le sirve a Valdés para hacer un juego de palabras (Diálogo, 107): Pacheco. Assí es verdad, pero… Valdés. Esse pero, si no os lo quisiéredes comer, tragáoslo por agora, 55 Primera parte del “Culto sevillano” (Sevilla, 1631), Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla, ms. 82-3-24. Este erudito clérigo también hace continuas llamadas a una selección lingüística que rehuyera la oscuridad, ridiculizando el exagerado rebuscamiento cultista. 64 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD y Mateo Alemán, sin haber leído el texto valdesiano, también conseguirá sacarle punta literaria al doble valor, conjuntivo y sustantivo, de esta forma. Efectivamente, el escritor sevillano agudamente juega con la doble categoría de pero, empleándola primero como conjunción y luego en oposición a manzana como sustantivo, aprovechando la alusión bíblica y la mayor difusión y amplitud semántica de este término (general) frente al particular del de doble referencia (Guzmán, II, 54): Tenía las calidades que pide semejante plaza. Mas en medio della, en lo mejor de todo, estaba sembrado un pero. Manzana fue nuestra general ruina, y pero la perdición de cada particular. Es más, el propio Valdés no solo ironiza con las bachillerías y gramatiquerías, sino que juzga poco efectivo el adoctrinamiento gramatical en la lengua romance, “porque es la más rezia cosa del mundo dar reglas en cosa donde cada plebeyo y vulgar piensa que puede ser maestro” (Diálogo, 93), pues además es de la opinión de que la lengua materna no solo se aprende, sino que también se mejora, por el uso y no por el estudio de la gramática: Porque he aprendido la lengua latina por arte y libros, y la castellana por el uso, de manera que de la latina podría dar cuenta por el arte y por los libros en que la aprendí, y de la castellana no, sino por el uso común de hablar56. Y no por ilustrativo el caso de Juan de Valdés resulta ejemplo ni mucho menos único de esta postura antigramatical, que no solo responde a una situación muy real de la enseñanza en aquellos siglos, como Lázaro Carreter (1985: 189) puso de relieve cuando advirtió que hasta bien avanzado el XVIII “la enseñanza de la lengua española estuvo siempre limitada a la escuela, siendo… eminentemente práctica: los maestros se limitaban a enseñar a los niños a leer y escribir”, y esto porque “parecía absurdo dedicar algún tiempo a la enseñanza de esa especie de canto no aprendido que es el lenguaje, que el niño adquiere mientras juega con sus amigos, y que perfecciona en el trato social; no había que explicar sus re56 Diálogo, 43. Pero aunque en este pasaje el erasmizante conquense solo menciona el “uso común de hablar”, se entiende que está refiriéndose al de los mejores hablantes, al socialmente prestigiado, algo que en otros pasajes claramente expresa (“los que hablan bien”, “los hombres bien hablados”, “el bien hablar”), pero de su modelo lingüístico asimismo eran responsables “los que se precian de scrivir el castellano pura y castellanamente”, “los que scriven con cuidado”, “los más primos en el scrivir”. Como tantos otros autores del Siglo de Oro pensaron, según en otra parte he puesto de relieve (2002: 77-78). HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE 65 glas”. Así eran, pues, las cosas y no fueron pocos los que, como el humanista de Cuenca, dejaron escrita tan extendida opinión, Vicente Espinel entre ellos, quien ridiculiza las “bachillerías, llenas de ignorancias gramaticales”, así como las “muchas reglas, mal sabidas y peor enseñadas”, pues por abusar de ellas: realmente son culpados los maestros de las lenguas que se aprenden por reglas, porque faltaron los que las hablauan, porque las ordinarias fácilmente se aprenden con oyrlas a los que las hablan, y los que las aprenden para saberlas, y no para enseñarlas, con que entiendan el libro que les leyeren, sabrán más que sus maestros57. 3.1.3. Cervantes con toda seguridad aprendió en Madrid gramática latina, cuyo conocimiento era fundamental y previo a los estudios humanísticos58, circunstancia educativa que el de Alcalá trata en el Quijote a propósito del hijo del hidalgo del Verde Gabán (II, 16) y pone en boca del español Antonio, quien, dando cuenta de su persona, relata: Yo, según la buena suerte quiso, nací en España, en una de las mejores provincias della. Echáronme al mundo padres medianamente nobles. Criáronme como ricos. Llegué a las puertas de la gramática, que son aquellas por donde se entra a las demás ciencias. Inclinóme mi estrella, si bien en parte a las letras, mucho más a las armas (Persiles, 161). Con la alusión al gramático, es decir el maestro de latín, ironiza Cervantes ya en el prólogo de 1605, “y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy”, y luego saldrá a colación la gramática en el burlesco diálogo entre el bachiller Sansón Carrasco y Sancho Panza: Esos no son gobernadores de ínsulas --replicó Sansón--, sino de otros gobiernos más manuales, que los que gobiernan ínsulas por lo menos han de saber gramática. ----Con la grama bien me avendría yo --dijo Sancho--, pero con la tica ni me tiro ni me pago, porque no la entiendo (II, 3). Estas críticas hacia la excesiva erudición gramatical y latinizante 57 Relaciones, 26r-v. Indudablemente, para Espinel el latín era lengua de las que se aprendía por reglas, y el español se contaba entre las ordinarias, que “fácilmente se aprenden con oyrlas a los que las hablan”. 58 Márquez Villanueva rechaza la tradición de que Cervantes hubiera estudiado en Sevilla, pues fue “su único conocido maestro, el humanista y sacerdote Juan López de Hoyos”, negando “sus años de pretendida adolescencia (1563 y 1564)” en la capital andaluza, y se pregunta si “¿habrá dificultad en admitir que Cervantes fue en lo esencial un autodidacto?” (2005: 130-131). 66 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD no son sino una manifestación de lo que se había convertido en lugar común para muchos hombres de letras, y sin duda están en consonancia con el rechazo cervantino a la hojarasca de erudición libresca al uso que repudia en el primer prólogo del Quijote. Ahora bien, la formación escolar que en su juventud recibió Cervantes sin duda le resultó muy útil en su quehacer literario, y no solo por los latines con que de vez en cuando adereza su novela quijotesca, por lo general con intención cómica o burlesca (Rosenblat, 1995: 16-17), sino porque con la gramática latina se familiarizó con la retórica, de tanta utilidad para un escritor de la época, sobre todo si sabía servirse de ella con discreción, y tal fue el caso del autor del Quijote, y también con la etimología, disciplina provechosa para el manejo e invención de nombres “significantes”. Aunque en vida se le consideró “ingenio lego” a Cervantes, por no haber alcanzado grado universitario alguno, sin embargo su solidez intelectual está fuera de cualquier duda, pues, según Márquez Villanueva concluye su visión de esta faceta de la personalidad cervantina (2005: 73): Cervantes no es un filósofo, pero la obra imperecedera requiere la savia vital de su implantación armónica en un pensamiento sólido y de permanente valor humano. Es algo que a todo gran poeta parece venirle sin proponérselo y como si no le costara ningún trabajo, pero que tiene detrás muchas vigilias en que la chispa creadora salta al choque solo con el quehacer intelectual de los tiempos. Tantas y tantas de esas vigilias cervantinas sin duda estuvieron dedicadas a una lectura por la que el de Alcalá se sintió fuertemente acuciado, declarada por medio del narrador, que, en primera persona, dice: “estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía y vile con caracteres que conocí ser arábigos” (I, 9). Los humanistas sintieron auténtica pasión por la lectura, en la que tanto encontraron la mejor y más abundante fuente de conocimientos como sosiego para el espíritu, lo que Maquiavelo, perdida su influencia política y retirado en sus posesiones rurales de Sant’Andrea in Percussina, con hermosas palabras en carta a Francesco Vettori del 10 de diciembre de 1513 declara haber leído en su destierro campesino a autores como Tibulo y Ovidio, Dante y Petrarca (Granada, 1997: 14): HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE 67 Llegada la tarde, vuelvo a casa y entro en mi escritorio. En el umbral me despojo de la ropa de cada día, llena de fango y porquería, y me pongo paños reales y curiales. Vestido decentemente entro en las antiguas cortes de los antiguos hombres, donde --recibido por ellos amistosamente-- me alimento con aquella comida que es verdaderamente solo mía y para la cual nací. No me avergüenzo de hablar con ellos y de preguntarles la razón de sus acciones y ellos por su humanidad me responden; durante cuatro horas no siento pesar alguno, me olvido de todo afán, no temo la pobreza, no me acobarda la muerte: todo me transfiero en ellos. 3.1.4. La lectura y el lector son motivos de frecuentes menciones en el Quijote, con importante peso argumental también. Con gran realismo se describe la escena en la que el semialfabetizado cuadrillero “sacando del seno un pergamino, topó con el que buscaba, y poniéndosele a leer de espacio, porque no era buen lector, a cada palabra que leía ponía los ojos en don Quijote y iba cotejando las señas del mandamiento con el rostro de don Quijote, y halló que sin duda alguna era el que el mandamiento rezaba” (I, 45). Claro está que Grisóstomo, “un hijodalgo rico” que “había sido estudiante muchos años en Salamanca”, había de tener en su lugar “opinión de muy sabio y muy leído” (I, 12), y es natural que leyera Vivaldo, uno de los “dos gentileshombres de a caballo” que acudían al entierro de Grisóstomo (I, 13), y para la época era asimismo normal que una dama como Dorotea, hija de “labradores, gente llana, sin mezcla de alguna raza malsonante y, como suele decirse, cristianos viejos ranciosos, pero tan ricos, que su riqueza y magnífico trato les va poco a poco adquiriendo nombre de hidalgos, y aun de caballeros”, de sí diga que “me acogía al entretenimiento de leer algún libro devoto, o a tocar un harpa” (I, 28), como después asegurará que “ella había leído muchos libros de caballerías y sabía bien el estilo que tenían las doncellas cuitadas cuando pedían sus dones a los andantes caballeros” (I, 29), aunque esta aseveración desde el punto de vista argumental seguramente supone una incoherencia narrativa de Cervantes, tal vez como la de que Leonela, doncella de Camila, pudiera decir “de coro” todo un abecé amoroso (cfr. 3.2.1.)59. 59 Efectivamente, y como el anotador de la ed. Rico señala, “antes, Dorotea había dicho que solo leía libros devotos” (I, 367, n. 13). Y no se cohonesta con la línea denigratoria de las novelas de caballerías que en el Quijote se mantiene el que el cura, principal actor del escrutinio de la biblioteca del hidalgo manchego, concluya con un aprobatorio o utilitario “pues no es menester más…” cuando Dorotea presume de esa clase de lecturas. Pero ya se sabe que no son raras incongruencias como esta en la, sin embargo, gran novela cervantina. 68 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD En cualquier caso, la mujer desde mucho antes, aunque minoritariamente, había entrado en el número de los que leían y escribían, y así Juan del Encina compondría un abecedario “a una dama que le pidió una cartilla para aprender a leer”, bien es verdad que tal petición no deja de ser excusa para que el poeta componga unos versos en los que el tema ortográfico, con innovadoras percepciones fonéticas de las grafías, se complementa con el del amor cortés: porque creo que burláys y es razón que no lo crea: no ay cosa que buena sea que vos ya no la sepáys60. Y Bartolomé de Torres Naharro, aunque se hace eco de la negativa situación de la mujer para hacer literatura y publicarla: Pues vengamos a sentir quáles nos pornían ellas si caso fuesse que a ellas fuesse dado el escrevir61, pues sin duda a la cuestión editorial se refieren estos versos, una de las epístolas de su libro la dirige un galán a su dama a la que reprocha: 60 En la línea de Nebrija, que procura atender a la pronunciación en su ortografía, de acuerdo con lo cual el humanista andaluz propone escribir m ante b y p, en lugar de n, de tanto uso medieval, Encina al decir “la z, zelo y afición” está afirmando la igualdad fónica de los sonidos anteriormente correspondientes a la z y a la c; y describe la aspiración en los versos “y es la h el sospirar / que siempre, siempre os embío” (Cancionero, 70r). Aunque en la ed. Rico se dice que el alfabeto amoroso “más célebre es el que aparece en Lope de Vega” (I, 440, n. 40), no es comparable al salmantino de 1496, que no se cita. Pero en Lope son dos los alfabetos, el que Peribáñez dedica a Casilda, de 21 letras y por cierto sin la y griega, y el que esta le devuelve, de 19 (Peribáñez, 69-72). 61 Propaladia, en jornada II de Seraphina. En La elección de los alcaldes de Daganzo el bachiller Pesuña le pregunta a Humillos si sabe leer, y este presume de iletrado y es mordaz con las mujeres lectoras: No, por cierto, ni tal se probará que en mi linaje haya persona tan de poco asiento, que se ponga a aprender esas quimeras, que llevan a los hombres al brasero y a las mujeres, a la casa llana, pero es evidente aquí el estereotipo literario, con el problema inquisitorial y la misoginia al fondo (Cervantes, Entremeses, 73). HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE 69 y no quieres ver mis cartas ni tomallas en tus manos62. En el siglo XVI no serán pocas las mujeres alfabetizadas, y no solo las de alcurnia, sino también de diversa, incluso humilde, condición social63, y a mediados de esta centuria el bigardo fraile Orellana testimonia casos de muchachas conquenses de buena familia que se esforzaban en aprender a escribir o que leían las cartas que desde la prisión les dirigía, a una de las cuales le da instrucciones para “escrevir secreto” (Cautiverio, 91, 100, 151). Por lo general, en los textos epistolares femeninos se observa que sus autoras habían recibido una instrucción distinta a la de los varones de su entorno familiar y social, y esto tanto en España como en América, así durante siglos. De una rica familia cuzqueña de principios del XVIII eran los hermanos Juana y Pedro de Oquendo; pues bien, Pedro, abogado de profesión, escribe una carta con mejor caligrafía y corrección que la de su hermana, aunque la de esta tampoco sea de bajo nivel cultural64. En el Quijote lee Dorotea, igual que Luscinda, quien pide prestado a Cardenio “un libro de caballerías en que leer, de quien era ella muy aficionada, que era el de Amadís de Gaula” (I, 24), con más razón aún la duquesa, cuya dueña doña Rodríguez de su hija dirá que “lee y escribe como un maestro de escuela y cuenta como un avariento” (II, 48), y de la sobrina de don Quijote en el expurgo libresco se da a entender que estaba alfabetizada, y explícitamente lo afirma el hidalgo manchego al decir “que en viéndola (la libranza pollinesca) mi sobrina no pondrá dificultad en cumplilla” (I, 25). La divisoria sociocultural está marcada de un lado por Teresa Panza y Sanchica, iletradas, como la mujer e hija del ventero andaluz con su criada Maritornes, pero estas con gusto por oír la lectura común en la venta, así como en la advertencia que la muchacha recibe de su madre: “calla, niña --dijo la ventera--, que parece que 62 Propaladia, en la segunda de las Epístolas familiares. Publiqué en facsímil la carta autógrafa de una monja originaria de Ayamonte y escrita en Sevilla el año 1596 (1993: 44). Muchas de las misivas enviadas desde América por emigradas andaluzas son dictadas, pero también se encuentran originales, así dos que desde México dirigió Juana Bautista a su hermana Marina de Santillán, residente en Sevilla, el 18 de marzo de 1572 y el 21 de febrero de 1574, respectivamente: Archivo General de Indias (AGI), Indiferente General, legajo 2056. 64 Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Pleitos Civiles, Pérez Alonso, Olvidados, caja 187-2. 63 70 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD sabes mucho destas cosas, y no está bien a las doncellas saber ni hablar tanto” (I, 32)65. Es natural que como Grisóstomo leyeran Cardenio y el cautivo, e incluso el paje ducal que lleva la carta de doña Casilda a Teresa Panza: “no hay para qué se llame a nadie, que yo no sé hilar, pero sé leer y la leeré” (II, 50); como en el verismo histórico entra que fueran analfabetos Sancho y el ventero andaluz. Pero en el siglo XV, y señaladamente por iniciativa de los Reyes Católicos, se establecen en muchos lugares escuelas de primeras letras en romance66, de donde se seguiría un ensanchamiento cada vez mayor de la comunidad lectora, circunstancia a la que hace referencia don Quijote cuando aconseja a Sancho que la libranza de los pollinos que iba a escribirle “en el librillo de memoria que fue de Cardenio”: tú tendrás cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra, en el primer lugar que hallares donde haya maestro de escuela de muchachos, o, si no, cualquiera sacristán te la trasladará, y no se la des a trasladar a ningún escribano, que hacen letra procesada, que no la entenderá Satanás (I, 25). Por eso en absoluto resulta chocante que el ventero andaluz diga que “cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer” (I, 32). Efectivamente, la lectura y la escritura se habían extendido mucho a principios del siglo XVII entre gentes populares, naturalmente por comparación a épocas anteriores, pues aún quedaban nutridas masas de analfabetos, y el manejo de fuentes de archivo da muchas pruebas de ello. Pero es la correspondencia de los emigrados a Indias en los siglos XVI y XVII donde con la mayor riqueza de datos se puede apreciar el dominio de la escritura en la España de la época, pudiéndose advertir que se hallaba más extendida de lo que suele pensarse, y entre no pocos individuos de bajo nivel sociocultural, situación sobre la que Cervantes apunta un indicio cuando Teresa “dio un bollo y dos huevos a un monacillo que sabía escribir” para 65 Estas tres mujeres y el ventero “escuchan” las lecturas de algún segador en la venta, “y rodeámonos dél más de treinta y estámosles escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas” (I, 32). 66 Los libros de repartimientos del reino de Granada después de su reconquista abundan en dotaciones económicas para el establecimiento y mantenimiento de estas escuelas, y también estaban los que establecían su propio negocio escolar o enseñaban a domicilio. HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE 71 que le redactara dos cartas, “una para su marido y otra para la duquesa” (II, 50)67. 3.1.5. Otra cosa es que la ficción lleve a manifiestas exageraciones en esta cuestión, pero no resultan engañosas para el lector mínimamente avisado, pues responden a clichés literarios bien conocidos y sus claves fácilmente se descubren en la misma contextualidad. Es lo que se verifica a propósito de la “nueva y pastorial Arcadia” que amo y escudero encontraron en bosque próximo al castillo ducal aragonés, formada por habitantes de “una aldea que está hasta dos leguas de aquí”, todos, como no podía de otra manera ser, “gente principal y muchos hidalgos y ricos”, “vistiéndonos las doncellas de zagalas y los mancebos de pastores”, dicen, y que “traemos estudiadas dos églogas, una del famoso poeta Garcilaso, y otra del excelentísimo Camoes en su misma lengua portuguesa”, las dos muchachas que en la idílica floresta se hallaban conocedoras del primer libro quijotesco, así como el hermano de una de ellas, “el gallardo pastor”, que a don Quijote confiesa “haber leído su historia” (II, 58). Aunque no en igual grado, idealizados están los pastores que acompañarán a don Quijote al entierro de Grisóstomo, cuyo cuerpo muerto “alrededor dél tenía en las mesmas andas algunos libros y muchos papeles, abiertos y cerrados” (I, 13), particularmente el cabrero Antonio del que sus compañeros dicen que “es un zagal muy entendido y muy enamorado, y que, sobre todo, sabe leer y escrebir y es músico de un rabel, que no hay más que desear” (I, 11). Y a la idealización pastoril se debe, más aún, la estampa de Eugenio, que cuenta la historia de su amada Leandra, por supuesto también lector, “a lo que se lee en los libros de caballeros andantes” dice, el cual era “tan lejos de parecer rústico cabrero cuan cerca de mostrarse discreto cortesano” a juicio del canónigo toledano, quien “así, dijo que había dicho muy bien el cura en decir que los montes criaban letrados” (I, 52)68. Se conjuga aquí, pues, el asendereado género literario con el lugar común sociocultural, pues poco antes se presenta a dicho pastor “dándole voces a una cabra” y “diciéndole palabras a su uso, para que se detuviese o al rebaño volviese”, pala67 Un muestreo de misivas autógrafas de vascongados, castellanos, extremeños y andaluces, de entre tantas otras que cabría presentar, puede consultarse en mi libro de 1999. 68 Del mismo cabrero Eugenio había dicho el cura “que ya yo sé de esperiencia que los montes crían letrados y las cabañas de los pastores encierran filósofos” (I, 50). 72 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD bras que por supuesto no aparecen en la narración, y sí un razonamiento del mejor nivel retórico (I, 50). Especial mención merece el caso de la dueña del corazón de don Quijote, de la que este, sorprendentemente, descubre que “a lo que yo me sé acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer” (I, 25), pasaje que el anotador de la ed. Rico explica así: “Se ha notado al propósito que saber leer y escribir podía incluso ser interpretado como un desdoro” (I, 309, n. 82), pero esto lo dice el caballero andante justamente después de afirmar que su sobrina sí sabía. Esta anotación sí conviene al reproche que la mujer del ventero andaluz le hace a su hija, por referencia a Dulcinea no corresponde al argumento de la novela, en el que todas las damas son instruidas, ni al empeño de don Quijote en enviarle una misiva, preguntándole luego a Sancho: “¿qué rostro hizo cuando leía mi carta?” (I, 30). En este punto las incoherencias narrativas se suceden, sin descartar aquí un rasgo de comicidad, pues mientras don Quijote insta a Sancho que no le mienta, confesando este no haber llevado la carta y el caballero andante que ya lo sabía, a continuación el amo le preguntará al escudero: “cuando le diste mi carta, besola?”, respondiéndole Sancho que Dulcinea le había dicho: “poned, amigo, esa carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí está”, y argumentando don Quijote: “eso debió de ser por leerla despacio y recrearse con ella”. En pura lógica, de estos pasajes se desprendería que Dulcinea sabía leer, algo que parece corroborar a continuación don Quijote al inquirir sobre “¿qué hizo cuando leyó la carta?”, aunque concluyentemente “la carta –dijo Sancho– no la leyó, porque dijo que no sabía leer ni escribir, antes la rasgó y la hizo menudas piezas, diciendo que no la quería dar a leer a nadie” (I, 31). Y necesariamente había de ser letrada Dulcinea, aunque solo fuera porque para don Quijote “su calidad por lo menos ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía” (I, 13). Ahora bien, estas páginas del Quijote constituyen un verdadero quid pro quo desde el punto de vista argumental, incongruencias que en el conjunto de la novela quijotesca solo llaman la atención por su enrevesamiento en tan corto espacio textual, y por la chocante atribución de analfabetismo de don Quijote a Dulcinea en una ocasión. Aunque, bien mirado, alguna coherencia puede descubrirse en esta puntual coincidencia entre don Quijote y Sancho respecto del analfabetis- HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE 73 mo de Dulcinea, pues el caballero andante lo afirma cuando también le revela al escudero la condición rústica de su amada, como hija que era de Lorenzo Corchuelo y de Aldonza Nogales. Parece ser, pues, que el realismo social, aunque literaturizado, le desbarató los papeles a Cervantes en este punto de su novela. A las lecturas y saberes de las mujeres que desfilan por las páginas del Quijote ha dedicado un documentado estudio Marín Pina (2005). 3.2. LA ERUDICIÓN Y SUS TÉRMINOS 3.2.1. El ambiente acusadamente filológico, que el humanismo tanto favoreció, en la literatura dejó abundante cosecha terminológica, y algunas voces de raigambre cultista incluso llegaron a hacerse del todo populares. Un ejemplo de ello es retórica, que en plural tomó el significado familiar de ‘sofisterías o razones que no son del caso’ (DRAE), en el español regional de Aragón popularmente alterado en retólicas. Pues bien, en el Quijote encontramos este término tanto con su sentido especializado, incluso fonéticamente ultracorrecto, “¿y qué mayor (disparate) que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo rectórico, un paje consejero…” (I, 48), como con acepción y forma ya popularizadas: “las mozas, que no estaban hechas a oir semejantes retóricas…” (I, 2), “el ventero, por verle ya fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con más breves palabras…” (I, 3), “yo no os entiendo, marido –replicó Teresa--: haced lo que quisiéredes y no me quebréis más la cabeza con vuestras arengas y retóricas” (II, 5). La expansión de la lectura, con el consiguiente aumento del número de los que escribían, además del preponderante papel que la imprenta cobró en la difusión científica y cultural, y el mismo impulso humanístico al estudio de las lenguas vulgares, no solo conllevaron el interés por la ortografía de gramáticos y otros tratadistas, sino que derivaron en una creciente divulgación de la letra en la fraseología común. La expresión actual llámalo hache, fundada en el doble valor e irregular uso que tuvo la h, ya era popular en el siglo XVII con la variante llámese ache ‘es lo que no importa que lo nombremos desta o de otra manera’, recogida por Correas (Refranes, 754). Y el dicho no saber jota nada menos que ya está en Torres Naharro, “desto ño sabréys vos jota”, con similar mención y senti- 74 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD do por referencia a la g: “y zagal soy bien sabido / y hasta la g he aprendido”69. Tanto el simbolismo de las letras, como los sentidos figurados que en el habla común adquirieron, en muchos autores del Siglo de Oro se hicieron corrientes motivos literarios, de manera muy marcada en Gracián (Frago, 2004b: 13-17). En el Quijote se halla un alfabeto amoroso en la tradición del que Juan del Encina puso en verso, con las sucesivas letras iniciales de distintas palabras, la o de honesto porque la h no se pronunció o porque en el original no figurara, y aunque el de Cervantes no tiene la perfección del ideado por el poeta salmantino, es muestra de la implicación de la ortografía en la literatura traída por el humanismo renacentista. Se trata, pues, de la sarta de alabanzas que Leonela dedica a Lotario: Él es, según yo veo y a mi me parece, agradecido, bueno, caballero, dadivoso, enamorado, firme, gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, noble, honesto, principal, quantioso, rico y las eses que dicen, y luego tácito, verdadero. La x no le cuadra, porque es letra áspera; la y ya está dicha; la z, zelador de tu honra. Riose Camila del abecé de su doncella y túvola por más plática en las cosas de amor que ella decía… (I, 34)70. Son 22 letras en Cervantes y 24 en Juan del Encina. En este la l es de lealtad, la n de nobleza, la z de zelo; en el Quijote, respectivamente leal, noble, zelador, y a la x “áspera” en el anterior corresponden los versos: y es la x, si miráys diez mil xaques descubiertos que son mates más que muertos que con la vista me days. En el Quijote la y “ya está dicha” es variante de la i, en el Cancionero de 1496 claramente la pitagórica: Y la y, que no se yguala nadie a vuestra perfeción. Pero si expresamente en el Quijote no se da ningún relieve a esta letra, en opinión de Rico se “plantea el tema de la Y pitagórica, o 69 Propaladia, en Égloga o farsa del Nascimiento…, en la qual se introduzen tres pastores y un hermitaño. 70 En misiva a una dama conquense hacia 1550 fray Pedro de Orellana le dice: “Començé ayer viernes con un abc qu’en alabança de mi señora hize, mas estoy tan triste y flaco que luego me canso” (Cautiverio, 151). Se trataría de un abecé amoroso semejante al de Juan del Encina. HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE 75 sea, la comparación de la vida humana con un camino que se bifurca en una senda ancha y otra angosta” (I, 851, n. 55), a propósito del consejo de don Quijote a don Lorenzo sobre “dejar a una parte la senda de la poesía, algo estrecha, y tomar la estrechísima de la andante caballería” (II, 18), también en alusión al pasaje “que la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio, ancho y espacioso” (II, 6), tema que Egido desarrolla en relación con la encrucijada de caminos, tópico universal, donde el caballero andante deja que Rocinante decida, tomando la senda más fácil, “que fue el irse camino de su caballeriza”, dando así Cervantes un inusitado giro al tópico de “encrucijadas, Y pitagóricas y bivios humanos que simplificaban en la elección dual el camino de la existencia” (2007: 42-44). En el discurso de su recepción académica esta estudiosa ofrece una profunda visión de la presencia simbólica de la letra de Pitágoras en la cultura clásica (2014). Ciertamente, la y fue signo de gran uso en la escritura medieval, frecuentemente adornado por un trazo curvo superpuesto, ornamentación que duraría siglos mediante un punto sobre cada astil o uno entre ellos, que aún se hallaría en Francisco de Goya o en Rubén Darío, siempre letra mítica, pues, y mantenida hasta bien entrado el siglo XX, a pesar de cánones ortográficos. En el Quijote lo ideal y lo real se combinarían en los distintos pasajes considerados por Rico y Egido, aunque lo cierto es que en su abecé la y griega está subsumida en la i latina. De todas maneras, incluso nominalmente Mateo Alemán muy poco antes se había referido expresamente al simbólico signo gráfico, lo que no hace Cervantes en su novela, al describir el fabuloso monstruo nacido en Rávena el año 1512 poco antes de su saqueo: “Faltábale los brazos y diole naturaleza por ellos en su lugar dos alas de murciélago. Tenía en el pecho figurado la Y pitagórica y en el estómago hacia el vientre una cruz bien formada” (Guzmán, I, 119). La mención del punto como señal de precisión, resultante de su empleo como rasgo ortográfico y de la por entonces generalizada superpuntuación de la i, de donde el dicho poner los puntos sobre las íes, se encuentra hecho uso común y de acepción figurada en Cervantes, “ahí está el punto --respondió don Quijote-- y ésa es la fineza de mi negocio” (I, 25), igual que los derivados puntoso (II, 1) o puntuoso (II, 50), así como la expresión andar en puntillos: “el discreto y cristiano no ha de andar en puntillos con lo que quiere hacer el cielo” 76 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD (II, 58). Y procedentes de tilde se registrarán atildadura (II, 47) y atildar (II, 66)71. Esto también se descubre en los ambientes cultos de la América hispana, verbigracia con los siguientes versos de una chanzoneta a los maitines de San Pedro de la catedral de México, de 1654 (Beuchot, 1997: 162): Reparando de la vida comas, ápices y tildes, ya Valerios por lo flaco, ya Escotos por lo sutiles. 3.2.2. Como sinónimos se emplean en el Quijote los verbos traducir (con el sustantivo traducción) y volver, este con la marca prepositiva en: “fue felicísimo en la tradución de algunas fábulas de Ovidio” (I, 6), “prometió de traducirlos bien y fielmente” (I, 9), “poco a poco lo fue traduciendo” (I, 40), “lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua” (I, 6), “volviendo de improviso el arábigo en castellano” (I, 9). Y también sinonímicamente se registran en el Quijote los nombres intérprete y traductor referidos al morisco del que se sirvió el narrador para enterarse del contenido de los cartapacios de Toledo: “y puesto que aunque los conocía no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese” (I, 9); “llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo…”, “por este modo de hablar, y por lo que más abajo dice Sancho, dijo el tradutor desta historia que tenía por apócrifo este capítulo” (II, 5). Suficientes son estas citas para demostrar el interés que Cervantes sentía por las buenas traducciones, sabedor de los problemas que suponía la versión de una lengua a otra, en poesía principalmente, y en especial le duelen las malas versiones de Ariosto. En toda esta cuestión digno de notarse igualmente es el verismo con que nuestro autor pinta la actitud reflexiva del renegado ante el “papel morisco” de Zoraida mientras para sus adentros lo traducía, el cual “abriole, y estuvo un buen espacio mirándole y construyéndole, murmurando entre los dientes” (I, 40). Sabemos que Cervantes estaba familiarizado con todo tipo de documentos, privados y públicos, y él mismo redacta memoriales y relaciones de gastos, firma poderes y contratos. De propia expe71 “Las subtilizaron y atildaron” en Cervantes (Entremeses, Prólogo, 9); asimismo “cumpliráse al pie de la letra, sin que falte una tilde” y “no se meta en puntillos” (Rinconete, 68). HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE 77 riencia conocía muy bien lo que era una carta de pago, y una libranza, con la que en el Quijote juega como sinónimo de cédula ‘documento en que se reconoce una deuda u otra obligación’ (DRAE), de la cual se da un modelo burlesco que según Sancho forzosamente se había de firmar y rubricar, aunque don Quijote asegura que sola su rúbrica bastaba (I, 25). Asimismo se mencionan la carta misiva, y el librillo (o libro) de memoria, junto a los términos escriturarios de borrador, bosquejo, notar ‘dictar’ y trasladar ‘copiar’, que se debía hacer de buena letra y no con la letra procesada de ningún escribano, “que no la entenderá Satanás” (I, 23, 25, 40)72. 3.2.3. Un ejemplo de la erudición cervantina en materia de lenguaje presenta diversas caras, una de las cuales tiene que ver con el perfeccionismo del de Alcalá en su conocimiento y manejo del léxico, manifiesto por ejemplo en esta relación de instrumentos musicales: ¡Válame Dios –dijo don Quijote--, y qué vida nos hemos de dar, Sancho amigo! ¿Qué de churumbelas han de llegar a nuestros oídos, qué de gaitas zamoranas, qué de tamborines y qué de sonajas y de rabeles! Pues ¡qué si destas diferencias de músicas resuena la de los albogues! Allí se verá casi todos los instrumentos pastoriles… La consiguiente intervención del escudero, “¿qué son albogues --preguntó Sancho--, que ni los he oído nombrar, ni los he visto en toda mi vida?”, da pie al autor para satisfacer su afición por la definición de las palabras: Albogues son --respondió don Quijote-- unas chapas a modo de candeleros de azófar, que dando una con otra por lo vacío y hueco hace un son, que, si no muy agradable ni armónico, no descontenta y viene bien con la rusticidad de la gaita y del tamborín, para de ahí pasar a una auténtica lección sobre el arabismo en nuestra lengua: Y este nombre albogues es morisco, como lo son todos aquellos que nuestra lengua castellana comienzan por al, conviene a saber: almohaza, almorzar, alhombra, alguacil, alhucema, almacén, alcancía y otros semejantes, que deben ser pocos más; y solos tres tiene nuestra lengua que son moriscos y acaban en í, y son borceguí, zaquizamí y maravedí; alhelí y alfaquí, tanto por el al primero como por el í en que acaban, son conocidos por arábigos (II, 67). 72 También librillo de memoria y libro de memoria (Rinconete, 28, 67, 72). 78 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD Naturalmente, no deja de ser argumentalmente interesada la quijotesca excusa final de que “esto te he dicho de paso, por habérmelo reducido a la memoria la ocasión de haber nombrado albogues”, como seguramente forzada es la pretendida ignorancia sanchesca del referido instrumento, desencadenante de estos eruditos pasajes73. En materia lingüística Cervantes sobradamente destaca por su conocimiento y manejo del léxico, a menudo para el juego literario, y también como muestra de su prestancia cultural, pues para el humanista era señal de distinción saber de las cosas del lenguaje. A veces ocurre que se refiere un objeto sin nombre preciso, y el crítico actual duda en su comprensión por creerlo solo de uso antiguo, y es lo que sucede a propósito de la siguiente cita de la carta de Sancho a don Quijote: “Quisiera enviarle a vuestra merced alguna cosa, pero no sé qué envíe, si no es algunos cañutos de jeringas que para con vejigas los hacen en esta ínsula muy curiosos”, interpretado en la ed. Rico “parece referirse a los tubos y odres de las gaitas de fuelle” (II, 51, n. 34). Sin embargo, no es probable que el regalo de semejante instrumento pudiera estar en la mente del gobernador baratario ni en sus gustos y costumbres, sino la humilde vejiga del cerdo sacrificado puesta a secar entre salvado o afrecho, con la que los muchachos rurales hasta hace poco han jugado a hincharla soplando por un canuto, como el ‘cañoncito delgado’ del tubo de la jeringa. Esto es sin duda lo que Sancho “le manda jocosamente al cuaresmal don Quijote” en un momento carnavalesco más de la narración de su gobierno insular (Redondo 1978: 62), la vejiga porcina con su canuto, que serviría de diversión a la gente menuda, pues aunque dicho estudioso no identifica el objeto en cuestión, este es el que cuadra con el espíritu y la letra del envío epistolar de Panza. 3.3. MUESTRAS FORMULARIAS 3.3.1. Cervantes concede mucho valor al buen uso de la lengua hablada en la modulación del estilo y de la “norma”, pero más 73 Aunque la definición que Covarrubias da a albogue, ‘es cierta especie de flauta o dulçaina de la qual usavan en España los moros especialmente en sus çambras’, parece indicar el arcaísmo de la voz, la que ofrece para alboguero está en presente, ‘el que tañe esta flauta’, añadiendo además un refrán con este término (Tesoro, 67). Esto, las entradas albogue, albogón y alboguero del Autoridades y, sobre todo, la precisa descripción del instrumento por don Quijote con referencia a su uso pastoril, hace poco verosímil su desconocimiento en Sancho, a buen seguro motivo inducido para las explicaciones lingüísticas que a su pregunta siguen. HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE 79 todavía a la lengua escrita, y con palabras significativas lo afirma: “porque, aunque pusieron silencio a las lenguas, no le pudieron poner a las plumas, las cuales con más libertad que las lenguas suelen dar a entender a quien quieren lo que en el alma está encerrado” (I, 24), y es lo que parece querer dejar sentado el escudero con frase hecha del antiguo lenguaje forense cuando discutiendo de modismos lingüísticos con don Quijote recuerda la opinión de su mujer: “Teresa dice --dijo Sancho-- que ate bien mi dedo con vuestra merced, y que hablen cartas y callen barbas” (II, 7). No es de extrañar, así, que aparezca el dicho dejarse algo en el tintero, cuando el atemorizado Sancho le pregunta a su amo “¿si será este, a dicha, el moro encantado, que nos vuelve a castigar, si se dejó algo en el tintero?” (I, 17). En ocasiones el dominio que Cervantes tiene de estilos especiales es tal que avasalla al que sería propio de sus personajes, como ocurre, y así se ha notado, con la fórmula de las cartas requisitorias civiles que Sancho le espeta al escudero del Caballero del Bosque: “desde ahora intimo a vuestra merced, señor escudero, que corra por su cuenta todo el mal y daño que de nuestra pendencia resultare” (I, 806-807, n. 43), y hasta el muchacho del retablo de Melisendra alardea de retórica judicial: “porque entre los moros no hay traslado a la parte ni a prueba y estese, como entre nosotros” (II, 26). Curiosamente es en las intervenciones de Sancho, rústico analfabeto en el argumento novelesco, donde particularmente se reiteran expresiones y términos propios del lenguaje forense, también en “él me llevó por esos mundos, y vosotras os engañáis en la mitad del justo precio” (II, 2), mostrándose alguna vez experto en las prácticas mercantiles y notariales: “la libranza forzosamente se ha de firmar, y esa, si se traslada, dirán que la firma es falsa y quedaremos sin pollinos” (I, 25). El recurso a términos forenses es corriente en la literatura, y entre los que Encina emplea está la siguiente mención: “¡O gran don / de carta de fin y quito / para nuestra redención!” (Cancionero, 107r). Quizá resultarían graciosas al lector de la época esas notas de saber jurídico en boca de un personaje como Sancho, y la comicidad se hace chocarrera mediante los siguientes trueques léxicos de gata por rata y de revolcar por revocar: “que no querré que se aprecie lo que montare la renta de la tal ínsula y se descuente de mi salario gata por cantidad”, “y, así, no hay más que hacer sino que vuestra merced ordene su testamento, con su codicilo, en modo que no se pueda revolcar” (II, 7). Al final de su vida don Quijote otorga 80 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD testamento, de perfecto formulismo en cuanto a “las mandas”, con las digresiones narrativas propias del caso, tras haber entrado en la habitación del enfermo “el escribano con los demás” testigos y albaceas, “después de haber hecho la cabeza del testamento”. Y, una vez cerrado, murió don Quijote tres días después, “viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio…” 3.3.2. Paradigmático ejemplo de transferencia estilística de este tipo es el protagonizado por Dulcinea, a la cual, a pesar de ser considerada iletrada por amo y escudero, el narrador le atribuye una fórmula casi literal del lenguaje epistolar, generalmente empleada en la despedida, pues en estilo indirecto Sancho le cuenta a don Quijote cómo “finalmente me dijo que dijese a vuestra merced que le besaba las manos, y que allí quedaba con más deseo de verle que de escribirle”74. Esto en la parte primera de 1605, porque en la continuación de 1615 la misiva que Teresa Panza envía a la duquesa terminará de semejante manera: “La que tiene más deseo de ver a vuestra señoría que de escribirla” (II, 52). A la tradición del género epistolar responde igualmente el literario “yo quisiera que fueran de oro” con que Teresa refiere a su marido el puñado de agrestes bellotas que había enviado a la duquesa (II, 52). Vista la incoherencia argumental del caso de Dulcinea, interesa señalar este particular paralelismo formulario entre las dos partes del Quijote, pero asimismo que Cervantes no hace sino servirse de una expresión epistolar corriente en la época, pues en cartas de emigrados a Indias son frecuentes variantes formularias como estas: “el que desea más beros que no escreviros”, “mi mujer les besa las manos y está con más deseo de verlos que no d’escrevilles”, “yo quedo bueno, la gloria sea a Dios, y con más deseo de veros que d’escrebiros”, “yo quedo bueno de salud al presente, gloria [a] Dios por ello, y con más deseo de beros que d’escrebiros”75. 3.4. CODA 74 En la ed. Rico no se advierte esta particularidad formularia, sí, en cambio, que su continuación “y que, así, le suplicaba y mandaba que, vista la presente…”, es ‘fórmula de los documentos en los que se da una orden’ (I, 394, n. 17). Rosenblat recoge un buen número de fórmulas notariales y jurídicas empleadas por Cervantes en el Quijote (1995: 211-220). 75 AGI, Indiferente General, legajos 2049, 2056, 2067, 2099, cartas de Cosme Rodríguez a su mujer Catalina Guillén, en Sevilla (Tehuantepec, 15-X-1556), de Gonzalo García de la Hera a su hermano Diego Pérez, en El Pedroso (Zacatecas, 12-III-1573), de Hernando López Calcinas a su mujer Mari Díez de Castro, en Sevilla (Cartagena de Indias, julio de 1590), de Alonso Ruiz de Medina a su mujer María de Espinosa, en Sevilla (La Habana, 27-XII-1593). HUMANISMO FILOLÓGICO EN EL QUIJOTE 81 En su diálogo con el del Verde Gabán, este declara su ideal de lectura con referencia por los libros “que son profanos” y “que deleiten con el lenguaje y admiren y suspendan con la invención”, y don Quijote el de la escritura: “la pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos” (II, 16). A esta sublimación del instrumento escriturario le corresponderá su denominación como objeto individualizado con la única aparición del cultismo péñola, al término de la vida del caballero andante y de la novela que narra sus aventuras, en lo que “Cide Hamete dijo a su pluma: Aquí quedarás colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos…”. Y la escritura llevaba tras de sí la lectura. No extraña, pues, que don Quijote reproche a Sancho que “no saber leer o ser zurdo arguye una de dos cosas, o que fue hijo de padres demasiado de humildes y bajos, o él tan travieso y malo, que no pudo entrar en él el buen uso ni la buena doctrina”, al advertirle este que los asuntos baratarios “será menester que se me den por escrito, que, puesto que no sé leer ni escribir, yo se los daré a mi confesor para que me los encaje y recapacite cuando fuera menester”, y que ante la reprimenda de su amo reaccione el escudero así: Bien sé firmar mi nombre --respondió Sancho--, que cuando fui prioste en mi lugar aprendí a hacer unas letras como de marca de fardo, que decían que decía mi nombre; cuanto más que fingiré que tengo tullida la mano derecha y haré que firme otro por mí, que para todo hay remedio (II, 43). Casos como el de Sancho se dieron en grandísimo número en la época, y firmas de analfabetos, como la que él dice tener, en escritos epistolares, testamentarios y concejiles, u otros donde signan varios testigos, son fáciles de encontrar, sobre todo en documentos provenientes de los emigrados a Indias. Como en tantas otras cuestiones, fiel a la realidad de su tiempo es aquí Cervantes, cuyo agudo sentido de la observación hace que con gran realismo se fije en detalles como el de la vacilante lectura del cuadrillero, “porque no era buen lector”. Cuestión distinta es si en el Siglo de Oro hubo “predominio de la lectura oral y la recitación sobre la lectura silenciosa”, lo que Margit Frenk defiende, y hubo de todo desde luego, pero la individualización del aserto es susceptible de interpretaciones arriesgadas, así cuando la cervantista concluye que Juan de 82 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD Valdés “leía en voz alta” (2004: 1139), y esto porque el erasmizante conquense a determinada pregunta responde: “no pongo h porque leyendo no la pronuncio”, aunque tal h jamás podía haberla pronunciado, pues en castellano nunca fue representación de un sonido. En efecto, Valdés dice esto refiriéndose a ejemplos como hera, havía, han, o leher, veher, de grafía que no es de derivación fonética, muda por consiguiente, a diferencia de la que representa la aspiración que por entonces se daba en la mitad de España y que en su opinión “de la pronunciación aráviga le viene a la castellana el convertir la f latina en h” (Diálogo, 92, 97). Cervantes siente extraordinario interés por la lectura y la escritura, que reiteradamente traslada en retazos argumentales a la caracterización cultural y social de varios personajes de su novela, aun incurriendo a veces en ciertas contradicciones, como la referencia poco verosímil de que Leonela, doncella de Camila, pudiera recitar “todo un abecé entero…, de coro”, el alfabeto amoroso antes comentado (3.2.1.), que sin embargo no oscurecen el sentido último de tales menciones textuales. La lectura era precisa para mejorar su condición el “hijo de padres demasiado de humildes y bajos”, y para que al de acomodada cuna entrara “el buen uso” y “la buena doctrina”. Como humanista que era, el autor se traduce “aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles”. CAPÍTULO 4 LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO 4.1. SIMBOLISMO NUMÉRICO 4.1.1. El valor simbólico, esotérico en ocasiones, que desde la antigüedad acompañó a determinados números estaba aún muy vivo en el Siglo de Oro, y, así, del siete dice Sebastián de Covarrubias: “deste número septenario sacan grandes misterios, y ay libros particulares escritos de solo este tema”, añadiendo el canónigo conquense que mata siete es “nombre que suelen poner a algunos fanfarrones que se tienen por valientes y son unas gallinas” (Tesoro, 938); del cinco se dice en el Quijote “desesperábase de ver la flojedad y caridad poca de Sancho su escudero, pues, a lo que creía, solo cinco azotes se había dado, número desigual y pequeño para los infinitos que le faltaban” (II, 60). Se verifica, pues, que términos de profundo arraigo popular y de gran tradición en la lengua lo mismo tienden a la polisemia, si de nombres comunes se trata, que a la composición léxica o a la nominalización, y el caso aducido por Covarrubias es un ejemplo de ello, sin contar con frecuentes inclusiones en la fraseología o en el refranero, así el paremiológico “Los obreros de Hernán Daza, siete con una capa” (Refranes, 222)76. En el Quijote apócrifo y en la Vida de Pasamonte se verifica una clara preferencia por el siete, y compuestos, como número simbólico y tópico (Frago, 2005a: 168-169, 174), mientras que Cervantes inequívocamente se atiene al tres, en el citado compendio lexicográfico “número ternario, de cuya perfección ay escritas grandes sutilezas, 76 En el DRAE tienen cabida siete rentillas, siete pies de tierra, de siete suelas, americano siete ‘ano’, siete y media, tres sietes, más que siete ‘muchísimo, excesivamente, en demasía’. Sin embargo faltan otros como (un) siete ‘un roto’, siete coñicos y siete oficios. Y la tradición hispánica en América se manifiesta también en el gran número de sentidos figurados a que el siete ha dado lugar: de la gran siete, ¡por la gran siete!, sietecueros, sieteculos, sietemachos, etc. (DA, 19541955). 84 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD sacándole muchos misterios, no solo por los autores católicos, pero aun por los éthnicos”, con otras expansiones léxico-semánticas77. Numerosos son los refranes que contienen este número o que sobre él se formaron: “Tres a uno, métenle la paja en el culo”, “Tres al mohino”, “Tres ajos de los de Quero, rellenan un gran mortero”, “Tres años ha que no maté: este año y el pasado y el año que me casé. Y no había más de tres que era casado”, “Tres años un cesto, tres cestos un can, tres canes un caballo, tres caballos un hombre, tres hombres un elefante”, “Tres eran tres: un mozo y un viejo y un fraile después”78. 4.1.2. Ya he dicho que Cervantes en el Quijote recurre tópicamente al tres, número folclórico por excelencia, y ello con tanta frecuencia y variedad contextual que no queda la menor duda de la afección que el autor sentía por esta referencia numérica, con la que construye el siguiente pasaje: “él se diera tres puntos en la boca, y aun se mordiera tres veces la lengua, antes que haber dicho palabra que en despecho de vuestra merced redundara” (I, 30), en el cual el uso estereotipado sirve para enfatizar la expresión lingüística. Con dicho número se marca convencionalmente la distancia: “cuando nos amaneció, como tres tiros de arcabuz desviados de tierra” (I, 41); el horario: “a obra de las tres del día le descubrieron” (I, 8), “y siendo ya casi pasadas tres horas de la noche…” (I, 41); el transcurso del tiempo: “de que me parece que fuiste y veniste por 77 Covarrubias recoge también tres en raya ‘juego de niños’, tres, dos y as ‘juego de naipes’, “los niños llaman a qualquiera moneda que les den el tres” (Tesoro, 977). En el DRAE, tres sietes, tres de menor ‘asno o macho’ de la germanía, ya recibido en el Autoridades, y las expresiones figuradas como tres y dos son cinco, ni a la de tres y tres más. Añádase ¡a la de una, a la de dos, a la de tres! (compárese a la tercera va la vencida), o el enfático ¡me importa tres...! 78 “Tres en el año y tres en el mes, tres en el día y en cada una tres”, “Tres estacas y una estera, el ajuar de la frontera”, “Tres somos en la mar: ¿quién se come el pan?”, “¿Tres zapatos al buey? Cuatro ha menester”, “Tres días antes se apareja el fraile”, “Tres ducados dan por lo de nuestra ama y cuatro por la lana”, “Tres bueyes en un barbecho, más los querría en el mío que en el vuestro”, “Tres casamientos traen a mi madre. Cinco son, hija, con los dos de Usagre”, “Tres cada día y tres cada vez”, “Tres camisas tengo agora, no me llamarán mangajona: una tengo en el telar y otra tengo dada a hilar y otra que me hacen agora”, “Tres cosas hay que ver en Medina: el reloj y la plaza y Quintanilla”, “Tres tocas a un hogar, mal se pueden concertar”, “Tres vecinos, y mal avenidos”, y así hasta diecisiete refranes más comenzados por este número, aparte de los que contienen un múltiplo suyo, a saber, “Treinta y tres, ni las tomes ni las des”, “Treinta monjes y un abad no pueden hacer cagar un asno contra su voluntad”, “Y trecientas cosas más”, de los recogidos por Correas, que pongo con la ortografía moderna (Refranes, 511-512, 639). Claro es que el inventario fácilmente podría ampliarse, por ejemplo con el clásico “Buena orina y buen color, y tres higas al doctor”, o con la locución “no ver tres en un burro”, en el Autoridades será “no ver siete sobre un asno”. LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO 85 los aires, pues poco más de tres días has tardado en ir y venir desde aquí al Toboso, habiendo de aquí allá más de treinta leguas” (I, 31), “tres días estuvieron con los novios”, “allá me anocheció y amaneció y tornó a anochecer y amanecer tres veces, de modo que a mi cuenta tres días he estado en aquellas partes remotas y escondidas a la vista nuestra” (II, 22, 23), “debe de haber más de veinte años, tres días más o menos” (II, 28), “tapaboca le hubiera dado, que no hablara más en tres años” (II, 32), “en tres días que vivió después deste donde hizo el testamento se desmayaba muy a menudo” (II, 74). Los hijos del padre del cautivo “eran tres, todos varones”, igual que “casado y con tres hijos” se dirá que estaba don Pedro de Aguilar, el alférez andaluz evadido de la esclavitud que en Constantinopla sufría (I, 39), y el escudero del Caballero del Bosque decide retirarse a su aldea “y criar mis hijitos, que tengo tres como tres orientales perlas” (II, 13). Cuando Sancho aprovechó “que del Toboso hacia donde él estaba venían tres labradoras sobre tres pollinos, o pollinas, que el autor no lo declara, aunque más se puede creer que eran borricas” para convencer a don Quijote de que una de las aldeanas era Dulcinea, y en agradecimiento de tan buena nueva este a su escudero le promete “las crías que este año me dieren las tres yeguas mías” (II, 10), que tenía en el ejido, las cuales nunca antes se habían mencionado en el relato novelesco, ni en el inicial capítulo de la primera parte donde se hace una sucinta relación de los bienes del hidalgo manchego, en el cual se mencionan las viandas que “consumían las tres partes de su hacienda”. El mismo don Quijote cuenta cómo cierto adivino había predicho que una “perrica se empreñaría y pariría tres perricos, el uno verde, el otro encarnado y el otro de mezcla” (II, 25), y en otro momento “que se podrán contar los premiados vivos con tres letras de guarismo” (I, 38). Y en solo dos páginas de la aventura de los batanes se encuentran estos pasajes: “quédate a Dios, y espérame aquí hasta tres días no más”, “aunque no bebamos en tres días”, “no debe de haber desde aquí al alba tres horas” (I, 20). 4.1.3. Repetirá Sancho la locución adverbial ponderativa a tres tirones, aún en Autoridades y hoy más bien ni a tres tirones: “que no la arrancarán ni mudarán de donde está a tres tirones”, “que a buena fee que no hallen otra como ella a tres tirones” (II, 41, 54). Similar sentido tiene la disyunción aproximativa en “si te repite la respues- 86 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD ta que te diere dos o tres veces” (II, 10), construcción parecida a la que se da con los correspondientes múltiplos: “se dé tres mil azotes y trecientos / en ambas sus valientes posaderas” (II, 35), “que mientras yo duermo…, te dieses trecientos o cuatrocientos azotes a buena cuenta de los tres mil y tantos que te has de dar por el desencanto de Dulcinea” (II, 59), “no digo yo tres mil azotes, pero así me daré yo tres como tres puñaladas” (II, 35), “tres días y tres noches estuvo don Quijote con Roque, y si estuviera trecientos años, no le faltara qué mirar y admirar en el modo de su vida” (II, 61). Y es que, igual que hace el autor del Quijote apócrifo, aunque con distinta preferencia numérica (la del siete), en el suyo Cervantes frecuentemente juega con los compuestos y los múltiplos del tres. Así, además de los ejemplos ya citados, en la hiperbólica alusión de don Quijote ante el Caballero del Verde Gabán sobre la difusión que había alcanzado el libro de sus aventuras se lee que “he merecido andar ya en estampa en casi todas o las más naciones del mundo: treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia, y lleva camino de imprimirse treinta mil veces de millares, si el cielo no lo remedia” (II, 16), y cuando el cautivo leonés huye de Argel anota que “bien habríamos navegado treinta millas cuando nos amaneció, como tres tiros de arcabuz desviados de tierra” (I, 41). De igual modo, a don Quijote “en más de seis días no le sucedió cosa digna de ponerse en la escritura” (II, 60), al final de sus días al caballero andante “se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama” y después de ser visitado por el médico “durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas”, así como Sancho le recuerda a su amo que “se hubieran ahorrado el golpe del guijarro y las coces y aun más de seis torniscones” (I, 25). Maese Pedro decía que de novedades “sesenta mil encierra en sí este mi retablo” (II, 25), y por el mismo número, pero de demonios, jura el caballero andante harto del lenguaje refraneril del escudero: “¡Oh, maldito seas de Dios, Sancho! --dijo a esta sazón don Quijote-- ¡Sesenta mil satanases te lleven a tí y a tus refranes!” (II, 43), el del Verde Gabán afirma que tenía “hasta seis docenas de libros, cuáles de romance y cuáles de latín” (II, 16), don Quijote a Sancho lo amenaza enfáticamente con un “no digo yo tres mil y trecientos, sino seis mil y seiscientos azotes os daré, tan bien pegados, que no se os caigan a tres mil y trescientos tirones” (II, 35), y el labrador de Miguel Turra al gobernador de la ínsula Barataria le hace esta importuna solicitud: “digo, señor, que LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO 87 querría que vuesa merced me diese trecientos o seiscientos ducados para ayuda a la dote de mi bachiller” (II, 47). Porque el seis, número muy del agrado de Cervantes, además de múltiplo de tres también tenía su simbología, aunque menos marcada y profusa que la del siete, pues, entre otras cosas, no solo es el que conformaban grupos de regidores o de cantores y danzantes, sino que, como el siete, se tomaba en relación con la medida de cierta clase de espejo, objeto siempre asociado a la superstición de la buena o mala suerte, y, así, en el inventario que el año 1666 mandó hacer Juan Mercier de los bienes que había dejado su difunta esposa, Ana de Prado, se contaban “beinte y una doçenas de espexos de sol a quarta”, “catorçe espexos dorados de número siete”, “beinte y çinco espexos pequeños de perfil”, “dies espexos dichos número seis”79. 4.2. UN ESTILO MEDIDO 4.2.1. Que algunos números están convencionalmente empleados en el Quijote, el tres en particular, es algo que no puede ocultarse al atento lector, y asimismo se evidencia que en ocasiones este hecho repercute en la coherencia narrativa, pues ya se ha advertido que de improviso don Quijote hace a Sancho la manda de los pollinos de tres yeguas que antes no se habían nombrado en el relato. Quizá sea más significativo el caso de la servidumbre que al hidalgo se le atribuye al comienzo mismo de la novela: “Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera”. Son tres, pues, las personas que convivían con don Quijote al inicio de la trama novelesca, pero el mancebo ya no volverá a ser aludido o mencionado. Pero el aspecto numérico tiene trascendencia mucho mayor en la lengua del Quijote o, aún mejor, en su organización estilística. Efectivamente, también en las primeras líneas de la novela se descubre la que será acusadísima tendencia a la enumeración léxica 79 Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Sevilla, Libro 1º de escrituras de 1666, Oficio 2º, escribano Pedro Gregorio Dávila, fs. 977v-978r. En el Quijote el simbolismo del número siete también juega ocasionalmente, no ya en el plano de la enumeración lingüística (léxica u oracional), sino en el meramente argumental, así cuando Teresa Panza cómicamente le dice a su marido: “Si Dios me guarda mis siete, o mis cinco sentidos, o los que tengo, no pienso dar ocasión de verme en tal aprieto” (II, 5). 88 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD con secuencias casi seguidas de dobletes, “con tanta afición y gusto”, “llegó a tanto su curiosidad y gusto”, y de secuencias de cinco elementos nominales: “una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos”, “era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza”, “la hora, el tiempo, la soledad, la voz y la destreza del que cantaba causó admiración y contento en los dos oyentes” (I, 27). Por supuesto que no faltan las secuencias de cuatro adjetivos o de cuatro nombres, así “fue el solo, el primero, el único, el señor de todos cuantos hubo en su tiempo en el mundo”, “¡oh Dulcinea del Toboso, día de mi noche, gloria de mi pena, norte de mis caminos, estrella de mi ventura…!” (I, 25), “no porque no tuviese bien conocida la calidad, bondad, virtud y hermosura de Luscinda” (I, 27); de siete sustantivos con idéntica complementación prepositiva: “¡Vete de mi presencia, monstruo de naturaleza, depositario de mentiras, almario de embustes, silo de bellaquerías, inventor de maldades, publicador de sandeces, enemigo del decoro que se debe a las reales personas!” (I, 46), o de siete exclamaciones con nombre propio adjetivado, seguidas de cuatro conclusivos adjetivos y de un doblete en la retórica interrogación en que culminan las dos series de apóstrofes: ¡Oh Mario ambicioso, oh Catilina cruel, oh Sila facinoroso, oh Galalón embustero, oh Vellido traidor, oh Julián vengativo, oh Judas codicioso! Traidor, cruel, vengativo y embustero, ¿qué deservicios te había hecho este triste que con tanta llaneza te descubrió los secretos y contentos de su corazón? (I, 27). Hay asimismo amplificaciones de ocho términos, adverbiales y oracionales: “allí fue el desear de la espada de Amadís…; allí fue el maldecir de su fortuna; allí fue el exagerar la falta…; allí el acordarse de nuevo de su querida Dulcinea del Toboso; allí fue el llamar a su buen escudero Sancho Panza…; allí llamó a los sabios Lirgandeo y Alquife que le ayudasen; allí invocó a su buena amiga Urganda que le socorriese; y, finalmente, allí le tomó la mañana tan desesperado y confuso…” (I, 43); o de ocho sustantivos: “con toda la caterva (si es que se le puede dar este nombre) de infinitos príncipes, monarcas, señores, medos, asirios, persas, griegos y bárbaros”, “que con aprobación y licencia de nuestra santa madre Iglesia tienen lámparas, velas, mortajas, muletas, pinturas, cabelleras, ojos, piernas, con que aumentan la devoción y engrandecen su cristiana fama” (II, 6, 8). También de diez adjetivos y nombres: “de mí sé decir que después que soy ca- LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO 89 ballero andante soy valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de encantos” (I, 50)80, “y el verdadero don Quijote de la Mancha, el famoso, el valiente y el discreto, el enamorado, el desfacedor de agravios, el tutor de pupilos y huérfanos, el amparo de las viudas, el matador de las doncellas, el que tiene por única señora a la sin par Dulcinea del Toboso…” (II, 72)81; de catorce, en este caso de oraciones interrogativas con el verbo elidido, introducidas por el pronombre quién y con uno o dos adjetivos en expresión comparativa: Si no, díganme quién más honesto y más valiente que el famoso Amadís de Gaula. ¿Quién más discreto que Palmerín de Inglaterra? ¿Quién más acomodado y manual que Tirante el Blanco? ¿Quién más galán que Lisuarte de Grecia? ¿Quién más acuchillado ni acuchillador que don Belianís? ¿Quién más intrépido que Perión de Gaula, o quién más acometedor de peligros que Felixmarte de Hircania, o quién más sincero que Esplandián? ¿Quién más arrojado que don Cirongilio de Tracia? ¿Quién más bravo que Rodamonte? ¿Quién más prudente que el rey Sobrino? ¿Quién más atrevido que Reinaldos? ¿Quién más invencible que Roldán? Y ¿quién más gallardo y más cortés que Rugero, de quien decienden hoy los duques de Ferrara, según Turpín en su cosmografía?” (II, 1). Aparte de que la oración subordinada de díganme, interrogativa indirecta, perfectamente puede tomarse como parte del estilo directo, que hoy estaría ortográficamente marcada por los dos puntos, lo más importante en esta cita es comprobar cómo se organiza la secuencia de estas catorce frases, todas ellas con tres elementos idénticos en cada una (pronombre interrogativo, adjetivo y comparación), de acuerdo con una clara postura estilística. En efecto, la monotonía que semejante reiteración lingüística podía causar se evita o modera mediante la alternancia de dos adjetivos con solo uno en las seis primeras oraciones: más honesto y más valiente / más discreto; más acomodado y manual / más galán; más acuchillado ni acuchillador / más intrépido. A continuación se rompe el ritmo con dos interrogativas introducidas por la disyuntiva o, para hacerse sensiblemente más breves hasta la última, acelerándose así el ritmo expresivo; un nuevo quiebro en el estilo se produce al cesar la serie de las yuxtaposiciones con la coordinada y que introduce la interrogativa final, notablemente ampliada respecto de las que inme80 En este pasaje con la amplificación final de tres complementos prepositivos para el décimo adjetivo. 81 Con la amplificación final de una oración de relativo, en función adjetiva por consiguiente. 90 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD diatamente le preceden, por ejemplo vuelve a tener dos adjetivos como las primeras (más gallardo y más cortés), muy en la línea de lo que es propio del estilo de Cervantes en situaciones textuales como esta. Claro está que en secuencias numerosas pero de componentes sencillos el artificio estilístico es menos requerido, como en esta de dieciséis adjetivos consecutivos, eso sí acabada en la coordinación amplificatoria casi de rigor, dieciocho, pues, en total, parte del alfabeto amoroso que Leonela, doncella de Camila, recitó de memoria (cfr. 3.1.4.): Él es, según yo veo y a mí me parece, agradecido, bueno, caballero, dadivoso, enamorado, firme, gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, noble, honesto, principal, cuantioso, rico y las eses que dicen, y luego, tácito, verdadero; la x no le cuadra, porque es letra áspera; la y ya está dicha; la z, zelador de tu honra (I, 34), esquema que de alguna manera se repite en el siguiente pasaje, de sentido altamente ponderativo, formado nada menos que por veinte sintagmas nominales, cuyo núcleo sustantivo está marcado por tanto en correlación con un como explícito al término de la serie, donde tiene lugar la acostumbrada explayación final, aquí mediante la lógica expresión del segundo término de la comparación, pero asimismo por la coordinación con tan, ahora modificador de adjetivo y con quiebra de toda la larga secuencia anterior (tantos y tan disparatados casos = tantos casos y tan disparatados): ¿Y cómo es posible que haya entendimiento humano que se dé a entender que ha habido en el mundo aquella infinidad de Amadises y aquella turbamulta de tanto famoso caballero, tanto Emperador de Trapisonda, tanto Felixmarte de Hircania, tanto palafrén, tanta doncella andante, tantas sierpes, tantos endriagos, tantos gigantes, tantas inauditas aventuras, tanto género de encantamentos, tantas batallas, tantos desaforados encuentros, tanta bizarría de trajes, tantas princesas enamoradas, tantos escuderos condes, tantos enanos graciosos, tanto billete, tanto requiebro, tantas mujeres valientes y, finalmente, tantos y tan disparatados casos como los libros de caballerías contienen? (I, 49). 4.2.2. De los esquemas textuales hasta ahora presentados más ejemplos se podrían aducir, pero ni las referidas series de formas lingüísticas son únicas con tales cuantificaciones, ni son las más representativas de esta faceta del estilo cervantino. Efectivamente, y dejado aparte el asendereado recurso al doblete lingüístico, es el LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO 91 tres el número fundamental para el autor del Quijote, y no solo por su valor simbólico, como se ha visto trasladado a puntuales, aunque frecuentes, referencias argumentales, sino, y muy principalmente, por su extraordinaria implicación en la técnica narrativa. Pero son asimismo frecuentes los casos en los que elementos lingüísticos de idéntica clase se reiteran en número múltiplo de tres, sobre todo en secuencias de seis y de nueve formas82: a) Algunos ejemplos de pasajes senarios son: “de la cual saldrá erudito en la historia, enamorado de la virtud, enseñado en la bondad, mejorado en las costumbres, valiente sin temeridad, osado sin cobardía, y todo esto, para honra de Dios…” (I, 49), “sino el inaudito bachiller Sansón Carrasco, perpetuo trastulo y regocijador de los patios de las escuelas salmanticenses, sano de su persona, ágil de sus miembros, callado, sufridor así del calor como del frío” (II, 7), “otros cohechan, importunan, solicitan, madrugan, ruegan, porfían, y no alcanzan lo que pretenden” (II, 43). Así, pues, de igual modo que el número tres puede ser para Cervantes simple materia narrativa, también lo será el seis, como asimismo se comprueba por la visión que el canónigo de Toledo tiene del grupo que conducía al hidalgo manchego a su lugar, estampa compuesta de seis elementos, expresados en sendos sintagmas completivos con la preposición de explícita solo en el primero, a los cuales se suma el del protagonista en la frecuente coordinación adicional, esta con dos cuasi sinónimos: “viendo la concertada procesión del carro, cuadrilleros, Sancho, Rocinante, cura y barbero, y más a don Quijote enjaulado y aprisionado” (I, 47). Igualmente obedece a la pura descripción narrativa el siguiente pasaje, en el cual Cervantes relata las consecuencias del encontronazo de la numerosa piara con don Quijote y Sancho a su regreso de Barcelona, en las proximidades del palacio de los duques aragoneses, relato que se sintetiza mediante la combinación de 82 Se acaba de aducir una secuencia de veintiuna repeticiones (veinte tanto y un tan), y se halla este pasaje con once reiteraciones formales, de carácter historiográfico o argumental, con su amplificación final: “Un Viriato tuvo Lusitania; un César, Roma; un Aníbal, Cartago; un Alejandro, Grecia; un conde Fernán González, Castilla; un Cid, Valencia; un Gonzalo Fernández, Andalucía; un Diego García de Paredes, Extremadura, un Garci Pérez de Vargas, Jerez; un Garcilaso, Toledo; un don Manuel de León, Sevilla, cuya leción de sus valerosos hechos puede entretener, enseñar, deleitar y admirar a los más altos ingenios que los leyeren” (I, 49). 92 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD tres nombres referidos a la embestida de los puercos y seis a su desastroso resultado: “El tropel, el gruñir, la presteza con que llegaron los animales inmundos, puso en confusión y por el suelo a la albarda, a las armas, al rucio, a Rocinante, a Sancho, y a don Quijote” (II, 48). b) Composiciones textuales de nueve miembros, con sustantivos: “llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles” (I, 1); con adjetivos: “¡oh bellaco villano, malmirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente!” (I, 46); de oraciones en parataxis, las seis primeras yuxtapuestas y las dos últimas coordinadas, con el verbo elidido en la tercera y cuarta: “si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos” (II, 42). De nuevo se descubre cómo Cervantes consigue quitar aridez a un relato con semejante reiteración constructiva, mediante las dos elisiones verbales, los cambios en el orden de palabras de varias oraciones y con sus diferentes extensiones, especialmente largas en las coordinaciones finales, cada una con doble adjetivación (sueve y madura, tiernas y delicadas). 4.2.3. Ahora bien, son las tríadas lingüísticas, también las argumentales según se ha visto, las que más abundan en el Quijote y mejor caracterizan su estilo en lo que es cuestión numérica. Las hay de adjetivos: “tan discreto, tan honesto y tan enamorado” (I, 24), “y el oidor quedó en oírle suspenso, confuso y admirado” (II, 44), “aquí un caballero cristiano, valiente y comedido…; acá un príncipe cortés, valeroso y bien mirado” (I, 47); “que son requesones los que aquí me has puesto, traidor, bergante y malmirado escudero” (II, 17); “dura la condición, áspera y fuerte, / la mía es tierna, blanda y amorosa” (II, 35). De sustantivos: “con todo donaire, discreción y desenvoltura” LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO 93 (I, 20), “que me cansas con tantas salvas, plegarias y prevenciones, Sancho” (I, 48), “que todas eran de oro, sirgo y perlas contestas y tejidas”, “pero el de la envidia no trae sino disgustos, rancores y rabias” (II, 8), “sin que fianzas, ni deudas, ni dolor alguno se lo estorbase” (II, 68). De oraciones: “desnudaron al licenciado, quedose en casa, y acabose el cuento” (II, 1), “dijo que todas las cosas presentes que los ojos están mirando se presentan, están y asisten en nuestra memoria mucho mejor y con más vehemencia que las cosas pasadas” (II, 5), junto a dos adjetivos en “que también los pobres virtuosos y discretos tienen quien los siga, honre y ampare” (II, 22), con la maldición de don Quijote “justo castigo del cielo es que a un caballero andante vencido le coman adivas y le piquen avispas y le hollen puercos”, a la que responde Sancho con otra más pedestre: “también debe de ser castigo del cielo… que a los escuderos de los caballeros vencidos los puncen moscas, los coman piojos y les embista la hambre” (II, 48). Asimismo se registran triples menciones adverbiales: “que ellas son tan buenas, tan gordas y tan bien criadas”, “que llegan tarde o mal o nunca” (II, 7), “porque él sabía dónde, cómo y cuándo podía y debía desembarcar” (II, 43); conjuntivas: “que su tío y su señor venía flaco y amarillo y tendido sobre un montón de heno y sobre un carro de bueyes” (I, 52), “ora las den a gigantes, ora a vestiglos o a endriagos” (II, 8); e interjectivas: “¡Oh flor de la andante caballería! ¡Oh luz resplandeciente de las armas! ¡Oh honor y espejo de la nación española!” (II, 7), “¡Oh pan mal conocido, oh promesas mal colocadas, oh hombre que tiene más de bestia que de persona!” (II, 28). La propensión de Cervantes a este modelo textual se hace del todo evidente de principio a fin en las dos partes del Quijote, y sobremanera resalta en las frecuentes e inmediatas repeticiones de un mismo esquema numérico y lingüístico, de lo cual hay varios ejemplos en lo que precede. Como verbigracia ocurre igualmente con el de cuatro elementos en un solo párrafo: “no valen ruegos, no promesas, no dádivas, no lástimas”, “con prudencia, con sagacidad, con diligencia y con miedos que pone”, “sin que nuestras industrias, estratagemas, solicitudes y fraudes hayan podido deslumbrar sus ojos de Argos” (II, 65), o con el de cinco en muy pocos renglones entre sí próximos: “las edades donde los andantes caballeros tomaron a su cargo y echaron sobre sus espaldas la defensa de los reinos, el amparo de las doncellas, el socorro de los huérfanos y pupilos, el castigo de los 94 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD soberbios y el premio de los humildes”, “mas agora ya triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de la valentía y la teórica de la práctica de las armas” (II, 1)83. 4.3. VARIANTES ESTILÍSTICAS 4.3.1. En este aspecto general del estilo cervantino destacan algunas combinaciones textuales de magistral virtuosismo lingüístico y literario, como esta que aúna la contraposición gramatical (tú / yo) con la semántica (adjetivos antónimos), la segunda secuencia de voces correlacionada con la primera en orden ascendente y en polisíndeton enfático: “¿Tú libre, tú sano, tú cuerdo, y yo loco, y yo enfermo, y yo atado?” (II, 1). De manera semejante en: Y hojeando casi todo el librillo, halló otros versos y cartas, que algunos pudo leer y otros no; pero lo que todos contenían eran quejas, lamentos, desconfianzas, sabores y sinsabores, favores y desdenes, solenizados los unos y llorados los otros. En tanto que don Quijote pasaba el libro, pasaba Sancho la maleta, sin dejar rincón en toda ella ni en el cojín que no buscase, escudriñase e inquiriese (I, 23). En la lista de los predicados cinco nombres en sujeto de eran, los dos últimos, yuxtapuestos entre sí y con los precedentes, se desdoblan en sendas antonimias en coordinación interna, el conjunto de los nombres completivos en calificación distributiva (los unos / los otros) de cuasi antónimos (solenizados/llorados). La pendencia con los cudrilleros en la venta donde se dirime el pleito del yelmo de Mambrino y de la albarda es una suma de concatenaciones, primeramente de intervinientes en el tumulto: el ventero, los criados de don Luis, el barbero y Sancho, don Quijote, don Luis animando a sus criados, a Cardenio y a don Fernando; a continuación, los que, sin intervenir en la pelea, daban ambiente y color al cuadro: “el cura daba voces; la ventera gritaba; su hija se afligía; Maritornes lloraba; Dorotea estaba confusa; Luscinda, suspensa, y doña Clara, desmayada”; luego vendrá la descripción del combate mismo con sus participantes enzarzados a pares a manera de ovillejo: “el barbero aporreaba a Sancho; Sancho molía al barbero; don Luis, a quien un criado suyo se atrevió a asirle del brazo porque 83 En el primer pasaje de es marca de un sintagma prepositivo, complemento nominal; en el segundo de señala un complemento circunstancial, por consiguiente verbal (‘la pereza triunfa sobre la diligencia’, etc.). LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO 95 no se fuese, le dio una puñada…; el oidor le defendía; don Fernando tenía debajo de sus pies a un cuadrillero, midiéndole el cuerpo con ellos muy a su sabor”, enmarcándose el caótico cuadro en una amplificación ya no argumental, sino lingüística, de doce sustantivos: “de modo que toda la venta era llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre”, acabando la tumultuaria discordia con la atronadora advertencia de don Quijote, en expresión sintáctica quinaria de sentidos concatenados: “¡Ténganse todos, todos envainen, todos se sosieguen, óiganme todos, si todos quieren quedar con vida!” (I, 45)84. 4.3.2. Que se está ante una manifestación estilística de extensa y profusa implantación en el corpus quijotesco, es algo que difícilmente podrá discutirse, tantos, tan frecuentes y tan palmarios son los ejemplos de secuencias lingüísticas perfectamente organizadas, con voluntad de estilo, pues, por parte de Cervantes, variables en la cuantificación de sus elementos, aunque con claras preferencias numéricas, destacadamente las ternarias. Tan es así que, como no podía dejar de ser, la igualación por el lenguaje, que en cuestiones fundamentales se da entre Sancho y los otros personajes del Quijote, también se verifica con este rasgo estilístico, así la magistral amplificación retórica que sigue, puesta por Cervantes en boca del escudero y que desde luego no es ejemplo de lenguaje escuderil: No entiendo eso --replicó Sancho--: solo entiendo que en tanto que duermo ni tengo temor ni esperanza, ni trabajo ni gloria, y bien haya el que inventó el sueño, capa que cubre todos los humanos pensamientos, manjar que quita la hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el frío, frío que templa el ardor y, finalmente, moneda general con que todas las cosas se compran, balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto (II, 68). 4.3.3. El recurso estilístico hasta aquí considerado no supone una novedad de la lengua literaria de Cervantes, pues el empleo de tríadas léxicas está bien atestiguado en la prosa del siglo XVI. Así, en Delicado un registro como el de “actos y meneos y palabras” se da precisamente en el Argumento inicial, pieza especialmente apropiada para la explayación retórica y que comienza con una 84 Obsérvese también cómo de los cinco registros del indefinido todos quedan contiguos dos a dos, en la primera y segunda oración, y en la cuarta y quinta. 96 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD bien trabada sucesión de secuencias ternarias: “Decirse ha primero la cibdad, patria y linaje, ventura, desgracia y fortuna, su modo, manera y conversación, su trato, plática y fin, porque solamente gozará de este retrato quien todo lo leyere. Protesta el autor que ninguno quite ni añada palabra, ni razón, ni lenguaje, porque aquí no compuse modo hermoso de decir, ni saqué de otros libros, ni hurté elocuencia” (Lozana, 81-82). Estas construcciones fueron frecuentísimas no solo en la creación literaria, recuérdese la quevedesca “Premática contra los poetas chirles, hueros y hebenes”, sino generalmente en la lengua escrita con tintes de erudición, así en el jesuítico texto del P. Sandoval, que las ofrece en buen número, lo mismo de tipo nominal que sintáctico, verbigracia “gente tan basta, tan grossera y poco entendida”, “son señores absolutos, sin ley, obligación, ni rey en orden a sus esclavos”, “está, como todas las demás cosas, sujeto a número, peso y medida”, “no solamente a servir y obedecer fielmente a los amos, que son buenos, mansos y afables, sino también a los que son malos, rezios y desabridos”, “sufrís con paciencia, sin mormuración ni quexa las injurias que os dizen vuestros señores”, sino también sintáctico: “los súbditos y criados que sirven y no medran ni reciben paga de sus servicios”, “y si perdiéredes la paga temporal…, y si los señores fueren tiranos…, y si en esta vida no lo hiziere…” (Esclavitud, 243-244). Gracián es de notoria preferencia por el estilo lacónico, menos marcado en El Criticón, donde no faltan las secuencias ternarias, como estas de la mencionada obra: “palpitándoles los corazones a las arrimadas hiedras de los nepotes, validos y dependientes”, “a unos les hacían perder los aceros, y a otros los estribos…, y al inventor de los mosquetes, Antonio de Leiva, le obligaron a desmontar” (OC, 1268, 1269). Incluso en los libros más doctrinales y sentenciosos, en los cuales las construcciones bimembres son predominantes, el jesuita aragonés de vez en cuando en El Héroe acude a la triple expresión, en el ejemplo que sigue oracional, continuada por una enumeración de seis elementos nominales: No hay boda que no festeje, bautismo que no apadrine, entierro que no honre; es cortés, humano, liberal, honrador de todos, murmurador de ninguno y, en suma, él es el rey en el afecto, si Vuestra Majestad en el efeto (OC, 29). Por su fondo histórico en El Político se ensancha un tanto la prosa y así se hacen más frecuentes las construcciones ternarias, por ejemplo “que no dejan lugar al consejo, a la espera, a la pruden- LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO 97 cia, partes esenciales del gobierno”, “una hermana prudente, cuerda y sagaz bien puede entrar en lugar de esposa o madre”, “atendió Fernando a perficionarla en todo género de adorno, cultura y perfección política”, “estableció las rentas de la república, los pechos y gabelas”; poco después España recibe cinco adjetivaciones (valerosa, majestosa, rica, sabia, feliz), y el tratado acaba con una larga serie de aposiciones de Casa de Austria con subordinada de relativo (OC, 92-94, 98). En el sentencioso Oráculo manual no abundan pasajes como el de “tres cosas hacen un prodigio…: ingenio fecundo, juicio profundo y gusto relevantemente jocundo”; pero su último párrafo, compuesto de una buena tirada de construcciones sintácticas bimembres, incluye dos enumeraciones adjetivas, una de doce elementos y otra de tres: Ella hace un sujeto prudente, atento, sagaz, cuerdo, sabio, valeroso, reportado, entero, feliz, plausible, verdadero y universal héroe. Tres eses hacen dichoso: santo, sano y sabio (OC, 301-302)85. Pero es El Criticón la obra graciana en la que el registro amplificador más sobresale por su frecuencia, que tampoco llega a ser tan alta como la que en el Quijote se halla, no siendo sin embargo raro que el jesuita aragonés eche mano de series de cuatro elementos oracionales de la misma clase: “si caminaban, era sobre corcho; si dormían, en colchones de viento o pluma; si comían, azúcar de viento; si vestían, randas al aire, mantos de humo y todo huequedad y vanidad”; de seis sustantivos: “anda, vete a tu Babilonia común, donde tantos y tontos pasan de tí y viven contigo, todo embuste, mentira, engaño, enredo, invenciones y quimeras”; de siete sintagmas completivos con coordinación final conclusiva de dos elementos nominales: “vete a los prometedores falsos, noveleros crédulos, entremetidos desahogados, linajudos desvanecidos, casamenteros mentirosos, pleiteantes necios, sabios aparentes, todo mentira y quimera”; de siete aposiciones, la última de dos nombres en coordinación: “toparon aquí raras sabandijas del aire, los preciados de discretos, los bachilleres de estómago, los doctos legos, los conceptistas, las cultas resabidas, los miceros, los sabiondos y doctorcetes”; o de doce adjetivos sustantivados: “de ningún modo, porque allí no hay podridos ni porfiados, ni temáticos, desabridos, desazonados, malcontentos, desesperados, maliciosos, 85 En El Comulgatorio por su carácter místico son más frecuentes las enumeraciones, de tres, cuatro, cinco y quince elementos en breve espacio, acabando la obra con cinco oraciones cortas en parataxis: “donde alabes, contemples, veas, ames y goces tu Dios y Señor” (OC, 1632-1633, 1637). 98 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD punchoneros, celosos, impertinentes y, lo que es más que todo eso, vecinos”86. 4.3.4. En muchos escritores del XVI, en plena vigencia del humanismo renacentista, primó, la sencillez estilística, que se consideraba idónea para la claridad expositiva, lo cual explica el claro predominio de las secuencias de tres miembros y el que se procurara evitar las más numerosas, a las cuales se recurría solo en contadas ocasiones de señalada tensión emocional y narrativa. Es lo que, por ejemplo, sucede con el cronista fray Diego Durán (su obra es del último tercio del quinientos), caracterizado por el amor a la expresión sucinta, incluso con limitado uso de los sinónimos y de la adjetivación, línea de conducta estilística que, sin embargo, ocasionalmente puede quebrarse, como cuando el autor muestra su desazón por la pérdida de virtudes que los indígenas habían experimentado a consecuencia de la conquista87. Se comprueba, pues, cómo el escritor dominico rompe sus habituales maneras estilísticas con ocasión de querer acomodar la forma al fondo de su relato cronístico, sobre todo con ocasión de verse fuertemente condicionada su opinión por el asunto tratado, todo lo cual ocurre con el pasaje suyo citado, donde abandona la parquedad adjetival para acumular hasta once adjetivos. En fray Diego Durán es puntual, y seguramente consciente, empleo de una posibilidad retórica que en Cervantes se ve continuamente aplicada en las dos partes de su Quijote. Ya eran mucho más corrientes que en la centuria anterior las secuencias extensas de elementos lingüísticos, léxicos o gramaticales, de la misma clase, y Cervantes las emplea con profusión, a veces larguísimas y barrocas, aunque 86 OC, 1287, 1301, 1398, 1399. De todos modos, ni en esta obra el estilo graciano se asemeja al cervantino, pues en el Quijote la acción ocupa un lugar importante de la trama novelesca y el diálogo está planteado y literariamente plasmado de manera diferente a como lo concibe el jesuíta aragonés, cuyos escorzos conceptuales frecuentemente interrumpen sus secuencias lingüísticas con otras formas constructivas. 87 En tal ocasión fray Diego Durán es capaz de construir un pasaje con semejante amplificación como la que este pasaje contiene: “Cierto que me faltarían razones para encarecer el sentimiento que muestran los que algo de aquello gozaron, de ver agora los mozos de a diez y ocho y de a veinte años tan perdidos y tan desvergonzados, tan borrachos, tan ladrones, cargados de mancebas, matadores, facinerosos, desobedientes, malcriados, atrevidos, glotones, afirmando que en su antigua ley no había tanta disolución ni atrevimiento, ni que ninguno osaba beber vino ni emborracharse, si no fuese ya viejo, para ayuda de su vejez y poco calor”, texto que en otra parte cito y comento (1991b: 527). LA EXPRESIÓN LINGÜÍSTICA Y EL NÚMERO 99 con decidida preferencia por las de tres miembros, no solo obedeciendo a una tradición estilística, sino porque el tres, número cargado de gran simbolismo, es de continuas repercusiones argumentales en su obra. La enumeración retórica sin duda constituye uno de los rasgos más característicos del estilo cervantino en su novela quijotesca, pero tan reiterada marca retórica no provoca el hastío del lector; es más, a algunos cervantistas les ha pasado desapercibida, o no la han entendido en su real dimensión. Pero ya se ha visto que Cervantes, aparte de su extraordinario dominio del idioma y de la habilidad que demuestra para elegir palabras y construcciones gramaticales, es muy hábil en adecuar la expresión lingüística a los distintos aspectos de su argumento, quitando así hieratismo a las reiteraciones formales, que aún se hacen más ligeras por las frecuentes combinaciones que con ellas establece y por los quiebros sintácticos o los juegos léxico-semánticos que se han ido señalando, sello distintivo en esta vertiente estilística del Quijote. 4.3.5. De todos modos, para entender bien a Cervantes en este aspecto de su estilo no está de más observar el comportamiento narrativo de otros autores del Siglo de Oro, como en breves comparaciones se ha hecho en lo que precede, sino comprobar asimismo si el carácter mágico que algunos números, particularmente el tres, en él tienen, se verifica explícitamente, y no solo por la mera práctica literaria, en autores de la época, y en Gracián hallaremos ese ancestral sentido numérico en el siguiente ejemplo fijado en los tópicos de la ideal belleza femenina: Pues yo --dijo Critilo-- la besé la otra (mano) al mismo tiempo y la hallé de azúcar. Más que linda estaba y muy de día; todos los treinta y tres meses de hermosura se los conté uno por uno: ella era blanca en tres cosas, colorada en otras tres, crecida en tres, y así de los demás. Pero, entre todas estas perfecciones, excedía la de la pequeña y dulce boca, brollador de ámbar (OC, 1324). Una importante parte del Quijote la escribió Cervantes con el estilo numérico y amplificatorio que pertenecía al acervo cultural hispánico, con sus propias características existente en otras lenguas, de raigambre que entronca con el latín, asimismo presente en la tradicional liturgia, y que con exuberancia se practicó en la oratoria, pero también en tratados técnicos, aunque con mayor 100 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD ponderación88. Cronistas y otros autores llevaron a América este uso estilístico de lo que alguna muestra se ha visto. En texto notarial de apenas dieciocho renglones referido al colonizador Luis de Céspedes Xería se lee: “que tenga pecho y ánimo y zelo de solo servir a Dios y a V. Magestad”, con su polisíndeton89; fue enseguida asimilado por mestizos, así el paraguayo Ruy Díaz de Guzmán, quien en breve carta de 1604 pondría el doblete sinonímico “nos an puesto por acá temores y recelos” y el triplete nominal “para cuya caridad, claridad y razón me pareció urgente enbiar un memorial”90, y el quechua Felipe Huamán Poma de Ayala acabaría hacia 1614 su Nueva corónica y buen gobierno con profusión de enumeraciones de toda clase. Entre las relaciones que del folclore americano con la tradición literaria española en otra parte he referido está el bolero Quizás, quizás, quizás, manifestación de la arraigada tendencia estilística a las tríadas léxicas y gramaticales, al lenguaje con reiteración numérica tan del gusto cervantino, triplete adverbial con antecedente en el poeta y músico salmantino Lucas Fernández: “pues quiçás, quiçás, quiçá, / dome a esta cruz y al diabro”. Y el alma, corazón y vida del Recuerda aquella vez con variante se encuentra en la dieciochesca monja chilena Peña y Lillo: “me cultivó tanto su amable vista y hermosura, que me llevó toda la voluntad, corasón y alma”, versión de amor a lo divino que en versos altoperuanos es “alma, vida y corazón, / las potencias y sentidos...”, “mis potencias y sentidos, / alma, vida y corazón”, (2010: 97-98)91. En una tonadilla de 1787 de ambiente gaditano, La venida impensada del hermano de Indias, el marido canta a su esposa, ofreciéndole un ramo de flores (Ripodas Ardanaz, 1986: 163): Porque le adornen su pecho a presentárselas voy y la ofreceré con ellas alma, vida y corazón. 88 Aunque en los de tipo científico es abundantísimo el emparejamiento sinonímico de carácter explicativo, así en tratado hidráulico del XVI de autor aragonés, corpus que llegó a atribuirse a Juanelo Turriano, en el que no faltan secuencias como juntas y hendiduras, espelunca o cueva o concavidad (Frago y García-Diego, 1988: 88-90). 89 AGI, Charcas, 30, R. 1, N. 1/8/1r. 90 AGI, Charcas, Ramo Secular, legajo 46. 91 En cartas de Simón Bolívar no son raras construcciones como estas, aquí en oposición antonímica: “Uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio, no hemos podido adquirir ni saber, ni poder, ni virtud” (ibíd.). CAPÍTULO 5 ¿CÓMO HABLA SANCHO? 5.1. LA PREVARIACIÓN DEL LENGUAJE: DEL ESTILO A LA COMICIDAD 5.1.1. La figura de Sancho no solo es muy importante por su papel en la trama novelesca, sino también por su caracterización en los aspectos estilístico y lingüístico. La cuestión se pone de relieve mientras Sansón Carrasco les cuenta a amo y escudero lo que sabe de su historia, “que andaba ya en libro”, cuando el siguiente “razonamiento” tiene lugar: Callad, Sancho --dijo don Quijote--, y no interrumpáis al señor bachiller, a quien suplico pase adelante en decirme lo que se dice de mí en la referida historia. —Y de mí --dijo Sancho--, que también dicen que soy yo uno de los principales presonajes della. —Personajes, que no presonajes, Sancho amigo --dijo Sansón. —¿Otro reprochador de voquibles tenemos? --dijo Sancho--. Pues ándense a eso y no acabaremos en toda la vida. —Mala me la dé Dios, Sancho --respondió el bachiller--, si no sois vos la segunda persona de la historia, y que hay tal que precia más oíros hablar a vos que al más pintado de toda ella (II, 1, 2). Esta segunda persona de la historia quijotesca, es decir Sancho Panza, se identifica con el gracioso, con la figura del donaire de la comedia nueva, cuyo precedente es el tipo dramático del bobo92, y tal distinción requería agudeza y tino literario del autor que la trataba, en los términos con que don Quijote la explica a Sansón Carrasco: “decir gracias y escribir donaires es de grandes ingenios: la más discreta figura de la comedia es la del bobo, porque no lo ha de ser el que quiere dar a entender que es simple” (II, 3), y más adelante se insistirá por boca de Sancho en la idea de que “el decir 92 Así se anota en la ed. Rico (I, 709, n. 31; 712, n. 58). 102 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD gracias no es para todos”, corroborando la opinión de don Álvaro de que el escudero del Quijote apócrifo, al que así califica de bobo “aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia que la tuviese” (II, 72)93. Lingüísticamente marca aquí Cervantes al Sancho unas veces bobo, y quizá más sostenidamente gracioso, con un par de lapsus idiomáticos, presonajes y voquibles, similares a otras distorsiones que ocasionalmente introduce en sus intervenciones, faltas que claramente buscan la comicidad, sobre todo gracias a la reprensión del interlocutor a que suelen dar lugar, en la situación citada será el caso de presonajes, no así el de voquibles, al que no se le contrapone enmienda, aunque en pura lógica lingüística la necesitara más. En cuanto a la naturalidad de la alteración fonética en presonajes, la metátesis fue efectivamente rural y vulgar, se contradice con el anómalo hecho de que un rústico como Sancho discurra sobre un asunto como el de los personajes de una novela. Piénsese, además, que si ahora presonajes es corregido, pocos renglones después dirá presonas sin que en esta ocasión el desliz merezca enmienda: “cada uno mire cómo habla o cómo escribe de las presonas, y no ponga a trochemoche lo primero que le viene al magín”, ni cuando repita en el siguiente capítulo el vocablo incorrecto: “que responderé al mesmo rey en presona” (II, 3,4)94. El que a Sancho se le corrija presonajes pero no voquibles no ha de tomarse sin más como uno de los olvidos, descuidos o incoherencias narrativas del autor, aunque tal vez pueda serlo, porque el 93 Insistirá luego don Álvaro en la caracterización como simple o bobo del Sancho Panza avellanedesco, que “más tenía de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de gracioso”. Apunta Gómez (2002: 240) que en el Quijote se alude al gracioso sin nombrarlo en palabras del cura, pero que en esta novela no se menciona la figura del gracioso en sentido sustantivo. Sin embargo, quizá se deba tener en cuenta la clara transposición nominal en el sintagma “yo soy ese gracioso”, dicho por Sancho tras haber hablado de él la zagala de la Arcadia fingida como el escudero “cuyas gracias no hay ningunas que se le igualen” (II, 58). Y cuando don Quijote le atribuye la condición del “más hablador” y “más gracioso”, la duquesa le añadirá a este segundo carácter el de discreto: “De que Sancho el bueno sea gracioso lo estimo yo en mucho, porque es señal que es discreto, que las gracias y donaires, señor don Quijote, como vuesa merced bien sabe, no asientan sobre ingenios torpes; y pues el buen Sancho es gracioso y donairoso, desde aquí lo confirmo por discreto” (II, 30). Negación absoluta, pues, de su caracterización como bobo, aunque expresada en ironía dialéctica, pues como tal lo tendrán frecuentemente a Sancho en su trato los anfitriones ducales. 94 Eso sí, después de haberse registrado el canónico persona pocos renglones antes en la misma intervención de Sancho. También empleará el escudero correctamente persona en la aventura de los batanes (I, 20), así como vocablo: “pues sabe que no me he criado en la corte…, para saber si añado o quito alguna letra a mis vocablos”, “no he oído tal vocablo” (II, 19, 29). ¿CÓMO HABLA SANCHO? 103 efecto burlesco basado en el reproche idiomático ya se había conseguido con la primera rectificación. Igualmente sabrá el lector de Cervantes que no es exclusiva del Quijote la utilización literaria del contraste lingüístico para el logro de notas hilarantes, y, así, cuando el mozo que guiaba a Rinconete y Cortadillo por Sevilla pregunta: “¿no es peor ser hereje o renegado, o matar a su padre y madre, o ser solomico?”, el primer pícaro le advierte: “sodomita querrá decir vuesa merced”, y más adelante cuando Chiquiznaque se disculpa de no haber cumplido el encargo criminal, “hallándome imposibilitado de poder cumplir lo prometido y de hacer lo que llevaba en mi destruición”, el caballero del encargo replica: “instrucción querrá vuesa merced decir”95. De las semejanzas textuales se puede llegar a la exacta repetición del mismo tropiezo idiomático, caso del tologías de esta novela picaresca, que también está puesto en boca de Sancho (II, 20), en las dos ocasiones sin corrección, como en la primera novela el coloquialismo tan traídos como llevados se dice de unos alpargates y en el Quijote serán traídas y llevadas las mozas del partido que desarmaban al hidalgo manchego en la venta de su primera salida (I, 2)96. 5.1.2. Pero esta forma de caricaturización lingüística tampoco se estrena realmente con Sancho, sino con Pedro el cabrero, que no ha hablado como aldeano ni lo hará a continuación del forzado contrapunto de su hablar supuestamente aldeano con el cortesano del protagonista, en el momento en que al decir el pastor “porque puntualmente nos decía el cris del sol y de la luna”, don Quijote se siente obligado a explicarle: “eclipse se llama, amigo, que no cris…”; aunque Pedro, “no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo”: —Asimesmo adevinaba cuándo había de ser el año abundante o estil. —Estéril queréis decir, amigo --dijo don Quijote. —Estéril o estil --respondió Pedro--, todo se sale allá (I, 12). A continuación termina con “aunque viváis más años que sarna” una intervención de Pedro en el diálogo y es de nuevo recon95 Rinconete, 38, 65. En el primer caso aceptará el reproche de Rincón con “eso digo”, y Chiquiznaque el del caballero con “eso quise decir”. 96 Rinconete, 19 (tan traídos como llevados), 37 (tologías), y la Cariharta dirá sotomía por notomía (anatomía) sin verse corregida (59). Sancho además de tologías emplea tólogo, igualmente sin ser rectificado (II, 27), forma que asimismo pone Cervantes en boca de Trampagos, personaje del Rufián viudo (Entremeses, 41). 104 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD venido: “decid Sarra --replicó don Quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los vocablos del cabrero”, y ante el enfado de este, en réplica similar a las de Sancho en la misma situación97, llegará el definitivo apaciguamiento, con el abandono de esta argucia por parte de su contradictor: Perdonad, amigo --dijo don Quijote--, que por haber tanta diferencia de sarna a Sarra os lo dije; pero vos respondistes muy bien, porque vive más sarna que Sarra, y proseguid vuestra historia, que no os replicaré nada más. 5.1.3. Sin embargo, ni el trocar de los vocablos por parte de Pedro es continuo, ni convincente desde el punto de vista lingüístico y cultural. Cervantes corta dos veces el coloquio en el que interviene el cabrero para dar la apariencia, convencional en todo caso, de que habla como ignorante, cuando ni su narración es disparatada ni su lengua y estilo cambian respecto de lo que son las intervenciones del mismo don Quijote. Porque si adevinaba, que tiene registros literarios medievales, dice Pedro (II, 35), redemir dirá el sabio Merlín (II, 35), encorporados el canónigo (I, 48), ligítima don Quijote (I, 44) e inquerir el narrador (I, 52). Al pastor Pedro se le ha anotado el adverbio denantes como “forma rústica”, aunque también lo usan el bachiller encamisado (I, 19), el narrador por referencia a Dorotea, “le volvió a preguntar qué era lo que quería decir denantes” (I, 43), y el propio don Quijote en pasaje que no contiene forma alguna de fabla antigua, “mira, Sancho, por el mismo que denantes juraste te juro…” (I, 25)98. El procedimiento también se ensaya en una ocasión con el ventero andaluz, cuyas numerosas intervenciones nunca están conno97 “Harto vive la sarna --respondió Pedro--; y si es, señor, que me habéis de andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año” (I, 12). Evidentemente, las reprensiones al habla del cabrero solo se dan ocasionalmente y no “a cada paso”, pero al autor le interesa hacer creer que así es. 98 El único rasgo de habla un tanto popular, pero no vulgar ni plenamente rústica en la época, es el del refuerzo de la negación con gota en “el (año) que viene será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota”, dicho por Pedro el cabrero. En cuanto a denantes, también se halla en intervención de Sancho, “sino que denantes le oí hablar” (II, 44), en la cual asimismo emplea un desfaga de la lengua antigua, lo que podría sugerir la intencionalidad del matiz arcaizante en el adverbio, con cinco apariciones en el Quijote frente a las 280 de antes. Pero la diversidad de contextos en los cuales se registra no autoriza a darle negativo valor sociocultural, tampoco en su uso por Solórzano, “que vuesa merced me dio denantes”, en el Vizcaíno fingido (Entremeses, 125). El tradicionalismo en este caso, y en otros más, puede que no siempre sea de intencionalidad literaria en Cervantes, cuya habla presenta algunos rasgos conservadores, por ejemplo evidentes en su aceptación de balandrán y catar ‘mirar, buscar’ frente al correspondiente rechazo en Juan de Valdés muchos años antes. ¿CÓMO HABLA SANCHO? 105 tadas de vulgarismo o rusticismo, ni presentan torpeza idiomática alguna, salvo en este punto de su diálogo con el cura y maese Nicolás: Pues ¿por ventura --dijo el ventero-- mis libros son herejes o flemáticos, que los quiere quemar? —Cismáticos queréis decir, amigo --dijo el barbero--, que no flemáticos —Así es --replicó el ventero (I, 32). El mismo Sancho se permitirá corregir a su mujer en una ocasión, ahora sujeto activo él del tipo de burla lingüística del que en las mismas páginas de la segunda parte del Quijote una y otra vez estaba siendo objeto: Yo no os entiendo, marido --replicó Teresa--: haced lo que quisiéredes y no me quebréis más la cabeza con vuestras arengas y retóricas. Y si estáis revuelto en hacer lo que decís… —Resuelto has de decir, mujer –dijo Sancho--, y no revuelto. —No os pongáis a disputar, marido, conmigo –respondió Teresa--: yo hablo como Dios es servido y no me meto en más dibujos (II, 5). Con esta nota de artificiosa vulgaridad corta Cervantes un discurso de Sancho nada escuderil ni campesino, sino de hombre discreto y cortesano, en el fondo y en la forma intercambiable con cualquiera del cura y del canónigo o con los más lúcidos de don Quijote. La rusticidad esta vez se marca en Teresa Panza, pues como mujer había de ser menos discreta que su marido, idiomáticamente se entiende, pero con una nota puramente convencional, y, como en tales casos sucede, cómica. De comicidad rebosa la carta que Teresa Panza dirige a Sancho, pero lo burlesco es de contenido o argumental, no de motivo lingüístico, como ocurre en los parlamentos de la mujer del escudero, misiva que por cierto ni la pudo redactar un monacillo de aldea ni dictarla Teresa, tal es su corrección idiomática y la calidad de su estilo. La identidad aldeana la centra Cervantes en la gracia de algunos comentarios y en lo disparatado de otros, y su carácter jocoso ya se enmarca en el sobrescrito, por formulario: “A mi marido Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria, que Dios prospere más años que a mí”, y se reforzará en la despedida: “y con esto Dios te me guarde más años que a mí, o tantos, porque no querría dejarte sin mí en este mundo” (II, 52). 106 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD 5.2. SANCHO EN EL QUIJOTE DE 1615 5.2.1. En la primera parte de la novela quijotesca solo una corrupción léxica se le atribuye a Sancho, “¡y montas que no sabría yo autorizar el litado!”, con corrección de su amo, “dictado has de decir, que no litado”, aceptada con un sumiso “sea ansí” (I, 21), alteración que se repetirá en la segunda parte, lita ‘dicta’, pero ahora sin reproche de su interlocutor (II, 7). Fuera de esto, solo unas pocas intervenciones de Sancho se aprovechan en el Quijote de 1605 para el juego léxico, pero que invariablemente son de carácter erudito y propias de hablantes con extraordinario dominio del lenguaje, por consiguiente impropias de un rústico aldeano. Así, don Quijote lee en un soneto el nombre femenino Fili y Sancho lo relaciona con hilo (“paréceme que vuestra merced nombró ahí hilo”: I, 23), equívoco que, sin embargo, es de fondo latinizante, y de signo sin duda cultista es la aparente confusión sanchesca con doble sentido de homicidios con omecillos, “¿… por más homicidios que hubiese cometido?” dice don Quijote y “yo no sé nada de omecillos --respondió Sancho--, ni en mi vida le caté a ninguno” (I, 10), cuando además el escudero empleará luego el segundo vocablo sin recibir burla: “hizo de manera que el amor que el pastor tenía a la pastora se volviese en omecillo y mala voluntad” (I, 20)99. En otra ocasión el habla de Sancho se hace eco de la variación léxica, resultante en este caso de la coexistencia de la forma originaria (pastraña) con una alteración suya que a la sazón se había hecho más general: “que todo debe de ser cosa de viento y mentira, y todo pastraña o patraña, o como lo llamáremos” (I, 25), y se juega al equívoco mediante la polisemia y la variación formal (empreñar ‘dejar preñada’ y ‘molestar’) en otra discusión de Sancho con maese Nicolás: En mal punto os empreñastes de sus promesas y en mal hora se os entró en los cascos la ínsula que tanto deseáis. —Yo no estoy preñado de nadie –respondió Sancho--, ni soy hombre que me dejaría empreñar, del rey que fuese (I, 47). 99 Juan de Valdés advertía que “también vamos dexando omezillo por enemistad; yo todavía me atrevería a usarlo alguna vez, pero quando quadrasse muy bien y no de otra manera”, y al preguntársele por su origen acertadamente juzga: “pienso sea corrompido de homicidio, omezillo” (Diálogo, 127). El segundo registro cervantino de omecillo tiene que ver con el sentido jurídico de esta voz en el castellano medieval (‘enemistad, odio’); para la primera cita en la ed. Rico se le propone idéntico significado, con catar como ‘guardar’ (2004: I, 124, n. 11; 233, n. 45; II, 124.11); para Corominas y Pascual esta forma verbal con dicho significado “es por lo común aragonesa” (DCECH). ¿CÓMO HABLA SANCHO? 107 No solo eso, sino que una vez incluso se permite Sancho darle a su amo una lección de conocimiento de la lengua a propósito de expresión de sentido escatológico que nunca ha sido de uso vulgar o rústico, con el colofón de otra más eufemística y por consiguiente de registro más refinado, cuando yendo enjaulado don Quijote camino de su lugar, así se dirige a él su escudero después de no pocas vueltas y vacilaciones: Digo que yo estoy de la bondad y verdad de mi amo, y, así, porque hace al caso a nuestro cuento, pregunto, hablando con acatamiento, si acaso después que vuestra merced va enjaulado y a su parecer encantado en esta jaula le ha venido gana y voluntad de hacer aguas mayores o menores, como suele decirse. —No entiendo eso de hacer aguas, Sancho; aclárate más, si quieres que te responda derechamente. —¿Es posible que no entiende vuestra merced de hacer aguas menores o mayores? Pues en la escuela destetan a los muchachos con ello. Pues sepa que quiere decir si le ha venido gana de hacer lo que no se escusa. —¡Ya, ya te entiendo, Sancho! (I, 49). 5.2.2. Así, pues, en el Quijote de 1605 solo hay un tímido ensayo de caracterización idiomática de Sancho con medios lingüísticos, que de alguna manera es contraria a la que se aplicará en el texto de 1615, porque en la primera parte los juegos de lenguaje que se basan en intervenciones del escudero por lo general no corresponden a lapsus propiamente dichos, sino que constituyen juegos de verdadera erudición. Obsérvese que las corrupciones de lenguaje del escudero hasta ahora citadas (presonajes, presona, presonas, voquibles) efectivamente pertenecen a la segunda parte, y que las demás de 1605 se refieren a otros personajes, Pedro el cabrero y el ventero andaluz, con la única excepción de litado ‘dictado’; como por primera vez aparece la contracción por sinalefa nuestramo en boca de Sancho (II, 58) y el aún más rústico posesivo nueso en expresión de una de las tres aldeanas del Toboso (II, 10): nuestramo, nuestrama dirían los pastores de Juan del Encina (Cancionero, 99r, 100r). Cervantes prodigará los deslices idiomáticos de diversas clases en la continuación de la novela quijotesca, centrados ya en Sancho Panza, incluido el contradictorio caso, aunque explicable desde el punto de vista sociológico, de la corrección de este a un atropello a la lengua en el habla de su mujer (revuelto confundido con resuelto). Error chistoso sin duda es el repetido uso de cebollinas por cebellinas en el sintagma martas cebollinas (II, 14, 53), intencionada- 108 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD mente puesto, claro está, por el autor en boca de Sancho, cuya gracia reside tanto en el hecho de que un aldeano como él hable familiarmente de una piel tan estimada y cara, como en la misma confusión con un término de semejante significación rural100. Las confusiones se suceden próximas entre sí (recuérdense los casos de presonajes, presona y presonas), unas veces sin enmienda del interlocutor y otras con rectificación, que puede ir seguida de la réplica del prevaricador lingüístico, lo que aumenta los ribetes jocosos de la situación. Sin corrección, aparte de los dos casos ya vistos de presona y presonas, van los pasajes sanchescos “no hay más que hacer sino que vuestra merced ordene su testamento, con su codicilo, en modo que no se pueda revolcar (‘revocar’)…, que dice que su conciencia le lita (‘dicta’) que persuada a vuestra merced…” (II, 7), “cuando lleguemos a esa leña que vuestra merced dice…” a continuación del discurso de don Quijote en el cual afirma que “pasaremos presto por la línea equinocial”101, con parecida explicación para la alteración léxica de la cita “ni hemos decantado de donde están las alemañas dos varas, porque allí están Rocinante y el rucio en el propio lugar do los dejamos” (II, 29)102, “pero ¿azotarme yo? ¡Abernuncio!” (II, 35). Sin embargo, a continuación se repetirá la misma corrupción arbitraria para el estereotipo jocoso del verbo latino en semejante contexto, arrenuncio era el vulgarismo real: “Digo, señora --respondió Sancho--, lo que tengo dicho: que de los azotes, abernuncio”, ahora con reproche en el diálogo: “Abrenuncio habéis de decir, San100 El anotador de la ed. Rico considera que no es error chistoso y que “la modificación se hace por etimología popular, dado el color del animal” (I, 805, n. 30). La explicación no me parece aceptable, pues ¿a quién se debería la etimología popular? La alteración formal con pleno conocimiento de causa la pone Cervantes en boca de su personaje, Sancho Panza, para el logro de una puntual comicidad. El adjetivo cebolludo, ‘decíase de la persona tosca y basta, o gruesa y abultada’ (DRAE), lo aplicará don Quijote en el monólogo en que se decide a rechazar el asalto de Altisidora a su honestidad, “ora estés señora mía, transformada en cebolluda labradora, ora en ninfa del Tajo” (II, 48). 101 No se trata de una confusión verídica, pues la fórmula popular y corriente en la Edad Media era liña, todavía muy frecuente en el Siglo de Oro y aún usual hoy, aunque como vulgarismo. Estamos ante una falta absurda más que solo busca la comicidad del argumento lingüístico, basada en el atropello fonético, pues la í tónica no cambia de timbre, que permite la rídicula identificación homonímica y semántica de línea con leña ‘madera’. 102 Aunque originariamente pudo tener sentido genérico o no marcado el derivado del lat. animalia, plural de animal, -alis, desde luego en el Siglo de Oro suponía una gran distorsión semántica llamar alimañas al jamelgo de don Quijote y al asno de Sancho. En cuanto a la alteración alemañas, sin duda está traída aquí por su homofonía con Alemaña, frecuente corrupción popular de Alemania. ¿CÓMO HABLA SANCHO? 109 cho, y no como decís --dijo el duque”, y réplica escuderil: “Déjeme vuestra grandeza --respondió Sancho--, que no estoy agora para mirar en sotilezas ni en letras más a menos”. También con enmienda normativa y contestación sanchesca: “vienen a caballo sobre tres cananeas remendadas, que no hay más que ver. –Hacaneas querrás decir, Sancho. ---Poca diferencia hay --respondió Sancho-- de cananeas a hacaneas” (II, 10), “sino que vuesa merced, señor mío, siempre es friscal de mis dichos, y aun de mis hechos. ---Fiscal has de decir --dijo don Quijote--, que no friscal, prevaricador del buen lenguaje, que Dios te confunda. ---No se apunte vuestra merced conmigo --respondió Sancho--, pues sabe que no me he criado en la corte, ni he estudiado en Salamanca, para saber si añado o quito alguna letra a mis vocablos” (II, 19). 5.2.3. El conjunto de estos “errores” escuderiles, con los reproches a que suelen dar lugar de parte del interlocutor y en su caso con las réplicas del “prevaricador del buen lenguaje”, no es sociolingüísticamente verosímil, ni siquiera contextualmente. En la última cita la contestación de Sancho de ninguna manera es propia de un campesino analfabeto, y menos aún la consideración normativa que sigue, en la cual el escudero maneja con toda soltura el tópico que contraponía el hablante sayagués al toledano. Cuando Sancho comete los dislates de revolcar ‘revocar’ y lita ‘dicta’ está hablando con conocimiento de causa de las formas y fórmulas testamentarias, poco después de haberse expresado en los mismos términos en que lo habría hecho don Quijote, incluso con el logrado juego conceptual, etimologizante y jurídico que hay en “el derecho de los tuertos” (II, 7). Y en la variación hacanea-cananea asimismo se ha comprobado que no resulta de un hablar rústico sino de la artificiosa deformación literaria, pues una página después de haber empleado Sancho la voz confundida e impropia ya ha aprendido el uso de la correcta, aunque justificando el error anterior con un “o como se llaman” relativo a su inseguridad en esta cuestión léxica: “¿y es posible que tres hacaneas, o como se llaman, blancas como el ampo de la nieve, le parezcan a vuesa merced borricos?”, y, por el contrario, el mismo narrador incidirá en el burlesco empleo de la forma no canónica: “Apenas se vio libre la aldeana que había hecho la figura de Dulcinea, cuando, picando a su cananea con un aguijón que en un palo traía, dio a correr por el prado adelante” (II, 10). 110 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD Consigue así Cervantes efectos jocosos al mismo tiempo que intermitentemente apea a Sancho, aparentemente al menos, de un lenguaje muy alejado del villanesco. Es el matiz de la irónica contradicción, asimismo presente en la ocasión en que, advirtiéndole su amo “asolviese quieres decir” por el error cometido en “querría que vuestra merced me sorbiese una duda”, el escudero no le replicará, pero sí continúa: “Dígame, señor --prosiguió Sancho--: esos Julios o Agostos, y todos esos caballeros hazañosos que ha dicho, que ya son muertos, ¿dónde están agora?” (II, 8). Y esto cuando en su discurso don Quijote no ha mencionado a Augusto, y solo a César sin el nombre propio de Julio, de modo que la confusión onomástica es doblemente graciosa, en sí misma y porque se basa en una erudición que no le corresponde a Sancho. Si don Quijote se refiere a los “longincuos caminos” y Sancho dice “no entiendo eso de logicuos, ni he oído tal vocablo en todos los días de mi vida”, respondiendo el caballero andante que longincuos “quiere decir ‘apartados’, y no es maravilla que no lo entiendas, que no estás tú obligado a saber latín”, queda de relieve la puntual broma lingüística, se remacha la condición de iletrado de Sancho y se da la oportunidad de ofrecer una definición léxica, recurso al que Cervantes tan aficionado es, por ejemplo presente en intervención de don Quijote en la cual, sin que nadie se lo pida, explicará: “santiaguarnos y levar ferro, quiero decir, embarcarnos y cortar la amarra con que este barco está atado” (II, 29), como le interesa la variación formal, manifiesta en la pregunta del caballero al escudero sobre si este percibió “¿un túho o tufo como si estuvieras en la tienda de algún curioso guantero?” (I, 31). Pero en esta cuestión de nuevo se produce el cambio de papeles entre personajes de distinto nivel sociocultural, pues al mencionar el caballero andante “la retórica ciceroniana y demostina”, se da pie a las siguientes interrogación y respuesta explicativa: ¿Qué quiere decir demostina, señor don Quijote --preguntó la duquesa--, que es vocablo que no le he oído en todos los días de mi vida? —Retórica demostina --respondió don Quijote-- es lo mismo que decir retórica de Demóstenes, como ciceroniana, de Cicerón, que fueron los dos mayores retóricos del mundo (II, 32)103. La simple comicidad se persigue con los absurdos análisis léxicos escuderiles de gramática, cuando al afirmar don Quijote “que 103 Para restituir la coherencia argumental el duque le reprochará a su mujer que “habéis andado desalumbrada en la tal pregunta”. ¿CÓMO HABLA SANCHO? 111 los que gobiernan ínsulas por lo menos han de saber gramática” se sigue “con la grama bien me avendría yo --dijo Sancho--, pero con la tica ni me tiro ni me pago, porque no la entiendo” (II, 3), y de Ptolomeo, con las confusiones inferidas de las voces cultas cómputo y cosmógrafo de su contexto: “por Dios --dijo Sancho--, que vuesa merced me trae por testigo de lo que dice a una gentil persona, puto y gafo, con la añadidura de meón, o meo, o no sé cómo” (II, 29). La burla lingüística en estado puro se halla en los tratamientos de vuestra santidad y vuestra altanería que Sancho dedica a la Duquesa, también presumiría el escudero ante su señor de no ser la primera vez que había llevado “embajadas a altas y crecidas señoras” (II, 30, 31, 33), de comicidad semejante al de vuestra pomposidad que a la misma dama le dirige Teresa Panza en su carta (II, 52). Argumento también a favor del artificioso convencionalismo de esta caracterización lingüística de Sancho es el hecho de que incongruentemente don Quijote se sitúe en igual nivel que su escudero al dirigirse a la Duquesa con fórmulas a todas luces inadecuadas: “si algunos días quisiere vuestra gran celsitud servirse de mí” (II, 30), “vuestra altitud ha hablado como quien es, que en la boca de las buenas señoras no ha de haber ninguna que sea mala” (II, 44). Esto, y la ocasión ya considerada en la cual el escudero se permite enseñar a su señor el significado de aguas mayores y aguas menores. 5.2.4. Ninguna explicación objetiva que vaya más allá del mero chiste lingüístico tienen las “confusiones” de Sancho Panza en el monólogo interior que le provocan las órdenes de los captores que los conducen al castillo ducal a él y a su amo de regreso de Barcelona (“¡Caminad, trogloditas! ¡Callad, bárbaros! ¡Pagad, antropófagos! ¡No os quejéis, scitas…!)”: “¿Nosotros tortolitas? ¿Nosotros barberos ni estropajos? ¿Nosotros perritas, a quien dicen cita, cita?” (II, 48). Como Cervantes acostumbra a repetir en sus obras nombres de persona, refranes, giros y expresiones, junto a ciertas cuestiones argumentales, también se reitera parecido juego de palabras y de confusiones cuando al final de una de sus novelas ejemplares del protagonista se recuerda: como había andado con su padre en el ejercicio de las bulas, sabía algo de buen lenguaje, y dábale gran risa pensar en los vocablos que había oído a Monipodio y a los demás de su compañía y bendita comunidad, y más cuando por decir per modum sufragii había dicho per modo de naufragio; y que sacaban el estupendo, por decir estipendio, de lo que se garbeaba; y 112 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD cuando la Cariharta dijo que era Repolido como un marinero de Tarpeya y un tigre de Ocaña, por decir Hircania, con otras mil impertinencias (Rinconete, 72). Los pasajes citados responden a una clara estrategia literaria, lo que se manifiesta en la misma naturaleza de tales faltas, casi todas ajenas a la realidad idiomática y por lo paradójico de su presencia contextual, así como por el hecho de que la gran mayoría de ellas solo aparece en el Quijote de 1615. Es evidente, pues, que Cervantes solo en la continuación de su gran novela se decidió a caracterizar así la lengua de Sancho, rebajando con estas notas de vulgaridad intervenciones del escudero de expresión sumamente culta. Pero, una vez tomada su decisión argumental, Cervantes se mueve a impulsos en el manejo de este recurso, según se desprende de su ancha intermitencia y de cómo suelen localizarse seguidos los errores en cada aparición del disparate lingüístico. 5.3. ¿TORPE HABLANTE, RÚSTICO Y VULGAR? 5.3.1. A estas pinceladas idiomáticamente caracterizadoras, que miran al lado inculto del escudero, se añaden rasgos referentes a su condición aldeana, pero que asimismo pertenencen más a la dialéctica novelesca que a la objetividad lingüística. Es decir, Cervantes pone como principio el sello de la rusticidad al habla de Sancho, pero sin hechos concretos que sustenten tal tipificación, y, así, tras un discurso suyo pleno de sentido común, de corrección idiomática y de discreta retórica, don Quijote se lo alaba diciéndole “que en verdad que lo que has dicho de la muerte por tus rústicos términos es lo que pudiera decir un buen predicador” (II, 20). Sin embargo, ni el razonamiento, ni la expresión, ni las palabras han tenido nada que ver con el rusticismo, y tras el primer encuentro de Sancho con la Duquesa relatará el narrador que “con grandísimo gusto volvió a su amo, a quien contó todo lo que la gran señora le había dicho, levantando con sus rústicos términos a los cielos su mucha fermosura, su gran donaire y cortesía” (II, 30). Y tampoco hay mucha razón textual para que don Quijote se riera “de las rústicas alabanzas de Sancho Panza” a Quiteria (II, 21), la novia en las bodas de Camacho, en conjunto mezcla de expresiones coloquiales y de giros literarios impropios del escudero. ¿CÓMO HABLA SANCHO? 113 Pero nótese que, por ejemplo, tologías y tólogo lo mismo están en boca de Sancho que en las de rufianes urbanos (v. n. 96), de modo que será preciso determinar qué elementos de su habla con propiedad se considerarán auténticos rusticismos. Así, irritado Sancho por las pillerías del barbero ducal, amenaza con que “le daré tal puñada, que le deje el puño engastado en los cascos, que estas tales cirimonias y jabonaduras más parecen burlas que gasajos de huéspedes”, y aunque en este momento su interlocutora, la Duquesa, no repare en ninguna particularidad, a continuación establecerá una diferenciación sociocultural al alabar a su amo, “que debe de ser la nata de los comedimientos y la flor de las ceremonias, o cirimonias, como vos decís” (II, 22). Pues bien, en el Quijote solo hay dos casos de cirimonias, ambos referidos a Sancho, frente a veintidós de ceremonia, en singular y plural, lo cual supone una clara postura estilística y normativa de Cervantes ante estas variantes, pues prefiere la más culta en todo tipo de contextos y deja la popular para caracterizar el habla del escudero, pero no tan sistemáticamente que este también emplee una vez la forma estándar: “¿está por ventura España abierta y de modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es esta?” (II, 58). Evidente es, pues, la preferencia de Cervantes por ceremonia y que consideraba cirimonia vulgarismo, aunque no lleve su postura con absoluto rigor al terreno literario; pero la realidad del español de la época era más compleja, porque junto a ceremonia asimismo pervivía el también latinismo cerimonia, que con un registro se halla en pasaje del narrador: “dieron saco a las alforjas y, sin cerimonia alguna, en buena paz y compañía, amo y mozo comieron lo que en ellas hallaron” (I, 15). 5.3.2. Es natural que Cervantes haga decir a Sancho trova y no soneto (I, 23), pues lo contrario sería situarse fuera de toda realidad sociológica, pero el uso de trova no va más allá de la connotación popular, y el tratamiento de señor nuestramo con el que el escudero se dirige a don Quijote (II, 58) podía darse en un medio campesino, de hecho con las variantes nuestro amo y nuestro señor amo lo emplean Sanchica y Teresa Panza (II, 50), si bien asimismo en la baja servidumbre urbana. Dentro de lo plenamente rural cae el muesama con que el segador Llorente se refiere a Casilda, dueña de la casa en obra de Lope de Vega (Peribáñez, 122). Razonable es 114 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD que el narrador le atribuya al escudero el uso de condumio, “acudió Sancho a la repostería de sus alforjas y dellas sacó de lo que él solía llamar condumio” (II, 59), vocablo que Covarrubias tenía por anticuado y rural (Tesoro, 348). Cervantes presenta a Sancho cual campesino indocto, circunstancia que casi inevitablemente en el tratamiento literario de figuras semejantes acarreaba la condición de simple, y con variable frecuencia trasunto del bobo de las comedias. Este aspecto de la caracterización sanchesca se centra de varios modos en la narración, uno de los cuales es la atribución del concesivo maguera tonto que Sancho se aplica en su argumentación con la Duquesa (II, 33), rasgo de rústica simpleza que con los mismos términos repetidamente se debe al narrador: “porque maguer era tonto, bien se le alcanzaba que las acciones de su amo, todas o las más, eran disparates” (II, 30), “se burlaban de Sancho; pero él se las tenía tiesas a todos, maguera tonto, bronco y rollizo” (II, 49). La calificación de tonto va acompañada de la conjunción maguera (o de la variante maguer), por entonces arcaizante y refugiada en el hablar rústico104, y en la última cita con el añadido del adjetivo rollizo, que en el Quijote se deja para el tosco aldeano. También Teresa Panza se atribuye idéntica nota negativa: “que, maguer tonta, no sé yo quién recibe gusto de no tenerle” (II, 5); de “mujer rústica y tonta” la trata don Quijote en los consejos que da a Sancho para su buen gobierno de Barataria (II, 42), lo que no quita que, como con su marido a veces sucede, en ella se destaquen por contraste destellos de buen juicio o de agudeza. La cortedad de Sancho se afirma sobre todo metaliterariamente, más que con recursos estrictamente lingüísticos, que podían esperarse dada su condición de inculto aldeano, causa de su ruda manera de ser y de discurrir. Algún argumento idiomático de tal caracterización se ha anotado, y aún podría señalarse su ocasional empleo de él por vuestra merced, como el tratamiento de ella que Sanchica da a su madre105. Pero también se ha comprobado que 104 En su carta a Dulcinea emplea don Quijote la locución maguer que (I, 25) solo como nota del castellano arcaico, asimilado al lenguaje caballeresco (en apoyo de asaz, ferido y fermosura), desligada aquí de la referencia aldeana que en la época tenía. 105 Sancho a don Quijote: “¿quiere vuestra merced darme licencia que departa un poco con él?” (I, 21), y al médico de Barataria: “quitéseme luego delante: si no, voto al sol que tome un garrote y que a garrotazos, comenzando por él, no me ha de quedar médico en toda la ínsula” (II, 47). Sanchica a su madre: “pero mire que me ha de dar la mitad desa sarta, que no tengo yo por tan boba a mi señora la duquesa, que se la había de enviar a ella toda” (II, 50). ¿CÓMO HABLA SANCHO? 115 Cervantes no duda en deformar artificiosamente las palabras para poner en evidencia la ignorancia del escudero y conseguir así otros efectos literarios. La desmedida afición de Sancho a los refranes, que tantas veces usa sin ton ni son, refuerza esta caracterización, y, así, tras una de sus retahilas de frases proverbiales: “¡Válame Dios --dijo don Quijote--, y qué de necedades vas, Sancho, ensartando! ¿Qué va de lo que tratamos a los refranes que enhilas?” (I, 25). Otras reprimendas recibirá Sancho por el mismo motivo, la última hacia el final de la segunda parte de la novela, como reacción de don Quijote a los refranes que en estilo indirecto le refiere el narrador: No más refranes, Sancho, por un solo Dios --dijo don Quijote--, que parece que te vuelves al sicut erat: habla a lo llano, a lo liso, a lo no intricado, como muchas veces te he dicho, y verás cómo te vale un pan por ciento. —No sé qué mala ventura es esta mía --respondió Sancho--, que no sé decir razón sin refrán, ni refrán que no me parezca razón; pero yo me emendaré si pudiere (II, 71). Si bien se mira, el autor aprovecha un caso del gusto de Sancho por la acumulación paremiológica para declarar por última vez su ideal estilístico, que en su reproche niega al escudero. Pero no son tales pautas estilísticas en sí mismas contrarias al empleo de refranes, sino solo a su excesiva frecuencia, y de hecho don Quijote termina su reprimenda con una frase sentenciosa (“verás cómo te vale un pan por ciento”), marcando ese único registro la diferencia entre la contención y el desbordamiento en el uso del refranero, en relación con el principio cervantino de la cortesía emparejada al comedimiento opuesta a la rusticidad, como discreto era antónimo de necio y de rústico (I, 23, 25, 29, 52). Por otro lado, la inconveniencia contextual de muchos refranes de Sancho forma parte de las disparatadas razones que frecuentemente se le achacan, con o sin causa, como cuando al reprenderle severamente don Quijote una intervención suya, en el fondo juiciosa y de “concertada” expresión lingüística, se lamentará reprochando también él a su amo: “¡Oh! Pues si no me entienden --respondió Sancho--, no es maravilla que mis sentencias sean tenidas por disparates” (II, 19). No le faltaban motivos a Sancho para quejarse de la inmerecida reprensión que en esta ocasión recibe, pues en su argumentación nada hay de disparatado, sino, como mucho, un tono popular, o coloquial si se quiere, con la sola e insólita corrupción que en su boca el autor pone de la rueda de la fortuna 116 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD como rodaja de la fortuna. Era cuestión, sin embargo, de insistir en este rasgo caracterizador, en el que el mismo Sancho acabará creyendo, cuando, de nuevo en conversación con su señor, quien lo trata de ignorante, reconozca: “sí, que para preguntar necedades y responder disparates no he menester yo andar buscando ayuda de vecinos” (II, 22). 5.3.3. La prolijidad del discurso, y no siempre condicionada por la reiteración paremiológica, es otra de las notas negativas que a Sancho se le atribuyen, de manera que si quiere romper un silencio que se le antojaba demasiado largo para comunicar cierta cosa don Quijote (“y una sola que ahora tengo en el pico de la lengua no querría que se mal lograse”), se verá conminado: “Dila --dijo don Qujote-- y sé breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo” (I, 21). Poco importa que la siguiente intervención del escudero no pueda considerarse breve, porque mucho más extensa será la respuesta de don Quijote, sobradamente la quintuplica, pues situaciones textuales semejantemente paradójicas son frecuentes en la novela cervantina. Pero más que la aparente incoherencia narrativa y estilística al autor le interesa dar otra puntada en la urdimbre del complejo personaje que Sancho es, al tiempo que una vez más deja constancia de su concepción estilística, con procedimiento narrativo que por ejemplo también aplica a Pedro el cabrero. Las disparatadas intervenciones de Sancho y las distorsiones en “su manera de hablar con exageraciones caricaturescas” (Pascual, 2004: 1134) son formas de caracterizar al personaje, pero también de provocar la hilaridad del lector. Es la faceta del Sancho bobo (maguera tonto) y tosco aldeano (de rústicas razones), dibujada con trazos elementales, sea la opinión en tal sentido simplemente inducida por el autor, sean los lapsus linguae en su mayor parte ajenos a la realidad idiomática, o sea “el recurso del chaparrón refraneril como estímulo cómico” (Lázaro Carreter, 2004: XXXVII). Más sutil es el modo de hacer actuar a Sancho como gracioso, pues, como él mismo advierte, “el decir gracias no es para todos” (v. n. 93); pero la gracia o el donaire no estriba tanto en específicos medios lingüísticos, sino más bien en la tensión argumental frecuentemente relacionada con la discreción o buen juicio de determinados parlamentos del escudero, es decir, en el chocante efecto que al lector le produce oírlo razonar como no era pensable en un zafio aldeano. ¿CÓMO HABLA SANCHO? 117 Acertadamente se ha dicho de este personaje que “es inicialmente tonto, porque sus pocas luces no deben impedir el desvarío del héroe” y que “solo a medida que este vaya mostrando admirable cordura fuera de lo caballeresco, podrá ir enriqueciendo Sancho su personalidad hasta adquirir volumen comparable a la del caballero” (Lázaro Carreter, 2004: XL). En el Quijote de 1605 evidentemente no pertenece a un lenguaje rústico simple, sino al de un discreto, el discurso que acaba “de las mías no digo nada, pues no han de salir de los límites escuderiles, aunque sé decir que si se usa en la caballería escribir hazañas de escuderos, que no pienso que se han de quedar las mías entre renglones” (I, 21). 5.4. UN CALEIDOSCOPIO DE LENGUA Y ESTILO 5.4.1. La figura de Sancho presenta tantas facetas y tan entremezcladas en su expresión lingüística, que resulta imposible de explicarse en una sola unidad temática. Viene muy a propósito la conclusión que Ángel Rosenblat saca de la aparente constante contraposición idiomática entre don Quijote y su escudero: Estamos dentro de un amplio realismo expresivo. Pero de pronto, en el habla del caballero, o del escudero, o en mitad de los discursos, aparece una expresión del hampa, o una fórmula notarial o mercantil, o varios versos, o una frase de nivel social y expresivo discordante, en una especie de extraña promiscuidad lingüística, lo que al gran hispanista lo llevará a sentenciar que “no se pueden aplicar al Quijote los cánones sagrados del realismo expresivo” (1995: 206, 209). Pero esto, que es cierto aplicado a toda la novela y al mismo don Quijote, sobremanera se ajusta a Sancho, sin duda el personaje de mayor complejidad en su caracterización sociocultural, lingüística y expresiva de toda la trama novelesca. Se presenta como prototipo de rústico inculto, pero esta figura se determina con inverosímiles deformaciones léxicas, con equívocos o cruces de palabras que suelen ser de fondo refinadamente erudito, o mediante estigmatizaciones que con frecuencia no se justifican en las intervenciones del escudero a las cuales se refieren. Aparte de los disparatados razonamientos y sobre todo del enhilamiento de refranes, medios que en sí mismos no son de tipificación idiomática, y, sin olvidar las dificultades que comporta la precisa identificación 118 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD de particularismos léxicos en el castellano común de la época, fuera de las regiones dialectalmente más marcadas, así como la diferenciación entre rusticismo y vulgarismo, no muchos ejemplos se descubren en el Quijote que con propiedad definan el carácter aldeano de Sancho, y en menor medida de otros personajes106. De las formas ya mencionadas estripaterrones y traés notarán el aldeanismo de Teresa Panza, cirimonias, condumio, cuchares, presona y presonajes el de su marido. Podría añadirse un emprincipio que va sin reprimenda de don Quijote, “desde el emprincipio me caló y me entendió” (II, 7), y un caloña de idéntica circunstancia contextual, “si vuestra merced quiere saber todo lo que hay acerca de las caloñas que le ponen” (II, 2). Bien es verdad que, aun cuando a este uso no le sigue reproche, contrasta con la voz culta inmediatamente antes empleada por el caballero andante, “entre las tantas calumnias de buenos bien pueden pasar las mías”, y el arcaísmo de caloña, mantenido en ambientes rurales, quizá venga avalado ya por el hecho de que Nebrija registra en primer lugar el término cultista (“calunia o caloña”) y luego solo caluniador y caluniar (VEL), o porque Covarrubias tenga calumnia por entrada principal y vocablo de uso en la época, mientras que en la de calonia señala que “en el lenguaje antiguo es lo mesmo que calumnia”, añadiendo “y otros dizen caloña” (Tesoro, 270)107. 5.4.2. La parquedad de una verosímil ejemplificación lingüística y el recurso a las artificiosas distorsiones léxicas o fraseológicas no son rasgos narrativos privativos del Quijote, según puede comprobarse por el broche final que Cervantes pone a su Rinconete en síntesis caracterizadora del habla marginal sevillana, mientras que la suma del elemento lingüístico con tratamiento tópico y de la opinión estigmatizante bastarán para enmarcar el ceceo de un grupo étnico en la Gitanilla y en Pedro de Urdemalas. Y en esta comedia 106 Las disparatadas razones de Sancho y sus acumulaciones de refranes son más de orden argumental y estilístico que hechos definitorios desde un punto de vista estrictamente lingüístico. De índole cultural y connotación popular son también expresiones como “ha mezclado el hideputa berzas con capachos” (II, 3), con todo el aspecto de dicho proverbial. Un buen número de sartas refraneriles del escudero, así como de sus comparaciones e imprecaciones, queda recogido por Rosenblat (1995: 33-56, 79-94). 107 En el Prólogo de 2005 aunque con simplificación consonántica el autor también emplea el latinismo verbal, “sin temor que te calunien por el mal”, mientras que Sancho lo usará en su forma popular: “no, sino popen y calóñenme, que vendrán por lana y saldrán trasquilados” (II, 43). ¿CÓMO HABLA SANCHO? 119 apenas difieren la táctica y los efectos que Cervantes consigue en su determinación del habla aldeana respecto de lo que sobre el particular en el Quijote se verifica. Efectivamente, el alcalde Martín Crespo dirá: “tan tiestamente pienso hacer justicia / como si fuese un sonador romano”, y Redondo el escribano lo corregirá: “senador, Martín Crespo”, replicando este: “allá va todo”; intervendrá luego Lagarto: “no hay más en nuestro pleito, y me rezumo / en lo que sentenciare el señor Crespo”, corrigiendo el escribano: “rezumo por resumo, allá va todo”. Continúa el diálogo con el alcalde: “¿qué decís vos a esto, Hornachuelos?”, y este responde: “no hay qué decir; yo en todo me arremeto / al señor Martín Crespo”, precisando Redondo: “me remito / ¡pese a mi abuelo!”, y lo aplaca el alcalde: “dejad que arremeta; / ¿qué se os da a vos, Redondo?”, con la concesión del escribano: “a mí, no, nada”; finalmente volverá a intervenir el alcalde con un “Dios os guarde; / dejad aquesas lonjas a una parte…”, enmendando el escribano, pero ya sin réplica de su interlocutor: “lisonjas decir quiso” (Urdemalas, 261-263, 266). Tales rasgos caracterizadores, faltos de realismo lingüístico como muchos de los que en el Quijote aparecen, se agrupan al principio de esta pieza teatral y después Cervantes se olvida de ellos, aunque previamente ha trazado conceptualmente un bosquejo de la simpleza idiomática y cultural de los campesinos, cuando a los elevados versos de Pedro el zagal Clemente le pide: Pues sabes que soy pastor, entona más bajo el punto, habla con menos primor, concluyendo aquel tras otra intervención de Clemente: Pan por pan, vino por vino, se ha de hablar con esta gente108. 5.4.3. Desde luego no es Sancho personaje que pueda someterse a un análisis lineal, y esto ya en el Quijote de 1605, pero su complejidad aumenta muy considerablemente en el de 1615, hecho que a no dudar responde a un meditado cambio de estrategia de Cervantes. A poco de comenzar la segunda parte discurre el mozo sobre “la valentía, la cortesía, hazañas y asumpto” de su amo en términos nada escuderiles, y poco después, como para compensar, 108 Urdemalas, 250-251. Esta es la excusa doctrinal, que no quita para que a continuación los versos de Clemente sean de igual nivel estilístico y cultural que los de Pedro. 120 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD se le reprenderá su presonajes (II, 2, 3). Y el de Alcalá al comienzo de su capítulo quinto se ve obligado a introducirlo con la argucia de que “el traductor desta historia… dice que le tiene por apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su corto ingenio y dice cosas tan sutiles, que no tiene por posible que él las supiese” (II, 5). Pero no se trata de una cuestión estilística que tenga que ver con el manejo del lenguaje, sino con la adecuación del personaje a su sitio en el argumento novelesco, en el sentido de la apreciación valdesiana sobre la Celestina, cuyo “estilo, en la verdad, va bien acomodado a las personas que hablan” (Diálogo, 175). Porque en este capítulo, con mayor relieve y extensión que en cualquier otro, Sancho toma el lugar del culto, pues su mujer se le queja de que “después que os hicistes miembro de caballero andante, habláis de tan rodeada manera, que no hay quien os entienda”, y él le rectifica una mala palabra (“resuelto has de decir… y no revuelto”) para que Teresa Panza se afirme en que “yo hablo como Dios es servido y no me meto en más dibujos”, disculpa similar a las que su marido en otras ocasiones esgrime. Y esta reprimenda con que Sancho obsequia a Teresa no es muy distinta de las que varias veces él mismo recibe, tanto de forma como de fondo: ¡Válate Dios, la mujer, y qué de cosas has ensartado unas en otras, sin tener pies ni cabeza! ¿Qué tiene que ver el cascajo, los broches, los refranes y el entono con lo que yo digo? Ven acá, mentecata e ignorante, que así te puedo llamar, pues no entiendes mis razones109. Sin embargo, no tardará Sancho en caer en la doble prevaricación de relucida, que su amo le corrige en reducida, y de fócil, desliz que don Quijote tardará en comprender: “ya, ya caigo en ello: tú quieres decir que eres tan dócil…”, incomprensión que el escudero tomará como añagaza que su señor le tiende “por oírme decir otras docientas patochadas”, como enseguida, al oirle revolcar por revocar, el bachiller Sansón Carrasco dirá: “confírmolo por uno de los más solenes mentecatos de nuestros siglos, y dijo entre sí que tales dos locos como amo y mozo no se habrían visto en el mundo” (II, 7). Sancho en muchas partes del Quijote habla como culto y discreto, emplea dobletes léxicos de la clase de jumentiles y asininas (II, 34), en modo alguno aldeanos, sabe precisar “que el retirar no es 109 Aún así, Sancho tampoco dejará de ser del todo Sancho aquí, porque se permitirá una confusión de almohadas con almohades y un propuesto de sayagués te la chanto, con todo el aspecto de gallego. ¿CÓMO HABLA SANCHO? 121 huir” (I, 23), construir frases abstractas como “inquirir pensamientos ajenos” y jugar al equívoco cómico con el verbo deber, aparentando ignorar uno de sus sentidos, “este tu amo, Sancho amigo, debe de ser un loco” le dice Tosilos, lacayo de condición, y él responde que “no debe nada a nadie” (II, 66, 67). Igualmente inverosímil es que Sancho llamara rucio a su jumento para no emplear un término como asno, situándose así en el mismo nivel de selección eufemística y normativa que su señor --diría, por ejemplo, don Quijote “que el asno, hablando a lo grosero…” (II, 71)--, pero anticipándose a él en la apreciación sociolingüística110. Ni, por supuesto, resulta creíble que un escudero y aldeano como él, tal y como Cervantes lo pinta en su novela, fuera capaz de razonar sobre las diferencias entre sayagueses y toledanos, y las que a estos últimos entre sí distinguían “en esto del hablar polido” (II, 19). Cervantes no da puntada sin hilo en la caracterización idiomática y estilística de Sancho, cuya figura cobra marcados y desconcertantes perfiles con contrastes textuales tan llamativos como el que establece cuando enseguida de reprocharle don Quijote sus lapsus de relucida y fócil, este lo alabara diciéndole “que habláis hoy de perlas”, para casi sin demora hacer disparatar el autor al escudero, que confundirá la expresión jurídica de rata por cantidad con gata por cantidad (II, 7). Con medios generalmente convencionales o artificiosos y con pinceladas sueltas de realismo lingüístico el de Alcalá juega con el lector, a quien un Sancho que discurre y que se expresa con marcas sociolingüísticas desorienta con inesperados quiebros textuales. Ciertamente, el que en el Quijote de 1605 el señor le diga a su mozo una vez “no parece sino que has estudiado”, admirado de las “discreciones que dices a las veces” (I, 31), y que en otra ocasión lo tuviera por hombre de pro (I, 44), son consideraciones que no solo tienen que ver con la capacidad discursiva y agudeza de razonamiento, o con la condición moral y social, sino que habitualmente también iban asociadas al buen uso del lenguaje. Sin embargo, es en el de 1615 donde el personaje del escudero se perfila y concreta más en el aspecto idiomático, haciéndose también más compleja su figura, por consiguiente. De toda evidencia es que Cervantes 110 En efecto, mucho antes, al suplicar el escudero a la duquesa que “le hiciese merced de que tuviese buena cuenta de su rucio”, pero puesto esto por el narrador, y preguntarle “¿qué rucio es este?” la dama, “mi asno --respondió Sancho--, que por no nombrarle con ese nombre, le suelo llamar el rucio” (II, 33). 122 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD ha cambiado de táctica y de maneras en su tratamiento narrativo: ¿quizá para alejar lo más posible a su Sancho del avellanedesco? En la segunda parte de la novela se relaciona directamente la agudeza en el razonar que de cuando en cuando se le atribuye al escudero con el ideal cervantino del buen estilo: “has dicho, Sancho --dijo don Quijote--, mil sentencias encerradas en el círculo de breves palabras: el consejo que ahora me has dado le apetezco y recibo de bonísima gana” (II, 9); y el propio autor a las claras desvelará la táctica que ahora sigue a este respecto: Riose don Quijote de las afectadas razones de Sancho, y pareciole ser verdad lo que decía de su enmienda, porque de cuando en cuando hablaba de manera que le admiraba, puesto que todas o las más veces que Sancho quería hablar de oposición y a lo cortesano acababa su razón con despeñarse del monte de su simplicidad al profundo de su ignorancia; y en lo que él se mostraba más elegante y memorioso era en traer refranes, viniesen o no viniesen a pelo de lo que se trataba, como se habrá visto y se habrá notado en el discurso desta historia (II, 12). 5.4.4. La caracterización de Sancho tiene en el lenguaje un eficaz e importante medio, aunque el personaje también se pergeña con otros argumentos, quizá más sutiles, y desde luego anteriores en el relato novelesco, pues, como también advirtió Lázaro Carreter, hasta Pedro el cabrero, reconvenido por sus cris, estil y sarna, a Cervantes no se le había ocurrido este recurso cómico, y sería bastante después “cuando Panza empiece a prevaricar” con el idioma (2000: XXXV). Con todo, el hablar sanchesco tiene la virtud de atrapar la fidelidad del lector y de regocijarlo entre las agudezas y torpezas del escudero. Hablar tópicamente rústico, con largos precedentes literarios, incluso con secular antecedente de una misma voz (presonajes en Torres Naharro), que encontrará sitio en las páginas del Quijote, y que, como no podía ser menos, halló cumplido eco en Indias. Ejemplo de ello hay caricaturescamente referido por Juan de Castellanos al modo de expresión de Blasco Martín, natural de Cabeza de Buey, en el Maestrazgo, hombre “llanazo, sin resabio de malicia” que había acompañado en 1539 al nuevo gobernador de Santa Marta (Rosenblat, 1973: 311-312): Blasco Martín fue destos ansimismo, un basto labrador, tal y tan tosco, que movían a risa sus vocablos, pues donde los venados se cazaban llamada venadales, y a la cierva ¿CÓMO HABLA SANCHO? le llamaba venada, y al caballo rijoso, religioso, y al buen tino de alguno que guiaba, buen termeño, y por decir botones de atauxía, brotones les llamó, de teología; y otros términos no menos groseros que los tenía él por cortesanos y de los muy limados y polidos. 123 CAPÍTULO 6 CERVANTES ANTE LA LENGUA. DIVERSIDAD DIALECTAL Y SOCIAL DEL ESPAÑOL 6.1. EL REGIONALISMO LINGÜÍSTICO 6.1.1. Desde que en la literatura castellana se emparejaron personajes de ciudad y de aldea comenzó también la connotación idiomática de los segundos, al principio de manera bastante realista, para caer luego con frecuencia en el estereotipo: muy pronto se acuñó el tópico, con un cierto fondo de verdad según el criterio cultural vigente, de que el “vicio” lingüístico necesariamente se identificaba en los hablantes rústicos. No estará de más recordar aquí la opinión de Márquez Villanueva a propósito de Cervantes (2005: 142): No hay que olvidar que cuanto entendemos por literatura moderna es en su origen una literatura sociológicamente determinada por las ciudades... En rigor e inicialmente, una literatura de cortes o bien de centros urbanos que no necesitaban del título oficial para valer como tales, según era en España el caso de la vieja Toledo y de la novísima Sevilla. Lo que este estudioso dice de la literatura con razón quizá mayor pueda afirmarse de la lengua, o, por mejor decir, de su uso socialmente diferenciado, y la diversidad que más fácilmente podía establecerse era entre el modelo urbano y el rural, o, lo que es igual, entre quienes habían tenido acceso a una cultura escolar y libresca y los que no, esto en términos de la siempre excesiva generalización, claro está. Pero con la referencia a las diferencias de modelos idiomáticos, poniéndose el acento de lo negativo en el de los campesinos, también se estaban marcando las distancias por el prestigio social y económico existentes en la España de la época. Tiene razón Márquez Villanueva en igualar simplemente cortes 126 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD y centros urbanos, pues sin demasiada reflexión historiadores de la lengua han hecho la “norma” exclusiva de la “corte real”, incluso antes de que con Felipe II tuviera sede fija. No tanta cuando particulariza en ciudades por distintos motivos señeras, Toledo y Sevilla, pues la nunca probada preeminencia de la “norma toledana” ha supuesto uno de los más pertinaces tópicos de la filología española, y Sevilla no dejó de tener sus detractores, con críticas muy marcadas en alusión a la lengua de su clase más baja111; el zamorano doctor Villalobos repudiaba el uso de hacien, comien entre las expresiones “con que los toledanos ensucian y ofuscan la polideza y claridad de la lengua castellana” (apud Menéndez Pidal, Cantar, 274). Hablar cortesano o ser hablante cortés generalmente era sello de pertenencia a la cultura urbana, pero también podía serlo del individuo rural o de baja cuna que por cualquier vía había accedido al nivel de los cultos, y en ocasiones también al de los poderosos, así el arzobispo toledano Juan Martínez Silíceo. Pero el tópico radicaba en la férrea dicotomía ciudad / aldea, convertida en recurrente asunto literario, ya establecido a finales del cuatrocientos, sobre acertadas referencias lingüísticas, en no demasiado número, seguidas pronto de puros lugares comunes y gratuitas distorsiones. En Mingo Revulgo la figura del aldeano, rústico pastor, se identifica con parquedad lingüística, para perfilarse mejor en Juan del Encina, todavía más en Lucas Fernández y Torres Naharro, con rasgos sayagueses y extremeños (Frago, 2002: 394-396). Queda definido así el prototipo literario de ruralidad e incultura, que podrá adobarse también con otros elementos populares y vulgares asimilados a la aldea. El escudero en los versos de Encina trata de tú a los pastores Mingo y Pascuala, tuteo de superioridad, mientras ellos entre sí se dan este tratamiento con valor de confianza, y al forastero “de ciudad” le aplican el vos de respeto (Cancionero, 111v-113r): Escudero: Pascuala: 111 tienes más gala que dos de las de mayor beldad. Essos que soys de ciudad, Sin duda se refiere al marcado debilitamiento, o aspiración, de la velar /x/ en el marginalismo sevillano la lección que Pablos recibe de un antiguo condiscípulo de Alcalá: “Ese hocico, de tornillo, gestos a un lado y a otro, y haga bucé de las j h y de las h j. Diga conmigo: Jerida, mojino, jumo, pahería, mohar, habalí y harro de vino (Buscón, 252-253). Idéntica advertencia fonética por entonces hace el vallisoletano Suárez de Figueroa, quien refiere el germanesco mohada (mojada ‘herida por arma punzante’) pronunciado por un “valentón de mentira” bético, y que entre los de su clase marginal denotaba “bravosidad” pronunciar arro y Erez por jarro y Jerez (Pasajero, II, 539, 542). CERVANTES ANTE LA LENGUA 127 y en respuesta de Mingo al altivo pretendiente de su amada se deja establecida la oposición entre la ciudad y la aldea, ciertamente realzada en el juego literario: porque soys muy palaciego presumís de corcobado. Cudáys que los aldeanos no sabemos quebrajarnos; no penséys de sovajarnos essos que soys ciudadanos. El cliché sociológico pervive en el Quijote y en otras obras de Cervantes, por ejemplo en el diálogo entre Belica (Urdemalas, 319): Alguacil y bien criado, ¡milagro! ¡Nunca sois vos de la aldea! y Maldonado, conde de gitanos: Has acertado, porque es de corte, sin duda. Y la relación entre el buen entendimiento y el bien decir con la cuna del individuo también está presente en estas páginas cervantinas, pues la gitana Inés cecea, tratamiento habitual durante siglos de su etnia en la literatura, no así Belica, a quien el Rey dice: Gitana tan entendida muy pocas veces se ve, respondiendo ella: Soy gitana bien nacida (317). 6.1.2. Cervantes concede mucha más atención a la diferenciación sociocultural del lenguaje que a la diatópica, precisamente porque así puede determinar una frecuente distinción entre el hablar del discreto cortesano y el del villano soez, rudimentario esquema que al de Alcalá le servía para encuadrar su concepción del buen estilo y del bien hablar. Aunque difícilmente podía estar ausente de un texto tan extenso como el del Quijote toda mención al fenómeno regional, y, efectivamente, una nota de diatopismo léxico aparece en la primera salida del hidalgo manchego, cuando este muestra sus deseos de yantar en la venta del andaluz y según el narrador: 128 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD A dicha, acertó a ser viernes aquel día, y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que dalle a comer. Si al pie de la letra se tomara este pasaje parecería que en la zona manchega donde pudiera situarse la venta del andaluz era truchuela el nombre de dicha salazón, pero la indirecta pregunta que al final se le hace al caballero andante seguramente no tiene otro fin que el de facilitar el inmediato equívoco léxico-semántico: “como haya muchas truchuelas --respondió don Quijote--, podrán servir de una trucha, porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos que en una pieza de a ocho”. Sin embargo, lo que a continuación se descubre es que el término propio en Cervantes debía de ser abadejo, pues el narrador relata que con la llegada del castrador de puercos y sus toques de silbato “acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo y que le servían con música y que el abadejo eran truchas…”, aunque previamente se lee: “pusiéronle la mesa a la puerta de venta, por el fresco, y trújole el huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao” (I, 2). Es cierto que el Autoridades bajo la entrada abadejo indica: “pescado que se coge en grande abundancia en la isla de Terranova y en otras partes…, ya seco, se distribuye y comunica por toda la Europa, aunque con varios nombres, pues en unas partes le llaman bacallao y en otras truchuela”, y cita el referido fragmento quijotesco, igual que en el artículo curadillo (“especie de pescado, y lo mismo que abadejo”). Pero aquí la igualación semántica parece forzada (“especie de pescado”), y truchuela simplemente se definirá como ‘el abadejo más delgado’. El DRAE es en esta cuestión deudor del primer diccionario académico, pues da abadejo, bacalao y curadillo como sinónimos, y define truchuela ‘bacalao curado más delgado que el común’, aunque estas voces las refiere al uso general y ciertamente no todas son de tipo estándar. Evidentemente Cervantes no pretendía hacer geografía lingüística, aunque del mencionado pasaje y de las dos inmediatas citas se desprende que sus dos verdaderos sinónimos eran abadejo y bacalao, en la época el primero más corriente en Castilla y el segundo más propio de Andalucía, donde sin duda se familiarizó con su uso, que CERVANTES ANTE LA LENGUA 129 también se repetirá en el insulto con que a don Quijote lo obsequia Altisidora, “¡vive el señor don bacallao…!” (II, 70), esto en uno de los capítulos de trama literariamente situada en Aragón, donde el vocablo usual era abadejo. Con mayor propiedad dialectal, en el sevillano patio de Monipodio los congregados en él se dispusieron a dar buena cuenta de “una cazuela grande llena de tajadas de bacallao frito” (Rinconete, 53)112. De todos modos, en un autor como Cervantes más que la exactitud de los datos lingüísticos ofrecidos en esa breve descripción de sinonimia geográfica importa ver que la establece como puntual muestra de erudición y para dar pie a un juego literario asimismo basado en el léxico. Al mismo tiempo interesa saber que este recurso cervantino responde a la humanística literaturización de diversos aspectos del fenómeno lingüístico, recurso que fue habitual en muchos autores del Siglo de Oro (Frago, 1998). Además, la larga estadía andaluza de Cervantes le permitió asimilar varios meridionalismos léxicos, entre ellos maceta, por entonces término privativo de Andalucía occidental, sinónimo diatópico de tiesto, de difusión peninsular mucho mayor y que fuera de esta contraposición dialectal será el usual en las obras cervantinas: “Al un lado estaba un banco de tres pies y al otro un cántaro desbocado con un jarrillo encima, no menos falto que el cántaro; y en el medio un tiesto, que en Sevilla llaman maceta, de albahaca” (Rinconete, 39). Justo antes de estas líneas y en la misma descripción del patio de Monipodio, se lee: “él salió luego y los llamó, y ellos entraron, y su guía les mandó esperar en un pequeño patio ladrillado, y de puro limpio y aljimifrado parecía que vertía carmín de lo más fino”. Entienden Corominas y Pascual con toda razón que se trata de una errata, pues el contexto claramente indica que en lugar de la forma en él señalada debería estar el andalucismo aljofifado ‘fregado’ (DCECH)113. Regionalismos meridionales son asimismo los ictióni112 El CORDE también documenta bacallao en los Romances del andaluz Góngora: “quántas noches remojado / me bi como bacallao”. Tampoco se pierda de vista, sin embargo, que Alemán trae “una escaramuza de gatos que hacían banquete con un pedazo de abadejo seco” (Guzmán, I, 308), por lo que la pertenencia regional podía ser solo de grado, como en tantos otros casos ocurre. 113 Se ignora el porqué de semejante error, probablemente culpa del editor, pero pudo producirse un cruce con el también arabismo andaluz aljemifao, aunque de significado muy diferente (‘mercero’). 130 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD mos albur y acedía: “cuando llevasen pescado menudo, conviene a saber, albures o sardinas o acedías” (Rinconete, 31), el primer nombre de un “pez típico de Sevilla” en palabras de estos lexicógrafos, que aportan justificación histórica del carácter regional de este vocablo, nota diatópica que seguramente también le corresponde a acedía, con cuyos significados de ‘acidez, desabrimiento’ y ‘platija’ el andaluz Vicente Espinel hace un juego de formas y significados, así como con lenguado: “Parece que han de tener la lengua gastada y consumida de hablar, y por eso les llaman deslenguados, siendo lenguados y aun acedías, pues tantas engendran en quienes las sufren” (Relaciones, 68a). Asimismo peje ‘pez’ muy posiblemente tenga connotación andalucista en el Quijote114. 6.1.3. De la diversidad diatópica se podía dar la opinión generalizadora sin concreción alguna, así la valdesiana afirmación de que “cada provincia tiene sus vocablos propios y sus maneras de dezir” (Diálogo, 62), que no va seguida o fundamentada en casos concretos, y cuando el erasmizante conquense en su tratado los aduce será muy esporádicamente, y aun así necesariamente habrán de ser tomados con precaución por el historiador de la lengua. Cervantes no busca la marca del regionalismo, ni afronta vulgaridad idiomática alguna en su empleo de voces como alcancía, cecial, garrucha o zaque, pues tenían difusión mucho más amplia que la toledana115, ni supone en él un aragonesismo su uso de aliaga (II, 61), mientras que bien pudo recurrir intencionadamente a un regionalismo aragonés cuando Sancho le advierte a su señor a la orilla del Ebro “que a mi me parece que este tal barco no es de los encantados, sino de algunos pescadores deste río, porque en él se pescan las mejores sabogas del mundo” (II, 29)116. 114 Donde se lee “digo que ha de saber nadar como dicen que nadaba el peje Nicolás o Nicolao” (II, 18) y “¿qué peje pillamo?”, en la ed. Rico explicado como “frase proverbial italiana que literalmente vale por ‘¿qué pez pescamos?’” (2004: I, 918, n. 31), donde se dice que peje es adaptación al español del italiano pesce, pero en todo caso será con la forma del noroccidentalismo peninsular que arraigó en Andalucía y luego en Canarias e Hispanoamérica, dominios en los cuales esta voz se mantiene viva con su originario sentido ictionímico, el que presenta en sus registros quijotescos. 115 Alcancía (II, 20, 52, 53), cecial (II, 14), garrucha (I, 44), zaque (I, 11; II, 20). 116 Aunque en vocabularios aragoneses se anote aliaga como voz particular de esta región, su difusión la sobrepasa con mucho en la mitad oriental de la Península, incluida la Mancha, y así lo indicaba ya el Autoridades. En cuanto a saboga, es principalmente catalán y aragonés, si bien quizá haya tenido extensión algo mayor (DCECH), y Cervantes, al situarse novelescamente en tierras del Ebro, quizá creyó oportuno mencionar las apreciadas sabogas de sus CERVANTES ANTE LA LENGUA 131 El de Alcalá emplea muy pocos dialectalismos, principalmente andalucismos que ha asimilado durante sus años de estancia en el mediodía peninsular, pero de modo natural y sin especial relieve literario, salvo el realismo que pueda suponer tal palabra en tal situación narrativa; verbigracia el aljimifrado ‘aljofifado’ de la descripción del patio de Monipodio en Rinconete, así como su mención de los albures y de las acedías o de la maceta en esta obra de ambiente sevillano, y seguramente la de sabogas en el asomo quijotesco al Ebro. Solo ocasionalmente incide, pues, en la diferenciación diatópica del léxico, pero este comportamiento cervantino en modo alguno es singular, porque sabido es que el propio Valdés solo en contadísimas ocasiones ejemplifica la particularidad geográfica. Aun una división dialectal tan profunda como la que supuso el desarrollo del seseo y ceceo en Andalucía se convirtió en lugar común de literatos y eruditos, del que también echa mano Cervantes cuando a Preciosa le hace decir cenores, seguramente errata por ceñores, “que, como gitana, hablaba ceceoso, y esto es artificio en ellas, que no naturaleza”, y pellizcacen en su siguiente intervención (Gitanilla, 44). Ningún otro registro ceceante se dará en este personaje ni en el habla de cualquier otra gitana o gitano de la misma obra, pero no se necesitaba más para caracterizar idiomáticamente a este grupo marginal, tratándose como se trataba de una convención literaria y habida cuenta de que Cervantes es consciente de que maneja un estereotipo cultural (“esto es artificio en ellas, que no naturaleza”), máxime cuando a Preciosa se la hace natural de Madrid. Como la gitana Inés dirá: “Ceñor Conde, vez do viene / la viuda tan guardadora, / que, puesto que mucho tiene, / maz guarda y maz atezora”, igual que Maldonado: “¿no les rezpondes, ceñora?” (Urdemalas, 296-297)117,mientras que Belica está libre del despreciado modismo, pues su nacimiento no había sido en familia gitana. Estamos ante el condicionado cliché de una realidad lingüística que tenía su asiento en Andalucía, y quizá en ella hundía su raíz el tópico del melindroso ceceo mujeril, resuelto en la exclamación aguas, como en otras ocasiones nombrará el queso de Tronchón, en relación con la duquesa y con el lacayo Tosilos (II, 52, 66). 117 En esta comedia Cervantes acota: “Sale Maldonado, conde de gitanos y adviértase que todos los que hicieren figura de gitanos han de hablar ceceoso” (273). A diferencia de lo que en la Gitanilla ocurre, este personaje será continuamente ceceante aquezta, buzcarte, buzque, ceñor, círvenoz, curioza, deceo, eztaz, etc.), durante un buen espacio de su intervención; pero después deja de cecear, y cuando entran en escena las gitanas Inés y Belica cantan sin ceceo, rasgo distintivo que luego discontinuamente adopta la primera, nunca la segunda. 132 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD fija ¡Mi ze!118, tópico que probablemente se refleja en el en hora maza tomado por Cervantes de la tradición oral: “¡Mirá, en hora maza --dijo a este punto el ama--, si me decía a mí bien el corazón del pie que cojeaba mi señor!” (I, 5)119. 6.2. ECOS INDIANOS EN CERVANTES 6.2.1. Dos años después de ser rescatado de la esclavitud, impedido por su manquedad de seguir el ejercicio de las armas y no habiendo tenido éxito en anterior solicitud de un empleo indiano, pues aguardaba impaciente Cervantes noticias de alguna vacante que le permitiera marchar a América, según consta en carta que el 17 de febrero de 1582 escribe en Madrid a Antonio de Eraso, presidente del Consejo de Indias, a la sazón residente en Lisboa junto a la corte de Felipe II (Amezúa, 1954: 217-218)120. Tan temprano deseo de emigrar a Indias no abandonó al que andando los años escribiría el Quijote; antes bien, su relación con Sevilla, ciudad que visitaría en 1585 y en la que residiría desde 1587 durante trece o catorce años como comisionado de la hacienda pública, sin duda avivaría la atracción americana en Cervantes, pues la urbe hispalense efectivamente era puerto y puerta del Nuevo Mundo, en palabras de Lope de Vega. Inmerso en ese febril trajín de la urbe hispalense, Cervantes no abandona su vieja idea de cambiar de vida en el Nuevo Mundo y, quizá acuciado por el deseo de conseguir la ansiada estabilidad económica, el 21 de mayo de 1590 presenta al Consejo de Indias un memorial de sus méritos (Astrana Marín, 1948-1958: IV, 455118 Mi ze. A la mi fe. Mi fe ‘juramentillos de mujeres’ (Correas, Refranes, 748). “En ora maza, Antona, fuistes a misa i bolvistes a nona”, que Correas glosa: “Maza dizen las muxeres, por no dezir mala” (Refranes, 124). Seguramente se trata de una expresión eufemística, “para no atraerla” como señala el anotador de la ed. Rico (2004: I, 81, n. 33), pero apoyada en el tópico ceceo femenino, aunque desde luego sin naturalidad fonética en este caso. 120 Amezúa reproduce facsimilarmente la carta cervantina, que es autógrafa, y la transcribe. De su transcripción solo corrijo un recibir que en el manuscrito se lee recebir y así es predominante como infinitivo en el Quijote (32/2 recibir). Junto a esta forma, de interés para el análisis lingüístico son ansí y correción, pero sobre todo tray ‘trae’, con su popular solución antihiática. La carta va firmada Miguel de cerbantes (rubricado), y en ella el de Alcalá anuncia que “en este ynterin me entretengo en criar a Galatea, que es el libro que dixe a v. m. estaua conponiendo”. Y cfr. n. 137. 119 CERVANTES ANTE LA LENGUA 133 456)121. Sin embargo, su solicitud, justificada pero que contrariaba intereses espurios, fue rechazada el 6 de junio del mismo año, con la hiriente anotación suscrita al memorial de “busque por acá en que se le haga merced”. Con razón se admiraría de la situación económica del autor del Quijote uno de los caballeros del séquito del embajador de Francia, “¿pues a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público?”, según relata el licenciado Márquez Torres en la Aprobación del de 1615. 6.2.2. El tema indiano se reitera en el Quijote: el hermano del cautivo que “escogió el irse a las Indias” y que estaba “en el Pirú, tan rico” (I, 39, 42); los que iban a Sevilla a recibir dinero enviado por “un pariente mío que ha muchos años que pasó a Indias” (I, 29), quien iba de oidor “en la Audiencia de México” (I, 42), el marido de la dama vizcaína “que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo” (I, 8); las minas de Potosí, símbolo de toda riqueza (II, 71) y las mismas Indias, ideal de la abundancia (II, 54), etcétera. En fin, Cervantes, empedernido lector y de fino criterio literario, no olvida la mejor composición épica de la época moderna, basada en la conquista de Chile, y la hace figurar en la biblioteca de don Quijote, en cuyo escrutinio el cura califica “La Araucana de don Alonso de Ercilla” entre los tres libros “mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos” (I, 6)122. Y en los amplios saberes cervantinos no faltaba el referido a los celebrados caballos que se criaban en las dehesas de Córdoba y a los aclimatados en las estancias de Nueva España, famosos ya como sus congéneres andaluces, igual que por su destreza eran conocidos los criollos que los montaban, según la imagen ecuestre de Sancho, impropia de un inculto escudero pero propia de la cultura del autor, con que se admira del ágil salto sobre su pollina de la aldeana confundida con Dulcinea: “¡Vive Roque que es la señora nuestra ama más ligera que un alcotán y que puede enseñar a subir a la jineta al más diestro cordobés o mexicano” (II, 10). La alusión a las flotas de Indias también tiene mención en el Quijote, “que de allí a un mes partía flota de Sevilla a la Nueva Espa121 Documento facsimilar no autógrafo. Este memorial lo redactó un amanuense profesional, y la forma Çeça, por Sessa, apunta a su andalucismo. 122 El anotador de la ed. Rico (I, 802, n. 12) advierte que son de La Araucana, “aunque modificados”, los versos que el Caballero del Bosque recita a don Quijote: “y tanto el vencedor es más honrado / cuanto más el vencido es reputado”. 134 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD ña” (I, 42), y del ajetreado ambiente de los preparativos para la travesía atlántica Cervantes dará una pincelada descriptiva a cuento del primer deambular sevillano de Rinconete y Cortadillo: “hecho esto, se fueron a ver la ciudad, y admiroles la grandeza y sumptuosidad de su mayor iglesia, el gran concurso de gente del río, porque era en tiempo de cargazón de flota y había en él seis galeras” (Rinconete, 28). Incluso parece que el mismo Cervantes quiso sacar provecho de ese comercio con América, pues una compra que al por mayor hizo de una partida de bizcocho en 1598 seguramente era para su reventa a las naves que iban a emprender la derrota de Indias desde el Guadalquivir (Márquez Villanueva, 2005: 135). En los últimos meses José Cabello Núñez, archivero municipal de La Puebla de Cazalla (Sevilla) ha dado con documentos inéditos, últimamente también dos del Archivo General de Indias, de 1593, sobre la actuación de Cervantes como comisario de la saca de provisiones para la Armada y la flota de la Carrera de Indias --trigo para la fabricación de bizcocho, garbanzos, habas y quesos-- por pueblos de Sevilla y Cádiz, algunos hasta ahora desconocidos de este ejercicio recaudatorio del autor del Quijote. 6.2.3. En cuanto al empleo de indoamericanismos, Cervantes ni mucho menos desentona de lo que fue habitual en la creación literaria de su época, los usa más que algunos contemporáneos suyos, y es probable que su cercanía al tráfago indiano en la urbe hispalense lo familiarizara con varios de ellos, incluidos americanismos léxicos, es decir, palabras llevadas por los españoles que en el Nuevo Mundo se adaptaron semánticamente a la realidad ultramarina. Es el caso de gallipavo (el guanajo o guajolote), en Sancho “mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón..., que los gallipavos de otras mesas” (I, 11), en La elección de los alcaldes de Daganzo “¿hémoslo de comprar a gallipavos...?” (Entremeses, 72), término compuesto que tuvo particular arraigo en Andalucía, mientras el apócrifo competidor recurriría al simple pavo (Avellaneda, 1230-1231), también en Covarrubias: “pavo, que por otro nombre se llama gallo de las Indias” (Tesoro, 857). En jocosos versos que contraponen las bondades de la vieja España a las de la Nueva España, el defensor de las ventajas peninsulares se refiere a la por los americanos encarecida ave indiana, con la comparativa mención del europeo pavón ‘pavo real’: Cavallos no los abía, carneros, bacas, lechones, CERVANTES ANTE LA LENGUA 135 ni azeite, ni pan, ni vino, solo mameies y elotes. Con un gallo de papada me atruenan este cocote, como si a España faltaran mil faisanes y pabones123. Y pimiento en el Persiles (“cangrejos con su llamativo de alcaparrones, ahogados en pimientos”, voz de cuya popularización en la época da idea el hecho de que ya figurara en el dicho “Pimiento, sal y cebolla, cuando se pone la olla” (Refranes, 470), además de indiano, “esta indiana amulatada” y criollo: “dos criollos mató, hirió un mestizo”, “yo, señora, como ves, soy criollo perulés” (Fernández Gómez, 1962: 64, 267). El taíno carey ‘tortuga de mar’, ‘materia córnea que se saca de sus escamas’ quizá esté aludido en el pasaje “aunque viniesen armados de unas conchas de un cierto pescado que dicen que son más duras que si fuesen de diamantes” (II, 6). El también antillano cacique, sin duda todavía perteneciente al conocimiento erudito, en el Quijote tiene resonancias casi fantásticas en la hiperbólica comparación sanchesca: “vienen a pedirme que me azote de mi voluntad, estando ella tan ajena dello como de volverme cacique” (II, 35), semejante a la que en La entretenida se documenta: “¿que no quieras ser llevada en ombros como cacique?”, también “cacica en ombros llevada” (Fernández Gómez, 1962: 162). El caribe mico ya era en tiempo de Cervantes préstamo amerindio muy difundido en España, pues a esta especie de mono americano se habían aficionado las damas, que lo tenían como juguetón animal de compañía, y en el Quijote se emplea en las jocosas composiciones onomásticas del “temido Micocolembo, gran duque de Quirocia”, que el caballero andante imagina en la aventura de los rebaños (I, 18), y repetido, la segunda vez con el aumentativo -ón, en “del gran reino de Micomicón” y en “la princesa Micomicona” (I, 29). Se había extendido mucho asimismo el consumo del chocolate, y por consiguiente el conocimiento del nahua cacao, que incluso había dado lugar al dicho “no estimar en un cacao”, de registro cervantino (Fernández Gómez, 1962: 162). 123 Sátira que hiso un galán a una dama criolla que le alauaba mucho a México, Colección de poesías, la mayor parte anónimas y algunas de Mateo Rosas de Oquendo: Biblioteca Nacional de España, ms. 19387, f. 29r. El contenido de la sátira y la misma mención del gallo de papada sitúan la composición en el siglo XVI, probablemente hacia su final. 136 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD En el conjunto de la obra cervantina se registran otros indigenismos, pues en el Persiles se halla bejuco, “atados unos con otros con fuertes bejucos”, y tabaco en El viaje del Parnaso: “esto que se recoge es el tabaco / que a los vaguidos sirve de cabeza / de algún poeta de celebro flaco”, y es muy posible que a su larga estancia en Andalucía, debiera Cervantes el dominio que de huracán demuestra en cuatro obras suyas (Fernández Gómez, 1962: 540, 1046), habida cuenta de que el antillanismo en cuestión, que ya debía de ser corriente entre los marineros andaluces, aún no es hoy del todo popular en buena parte de España, mientras en el mediodía se pronuncia con la aspiración del vocablo taíno (juracán). Y añádase la cita “... fuera yo un troglodita, un bárbaro Zoylo, un caimán, un caribe” del Rufián viudo (Fernández Gómez, 1962: 164). 6.3. DIVERSIDAD SOCIOCULTURAL 6.3.1. Las diferencias regionales del español desde luego no eran de fácil determinación para el autor literario de los siglos XVI y XVII, menos todavía en un enfoque sociocultural de las mismas, como el que podría distinguir entre el nivel de la hispalense Ana Caro de Mallén, el de la monja que en un convento sevillano excribe su carta de 1596 con un Hulián (v. n. 63), y el billete de la mujer de Guadalcanal que en 1607 solo pone gecha, gechas, desliza un cualta ‘cuarta’, el occidentalismo craro ‘claro’ y la probable aspiración de la /-s/ en “mangas gechas negra” (Frago, 1989: 76). Semejantes precisiones no se hallarán en texto literario alguno, pero sí ocasionales referencias de verdadero valor histórico en autores naturales de la región en que el fenómeno en cuestión existía, como Mateo Alemán con el siguiente juego de palabras, en el que en la primera solapa semántica y fonéticamente cenador y senador: “Teníamos una vida, que los verdaderamente senadores --y aún comedores--, nosotros éramos” (Guzmán, I, 394). En los demás la visión lingüística se ve deformada por falta de un conocimiento directo de los hechos, de donde la dificultad de su explicación y el inevitable estereotipo cultural. Algo parecido cabe decir respecto del léxico, pues el autor con diferencias notables frente al castellano central estaba en condiciones de sacar partido literario de su peculiaridad regional, como CERVANTES ANTE LA LENGUA 137 hizo Vicente Espinel a propósito de acedía y lenguado (v. 6.1.2.), Baltasar Gracián en su sentencioso “del pernil el nihil” (Frago, 1986: 356) y Mateo Alemán con su juego semántico entre una voz general y un andalucismo: “que son los pleitos de casta de empleitas: vanles añadiendo de uno en uno los espartos y nunca se acaban si no los dejan de la mano” (Guzmán, II, 170). Pero asimismo se podía encarar el preciso contraste entre el particularismo regional y la correspondiente voz de la norma que se consideraba propiamente castellana, así el certamen poético zaragozano de 1612 en este artículo citado, donde se rechaza una composición porque en ella se ha llamado “a un árbol recién cortado / en vez de madera, fusta” (362), o como Mateo Alemán con esta sinonimia diatópica: “quien mejor lo pagaban eran los turroneros para el alfajor, o alajur que llaman en Castilla” (Guzmán, I, 377). El buen escritor no solo administrará sabiamente su erudición lingüística mediante la sinonimia geográfica, que Cervantes practicó, sino que sabrá sacar provecho literario de su conocimiento del particularismo regional, frutos que en Espinel y Gracián son evidentes, y el alcalaíno de los gentilicios de moriscos dice: “Dos o tres veces hizo este viaje, en compañía del tagarino que había dicho. Tagarinos llaman en Berbería a los moros de Aragón, y a los de Granada, mudéjares, y en el reino de Fez llaman a los mudéjares elches” (I, 41). Ciertamente, no siempre es clara la identificación del regionalismo, pues, por ejemplo, cuando en un relato de don Quijote este dice “viendo que no le podía llagar con fierro...” (II, 32), no es descartable el eco de las novelas de caballerías, sin que haya mención del fierro vascongado y leonés que en Sevilla se embarcaba para las Indias. Sevillano muy bien puede ser el tratamiento que Dorotea da a Clara: “¿qué es lo que dices, niña?” (I, 43), con repercusión americana, como la tuvo nieve ‘hielo’, a cuyo respecto recuérdese el Libro que trata de la nieve y de sus propiedades publicado en 1574 por Monardes (1988), muy probablemente testimoniado en “pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve...” (II, 58), en Covarrubias “bever con yelos es de gente muy regalada” (Tesoro, 727). Cuando Cervantes tiene plena constancia de la diversidad lingüística no deja pasar la ocasión de señalarla, así en el caso de maceta/tiesto, sobre todo cuando de distintas lenguas se trata, así del catalán pedreñales “que en aquella tierra se llaman”, escuderos “que así llaman a los que andan en 138 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD aquel ejercicio”, castellanización de escuder con sentido particular sin duda, y lladres (II, 60), o del árabe: jumá ‘reunión’, ámexi ‘te vas (vete)’, gualá ‘por Dios’ (II, 37, 40, 41). 6.3.2 Pero estas particularidades idiomáticas en sí mismas no marcan diferencias sociales, cuestión que en el Quijote tiene relevante lugar. En cambio en el encuentro de caballero andante y escudero con la cadena de galeotes se da la ocasión propicia para que su autor preste atención al lenguaje del más bajo grupo social, a la definición semántica y a la dilogía, todo esto a cuenta del vocabulario germanesco: “¿qué son gurapas? --gurapas son galeras”, “este, señor, va por canario, digo por músico y cantor-- ¿por músicos y cantores van también a galeras?”, “que no hay peor cosa que cantar con el ansia --señor caballero, cantar en el ansia se dice entre esta gente non santa confesar en el tormento”, “la culpa por que le dieron esta pena es por haber sido corredor de oreja…, quiero decir que este caballero va por alcahuete” (I, 22), términos, salvo el último de sentido figurado, recogidos por Hidalgo, que define ansia ‘tormento de agua’ (Germanía, 154). Incluso en este episodio Ginés de Pasamonte, alterado por el degradante nombre, Ginesillo de Parapilla, que le da el guardián de la cuerda de presos, le replica con un rufianesco “como voacé dice”, contestado con un amenazante “hable con menos tono, señor ladrón de más de la marca”, también al mismo don Quijote: “lo que le sé decir a voacé…”, sin que este, contra lo que es norma en él, reaccionara ante tal ofensa. Y el propio narrador no se privará de acudir a alguna voz del medio marginal, tal racimo ‘ahorcado’ (Germanía, 192): “alzaron los ojos y vieron los racimos de aquellos árboles, que eran cuerpos de bandoleros” (II, 60). Donde Cervantes verdaderamente aplica el tamiz sociológico, que tan de su gusto era, es en la contraposición, necesariamente extrema para aquel entonces, de modelos lingüísticos por clases socioculturales, muy en la línea de pensamiento de Juan de Valdés, aunque Cervantes no había leído su tratado, para quien es constante la distinción entre la “gente vulgar” (“los plebeyos y vulgares”), a la que con frecuencia se asocian los aldeanos o rústicos, con la nota dominante del arcaísmo lingüístico, y la “gente de corte”, identificada con “los que hablan bien”, “los hombres bien hablados”, “el bien hablar” y con “los que se precian de scrivir el castellano pura y CERVANTES ANTE LA LENGUA 139 castellanamente”, “los que scriven con cuidado”, etcétera. Cuando al humanista de Cuenca un contertulio le pide más palabras y usos gramaticales que no le contenten, responderá: “como no los uso, no los tengo en la memoria; y de los que os he dicho me he acordado por averlos oído dezir quando caminava por Castilla, porque en camino, andando por mesones, es forçado platicar con aldeanos y otras personas grosseras” (Diálogo, 131). No circunscribe Valdés el ámbito del grosero hablar, ni siquiera lo identifica exclusivamente con los aldeanos, aunque en la práctica sus referencias contrarias al buen hablar generalmente son de usos rústicos, igual que en el Quijote ocurre, sin particularidad dialectal, excepción hecha de ocasionales registros sayagueses, y esto bajo el condicionamiento de la tradición literaria. Se verifican tales rasgos occidentales en “debajo de los pies se levanta allombre cosa donde tropiece”, dicho por un cabrero (I, 23); prazga, “y a Dios prazga que nos suceda bien”, en párrafo de Sancho sin ningún otro modismo regional, este por la evolución de /pl-/ a /pr-/ (I, 10); en el ¡Tarde piache! del escudero (II, 53), frase hecha gallega ‘has hablado tarde’, que ya era proverbial en Covarrubias (Tesoro, 868) y continúa viva en Galicia. Datos sueltos, pues, y no todos de segura identificación sayaguesa, de la que ninguna mención concreta señala en su estudio Rosenblat (1995). Hay, sin embargo, un ejemplo de ello en el empleo cervantino del verbo añascar ‘urdir’, ‘enredar’, no señalado por la crítica, que el Autoridades da como anticuado y que en el Quijote se halla en expresión al parecer hecha, una vez puesto en boca de Sancho: “Así, yendo días y viniendo días, el diablo, que no duerme y todo lo añasca, hizo de manera que el amor que el pastor tenía por la pastora se volviese en omecillo y mala voluntad” (I, 20), y en la de un ganadero de cerdos en Barataria: “Volvíame a mi aldea, topé en el camino a esta buena dueña, y el diablo, que todo lo añasca y todo lo cuece, hizo que yogásemos juntos” (II, 45), ambos pasajes en contexto de pastores. Si se tiene en cuenta que las dos citas de Lope de Rueda que trae el DCECH, “… no puedo entender dónde diabros las añazga o las arguye”, “cata quel diabro te añasga, mochacho”, se producen en diálogo pastoril, parece ser que a mediados del siglo XVI dicho término se asocia al habla campesina, y desde luego que al combinarlo con el occidentalismo diabro el dramaturgo andaluz dibuja un retazo del convencional sayagués. Tampoco es muy aventurado pensar que aquí se descubre la huella de Rueda en Cervantes. 140 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD 6.3.3. En todo el Quijote la estampa lingüística más genuinamente de rústicos es la que se produce en el encuentro del caballero andante y su escudero con las tres labradoras que a lomos de sus jumentos salían del Toboso, a una de las cuales don Quijote acaba tomando por su Dulcinea, de cuya expresión el anotador de la ed. Rico advierte que “las labradoras hablan en sayagués, el lenguaje convencionalmente tosco con que se expresan los rústicos en el teatro” (I, 771, n. 57). Es así que la moza, ante las estrafalarias figuras de los que hincados de rodillas le cerraban su marcha, exclama airada: “Apártense nora en tal del camino, y déjenmos pasar, que vamos depriesa”. La segunda aldeana insistiría: “Mas ¡jo, que te estrego, burra de mi suegro! ¡Mirad con que vienen los señoritos ahora a hacer burla de las aldeanas, como si aquí no supiésemos hacer pullas como ellos! Vayan su camino e déjenmos hacer el nueso, y serles ha sano”. Finalmente, la campesina “que había hecho la figura de Dulcinea”, confusa y enojada por la amorosa queja de don Quijote, replicaría: “¡Tomá que mi agüelo! ¡Amiguita soy yo de oir resquebrajos! Apártense y déjenmos ir, y agradecérselo hemos”. Pero nada de estricto sayagués hay en estas citas, pues la conjunción e de “vayan su camino e déjenmos” en puridad no lo es: sería gallega, aunque más bien constituye un forzado arcaísmo de la fabla antigua; los futuros tméticos serles ha, agradecérselo hemos, son meros rasgos arcaizantes, reminiscentes en la época y desde luego usuales en otros pasajes del Quijote; el posesivo nueso tenía una amplia difusión rural, con forma más vulgar mueso, muesa en obra de Lope de Vega (Peribáñez, 60, 84), lo mismo que mos por nos (déjenmos); los dichos con que exclaman dos de las aldeanas son corrientes en el inventario proverbial de rústicos y desde mucho antes estaba fijada la maldición nora en tal, que en la ed. Rico se considera “eufemismo por en hora mala” (I, 1243, n. 33), y que, por cierto, lo mismo usan las labriegas del Toboso que Sancho, “¡nora en tal, señor nuestro amo!” (II, 62), y el clérigo servidor de los duques: “¿en dónde nora tal habéis vos hallado que hubo ni hay ahora caballeros andantes?” (II, 31). Esto y un resquebrajos, que en absoluto supone cruce alguno de palabras, pues en puridad no es creíble que las aldeanas de la época usaran el culto requiebro, en Covarrubias ‘el dicho amoroso y regalado’, sino la intencionada elección del autor de un término por entonces ya existente para el efecto burlesco, también en el canó- CERVANTES ANTE LA LENGUA 141 nigo conquense: “resquebrajo, vocablo bárbaro y aldeano, vale endedura en la pared, y por chocarrería el requiebro tosco y avillanado” (Tesoro, 906). Además, si por un lado la labradora elide la /-d/ en el imperativo tomá de la expresión proverbial, la mantiene en mirad y emplea ahora, no agora. En definitiva, Cervantes no logra, si es que lo pretendió, el acercamiento al habla rural asayaguesada que en dos aisladas pinceladas ofrece Alemán: “Hernán Sanz, dádmelo a mí, que par diez nunca hu ñamorado ni m’ha quillotrado tal refunfuñadura”, “asentá que digo que de ser hidalgo yo no ge lo ñego, mas es lacerado y es bien que peche” (Guzmán, II, 55, 165). 6.3.4. La lengua rural Cervantes la identifica, de la manera que se ha visto, en Sancho Panza y seguidamente en su mujer Teresa en cuanto a rasgos de veracidad histórico-lingüística, aparte del puntual caso de las labriegas del Toboso, con artificiosa acumulación de modismos rústicos y frecuente coexistencia de rasgos vulgares y cultos. Sin embargo, el modelo idiomático extremamente opuesto al de los que practicaban el buen hablar y escribir no solo era el de campesinos, sino también el de otras profesiones humildes y bajas, incluso de gentes urbanas, tal y como más que nada teóricamente advirtió Juan de Valdés, y reconoce el mismo autor del Quijote cuando, en una réplica a su amo del escudero, este sentencia que “no hay para qué obligar al sayagués a que hable como el toledano, y toledanos puede haber que no las corten en el aire en esto del hablar polido”: Así es --dijo el licenciado--, porque no pueden hablar tan bien los que se crían en las Tenerías y en Zocodover como los que se pasean casi todo el día por el claustro de la Iglesia Mayor, y todos son toledanos. El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda (II, 19). Pero no hablan vulgarmente ni el barbero paisano de don Quijote, quien, al contrario, incluso hace una proclama en fabla antigua, de la que don Quijote tantas veces se sirve (I, 46), ni el del yelmo de Mambrino, ni el lacayo Tosilos; tampoco en su diálogo los dos regidores rústicos de la aventura del rebuzno, que únicamente se dan coloquialmente el tratamiento de compadre en cada una de sus intervenciones, ni el paje o mozo que buscaba alistarse en la armada de Cartagena; tampoco el conductor de las lanzas y alabardas, que en la venta relataría la historia de los alcaldes del rebuzno 142 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD a don Quijote, con solo la manera de dirigírsele como señor bueno, propia de la gente de menos calidad social (II, 24, 25). Fuera del mundo campesino apenas tienta Cervantes de hablante vulgar al ventero con un vocablo no aldeano, sino de escorzo literario, cuando este pregunta si sus libros, que en una maleta olvidada tenía, “son herejes o flemáticos” y es corregido por el barbero: “cismáticos queréis decir, amigo” (I, 32), siendo que a un individuo de su condición y en semejante contexto cismático debería ser la palabra que le resultara familiar, no flemático, esta no incluida en el Tesoro de Covarrubias y sí la otra. A partir de ahí la expresión del analfabeto ventero es correcta, matizada del coloquialismo de algunos dichos y proverbios, no obstante que él mismo se había reconocido “andaluz, y de los de la playa de Sanlúcar, no menos ladrón que Caco, ni menos maleante que estudiantado paje” (I, 2). Los guardianes de la cadena de galeotes, que, aun cuando sabían leer, no debían de ser muy instruidos, dialogan con lenguaje esmerado, y solo uno de ellos es primeramente pintado sociolingüísticamente con una alteración vocálica, “muerte cevil” (civil en retórica intervención de la Trifaldi: II, 39), y un arcaizante ansí cuando irritado se dirige a Ginés de Pasamonte: “Pues, no te llaman ansí, embustero?”124, junto al trato despectivo que dispensa a don Quijote con aditamento de una locución popular: “Váyase vuestra merced, señor, norabuena su camino adelante y enderécese ese bacín que trae en la cabeza…” (I, 22). Todos los condenados a galeras con los que don Quijote platica emplean el lenguaje de los cultos, salvo en el voacé del encolerizado Ginés, y con agudeza de razonamiento, así el viejo galeote que se acusa de que “me burlé demasiadamente con dos primas hermanas mías y con otras dos hermanas que no lo eran mías” y concluye con este período de lograda sintaxis, de creciente tensión y de perfecta conclusión lógica: “Probóseme todo, faltó favor, no tuve dineros, víame a pique de perder las tragaderas, sentenciáronme a galeras por seis años, consentí: castigo es de mi culpa; mozo soy: dure la vida, que con ella todo se alcanza”. En resumidas cuentas, el modelo cultural y socialmente inferior Cervantes en la trama novelesca lo guarda para el aldeano, campesino o pastor, pero ni mucho menos para todos los personajes de esta clase que desfilan por su 124 Ansí emplea el barbero paisano de don Quijote en su altisonante discurso en imitación del lenguaje de las novelas de caballerías, con arcaísmos más marcados: faga, fecho, vegadas, yoguieren (I, 46). CERVANTES ANTE LA LENGUA 143 texto, pues incluso está el ganadero de cerdos que sigue la norma canónica (II, 45), ni por igual aplica el correspondiente criterio lingüístico, cuya valoración debe tener presente la verdadera realidad del español de la época. 6.3.5. En el Quijote guarda su autor lo más granado de la caracterización de hablante rústico o vulgar para la figura de Sancho, como no podía ser de otro modo, pero es necesario tener en cuenta lo aquí expuesto si se quiere entender el porqué de la escasez de los rasgos lingüísticos que para conseguirla emplea, y de su artificiosidad en la mayoría de los casos. Sin embargo puntualmente determina el tipo aldeano de otros personajes, así Teresa Panza, que dirá estripaterrones dialogando con el paje de la duquesa, “que yo no soy nada palaciega, sino una pobre labradora, hija de un estripaterrones” (II, 50) y un traés sin duda ya rústico, que emplea dirigiéndose a su marido, “¿qué traés, Sancho amigo, que tan alegre venís”125, a veces recurriendo al arcaismo o a giros y modismos coloquiales, y apoyándose en el frecuente arbitrismo léxico, forzadamente reducido al hablante vulgar, todo a resultas de una visión socioculturalmente diferenciadora. Lo cual no quita para que en ocasiones tal atribución pueda corresponder a una realidad sociolingüística, por ejemplo el mencionado uso del vulgarismo estripaterrones por Teresa Panza, o de los arcaismos condumio y cuchares por su marido, pero en otros casos se debe a un interesado moldeamiento literario. Así, zagal es ‘muchacho que ha llegado a la adolescencia’ (DRAE), con otras acepciones referidas a oficios campesinos, si bien en sí misma esta palabra no conlleva particularismo rústico de ninguna clase, entre otras cosas porque era de difusión general. Pues bien, en el Quijote lo mismo se habla de “un zagal muy entendido y muy enamorado, y que, sobre todo, sabe leer y escrebir y es músico de un rabel” (I, 11), que de “la conversación honesta de las zagalas destas aldeas” (I, 14), así como “del buen talle del zagal Cardenio” (I, 32), o de que, en el episodio de la Arcadia fingida, “estas señoras zagalas contrahechas que aquí están son las más hermosas doncellas y más corteses que hay en el mundo” (II, 58). En tales registros sin duda se halla literariamente 125 Pero téngase en cuenta que Teresa Panza también emplea el canónico destripaterrones (II, 5), y que Covarrubias solo registra destripar y destripaterrones (Tesoro, 959, 978). Muy evidente asimismo es el rusticismo y vulgarismo de traés para estos años de comienzos del seiscientos. 144 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD sublimado este término, aunque su lado rural asimismo hará acto de presencia, cuando Dorotea habla del hábito “que me dio uno de los que llaman ‘zagales’ en casa de los labradores, que era criado de mi padre” (I, 28)126. 6.3.6. Ahora bien, si Sancho el diptongo /wé/ lo tiene /gwé/ en el refrán “y cómo hay más mal en el aldegüela que se suena” (I, 46), sin más esto no significa que Cervantes caracterice así el habla de aldeano, porque esta forma viene dada en el cliché proverbial. Más sentido para la realidad sociolingüística del momento tiene que Teresa Panza diga güevos (II, 50), y güesos Sancho (II, 55), y aunque el narrador también usará güéspedes en párrafo sin voz alguna de fabla antigua o caballeresca (I, 42), la preferencia del autor por una u otra variante parece aclararse con el predominio de huésped-huéspedes en el corpus quijotesco, y por detalles como el que en intervención del ventero se ponga hueso (I, 32): ya hacia 1535 Valdés rechazaba la pronunciación de güésped y güevo “por el feo sonido que tiene” (Diálogo, 97). Algo parecido sucede respecto de la variación agora-ahora, pues la primera forma se registra en intervenciones tanto de la duquesa como de don Quijote (II, 7, 33), la dicen la bucólica zagala de la Arcadia fingida y Teresa Panza (II, 5058), y en su diálogo lo mismo Sancho que su aldeana mujer alternan ahora y agora (II, 5), de manera que al uso de agora, que aparece en otro coloquio entre el escudero y Teresa en boca de ambos (I, 52), no se le puede atribuir “arcaísmo del habla caballeresca”, en anotación de la ed. Rico (I, 640, n. 17), si no es por el criterio de la mera gradualidad, no solo porque también se encuentre en pasajes no marcados del Quijote, sino porque en este corpus presenta 148 registros frente a los 367 de ahora. A principios del siglo XVII agora aún no se tenía por arcaísmo ni por rusticismo: para Covarrubias todavía es entrada única (Tesoro, 50), y para Correas “ahora i agora se dize igualmente por el tiempo presente” (Arte, 343). Algo solamente parecido se verifica en los testimonios de ansí y así, el primero en Sancho, en el pastor, en el guarda de los galeotes (I, 10, 12, 22, 25), el segundo repetido por el cura y por el narrador 126 Daba así Cervantes una nota para la caracterización del habla campesina al tiempo que se apoyaba en opinión al parecer por entonces asentada, a tenor de lo que Covarrubias advierte tras su definición: “y porque ordinariamente los mancebos son más gallardos, fuertes y animosos que los hombres casados y entrados en días, quedó la costumbre en las aldeas de llamar çagales a los barbiponientes y çagalas a las moças donzellas, y a los chicos çagalejos y çagalejas” (Tesoro, 389-390). CERVANTES ANTE LA LENGUA 145 (I, 6, 19), que sin embargo alterna ambas formas adverbiales en un mismo relato (I, 1); así en Covarrubias es entrada única (Tesoro, 160), y para Correas en trance de creciente difusión: “Ansí afirma i dize el modo como algo se hizo, o se hará, i ia le quitan la n muy de ordinario, i dizen así, i escriven assí con dos eses contra toda buena rrazón” (Arte, 348): teniendo en cuenta, pues, que en el Quijote recibe 62 atestiguaciones ansí y 1065 así, es claro que Cervantes en este punto normativamente se hallaba más cerca de Correas que de Covarrubias. Sigue ahora la corriente innovadora y para él ansí desde luego era arcaizante y rural, solo que no es estrictamente consecuente en su tratamiento argumental. En efecto, supone una notable dificultad para el establecimiento de la intención con que Cervantes maneja la variación lingüística para la caracterización del modelo vulgar su distribución textual según personajes, pues, por ejemplo, el narrador dice mala fechuría y la duquesa vuestras fechurías (II, 48, 57), mientras Sancho en carta a don Quijote hace poner malas fechorías (II, 51). En los casos de aína y asaz, Sancho los reúne en dos intervenciones (I, 18; II, 33), pero también usa don Quijote aína, a continuación del pasaje sanchesco, sin connotación caballeresca en el suyo, y son las tres únicas ocurrencias de este adverbio en el Quijote. De asaz hay 11, contra 31 y 24, respectivamente, de sus correspondientes harto y bastante. Dichos dos adverbios ya habían sido rechazados por Juan de Valdés: “antes (digo) presto que aína”, “no asaz, sino harto” (Diálogo, 119, 150): Covarrubias trae asaz ‘en abundancia’ sin comentario, y aína solo en refrán (Tesoro, 159, 779); Correas incluye entre los adverbios asaz, pero únicamente ejemplifica con harto, también aína sin frase (Arte, 348-349). No hay duda, pues, de que los dos adverbios a principios del siglo XVII generalmente eran tenidos por reducidos al habla campesina, y asaz Cervantes lo emplea con lógica sociolingüística y argumental en boca de Sancho: “porque hubo ayer asaz de pedradas”, “asaz de locura sería intentar tal empresa” (I, 45; II, 11) --Sanchica dirá “con harta pena” (II, 50)--, quizá no tanta en Sansón Carrasco, “que asaz maltrecho me tiene” (II, 14), aunque representa al derrotado Caballero de los Espejos, y con toda evidencia en pasaje del narrador, “don Quijote… con asaz cólera le dijo”, asociado a un “catarle las feridas” (II, 28), y en carta del caballero andante a Dulcinea marcada por su lenguaje fablesco: “maguer que yo sea asaz 146 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD de sufrido” (I, 25). Si denantes aparece 5 veces en la novela y antes 293, la situación normativa de la primera voz no precisa comentario, por lo que resulta natural que se halle en parlamento de Pedro el cabrero (I, 12) y de Sancho, máxime cuando termina con un “desfaga mi sospecha” (II, 44), pero menor es su adecuación en el narrador, “asaz melancólicos y de mal talante llegaron a sus animales” (II, 30), en don Quijote (I, 25) y en el bachiller de la aventura de los encamisados (I, 19). 6.3.7. Pinta Cervantes el habla de la gente baja, aldeana sobre todo, con arcaísmos, vulgarismos y términos coloquiales: adunia, “saca de la caballeriza güevos y corta tocino adunia” le manda Teresa a Sanchica (II, 50), acuitar, añascar, caloña, cohonda y encantorio en Sancho, “que Dios cohonda”, “el achaque del encantorio” (I, 25; II, 31), condumio, cuchares, emprincipio, estripaterrones, pastraña, persona, resquebrajos, yantar, yogar, y rasgos gramaticales como los ya considerados. Sin duda Cervantes conocía mucho del habla rústica y vulgar, a lo que no poco le ayudarían su estancia en Sevilla y pueblos de la provincia, sus lecturas y el contacto con el medio popular madrileño, aunque no todos estos datos los adecue sociolingüísticamente a sus personajes, por ejemplo el acuitar del narrador (I, 16) y de don Quijote (I, 2), y varios también sirvan al lenguaje caballeresco del caballero andante, o que algunos más se rastreen en otras obras suyas, así naide en la Ilustre fregona (Fernández Gómez, 1962: 702). Asimismo es cierto que percibe con claridad el sentido del arcaísmo en su tiempo, al que en el siguiente ejemplo recurre con precisión lingüística y tino literario. El indefinido ál, en Valdés “no digo ál donde tengo que dezir otra cosa” (Diálogo, 119), se halla en habla de Sancho, “en ál estuvo que en encantamentos” (I, 18), en la fabla antigua de don Quijote, “que el mío no es de ál que de serviros” (I, 2), y en el narrador donde también pone el antiguo facas ‘hacas’ (I, 15). No puede decirse lo mismo, como se comprobará, respecto de vía y vido, de ver. En esta cuestión bebe nuestro autor en la tradición literaria y folclórica, y de maguer tonto o maguera tonto Rosenblat la tiene por “expresión hecha” (1995: 27-28), en Valdés “maguera por aunque, poco a poco ha perdido su reputación” y maguer “agora ya no se usa” (Diálogo, 126); ya estaba acuñada en Juan del Encina: maguera vaquero y maguera pastor siete veces en estribillo de un villancico CERVANTES ANTE LA LENGUA 147 (Cancionero, 90r, 101v), y en la novela cervantina maguer tonta y maguera tonto dicen de sí mismos Teresa y Sancho (II, 5, 33), “maguer era tonto” el narrador en referencia al escudero (II, 30), y la locución maguer que en carta de don Quijote a Dulcinea junto a otras voces antiguas (I, 25), si bien asimismo le dirá a Sancho “aunque tonto, eres hombre verídico” (II, 41). El dicho Castígame mi madre, y yo trómposelas asegura Valdés no entenderlo, “porque no sé qué quiso dezir con aquel mal vocablo trómposelas” (Diálogo, 130), y Correas lo recoge, también con la variante trómpoxelas “a lo viexo” (Refranes, 573), y es justamente el más antiguo Castígame mi madre y yo trómpogelas el escogido por el autor para dos intervenciones del propio don Quijote (II, 43, 67). No debe extrañar, pues, el gusto de Cervantes, propio de su erudición humanística, por contraposiciones de lo antiguo y lo moderno como las de facas/hacas (I, 15), a furto/a hurto (I, 16, 21, 43, 46), o por la variación evolutiva “un túho o tufo” (I, 31)127. 127 La última variación aún se mantenía en los periodos preclásico y clásico (DCECH), la forma más evolucionada (tuho) cada vez más de nivel popular. No es este primer y único caso en que el latinismo acaba generalizándose en detrimento del elemento tradicional del doblete (p. ej. quieto / quedo), y Cervantes, que con toda precisión ordena textualmente esta variación (tuho / tufo), ya prefiere el elemento originariamente cultismo (tufo también en II, 20). CAPÍTULO 7 EL USO Y LA NORMA 7.1. NOTAS SOCIOLINGÜÍSTICAS 7.1.1. Para abordar esta cuestión es preciso partir del hecho de que el español de la época de Cervantes, incluso en su modelo más culto, presentaba variaciones que ya en la época no eran de igual aceptación entre los mismos practicantes del mejor hablar y escribir, cuya uniformidad tampoco se daba en todo el mundo hispánico, no solo respecto de los dominios peninsular y canario, sino también del americano, que, no se olvide, era igualmente español que el de aquende el Atlántico. Algunos fenómenos que hoy son repudiados, como el hidiondas de don Quijote (I, 47), pero hediondo está en Sancho (II, 47), o el del narrador “entre interrotos sollozos y mal formados suspiros” (II, 49), no recibían entonces el mismo rechazo que sufren actualmente. Por ello estos y otros hechos idiomáticos no pueden juzgarse anacrónicamente, ni sin el criterio de la gradualidad, pues, la vacilación en las vocales átonas y el antihiatismo en limitado número no merecían el anatema purista, la vulgaridad estaba en su gran frecuencia, ni se puede pasar por alto que en aquella sincronía el tratamiento de los grupos consonánticos (interrotos ‘interruptos’) se debatía entre corrientes contrarias. Que hubiera más variación en el español de los siglos XVI-XVII que en el de hoy nada extraño es, teniendo en cuenta la situación evolutiva de la que se partía y la gran lentitud con que los cambios en la lengua se producen, sobre todo las innovaciones fonéticas y gramaticales; pero todo esto, si se quiere en menor grado, asimismo ocurre en la actualidad, incluso a pesar de las condenas de académicos y gramáticos, lo que ha de tenerse en cuenta para valorar con el debido discernimiento la realidad lingüística de hace varios siglos. Efectivamente, de muy cultos americanos es decir habían fies- 150 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD tas y se los dije, usos que están extendiéndose en España, donde no es infrecuente oír ayer se ha firmado el acuerdo por quienes antes distinguieron a la perfección entre firmé y he firmado, por no hablar del estruendoso las miles de empresas, las cientos de miles de empresas que está avasallando desde los medios de comunicación. Y tantos otros casos, dejando ahora de lado las importantes diferencias fonéticas existentes en el mundo hispánico, como la construcción ya yo te lo dije frente a yo ya te lo dije (he dicho), o el quien plural, sobre todo el quién interrogativo, falsamente dado como residual y reducido a “la lengua común”, que a mi parecer las Academias indebidamente estigmatizan en aras de la “regularidad” gramatical (quien, quién/quienes, quiénes), cuando el empleo de la forma etimológica se registra entre los más cultos hablantes, y con mayor frecuencia, naturalmente, en otros niveles socioculturales. 7.1.2. Ya se sabe que en los Siglos de Oro a no pocos interesó la diversidad sociolingüística y diatópica del español, a algunos, como el maestro Gonzalo Correas, con referencias de notable exactitud. Así, cuando respecto de la terminación -ía, -ías, -ía de imperfecto y condicional señala que “por dialecto particular en Castilla la Nueva, Mancha i Estremadura i partes de Andaluzía mudan la a en e con el azento en esta forma: ie, ies, ie…, i se usa mucho entre no letrados, como avié, aviés, avié…, mas no está rrezibido entre los elegantes” (Arte, 269), y aquí mismo advierte el gramático que “en este dialecto hazen síncopa avieis, harieis, dizieis, quirieis por aviedes, hariedes...” De igual modo se fija Correas en que “tal manera de hablar de lo que por lo qual é visto en onbres criados fuera de Castilla en la Corona de Aragón, aunque personas de buen inxenio i letras, como Zéspedes” (171), y después de explicar la locución en comiendo, en beviendo nota que “en Aragón la xuntan con los infinitivos con el mesmo sentido: en comer, por en comiendo ‘después de aver comido’, en bever, en bolver…” (345). En las precedentes observaciones, y en otras que se verán, no solo se manifiesta la mera alusión diatópica, sino también la apreciación sociocultural de Correas sobre la elección de unas y otras variantes, quien más adelante en su gramática de la innovación amavais, pudierais, quisierais insiste: “adviértese porque avrá ocasión en que se halle escrito, i aprovecha saberlo por dialeto” (315). De manera que, en consonancia con EL USO Y LA NORMA 151 lo que años después defendería el gramático, en fe de erratas de Monardes, andaluz culto, se corrige “dize lo tenien, diga lo tenian”, con rechazo pues del modismo que no estaba “rrezibido entre los elegantes”, y “dize dizir, diga dezir”, enmienda que coincide con el uso de Covarrubias, Correas y Cervantes (Medicinal, 207v)128. 7.1.3. El texto del Quijote sin un escrutinio filológico que atienda a varias perspectivas no siempre hace fácil considerarlo desde el punto de vista normativo, como precedentemente se ha comprobado, pues en este mismo texto si Sancho dice ligítima (I, 21), ligítimamente dirá el narrador, así como disignio, inquerir, lición ‘lección’ (I, 8, 20, 52), cevil el guarda de los galeotes (I, 22), tanto imágenes como imágines el cautivo (I, 41), disignios, hidiondas, ligítima don Quijote (I, 37, 44, 47). Pero además es preciso un planteamiento comparativo en su misma sincronía para así concretar con alguna fiabilidad la línea de conducta modélica seguida por Cervantes. 7.2. CUESTIONES Y CRITERIOS EN EL ANÁLISIS DEL QUIJOTE 7.2.1. En el aspecto vocálico, aparte de lo señalado, “acrebillaron a don Quijote y vapulearon a la dueña”, pero cribando (II, 50), puede suponer un caso de vulgarismo, aunque acrevillar tiene testimonio literario de mediados del XVI (DCECH). En la contracción fonosintáctica ascuras, “que los caballeros hagan sus fechos de armas ascuras” (II, 14), probablemente hay que leer a escuras y no a oscuras, y de todos modos escurecer está en los dos prólogos y puesto en boca del cura (I, 47), del mismo modo que en el episodio de la pendencia de la venta, con Maritornes y el arriero, en palabras del narrador Cervantes pone tanto escurecía como “quedaron ascuras” (I, 16) y escurezcan (I, 20), lo cual indica que la antigua variante escuro aún no la tenían los cultos por vulgar a comienzos del XVII, y Covarrubias, que parece preferir obscuro-oscuro, obscurecerse, oscuridad, también incluye sin nota peyorativa escurecer, escuridad y escuro (Tesoro, 545, 841). Semejante es el caso de envidia, que dice don Quijote (II, 8, 42) e invidia, variante de secular arraigo, precisa128 También en coincidencia con Cervantes y Covarrubias, se saca de las erratas: “dize antigos, diga antiguos”, en cualquier caso una prueba más de que en los siglos XVI y XVII aún se mantenía el etimológico antigo, pero ya sin aceptación de los cultos, que el tradicional Correas ocasionalmente emplea (Arte, 298). 152 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD mente empleada en pasaje de muy cuidado lenguaje (Prólogo, II), lo que impide tomar su uso por vulgar, máxime cuando el erudito canónigo de Cuenca, toledano de nacimiento, únicamente da cabida en su diccionario a invidia, invidiar, invidioso (Tesoro, 740). Exactamente lo mismo sucede con entricado e intricable (I, 1, 21), pues aunque en la segunda forma está el más directo latinismo, ambas son de igual aceptación sociocultural en el Quijote y en el compendio lexicográfico (526, 740). Se trata, pues, del largo acomodo en la lengua escrita de dobletes que tardaron mucho en inclinarse definitivamente por el modelo culto o por el popular en cada uno de sus elementos, decantamiento que con frecuencia requirió siglos a base de ir conquistando el exclusivo uso de las minorías cultivadas, de donde con el tiempo se iría expandiendo la elección triunfante a otras capas de la sociedad. Una forma como quistión se mantuvo durante mucho tiempo en la lengua literaria, y se halla en el Quijote: “más no supo decir por qué causa fue su quistión” (I, 29, 45), pero ya es cuestión (questión) en Covarrubias, que añade “en vulgar suele significar pendencia” (Tesoro, 891), sentido popular que a esta palabra se da en la obra cervantina, en la cual desde el punto de vista de la fonética vocálica la variación no es mucha y de poco relieve en lo que a diversidad sociocultural atañe, si bien se advierte un menor prurito cultista que en Covarrubias, en quien no hay cevil, hidiondo, imágines, ligítimo sino las correspondientes voces canónicas, ni lición ‘lección’ como en el culto barbero paisano de don Quijote (I, 27), sino leción (Tesoro, 756). Y una muestra explicativa de la lentitud con que el marco normativo se iba estableciendo la ofrece el gerundio quiriendo de uso constante en el Diálogo valdesiano, donde también se registra timiendo (182), frecuente solución del castellano antiguo en la que la /e/ átona se ve inflexionada por la yod romance del diptongo siguiente, que en el español escrito tuvo un enorme arraigo: pues bien, en el Quijote se mantiene quiriendo (II, 10, 13), aunque con neto predominio de la forma que no tardaría en imponerse totalmente en la lengua culta (2 quiriendo / 11 queriendo). Y el más purista Correas para el correspondiente gerundio de tener solo contempla teniendo (Arte, 297). 7.2.2. Queda, sin embargo, una cuestión sumamente difícil de resolver, y es el papel que impresores y correctores jugaron en la EL USO Y LA NORMA 153 modificación, que de una u otra manera siempre se da, del original cervantino, porque, por ejemplo, en el texto del Quijote parece no apreciarse el antihiatismo, fenómeno de antiguo con gran repercusión popular y que incluso durante siglos tuvo manifestaciones esporádicas en autores cultos, diferencia pues de grado y no de exclusividad. Porque en la carta autógrafa de Cervantes antes considerada hay un antihiático tray ‘trae’ (v. n. 120), que se halla en Quevedo (Buscón, 141), verbo que con esta solución fonética aparece en otras obras del alcalaíno: traile dice Trampagos y trairé Vademécum en el Rufián viudo (Entremeses, 42, 53), así como la protagonista de la Gitanilla, a pesar de su bien hablar (53), de modo que el habla de Cervantes no estaba exenta de dicho modismo fónico, también presente con un trairán un par de decenios antes en el culto Monardes (Medicinal, 80v). Un posible caso antihiático hay, sin embargo, en el Quijote, concretamente en el se riyó dicho por el narrador (I, 41), pero, aunque tiene toda la apariencia de serlo, queda la ligera duda de si no será un cruce entre las variantes rió y reió ‘reyó’ que Correas presenta, dado el segundo elemento como “menos usado por viexo” (Arte, 301). La precaución, pues, debe guiar el análisis del texto impreso de Cervantes, pues si, como se ha visto, así supera con mucho en registros (1065) a ansí (62), es esta la forma que figura en su autógrafo, lo mismo que correción con su grupo ct reducido, referencia necesaria para enjuiciar el importante aspecto de los nexos consonánticos cultistas en el Quijote. Es evidente el distinto tratamiento que reciben en el texto novelesco y en sus dos prólogos, ambos de especial cuidado lingüístico, muy particularmente en lo que a este punto concierne. Efectivamente, en el primero el latinismo fonético con notable predominio se preserva, en conceptos, doctores, doctrina, efecto, lector, observaciones, perfecta, respecto, menos en aciones, esenta, inumerabilidad, y el alternante concetos; el segundo guarda casi regularmente también el nexo etimológico: circunstantes, efecto, excepción, facción, ignorante, lector, con reducción en aflición y en la variante efeto. El conjunto de estos datos y su contraste con toda la novela demuestran que cuando Cervantes quiere causar en el lector una primera impresión favorable de su obra, se esmera en la factura de un lenguaje selecto, lo que puede conseguir en la tensión retórica de las breves piezas prologales, lo cual por otro lado es moneda común en prefacios y dedicatorias de los siglos XVI-XVII. 154 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD Pero lo que aquí interesa resaltar es que en sus prólogos Cervantes sigue la corriente más purista de las dos en que los que procuraban el bien decir se debatían a propósito de la pronunciación de los grupos consonánticos de los latinismos, aquellos que buscaban su continuidad en el habla, y con mayor seguridad en la escritura, y los que proseguían la tendencia tradicional, que puede ejemplificarse en el ideario lingüístico de Juan de Valdés, acorde con la propensión natural del castellano a su reducción, incluso entre cultos: “quando escrivo para castellanos, y entre castellanos, siempre quito la g y digo sinificar y no significar…, dino y no digno, y digo que la quito porque no la pronuncio, porque la lengua castellana no conoce de ninguna manera aquella pronunciación de la g con la n”; como de excelencia dirá de su x: “yo siempre la quito, porque no la pronuncio” (Diálogo, 96, 106). 7.2.3. De lejos venía la discordancia normativa o modélica, pues con Valdés coincidía Juan del Encina, en quien todo es defetos, dino, dinidad, dotores, efeto, fición, ynos ‘imnos’, etc., mientras que en Torres Naharro abundan defecto, ignocente, obiecto, redemptora, tractado, victoria y otras formas del mismo tipo, y Nebrija se inclina más por la postura reduccionista que por la etimologizante, si bien en la dedicatoria de su tratado gramatical de 1492 recurre a digno, egipcios, Egipto, escriptas, inmortalidad, significada, y en el prólogo de su Ortografía registra doctor, doctos, escriptores, ignorancia, como un siglo después hacía Cervantes. Y como lexicógrafo el gran humanista andaluz da cabida tanto a dición, dicionario, dotor, dotrina, fición, como a digno, dignidad, escriptor, escriptura, maligno, malignidad (Frago, 2002: 429). En el extenso relato del Quijote su autor se muestra mucho más libre en el manejo de formas con nexos intactos y simplificados, a caballo, pues, de la corriente purista y de la tradicional, y los casos de acciones (I, 16, 37) y efecto (I, 27, 40) son socioculturalmente análogos al de invidia anteriormente comentado, estos en relación con aciones y efeto, con aflición y concetos en los prólogos del Quijote: salvo en un estudiado planteamiento estilístico, Cervantes no tenía por vulgar la variación formal --que se da en todos los pasajes y personajes de su obra, Sancho dice tanto efecto como asumpto y pugnaré (I, 25; II, 42)--, tan frecuentes en su texto: acetar, acidente, conflito, dotos, eceto, ecetuando, eleción, estremo, letura, perfeción, preceto, EL USO Y LA NORMA 155 satisfación, solene, vitoria, pero accidente, afectos, benigno, dignidad, elección, excusado, ficción, ignorancia, innumerables, instrumento, perfección, preceptos, prompta, subjeto, con muchos casos más. Y ¿en qué situación normativa se encontraba Cervantes respecto a este fenómeno lingüístico? Sus autógrafos correción y letura (cfr. notas 120, 137), y el tratamiento textual que a la variación fonética da en la novela suponen una aceptación de la tradicional reducción fónica, y los numerosos casos de nexos consonánticos que mantiene sugieren que el modelo purista ganaba terreno en su habla; a ello apunta la ultracorrección rectórico (I, 48), y sobre todo el hecho de que en los momentos de especial cuidado estilístico prefiera las soluciones etimologizantes (prólogos y dedicatorias). 7.2.4. En cuanto a tradición lingüística, en esto Cervantes enlaza con Nebrija y, en relación con sus coetáneos, está más lejos de Correas que de Covarrubias. En efecto, aunque el extremeño en terminología gramatical podrá poner activa y dialecto, esta voz con la frecuente variante dialeto, su conservadurismo lingüístico se manifestará en su extraordinaria coincidencia con Encina y Valdés, cuando sistemáticamente escribe imperfeto, perfeto, azión, sinifica, sinificación, sinificado, sustanzia. Por el contrario, Covarrubias, más latinizante que Cervantes, aceptará únicamente edicto, elección, electo, ignominia, ignorar, signo, significar, pero como en el Quijote validará conflito y dará cabida a variantes como acetar-aceptación, dotrina-doctrina, inorancia-ignorancia, inorante-ignorante, sinificación-significación. Si en medio de una sarta de proverbios Sancho dice: “No, sino popen y calóñenme, que vendrán por lana y volverán trasquilados” (II, 43), el todo de esta frase tiene un claro aire proverbial, y no solo por su parte consecutiva, y el arcaísmo de popar es en él evidente: lo aseguraba Valdés, comentándolo con el sentido de ‘despreciar’ en el refrán Quien su enemigo popa, a sus manos muere, añadiendo de este vocablo que “agora ya no lo usamos en ninguna sinificación” (Diálogo, 127-128). Sin embargo, caloña, forma popular “corriente en la Edad Media” (DCECH), no era desusada como popar a principios del XVII: para Covarrubias la voz culta era calumnia, “en el lenguaje antiguo” calonia, y, en presente, “otros dizen caloña” (Tesoro, 270). Así que, como en tantos otros casos, la voz que va perdiendo predicamento social tiende al arcaísmo y a refugiarse en el habla de aldea, de modo que Cervantes empleó tal verbo para caracterizar 156 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD lingüísticamente a Sancho, que en otro pasaje recurre al correspondiente sustantivo: “si vuesa merced quiere saber todo lo que hay acerca de las caloñas que le ponen…” (II, 2). Señalan Corominas y Pascual que “tuvo mucha extensión la variante semiculta bulda, hasta el siglo XVI” (DCECH), y para el canónigo conquense bulderos eran “los que antiguamente predicaban las bulas de la cruzada” (Tesoro, 245), y en este término en declive encuentra Cervantes materia literaria para otra obra suya semejante al anterior recurso del Quijote: “mi padre es persona de calidad, porque es ministro de la Santa Cruzada: quiero decir que es bulero, o buldero, como los llama el vulgo” (Rinconete, 23). En alguna ocasión servirá la mera dislocación consonántica, así la de los sanchescos presonas y presonajes, por lo demás asendereada en el lenguaje literario de rústicos, presonajes ya en la Propaladia de Torres Naharro129. 7.2.5. En cuanto a la gramática, donde los cambios se producen con enorme lentitud en su aceptación social, el que una forma periclitara en el habla de los cultos, o en su lengua escrita, no suponía necesariamente que el uso de la misma de buenas a primeras se convirtiera en vulgar, precisamente por requerir su tiempo el arraigo de la connotación negativa. En el caso verbal son ejemplos las variantes conjugadas vía y vido, de ver. La primera tiene 1 registro en nuestro corpus por 24 veía, con proporción numérica algo distinta en las otras personas del imperfecto, pero vía dice el narrador y el galeote de más edad, víamos el cabrero y vían Dorotea (I, 4, 22, 23, 28), sin discriminación sociocultural por consiguiente; vían usaba el médico Monardes (Medicinal, 165v), y Correas propone tanto vía, vías, con pérdida de e “por síncopa”, como veía, veías, si bien señala que este verbo “entero es menos usado” (Arte, 316). El gramático también anota vi-vide, vio-vido, pero señalando en el cuadro de la conjugación vi-veí, y en el Quijote, con 250 ocurrencias de vio y 3 de vido, las preferencias están muy claras, pero vido aparece en un pasaje de Sancho (II, 11) y en dos del narrador (I, 22; II, 58), y desde luego las formas con -d- no se hallaban limitadas al medio rural, pues en textos cultos hasta mucho después ocasionalmente se registran. Sin embargo, no siempre el dato estadístico debe tomarse sin 129 Comedia Seraphina, Introito. EL USO Y LA NORMA 157 crítica, pues en este mismo verbo de vees se dan 12 muestras y 15 de ves, ambas autorizadas por Correas, pero sería un grave error creer que en el habla de Cervantes, y en la de cualquier otro contemporáneo, existieron tales frecuencias formales, pues vee, vees, etc., de las que hay testimonios hasta el siglo XIX, eran auténticas reminiscencias del pasado, ves y vee están en Garcilaso (Obras, 138, 257), y que por razones que desconozco fueron a parar en semejante proporción al Quijote, lo mismo que los 21 casos de fee (92 de fe), arcaísmo, Covarrubias solo recibe fe (Tesoro, 587), que durante siglos halló refugio en el lenguaje formal jurídico y de la escribanía pública: en una lengua tendente al antihiatismo, ¿cómo se mantendrían con tanta distinción dos vocales iguales en contacto? El historiador ha de recurrir a sus lecturas de textos literarios y no literarios; pero sin soslayar el natural recorrido evolutivo de la lengua. Para calificar de “forma popular” el subjuntivo traduzga, como en la ed. Rico (I, 706, n. 15), no solo ha de ponerse de relieve que el autor pone esta forma en boca de Sansón Carrasco y en párrafo de estilo esmerado, sino que Correas da el presente de este verbo como traduzo, traduzco, traduzgo, como los de caer con las variantes “caio i caigo”, “caia o caiga”, y “traia o traiga” los de traer, añadiendo que estos verbos “de dos terminaciones… se usan de entrambas maneras algo más o menos. Traio primera persona es poco azeta: los suxuntivos caia, traia… son más usados” (Arte, 295, 298-299, 301). Pues bien, variantes verbales del tipo traduzgo, traduzga se hallan en autores cultos, produzga en la edición príncipe de la novela picaresca de Alemán (Guzmán, II, 234), durante siglos, aunque cada vez con menos frecuencia, y corría ya el año 1822 cuando en manuscrito de la elite mexicana más instruida se lee “dedusgo dos proposiciones”, con la g del término verbal tachada bajo la caja de escritura130. De arcaísmo, rusticismo o forma popular se anotan en la ed. Rico cayo, dicho por Camila (I, 34), y trayo, por Sancho y don Quijote (I, 10; II, 4), con cayan ‘caigan’ también en el escudero (II, 14)131, formas minoritarias en el corpus cervantino, con 3 trayo y 24 traigo, 1 cayo por 3 caigo, con igual porcentaje para caya y caiga. 130 Respuestas católicas por Fr. Manuel de Mercadillo a las cien preguntas sobre frailes y rentas ecleciásticas: Biblioteca Nacional de España, ms. 21345-3, f. 23v. Reduzga se halla en el corpus cervantino en el retórico discurso del canónigo al caballero andante: “¡Ea, señor don Quijote, duélase de sí mismo y redúzgase al gremio de la discreción y sepa usar de la mucha que el cielo fue servido de darle…!” (I, 49), donde nada de popular o rural hay. 131 Ed. Rico (I, 129, n. 39; 449, n. 63; 721, n. 51). Sin anotación el cayan de Sancho. 158 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD 7.3. FLUCTUACIÓN NORMATIVA. ENTRE LA TRADICIÓN Y LA INNOVACIÓN 7.3.1. Con datos como estos se puede ir perfilando el modelo lingüístico de don Quijote, y también con las predichas cautelas y referencias comparativas. En la bibliografía lingüística del español clásico es frecuente considerar escrebir y recebir como casos sincrónicos de vacilación en el timbre de la /i/ átona, alteraciones vocálicas que, de ser numerosas, constituirían un claro ejemplo de vulgarismo, y en la gran novela ocurren 32 recebir más 74 en formas conjugadas, 2 recibir más 96 en la conjugación de este verbo; 5 escrebir más en un caso conjugado, por 163 registros de escribir en todas las formas de su conjugación. Pero la sincronía de Cervantes es un eslabón en la diacronía de la lengua, y en el castellano medieval la disimilación i… í > e… í se lexicalizó en escrebir y recebir, voces que se hicieron normales en la mejor lengua escrita, compitiendo en los Siglos de Oro con escribir y recibir por latinismo humanístico: Monardes corrientemente pondría escrevir, y Covarrubias en extenso artículo continuamente usa escrivir (Tesoro, 541), alternando recebido y recibido en su diccionario. Mayor es el dislate cuando a propósito de mesmo y mismo, asimismo en relación al Quijote, se piensa en “vacilación en la vocal acentuada”, siendo que se trata de la herencia de unos usos medievales en que fue muy preferente el de mesmo, aquí con 222 testimonios, sobre el de mismo, con 177 ejemplos. En Covarrubias es registro único mesmo (Tesoro, 802), y el que Correas en su gramática propone, aunque con la advertencia: “A mesmo suelen algunos mudar la primera sílaba me en mi, i dizen mismo, misma” (Arte, 176). Valdés empleaba mesmo, Monardes lo alternaba con mismo, de más registros en su obra, y Cervantes se mantiene cerca del castellano antiguo en esto, pero más moderno que el canónigo de Cuenca e incluso que el erudito extremeño. Si Correas señala como aceptables “porné o pondré”, “tendré o terné” (Arte, 300), Cervantes se muestra radicalmente partidario de la innovación (tendrá, pondrá); en cambio aún registra el imperativo con metátesis (asilde, llevaldo, miraldo) y el de enclisis perfecta (miradlo, tenedlo), en la línea de Correas, quien dice que “por buen sonido se haze metátesis i truco de la d i de la l… ansí: amadle, amalde, temedle, temelde” (Arte, 271), mientras que casi un siglo antes Juan de Valdés, reconociendo que “muchos dizen poneldo y embialdo” y que “todo se puede dezir, sin condenar ni reprehender nada”, EL USO Y LA NORMA 159 precisa que “todavía tengo por mejor que el verbo vaya por sí y el pronombre por sí” (Diálogo, 74). Del mismo modo, si le preguntan “¿por qué scrivís truxo, escriviendo otros traxo?”, responde “porque es, a mi ver, más suave la pronunciación, y porque assí lo pronuncio desde que nací”, concluyendo: “Por la mesma razón que ellos escriven su traxo escrivo yo mi truxo; vosotros tomad el que quisiéredes” (77-78). De traer señala Correas que tiene el pretérito irregular en dos maneras, traxe y truxe, “mas en la postrera no es tan propio, ni en los otros tiempos que mudan la tra en tru” (Arte, 301), pero esta postura normativa no se cumple con los 5 truje, 14 trujo por 1 trajo del Quijote, donde a este respecto Cervantes se muestra más tradicional, e incluso popular. 7.3.2. Resulta, pues, que la lengua de Cervantes presenta rasgos de indudable conservadurismo, uno de los más notables el del sistemático mantenimiento de la /-d-/ en los esdrújulos verbales (hubiérades, hubiéredes, quisiéredes, etc.), cuando tantos testimonios anteriores demuestran que muchos hispanohablantes se habían pasado a este cambio lingüístico o alternaban el uso antiguo (habíades), con el nuevo (habíais), incluso con ultracorrecciones o cruces formales del tipo tuviéredeis132: y ya hacia 1552 Torquemada junto a amaríades, enseñaríades, leeríades empleaba amaríais, enseñaríais, leeríais, y también estuvieseis (Manual, 119-120, 218). Por cierto que Correas, aun defendiendo a ultranza los esdrújulos con /-d-/, reconoce que “es común en algunas tierras entre xente sin letras decir… veníadeis, veniéradeis” y que “otros i a vezes en versos las abrevian en ais, eis, a proporzión del presente: pediais, pidieis, podíais, pudiérais, queríais, quisiérais, amavais, temíais. Adviértase porque avrá ocasión en que se halle escrito, i aprovecha saberlo por dialeto” (Arte, 315). Con esto se ve a Cervantes resistente al cambio, aunque la regularidad del uso tradicional, que verdaderamente puede deberse a su raigambre lingüística, también cabe en la apuesta estilística. Pero lo que de ninguna manera es admisible relacionar con los esdrújulos cervantinos las formas llanas (habedes, tenedes, sabedes) estrictamente limitadas en el Quijote a la imitación del castellano antiguo (junto a ca, vos digo, etc.), en pasajes de len132 En carta escrita en Jamaica el año 1567 por un andaluz hallo hiziéredes, y en otra asimismo original dada en Santo Domingo el 1583 por otro sevillano se encuentran estubierai ‘estuvierais’, ubierei ‘hubiereis’ y también yçierdeis ‘hicierdes (hiciéredes)’, e incluso en el manuscrito graciano del Héroe documento fuéradeys, pensáuadeys (2002: 436, 477, 479). 160 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD guaje caballeresco. El remedo de la lengua antigua en esta novela está ya sobradamente estudiado (Rosenblat, 1995: 26-32). Del interrogativo quién dice Correas que “es común de dos, i vale por singular i plural”, añadiendo que “ia le dan i se usa otro plural quiénes, formado en es por la rregla común; i es propio, mas no tan usado ni antiguo”, y aunque el no interrogativo quien no está expresamente incluido en su esquema pronominal, lo refiere en la explicación y ejemplificación una sola vez como plural morfológico, en todos los demás casos como invariable: “estos prononbres i rrelativos son de quien o quienes digo sus propiedades” (Arte, 166). Más contrario al cambio se muestra Covarrubias con su lapidaria entrada “Quién. Latine quis. Quién es: es de muchos, es de ninguno” (Tesoro, 892). La formación analógica del plural en este relativo sin duda debió de darse como mínimo en el siglo XV y a buen seguro en un medio popular, y el primer testimonio absolutamente fidedigno que conozco es el que me proporciona una carta escrita en México el 20 de diciembre de 1537 por Alonso del Castillo Maldonado, hidalgo salmantino que fue uno de los cuatro supervivientes de la extraordinaria aventura vivida con Alvar Núñez Cabeza de Vaca por todo el sur de los Estados Unidos, misiva en la cual de su puño y letra se lee: “y no quiero aseñalar a njnguno, porque no sé qujéneses (sic) son vivos o muertos”133. Este colonizador no era de habla vulgar o rústica, pero este uso incipiente durante mucho tiempo no fue admitido en la lengua escrita de los más cultos, y de modo especial en la literaria. La innovación gramatical se inició precisamente en el interrogativo tónico, aunque Correas tiene un ejemplo del relativo átono, y en el Quijote hay 621 quien para el singular y plural y ningún quienes, verbigracia: “los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles” (Prólogo, I), “sacerdotes a quien respeto” (I, 19), “mujeres a quien preguntó si lo sabrían” (II, 50), o el “nosotros somos quien somos” (I, 37), coincidente con el conocido verso de Gabriel Celaya. Y del interrogativo quién se cuentan 271 atestiguaciones, también para singular y plural, con únicamente cinco registros de quiénes, por ejemplo “quiénes y cuáles son las personas de quien os tengo de dar debida, satisfecha y entera venganza” (I, 30), “donde se da cuenta quiénes eran maese Pedro y su mono” (II, 27), curiosamente solo uno en el Quijote de 1605 y los otros cuatro en el volumen de 1615. 133 Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Pleitos Civiles, Pérez Alonso, Fenecidos, caja 647-1, octavo documento. EL USO Y LA NORMA 161 7.3.3. Similar apego a la tradición se observa en lo tocante al orden de las palabras con el adverbio ya y un pronombre antepuestos al verbo, pues con sujeto de primera persona hay 17 constancias, solo una de la contrucción “que yo ya estoy satisfecho” (I, 50), las 16 restantes de “que ya yo os conozco”, “ya yo hubiera castigado tu sandez”, “ya yo sé que no le conoce” (I, 8, 18), y aunque en otros autores aparece este rasgo gramatical, así en los quevedescos “ya yo estaba con un tocador en la cabeza” “ya yo me consideraba con un tocador en la cabeza”, “ya yo me consideraba remediado” (Buscón, 233, 237), estaba ya declinando su anterior preponderancia, hasta mantenerse con la mayor vigencia el ya yo + verbo en las hablas andaluzas y con sistematicidad normativa en el español de Canarias, pero asimismo en no pocas partes de América. Aunque no con los mismos argumentos que aquí manejo, ya se ha aludido al carácter tradicional de la lengua del Quijote, así Gutiérrez Cuadrado (1998), y más datos que los hasta aquí manejados apoyan la percepción que estoy siguiendo, verbigracia algún caso de ausencia del artículo determinado a la usanza medieval: “los más bravos toros que cría Jarama” (II, 58), en La guarda milagrosa “Den, por Dios, para la lámpara de aceite de Señora Santa Lucía” (Entremeses, 92); o la negación con dos palabras de este sentido antepuestas al verbo: “él también no quitaba los ojos della” (I, 17) –este mismo tipo infundadamente se cree que es fenómeno naciente en el español de México–, “que nunca otra cosa tal no había visto ni oído”, “ni al derredor de la mesa no había persona humana” (II, 56, 62)134. En el caso del presente de subjuntivo de ir, Correas lo da como “vaia, vaias, vaia, vamos, vais, vaian, i vaiamos, vaiáis, vaiades, más córtanse vamos, vais de las antiguas” (Arte, 314). El editor del Diálogo valdesiano sobre este particular afirma: “subsistía aún --y Valdés la respaldaba-- la forma etimológica del subjuntivo vais, ya en lucha desventajosa con vayáis (y vamos por vayamos)” (18), y de hecho el humanista de Cuenca escribió: “El 134 Usos como los de “ya se es ido”, “ya son idos” (I, 21, 41), y de haber como verbo transitivo: “si no lo han por enojo”, “asegurándole que no había menester otra medicina” (I, 11, 29), se encuentran en otros autores de la época: “tomo azero lo más puro y lo más blanco que puedo auer”, “los que caminan mucho y han mucho trabajo” en Monardes (Medicinal, 174v, 206r). Notable resulta también la frecuencia con que aparece en ‘a’ con verbos de movimiento, así “me han echado en galeras”, “echar agua en la mar”, “nos viniésemos en casa de mi padre”, “cayó en el suelo”, “las idas en casa de Anselmo”, “ir en casa de”, “que el gran don Quijote pasase en Berberia”, “porque me obligara a pasar en Berberia” (I, 22, 23, 24, 29, 33; II, 49, 64, 65), etc. 162 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD que compuso a Amadís de Gaula huelga mucho dezir vaiáis por vais; a mí no me contenta” (130). No debía de haber hacia 1535 el desequilibrio entre dichas variantes que supuso Lope Blanch, por lo que apunta Correas, y, en cualquier caso, Cervantes se mantiene plenamente fiel al modelo etimológico, que acabaría siendo sustituido por el analógico. En el Quijote el uso antiguo es único (20 vais / 0 vayáis), con ejemplos como “será bien que vamos un poco más adelante”, “mira tú si puedes hacer cómo nos vamos, y serás allá mi marido” (I, 20, 40), “os pongáis en camino y vais a la ciudad del Toboso” (I, 22), “tengo determinado que os vais vos por una parte del monte” (II, 25). 7.4. LA LENGUA DE CERVANTES ENTRE LO HABLADO Y LO ESCRITO 7.4.1. En el análisis del Quijote se cruzan perspectivas literarias y lingüísticas, y el problema del comentarista está en no confundir los límites de las dos materias, lo que a veces sucede, tal vez por deformación profesional. El corpus es en su materia lengua, lengua que Cervantes magistralmente moldea para la creación de una incomparable obra literaria, pero corpus que nos llega a través de dos procesos editoriales, el de 1605 y el de 1615, sin los originales con que poder cotejarlos. Lengua que corresponde a los comienzos del siglo XVII, y a los anteriores años de la vida del autor, inserta en una cadena diacrónica de tradiciones e innovaciones, a la que se ha de atender a fin de encuadrar sociolingüísticamente con la debida adecuación el objeto de estudio. Y, tratándose de lengua escrita, si se advierte que “la materia más delicada con que debe enfrentarse un editor del Quijote tal vez sea la puntuación. Los autógrafos cervantinos la desconocen casi por completo” (Gutiérrez Cuadrado, 1998: 692)135, debe tenerse en cuenta que esto no fue infrecuente en la escritura manual de aquel tiempo, y hasta al menos finales del siglo XVIII, entre personas de buena posición social y de lengua culta, que muy parcamente se sirvieran de la puntuación ortográfica, como también hubo magní135 Sin embargo Francisco Rico en la introductoria “Historia del texto” de su ed. 2004 opina que se imprimió no “un manuscrito autógrafo, sino una copia en limpio realizada por un amanuense profesional”, que el texto sería revisado por el autor; pero en cuanto a puntuación, si él no la ponía al escribir…, y que “nunca sabremos con exactitud en qué medida afectaron al texto cervantino el modelo de producción del volumen y las circunstancias que lo condicionaron” (I, CCXXII, CCXXV). EL USO Y LA NORMA 163 ficos autores literarios, el mismo fray Luis de León, que no pusieron ni una tilde acentual en sus manuscritos (Sebastián Mediavilla, 2011: 373). En su citada carta (v. n. 120) Cervantes desconoce el rasgo diacrítico y la puntuación, si bien la mayúscula del posesivo abreviado Nro S ‘nuestro señor’ sirve para marcar el comienzo de la despedida epistolar, y lo mismo se aprecia en sus otros autógrafos (v. n. 137), sin que haya diferencia en este aspecto ortográfico con el original de la aprobación de Antonio de Herrera (Bouza y Rico, 2009: 15). Pero Frenk (2004: 1143) cree que Cervantes se enfrenta a su público “en un lenguaje que podemos llamar hablado, y no solo en el diálogo de los personajes, sino también, y de manera notable, en las intervenciones del ubicuo y múltiple Narrador” y añade apoyándose en Rico: “La norma del estilo cervantino está en la lengua hablada (en ello radica el hallazgo genial en la historia de la novela), y son la entonación y las inflexiones de la lengua hablada las que deben gobernar la lectura…” Y concluye que “cuando Cervantes escribe hablando parece estarse dirigiendo a un público que escucha”, y ve muestras de oralidad en giros y fórmulas empleadas en el Quijote, como en “no se le cocía el pan, como suele decirse, a la duquesa”, fórmulas “que nos dan la impresión de que el libro “habla”, nos “habla” a nosotros, como a un público” (1144). Pero expresiones semejantes se reiteran en la novela en relación a dichos, refranes y voces por cualquier concepto especiales, verbigracia “y así como suele decirse el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al palo…” (I, 16), “como dicen, llevaron sogas y maromas” (II, 55), el ya visto “pastraña o patraña, o como lo llamáremos”, “que llaman guardaamigo o pie de amigo” (I, 22), “galerías, corredores, lonjas o como las llaman” (II, 8). De estos giros aclaratorios y de estos veis aquí abunda la literatura clásica, y tampoco escasean en el Avellaneda (Frago: 2005a: 215), pudiendo ser incluso convencionales. Lo que mal puede identificarse con el mero lenguaje “hablado” es el estilísticamente marcado por interminables enumeraciones, ni algunas partes dialogadas o simplemente narrativas, y el mismo coloquio de extremado realismo idiomático, del que tantas muestras hay en el Quijote, no deja de manifestar la genialidad literaria de su autor, que tenía un excepcional dominio de la lengua en su expresión oral y sabía hacerla arte en la escritura. De la aplicación de la técnica de los relatos orales en el Persiles da muy razonada cuenta Lozano-Renieblas (2014: 101-116). 164 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD 7.4.2. Aunque tanto de la lengua hablada como de la escrita naturalmente se nutrió Cervantes, entre los humanistas se asumió la idea de que la segunda era la que requería un mayor cuidado, pues sus textos eran perdurables, “quanto más que aquí no os rogamos que scriváis, sino que habléis, y, como sabréis, palabras y plumas el viento las lleva”, encarece un contertulio a Valdés para que abandonara su recelo en hablar de cosas de la lengua (Diálogo, 45). De ahí que Cervantes se confesara “aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles”, y que en palabras de don Quijote se sublime la esencia de la escritura, pues “la pluma es la lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos”. Y en el siguiente pasaje, en el que parece como si Lope de Vega hubiera leído al conquense, sabemos que no, se aprecian las diferencias entre lengua escrita y hablada que los humanistas observaron: No ay quien hable más temerosamente que la pluma, aunque dizen muchos que es la que más libremente habla; pero esos creo que son los temerarios; que los hombres cuerdos más miran lo que escriben que lo que hablan, porque lo que escriben queda firme, y lo que hablan se lleba el viento (Epistolario, III, 339). Saliendo don Quijote de Barcelona derrotado exclama “Pues ni él ni las armas quiero que se ahorquen, porque no se diga que a buen servicio, mal galardón”, anotado en la ed. Rico: “En algunas versiones el proverbio termina (o a veces empieza) con A fuer de Aragón o como en Aragón, palabras que don Quijote calla por gentileza suya o de Cervantes, hacia la tierra cercana” (I, 1277, n. 15); pero en la novela verdadera autonomía no tiene personaje alguno, incluido el “ubicuo y múltiple narrador”: todo es creación cervantina, y lo que cabe hacer al respecto es determinar el estilo y el aliento literario que el autor aplica en cada caso. En lo demás, todo es también acervo idiomático de Cervantes y el filólogo, según el clásico res, non verba, debe fijarse en la caracterización general de la lengua reflejada en el texto novelesco, con sus aspectos sociocultural e histórico, siempre con las imprescindibles referencias comparativas propias de su marco sincrónico. Y, como de obra literaria se trata, necesario asimismo es determinar la congruencia con que el autor centra en cada personaje o pasaje del corpus la diversidad de elementos modélicos y diatópicos que maneja. EL USO Y LA NORMA 165 7.4.3. Sucede que para Juan de Valdés hacerlo era el uso apropiado y de nivel más bajo hacello, variante a la que el poeta podía recurrir, como de hecho se venía haciendo al menos desde Juan del Encina, no obstante que en su Cuenca natal era más corriente el uso de las formas palatalizadas (mandallo); Nebrija se limitaba a referir dicha variación, que es auténtica selección preconizada por Valdés, -allo, -alla solo para la rima, lo que en el Siglo de Oro se convierte en riguroso estereotipo poético (Frago, 2002: 433-435). Correas dice que amarle y amalle “es tan usado de una manera como de otra” (Arte, 272), y en el Quijote ambas formas indistintamente se emplean: “estamos obligados a buscarle… Así que, Sancho amigo, no te dé pena el buscalle” (I, 23). También estableció Valdés la distribución fonosintáctica de las conjunciones vocálicas en la manera en que a la larga se impondría en la norma estándar: “pongo e quando el vocablo que se sigue comiença en i, como latino e italiano”, “quando el vocablo que se sigue comiença en o, yo uso u, diziendo esto u otro lo hará” (Diálogo, 86, 88). De igual modo se muestra Valdés firme partidario de mantener la /-d/ final del imperativo (91-92), en tanto la Gramática nebrisense de nuevo se limitaba a señalar la variación castellana, pues luego de anotar los plurales de segunda persona amad, leed, oíd, dice: “mas algunas vezes hazemos cortamiento de aquella d, diziendo amá, leé, oí”, si bien avanzado el siglo XVI el postulado valdesiano era seguido por los más puristas, según compruebo en los varios miles de versos del Diálogo de mujeres de Cristóbal de Castillejo, donde un solo imperativo elide su -d, “dexá estar”, y un único sustantivo para lograr la rima vi-Valladolí (2002: 69, 435). Hay también en el Quijote bastantes secuencias del tipo y irse, y hice, y ir, y iba, y imagino (I, 1, 30, 40, 45, 48…) y no faltan, aunque en menor medida, las de o otro, o otra (I, 26, 46, 47...). Sin embargo, su aceptación del doblete amarlo-amallo no suponía entonces vulgaridad alguna, ni la alternancia y ir - e ir, o otro - u otro, que en muchos autores cultos ocurrían, y así fue hasta el siglo XIX. Lo propio se puede afirmar de la con nombre femenino con á tónica inicial, del que en el mismo Diálogo su autor dice que “la ponemos a todos, sacando aquellos que comiençan en a, assí como arca, ama, ala, con los quales juntamos el diziendo el arca, el ama, el ala”, pues “esto hazemos por evitar el mal sonido que hazen dos aes juntas” (69). Pero en el Quijote entre las palabras o locuciones “que aparecen 166 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD continuamente o con frecuencia” está “la por el ante palabra con a (o ha) inicial acentuada: la ama, la hambre” (ed. Gaos, I, XXXVI), como a la sazón era corriente en escritores de buen nivel cultural, y mucho tiempo transcurriría hasta que el agua, el hambre fueran necesarios para que se perteneciera a la norma esmerada. Por su parte Correas mientras recomienda como Valdés el empleo de e por y en razón de la eufonía, en el caso de la disyuntiva o no da regla única (Arte, 352-353). 7.4.4. Era arquetipo idiomático “el lenguaje puro, el propio, el elegante y claro”, el que “está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda”, con el criterio de que “la discreción es la gramática del buen lenguaje que se acompaña con el uso”, uso que no podía ser igual al de “los que se crían en las Tenerías y en Zocodover como los que se pasean casi todo el día por el claustro de la Iglesia Mayor”: lengua, pues, de las minorías urbanas bien instruidas y leídas, o de individuos de extracción rural culturalmente asimilados a ellos, según cánones estilísticos reiterados en el humanismo español, desde Nebrija y pasando por Francisco Delicado y Juan de Valdés. Sin embargo los postulados de ideal idiomático no siempre encuentran estricta correspondencia práctica, pues son muchos los factores que median entre la lengua del autor y su plasmación en la escritura, sobre todo mediando el condicionamiento literario. No sería, así, del habla cervantina el hipérbaton “por ocultas espías y diligentes” (I, 46), con correspondencia que encuentro en el nebrisense “las buenas artes y onestas” (2002: 429), similarmente en Garcilaso: “con espedida lengua y rigurosa” (Obras, 46). Tampoco sería corriente la secuencia de artículo + posesivo antepuesto al nombre, de las citas “el mi buen compatrioto” (I, 29), del cura quizá imitando el lenguaje del caballero andante, “al mi caro amigo, al mi buen vecino” (II, 54), de Sancho sin connotación alguna, a no ser la sociolingüística que apunta Correas al decir que así “fue siempre mui usado el artículo en castellano, i lo es oi entre xente de mediana i menor talla, en quien más se conserva la lengua i propiedad, i como lo pide la eleganzia de la nuestra” (Arte, 144); no tendría, en cambio, esta referencia sociológica su registro en el narrador, “no habiéndose alongado mucho de la ínsula del su gobierno...” (II, 54), tal vez artificio literario de unir el giro arcaizante al latinismo ínsula barataria, todo ficción pues: el arcaísmo en la EL USO Y LA NORMA 167 lengua del culto y el soñado gobierno en inexistente lugar. Ni sería propia la expresión este mi amo en Andrés, criado del villano Haldudo (I, 4), ni en Sancho (I, 19; II, 10), o que el escudero dijera “me pareció que salía de su merced de la señora Dulcinea” (I, 31)136. Así, pues, el modelo lingüístico entre los cultos seguido no era uniforme, por lo que las variantes registradas en no importa qué autor en esta perspectiva han de enjuiciarse. Así, aunque asaz fuera repudiado por Juan de Valdés, no puede asegurarse que todas sus 11 apariciones del Quijote los lectores las tuvieran por rústicas, máxime si en cartas de Lope de Vega también se halla (Epistolario, III, 337), también en relación con el quijotesco traduzga el similar luzgan (132), o quiriendo y tiniendo (205, 254), y truxeron (131), pero asimismo traxeron (IV, 12). Y el mismo Correas, tan conservador él, aunque su propuesta gramatical sea por mesmo, reconoce también que “a mesmo suelen algunos mudar la primera sílaba en mi, i dizen mismo, misma” (Arte, 176), de igual modo que respecto a escrebir, recebir “los antiguos guardaron esta rregla i mudanza más firme que aora: mas ia en algunos parece mexor seghir la analoxía de la i, como... escrivir, ... rrezibir” (309), y cuanto más amplio sea el punto de vista comparativo, tanto más exacta será la valoración sociolingüística de las correspondientes frecuencias de estas y otras variantes en el Quijote, recordando que recevir está en tres autógrafos de Cervantes citados (notas 120, 137). 7.5. CONDICIONAMIENTO SOCIAL Y LIBERTAD EN EL QUIJOTE 7.5.1. La norma con el sentido de dictamen de gramáticos y académicos no existía en la época, cuando quiriendo y tiniendo eran 136 Son construcciones que por entonces muy preferentemente aparecían en el lenguaje formal, tradicional, de los escritos oficiales, de la escribanía pública, de los actos judiciales, etc., el que se expresa en el privilegio del Rey del primer Quijote y en el de 1615, y que se reiteraría en libros publicados más de un siglo después. Porque debe saberse que cuando un uso lingüístico tiende a perder sustento social, su refugio más duradero puede hallarse en los extremos más conservadores, el de la administración pública y el notarial y judicial, por un lado, y por otro en los hablantes rurales. El artículo antepuesto al posesivo no desapareció tan pronto como algunos historiadores de la lengua piensan, el nuestro corregidor se halla en folios de la Chancillería vallisoletana hasta principios del siglo XIX, y hay registros de él, literariamente marcados y no marcados, en España y en América hasta mucho después de que el Quijote se publicara. Y de todos modos no debe olvidarse que Correas aún admite el mi libro, la mi casa “quando los pide el sentido”, y del átono vos por su derivado os dice que “dura oi en escritos y libros viexos, i en leies i fórmulas de cartas rreales” (Arte, 164, 168). 168 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD aceptados entre cultos, con otras formas hoy con razón tachadas de broncos vulgarismos; de entonces al momento actual han pasado siglos de aquilatamiento de usos en la lengua hablada y escrita, cada vez más lejos del castellano medieval, con un peso mayor de la gramática normativa y con directrices académicas en aquella época inexistentes, y otros medios socioculturales y de comunicación que en la mente de todos están. Siglos atrás la “normativa” era muy libre, lo que no fue óbice para que se produjera la mejor literatura de nuestra historia, y esencialmente consistía en un estado de opinión, principalmente del prestigio de la lengua escrita de mayor aceptación, y de la necesidad del bene dicendi et bene scribendi para obtener la consideración social, o el mérito para los oficios y beneficios civiles y eclesiásticos. A un estado de opinión condicionante del buen uso lingüístico se refiere Correas al tratar de la pervivencia de la solución avié, dizié (por avía, dezía) en “tan nobles provincias”, que “ansí se usó i halla en buenas istorias de los pasados”, por lo que a su parecer debería admitirse, “si ia en España se permitiera más que una propiedad i puridad castellana sin mezcla, ni bolver a lo viexo hasta que canse lo nuevo” (Arte, 269). La doctrina, muy explícita en el Diálogo valdesiano, era rechazar los arcaísmos frente a las formas que los estaban apartando de las preferencias de los cultos, y eliminar variantes a favor de las que se iban teniendo por modernas, quedando como “grosero, tosco”, “rústico y viexo”, lo “vulgarmente” dicho, en puridad lo que “no está rrecibido entre los elegantes”, en citadas palabras de Correas, es decir, lo aldeano sobre todo; pero también la lengua escrita en la que no se aplican los principios más generales seguidos desde los comienzos humanísticos, y el regionalismo más marcado: “ansina es usado en Andaluzía” (Arte, 364). Ahora bien, el gramático tampoco vacila en dejar el sello de su autoridad y así en su Arte no son raras sentencias como “no lo apruevo”, “por mexor tuviera”, o el permisivo “es tan usado de una manera como de otra”. Lo que no quita que sus recomendaciones a veces fueran contra tendencias que en su tiempo estaban imponiéndose. Pero el maestro extremeño tenía una percepción extraordinariamente clara de lo que era la complejidad del español, en el que veía niveles sociolingüísticos, “xente de mediana i menor talla, en quien más se conserva la lengua i propiedad”, que no solo era de EL USO Y LA NORMA 169 “los que se tiene por más cortesanos”, ni la naturaleza de la lengua, de amplio condominio social, era cerrada en sus usos: Ase de advertir que una lengua tiene algunas diferenzias, fuera de los dialectos particulares de provinzias, conforme a las edades, calidades i estados de sus naturales, de rrústicos, de vulgo, de ziudad, de la xente más granada i de la corte, del istoriador, del anziano i predicador, i aun de la menor edad, de muxeres i varones: i que todas estas abraza la lengua universal debaxo de su propiedad, niervo i frase, i a cada uno le está bien su lenguaxe, i al cortesano no le está mal escoxer lo que parece mexor a su propósito como en el traxe, mas no por eso se a de entender que su estilo particular es toda la lengua entera i xeneral, sino una parte (Arte, 144). 7.5.2. Cuadro sociolingüístico de gran modernidad, pues, el que Correas pinta, con pinceladas que también atienden al aspecto estilístico, por encima de la puntillosidad del gramático, quien aún precisará respecto de algunas formas vulgares “que algunos hazen”, pero que “no se admite, antes se rreprueva... hasta que el uso las acredite” (313). El buen uso, pues, el que conllevaría la estimación sociocultural; realmente el que en el Quijote identifica a Cardenio con su astrosa figura por Sierra Morena, quien “en sus corteses y concertadas razones mostraba ser bien nacido y muy cortesana persona” (I, 23), el buen hablar relacionado con la alta cuna y una selecta educación; el continuo trato con el mejor formado, que le había hecho a Rinconete saber “algo de buen lenguaje”, o a Sancho presumir de “que ha aprendido los términos de la cortesía en la escuela de vuesa merced” (II, 37), a quien en otra ocasión don Quijote dice: “Muy filosófico estás, Sancho, muy a lo discreto hablas. No sé quién te lo enseña” (II, 66), y de nuevo: “Nunca te he oído hablar, Sancho, tan elegantemente como ahora, por donde vengo a conocer ser verdad el refrán que tú algunas veces sueles decir: No con quien naces, sino con quien paces” (II, 68). El cambio de registro idiomático causado por la influencia de los selectos hablantes en los que no habían frecuentado las aulas de Salamanca o el claustro de la Iglesia Mayor toledana, pero que podía ser cualquier otro centro de cuidada instrucción, nivel que exigía el desempeño de altos servicios públicos, así el del escudero convertido en gobernador de Barataria: “Todos los que conocían a Sancho Panza se admiraban oyéndolo hablar tan elegantemente y no sabían a qué atribuirlo, sino a que los oficios y cargos adoban o entorpecen los entendimientos” (II, 49). De manera, pues, 170 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD que la norma que regía “el lenguaje puro, el propio, el elegante y claro”, según el paradigma cervantino, era el uso conformado por la influencia modélica de la lengua hablada y escrita de mayor aceptación, abierta a la variedad diatópica, sociocultural e incluso generacional, no aherrojada por la uniformidad; en cualquier caso, un uso que para ser del lenguaje preconizado por Cervantes debía atender a la “discreción” y el “comedimiento”. Entre los humanistas españoles alentaba la genial e imperecedera percepción lingüística que tuvo Horacio al relacionar el uso con la selección en la lengua y con su devenir evolutivo, “el uso, que es árbitro, ley y norma del habla” (Poética, 70-72): Multa renascentur quae iam cecidere, cadentque quae nunc sunt in honore uocabula, si uolet usus, quem penes arbitrium est et ius et norma loquendi 7.5.3. De una u otra forma, Sancho es figura clave en el tratamiento cervantino del contraste lingüístico, también cuando es cuestión de aludir al lenguaje de estilo formal muy marcado: “Riose don Quijote de las afectadas razones de Sancho..., porque de cuando en cuando hablaba de manera que le admiraba, puesto que todas o las más veces que Sancho quería hablar de oposición y a lo cortesano...” (II, 12). Y en la lengua escrita los estilos estaban bien determinados, al menos en los que se preciaban de manejarla según los cánones marcaban, y Lope de Vega se aprecia de distinguir la naturalidad del suyo epistolar, así: “Ay van, Señor excelentísimo, las cartas; creo que serán a propósito, no bachilleras, porque a eso no es bien que tenga olor el estilo” (Epistolario, III, 216), “este papel no es de Palacio, como lo muestra el estilo, que allá no ay recato en papeles ni exçelencias” (IV, 12). De la adecuación estilística al texto y su tema da cuenta Garcilaso en su Epístola en verso suelto (Obras, 167): ni será menester buscar estilo presto, distinto, de ornamento puro, tal cual a culta epístola conviene. El poeta toledano en su carta a Jerónima Palova de Almogavar resume el ideal idiomático del humanista, con claros ecos horacianos, que advierte en la traducción hecha por Boscán de El Cortesano: Guardó una cosa en la lengua castellana que muy pocos la han alcanzado, que fue huyr del afetación, sin dar consigo en ninguna sequedad; y con EL USO Y LA NORMA 171 gran limpieza de estilo usó de términos muy cortesanos y muy admitidos de los buenos oydos, y no nuevos ni al parecer desusados de la gente (256), ideas que se cohonestan con los conocidos principios estéticos y lingüísticos de Cervantes. Ni siquiera omite Garcilaso la alusión a la diversidad sociolingüística, emparejada con la variación estilística, cuando se refiere a las “diversas maneras de hablar graciosamente y de dezyr donayres…, y discurriendo por tantas suertes de hablar, no podía aver tantas cosas bien dichas en cada una destas, que algunas de las que daba por exemplo no fuessen algo más baxas que otras” (257). Y las exigencias reflexivas de una depurada lengua escrita también encuentran eco en su texto: “él me hizo estar presente a la postrera lima, más como a hombre acogido a razón que como ayudador de ninguna hemienda” (258). En Cervantes el más rotundo giro estilístico y lingüístico lo verifican sus prólogos, como a propósito de los grupos consonánticos hemos comprobado, y se observa contrastando el tratamiento de la /-d/ final de palabra en ellos, sin un solo caso de elisión ni en el imperativo, ni en sustantivos, esto según el referente modélico que reflexivamente había seguido Cristóbal de Castillejo (cfr. 7.4.3.): amenidad, amistad, curiosidad, decid, haced, pronunciad, etc. (I); manquedad, merced, verdad... (II). En el texto novelesco nuestro autor demuestra su afinidad con la tendencia más selecta en este punto, pues la pérdida de esta consonante final la reduce al imperativo y al coloquio, pero solo puntualmente, así en el soneto Diálogo entre Babieca y Rocinante (“andá, señor, que estáis muy mal criado”), mirá en boca del ama (I, 5), en la de un pastor “mirá bien, Ambrosio...” (I, 13), en la de Sancho, “tomá, hermano Andrés, que a todos nos alcanza parte de vuestra desgracia” (I, 31), pero sin ninguna regularidad en las intervenciones de la gente baja: “tomá, que mi agüelo” en expresión paremiológica dirán las labriegas del Toboso, también “mirad con qué vienen los señoritos ahora” (II, 10). Por supuesto, en alocución de don Quijote lo que procedía era “dejad luego al punto las altas princesas” (I, 8), pero el mismo escudero se dirige a su mujer con un “mirad, Teresa”, y ella le responde “mirad, Sancho”, con los canónicos advertid, enviad, haced, vivid (II, 5). 7.5.4. La lengua de Cervantes aparece con un rasgo de inequívoca preferencia normativa, que sin embargo estilísticamente no 172 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD aplica con todo rigor al extenso corpus del Quijote, lo cual puede ser un fallo de coherencia literaria, pero al mismo tiempo es nota de afirmación sociolingüística personal respecto de lo que era la variación idiomática en su tiempo. Aquella fluctuación, alejada de cualquier atisbo de situación caótica, le permite a Cervantes la libertad de elegir entre variantes, lo que también se advierte en el cotejo entre el texto de 1605 y el de 1615, este con cuatro apariciones de la innovación quiénes, con única presencia en el anterior. Si comparamos el prólogo del primero, 4 formas del tipo buscalle por 9 del de hacerle, con el segundo vemos que en este ya solo hay conocerle, escurecerla, etc., como en la dedicatoria al conde de Lemos. Se da también la circunstancia de que en 1605 se halla previlegio (I, 35, 38), pero en la licencia real del segundo volumen figura privilegio, igual que en el relato novelesco (II, 62), mientras que en la solicitud de licencia para la publicación del Quijote de 1605 de su puño y letra Cervantes pone previlejio (Bouza y Rico, 2009: 14), surgiendo así la duda razonable de si en los diez años de diferencia entre una y otra impresión había cambiado su uso en consonancia con el cortesano que la aprobación real manifiesta137. Cervantes se servía de una lengua que se movía entre el apego a la tradición y la fuerza de la innovación, en algunos aspectos con continuidad de antiguos usos, pero que en conjunto no chirrían puestos en relación con el uso de otros grandes autores de su tiempo, optando otras veces por las soluciones modernas, y mucho más frecuentemente participando de la variación que entonces solía darse en el registro más culto. En definitiva, una lengua deudora de la medieval, en su modalidad literaria conformada por el afán lector de quienes la manejaban con actitud de rechazo a ciertos cambios de promoción popular, que acabarían imponiéndose (quiénes, teníais, etc.). Y en absoluto puede decirse que Cervantes fuera lingüísticamente arcaizante, pues, por ejemplo, si el autor del Quijote apócrifo es más moderno al incluir no pocas formas verbales esdrújulas sin -d- (entraseis, negarais, podríais, etc.), resulta de lenguaje más anticuado por muchos más conceptos, como en otra parte señalo: mantiene terná, ternía, un reyó ‘rió’ que Correas 137 En él Cervantes mantiene un receviré acorde con el recebir de su carta también autógrafa (v. n. 120), y un letura que igualmente se cohonesta con su anterior correción. Otros dos autógrafos cervantinos, dados en Sevilla el 17 de enero y el 4 de febrero de 1593, traen receuí, el primero, y receuido el segundo (Brown y Blanco-Arnejo, 1989: 13-14), los dos, como el consignado en la n. 120 y en esta, sin acentuación ni puntuación ortográfica. EL USO Y LA NORMA 173 calificaba de “viejo”, o el artículo como verdadero antecedente del relativo, “mayor rabia que la con que él puso mano a su espada”, “quiso la desgracia que era el en que dormía el triste Sancho”, etc. (2005a: 164, 175, 201). A la lengua del Quijote se le han atribuido no pocas incorrecciones, y algunas torpezas, bastantes de ellas infundadas, pero a muchos de estos achaques los ha puesto en su sitio Rosenblat (1995: 243-363), pues desde luego anacrónico es juzgar anacoluto la repetición de la completiva que cuando entre ella y la frase que marca hay un inciso oracional o se halla distanciada la construcción completiva: “que a fe que, si le conociera, que nunca él le dejara”, “osaría afirmar y jurar que estas visiones que por aquí andan, que no son del todo católicas” (I, 25, 47): en la prosa medieval este uso era frecuente, sistemático en bastantes textos, pervivía en el Siglo de Oro, claro que no con tanta frecuencia como antes, se oye en el español hablado actual y algún registro tiene en el escrito. Ciertamente, algunas incorrecciones se encuentran en el Quijote, algo perfectamente disculpable en corpus de tanta extensión, sujeto a la siempre posible intervención de quienes trabajaron en la edición de los dos volúmenes, y alguna incoherencia gramatical, como la arriba señalada en la deixis de ese, estas y aquí (v. 2.2.4.). Pero la grandeza de la obra cumbre de Cervantes no radica solo en su perfección literaria y en la fascinación por la interpretación de su contemporaneidad que ofrece, sino también, y en gran medida, por el extraordinario dominio del idioma de que hace gala el escritor de Alcalá, famoso en vida ya fuera de España, cuya persona y producción encomia el embajador de Francia, en escena que recoge el licenciado Márquez Torres en la Aprobación de 1615, y no era un visionario Cervantes cuando en su Dedicatoria al conde de Lemos fabula con una solicitud del Quijote que el emperador de China le había hecho, “pidiéndome o por mejor decir suplicándome se lo enviase, porque quería fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana y quería que el libro que se leyese fuese el de la historia de don Quijote”. Guía para los hablantes cultivados sería la gran novela, junto a otras del periodo áureo, no obstante ciertas reticencias que se levantaron en España en un principio, así la contraria y abusiva opinión de Correas sobre el uso cervantino de lo que por lo cual (Arte, 171). Triunfaría en España la admiración por el Quijote, y desde el principio de manera incontestable en América, donde dejó profunda huella en hablantes y escritores; baste leer el 174 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD Periquillo de Fernández de Lizardi para imponerse de cómo en sus páginas se respira el espíritu y la letra de la universal novela. 7.5.5. Se ha visto que Cervantes sabía jugar con la sinonimia, “con tácitos y atentados pasos” (I, 16), incluso de frases hechas, “tomaron a su cargo y echaron sobre sus espaldas” (II, 1), con la polisemia, cuando don Quijote conmina al encamisado descabalgado a que “se rindiese” (‘se declarara vencido’) y este le responde “harto rendido (‘derrengado’) estoy, pues no me puedo mover, que tengo una pierna quebrada” (I, 19). Maneja con soltura (como en ‘devengado’) igualmente los sufijos: “tomó un trotico algo picadillo”, “ahora te digo, Sanchuelo, que eres el mayor bellacuelo del mundo” (I, 15, 37), o los combina con sustantivos (narigante, rocinante), “gemidicos y lloramicos” (II, 48). Es insuperable el pragmatismo sociológico con que pinta la familiaridad coloquial que puto (y puta) había alcanzado en la época. Del sentido que el uso de este término tenía es buen ejemplo el siguiente: “Hideputa puto, ¡kómo korre padre! --Hixo de un ladrón, ¿i a padre llamas puto?” (Correas, Refranes, 588), con la explicación “ambos hermanos ponen bueno a su padre”. Y en la novela cervantina también se aclaran las cosas al respecto, pues por un lado el escudero del Caballero del Bosque refiriéndose a Teresa Panza exclama: “¡Oh hideputa, puta, y qué rejo debe de tener la bellaca!”, de sentido intencionadamente provocador, “a lo que respondió Sancho, algo mohíno: ni ella es puta, ni lo fue su madre, ni lo será ninguna de las dos, Dios quiriendo, mientras yo viviere”, respuesta que alude al refrán Puta la madre, puta la hija, puta la manta que las cobija; pero por otro lado encarece el vino con que el del Bosque lo obsequia diciendo: “¡Oh hideputa, bellaco, y cómo es católico!”, y haciéndose este el extrañado por semejante alabanza: Digo --respondió Sancho--, que confieso que conozco que no es deshonra llamar hijo de puta a nadie, cuando cae debajo del entendimiento de alabarle (II, 13). Cuadro lingüístico de suprema comicidad es también el que Cervantes consigue con el -ísimo de superlativo, ridiculizando la profusión de su uso, sin duda porque plenamente popular tal sufijo a la sazón no era. Esto en el conocido pasaje en el cual interviene la dueña Dolorida, con réplica escuderil: Confiada estoy, señor poderosísimo, hermosísima señora y discretísimos circunstantes, que ha de hallar mi cuitísima en vuestros valerosísimos pechos EL USO Y LA NORMA 175 acogimiento no menos plácido que generoso y doloroso…; pero antes que salga a la plaza de vuestros oídos, por no decir orejas, quisiera que me hicieran sabidora si está en este gremio, corro y compañía, el acendradísimo caballero don Quijote de la Manchísima, y su escuderísimo Panza. --- El Panza --antes que otro respondiese, dijo Sancho-- aquí está, y el don Quijotísimo asimismo; y así podréis, dolorosísima dueñísima, decir lo que quisieridísimis; que todos estamos prontos y aparejadísimos a ser vuestros servidorísimos (II, 38). Obsérvese que la comicidad del argumento lingüístico se logra tanto por la acumulación de superlativos como por la adición del sufijo de grado a sustantivos, e incluso a un verbo, así como por ponerse en boca de una dama (tópico del lenguaje melindroso) y de un escudero, reiterado empleo de un cultismo que choca en el habla del aldeano. 7.6. UN EPÍLOGO SOCIOLÓGICO: EL TRATAMIENTO PERSONAL 7.6.1. En todo lo que antecede se ha procurado considerar la lengua de Cervantes en su contexto social, porque la sociedad de una u otra manera condiciona la realidad idiomática del individuo y del conjunto de los hablantes, que se mueven a impulsos de la herencia recibida, no uniforme para todos ellos, y de las tensiones lingüísticas, culturales y hasta ideológicas que en cada situación histórica les toca vivir. Como el mismo Correas declara en lugar ya citado, en la España de su tiempo predominaba la idea, un tanto difusa por lo demás, favorable a un modelo lingüístico unitario, en el que lo tenido por anticuado no debía tener curso en el lenguaje de los cultos, tendencia que él no sigue a rajatabla en varias cuestiones gramaticales, y en el que tampoco deberían tener cabida más que las imprescindibles muestras de la diversidad dialectal, lo que explica que Gracián no abunde en el aragonesismo, si no le sirve para el juego literario, y las controversias entre autores de distintas regiones por diferencias fonéticas, de vocabulario y, en menor medida, gramaticales también. Pero se trataba de un estado de opinión castellanizante que no obedecía al dictado de ninguna institución, ni a concreta autoridad alguna. Era el consenso que entre muchos autores se había ido fraguando desde los comienzos del Humanismo, coincidente con la 176 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD unidad política de España, pensamiento que en el Diálogo de Juan de Valdés se manifiesta con bastante propiedad. Pero no todas las posturas eran de acatamiento sin reparos, ni era fácil que todos los escritores prescindieran de no importa qué rasgo peculiar en su habla, máxime cuando se encontraban ante la posibilidad de elegir entre las diversas opciones que el español les ofrecía, y no todos respondían de la misma manera, muchos condicionados por el uso que en su niñez y juventud habían asumido. La situación era de contrastes de todo tipo, de cambios abiertos o soterrados, el ambiente que describe Delicado, mucho más rico en matices que el de Valdés, pues, como Márquez Villanueva agudamente percibe, La Lozana andaluza se perfila como “el nacimiento de una literatura humanística de afilado signo ideológico, la génesis de la picaresca y hasta campo de batalla para las ideas lingüísticas de su tiempo” (2013: 39). La unidad lingüística de la lengua literaria pudo consistir también en cerrar las puertas a cambios que en buena parte de la sociedad llevaban tiempo abriéndose camino, manteniendo así usos antiguos en contra de la idea de posponerlos a una innovación que lentamente iría encontrando espacio en la más selecta escritura. Uno de los casos comentados es el de la creación analógica del plural quiénes, y subsidiariamente del átono quienes, que en el Quijote de 1615 tiene 4 apariciones por solo 1 en el de 1605 (cfr. 7.3.2.), lo que demuestra que el hablante-escritor Cervantes tal vez había girado hacia la modernidad en este punto, pues el ejemplo del primer volumen de su novela está ciertamente favorecido por el contexto de relevante tonicidad en que se halla, y este cambio precisamente comenzó por el pronombre tónico antes que por el átono: “os suplico me digáis, si no se os hace de mal, cuál es la vuestra cuita, y cuántas, quiénes y cuáles son las personas de quien os tengo de dar debida, satisfecha y entera venganza” (I, 30). 7.6.2. Ninguna suprema autoridad había reglamentado la depreciación social del vos del antiguo tratamiento de respeto, ni el radical rechazo de su uso hacia el superior o entre iguales, de hidalgos hasta lo más alto de la escala social. El esquema de los tratamientos personales se fue decantando hacia una formalidad estricta desde comienzos del siglo XVI, y esto ocurrió en el seno de una sociedad compartimentada, sobre todo encorsetada por el es- EL USO Y LA NORMA 177 píritu de la hidalguización y por un exasperado sentido del honor. Naturalmente, del consenso social en este aspecto lingüístico se haría eco la literatura, también tratadistas de toda clase. Covarrubias definiría así el personal tú: “pronombre primitivo de la segunda persona, no se dize sino a criados humildes y a personas baxas en nuestra lengua castellana hablando ordinariamente”, y el vos: “usamos dél en singular, y no todas vezes es bien recebido, con ser en latín término honesto” (Tesoro, 981, 1012); y cuando se refiere al de tercera persona él señala: “los avaros de cortesía han hallado entre V. M. (vuestra merced) y vos, este término él” (493). Por su parte Correas enmarca así una cita de tuteo: “estás acá? ha; úsase con persona que tratamos de tú, i es algo rrústico” (Arte, 348). El cuadro sociológico sin embargo era de mayor complejidad que lo que estas citas sugieren, pues el tú era usual entre la gente menuda, como Sancho refiere con un dicho ante los duques, “imitando el juego de los muchachos que dicen Salta tú, y dámela tú” (II, 55), si bien podía usarse en la intimidad cuando la emoción embargaba en un ambiente selecto, en el rezo a Dios, o en prólogos y dedicatorias al lector, donde el autor, como Cervantes en los suyos hace, busca retóricamente su confianza y favor. Pero la prueba de la importancia que esta cuestión sociolingüística tenía es que trasciende al refranero y a la literatura, pues muy pronto se acuñan expresiones como Andar a tú por tú, y el problema social se hace proverbial, en formulaciones como Tú por tú, como tapiador, y en la explicación a la pregunta “¿Vuestra merced viene a her justicia o a poner crianza?”, que un sayagués le hizo en Zamora a un corregidor, y con el voseo de inferioridad y despectivo ya lexicalizado que el mismo Correas ejemplifica: “Mentís no es desonra, mas es palabra de ruin persona” (Refranes, 524, 548, 737). Y no deja de hallar eco este mismo modismo en el Quijote, en el pasaje donde Cardenio ataca al caballero andante al oírse “tratar de mentís y de bellaco” (I, 24), también cuando don Quijote reacciona encolerizado al pronunciar Juan Haldudo este verbo en su presencia, “¿Miente delante de mí, ruin villano?” (I, 4). Porque el exacerbado sentido del honor, al que la clase dominante creía tener derecho, con rotundidad se plasma en el verbo en cuestión dicho en público, de lo que es paradigmática muestra la amenazante proclama quijotesca en la disputa del yelmo de Mambrino: “y quien lo contrario dijere, le haré yo conocer que miente, si fuere caballero, y si escudero, que remiente mil veces” (I, 45). 178 DON QUIJOTE. LENGUA Y SOCIEDAD 7.6.3. La intrincada red social de edades, sexos, oficios, clases, situaciones de amistad, amor o rencor, etc., implicaba registros cambiantes en la expresión del tratamiento personal. Se ha visto así el tú por tú en los juegos de muchachos, pero estos también podían acudir a la voz que entre los adultos significaba desprecio, pues esta es la aclaración que el mismo Correas añade a su refrán del mentís: “Tal como vos, besame en el culo y andá con Dios”, a su vez explicado: “esto responden los muchachos cuando se desmienten”. En la lengua de los siglos XVI-XVII nada más representativo de los hábitos sociales y más condicionado por ellos hay que el tratamiento personal, por lo que su repercusión literaria estaba asegurada. En el mismo Lazarillo de Tormes el anónimo autor refleja el entramado sociológico que al respecto se vivía en los años en que lo escribió, pero sobremanera interesa el episodio en el que el puntilloso y pobre escudero le cuenta a Lázaro la ofensa que a su honor le había hecho un caballero castellano viejo, donde está perfectamente contextualizada la distinción entre el voseo y la fórmula cortés vuestra merced (2002: 467-468): —Acuérdome que un día deshonré en mi tierra a un oficial y quise ponerle las manos porque cada vez que me lo topaba me dezía: Mantenga Dios a vuestra merced. —Vos, don villano ruin, le dixe yo, ¿por qué no sois bien criado? Para añadir que “a los más altos, como yo, no les han de hablar menos de: Beso las manos de vuestra merced, o por lo menos: Besoos, señor, las manos, si el que habla es cavallero”. Donde se advierte cómo en determinadas situaciones el vos era socialmente válido, acompañado de vocativos con señor, amigo, caballero, etc. Mención semejante a la buena crianza consta en el Quijote cuando el cuadrillero se dirige con un displicente “pues ¿cómo va, buen hombre?” al hidalgo manchego y este, airado, le responde: “Hablara yo más bien criado, si fuera que vos. ¿Úsase en esta tierra hablar desa suerte a los caballeros andantes, majadero?” (I, 17). Y en la historia de Leandra está el mencionado caso del soldado fanfarrón, quien “con una no vista arrogancia llamaba de vos a sus iguales y a los mismos que le conocían, y decía que su padre era su brazo, su linaje sus obras y que, debajo de ser soldado, al mismo rey no debía nada” (II, 51). 7.6.4. Hay algunas incoherencias en el desarrollo argumental de esta cuestión, pues el elusivo él - ella, criticado por Covarrubias, EL USO Y LA NORMA 179 reiteradamente está empleado por los apropiados personajes, la mujer de Sancho al cura y a Sansón Carrasco, el paje de los duques a los mismos, Sanchica a su madre, y esto respondía a la realidad sociolingüística, pero llama la atención que el hecho no mereciera reconvención alguna, ni siquiera cuando Sancho lo aplica a don Quijote: “¿quiere vuestra merced darme licencia que departa un poco con él?” (I, 21), quien tampoco reacciona cuando el galeote Ginés de Pasamonte le aplica el bajo voacé, tratamiento que poco antes sí había ofendido al guardián de los condenados: “Hable con menos tono, señor ladrón de más de la marca, si no quiere que le haga callar, mal que le pese” (I, 22). Con todo, la genial novela cervantina es fiel representación de aquella España en la que el prurito hidalguizante y el deseo de títulos a tantos consumían, y en la que los pujos por recibir un trato formal acorde con la posición social que cada cual tenía, o pretendía tener, había llegado a extremos extravagantes. De ahí el abusivo empleo del don, que muchos ansiaban llevar, y que en América todos pretendían, hasta los indios, según el cronista Huamán Poma denunciaba. Título por el que en la historia de doña Clara y don Luis el mozo de mulas se extraña de que “aquel hombre llama de don a aquel muchacho” (I, 44), el que don Quijote se regala, como en su pueblo criticaban, “con cuatro cepas y dos yugadas de tierra y con un trapo atrás y otro adelante” (II, 2), y que el mismo caballero andante al comienzo de sus aventuras a la moza que le ciñe la espada, la Tolosa, le pidió que “de allí adelante se pusiese don y se llamase doña Tolosa”, y a la que le calzó la espuela “hija de un honrado molinero de Antequera”, asimismo le rogó “que se pusiese don y se llamase doña Molinera, ofreciéndole nuevos servicios y mercedes” (I, 3)138. 138 Monográficamente estudio en otra parte (2005b) los principales aspectos que la problemática del tratamiento personal presenta en el Quijote. Así, el pragmatismo social con ejemplos de inadecuación argumental y muchos más de gran realismo sobre aquella sociedad estamentada, por ejemplo el lamento de la Dolorida: “¡Desdichadas de nosotras las dueñas, que aunque vengamos por línea recta, de varón en varón, del mismo Héctor el troyano, no dejarán de echaros un vos nuestras señoras, si pensasen por ello ser reinas”; la manifestación de estados de ánimo, el tratamiento interiorizado y el tuteo en el consejo, la convención literaria y las formas para la comicidad, etcétera. TEXTOS Y DICCIONARIOS ALDRETE, Origen: Bernardo José de Aldrete, Del origen y principio de la lengua castellana o romance que oi se usa en España (1606), edición facsímil, Valladolid, Editorial Maxtor, 2002. ALEMÁN, Guzmán: Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache (1599, 1604) edición de Benito Brancaforte, Madrid, Ediciones Cátedra, 1984. 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