Ramón Buenaventura
Arthur Rimbaud
Esbozo biográfico
Madrid, 1984
© Copyright Ramón Buenaventura, 1985
© Copyright de las características de esta edición:
EDICIONES HIPERIÓN, S.L.
Salustiano Olózaga, 14 - 28001 Madrid
ISBN: 84-7517-142-7 Depósito Legal: M - 7979 - 1985
1
Este librito es resultado de mi caída, a gravedad suelta, en una trampa de
la devoción.
Había previsto que cada tomo de las obras de Arthur Rimbaud fuera
acompañado de un mero cuadro cronológico que orientara el lector por los
momentos clave.
Al repasar, para leve modificación, el cuadro cronológico que había incluido en Una temporada en el infierno, me pareció de pronto despreciable,
por mi parte, no sacarme un esfuerzo más, y escribir una corta noticia biográfica.
Apunté a treinta o cuarenta folios —y han salido ciento dos. Buen ojo,
como de costumbre1 .
De todas formas, no se entienda que esta sobreabundancia ensoberbece
la modestia del proyecto inicial. Si tenemos un libro, en vez de un añadido a
la edición de las Iluminaciones, es porque todas las reliquias que colocaba
en el altar del santo se me antojaban pocas. Me he metido a traducir documentos de la vida de Rimbaud que aparecen por primera vez en castellano,
casi todos ellos.
Pero, como me tenía firmemente prometido, he sobrado la tentación de
hacer literatura a costa de Rimbaud. Lo que he escrito es un breve informe
con datos. Sin adornarme más que en las cuatro o cinco inevitables ocasiones en que a uno se le distraen los dedos sobre las teclas y, zas, hace una
frase. Los modernos inventos electrónicos facilitan en grado sumo tales
devaneos.
Estoy convencidos de que el lector sabrá poner las interpretaciones y la
emoción que yo me he negado; y de que alguien me agradecerá que le acerque esta ocasión de completar la lectura de Rimbaud.
Será suficiente.
R.B.
1
Naturalmente, el número de páginas depende del formato que éstas tengan.
La edición impresa de Arthur Rimbaud - Esbozo biográfico alcanza las 127.
La plantilla aquí utilizada da menos páginas.
2
1854
20 de octubre. En la rue Napoléon, en pleno centro de Charleville (Ardenas 2), en una casa de tres pisos que tenía, junto al es trecho y alargado portal, una profética librería, nació Jean-NicolasArthur Rimbaud.
Charleville fue fundada en 1606 por Charles de Gonzague,
duque de Mantua. Es, todavía hoy 3, una ciudad de comerciantes
liberales, con ayuntamiento airoso y bella plaza —la Ducal—
que recuerda la Place des Vosges de París. En un ramal ciego del
Meuse hay un viejo molino que los carolopolitanos han consagrado a la memoria del genio local. En vida lo despreciaron.
El museo Rimbaud en Charleville
La madre de Arthur (la «Viuda Rimbe», la motejaron luego)
se llamaba Vitalie Cuif; de ella se sabe que era autoritaria e intransigente, y que su origen era campesino. Había casado, a los
2
Información en
http://www.imaginet.fr/rimbaud/Liardennes.html
Si no se especifica otra cosa, entiéndase siempre que los enlaces corresponden a páginas de Internet en lengua francesa.
3
Actualmente, Charleville y su ciudad hermana, Mézières, tienen
administración única, bajo la denominación Charleville-Mézières.
3
veintisiete años, con un
apuesto oficial del 47 de Infantería: un tal Frédéric
Rimbaud, originario de
Dole (Jura) y veterano de la
conquista de Argelia; cuyo
verdadero amor, al parecer,
eran las bellas letras: no se
conserva ninguno de sus
manuscritos, pero consta,
por ejemplo, que había preparado una edición anotada
del Corán 4.
El matrimonio apenas si
llegó a convivir: Frédéric
recibió orden de trasladarse
a Lyón una semana después
de la boda (que se celebró el
6 de febrero de 1853); a
partir de esa primera separación, los encuentros son esporádicos, aunque, sin duda, fructíferos: el primogénito es Frédéric 5, que nació en noviembre de 1853; luego vienen Arthur,
una niña que no vivió más de cuatro meses, Vitalie (1858) e Isabelle (1860). Madame Rimbaud, con los lógicos agobios de espacio en la rue Napoléon, tiene que mudarse a otro piso, esta vez en
la rue Bourbon, en el barrio obrero de Charleville.
4
Lo que Arthur heredara de su padre es un misterio que los datos dis ponibles no permiten aclarar; pero sí podemos subrayar aquí que, en su vida futura, Arthur Rimbaud se dejaría fascinar por el Islam. El extremo no está suficientemente documentado, desde luego, pero se sabe que se hizo fabricar
un sello epistolar que, en caracteres arábigos, decía «Abduh Rinbo». (A lo
cual ha concedido demasiada importancia algún biógrafo: todos los residentes en países árabes hemos jugado alguna vez a transliterar nuestro nombre).
5
Este Frédéric, individuo, al parecer, bastante romo de alcances, no desempeña papel alguno —conocido— en la vida de Arthur. No hay contacto
entre los dos hermanos… Intuimos que Frédéric rompió con la familia más
o menos al alcanzar la mayoría de edad.
4
Francia entra en la guerra de Crimea, y allá tiene que acudir el
capitán Rimbaud, con su regimiento. A su regreso, lejos de
devolverlo a la familia, lo tienen de guarnición en guarnición
(Grenoble, Dieppe, Alsacia). El hombre, cansado seguramente
de tanto cuartel y tanto alojamiento provisional, decide asentarse en su casa, con su mujer y sus hijos. Pero el intento resulta de corto alcance: convencido de su incapacidad para soportar el riguroso carácter de Vitalie, Frédéric desaparece para
siempre. De sus pertenencias sólo nos ha quedado un grueso
volumen, la Grammaire nationale, que está lleno de notas manuscritas suyas y —posteriores— del propio Arthur 6.
1862-1865
Arthur cursa los primeros cursos del bachillerato en la institución
Rossat, colegio de buena consideración entre los carolopolitanos.
Lleva uniforme azul marino con botones dorados, ancho cinturón
y gorra militar. (Es, en la foto de clase, el que mira a la cámara
con intención de dominio.) Saca muy buenas notas.
6
Esto sugiere entre padre e hijo una fuerte relación que no ha podido
investigarse. En todo caso, el conocido odio de Rimbaud al ejército puede
tener origen en la noción —consciente o no— de que las armas lo dejaron
sin padre. Esto es: sin una figura que equilibrase el peso de la materna.
5
1865-1869
A partir del tercer trimestre de séptima, los dos varones Rimbaud
pasan al colegio municipal (quizá por escaseces económicas).
Arthur se alza de inmediato con el número uno de la clase. A los
doce años ya escribía —a pluma suelta— versos en latín. A los
trece, le envía una oda en sesenta hexámetros al príncipe imperial, como regalo de cumpleaños.
Lee todo lo que le cae en las manos; pero su nutriente favorito
es el Parnasse contemporain, una antología poética de carácter
periódico que Alphonse Lemerre venía publicando desde 1866.
En ella descubre nuestro poeta al acecho todos esos nombres que
todavía no estaban en los manuales: Gauthier, Banville, Heredia,
Coppée, Sully Prudhomme y, por encima de todos, Paul Verlaine, que lo deja subyugado.
Arthur, en una de sus composiciones en latín, se augura por
boca de Febo: «Tu vates eris». Tú serás poeta. Y en diciembre de
1869, con quince años recién cumplidos, envía a La Revue pour
Tous el poema que ahora se sirve en la primera página de todas
las muchas ediciones de su obra: «Les étrennes des orphelins».
Son muchos versos, y muy de Coppée (a quien luego odiaría);
pero señalan el arranque de un poeta excepcional.
6
1870
En el número de 2 de febrero de La Revue pour Tous aparece
«Les étrennes des orphelins». En esos días se incorpora a la cátedra de retórica del colegio un joven profesor llamado Georges
Izambard. No habría tal vez necesitado Rimbaud de empujón
ninguno en su camino hacia los despeñaderos de la literatura,
pero lo cierto es que Izambard robustece con todo entusiasmo la
vocación de su brillantísimo alumno: le da información, le presta
libros (suscitando las protestas de su madre, que ve peligro serio
en Los miserables de Víctor Hugo, le da clases particulares gratis.
En mayo, Arthur, por su cuenta y riesgo, y en secreto, envía
tres poemas («Sensation», «Ophélie» y «Credo in unam») al
«viejo» Théodore de Banville, que tenía mano en el Parnasse
contemporain. En carta adjunta, intenta convencer al maestro
para que incluya sus obras en alguna de las próximas entregas de
7
la antología. Banville, amablemente, lamenta comunicarle que
los números del año 70 ya están cerrados.
El joven poeta se enfada muchísimo, pero no se mustia: a
continuación escribe «À la musique», donde empieza a asomar
con descaro lo más propio de su genio.
El 19 de julio rompe la inevitable guerra franco-prusiana, que
empieza a cambiar para siempre el mundo en que había nacido
Arthur Rimbaud. Por el momento, se queda solo: Izambard, por
guerra y por verano, marcha a Douai, con su familia. Refugiado
en la pensión del profesor, que le había dejado la llave de su
habitación —y de sus libros— para que pudiera seguir leyendo
sin acompañamiento de amonestaciones maternas, Arthur se encocora ante los entusiasmos bélicos de la población (con desbarajustado optimismo, los franceses, por las calles, se gritaban la
consigna «A Berlín, a Berlín»). Y el 25 de agosto escribe a
Izambard:
¡Suerte tiene usted de no vivir en Charleville! Mi ciudad
natal es eminentemente idiota entre todas las pequeñas ciudades de provincia. En eso, ya ve usted, no me hago ilusión
ninguna. Porque está al lado de Mézières —una ciudad que
no hay quién encuentre—, porque ve peregrinar por sus calles
doscientos o trescientos sorches, esta bendita población gesticula, prudhommescamente 7 espadachina, de muy otra manera
que los sitiados de Metz y de Estrasburgo. ¡Son espantosos,
esos tenderos retirados con el uniforme puesto! ¡Es sorprendente el salero que tienen los notarios, los cristaleros, los recaudadores, los carpinteros y todos los panzas que, con el fu-
7
El forzado adverbio está construido a partir del nombre de un personaje
teatral, Joseph Prudhomme, creación del escritor, caricaturista y actor
francés Henri Monnier. Este Monsieur Prudhomme es caricatura del
burgués francés del siglo XIX, que quiere ser moderno, estar al corriente de
todo, pero, en el fondo, no es más que un conformista que no sabe por
dónde le sopla el viento… Las dos obras de Monnier en que aparece
Prudhomme se estrenaron en la niñez de Rimbaud —pero Arthur podía
conocer el personaje por un poema de Verlaine, precisamente el primero
que publicó.
8
sil en el corazón, hacen patrulloterismo 8 ante las puertas de
Mézières. ¡Mi patria se pone en pie!… A mí me gusta más
sentada: tengo por principio que lo mejor es no menear las
botas…
Los prusianos sí que las menean: de victoria en victoria, por una
de aquellas guerras antiguas —ahora impensables— que apenas
si alteraban el modo de vida de la población civil, van adueñándose de lo más estratégico de Francia. Rimbaud se desentiende
del asunto hasta extremos imprudentes: publica unos versillos
sentimentales («Trois baisers», poema que en Poésies lleva el
título de «Première soirée») en un número ahervoradamente patriótico de La Charge a beneficio de los heridos de guerra (13 de
agosto). Sus conciudadanos puede que no le vieran el chiste.
Pero lo que lo obsesiona es que el país se está paralizando,
que pronto pueden dejar de funcionar los trenes y que va a quedarse encerrado en Charleville como un patán. Tiene que largarse
de París.
Como el dinero no le alcanza para tan lejos, compra billete
sólo hasta la estación de Saint-Quentin, con la esperanza de burlar al revisor. Ignoraba él que también había inspectores a la salida de la terminal: en esa trampa cae. Da con sus tiernos huesos
en la cárcel de Mazas y no le queda sino llamar a Izambard en su
socorro… El profesor, tras abonar civilmente lo que Rimbaud
debe a la compañía de ferrocarriles, se lleva al muchacho a su
casa de Douai, porque teme que las comunicaciones con Charleville estén a punto de cortarse.
En casa de Izambard, con las tres señoritas Gindre, Arthur se
encuentra a sus anchas: libre e integrado. Inmediatamente, sin
que nadie se lo pida, empieza a cumplir funciones de secretario
de Izambard, prestándole ayuda en los muchos desempeños públicos que éste tenía (y abusando un poco de su confianza, porque llega a escribir cartas bastante impertinentes con la firma de
su profesor: Rimbaud, acostumbrado a la permanente censura de
8
La palabra habría encantado a Joyce: es un híbrido de 'patrouille' y
'patriotisme'. En cuanto a Mézières, conviene recordar que esta ciudad, de
carácter militar y hasta un poco español (por razones históricas), está muy
cerca de Charleville. Véase la nota al respecto que incluimos en la página 7.
9
su madre, parece creer que basta con cambiar de ambiente para
que todo le esté permitido; este rasgo de su carácter le durará
para siempre). De todas formas, la temida nota imperativa de
Madame Rimbaud no se hace esperar tanto como el muchacho
habría deseado, y Arthur no tiene más remedio que regresar a
Charleville.
Su madre le da la bienvenida con una bofetada y con varios
comentarios desagradables sobre el comportamiento de Izambard.
Llega el 2 de septiembre y llega Sedan: los franceses aprovechan la severa derrota —con caída del emperador en manos de
los prusianos— para proclamar la república. Rimbaud no se da
por aludido en lo que toca a sentimientos patrióticos, pero se
despelleja de aburrimiento: su madre no le permite ver a Izambard (que había vuelto con él a Charleville), y el nuevo amigo a
quien ha tenido que aferrarse, un compañero de colegio llamado
Ernest Delahaye, es un muchacho sencillo, sensible e ingenuo
que lo va a admirar mucho y durante algunos años (hasta que se
cansa de su atipicidad), pero que no le sirve de estímulo. Eso sí:
pasan el rato juntos —todo el rato—, y no dejan calle de Charleville sin zancajear.
Arthur vuelve a escabullirse en octubre, camino de Bruselas,
que ha de ser una de las ciudades brújula de su vida. Izambard, a
ruego de Madame Rimbaud, sale tras él, pero no logra localizarlo, por la sencilla razón de que Arthur, que no había encontrado de qué subsistir en Bélgica, se ha vuelto a Douai con las
señoritas Gindre. Allí lo encuentra Izambard cuando pasa a visitar a su familia: sentado tranquilamente a la mesa del comedor,
repasando los sonetos que ha escrito durante su escapada.
Madame Rimbaud, esta vez, endurece su habitual rigor: ordena a Izambard que Arthur sea entregado a la policía para que lo
devuelva al seno del hogar. El profesor no puede negarse (quizá
tampoco quiere, porque debía de estar un poco harto del muchachito), y los dos amigos se despiden en Douai. Nunca volverán a
verse. La vida de Rimbaud —todas las vidas— está llena de inimaginadas despedidas para siempre.
10
1871
Charleville se salva de los desastres de la guerra porque, con los
prusianos cerca y a punto de emprender el bombardeo, su ayuntamiento de comerciantes la declara ciudad abierta. Las cosas,
pasado el miedo, tienen que encajarse en la normalidad. Así, por
mal ejemplo, se decide que en el colegio municipal empiece de
una vez el curso, cuya inauguración venía aplazándose —con
delicia de Rimbaud— desde el otoño. La fecha escogida es el
primero de abril.
Arthur Rimbaud tiene completamente decidido —ya— que no
se reintegrará a las labores escolares. Es poeta. Está, por las veredas de Baudelaire, llegando a la varga desde la cual se atisba la
violencia.
Antes —dicen—, ha padecido una desventura amorosa con
una muchacha imposible. No se sabe, en realidad, qué sucedió.
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Según su amigo Delahaye, que entonces conocía todos sus azares, la chica acudió a una cita protegiéndose con la criada. Toda
estaba registrado en una carta perdida, de la que sólo han pasado
al recuerdo algunos hilos reproducidos por Delahaye.
[…] En lo físico, asombroso parecido con Psukhé9 — su
hermano con alma de magistrado; su madre de alma católica… […] su mirada inalterable […] desconcertada como
treinta y seis millones de caniches recién nacidos […].
No muy zalamero con la señorita X, sin duda.
Antes, también, de la videncia, hay una escapada a París: recién rematado un rabiosísimo enfrentamiento con su madre, Arthur vende el reloj y —esta vez, suponemos, con el billete en regla—, se llega hasta Lutèce.
París le regala una fuerte decepción: no hay literatura por ninguna parte; la guerra absorbe todos los intereses y centra todas
las preocupaciones; los parisinos, si de algo discurren, es de comer, porque el hambre amaga. Los escritores famosos, por otra
parte, no están en sus casas para que Rimbaud los visite. Un desastre.
Logra, no obstante —no sin abuso—, que el dibujante André
Gill le permita instalarse en su estudio; pero el dinero del reloj no
da para mucho, y Rimbaud, con los prusianos ocupando ya la
zona oeste de París, y un levantamiento popular cociéndose en la
Bastilla, tiene que emprender a pie el retorno a las Ardenas.
Ya en casa, cuando Delahaye, el chico que siempre espera
asombros de su amigo, le pregunta por la capital, Arthur responde con desprecio:
— ¡Bah! París ya no es más que un estómago.
Logra entrar —no sabemos cómo— de secretario de redacción
de Le Progrès des Ardennes, en busca de un modo de subsistencia que lo prepare para desobedecer la imperiosa orden de regreso al colegio que de su madre recibe todos los días. Y el 18 de
marzo revienta, en París, la rebelión de la Comuna.
Rimbaud y Delahaye se abrasan en ardores democráticos y,
9
Transliteración del griego 'Psyché' que Rimbaud, con cierta pedantería,
utilizaba entonces en lugar de la habitual.
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seguramente, planean su incorporación a la lucha parisina. Algún
biógrafo sostiene que Rimbaud, en efecto, corrió de nuevo a París y llegó a alistarse en la guardia nacional de los comuneros.
Pero eso, hoy en día, no lo cree casi nadie: resulta inverosímil
que de algo tan importante no haya testimonio por parte alguna,
ni tampoco referencia en las cartas de Rimbaud. Parece seguro,
en definitiva, que el muchacho no consiguiera salir de Charleville
hasta después de la semana sangrienta —nombre que dan los
historiadores franceses a la espantosa carnicería que cerró la
aventura comunera.
El detalle tiene importancia, porque lo cierto es que a partir de
entonces se detecta en Arthur Rimbaud una pérdida absoluta de
fe en la revolución popular. ¿Fue, como dicen algunos, por culpa
del lamentable ambiente que tuvo que soportar durante su periodo de soldado del pueblo? ¿O fue, sencillamente, porque el
muchacho se metió en una manera de vivir que sólo podía conciliarse con la poesía?
Creemos, mejor, lo segundo. El 13 de mayo envía a Izambard
la primera carta de las llamadas «del vidente»; la segunda, ampliación de la anterior y dirigida a Paul Demeny, sale dos días
más tarde (véanse las páginas 125-153 de Iluminaciones, Hiperión, Madrid, 1985, donde se recogen los textos de dichas cartas).
Está escribiendo algunos de sus poemas más abrillantados —que
no brillantes—, más retorcidos y menos digestibles. Ha decidido
que sus ojos tienen que ver lo que los demás ignoran. No se esfuerza en explicarse, porque la poesía ha de penetrar por los sentidos, derecha, como quizá la música. Por otra parte, el «desarreglo de todos los sentidos» puede requerir, también, el descalabro
de todas las morales.
Su carta a Izambard no es demasiado explícita, por más que el
profesor la interpretara en lo que para él era el peor de los sentidos.
[…] Hago, con todo cinismo, que me mantengan: estoy desenterrando antiguos imbéciles de colegio: les suelto todo lo
brutal, sucio, malo, de palabra o de obra, que se me ocurre;
me pagan en cervezas o en vinos […] Por el momento, lo que
hago en encanallarme todo lo posible. ¿Por qué? Quiero ser
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poeta, y me estoy esforzando en hacerme vidente…
¿Son estas palabras, como algunos quieren, la confesión de que
Rimbaud se ha metido a solaz de bujarrones? Por qué no: la práctica de tales artes de seducción explicaría la facilidad con que,
poco más adelante, supo utilizar el recurso carnal para apoderarse
de Verlaine. Pero también cabe (es un niño de dieciséis años
quien escribe) que tanta perversión no describa más que una
forma de gorronería sádica —nada infrecuente en los círculos
más aburguesados, donde la oveja negra, mientras no se suelte el
vellocino, goza de bravas prerrogativas.
De todas formas, Rimbaud se siente abandonado e incomprendido: completamente solo. Sus nuevos poemas levantan la perplejidad de sus amigos, que se abstienen casi siempre de emitir
su juicio. Y, para colmo, Madame Rimbaud: a comienzos del
próximo curso, sin falta ni excusa posible, Arthur irá a un internado para continuar sus estudios.
De pronto, resulta que la única esperanza de salvación está en
Paul Verlaine, el alma gemela, el vidente ideal. Rimbaud, a sugerencia de Auguste Bretagne, un carolopolitano que conocía a
Verlaine, envía a éste una carta que, desgraciadamente, no se
conserva. La acompañaban varios poemas («Les effarés»,
«Accroupissements», «Les Douaniers», «Le cœur volé», «Les
assis»), que el bueno de Delahaye, mejor pendolista, había copiado en letra redondilla, que se parece más a la de imprenta.
Verlaine tenía entonces veintisiete años —diez más que Rimbaud— y estaba recién contraído a buen matrimonio con Mathilde Mauté, una señorita de diecisiete años a la que —según
cuentan— no le faltaba mucho para servir de pesa y medida de lo
cursi. Estaban, al parecer, enamorados, y esperaban un hijo para
pronto.
La carta de Rimbaud no cae en buen momento. Verlaine acababa de sentar la bebedora cabeza, después de la boda, pero la
pareja no se hallaba en óptima situación económica: de hecho,
vivían en la rue Nicolet, cerca de la Butte Montmartre, en casa de
los padres de ella, porque de ningún modo podían pagarse un
piso. Pero Verlaine —como pedía su tiempo— era un hombre de
generoso entusiasmo ante lo que veía bueno y, a su vez, entu-
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siasmado. En el círculo de sus amigos lletraferits, la lectura de
los poemas de Rimbaud fue también acogida con muestras de
alta valoración.
El desconcierto de Verlaine dura poco: a pesar de la situación
en que se halla, la segunda carta de Arthur Rimbaud, más acuciosa (y adobada de «Mes petites amoureuses», «Les premières
communions», «Paris se repeuple») lo obliga a decidirse. Aprovechando que su suegro —al que odiaba con todos sus versos—
se había ausentado por una temporada, pide a Madame Mauté
que le permita acoger en su casa al genio provinciano, pobrecillo,
al que su madre sólo da diez céntimos a la semana para que se
pague la silla de la iglesia. Madame Mauté, de cuyo corazón de
oro se cuenta y no se acaba, no consigue negarse. Son sólo unos
días, debió de pensar.
Verlaine escribe, entonces, la carta que seguramente nunca lamentó, a pesar de todas las cajas de Pandora que destapó con
ella. Empezaba, según Delahaye, que la recordaba en 1923, con
estas palabras:
Venga usted, querida alma grande: lo estamos llamando,
lo estamos esperando.
Con la misiva, claro, iba el dinero para el viaje, en forma de mandato bancario. Arthur lo dispone todo con rapidez. La parte más
importante de su equipaje es un nuevo poema, «Le bateau ivre»,
cuyo título revela ya una desfachatez poética infrecuente. El día
antes de su marcha se lo lee al fiel Delahaye, que le predice un
enorme éxito en París. Arthur, en cambio, no las tiene todas consigo, porque replica:
— Y ¿qué voy a hacer yo en París?
Verlaine y Charles Cros —poeta e inventor de raro ingenio
que, todavía, nadie se ha molestado en traducir al castellano—
van a esperarlo a la Estación del Este, pero no distinguen al muchacho entre la multitud de viajeros del mismo tren. Al volver a
la rue Nicolet se lo encuentran en el salón de los Mauté, acogiendo con expresión paleta y huraña las cortesías de la suegra y
de la mujer de Verlaine (que no lo odiaron a primera vista, pero
sí a segunda).
A los pocos días se celebraba la cena mensual de los Vilains
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Bonshommes (algo así como los «tíos feos»), nombre que a sí
mismos se daban los parnasianos. A los postres, el nuevo en la
plaza, Arthur Rimbaud, lee «Le bateau ivre» y enciende la estupefacción general. ¿Quién era aquel muchacho, evidentemente
silvestre, que en un solo poema era capaz de poner patas para
arriba todas las generales de la ley del arte poética? El éxito es
tan grande y tan bondadoso (porque insistimos en algo que ahora
no comprenderían más allá de tres o cuatro de los sesenta mil
poetas españoles: los parnasianos eran generosos con sus compadres), que los comensales se precipitan a llevar en volandas al
chiquillo hasta el estudio de Léon Valade, fotógrafo de celebridades, para que lo inmortalice de foto sopitaña. Valade logra un
retrato magnífico: es ese, tan reproducido, en que Rimbaud, con
el pelo ventoso y el lazo derrotado, tiene los ojos disueltos en la
gloria.
Este triunfo —añadido a su natural tendencia, que antes
apuntábamos, a creer que quienes lo aceptaban un poco lo tenían
que aceptar del todo— echó a perder las cortas facultades para la
vida social que poseía el portento de Charleville. Es lamentable y
es duro de creer, en un ambiente tan ancho y tan tolerante, pero
Arthur Rimbaud no tardó demasiado en ganarse la malquerencia
de todo el mundo (o casi). Era un chaval arisco, que no abría la
boca sino para despreciar a los demás, y que encima se comportaba como si la sociedad poética entera le hubiese hecho jura de
vasallaje.
Y Monsieur Mauté está a punto de regresar de su larga excursión cinegética. Verlaine, que se siente responsable —y que lo
es—, convence a Charles Cros para que permita que Rimbaud se
instale en su laboratorio científico de la rue Saint-Jacques. Madame Banville aporta cama y aguamanil.
Pero Arthur considera que no recibe suficiente atención de
Paul Verlaine, que, a punto de ser padre, gasta algún que otro
rato con su mujer. De modo que, resuelto a castigar a su protector, abandona el laboratorio de Cros y se echa en los peludos brazos de la miseria. Vive con los clochards de la plaza de Maubert
hasta que un día, por casualidad o porque andaba buscándolo,
Verlaine se lo tropieza por la calle en un estado lamentable. No
sabemos en qué consistió la reconciliación, porque nadie ha con-
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seguido averiguar cuándo se sexúa la amistad entre aquellos dos
hombres (lo más seguro, como antes sugerimos, es que Rimbaud
utilizara lo homosexual como un elemento más en su campaña de
seducción completa). El caso es que Verlaine se lleva a Rimbaud
a casa de Théodore de Banville, que accede a darle cobijo en una
buharda que no tenía demasiado abarrotada. Pero toda bondad es
inútil: tras unos días de comportamiento no precisamente agradecido, Arthur se fuga de casa de su protector: quiere el pellejo de
Verlaine.
A finales de octubre, Charles Cros funda el «Cercle Zutique»
y —cabría asegurar que sin querer— brinda ocasión a Verlaine
de que encuentre cobijo y empleo para su amigo. Dado que el
círculo iba a tener por sede una habitación del Hôtel des Étrangers, en el boulevard Saint-Michel, sus miembros aceptaron, a
petición de Verlaine, que Rimbaud desempeñara el cometido de
ayudante del barista y que pudiera, a cambio, dormir en un diván.
El «Cercle Zutique» (cuyo nombre podríamos traducir, quizá,
por «Peña de los Puñeteros») era una tertulia de poetas, artistas y
gente malvivida, que se consagraban, más que a ningún otro vicio, a pasarlo bien juntos. Hay un álbum en que se recogen las
travesuras poéticas de los «zutiques»: dibujos satíricos o meramente puñeteros, caricaturas crueles de los diversos socios, poemas paródicos en que se hacía escarnio de los enemigos versificadores (sobre todo, de aquel Coppée a quien Rimbaud copiaba
de pequeño). Arthur, naturalmente, puso también sus coplas y sus
dibujos. A juzgar por lo travieso y desenfadado de lo que escribe,
aquellos debieron de ser buenos días para él.
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Le coin de table, obra de Fantin-Latour.
Sentados, de izquierda a derecha: Paul Verlaine, Arthur Rimbaud, L.Valade,
E. d’Hervilly, C. Pelletan.
De pie: E. Bonnier, E. Blémont, J. Aicard.
Parece probable, además, que en ese «cercle» comenzaran los
experimentos de Verlaine y Rimbaud con el hashish. Consta, al
menos, que Mérat —otro poeta que Rimbaud admiraba— prohibió a Verlaine que lo tomara (el hash, entonces, se ingería, no se
fumaba; tenían grandes cantidades, porque no había demanda ni
funcionaba la estupa). Y Delahaye cuenta que cuando vino a París a echarle un vistazo a Rimbaud en su nube poética, se lo encontró bajo la advocación de santa Juana. (Situación en que Rimbaud se llevó a su amigo a la calle para enseñarle París: imaginemos qué.)
Mientras, el matrimonio Verlaine se derrumbada ante la iettatura de Rimbaud. Paul, entregado a todos los alcoholes y, como
ya hemos visto, a algún alcaloide, no soportaba que su mujer
odiase a su amigo (la intuición de la víctima, para estas cosas anticonyugales, es siempre soberana). Cada vez que regresaba borracho, desenfundaba su bastón de estoque en agresión al suegro
(en realidad, uno no alcanza a comprender de qué manera funcionaba la vida de los Mauté: ¿cómo toleraban a Verlaine tamaños desafueros en casa prestada?) Los enfrentamientos eran continuos y crecientes.
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El 15 de noviembre, un periodista llamado Edmond Lepelletier, amigo de Verlaine (para más inri), publicó el siguiente
suelto de sociedad:
«El poeta saturniano Paul Verlaine iba del brazo de una
encantadora persona, la señorita Rimbaut [sic]». Los cariños especiales, que hasta entonces no debían de ser conocidos más que
los íntimos del grupo, se abren al cotilleo general. Lepelletier, sin
embargo, no era mal tipo (o semejantes faenas se hacían entonces
con estilo distinto del actual, que consiste en retirar el saludo a
quien se insulta); se le ocurrió, para componer el asunto, que Paul
Verlaine y Arthur Rimbaud viniesen a cenar a su casa.
Rimbaud no usó la boca más que para insultar a Lepelletier,
sin el menor miramiento de la urbanidad (y con manifiesta justicia, porque, a fin de cuentas, al diablo se le ocurre tratar de compensar una indiscreción así con un llenado de estómago). Lepelletier, insultado en su propia casa, reaccionó con violencia. Era
lo que estaba pidiendo el muchacho: si no degolló al gacetillero
anfitrión, fue porque Verlaine logró sacarlo a rastras de la casa.
Y en éstas que Verlaine se volvió a encontrar con el problema
de dónde colocar a su amigo, porque el «Cercle Zutique» se disolvió en no mucho tiempo. Tuvo que alquilar, con el poco dinero de que disponía, una buhardilla en la rue CampagnePremière, pagando por adelantado tres meses de alquiler.
El plazo era corto, y Verlaine necesitaba dinero para seguir
manteniendo a Rimbaud (el 20 de octubre, cumpleaños de Arthur, había nacido su hijo Georges); de modo que viajó a Bélgica
para cobrar lo que le quedaba de un legado recibido de una tía
suya fallecida dos años antes. A su regreso a París cuajó el escándalo definitivo, el que había de incluir a Rimbaud para siempre en la lista de las personas non gratae del mundo literario.
Fue en la cena de los Vilains Bonshommes de finales de
diciembre. Para no quebrar la costumbre, alguien se levantó, a los
postres, para leer sus versos. Sería, o no, un mal poeta; pero
Rimbaud, que estaba borracho, decidió rellenar las pausas de las
declamaciones con estentóreos gritos de «¡mierda!».
Dos de los asistentes, Carjat y Ernest d’Hervilly, lograron sacar del comedor a Arthur, no sin recibir a cambio los más atroces
insultos que la época tenía recopilados. El festejo continuó, con
19
nervios y con prisas y con —imaginemos— tremendas miradas
puestas en Verlaine. A la salida, Rimbaud estaba esperando en la
antesala: nada más ver a Carjat, se precipitó contra él con el bastón de estoque desenvainado. Las heridas que le produjo no fueron de juez, pero su ya menguada aceptabilidad social quedó en
la nada más miserable.
En el hogar de los Verlaine las cosas iban de mal en peor. El
13 de enero, en histérica disputa, Paul está a punto de estrangular
a Mathilde. Ella, temiendo por su vida y por la de su hijo, abandona el domicilio conyugal, buscando paz en una casa de campo
que la familia tiene en Périgueux. Verlaine, con la conciencia
hecha astillas, se va a vivir con su madre.
Poco después, Mathilde hace saber a su marido que de ningún
modo volverá a vivir con él mientras Rimbaud siga en París.
¡Dura condición que, sin embargo, el atribulado Verlaine se dispone a acatar!
No sabemos qué escena se produciría entre los dos amigos, ni
qué grandes promesas tuvo que hacer Paul: lo evidente es que a
principios de marzo Arthur ya está en Charleville. Mathilde no
demora su regreso: el 15 del mismo mes ocupa su rincón en el
arrepentido pecho de Paul Verlaine.
Todo el mundillo, en París, está contento: la lastimera historia
de ese buen chico, Verlaine —calavera, pero arrepentidizo—,
que cayó en garras de la fiera, Rimbaud, ha tenido un desenlace
feliz. O, por lo menos, ajustado a sentido común.
Pero Rimbaud, en su burgués exilio de Charleville —pacíficamente ocupada, en esos momentos, por los prusianos—, se desespera, se desespera y se desespera. Por ejemplo, carta a Verlaine
de mediados de abril:
[…] El trabajo está tan cerca de mí como la uña está de mi
ojo. ¡Mierda para mí! ¡Mierda para mí! ¡Mierda para mí!
¡Mierda para mí! ¡Mierda para mí! ¡Mierda para mí!¡Mierda
para mí! ¡Mierda para mí!
Cuando me vea usted positivamente comer mierda, entonces dejará de parecerle que mi manutención le sale cara…
A falta de mejor excitación, Rimbaud vuelve a la amistad de
Delahaye y a sus largos paseos con el camarada rechoncho.
Combate el hondo aburrimiento y el arremolinado rencor con la
20
composición de algunos poemas en que se observan los imparables adelantos de su genio: «La rivière de Cassis», «Mémoire»,
«Michel et Christine», quizá «Larme», «Comédie de la soif», etc.
Ni que decir tiene que no ha olvidado nada de lo sucedido y que
sigue terqueando en sus microdramas epistolares con Verlaine.
En abril, quizá a mediados, Paul le promete traérselo de vuelta
en cuanto «tenga apañado mi matrimonio». Algo más tarde, ya
en mayo, le escribe esta chorreante carta:
[…] Escríbeme a casa de Gavroche y hazme saber cuáles son
mis deberes, qué alegrías, qué ansias, qué hipocresías, qué
cinismo serán necesarios: mi todo tuyo 10, tú saber. Todo esto,
a casa de Gavroche.
A casa de mi madre, las cartas martíricas, sin alusión alguna a volvernos a ver.
Última recomendación: desde el momento en que vuelvas,
agarrarme en seguida, de modo que ningún sacudismo11 — ¡y
no te constará trabajo!
Prudencia: compóntelas para, al menos durante algún
tiempo, tener un aspecto menos terrible que antes: ropa limpia, zapatos lustrados, pelo peinado, buena compostura: esto
hacer falta si tú entrar en proyectos tigrescos 12: yo, por otra
parte, lavandera, betunero, etc. (si tú quieres).
[…] Ahora, salud, hasta pronto, alegría, espera de cartas,
espera de Ti. — Yo haber dos veces esta noche soñado: tú
verdugo de niño, tu todo goldez 13. Curioso, ¿verdad,
Rimbe?…
Y todo llega: en mayo tenemos de nuevo a Rimbaud en París.
Acudía repleto de sofiones vengativos contra Mathilde, a la que,
acaso con no poca razón, consideraba una perfecta cretina. Se
dedica, como el propio reo le tiene solicitado, a retener a Ver10
Verlaine se infantilizaba ante Rimbaud, y solía escribirle en «indio».
Palabra que supongo inventada a partir de ‘sacudir’ (en el sentido de
«quitarse encima»).
12
Una venganza que tramaban contra alguien que había tenido que ver con
el destierro de Rimbaud a las Ardenas.
13
Verlaine pone aquí una nota: «En inglés, dorado; me olvidaba que
ignoras esa lengua tanto como yo». Ignorancia no desmentida por este
‘goldez’, que, claro está, quería ser ‘golden’.
11
21
laine consigo todo el tiempo posible: no le permite regresar a su
casa más que cuando está tan borracho, que lo único que le apetece es destrozar a su mujer, a su suegro y hasta a su propio hijo.
La vida conyugal de los Verlaine se muda otra vez al infierno.
A Rimbaud le toca alojarse en una buhardilla de la rue
Monsieur-le-Prince con otros bohemios de su misma condición.
Es verdad que sus compañeros malviven una existencia casi tan
arrastrada como la suya, pero él es el único del grupo que cuenta,
para apoyarse en la desgracia, con el rechazo total de la comunidad inteligente. Arthur Rimbaud, el insoportable. Ha de cocerse
en el más completo aislamiento, sin más comprensión ni más ternura que la que pueda aportarle Verlaine (nervioso, cambiante,
imprevisible).
Lo cual no quiere decir que se le hundiera la inspiración, porque no cabe duda de que muchos de sus mejores poemas datan de
este periodo (empezando por «Bonne chanson du matin», visión
de cuando iba a comprar el pan a las cinco de la madrugada, para
luego echar una cabezadita).
En junio, siempre a costa de Verlaine, vive en el Hôtel de
Cluny, cerca de la Sorbona. Leamos una carta a Delahaye:
Parmierda, juniacho 72
[…] Pero ¡qué sitio éste! Destilación, composición, todo estrecheces; y el verano aplastante: el calor no es muy persistente, pero me basta con ver que a todo el mundo le gusta el
buen tiempo y que todo el mundo es un puerco, para odiar el
verano, que me mata en cuanto se manifiesta un poco. Tengo
una sed como para temerme la gangrena: los ríos ardeneses y
belgas, las cavernas, eso es lo que echo de menos.
De todas formas, hay un lugar de bebidas que es el que
prefiero. ¡Viva la Academia de la Absencha 14, a pesar de la
mala condición de los camareros! La borrachera, por virtud
14
Se refiere a un local que estaba en el 176 de la rue Saint-Jacques y que era
célebre en toda la orilla izquierda del Sena. Había allí, contra las paredes,
cuarenta toneles orondos —tantos como académicos tiene la Francesa—. De
ahí que el sitio se conociera por el nombre de «la Academia». Rimbaud, más
concreto, matiza: «Academia de la Absencha », porque la absintia corría
como el agua al módico precio de cuatro céntimos.
22
de esta savia de los glaciares, la absencha, es la más deliciosa y trémula de las costumbres. Pero, poco después, ¡a
acostarse en la mierda!
[…] Ahora es por la noche cuando doy el callo. De las
doce a las cinco de la madrugada. El mes pasado, mi habitación de la calle Monsieur-le-Prince daba a un jardín del Liceo Saint-Louis. Había unos árboles enormes bajo mi estrecha ventana. A las tres de la madrugada palidece la vela: todos los pájaros chillan al mismo tiempo en los árboles: se
acabó el trabajo. Me era imprescindible mirar los árboles, el
cielo, ocupados por esa hora indecible, la primera de la mañana. Veía los dormitorios del liceo, totalmente sordos. Y, ya,
el ruido entrecortado, sonoro, delicioso, de las carretas por
los bulevares. Me fumaba una pipa escupiendo a las tejas,
porque mi habitación era una buhardilla. A las cinco, bajaba
a comprar un poco de pan: es el momento. Los obreros andan
por todas partes. Es, para mí, el momento de emborracharme
en las tiendas de vino. Volvía para comer algo y me acostaba
a las siete de la mañana, mientras el sol sacaba las cochinillas de debajo de las tejas. De aquí siempre me han encantado
la primera mañana del verano y los atardeceres de diciembre.
Pero ahora tengo una bonita habitación que da a un patio
sin fondo, pero de tres metros cuadrados. La calle VictorCousin hace esquina con la plaza de la Sorbona por el Café
del Bas-Rhin y termina en la calle Soufflot, por la otra punta.
Aquí me paso la noche bebiendo agua, no veo la mañana, me
asfixio. Qué le vamos a hacer […].
La aparente resignación de esta última frase tapa incapacidad de
resistencia. No puede más. El domingo 7 de julio se encamina
hacia la rue Nicolet para hablar con Verlaine, para decirle que se
marcha de una vez por todas. Cerca ya de la casa de los Mauté,
se tropieza con Paul, que había salido a buscar un médico para su
mujer.
— Ya he aguantado demasiado —dijo Arthur—: me marcho a
Bélgica y, si no te vienes conmigo, nunca nos volveremos a ver.
— Pues entonces vámonos —contestó Verlaine.
Y así, tranquilamente, partieron hacia Bruselas, con altos en
23
Charleville y en Arras. La capital de Bélgica era entonces una
ciudad muy libre y muy alegre, en la que los dos amigos se situaron inmediatamente a gusto, en contacto, además, con los refugiados de la Comuna que allí había15.
Pero no les fue larga la felicidad. Mathilde y Madame Mauté
se presentaron en Bruselas el 21 de julio. Verlaine finge aceptar
el regreso a París y, humilde y modoso, acompaña a las dos mujeres hasta el puesto fronterizo de Quiévrain. Allí consigue darles
el esquinazo y volverse con Rimbaud.
De nuevo la beatitud. Después
de unas suaves correrías por Bélgica, durante el mes de agosto,
llegan a la conclusión de que lo
mejor —y lo que más les apetece— es poner el mar por medio
y acogerse a Inglaterra. Embarcan
en Ostende el 7 de septiembre. Es
entonces cuando Rimbaud ve el
mar por vez primera:
¡La han vuelto a encontrar!
—¿Qué— ¡La eternidad!
Es el mar mezclado
con el
sol.
Londres los golpea, los hechiza, los atonta, los desconcierta, los
asombra, los irrita, los entusiasma. Es, en aquel momento, la metrópoli más viva del orbe. El ajetreo de las calles, la variedad del
comercio, la incesante actividad de los muelles, lo pintoresco de
las costumbres, tienen en vilo a la pareja. Lo único de que protestan es del escaso número de cafés (¡cuánta razón tenían, y seguirían teniendo ahora!).
Instalados en el 34-35 de Howland St., Fitz Roy Square, entran en contacto, aquí también, con los exiliados de la Comuna,
algunos de los cuales son viejos amigos del barrio latino. Se em15
De Verlaine sí que consta que trabajó para la Comuna: fue encargado de
prensa.
24
peñan, con intensidad, en el estudio del inglés, que ambos llegaron a hablar y a escribir con toda la soltura de que es capaz un
francés en lengua no civilizada.
Pero hasta las más santas esposas se cansan del martirio: los
dos alegres londinenses reciben noticia que de Mathilde ha iniciado el proceso de separación, en cuyos papeles no deja de aparecer el nombre de Arthur Rimbaud ni faltan acusaciones concretas de homosexualidad. Rimbaud, preocupado por lo que se le
viene encima, se apresura a escribir a su madre para que conozca
de antemano la situación.
Madame Rimbaud reacciona con la energía de siempre y hace
llegar a Rimbaud la orden terminante de que regrese a casa. Su
hijo obedece, no se sabe por qué (acaso porque los problemas
legales le encogían el ánimo, como demostró varias veces en su
vida).
Verlaine y Rimbaud en Londres, por F. Régamey
25
1873
Esta vez, Rimbaud apenas si tiene tiempo de volver a desesperarse en Charleville (que ahora, recién llegado de la espejeante
Londres, además de «tonta» le parece «lúgubre»). En seguida le
llega carta de Verlaine en que su amigo le pide que vuelva, porque se encuentra enfermo («a punto de reventar», escribe, con
exageración rayana en la mentira).
La madre de Verlaine, que ha mimado a su hijo desde pequeño y que sigue siendo incapaz de negarle nada, facilita el dinero para el viaje. Y Arthur corre hacia Londres. (Estas idas y
venidas nos resultan incomprensibles, seguramente por falta de
información. Así, a secas, con lo que consta de este periodo,
cualquiera podría decir que Rimbaud y Verlaine se volvieron
majaretas. ¿Por qué acata Rimbaud la orden de regreso de su madre, para fugarse de nuevo unas semanas después? ¿Han cambiado las circunstancias o, simplemente, el apasionamiento borra
de la cabeza a Rimbaud el miedo a la ley? En fin: complicaciones
de la realidad; no hay más remedio que suponer que las relaciones entre ambos hombres eran extraordinariamente inestables y
tornadizas.
Una vez en Londres, la delicada vida de los últimos meses se
niega a arrancar. Verlaine está obsesionado por sus tragedias
conyugales y por el miedo a perder definitivamente a su hijo. Se
sostiene, como siempre, a base de copas y de derrumbes anímicos. Rimbaud se aísla en el estudio de la lengua inglesa, porque
el drama de su amigo lo aburre de un modo indecible.
A finales de marzo, Paul se queda sin resistencia: pide a su
mujer que vaya a su encuentro en Namur (Bélgica), y allí se desplaza él de inmediato. Al llegar se encuentra con una nota de
Mathilde pidiéndole que haga el favor de poner término a tan lamentable comedia. (El caso está perdido. Mathilde obtendrá la
separación legal y nunca perdonará a Verlaine: ni durante su
época de reconversión al catolicismo, ni cuando volvió a caer en
la más devota de sus religiones, que era, sin duda alguna, el alcohol).
Completamente destrozado, sin voluntad y sin energía (nunca
le sobraron), Verlaine corre a refugiarse en casa de una tía pa-
26
terna que habitaba en la ciudad belga de Jéhonville. Rimbaud
aguanta en Londres durante algún tiempo más, pero al final él
también se ve obligado a buscar techo y almuerzo —ya que no
ternura materna— en la familia. El 11 de abril (viernes santo)
hace sorprendente aparición en una propiedad agrícola que su
madre conservaba en Roche, cerca de Attigny.
Rimbaud, dibujo de Delahaye
Es puro campo. La familia entera se dedica a la reconstrucción de
la finca, que ha estado casi abandonada; pero Rimbaud se desentiende, como leemos en esta carta a Delahaye escrita al poco
tiempo de haber llegado:
[…] ¡Qué cagada! Qué monstruos de inocencia, estos campesinos. Al atardecer, hay que hacerse dos leguas, o más, para
beber un poco. La mother me ha metido en un triste agujero.
Del que no sé cómo salir, pero saldré. Echo de menos la
27
atroz Charlestown 16, el Univers 17, la biblioteca, etc. Y, sin
embargo, trabajo con bastante regularidad. Hago pequeñas
narraciones en prosa; título general: Libro pagano, o Libro
negro 18. Son cosas tontas e inocentes. ¡Oh inocencia! Inocencia; inocencia, inoc… ¡plaga!
[…] No tengo nada más que decirte. La contemplostatis de
la naturaleza me absorculece por completo. ¡Tuyo soy, madre
Naturaleza!
La carta revela, en otro párrafo, un interés por Shakespeare que,
seguramente, se le desperezó en Inglaterra. Su dominio del inglés
no es todavía considerable, porque lo que busca es una buena traducción.
Unas semanas más tarde, el 25 de mayo, Paul Verlaine y Arthur Rimbaud vuelven a fugarse a
Londres. Se instalan en el número 8 de Great College St.,
Cadmen Town, N.W., e insertan
anuncio en The Echo con la esperanza de conseguir alumnos de
francés. No se les presenta más
que un aspirante: es imposible
conseguir lo que Rimbaud llamaba «una economía positiva».
Y, para colmo de males, Verlaine sigue en lo alto de su
cuerda floja de desequilibrios. El
3 de julio, cuando los dos amigos volvían de la compra, Rimbaud hace ligera burla de Verlaine.
Paul se encoleriza más allá de todo límite razonable y se marcha
corriendo hasta el puerto: no se lo piensa dos veces para embarcarse en un vapor con destino a Bélgica. Rimbaud se queda en el
muelle, llamándolo a gritos, sin un penique en el bolsillo.
16
Charleville, claro está.
Es un café donde se reunía Rimbaud con los amigos y que le servía de
punto de cita con Verlaine.
18
Se trata de los primeros borradores de Una temporada en el infierno,
según los entendidos.
17
28
A la mañana siguiente llega una carta, escrita en navegación,
que aclara la histeria:
Amigo mío:
No sé si seguirás en Londres cuando ésta te llegue. Me importa, sin embargo, decirte que tienes, en el fondo, que comprenderme, que a fin de cuentas me era imprescindible marcharme, que esta vida violenta, toda ella hecha de escenas sin
otro motivo que tu fantasía, me tenía que destrozar.
Lo que pasa es que como te amaba intensamente (maldito
quien piense mal19), también me importa confirmarte que si
de aquí a tres días no estoy otra vez con mi mujer, en condiciones perfectas, me saltaré la tapa de los sesos. Tres días de
hotel y una rivolvita 20 cuestan dinero, y eso explica mi
roñosería de antes.
Deberías perdonarme.— Si, como parece muy probable,
tengo que hacer esta postrera gilipollez, por lo menos voy a
cumplir con ella en plan gilipollas valiente.— Mi último pensamiento, amigo mío, será para ti, para ti que hace un momento me llamabas desde el muelle, y con quien no quise volver porque temía reventar.— ¡EN FIN!
¿Quieres que te mande un beso mientras la casco?
Tu pobre
P. VERLAINE
En todo caso, nunca nos volveremos a ver. Si mi mujer viene,
tendrás mi dirección, y espero que me escribas. Mientras
tanto, dentro de los tres próximos días, ni más ni menos, a
lista de correos de Bruselas, a mi nombre.
Era una despedida con todas las de la ley. Antes de recibir esta
revuelta misiva de Verlaine, Rimbaud le tenía dispuesta otra no
menos agitada:
Vuelve, vuelve, querido amigo, único amigo, vuelve. Te juro
que seré bueno. Si estaba huraño contigo, era por una broma
19
Este «Honny soit qui mal y pense» hay que interpretarlo como precaución
por parte de Verlaine, por si la carta caía en manos peligrosas. Puede,
también, que no se fiara del todo de Rimbaud.
20
Supongo que se trata de ‘revólver’ en algo parecido al italiano.
29
en que me enterqué, y me arrepiento más de lo que te podría
decir. Vuelve, que pronto estará olvidado. Qué desgracia que
hayas podido creerte esta broma. Ya llevo dos días llorando
sin parar. Vuelve. Sé valiente, querido amigo. No se ha perdido nada. Lo único que tienes es que volver a hacer el viaje.
Aquí viviremos otra vez con valentía, con paciencia. ¡Te lo
suplico! Es por tu bien, por otra parte. Vuelve, que encontrarás aquí todas tus cosas. Espero que a estas alturas ya estarás
convencido de que no había nada verdadero en nuestra discusión. ¡Qué espantoso momento! Pero tú, cuando yo te indicaba por gestos que bajaras del barco, ¿por qué no viniste?
¡Que hayamos tenido que vivir dos años juntos para llegar a
este momento! ¿Qué vas a hacer? Si no quieres volver, ¿quieres que vaya yo a buscarte a donde estés?
Sí, soy yo quien ha tenido la culpa.
No me irás a olvidar, ¿verdad?
No, no puedes olvidarme.
Dime, contesta a tu amigo, ¿acaso no vamos a seguir viviendo juntos?
Sé valiente, contéstame en seguida.
No puedo quedarme aquí por mucho tiempo.
No prestes oído más que a tu buen corazón.
Rápido, dime si debo ir en tu busca.
Tuyo para toda la vida.
RIMBAUD
Rápido, contesta, no puedo quedarme aquí más allá del lunes
por la noche. Todavía no tengo un penique, no puedo echar
esto al correo. He confiado a Vermesch tus libros y tus manuscritos.
Si es menester que no vuelva a verte, me enrolaré en la
marina o en el ejército.
Vuelve. Me paso las horas llorando. Dime que vaya en tu
busca, que iré; dímelo, telegrafíamelo. Yo me tengo que marchar el lunes por la noche. ¿Dónde vas a ir tú, qué vas a
hacer?
Pero, antes de franquear la carta que acabamos de transcribir,
Rimbaud recibió la que Verlaine le había escrito en el barco.
Entonces, su tono cambia por completo:
30
Querido amigo: He recibido tu carta fechada «en navegación». Te equivocas otra vez, y mucho. En primer lugar, no
hay nada positivo en tu carta: tu mujer no irá, o irá dentro de
tres meses, de tres años, quién sabe. En cuanto a cascarla, ya
te conozco. Lo que vas a hacer, mientras esperas a tu mujer y
tu muerte, es andar por ahí, vagabundear, fastidiar a la gente.
¡Y decir que ni siquiera llegas a reconocer que las rabietas
eran tan falsas por un lado como por el otro! Pero tú eres el
culpable último, porque, a pesar de que te llamé, insististe en
tus falsos sentimientos. ¿Crees tú que la vida te será más
agradable con otras personas? Piénsalo. ¡Por supuesto que
no!
Sólo conmigo puedes ser libre. Y dado que te estoy jurando que voy a ser bueno en lo sucesivo, que lamento la
parte que me toca de los errores, que por fin tengo el espíritu
claro, que te quiero bien, si te niegas a volver, o a que yo
vaya en tu busca, estás cometiendo un crimen del que te arrepentirás durante muchos años, por la pérdida de toda libertad
y por fastidios todavía más atroces, quizá, que todos los que
llevas experimentados. Dicho esto, piensa en lo que eras antes de conocerme.
No tengo intención de volver a casa de mi madre. Me voy
a París, y trataré de haberme marchado antes del lunes por la
noche. Serás tú quien me habrá obligado a vender todos tus
trajes, porque no puedo hacer ninguna otra cosa. Todavía no
los he vendido: no vendrán a llevárselos hasta el lunes por la
mañana. Si quieres enviarme cartas a París, dirígelas a
L. Forain, 289 rue Saint-Jacques, para A. RIMBAUD. Él sabrá dónde encontrarme.
Por descontado que si tu mujer viene no voy a comprometerte escribiéndote. Nunca te escribiré.
Lo único que hay de verdad en todo esto es: vuelve. Quiero
estar contigo, te amo. Si escuchas estos, mostrarás valor y espíritu sincero.
Si no, te compadezco.
Pero te amo, te mando un beso, y volveremos a vernos.
31
Así iban las cosas entre los dos amigos. Y no, por supuesto: Mathilde no hace ningún caso. Es la madre de Verlaine quien se presenta en Bruselas 21. La buena señora logra convencer a su hijo de
que no se suicide, y éste, sin saber qué hacer de su tiempo ahora
que ha decidido seguir viviendo, envía un telegrama a Rimbaud
anunciándole que se va de voluntario a España y pidiéndole que
venga a Bruselas.
Arthur llega el 8 de julio, sin dilación (ha juntado dinero con
la venta de muchas pertenencias de Verlaine). Pero, una vez
juntos, resulta que no se ponen de acuerdo. Lo que Verlaine pretende es regresar a París para, revólver en mano si es preciso,
21
Paul había lanzado urbi et orbi la noticia de su inminente suicidio. Hasta
la madre de Rimbaud recibió su esquela anticipada.
32
obtener el perdón de su mujer. Rimbaud desea acompañarlo, pero
eso daría al traste con los proyectos de Paul, porque Mathilde de
ningún modo toleraría la presencia del amante de su marido en
París.
La discusión, descabalada por
el alcohol, es tremenda. Verlaine
se sienta ante la puerta de la
habitación del hotel, para evitar
que Rimbaud pueda salir. Suben
las voces y se desmelenan los
nervios. Verlaine saca a relucir
la pistola que había comprado
para suicidarse y hace fuego dos
veces. Una de las balas se incrusta en la muñeca de Rimbaud.
La herida no es grave. Verlaine y su madre, con el susto en
el cuerpo, lleva a Arthur al hospital Saint-Jean, donde le hacen una cura de urgencias. Luego,
los tres regresan al hotel. Allí, Rimbaud, que ha recibido veinte
francos de Madame Verlaine, confirma su inamovible decisión
de salir inmediatamente con rumbo a París. Madre e hijo, resignados, deciden acompañarlo a la estación.
Lo que sucede a continuación puede reconstruirse a partir de
las declaraciones de los tres implicados al comisario adjunto Joseph Delhalle:
Cruzaban la plaza de Rouppe cuando Verlaine se adelantó
unos pasos, giró sobre sus talones y, con la mano en el bolsillo
donde había guardado la pistola, se fue derecho hacia Rimbaud.
Éste, presa de un pánico que seguramente no estaba justificado,
echa a correr y se refugia detrás de un guardia.
Madre, hijo y denunciante son conducidos a la comisaría,
donde sus declaraciones coinciden en lo principal: todo el asunto
tiene origen en el arrebato de la discusión, y no hay motivo para
la querella legal. Pero el comisario, olfateando algo más, pone a
Verlaine a disposición del juez.
Éste se empeña en descubrir la verdad, por más que todos
insistan en sostener la primera versión, sin más añadido que el de
33
echar al alcohol la culpa de todos los descontroles. El juez
T’Sertevens sospecha la verdad. Incluso pregunta a Verlaine:
— No comprendo que la marcha de su amigo lo haya podido
poner a usted en semejante estado de desesperación. ¿No existe
entre usted y Rimbaud más relación que la amistosa?
Verlaine contesta:
— No. Eso es una calumnia inventada por mi mujer y su
familia para perjudicarme. Me acusan de eso en el requerimiento
presentado ante el tribunal por mi mujer en apoyo de su demanda
de separación.
Rimbaud herido, cuadro de Jeff Bosman, Colección Museo Rimbaud,
Charleville.
El 19 de julio, Rimbaud, sobre la base de que Verlaine había
estado demasiado borracho para que se le pudiera exigir responsabilidad alguna, renuncia a toda acción legal contra su amigo…
Las cosas habrían quedado así, probablemente, si no hubiera intervenido un tal Auguste Mourot, que era ahijado de Madame
Verlaine y que residía en Bruselas desde hacía cierto tiempo.
Mourot consideraba que Verlaine era una víctima de Rimbaud, y
así se lo hizo saber al juez. Lo malo es que tuvo que hablar de-
34
masiado, y su declaración sirvió para sustentar la actuación del
fiscal contra Verlaine.
Rimbaud sale del hospital (había estado internado, tras la extracción de la bala) el 20 de julio. El 8 de agosto, el Verlaine es
condenado a dos años de encarcelamiento y 200 francos de
multa. Su amigo, hundido en la más cenagosa depresión, busca
refugio, una vez más, en Charleville.
No tratemos de pormenorizar la condición en que regresa,
después de tantos fracasos, de tanto comportamiento miserable y
de tantas desilusiones (la peor, para un poeta de la acción: no se
puede uno poner el mundo por gorro frigio). Pocas noticias hay
de este nuevo periodo en Charleville, aunque ningún biógrafo
duda de que Rimbaud dedica lo que queda del mes de agosto a la
preparación de Una temporada en el infierno, con textos anteriores y, quizá, con otros nuevos o reescritos. Rimbaud quería sacar
el libro lo antes posible, porque pensaba que con ello recuperaría
su prestigio (que ya podemos suponer a qué nivel estaría, después
de tamaño escándalo).
Fue, de seguro, un milagro de alguna virgen generosa, pero
Arthur logró convencer a su madre de los imperativo de tal necesidad, y la viuda Rimbe le dio dinero para que contratara la publicación de Una temporada en el infierno con el editor belga
Jacques Poot.
Lo que sucede después esta revuelto. Consta que Rimbaud
corrigió pruebas a finales de octubre y que poco más tarde se
desplazó a Bruselas (donde la policía le tenía echado atentísimo
ojo) a recoger el libro. Pero sólo se distribuyeron seis ejemplares:
a Verlaine (que recibió el suyo en la cárcel de Mons, con una dedicatoria que decía, solamente «A P. Verlaine - A. Rimbaud», a
Delahaye, a Ernest Millot, a Richepin, a Forain y a un sexto personaje no identificado todavía. El resto de la edición quedó durmiendo en los almacenes de la imprenta.
Allí descubrió los libros, nada menos que veintiocho años más
tarde, en 1901, un abogado y bibliófilo belga, Léon Losseau, que
los recogió, quemó 75 que estaban estropeados y se guardó los
demás. No confesó el hallazgo hasta el 2 de julio de 1914.
¿Qué había ocurrido? ¿Por qué no se hizo Rimbaud con todos
los ejemplares? Desgraciadamente, no podemos saberlo: nadie,
35
en ninguna carta, en ningún escrito posterior, hace referencia a
este asunto. Cabe suponer, por las vías de la malicia, que Rimbaud no pagara a Jacques Poot: sus antecedentes nos dan permiso
para imaginar que muy bien pudo gastarse en cualquier otra cosa
la suma que le había entregado su madre. Pero quién sabe: también es posible que el miedo a la policía lo impulsara a salir de
Bruselas a toda prisa —y que nunca se atreviera a regresar.
Lo indiscutible es que la Operación Autor Respetable termina
en fracaso completo. El 1 de noviembre, Berrichon informa de la
presencia de Rimbaud en el café Tibourey de París. Su estado
psíquico parece malo, bien podemos suponer por qué: la impresión de su libro no ha servido para nada, sigue el rechazo de todos los amigos de Verlaine, que lo consideran culpable del desastre, y el porvenir no presenta la más mínima perspectiva halagüeña.
Tiene que ser durante este periodo cuando Rimbaud amasa la
decisión de retirarse por completo de la literatura. Hasta este
momento ha estado intentando la consagración poética. A partir
de ahora, empieza a buscar el triunfo por otro camino.
Ello, por supuesto, no implica que dejara de escribir de golpe
y hachazo, como han sostenido y siguen sosteniendo algunos. El
«mono» de la tinta puede ser tan duro como el de la nieve.
36
Rimbaud, dibujo de Patti Smith
1874
Sin precisión en las fechas, se sabe de cierto que en enero está
Rimbaud recluido en Charleville. Recupera dos viejos amigos del
colegio, Louis Pierquin y Ernest Millot, de cuya fe en la literatura
se mofa con continuos sarcasmos. «Los libros no valen más que
para tapar la lepra de las paredes viejas» (es curioso ese ataque a
los libros con un tropo literario: la frase, seguramente, es hija de
la imaginación de sus compañeros; pero uno comprende que la
haya podido pronunciar).
En marzo se alarga de nuevo hasta París para recoger a Germain Nouveau 22 y llevárselo a Londres. Esta vez, la relación no
22
Rimbaud y Nouveau se conocían de los tiempos del «Cercle Zutique ».
Dicen algunos que a finales de 1873 se volvieron a amistar en París.
37
arrastra componentes sentimentales de ningún tipo. Rimbaud ha
renunciado para siempre a la homosexualidad (aunque reconozco
que esta afirmación es un tanto arriesgada, porque de sus aventuras eróticas en África no tenemos detalle). Los dos jóvenes poetas —diecinueve y veintitrés años— se divierten en Londres,
donde se respira una libertad y rigen unos cánones de tolerancia
que los franceses desconocían en aquellos tiempos. Viven en el
regazo de la miseria, desde luego, pero con buen humor y con
proyectos.
El soneto de las vocales: manuscrito
No obstante, Nouveau se marcha en cuando empieza el verano,
dejando solo a Rimbaud. Hay quien apunta la posibilidad de que
este inopinado abandono se debiera a presiones ejercidas desde
París. La hipótesis no puede demostrarse, pero tampoco carece de
verosimilitud, porque, en efecto, el naciente prestigio literario de
Nouveau no podía beneficiarse en nada de una convivencia con
el maldito Arthur Rimbaud.
Su madre y su hermana Vitalie —que entonces tenía dieciséis
años— acudieron en su socorro y se quedaron con él en Londres,
mientras encontraba trabajo. De este periodo se conserva una
hermosa e ingenua correspondencia entre Vitalie y la otra hermana, Isabelle, que había quedado en Charleville, en el internado
38
del Santo Sepulcro. Es lástima, sin embargo, que ninguna de estas cartas —como tampoco el diario de Vitalie— explique por
qué Arthur no podía quedarse solo en Londres (habría salido más
barato enviarle dinero para vivir), ni qué clase de vida hacía. Lo
único que parece probado es que, en efecto, consiguió un puesto
de profesor en una academia de idiomas dirigida por un tal
Camille Le Clair, en el 165 de King’s Road. Esa, al menos, era su
dirección londinense del mes de noviembre, cuando ya su madre
y su hermana se había vuelto a Francia.
En uno de sus típicos y frecuentes cambios de orientación
(que, insisto, pueden parecernos enloquecidos porque no conocemos sus razones), Arthur regresa a Charleville en diciembre.
Existe la posibilidad de que le preocupara su situación militar
(obsesión que le duraría toda la vida), porque acababa de cumplir
veinte años en octubre… Un nuevo amigo, Louis Létrange, le da
clases de piano en Charleville.
Intencionadamente me he abstenido de mencionar la redacción de Iluminaciones en una fecha determinada. Prescindiendo
de las intuiciones y del olfato de cada lector (que puede adivinar
mucho más que bastantes eruditos sombreros), lo único incontrovertible es que cualquier fragmento puede ser de un día cualquiera de los comprendidos entre la primera escapada a Bélgica
con Verlaine y la decisión final de recogerse en África. Atisbos
hay que permiten ubicar ciertos poemas con mayor precisión;
pero atisbos no son biografía.
Anuncio insertado por Rimbaud en The Times
1875
En febrero, Arthur está en Stuttgart aprendiendo alemán: ha convencido a su madre de que este nuevo paso le abrirá perspectivas
dignas. Antes, el 16 de enero, Verlaine había sido puesto en libertad, totalmente cambiado: la cárcel lo había echado en brazos
39
de la religión (metanoia que, curiosamente, también se produce
en Germain Nouveau, quien no tarda mucho en pasarse al misticismo poético: Rimbaud salvaba almas por el mero contacto).
Paul Verlaine decide, pues, intentar la conversión de su antiguo camarada de infierno y le escribe una larga carta en la que lo
conmina a regresar a los caminos del Señor.
La respuesta de Rimbaud, que, al parecer, era una salta de insultos, no desalienta al santo varón, que se encamina a Stuttgart
en misión sotérica. Esto debió de suceder en marzo, porque es
entonces cuando Rimbaud escribe a Delahaye:
Aquí se me presentó Verlaine el otro día, con un rosario en
las zarpas… Dos horas más tarde habíamos renegado de su
dios y hecho sangrar las 98 llagas de N.S. Estuvo dos días y
medio bastante razonable y, ante mi rechazo, se volvió a
París.
No consta a qué clase de pecados se refería Rimbaud, pero sí es
cierto que Verlaine se marcha con el rabo entre las piernas. Poco
después se destierra a Stickney (Inglaterra), donde encuentra trabajo como profesor de francés y de dibujo en un colegio privado.
Rimbaud se aburre en Stuttgart (como en todas partes: es uno
de los más graves enfermos de fastidio que ha conocido la historia de la literatura —rica en ellos). Decide, por tanto, ver un poco
de mundo: pide dinero prestado, vende la maleta y sale hacia Italia. Recorre, en diligencia y a pie, Suiza y los Alpes. Llega a Milán enfermo y muerto de hambre, pero pronto lo tenemos alojado
en el tercer piso del 39 de la piazza del Duomo: era la casa de
una viuda amante de las Letras (saque cada cual sus conclusiones).
Rimbaud pensando alistarse en las tropas carlistas. Dibujo de Verlaine
40
Unos días después emprende camino hacia el sur, con corto
alcance, porque, víctima de una insolación y sin un céntimo,
tiene que presentarse en el consulado francés de Livorno para
que lo repatríen a Marsella. Parece que jugaba con la idea de
viajar a España («por la cosa de aprender español») para apuntarse de voluntario en la guerra carlista entonces en marcha…
Una vez recuperado, se instala en París. En el mes de junio consigue el puesto de profesor ayudante en un curso de verano de
Maisons-Alfort.
Hacia el 16 de octubre está de nuevo en Charleville, tras
vicisitudes que no se conocen con certeza. Delahaye y él se encuentran por la calle (ninguno de los dos sabía que el otro estaba
en Charleville), y el viejo amigo informa a Verlaine —con quien
se escribía para mantenerlo enterado de los pasos de Rimbaud—
de que Arthur está como una cabra y puede acabar en el manicomio.
El 12 de diciembre, ante una petición de dinero por parte de
Rimbaud, Verlaine le escribe la última carta:
Querido amigo:
No te he escrito, dejando sin cumplir la promesa que (si la
memoria no me falla) te hice, porque esperaba, lo confieso,
alguna carta tuya que me complaciese. A falta de carta, falta
de respuesta. Hoy rompo este largo silencio para confirmarte
lo que te escribía hace unos meses.
Sigo siendo el mismo de siempre. Estrictamente religioso,
porque es lo único inteligente y bueno que se puede ser. Todo
lo demás es engaño, maldad y estupidez. La Iglesia ha hecho
la civilización moderna, la ciencia, la literatura. La Iglesia ha
hecho, en concreto, a Francia, y si Francia se está muriendo,
es por haber roto con ella. Está bastante claro que es así. La
Iglesia hace también a los hombres. Los crea: me sorprende
que no veas eso; me impresiona. En dieciocho meses he tenido tiempo para pensarlo, y te aseguro que me afierro a ello
como única tabla de salvación.
Y los siete meses que he pasado entre protestantes me han
servido para reafirmarme en mi catolicismo, en mi legitimismo, en mi resignada valentía.
41
Resignada, por una excelente razón: porque me noto y me
veo castigado, humillado con toda justicia; y cuanto más severa es la lección, mayor es la gracia que recibimos y la obligación en que estamos de corresponder a ella.
Es imposible que tu testimonio cuente en lo que se refiere
a qué puede haber de postura fingida o de pretexto en mi actitud. En cuanto a esto que me escribías — ya no recuerdo
exactamente en qué términos, «modificaciones del mismo individuo sensible»—, «rubish», «potorada»23, tomadura de
pelo y puro fárrago dignos de Pelletan y de otros subVacquerie.
El mismo, por tanto. El mismo afecto (modificado) por ti.
Me gustaría tanto verme con la cabeza clara y presente. Me
da tanta pena verte por caminos idiotas, a ti que eres tan inteligente y estás tan a punto (por mucho que ello te sorprenda). Valga como prueba de lo que digo tu propio disgusto
por todo y contra todos, tu sempiterna cólera contra algo —
que, en el fondo, es justa, pero que no conoce su propio porqué.
En cuanto al dinero, no puedes, en serio, dejar de reconocerme que soy la generosidad hecha carne: es una de mis raras virtudes —o uno de mis numerosos defectos, como más te
guste. Pero dada, primero, mi necesidad de reparar, aunque
sea un poco, a fuerza de pequeños ahorros, las brechas enormes abiertas en mi menudo haber por nuestra vida absurda y
vergonzosa de hace tres años, y dada también la idea de mi
hijo, y, por último, mis nuevas y firmes convicciones, debes
comprender a las mil maravillas que no me es posible mantenerte. ¿A dónde iría a parar mi dinero? Te lo gastarías en
mujeres y en vino. ¿Lecciones de piano? ¡Anda allá! ¿Me vas
a contar que tu madre no te las paga?
De las cartas que me escribiste en abril se desprenden,
con excesiva claridad, unos designios tuyos tan viles, que no
me puedo arriesgar a darte mi dirección (aunque, en el fondo,
23
‘Rubbish’, en inglés, y en el sentido en que lo usa aquí Verlaine, es
‘necedad’, ‘desatino’. ‘Potorada’ suena a castellano, pero no conozco la
palabra, ni está registrada en ningún diccionario por mí consultable.
42
todo lo que hagas por perjudicarme será ridículo y estará
condenado de antemano a la impotencia, aparte de que, te lo
advierto, recibirá contestación por la vía legal, con pruebas
en la mano). Pero voy a apartar de mi mente esta odiosa
hipótesis. Se trata, estoy seguro, de uno de tus «caprichos»
volanderos, de algún desgraciado accidente cerebral que ya
se habrá disipado con un instante de reflexión. De todas formas, la prudencia es la madre de la seguridad, de modo que
no tendrás mi dirección hasta que no esté seguro de ti.
Por eso he pedido a Delahaye que no te dé mi dirección y
le dejo encargado que, si no le molesta, me haga llegar todas
tus cartas.
Adelante, ten buen impulso, un poco de corazón. Qué diablo: un poco de consideración y de afecto por alguien que
siempre será — y tú lo sabes— cordialmente tuyo.
Con esta pedestre y encogida carta —que contesta a otras, seguramente ruines, de Arthur Rimbaud— termina el estallido tremendo y combinado de dos corazones poéticos. Haya su dios
perdonado a Verlaine tanta poquedad, aunque sólo sea por las
numerosísimas indulgencias que ganó antes, durante su sañuda
temporada en el infierno rimbaldiano.
El 18 de diciembre, tras mucho padecer y muy larga agonía,
muere Vitalie Rimbaud. Arthur queda tan afectado por la desaparición de su hermana, que lo ataca una recia sucesión de dolores
de cabeza. Convencido de que el mal se origina en su larga cabellera, se hace rapar al cero. Delahaye, para alegrarle las pajarillas
a Verlaine, le envía un retrato de Rimbaud con el cráneo apepinado y un cigarrillo humeante en los labios. Su fama de chiflado,
en Charleville, debía de ser de las de aplauso callejero.
43
1876
Supera el invierno a base de lecciones de piano y —dicen algunos— de estudiar idiomas (el ruso, el griego y el árabe). En abril
decide partir hacia el este, con Viena como primera etapa. No
conocemos sus intenciones finales.
Que, sean cuales hayan sido, fracasaron: llevaba pocos días en
la música ciudad cuando un cochero le robó el abrigo, el dinero y
la documentación. En lugar de dar parte a la policía, prefirió quedarse merodeando por las calles, con la esperanza de cazar al ladrón. Fue él el cazado: la policía lo detuvo por vagabundeo, y el
juez dispuso que lo sacaran a la frontera bávara.
Desde allí volvió a pie hasta las Ardenas, comiendo del camino y durmiendo donde se lo permitían. Apenas repuesto de la
fatiga viajera, se dispara a una nueva aventura, más demencial,
ella sola, que todas las anteriores juntas y sumadas. Sabedor de
que el gobierno holandés está reclutando hombres para reprimir
una sublevación en Java, se alista en la Legión Extranjera de los
Países Bajos. Y ahí lo tenemos, a bordo del Prins van Orange,
navegando hacia los mares del sur con la prima de enganche en
el morral (200 florines, que no eran mal dinero).
El barco llega a Java, para fondear en Batavia, el 19 de julio;
y la unidad a que Rimbaud ha sido adscrito acuartela en Salitaga.
Pero el bisoño legionario desaparece en seguida: se le declara
desertor en comunicación oficial de 15 de agosto. (¿Lo tenía pen-
44
sado de antemano o fue que no puedo resistir el régimen militar?
No hay datos en que basarse para contestar a esta pregunta, pero
es muy probable que, una vez más, la pre idea romántica de
Rimbaud no coincidiera con la realidad: le pasó tantas veces en la
vida…)
Logra, de algún modo, alcanzar Samarang (actual atolón de
Palmira, 1.000 millas al suroeste de Honolulu, entonces bajo soberanía del reino de Hawai). Allí se embarca con la marinería del
velero escocés Wandering Chief, a bordo del cual, perlongado el
cabo de Buena Esperanza y toda la costa oeste de África, llega a
Irlanda y, en seguida, se traslada a Liverpool. De allí a las Ardenas, por enésima vez, no hay más que un paso.
Estamos en el mes de diciembre.
Retrato de Rimbaud por su hermana Isabelle.
1877
El 28 de febrero de 1877 Delahaye escribe a Ernest Millot:
Te he hecho esperar un poco, y hasta me avergüenza que me
hayan llamado la atención, pero, para compensarte por ello,
te traigo una gran noticia:
45
¡Ha vuelto…!
De un viajecillo, nada del otro mundo. Estas son las
estaciones: Bruselas, Rótterdam, Helder, Southampton, Gibraltar, Nápoles, Suez, Aden, Sumatra, Java (dos meses de
estancia), el Cabo, Santa Helena, Ascensión, las Azores,
Queenstown, Cork (Irlanda), Liverpool, El Havre, París y,
como siempre, para terminar, Charlestown.
[…] Llevaba —qué cosa tan deprimente— en Charlestown
desde el 9 de diciembre: no digas nada a este respecto 24. Además, la cosa no ha terminado, y parece que vamos a ver otras
muchas (aventuras). Es todo, por el (momento). El boceto
ilustrativo que adjunto me ahorra mayores comentarios 25.
Con esta carta se ve que hasta el fidelísimo Delahaye empezaba a
tomárselo a chirigota: Rimbaud está en lo más hondo del desprestigio.
Según costumbre que va estableciéndose, Arthur espera a que
pasen los fríos antes de volver a moverse. En mayo aparece en
Bremen, sin un céntimo. Hay una divertida carta de 14 de ese
mes en que se dirige, en inglés, al cónsul de Estados Unidos. No
lucho contra la tentación de reproducirla:
El abajo firmante, Arthur Rimbaud, nacido en Charleville
(Francia), de 23 años de edad 26, 5 pies y seis pulgadas de estatura 27, de buena salud, antiguo profesor de ciencias y len24
Parece ser que Rimbaud estuvo oculto de su familia durante varios días,
porque, según Isabelle —su hermana—, la llegada se produjo el 31 de
diciembre. Por eso pide discreción Delahaye.
25
En el dibujo, que no he podido reproducir, se ve a Delahaye y Rimbaud
sentados en un café, ante dos copazos enormes. Rimbaud lleva chistera y,
como siempre, Delahaye le pinta unas piernas larguísimas. (Lo cual no
concuerda bien con su estatura, que, como en seguida veremos, era mediana
para la época.) Hay un diálogo: «¿Cuándo te vuelves a marchar?», pregunta
Delahaye. «Lo antes posible», contesta Rimbaud.
26
Le faltaban cinco meses para cumplirlos, pero quizá contara a la japonesa.
27
Son, aproximadamente, un metro y 68 centímetros. Si Rimbaud no se
equivoca en el cálculo de la equivalencia en pies y pulgadas, su estatura está
lejos de ser impresionante, incluso para la época en que vive. En uno de sus
pasaportes puede leerse «estatura media»… En las fotos que de él tenemos
no hay objetos que sirvan de referencia, pero la impresión que producen no
46
guas, reciente desertor del 47 regimiento del ejército francés,
actualmente en Bremen y sin recursos, porque el cónsul francés se niega a ayudarle,
querría saber en qué condiciones podría suscribir un
inmediato enrolamiento en la marina norteamericana.
Habla y escribe inglés, alemán, francés, italiano y español.
Ha estado cuatro meses como marinero en un velero escocés, desde Java a Queenstown (Irlanda), de agosto a diciembre del 76.
Mucho agradecería que me honrasen con una respuesta.
La firma dice John Arthur Rimbaud.
Nadie negará que este breve escrito pinta a las claras la extraña personalidad de Arthur Rimbaud, cuyo componente principal, a mi entender, es la típica ingenuidad maliciosa (o maldad
ingenua) de los temperamentos que podríamos llamar quasi autistas… Puestos a engañar, ¿qué mérito cree Rimbaud que va a
ver el cónsul norteamericano en la deserción del ejército francés?
(Obsérvese, además, que no ha desertado de cualquier guerrilla,
sino, concretamente, del antiguo regimiento de su padre. ¿Qué
significa esto? Vanas son todas las lucubraciones, porque Rimbaud nunca se refiere directamente a la figura de su progenitor.
De hecho, la propia palabra ‘padre’ escasea en sus textos).
Tampoco podemos creernos que dominara tantas lenguas
como dice. Para empezar, la redacción inglesa de la carta no es
brillante. Y habrá que preguntarse dónde y cuándo diablos
aprendió el español y el italiano nuestro joven políglota.
De todas formas, por alguna razón que no conocemos, el intento de pasarse a los Estados Unidos queda en nada; por junio
está en Estocolmo, adonde, según algunos, llegó desde Hamburgo con el circo Loisset (no: ni siquiera los superrealistas tuvieron la marchosa idea de vestirlo de payaso; se supone que trabajó como empleado administrativo). Esta aventura no está admitida por la cátedra más impuesta, hoy en día, aunque hay quien
es, ciertamente, de elevada estatura. No obstante, también es cierto que Paul
Verlaine lo describe así: «Era un hombre alto, bien cons tituido, casi atlético,
con un rostro perfectamente oval, de ángel en el exilio, con el pelo castaño
claro, despeinado, y con los ojos de un azul pálido inquie tante.»
47
la sigue repitiendo con incansable fe: se ve que un poeta en un
circo es visión que les complace.
Tras un recorrido agosteño por los países nórdicos (estuvo, sin
duda, en Copenhague y, con bastante certeza, tuvo andanzas por
Noruega), se le pierde el rastro. Es una temporada corta durante
la cual quizá estuviera embarcado, porque donde reaparece es en
Marsella. Desde allí —desde una ciudad que, dentro de algunos
años, será demasiado importante en su biografía—, se alarga
hasta Civitavecchia y Roma. Luego, Charleville/Charlestown, a
recogerse para la invernada.
De los meses que siguen no hay noticia.
1878
En este año, la primera constancia cierta de su presencia en alguna parte nos lo sitúa en París, por pascua florida. Luego, también esta probado que pasó el verano en la finca familiar de Roche, ayudando en las faenas de la cosecha. De esta época es un
retrato suyo dibujado por Isabelle, la hermana pequeña, en que
nos asombra un joven tranquilo y correctamente trajeado, con
aspecto de buen partido provinciano. Pero qué ojos tan ordenados
tenía Isabelle, y qué poco nos podemos fiar de su testimonio. Ya
volveremos sobre el asunto.
Esta vez se marcha en pleno otoño, el 20 de octubre (día de su
cumpleaños). Pasa por comarcas que —mejor o peor— ya conocía de correteos anteriores: los Vosgos, Suiza, Lugano, Milán,
Génova. En esta última ciudad embarca con destino a Alejandría,
pero antes, el 17 de noviembre, escribe a los suyos:
Llego esta mañana a Génova y recibo vuestras cartas. Un pasaje a Egipto se paga en oro, de manera que no hay ningún
beneficio 28. Salgo el lunes 19, a las nueve de la noche. Llegamos a fin de mes.
En cuanto al modo en que he llegado hasta aquí, ha sido
accidentado y refrescado de vez en cuando por la tempora28
Debe de querer decir que no le sobra ningún dinero.
48
da 29. Por la línea recta de las Ardenas a Suiza, deseando tomar, a partir de Remiremont, el empalme alemán de
Weserling, tuve que pasar por los Vosgos; primero en diligencia, luego a pie, porque las diligencias no podían seguir
con cincuenta centímetros de nieve, por término medio, y una
tormenta señalada. Pero la hazaña prevista era el paso del
Gotardo, que en esta época del año ya no se pasa en coche, y
que no pude pasar en coche.
En Altdorf, en el extremo meridional del lago de los Cuatro Cantones, que se costea en vapor, comienza el camino del
Gotardo. En Amsteg, a unos quince kilómetros de Altdorf, el
camino empieza a elevarse y girar de conformidad con su carácter alpino. Ya no hay valles: lo único que hace uno es dominar precipicios, por encima de los mojones decamétricos
del camino. Antes de llegar a Andermatt se pasa por un sitio
de notable horror, llamado el Puente del Diablo, —menos
hermoso, sin embargo, que la Vía Mala del Splügen, que tenéis en un grabado. En Göschenen, pueblo convertido en
burgo por la afluencia de obreros, se ve al fondo de la garganta la boca del cacareado túnel, los talleres y la cantina de
la empresa. Por otro lado, toda esta comarca de tan feroz aspecto está muy trabajada y es trabajadora. No se ven trilladoras de vapor en la garganta, pero por todas partes se oyen
sierras y picos en la altura invisible. Ni que decir tiene que la
industria del país se muestra sobre todo en trozos de madera.
Hay muchas prospecciones mineras. Los hosteleros venden
especimenes minerales más o menos curiosos, que el diablo,
dicen, viene a comprar en lo alto de las colinas para revenderlos en la ciudad.
Luego empieza la auténtica subida, en Hospital, creo: primero casi una escalada, por unos peldaños que hay, luego
mesetas o, sencillamente, el camino de carruajes. Porque es
necesario comprender que éste no se puede seguir todo el
tiempo, porque tiene un trazado en zigzag o con terrazas suaves, que alargaría hasta el infinito la duración de la subida,
29
La redacción es bastante descuidada, pero no he considerado pertinente
introducir refinamientos.
49
cuando a pico no hay más de 4.900 metros de altura, por
cada cara, e incluso menos de 4.900, dada la altura a que
están los alrededores. Tampoco se sube a pico, sino siguiendo
las líneas de subida habituales, si no abiertas. Los que no están acostumbrados al espectáculo de las montañas se enteran
así de que una montaña puede tener picos, pero que un pico
no es la montaña. La cima del Gotardo tiene, pues, varios kilómetros de superficie.
El camino, que apenas si llega a los seis metros de ancho,
está lleno en todo su flanco derecho por una avenida de nieve
de cerca de dos metros de alto que hay que romper bajo una
atroz lluvia de fragmentos de hielo. He aquí que de pronto no
se ve sombra alguna, ni encima, ni debajo, ni a los lados,
aunque nos rodeen objetos enormes; ni camino, ni precipicios, ni garganta, ni cielo: nada más que blanco en que pensar, que tocar, que ver o que no ver, pues imposible levantar
los ojos del fastidio blanco que toma uno por centro del sendero. Imposible levantar la nariz contra un viento de aúpa,
con las pestañas y el bigote llenos de estalactitas, con las
orejas desgarradas, con el cuello hinchado. Sin la sombra
que es uno mismo y sin los postes de telégrafo, estaría uno en
más apuros que un gorrión en un horno.
Ahora hay que abrirse paso por más de un metro de altura, a lo largo de un kilómetro. No se ve uno las rodillas
desde hace un buen rato. Jadeantes, porque en media hora la
tormenta puede cubrirnos sin excesivo esfuerzo, nos damos
ánimos a base de gritos (nunca se sube solo, sino en grupos).
Por fin llegamos a una caseta donde cobran el cuenco de
agua salada a 1,50. En marcha. Pero el viento se encoleriza,
y el camino se cubre a ojos vista. Llega un convoy de trineos,
un caballo caído medio sepultado. Pero el camino se pierde.
¿A qué lado de los postes está (sólo hay postes en uno de los
lados)? Nos desviamos, nos hundimos hasta las costillas,
hasta debajo de los brazos… Una sombra pálida tras una
zanja: es el hospital del Gotardo, establecimiento civil y hospitalario, fea construcción de pino y piedra; un campanil. A
50
la campanilla acude un joven bizco 30, que nos conduce a una
habitación baja y sucia, donde nos obsequian con pan y
queso, a discreción, más sopa y copa. Pueden verse los bonitos perrazos amarillos cuya historia todo el mundo conoce.
Pronto llegan medio muertos los retrasados de la montaña.
Por la noche somos unos treinta, y nos distribuyen, después
de la colación, por unas yacijas duras y sin mantas suficientes. Durante la noche se oye a los anfitriones exhalar en cánticos sagrados el placer que les produce haber seguido robando, un día más, a los gobiernos que subvencionan su
choza.
Por la mañana, después del queso-pan-copa, vigorizados
por la hospitalidad gratuita que puede prolongarse tanto
como la tormenta lo permita, salimos: esta mañana, al sol, la
montaña está maravillosa: sin viento, todo bajada, por los
peldaños, con saltos, con desniveles kilométricos que llevan
hasta Airolo, al otro lado del túnel, donde el camino recupera
su carácter alpino, circular y agargantado, pero en bajadas.
Es el Ticino31.
El camino está nevado hasta más de treinta kilómetros del
Gotardo. A treinta kilómetros solamente, en Giornico, el valle 32. Unas pocas viñas y algunos fragmentos de prado que
abonan cuidadosamente con hojas y otros detritus de abeto
que han debido de ser utilizados como camastros. Por el camino desfilan cabras, bueyes y vacas grises, cerdos negros.
En Bellinzona hay importante mercado de estos animales. En
Lugano, a veinte leguas del Gotardo, se toma el tren y se va
desde el agradable lago de Lugano al agradable lago de
Como33. Después, trayecto conocido… 34
30
Rimbaud emplea aquí la palabra ‘louche’, que también puede significar
«de aspecto sospechoso».
31
La localidad suiza de Airolo está, en efecto, a orillas del río Ticino, en el
cantón de este último nombre.
32
Valle Leventina.
33
En este momento sale de Suiza para entrar en Italia.
34
Nadie pretende que el poeta tenga que escribir joyas literarias cada vez
que manda una carta a casa, pero la forma en que está redactado este texto
rebasa los límites razonables. Da la impresión de que algo grave sucede, de
51
En diciembre, quizá a
fines de la primera semana, vuelve a escribir a
casa, ya desde Alejandría. El tono es algo más
sosegado. El 16 de diciembre hay prueba de
su presencia en Chipre,
donde encuentra trabajo
como capataz de cantera
y permanece hasta el 27
de mayo. En ese momento, enfermo de tifoideas, regresa a Roche
para allí pasar el verano.
Ahora puede afirmarse, sin apenas riesgo de
error, que la vida de
Rimbaud está completa
y definitivamente desvinculada de la literatura. Lo que a continuación sucede no ha podido tener influencia en su
obra, escrita, toda ella,
con anterioridad. De
hecho, él mismo se lo
dijo a Delahaye (según
Delahaye), cuando éste le preguntó si todavía escribía poemas:
— Ya no me ocupo de tales cosas.
Y, añade su amigo, lo dijo con desdén, mientras le enseñaba
los certificados de buena conducta laboral que le habían extendido.
Puede darse —y vive Dios que se ha dado— una jauría de explicaciones a tan seca despedida. Los que escriben sobre Rimque Rimbaud, mientras aguardaba en Génova el barco para Alejandría,
estaba con los nervios hervidos.
52
baud son propensos a los arrebatos líricos, de modo que sus teorías suelen flotar en nubecillas románticas con plomos de drama.
Y drama hubo, qué duda cabe, porque nadie se desprende sin
grandes padecimientos de una vocación tan fuerte y tan cimentada. Su mala cabeza, su antipatía en el trato y el encarcelamiento
de Verlaine habían cerrado a Rimbaud toda posibilidad de venia
por parte de los chamanes de la cultura. Ni siquiera la rendición y
consiguiente ingreso en el rebaño la habrían valido: de haber
continuado en Francia, habría tenido que apostar al dudoso cero
de la posteridad. Pero Arthur era absolutamente moderno: quería
el éxito, la fama, el dinero, la admiración directa de los lectores 35. Ante la imposibilidad, por lo menos a plazo medio, de
cumplir con tales objetivos, decide que la mejor venganza estará
en la riqueza; es decir: se marcha al Mediterráneo oriental y a
África con idea de volver reencarnado en un próspero y filoso
hombre de negocios. No tiene sentido del sacrificio artístico —o
se ha quedado sin él (hablo, claro, del único sacrificio artístico
real: la aceptación de una vida material mediocre, que permita
seguir escribiendo).
Por otro lado, hay que suponer que también podía obsesionarlo la idea de conseguir una posición independiente. Lleva
desde que nació viviendo en brazos de alguien; ese alguien —
apagado el relámpago con Verlaine— era una madre que no toleraba ningún alejamiento de las reglas y que, además, tampoco
tenía gran cosa que regalar en lo económico. Para seguir con sus
estudios (idea que acarició en 1875, como demuestra una carta a
Delahaye de 14 de octubre de ese año) era demasiado tarde. De
modo que tenía que sortearse entre un empleíllo en Francia y la
magia del enriquecimiento rápido y duro in partibus infidelium.
Era menos luctuoso preferir lo segundo.
En todo caso, quede clarísimo en la mente del lector que la
biografía siguiente ya no habla de un hombre de letras, sino de un
emigrante llamado Arthur Rimbaud que quiso hacer fortuna por
tierras etíopes.
Al empezar el invierno vuelve a emprender viaje, con inten35
Entiéndase: sólo el triunfo puede justificar la existencia de un arte poético
que pretende cambiar la vida ahora mismo.
53
ción de prospectar la zona de Alejandría; pero, mal curado de su
dolencia, tiene que regresar desde Marsella a Roche.
1880
A fines de abril ha logrado plantarse de nuevo en Chipre. Su trabajo consiste en patronear un grupo de obreros que edifica, en
Troodos, junto al monte Olimbos, la nueva residencia veraniega
del gobernador británico. La casa, de factura rotundamente
«country», existe todavía (o existía no hace mucho). Luce su correspondiente placa conmemorativa:
ARTHUR RIMBAUD
POETA Y GENIO FRANCÉS
DE DESPRECIO DE SU
FAMA CONTRIBUYÓ
CON SUS PROPIAS MANOS
A LA CONSTRUCCIÓN
DE ESTA CASA
MDCCCLXXXV
La fecha está equivocada, pero eso, en la halda de un monte chipriota, no tiene demasiada importancia.
El 20 de julio, con pelea, presenta la dimisión: el salario le
parece indigno, e inaguantables las condiciones de trabajo.
Vuelve a Alejandría y luego ronda por Juddah 36, Sawakin 37, Mesewa 38 y Al-Hodaydah 39 en busca de trabajo. Cae enfermo otra
vez y queda completamente desamparado. Lo salva un tal Trébuchet, agente de la casa Morand-Fabre de Marsella.
El 7 de agosto desembarca en Aden 40 (colonia inglesa por
36
Puerto arábigo en la cintura del mar Rojo. Para los topónimos, me atengo
a las transcripciones que se usan en cada país de manera prácticamente
oficial. Aquí, los franceses escribirían Djedda… A estas alturas, todo intento
de transliteración fonética castellana me parece una añadido a la confusión.
37
Puerto sudanés del mar Rojo, unos tres grados más al sur que Juddah.
38
Puerto etíope del mar Rojo, unos tres grados más al sur que Sawakin.
39
Puerto yemení del mar Rojo, un grado al sur de Mesewa.
40
Aden es hoy capital de la República Democrática del Yemen.
54
obra de Lord Palmerston, desde 1841). Allí, gracias a la recomendación de Trébuchet, lo contrata la casa Mazeran, Viannay,
Bardey y Cía., por un salario ínfimo (que se explica —hasta
donde pueden explicarse los abusos— porque también la responsabilidad que le encomendaron era insignificante).
A finales de octubre, tras varios meses de ahorrativa penuria
en Aden («una roca espantosa, sin una sola brizna de hierba ni
una gota de buena agua»), Bardey le ofrece la perspectiva de ir a
Harar 41 como segundo del director de la sucursal que allí acaba
de abrir la compañía. El contrato se firma el 10 de noviembre y
es por 150 rupias mensuales, con alojamiento y comida gratis,
más un uno por ciento sobre beneficios. Rimbaud acepta sin vacilación y se desplaza de Aden a Zeila 42; desde allí recorre, con
una caravana, los 400 kilómetros de subida que lo separan de
Harar. Llega el 13 de diciembre y escribe a casa una carta moderadamente optimista.
Harar, ciudad santa mahometana, tenía entonces unos 35.000
habitantes, y apenas si había europeos que allí residieran. La rodeaba una alta muralla de color rojizo. La situación económica de
la zona era aceptable.
1881
Sigue en Harar. Hace una excursión, en busca de marfil, hasta
Awasa, en el espinazo lacustre de Etiopía, donde nunca había
estado antes ningún europeo.
Ya el 15 de febrero, en carta a su familia, empieza a quejarse
del lugar, del clima y del trabajo, que es «absurdo y embrutecedor»; habla de trasladarse a Panamá, donde están a punto de iniciarse los trabajos de apertura del canal.
Padece diversos achaques, de los que se queja como a chirri-
41
Harar —o Harer— está en el sudeste de Etiopía y es capital de la
provincia del mismo nombre (la más extensa del país).
42
Zeila está en Etiopía, frente a Aden. Era cabeza de ruta hacia Harar, desde
la costa.
55
dos, y que atribuye, por lo general, al clima 43.
El 2 de septiembre, quizá un par de días antes de pedir a sus
jefes que lo releven del cargo, escribe a su madre y a su hermana
Isabelle:
[…] Sigo muy a disgusto en esta región de África. El clima es
hosco y húmedo; el trabajo que hago es absurdo y embrutecedor, y las condiciones en que se vive son, aquí, generalmente absurdas. He tenido, por otra parte, ciertas discusiones
desagradables con la dirección y los demás, y estoy más o
menos decidido a cambiar de aires próximamente…
No tal: la compañía es objeto de una terapéutica reorganización,
y es uno de los hermanos Bardey quien se pone al frente de la
sucursal de Harar. Pero Rimbaud está obligado por contrato a
seguir prestando sus servicios hasta el 31 de octubre de 1883. Lo
nombran segundo de Alfred Bardey (el director general), con residencia en Aden.
1882
Ya en Aden, en enero, empieza a darle vueltas al proyecto de escribir una obra sobre Harar y el pueblo de los galas. Encarga una
máquina fotográfica a Lyón (para «intercalar en la obra algunas
vistas de estos extraños parajes») y pide a Delahaye —en carta
cuya transmisión ruega a su familia y que la viuda Rimbe no pasa
al antiguo amigo 44— que le compre en París el material siguiente: un teodolito de viaje (o, si resulta muy caro, un buen
sextante y una brújula de nivel), una colección de trescientas
muestras de minerales, un barómetro aneroide de bolsillo, una
cuerda de agrimensor, un estuche de matemáticas (regla, escuadra, cartabón, compás, etc.) y papel de dibujo. Solicita, también,
una serie de libros técnicos.
Su idea es trabajar para la Sociedad Geográfica Francesa y, de
paso, organizar una partida de cazadores de elefantes; pero, como
43
Como iremos viendo, el clima de Harar tanto se le antoja paradisíaco
como insufrible. Según el ánimo, y con qué otro clima lo compare.
44
Con quien seguramente no tenía ni quería tratos.
56
ya sabemos, tiene que seguir a las órdenes de sus patronos durante bastante tiempo todavía.
El 10 de mayo escribe a los suyos.
[…] En lo que a mí respecta, tranquilizaos, que mi situación
no tiene nada de extraordinario. Sigo empleado en la misma
casa y estoy apencando como un burro en un país que me
produce un horror invencible. Estoy juntando el cielo con la
tierra para tratar de salir de aquí y encontrar un empleo más
recreativo. Espero que esta existencia dé término antes de que
tenga tiempo de idiotizarme por completo.
Está, ciertamente, tan desesperado como de costumbre, pero su
tono es cada vez más dócil. El 16 de diciembre, cuando ya está
convencido de que no puede poner en pie ningún otro proyecto,
escribe en una de sus cartas a Roche 45 (que siguen un ritmo casi
rigurosamente mensual):
[…] Si salgo de Aden, será seguramente por cuenta de la
compañía. Nada de ello se decidirá antes de un mes o dos;
por el momento, no me dan indicaciones precisas. En cuanto
a volver a Francia 46, ¿qué iba yo a pintar allí en este momento? Es mucho mejor que trate de reunir algo por aquí;
luego, ya veré. Lo importante, y lo que me es más urgente, es
ser independiente en cualquier parte.
A falta de otra opción, acepta el ofrecimiento que le hace Alfred
Bardey de que regrese a Harar (para, de paso, quitárselo de encima, porque su rasposo mal humor está creando conflictos con
otros empleados).
1883
Mazeran, Viannay, Bardey y Cía. renueva por tres años el contrato de Rimbaud, sin esperar a la extinción del anterior (31 de
octubre de 1883, como antes dijimos). El 20 de marzo, todavía
45
Su madre y su hermana están instaladas en Roche casi permanentemente.
No se conservan las cartas de Madame Rimbaud (o Isabelle) a Arthur en
esta época. No obstante, a juzgar por las veces que él rebate la idea del retorno, parece que su familia lo instaba con frecuencia a que regresase a
Francia.
46
57
desde Aden, Arthur escribe 47:
Por la presente os anuncio que he renovado contrato con la
casa hasta el 31 de diciembre de 1885. Mis honorarios son
ahora de 160 rupias al mes y cierto porcentaje sobre beneficios, lo que asciende a 5.000 francos netos al año, además del
alojamiento y de todos los gastos, que siempre se me han sufragado gratuitamente.
Salgo pasado mañana hacia Zeila…
O se equivoca en «pasado mañana» o ha puesto mal la fecha de
la carta, porque cuando sale en realidad es al día siguiente, el 21
de marzo. Y en lugar de desembarcar en Zeila lo hace en Obock,
otra puerta de entrada a Etiopía48.
Al llegar a Harar descubre que la situación no es, ni con mucho, boyante. Carta de 6 de mayo:
[…] Creo que el establecimiento tendrá que cerrar pronto,
porque los beneficios no cubren los gastos. De todas maneras, está acordado que el día en que me despidan me darán
tres meses de salario en concepto de indemnización. A fines
de este año llevaré tres años enteros en esta casa.
Isabelle comete un error al no querer casarse si se presenta alguien serio e instruido49. La vida es así, y la soledad.
En lo que a mí respecta, lamento no estar casado y tener una
familia. Pero, por el momento, estoy condenado a errar,
atado a una empresa lejana, y voy perdiendo por días la afición al clima, al modo de vivir y hasta a la lengua de Europa.
Pero ¡ay! ¿de qué sirven tantas idas y venidas, tantas fatigas
y tantas aventuras en tierras de razas extrañas, todas estas
lenguas de que se llena uno la memoria, todas las penas sin
nombre, si nunca, pasados algunos años, podré descansar en
47
Para evitar repeticiones aburridas, entienda el lector, si no le indicamos
otra cosa, que las cartas citadas son todas a Madame Rimbaud y a Isabelle.
48
Obock es un puerto situado en la embocadura del golfo de Tadjoura, en lo
que ahora es Afars et Issas, y antes Somalia francesa. Zeila, en cambio,
quedaba en la Somalia británica; de ahí, quizá, que los comerciantes
franceses prefirieran Obock.
49
Isabelle tenía entonces 23 años. Se parecía mucho a su hermano —rasgo a
rasgo—, pero, en conjunto, no era atractiva.
58
algún sitio que más o menos me guste, y encontrar una familia, y tener por lo menos un hijo, a quien me pueda pasar el
resto de la vida educando según mi idea, adornándolo y armándolo con la instrucción más completa que entonces se pudiera conseguir, para verlo convertirse en ingeniero famoso,
en hombre poderoso y rico por el conocimiento? ¡Pero quién
sabe cuánto pueden durar mis días en estas montañas! Y bien
puedo desaparecer, en medio de estas gentes, sin que la noticia os llegue nunca.
Me habláis de novedades políticas. ¡Si supierais qué
indiferente me es todo eso! Llevo más de dos años sin tocar
un periódico. Todos estos debates me resultan incomprensibles ahora. Como los musulmanes, sé que lo que tiene que suceder sucede, y eso es todo.
Las únicas noticias que me interesan son las de casa, y
siempre me trae la dicha descansar sobre el cuadro de vuestro trabajo pastoril. ¡Lástima que tengáis tanto frío y esté
todo tan lúgubre durante el invierno! Pero ahora estáis en
primavera, y el clima que en este momento tenéis allí corresponde con el que yo tengo aquí, en Harar…
Ha recibido de Lyón un magnífico aparato fotográfico y se entretiene haciendo fotos pintorescas que él mismo revela (se queja
de que el agua del Harar es tan mala, que después del último lavado aún se le blanquean las copias). Su trabajo como fotógrafo
no tiene nada de artístico, aunque algunas de las fotos denotan un
académico de la composición y un perfilado entendimiento de la
función de la luz y la sombra en el blanco y negro. Pero las que
más nos deprimen son las que le hizo su ayudante Sotiro: es un
Rimbaud demacrado y viejo, sin un atisbo siquiera de la chispa
de antaño (y recordemos que todavía no ha cumplido los treinta).
El 25 de agosto cursa a la casa matriz un estudio sobre la
desastrosa situación en que se encuentra su zona.
El 10 de diciembre remite a Alfred Bardey (el único de sus
jefes con quien se entiende bien) un informe sobre sus viajes por
los territorios adyacentes a Harar. Bardey encuentra el trabajo tan
interesante, que lo transmite a la Sociedad Geográfica para publicación en su Boletín (donde, en efecto, aparece). Bardey era
59
miembro correspondiente de la Sociedad 50.
Lo curioso, ahora que Rimbaud se estrena como geógrafo, es
que Verlaine, mientras, está a punto de publicar Les poètes maudits, que pondrá por primera vez al alcance del gran público varios poemas de Arthur Rimbaud: «Les effarés», «Les voyelles»,
«Oraison du soir», «Le bateau ivre», etc.. El éxito (poético, claro:
no estamos hablando de manifestaciones multitudinarias) será
inmediato 51.
50
Según parece, el «trabajo de campo» para el estudio lo hizo, su mayor
parte, Sotiro. Rimbaud puso sus conocimientos y la redacción.
51
En http://www.imaginet.fr/rimbaud/pvPM.html encontrará el lector el
texto completo de la presentación que Verlaine hace de Rimbaud en Poètes
maudits.
60
1884
Mazeran, Viannay y Bardey
Lyón-Marsella-Aden
Estimado señor Rimbaud:
Los acontecimientos que nos han obligado a liquidar el
negocio nos ponen en la necesidad de privarnos de sus excelentes servicios.
Por la presente le rendimos homenaje por el trabajo, la inteligencia, la honradez y la entrega que siempre ha mostrado
usted en defensa de nuestros intereses en los distintos puestos
que ha ocupado en nuestra compañía, durante cuatro años, y
principalmente el de director de nuestra agencia en Harar.
Con nuestro agradecimiento, etc..
MAZERAN,VIANNAY Y BARDEY
[sello con la fecha]
Aden, 23 de abril de 1884
Así, pues, la compañía para la que trabajaba Rimbaud ha entrado
en quiebra (especialmente por culpa de su crisis en la metrópoli).
El fiel empleado recibe tres meses de sueldo, con la insinuación
de que si permanece en Aden el problema puede resolverse.
Rimbaud escribe desde Aden, el 5 de mayo:
[…] Aquí, ahora, no hay trabajo, porque todas las grandes
compañías suministradoras de Marsella se han derrumbado.
Por otra parte, para quien no está empleado, la vida aquí es
inasequible, y la existencia intolerablemente aburrida, sobre
todo cuando empieza el verano. ¡Y ya sabéis que el verano
aquí es el más caluroso del mundo entero!
No tengo ni idea de dónde podré hallarme dentro de un
mes. Tengo doce o trece mil francos conmigo, y como aquí no
se puede dar nada a guardar a nadie, tengo que llevar mi peculio encima y vigilarlo permanentemente. Y este dinero, que
podría suministrarme una pequeña renta que bastaría para
vivir sin empleo, lo único que me produce son continuas molestias.
¡Qué existencia tan desoladora llevo en estos climas absurdos y en condiciones insensatas! Con mis ahorros, tendría
61
garantizada una pequeña renta; podría descansar un poco,
tras largos años de sufrimientos; y no solamente no puedo
quedarme ni un solo día sin trabajo, sino que tampoco puedo
disfrutar de mis ganancias. El Tesoro, aquí, sólo acepta depósitos sin interés, y las casas comerciales no tienen solidez
ninguna.
[…] Es posible que los ingleses ocupen próximamente
Harar; puede que me vuelva. Allí se podría sacar adelante un
pequeño negocio. Podría comprar jardines y plantaciones y
tratar de vivir de ese modo. Porque los climas de Harar y
Abisinia son excelentes, mejores que los de Europa, cuyos inviernos rigurosos no padecen; y la vida es baratísima, la alimentación buena y el aire delicioso. Mientras que la permanencia en las costas del mar Rojo acaba con las personas más
robustas; y un año aquí hace envejecer más que cuatro en
cualquier otro sitio.
La vida aquí es, por consiguiente, una verdadera pesadilla. No vayáis a pensar que me lo estoy pasando bien. Lejos
de ello: incluso me ha parecido siempre que es imposible vivir
de manera más penosa que yo.
Si la actividad comercial se vuelve a poner en marcha aquí
a corto plazo, habrá que darse por contento: no me comeré
mis míseros fondos incurriendo en aventuras. En tal caso, me
quedaría tanto tiempo como fuera posible en este espantoso
agujero de Aden; porque las empresas personales son demasiado peligrosas en África, por otra parte.
Perdonadme que os detalle mis problemas. Pero me doy
cuenta de que voy a cumplir treinta años (¡la mitad de la
vida!) y me he fatigado muchísimo andando por el mundo, sin
resultado…
No van los ánimos de campanillas, por más que ahora, en la inhóspita Aden, Rimbaud piense que Harar es el país de la Cucaña.
Afortunadamente para los ahorrillos del renegado poeta, los
hermanos Bardey consiguen salvar la campaña y en junio llaman
a Rimbaud para que vuelva a trabajar con ellos. Se firma, en
efecto, un nuevo contrato (válido de 1 de julio a 31 de diciembre), y Arthur queda en Aden.
62
En lo que resta de año no se produce ningún acontecimiento
digno de mención. Las cartas de Rimbaud revelan que no está del
todo apabullado por la desdicha, pero que no soporta el clima de
Aden y que le encantaría marcharse. No obstante, insiste en su
miedo a las iniciativas individuales, en las que le parece que
puede perder todo lo que posee.
Era un buen empleado, pero, en contra de lo que la leyenda se
empeña en demostrar, muy poco aventurero.
Rimbaud en Harar
63
1885
El 10 de enero, los Bardey prorrogan el contrato de Rimbaud por
un año más. Su sueldo es de 150 rupias mensuales, más alojamiento y comida (es decir: cobra menos que al principio). Cinco
días más tarde, Rimbaud encarga a su familia que le envíe el
Dictionnaire du Commerce et de la Navigation de Quillaumin.
(A lo largo de los últimos años ha pedido muchos libros a Francia, pero siempre técnicos. No consta que pecase de lectura literaria después de su rigurosa metanoia.)
El 14 de abril escribe:
[…] Aquí los negocios se han puesto muy difíciles: vivo con
toda la pobreza que puedo, a ver si logro salir con algo
cuando me vaya. Todos los días estoy ocupado desde las 7
hasta las 5, sin fiesta alguna. ¿Cuándo acabará esta vida?
[…] En Aden, previendo la guerra, están rehaciendo todo
el sistema de fortificaciones. ¡Cómo me gustaría ver este sitio
convertido en polvo!
De nuevo, el 26 de mayo:
[…] Tengo aquí nuevo compromiso hasta finales de 1885. Es
muy posible que no lo termine, porque el comercio se ha
vuelto tan mezquino, que más valdría dejarlo. Mi capital asciende en este momento a 15.000 francos; en cualquier banco
de Bombay esta cantidad daría, al 6 por ciento, una renta de
900 francos, que me bastaría para vivir en espera de un buen
empleo. Ya veremos a fin de año.
Durante el verano se relaciona con un comerciante francés, de
nombre Pierre Labatut, que le propone una operación de tráfico
de armas en la zona de Shewa 52, al servicio del rey Menelik.
Rimbaud, a pesar de su actitud timorata ante los riesgos, decide
intentarlo, y empieza a tajar sus ataduras en Aden. En septiembre
despide a la mujer con quien vivía (en carta a Franzoj dice estar
harto de ella 53).
52
Es la provincia central de Etiopía, donde se halla Addis Abeba. La capital
era entonces Ankober.
53
Sobre las mujeres en la vida africana de Rimbaud hay toda clase de
chismes y opiniones. Alguien afirma que se mantenía en estado de perfecta
castidad; pero esta opinión se contradice con el único dato existente: el
64
El 5 de octubre firma un convenio con Labatut (que se
compromete a correr con todos sus gastos y a pagarle 5.000 dólares María Teresa en el plazo de un año), y el 14 se despide de los
Bardey. El certificado que éstos le dan es, de nuevo, muy positivo, aunque parece que hubo enfrentamiento.
Días más tarde la llega una carta de la viuda Rimbaud, con
todo el peso de su carácter:
Arthur, hijo mío:
Tu silencio es largo, y ¿por qué este silencio? Felices quienes
no tienen hijos, o felices quienes no los aman: les es indiferente lo que pueda ocurrirles. No debería, tal vez, inquietarme: el año pasado, por la misma época, estuviste seis
meses sin escribirnos y sin contestar a ninguna de nuestras
cartas, por acuciantes que fueran; pero esta vez ya va a hacer
ocho meses que llevamos sin noticias tuyas. Es inútil hablarte
de nosotros, ya que tan poco te interesa lo que nos concierne.
No obstante, es imposible que nos hayas olvidado de esa
manera. ¿Qué te ha pasado, pues? ¿No tienes ya libertad de
acción? ¿O estás tan enfermo que no puedes sujetar la
pluma? ¿O ya no estás en Aden? A lo mejor andas por el
Imperio Chino. La verdad es que pierde uno el juicio a fuerza
de buscarte; y me reafirmo en lo dicho: ¡felices, muy felices,
quienes no tienen hijos, o no los aman! Ellos, al menos, no
tienen que asustarse de las decepciones, puesto que su
corazón está cerrado a todo lo que los rodea. ¿Para qué
seguir? ¿Quién sabe si leerás esta carta? Quizá no te llegue
nunca, porque no sé ni dónde estás ni qué haces.
testimonio de una francesa que trabajaba también para los Bardey y que
solía pasar las tardes de los domingos en casa de Rimbaud. Según ella, con
Arthur vivía una mujer alta, delgada y guapa, de tez clara, que vestía a la
europea y que hablaba muy mal el francés, aunque era de religión católica.
No consta que fuera la misma persona de que Rimbaud habla en su carta al
periodista italiano Franzoj, porque la testigo afirma que Arthur la trataba
bien y que incluso tenía intención de casarse con ella… También se dice que
tuvo varios hijos con una mujer indígena. Pero lo cierto es que no se puede
atribuir absoluta veracidad a ninguna declaración, porque los testigos fueron
localizados años después de la muerte de Rimbaud, ya con la leyenda en
marcha.
65
Arthur contesta el 22 de octubre, sin disculparse; en esta carta
anuncia que ha roto el contrato con los Bardey, «esos innobles
patanes que pretendían embrutecerme».
Su nuevo socio, Pierre Labatut, llevaba quince años instalado
en Shewa, bajo la protección del rey Menelik. Estaba casado con
una etíope y vivía «a la africana», con esclavos, camellos y asnos. El negocio de Rimbaud y Labatut consistiría en llevar a Menelik determinada cantidad de armamento comprado en Lieja. Si
todo salía bien, la ganancia para Rimbaud sería de 30.000 francos 54.
El bisoño traficante se dispone, pues, a enriquecerse por la vía
rápida. De inmediato prepara el traslado a Tadjoura. Mientras
tanto, como ya no puede residir en casa de los Bardey, se instala
en el Gran Hotel del Universo.
El 3 de diciembre escribe desde Tadjoura 55. Está juntando su
caravana y cuenta con moverla a principios de enero.
54
Menelik II (1844-1913) es el artífice de la moderna Etiopía. Por
nacimiento, fue rey —o negus— de la zona de Shewa, pero desde muy
pronto se consideró con derecho al imperio etíope. Esta aspiración lo
condujo a constantes enfrentamientos con los emperadores Tewodros II y, a
la muerte de éste, Juan IV. Ante la imposibilidad de batir a este último, se
dedicó a fortalecer y agrandar su zona de influencia, ocupando Harar, Gima,
Kaffa, Arusi y otros varios reinos. Estuvo en guerra casi perma nente. Al
final, muerto Juan IV en 1889, logró proclamarse emperador… Menelik II
es, claro está, el famoso negus que infligió una tremenda derrota a los
italianos en 1896.
55
Desde la costa, el camino más corto para llegar a las zonas de conflicto
atravesaba la Somalia francesa, a partir de Tadjoura, punto de
avituallamiento y munición de las caravanas.
66
Arthur Rimbaud en Abisinia
1886
La expedición se retrasa mucho más de lo que Rimbaud habría
podido calcular en sus momentos de más oscuro pesimismo (que,
como venimos viendo, no eran pocos). Las autoridades europeas
no contemplaban con cariño la idea de que los «indígenas» se
armasen. El gobierno británico reclamaba del francés que no
concediera ni una sola autorización más para el transporte de armas. Los meses van quemándose sin que las diversas gestiones
de Labatut, Rimbaud y un tal Suet (que ha puesto dinero en el
futuro negocio y que es dueño del Gran Hotel del Universo) rindan en nada. Rimbaud pasa unos días en Aden, quizá por cuestiones de papeleo.
Durante el verano, con el proyecto inmóvil, a Labatut se le
declara un cáncer. Dada la situación, toma la sabia voluntad de
regresar a Francia. Rimbaud busca entonces el apoyo de Paul
Soleillet, otro comerciante francés, que tenía fama de ser quien
mejor conocía las cosas de esa parte de África. La colaboración
dura muy poco: a principios de septiembre, Soleillet muere de
congestión mientras caminaba por una calle de Aden.
Sin entrar en detalles, Rimbaud describe esta situación en
carta de 15 de septiembre:
67
[…] Cuento definitivamente con salir hacia Shewa a finales
de septiembre 56.
Me he retrasado mucho aquí porque mi socio cayó enfermo y regresó a Francia, desde donde me escriben que está
a punto de morir 57.
Tengo poderes para todas estas mercancías, de modo que
estoy obligado a partir de todas maneras; y partiré solo, porque Soleillet (la caravana a que tenía previsto unirme) también ha muerto.
Mi viaje va a durar un año por lo menos.
La resolución es vigorosa. Rimbaud, seguramente, considera que
esta oportunidad es la mejor que se le ha presentado en la vida y,
a pesar de las terribles dificultades de la empresa, sigue de frente.
A principios de octubre sale de Tadjoura, con destino a Ankober
(capital de Shewa), al frente de una caravana compuesta por un
intérprete y 34 camelleros, con 30 camellos. Llevan 2.000 fusiles
reformados y 750.000 cartuchos.
56
Aclaremos, para quien vaya a consultar el texto original de la carta, que la
transliteración francesa de Shewa es Choa.
57
En efecto, Labatut falleció poco después de su regreso a Francia.
68
Rimbaud en Abisinia
1887
Tras un terrorífico viaje por el desierto 58, Rimbaud llega a Ankober el 6 de febrero, y allí choca con la descorazonadora sorpresa
de que su cliente, Menelik, está en Entoto 59, a 120 kilómetros.
Había estallado una guerra entre el negus de Shewa y el emir de
Harar: Menelik se había impuesto rápidamente, ocupando Harar
para luego sentar sus reales en Entoto. Rimbaud, tras rebasar —
perdiendo— ciertas trabas judiciales que le ponen los herederos
58
En línea recta, son más de 400 kilómetros.
Entoto es ahora un mínimo pueblecillo, pero en aquel momento era la
capital de Etiopía, antes de que, a instancias de su mujer, Menelik II fundara
Dais Abeba (al pie de la inhóspita altiplanicie en que se halla Entoto).
59
69
etíopes de Labatut (véase más adelante), va al encuentro de Menelik con todo su cargamento. Una vez en Entoto, tiene que rendirse a la evidencia de que su situación es muy mala: Menelik ya
ha ganado buena parte de sus guerras y, además, acaba de comprar a otro europeo una partida de fusiles Remington mejorados
que son mucho más modernos que los que le trae Rimbaud. En
principio, el rey se niega a pagar nada; luego fija un precio irrisorio por las armas y, encima, descuenta del pago las cantidades
que según él Labatut le adeudaba.
Pero es mejor que nos lo cuente el propio Rimbaud (carta al
cónsul francés en Aden, 30 de julio de 1887):
[…] En Shewa, la negociación de esta caravana se hizo de
manera desastrosa: Menelik se apoderó de todas las mercancías y me forzó a vendérselas a precio reducido, prohibiéndome la venta al por menor y amenazando con devolverlas a
la costa a mi cargo. Me dio, en conjunto, 14.000 táleros por
toda la caravana, descontando de ese total una suma de 2.500
táleros para el pago de la segunda mitad del alquiler de los
camellos y otros gastos de la caravana saldados por el Azzaz,
y otra suma de 3.000 táleros, saldo a su favor de la cuenta
que con él tenía Labatut, según me dijo, aunque todo el
mundo me aseguró que era más bien el rey quien debía dinero
a Labatut.
Acosado por la banda de los pretendidos acreedores de
Labatut, a quienes el rey daba siempre la razón, en tanto que
yo no podía recuperar nada de sus deudores, atormentado
por su familia Abisinia 60, que reclamaba encarnizadamente la
sucesión, sin reconocer mis poderes legales, temí que no tardaría en verme despojado de todo, de manera que tomé la resolución de abandonar Shewa y pude obtener del rey un bono
contra el gobernador de Harar, para el pago de unos 9.000
táleros, que era todo lo que me quedaba, según las cuentas de
60
Recuérdese que Etiopía recibió el nombre de Abisinia durante muchos
años… En cuanto al problema con los familiares y descendientes de
Labatut, es muy simple: Rimbaud se presenta en Shewa con una caravana
que todos consideraban propiedad del difunto. Así, lo lógico era tratar de
cobrar las deudas (reales o inventadas) o de quedarse con todo.
70
Menelik, al precio irrisorio que me había pagado y su robo de
3.000 táleros.
El pago del bono de Menelik no se concluyó en Harar sin
gastos ni dificultades considerables, puesto que algunos de
los acreedores me habían venido persiguiendo hasta allí. En
suma, volví a Aden el 25 de julio de 1887 con 8.000 táleros en
letras y unos 600 al contado.
[…] El balance es un sobro de alrededor de 2.500 táleros.
Como Labatut me debía, por obligaciones registradas en el
consulado, una suma de 5.800 táleros, salgo de la operación
con una pérdida del 60 por 100 de mi capital, sin contar los
veintiún meses de fatigas atroces gastadas en la liquidación
de este asunto.
En cuentas tristes, pues, concluye la aventura: aun admitiendo
(como, por otros datos, parece casi seguro) que el dañado exagera, es un perfecto desastre. Rimbaud ha cumplido su aventura
sin brillantez: tiene aguante y es valeroso, pero no lo confundamos —como hace el credo de su popularidad— con un duro de
película. En los atolladeros se desembaraza mal (pagando, que no
es brava hazaña), y, en el último término, su solución es la huida.
No era, ni mucho menos, el bandido colonial que algunos pintan,
sino un pequeño mercader con hambre de dinero y mucho espíritu de sacrificio. Lo que más deberíamos admirarle es la resistencia.
En su ansia por escapar de los tremendos calores de Aden, que
este verano alcanzan puntas asesinas, Rimbaud sale pocos días
más tarde de viaje hacia El Cairo. Se embarca en Obock y hace
escala en Mesewa, donde pretende cobrar 7.500 táleros sobre la
letra de Menelik. El cónsul francés lo encuentra sospechoso y
escribe a su colega de Aden una carta que nos dice mucho sobre
cómo andaba rimbaud en ese momento:
Consulado de Francia
Mesewa
Mesewa, 5 de agosto de 1887
Señor cónsul:
Un señor Rimbaud, que se dice comerciante de Harar y
Aden, llegó ayer a Mesewa a bordo del correo semanal de
Aden.
71
Este francés, que es alto, enjuto, con los ojos grises, bigote
casi rubio, aunque escaso, me fue traído por los carabineros.
El señor Rimbaud no tiene pasaporte y no ha podido probarme su identidad. Los documentos que me ha enseñado son
poderes extendidos ante usted por un señor Labatut, del cual
el interesado dice haber sido apoderado.
Le agradecería, señor cónsul, que tuviera a bien darme información sobre este individuo, cuyo aspecto es un tanto
equívoco.
Este señor Rimbaud lleva consigo una letra de 5.000 táleros a cinco días vista contra el señor Lucardi, y otra letras de
2.500 táleros contra un comerciante indio de Mesewa…
El incidente se resuelve sin problemas. Tan es así, que Rimbaud
sigue viaje a bordo del correo siguiente, para llegar a El Cairo el
20 de agosto con una carta de recomendación del cónsul francés
en Mesewa al marqués de Grimaldi-Régusse, que era abogado
del Tribunal de Apelación de El Cairo. Hay que suponer que el
cónsul de Aden dio muy buenos informes.
Los días 25 y 27 de agosto aparece en Le Bosphore Égyptien 61, periódico francés de El Cairo, una larga carta de Rimbaud.
Es un informe de su último viaje, con todo el énfasis en los aspectos políticos y económicos.
El 23 de agosto, desde El Cairo, escribe a su familia:
Mi viaje por Abisinia ha llegado a su fin.
Ya os expliqué de qué manera, muerto mi socio, tropecé
con grandes dificultades en Shewa, por asuntos relativos a su
sucesión. Me han hecho pagar sus deudas multiplicadas por
dos, y me ha costado un trabajo terrible salvar lo que había
puesto en el negocio. Si mi socio no hubiera muerto, yo
habría ganado unos 30.000 francos; me encuentro ahora, en
cambio, con los mismos quince mil que tenía, después de
haber sufrido terribles fatigas durante cerca de dos años. ¡No
tengo suerte!
Me he venido aquí porque los calores de este año, en el
mar Rojo, son espantosos: todo el tiempo entre los 50 y los 60
61
El director de Le Bosphore Égyptien era hermano de Jules Borelli, un
explorador francés con quien Rimbaud había trabado amistad en Harar.
72
grados; y, como me encontraba muy débil después de siete
años de fatigas que nadie podría imaginar y de las más abominables privaciones, pensé que dos o tres meses aquí me
ayudarían a recuperarme; pero ello equivale a más gastos,
porque aquí no encuentro nada que hacer y la vida es a la europea, y bastante cara.
Me atormenta estos días un reumatismo en los riñones que
me hace maldecir; tengo otro en el muslo izquierdo, que me
paraliza de vez en cuando, y un dolor articular en la rodilla
izquierda, más un reumatismo (ya antiguo) en el hombro derecho; tengo el pelo completamente gris. Me imagino que mi
existencia está declinando.
Figuraos como debe de sentirse uno después de hazañas
del género siguiente: travesías por mar y viajes por tierra a
caballo, en barca, sin vestido, sin víveres, sin agua, etc.
Estoy excesivamente cansado. Ahora no tengo empleo. Me
asusta perder lo poco que tengo. Figuraos que llevo continuamente al cinto dieciséis mil y pico francos de oro; pesa
unos ocho kilos y me provoca disentería. Sin embargo, no
puedo ir a Europa, por muchas razones; primero, porque me
moriría en invierno; luego, porque estoy demasiado acostumbrado a la vida errabunda y gratuita; por último, porque carezco de posición.
Es menester, pues, que pase el resto de mis días errando
con fatigas y prevenciones, sin más perspectiva que la de morirme de pena.
No me quedaré mucho aquí: no tengo empleo, y todo es
demasiado caro. No tendré más remedio que encaminarme
hacia Sudán, Abisinia o Arabia. Quizá vaya a Zanzíbar, desde
donde se pueden emprender largos viajes por África, o quizá
China o Japón. ¿Quién sabe…?
En esta misma época envía artículos a periódicos de la metrópoli
(Le Temps, Figaro, Courier des Ardennes), que no se dan por
aludidos. El 24 y 25 de agosto despacha a su madre dos cartas
muy acuciosas en que le ruega que le preste 500 francos, porque
él tiene el capital colocado y no puede tocarlo (se ve que el cinturón de oro ha podido con sus fuerzas). Luego, el 26 de agosto,
escribe a Alfred Bardey, su antiguo jefe, con evidente propósito
73
de reconciliación, y hasta con la sugerencia de que no tendría inconveniente alguno en volver a trabajar para la compañía. También intenta que la sociedad geográfica de París le subvenciones
una expedición, pero no lo consigue.
El 8 de octubre ya está en Aden, con proyecto —o, mejor,
idea— de emigrar a Zanzíbar. Se halla en un estado de revuelta
confusión. Resoba también el proyecto de vender al rey Menelik
sementales importados de Siria, para mejorar la raza de los borricos abisinios… Un tal Deschamps lo persigue con un pago pendiente que cuelga del viaje a Shewa. Rimbaud tiene que escribir
de nuevo al cónsul francés en Aden, dando detalles suplementarios sobre la expedición y aportando pruebas (no muy claras,
aunque creíbles) de que la deuda un cuestión se saldó en su momento.
A mediados de noviembre ya ha renunciado a Zanzíbar y, según las cartas, parece que empieza a soñar con otra aventura de
tráfico de armas. El 15 de diciembre se pone en contacto con un
tal Fagot, diputado por las Ardenas, para que lo recomiende a
Félix Faure, Ministro de Marina y de las Colonias.
1888
En enero llega la primera respuesta oficial —negativa, porque
había acuerdo entre Francia y Gran Bretaña para erradicar el tráfico de armas. Rimbaud no se desanima y, en colaboración con
otro comerciante francés, Savouré, pone en marcha el proyecto
de vender a Menelik 3.000 fusiles y 500.000 cartuchos.
Tras varias idas y venidas —entre las que no puede dejarse e
mencionar un viaje de 600 kilómetros a caballo en once días—,
Rimbaud se sitúa en la zona de Obock, donde ya está depositado
el armamento con destino a Harar.
En principio, los acontecimientos dan la razón a la terquedad
de Rimbaud y Savouré, porque el Ministerio de Marina y de las
Colonias autoriza, en escrito de 2 de mayo, el envío de las armas
a Shewa. Pero, trece días más tarde, una nueva comunicación
ministerial anula el permiso, como consecuencia de otro acuerdo
con Gran Bretaña. El asunto está perdido para siempre.
74
Pero lo más probable es que Rimbaud ya hubiera renunciado
antes, porque consta que el 3 de mayo está instalado en Harar,
con despacho comercial abierto. (También cabe pensar que Savouré y él encontrasen el modo de hacer llegar las armas a Menelik, porque sobre el asunto se corre un sospechoso y muy tupido velo.)
Esta vez se ha asociado con un comerciante lionés, César
Tian, sin que le falte tampoco el apoyo de Bardey. Su primera
carta a casa es, para una persona como Rimbaud, optimista (15
de mayo):
Me he instalado aquí para bastante tiempo.
Abro un despacho comercial francés, siguiendo el modelo
de la agencia que llevé hace tiempo, con, no obstante, algunas mejoras e innovaciones. Hago negocios bastante importantes, que me dejan algún beneficio.
[…] Me encuentro bien. Tengo mucho que hacer y estoy
solo. No paso calor y me alegro de poder descansar o, mejor,
refrescarme, después de tres veranos en la costa…
Se inicia ahora un periodo de calma. Harar ha pasado a formar
parte de Abisinia y, si no puede hablarse de paz absoluta, predomina al menos una tranquilidad que no estorba el desarrollo del
comercio. Las cosas, para Rimbaud, no van del todo mal. Véase
esta carta de 4 de agosto:
[…] Estamos ahora en la estación de las lluvias. El gobierno
es el gobierno abisinio del rey Menelik, es decir: un gobierno
negro-cristiano; pero, en resumidas cuentas, estamos en paz y
vivimos en relativa seguridad; los negocios tan pronto van
bien como van mal. Vive uno sin esperanza de hacerse millonario pronto. ¡En fin! Mi destino es vivir así en estos países.
Hay apenas veinte europeos en toda Abisinia, incluida esta
zona. Y ya veis por qué inmensos espacios andan desperdigados. Harar es, con todo, el lugar en que más hay; aproximadamente una docena. Yo soy el único de nacionalidad francesa. Hay también una misión católica con tres frailes dedicados a la educación de los negritos; uno de ellos en francés,
como yo.
Me aburro mucho, siempre; nunca he conocido a nadie
que se aburriera tanto como yo. Y, luego, ¿no es miserable
75
esta existencia sin familia, sin ocupación intelectual, perdido
entre negros cuya suerte querría uno mejorar, mientras ellos
no se dedican más que a sacarte todo lo que pueden y a hacer
que no haya manera de resolver ningún asunto a breve plazo?
Obligado a farfullar en sus jergas, a comer sus sucias comidas, a padecer mil fastidios originados en su pereza, su traición, su estupidez.
Y lo más triste no es eso, sino el temor a irse uno embruteciendo, por culpa del aislamiento y la lejanía de toda sociedad inteligente…
A pesar de la mejora de su posición, ya vemos que Rimbaud sigue sin estar contento. Como él mismo apuntaba en una carta a
su casa, es el Jeremías de la modernidad. Habrá que entender
que, de hecho, lo que ocurre es que lleva el fracaso pegado a los
músculos, y que su derrota se le hace mucho más obvia e insultante cuando entra en contacto con su familia. Ellos han conocido
al niño genial, saben cuáles eran sus posibilidades y cómo se avinagraron. No habría más redención que el éxito, el regreso triunfante a las Ardenas.
Los datos que de estos meses nos llegan son comerciales:
intercambios, proyectos, importaciones, ventas. Puede que en
septiembre la monótona vida de Rimbaud abejease un poco con
la visita de Jules Borelli, el explorador, que volvía de un viaje al
sur. Más tarde, en diciembre, Alfred Ilg, un ingeniero bigotudo a
quien había conocido en la corte de Menelik II, pasa también
unas semanas en Harar.
76
77
1889
Muerto el emperador Juan IV en guerra con Sudán, Menelik logra la ambición de toda su vida y se proclama emperador de
Etiopía. Rimbaud sigue rellenando haberes y deberes mientras
reza granos de café. Su correspondencia se centra en Savouré e
Ilg: negocios y trueque de noticias locales. En febrero tiene un
enfrentamiento con los nativos, porque, queriendo envenenar a
unos perros que le invadían el almacén, provoca la muerte de varios corderos. Sale del apuro con dificultad.
En diciembre, por carta, solicita de Ilg, para su servicio personal, «una mula muy buena y dos esclavos jóvenes». De ahí crece
la leyenda, sin raíz alguna, de que se dedicó al tráfico de esclavos. (Podrá parecernos mal, pero la posesión de esclavos era cosa
común entre los europeos y los africanos pudientes, en aquella
parte del mundo.)
El 20 de diciembre, tras una larga temporada de silencio, escribe a su madre y a su hermana:
Pidiendo disculpas por no escribiros más a menudo, os deseo, para 1890, un feliz año (tanto como cabe) y una buena
salud.
Sigo muy ocupado y me encuentro tan bien como puede
uno encontrarse cuando se aburre mucho, mucho…
1890
En Harar, sin novedades.
Mientras, en Francia, su fama medra. La Vogue ha publicado
Iluminaciones en 1886, y sus poemas van apareciendo en diversas revistas de pormenor literario. Se está convirtiendo en un
mito, hasta el punto de que ciertos poetas jóvenes y «decadentes», abusando de su ausencia, empiezan a publicar poemas propios con la firma de Arthur Rimbaud.
Una revista de Marsella, La France Moderne, logra lo calizarlo y le hace llegar, por mediación del cónsul francés en Aden,
la siguiente carta (17 de julio):
78
Muy señor mío y querido poeta:
He leído algunos de sus versos y ni qué decir tiene que me
sentiría feliz y orgulloso de ver al jefe de filas de la escuela
decadente y simbolista colaborar en La France Moderne, de
la cual soy director.
Sea, pues, de los nuestros.
Muchas gracias por anticipado, y simpatía admirativa
Laurent de Gavoty 62
No es difícil imaginar con qué sorpresa encajaría Rimbaud, en su
almacén de productos coloniales, semejante misiva. No contestó,
desde luego.
Fue por aquel entonces cuando pronunció una de las célebres
frases que le atribuye la tradición oral. Maurice Riès, apoderado
de César Tian, hizo una alusión a sus poemas de juventud; y
Rimbaud replicó:
— ¡Enjuagaduras! ¡No eran más que enjuagaduras!
No deja de ser curioso, sin embargo, que conservara la carta
de La France Moderne: apareció entre facturas y recibos de
aduana. Algo latía en alguna parte, quizá 63.
62
La France Moderne no se desanimó con el silencio de Rimbaud. El número de 19 de febrero a 4 de marzo de 1891 lleva la siguiente nota: «¡Esta
vez lo hemos atrapado! Sabemos dónde se halla Arthur Rimbaud, el verdadero Rimbaud, el Rimbaud de las Iluminaciones.
»No es ningún camelo decadente.
»Hacemos constar que conocemos la morada del famoso
desaparecido».
¡Qué tiernos eran los periodistas, en aquellas no tan remotas fechas.
Hoy, Rimbaud no se habría escapado sin su entrevista en alguna aventurera
publicación. Y, con un poco de mala suerte, hasta cabe que hubiese acabado
protagonizando spots publicitarios de café tropical. Él, por dinero…
De muy interesante lectura es también, a este respecto, la carta que
otro enormísimo poeta, Stéphane Mallarmé, escribe a un tal M. Harrison, de
Rodas, en abril de 1886. El lector puede consultarla en:
http://www.imaginet.fr/rimbaud/Cormal4-86.html
El texto está sin traducir y, además, es de Mallarmé (o sea: no para entenderlo con una lecturilla superficial).
63
Resulta casi imposible creer que Rimbaud ignorara por completo lo que,
literariamente, le estaba pasando en Francia. Que no le importara, o que prefiriera ignorarlo, es otra cuestión. Pero, aun en el supuesto de que la carta de
79
1891
El 20 de febrero escribe desde Harar:
[…] En estos momentos me encuentro mal. Tengo, por lo menos, en la pierna derecha, unas varices que me hacen padecer
mucho. ¡Eso es lo que saca uno de andar penando por estos
tristes países! Y las varices están complicadas con reumatismo… Hoy hace quince días que no pego ojo ni un minuto,
por culpa de los dolores de esta maldita pierna. Con gusto me
marcharía, porque creo que el calor de Aden me sentaría
bien, pero me deben mucho dinero, y no puedo marcharme,
porque lo perdería.
[…] Las varices no representan ningún peligro para la salud, pero prohíben todo ejercicio violento. Es un fastidio
enorme, porque las varices producen llagas, si no lleva uno la
media para varices; y aun así, porque las piernas nerviosas
no toleran bien la media, sobre todo por las noches. Encima,
tengo un dolor reumático en la condenada rodilla, que me
está torturando y que sólo me viene por las noches.
[…] La mala alimentación, la vivienda malsana, las
preocupaciones de toda clase, el aburrimiento, la rabia permanente entre estos negros que son tan bestias como canallas, todo ello actúa profundamente en la moral y en la salud,
en muy poco tiempo. Un año aquí vale por cinco en cualquier
otra parte. Aquí se envejece muy de prisa, como en todo Sudán…
Empezó con un fuerte martilleo doloroso en la rodilla derecha.
Luego, se le hincharon las venas de esa zona, y creyó que tenía
varices. Cojeaba al andar, y el dolor se le iba haciendo intolerable. En marzo ya no era capaz de sostenerse sobre las piernas,
pero siguió dirigiendo el negocio desde una cama que le pusieron
junto al patio. La hinchazón de la rodilla seguía creciendo y,
además, la pierna se le quedaba yerta.
La France Moderne constituyera una sorpresa total, ¿cómo imaginar que no
se le levantara la curiosidad al enterarse de que lo consideraban «jefe» de
una escuela «decadente y simbolista»? Es cierto que en ninguna de sus
cartas menciona el asunto, pero es que ¿a quién iba a mencionárselo?
80
A fines de marzo toma la resolución de desplazarse hasta
Aden, porque en Harar no había médico. Tampoco había a quién
confiar el negocio, luego se ve obligado a liquidarlo antes de
partir (con considerables pérdidas, porque, a pesar de todas sus
lamentaciones, había logrado avalorar considerablemente su inversión inicial).
Se puso en camino el 7 de abril. Lo llevaron en litera, apenas
techada, dieciséis porteadores.
Tardó doce terroríficos días de lluvia, tormentas y desolación
en llegar a Zeila (unos 300 kilómetros en línea recta). Luego se
trasladó a Aden en vapor, tendido sobre su propia colchoneta,
que colocaron en el puente (añadamos 150 millas, al menos dos
noches).
El médico inglés de Aden se percata a ojos vista de la situación y le aconseja que acuda a Francia cuanto antes. Rimbaud
acepta esta opinión y pide a César Tian que venga a verlo para
arreglar cuentas. El socio —casi jefe— le liquida 37.450 francos,
mediante un título al portador pagadero en París.
Hace el viaje a Francia, en pésimas condiciones, a bordo del
Amazone de las Messageries Maritimes. Llega a Marsella el 20
de mayo, demasiado roto para seguir adelante: lo ingresan en el
hospital de la Conception, donde el médico de guardia anota
«neoplasia del muslo derecho», en la ficha de alta 64.
Al día siguiente, 21 de mayo, escribe:
Tras sufrimientos horribles, ante la imposibilidad de que me
tratasen en Aden, tomé el barco de las Messageries para volver a Francia.
He llegado ayer, después de trece días de dolores. Hallándome demasiado débil, y habiendo cogido un frío, me he visto
obligado a ingresar aquí en el hospital de la Conception,
64
Es decir: se observa la existencia de células de nueva formación que pueden corresponder a un tumor canceroso. Sobre el origen de la enfermedad de
Rimbaud se han hecho muchas conjeturas, sobre todo a partir de una
afirmación de Alfred Bardey en el sentido de que padecía sífilis. Esto es
posible, desde luego, pero, como bien apunta Antoine Adam, no hay que
olvidar que su hermana Vitalie murió a los diecisiete años de «enfermedad
de la rodilla», y que ya en 1876 hay constancia de que Rimbaud padecía de
dolores reumáticos (o de algo que por tal se tomó).
81
donde pago diez francos diarios, médico incluido.
Estoy muy mal, muy mal, reducido al esqueleto por culpa
de esta enfermedad de la pierna izquierda 65, que ahora se me
ha puesto enorme y parece una enorme calabaza. Es sinovitis,
hidrartrosis, etc., una enfermedad de la articulación y de los
huesos.
Tengo para mucho, si es que no hay complicaciones que
obliguen a cortar la pierna. En todo caso, voy a quedar tullido. Pero no creo que espere. La vida se me ha hecho imposible. ¡Qué desgraciado soy! ¡Qué desgraciado he llegado a
ser!
Tengo que cobrar aquí una letra de 36.800 francos. Pero
no tengo a nadie que se pueda ocupar de colocar este dinero.
Por mí mismo no soy capaz de alejarme un paso de la cama.
Todavía no he podido cobrar el dinero. ¿Qué hacer? ¡Qué
tristeza de vida! ¿No podríais hacer nada por mí?
Al día siguiente, viernes 22, Arthur añade un telegrama a su madre: «Hoy, tú o Isabel, venid a Marsella en tren expreso. El lunes
por la mañana me amputan la pierna. Peligro de muerte. Importantes asuntos pendientes».
La contestación de la viuda Rimbaud está registrada a las
18:35 horas del mismo día: «Salgo. Llegaré mañana noche. Valor
y paciencia».
La madre de Arthur llega, en efecto, el sábado 23 de mayo, al
anochecer. La operación, en principio, estaba prevista para el lunes 25, pero se retrasa al miércoles por causas que no conocemos.
Le amputan, finalmente, la pierna derecha. No mucho después
(el 8 de junio, o en alguna fecha inmediata a ésta), Madame
Rimbaud se considera forzada a volverse a Roche, porque Isabelle está enferma y hay mucha faena en la finca.
De Etiopía y de Aden van llegando cartas llenas de afecto y,
en parte, de malas noticias comerciales. Dimitri Irgas, un griego
residente en Harar, le dice, en bárbaro francés:
65
Es, sin duda alguna, un lapsus de Rimbaud. La enfermedad anida en la
pierna derecha.
82
[…] que le han cortado la pierna, y me ha impresionado mucho, igual que a todos sus conocimientos de Harar. Habría
preferido que me cortasen la mía, antes que la suya…
A partir del regreso de Madame Rimbaud, toda la correspondencia gira entre Arthur e Isabelle, con exclusión de la madre. La
hermana pequeña, que acaba de cumplir treinta y un años, decide
consagrar su devoción al cuidado de Arthur.
En principio, los médicos conceden alguna esperanza. Hablan
de recuperación relativamente rápida, y el paciente los cree o se
esfuerza en creerlos. Pero el 23 de junio escribe a Isabelle:
[…] Lo único que hago es llorar, noche y día. Soy hombre
muerto, estoy inválido para toda la vida. Dentro de quince
días estaré curado, supongo; pero no podré andar más que
con muletas. En lo que se refiere a la posibilidad de una
pierna artificial, el médico dice que habrá que esperar mucho, por lo menos seis meses. ¿Qué voy a hacer mientras,
dónde me voy a meter? Si me fuese con vosotros, el frío me
ahuyentaría al cabo de tres meses, o incluso menos; porque
de aquí no seré capaz de moverme hasta dentro de seis semanas, cuando me haya familiarizado con las muletas. Por
tanto, no llegaría a vuestra casa hasta finales de julio. Y tendría que volverme a marchar en septiembre.
No tengo idea de qué hacer. Todas estas preocupaciones
me están volviendo loco. No duermo ni un minuto.
En fin: esta vida es una miseria, una miseria sin fin. ¿Para
qué existimos?…
Luego, el 24 de junio, tras unos horrorizados párrafos ante la noticia que Isabelle ha tenido el burdo tacto de comunicarle (que su
situación militar sigue sin estar arreglada y que lo han declarado
prófugo), escribe:
[…] Hoy he tratado de andar con muletas, pero sólo he podido dar unos pasos. Me han cortado la pierna muy arriba, y
me es difícil conservar el equilibrio. No me quedaré tranquilo
hasta que no me pueda colocar una pierna artificial, pero la
amputación origina neuralgias en lo que queda de miembro, y
es imposible colocar una pierna mecánica sin que esas neu-
83
ralgias hayan desaparecido del todo. ¡Hay amputados a los
que dura cuatro, seis, ocho, doce meses! ¡Me daré por contento si no me dura más de dos meses! Pasaría ese tiempo en
el hospital y tendría la dicha de salir de aquí con dos piernas.
En cuanto a salir con muletas, no veo de qué podría servirme.
No se puede ni subir ni bajar, y es una cosa terrible. Se
arriesga uno a caerse y quedarse más baldado todavía. Había
pensado ir a pasar algunos meses con vosotros, en espera de
reunir fuerzas para aguantar la pierna artificial, pero ahora
veo que es imposible.
Bien: me resignaré a mi suerte. Moriré allí donde me
arroje el destino. Espero poder volver adonde estaba. Allí
tengo amigos de hace diez años que se apiadarán de mí y me
darán trabajo. Viviré como pueda. Allí siempre encontraré
una forma de vivir, mientras que en Francia, aparte de vosotros, no tengo amigos ni conocidos, ni nadie. Y, si no puedo
veros, me volveré.
De todas formas, tengo que volver.
Si obtenéis información con respecto a mi problema, no digáis nunca que sabéis dónde estoy. Temo incluso que consigan mi dirección por el correo. No me traicionéis.
El 29 de junio comunica a Isabelle que, según los médicos, está
curado, y que ya puede abandonar el hospital cuando quiera. Pero
no sabe a dónde ir, porque no puede dar un paso. Va a tratar de
colocarse una pierna de madera. Sigue muy preocupado con el
asunto del servicio militar pendiente.
El 8 de julio, Isabelle le escribe al hospital para decirle que,
por fin, el problema militar está resuelto. La respuesta de Rimbaud (10 de julio) expresa alegría en este punto, pero se acentúa
su desesperación ante la invalidez.
Se está dando cuenta de que no hay solución: ni siquiera una
pierna ortopédica podría devolverlo a sus cabalgadas de hace
unos meses. Dice:
[…] Sigo levantado, pero no estoy bien. Hasta ahora no he
aprendido a andar más que con muletas, y ni eso, porque no
puedo bajar ni subir un solo peldaño. Cuando el caso se presenta, me tienen que subir y bajar a fuerza de brazos. Me he
84
hecho preparar una pierna de madera muy ligera, barnizada
y forrada, bastante bien hecha (precio: 50 francos). Me la
puse hace unos días y traté de arrastrarme, sosteniéndome
con las muletas, pero se me ha inflamado el muñón y he dejado aparte el maldito instrumento. A duras penas si podré
utilizarlo antes de quince o veinte días, y eso con muletas durante por lo menos un mes, y no más de una o dos horas diarias. La única ventaja está en tener tres puntos de apoyo en
vez de dos.
Vuelvo, pues, a andar con muletas. ¡Qué fastidio, qué cansancio, qué tristeza, cuando pienso en todos mis antiguos
viajes, en la actividad que tenía no hace más de cinco meses,
¿Qué ha sido de las carreras por los montes, las cabalgadas,
los paseos, los desiertos, los ríos y los mares? Y ahora ¡esta
vida con el culo a rastras!
Porque empiezo a comprender que las muletas, las patas
de palo, las piernas mecánicas, son un montón de tomaduras
de pelo, y que con ellas lo único que se consigue es arrastrarse miserablemente sin poder hacer nada nunca. ¡Y yo que,
justo ahora, había decidido volver a Francia este verano para
casarme! ¡Adiós boda, adiós familia, adiós porvenir! Mi vida
ha pasado: no soy más que un pedazo de carne inmóvil.
El 15 de julio sigue en el mismo estado de ánimo:
[…] Me paso las noches y los días pensando maneras de moverme. Es un auténtico suplicio. Querría hacer esto o lo otro,
ir aquí o allá, ver, vivir, marcharme. Imposible; imposible, al
menos, por mucho tiempo. Lo único que veo a mi lado son
esas malditas muletas. Sin ellas no puedo dar un paso, no
puedo existir. Ni siquiera puedo vestirme sin recurrir a la más
atroz de las gimnasias. He conseguido casi correr con las
muletas, pero no puedo ni subir ni bajar escaleras, y, a nada
que el terreno sea un poco accidentado, el bamboleo de un
hombro a otro cansa mucho. Tengo un dolor neurálgico muy
fuerte en el brazo y en el hombro derecho, y, encima, la muleta, que me corta la axila. También una neuralgia en la
pierna izquierda, y encima tengo que hacer el acróbata todo
el día para darme la impresión de que sigo existiendo.
85
El 20 de julio toma una resolución:
Os escribo esto bajo la influencia de un violento dolor en el
hombro, que casi me impide escribir, como veis.
Todo esto proviene de una constitución que se ha vuelto
artrítica como consecuencia de la falta de cuidados. Pero estoy harto del hospital, donde también estoy expuesto a pescar
todos los días la viruela, el tifus y otras pestes que aquí viven.
Me marcho, ya que el médico me ha dicho que me puedo
marchar y que es preferible que no me quede en el hospital.
Dentro de dos o tres días saldré de aquí y veré el modo de
arrastrarme hasta vuestra casa como pueda; porque con la
pierna de madera no puedo andar, y ni siquiera con las muletas puedo por el momento hacerlo más que unos cuantos
pasos, para no empeorar el estado de mi hombro. Como
habéis dicho, me apearé en la estación de Voncq. En cuanto a
la habitación, preferiría vivir arriba. Inútil, pues, que me escribáis aquí, porque muy próximamente estaré en camino.
Y, en efecto, el 23 de julio sale del hospital —porteado—, y un
tren lo lleva a Roche.
Allí, a pesar del mal tiempo, trata de sobreponerse. Dicen que
Isabelle lo ayudaba a pasear por los alrededores. Pero pronto
tiene que renunciar a moverse, ante el empeoramiento de su estado general: se le hincha repulsivamente el muñón; se le anquilosa el brazo derecho, con proceso de atrofia. Isabelle le prepara
pociones de adormidera, que lo zambullen en espantosos sueños
con sudores fríos. Su única ilusión es volver a Marsella en busca
del buen tiempo, o para subirse, a la recancanilla, en el primer
barco que zarpe con destino a Aden.
El 23 de agosto, en coche cama (desde la estación de Lyón),
vuelve a Marsella, acompañado por Isabelle, que ahora está dispuesta a hacerle de enfermera hasta el fin del mundo. En Marsella resulta evidente que todo proyecto de navegación equivale a
locura, de modo que vuelve a ingresar en el hospital de la Conception. Esta vez, los médicos no abren ninguna esperanza.
Pronto cae en una especie de letargo del que no sale sino a
cortas ráfagas de lucidez: no sabía dónde estaba; se creía en
Harar, con sus negocios y sus caravanas de café.
86
De estos días no queda más documento escrito que las cartas
de Isabelle a su madre. La primera es de 22 de septiembre:
Acabo de recibir tu notita. Eres muy lacónica. ¿Te nos hemos
hecho tan antipáticos que ya no quieres ni escribirnos ni
contestar a mis preguntas? ¿O estás enferma? Eso es lo que
más me preocupa, porque ¿qué sería de mí, Dios mío, con un
moribundo y una enferma a 200 leguas el uno de la otra?
Querría poder partirme en dos y tener una mitad aquí y otra
en Roche. Por poco que te importe, he de decirte que Arthur
está muy enfermo. En mi última carta te decía que iba a preguntar a los médicos al respecto; he hablado con ellos, en
efecto, y ésta es su respuesta: el pobre muchacho (Arthur) se
está yendo poco a poco; su vida es cuestión de tiempo, unos
meses quizá, a menos que no sobrevenga, lo que podría suceder en cualquier momento, alguna complicación fulminante;
en cuanto a curarse, no hay que esperar nada, porque no va a
curarse; su enfermedad debe de ser una propagación por la
médula de los huesos de la afección cancerosa que provocó la
amputación de la pierna. Uno de los médicos, el doctor
Trastoul (un anciano de cabello blanco), añadió: ya que se ha
quedado usted un mes, y que él desea que siga aquí, no lo
abandone; en el estado en que se encuentra, sería cruel negarle su presencia.
Esto, querida mamá, es lo que me han dicho los médicos a
mí, a solas, por supuesto, porque a él le dicen todo lo contrario; le prometen una cura radical, tratan de hacerle creer que
está mejorando por días, y oyéndolos me quedo tan confundida que me pregunto a quién mienten, si a mí o a él, porque
tan convencidos parecen cuando le hablan de curación como
cuando me preparan para su muerte. Me parece, sin embargo, que no está tan enfermo como dicen los médicos; hace
cuatro días que el juicio le ha vuelto casi por completo; como
un poco más que al principio; es verdad que da la impresión
de tener que esforzarse para comer, pero, por lo menos, lo
que come no le hace daño; no está tan enrojecido como
cuando deliraba. Junto a estas pequeñas mejoras, observo
empeoramientos que atribuyo a su estado de gran debilidad;
87
en primer lugar, sus dolores no se interrumpen, ni tampoco la
parálisis de los brazos; está muy flaco; tiene los ojos
hundidos y con ojeras negras; le duele la cabeza con
frecuencia; cuando duerme durante el día, se despierta
sobresaltado y me dice que lo que lo despierta es una especie
de golpe en la cabeza y en el corazón, al mismo tiempo;
cuando duerme de noche, tiene sueños espantosos, y, a veces,
cuando se despierta, está tan rígido que no puede hacer un
solo movimiento; el vigilante nocturno ya lo ha encontrado en
tal estado; y suda, suda noche y día, haga frío o haga calor.
Desde que le ha vuelto el juicio no hace más que llorar,
todavía no se cree que se va a quedar paralizado (si es que
vive). Engañado por los médicos, se aferra a la vida, a la
esperanza de curarse, y como se sigue sintiendo muy enfermo
y ahora se da cuenta de
su estado durante la mayor parte del tiempo,
empieza a dudar de lo
que le dicen los doctores, los acusa de burlarse de él, o los tacha
de ignorantes. Es tan
grande su deseo de curarse y de vivir, que pide
que le apliquen el tratamiento que sea, por
penoso que resulte, con
tal que lo curen o que le
devuelvan el uso de los
brazos. Quiere a toda costa la pierna articulada, para tratar
de levantarse, de andar, él, que hace un mes que no se levanta
sino para que lo coloquen desnudo en un sillón, mientras le
preparan la cama. Su gran preocupación es cómo va a
ganarse la vida si no le devuelven por completo el brazo
derecho, y llora cuando compara lo que era hace un año con
lo que es hoy; llora pensando en ese futuro en el que no podrá
trabajar; llora por los crueles sufrimientos del presente; se
me abraza, sollozando, gritando, suplicando que no lo
88
abandone. No sabría expresar toda la lástima que me da, lo
que se apiada de él la gente. Se portan tan bien con nosotros,
que ni siquiera nos da tiempo a formular nuestros deseos. Se
nos adelantan.
Lo tratan como a un condenado a muerte a quien nada se
niega, pero todas estas complicaciones son inútiles con él,
que no acepta jamás los pequeños mimos que le ofrecen; lo
único que pide es que66…
Isabelle vuelve a escribir el 3 de octubre:
Te pido de rodillas que me escribas o que me hagas llegar
una palabra tuya. Estoy que no vivo con la inquietud que
tengo; estoy incluso seriamente enferma por la fiebre que me
produce esta inquietud. ¿Qué te he hecho yo para que me
hagas tanto daño? Si estás tan enferma que no puedes escribirme, es mejor que me lo hagas saber y volveré, a pesar de
Arthur, que me ruega que no lo abandone antes de morir.
¿Qué te ha pasado? ¡Si pudiera marchar de inmediato a tu
encuentro! Pero no: sin saber a ciencia cierta si estás enferma, no voy a abandonar a este pobre desgraciado, que se
lamenta día y noche sin descanso, que invoca a la muerte a
grandes voces, que me amenaza, si lo abandono, con estrangularse o suicidarse de algún modo — y es tanto lo que sufre
que creo que lo haría. Está perdiendo muchas fuerzas. Van a
intentar un tratamiento por electricidad: es el último recurso.
Espero tus noticias con fiebre…
Como se ve, los años no han dulcificado a la viuda Rimbaud,
que, seguramente, está ofendida por la marcha de Isabelle (o algo
ha ocurrido entre ella y Arthur, en Roche). Al final, se decide a
contestar, y ésta es la carta en que Isabelle acusa recibo:
Gracias mil veces por tu carta de 2 de octubre. ¡Cuánto he
sufrido esperándola, pero qué feliz me ha hecho recibirla! Sí,
soy muy exigente, pero tienes que perdonarme, porque es el
cariño lo que me vuelve exigente. Comprendo lo ocupada que
debes de estar [… siguen unas cuantas consideraciones sobre
66
Falta una página en el original de esta carta de Isabelle Rimbaud a su
madre.
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el trabajo de la finca…] No puedo ni pensar en abandonar a
Arthur en este momento; va muy mal; se sigue debilitando, y
comienza a desesperar de vivir, y yo misma pierdo la confianza en mantenerlo mucho tiempo así. Lo único que pido es
que muera bien.
[…] Lo que más me atormenta es que ya tenemos el invierno encima, y que no va a querer pasarlo aquí. ¿Debo
marchar con él, sea a Argel, o a Niza, o incluso a Aden u
Obock? Si quiere irse, dudo que pueda resistir el viaje en el
estado en que se encuentra; dejarlo partir solo es condenarlo
a muerte sin remisión, y que pierda su dinero sin remedio. Si
se empeña, ¿qué debo hacer?
La pierna articulada llegó ayer. Costo de transporte: 5,50
francos. […] Esta pierna es completamente inútil por el momento; Arthur no podría ni probársela. Su cama lleva más de
ocho días sin hacer, porque ya no es posible ni sentarlo en el
sillón; el brazo derecho, completamente inerte, se está hinchando; el brazo izquierdo, que le duele de una manera espantosa, está paralizado en sus tres cuartas partes, y perdiendo le carne; le duele todo, por todo el cuerpo; parece que
se va a ir paralizando poco a poco,
hasta llegar al corazón; nadie se lo ha
dicho, pero él lo adivina, y no cede un
instante en su desesperación. Yo soy la
única persona que lo cuida, que lo
toca, que se le acerca. Los médicos lo
han dejado en mis manos, y tengo a mi
disposición todos los medicamentos de
la farmacia destinados a fricciones,
linimentos, ungüentos, etc.. También
me han confiado la electricidad, y
tengo que aplicársela yo misma; pero
es inútil lo que haga, nada puede curarlo, ni tan siquiera darle alivio. — Esa electricidad no es
nada en absoluto, no sirve para nada, dudo que le haga ningún bien — y lo mismo sucede con todo lo demás.
[…] Te mando estas notas a lápiz que escribí ayer domingo; es en lo que empleo el día; no te esfuerces mucho en
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descifrarlas, porque no merecen ser leídas.
Las notas a que Isabelle se refiere son de desmesurada extensión
y, en lo más de su bulto, tratan cuestiones que no nos conciernen;
pero hay en ellas momentos de alto interés:
[…] Se pone entonces a contarme cosas inverosímiles que él
imagina que han sucedido en el hospital durante la noche;
ésta es la única reminiscencia de delirio que le queda, pero es
tan obstinada, que todas las noches, y varias veces en el
transcurso de un día, me cuenta la misma cosa absurda, enfadándose porque no me la creo. Lo escucho, pues, y trato de
disuadirlo; acusa a los enfermeros, y incluso a las hermanas,
de cosas abominables y que no pueden existir; yo le digo que
sin duda ha soñado, pero él no ceja, y me llama boba e imbécil.
[…] Durante todo el día tengo que ingeniármelas para impedirle que haga numerosas tonterías. Su idea fija es dejar
Marsella y trasladarse a un clima más cálido, sea Argel, sea
Aden, sea Obock. Lo retiene aquí el miedo a que yo no lo
acompañe más lejos, porque ya no puede valerse sin mí.
[…] Pienso y escribo todo esto mientras él está sumido en
una especie de letargo, que no es sueño, sino más bien debilidad.
Al despertarse, mira por la ventana el sol que brilla sin cesar en un cielo sin nubes, y se echa a llorar diciendo que no
volverá a ver el sol al aire libre. «Yo me iré bajo tierra», me
dice, «y tú caminarás al sol». Es así todo el día: una desesperación sin nombre, un llanto sin pausa.
La carta siguiente, de 28 de octubre, es el prólogo de la leyenda
que, durante los muchos años de vida que le quedan, Isabelle va a
defender a pudor batiente: la santa muerte de Arthur Rimbaud,
lógico broche de una vida impecable. Isabelle dedicará todo su
futuro esfuerzo a rebatir la información que, poco a poco, se va
reuniendo sobre la vida de su hermano. Según ella, el chico no
dio nunca un paso fuera del tiesto: en los viajes juveniles lo
acompañaba un profesor, o la propia madre; Verlaine fue una
pura calumnia.
La cuestión, naturalmente, no ha de sentenciarse aquí. Uno
91
comprende los motivos de Isabelle, que miraba, más que por ninguna otra cosa, por la religión, por las sanas costumbres y por el
buen nombre de la familia. Pero los hechos probados siguen probados, y su testimonio no puede aceptarse en ningún caso. Ni siquiera en éste de la muerte en el baño tibio de la fe, porque hay
contradicciones inexplicables. Primera, Rimbaud ha estado contando barbaridades de las monjas hasta el día antes de su confesión. Segunda, el limosnero del hospital no le da la comunión a
Arthur por más que Isabelle se empeña.
De todas formas, veamos la célebre carta:
¡Sea Dios mil veces bendito! El domingo he experimentado la
mayor felicidad que me fuera dable en este mundo. Ya no es
un pobre desgraciado réprobo quien va a morir junto a mí,
sino un justo, un santo, un mártir, un elegido.
En el transcurso de la semana pasada los limosneros
vinieron a verlo en dos ocasiones; él los recibió bien, pero
con tanta fatiga y tanto desánimo, que no se atrevieron a
hablarle de la muerte. El sábado por la noche todas las religiosas unieron sus plegarias para que muriera bien. El domingo por la mañana, después de la misa mayor, parecía más
tranquilo y con conocimiento pleno: uno de los limosneros
regresó y le ofreció confesarse; ¡y él aceptó! Cuando el sacerdote salió, me dijo, mirándome con aspecto turbado, de
una manera extraña: «Su hermano cree, hija mía; ¿de qué me
hablaba usted? No sólo tiene fe, sino que nunca he visto ninguna mejor». Yo besaba la tierra entre lágrimas y risas. ¡Oh
Dios! ¡Qué alegría, a pesar de la muerte! ¿Qué me importan
la muerte y la vida, y todo el universo, y toda la felicidad del
mundo, ahora que su alma se ha salvado? Señor, endulzad su
agonía, ayudadlo a llevar la cruz, tened de nuevo piedad de
él, apiadaos, vos que tan bueno sois. ¡Oh sí, tan bueno! ¡Gracias, Dios mío, gracias!
Cuando volví junto a él estaba muy emocionado, pero no
lloraba; estaba serenamente triste, como nunca lo había visto
antes. Me miraba con unos ojos con los que nunca me había
mirado. Quiso que me llegara hasta muy cerca de él, y me
dijo: «Tú que eres de la misma sangre que yo, ¿tú tienes fe, tú
92
tienes fe?». Yo respondí: «La tengo; otros, más sabios que yo,
la han tenido; y ahora estoy segura, porque tengo esta
prueba, hela aquí».
Y es verdad, ¡hoy tengo la prueba! Me dijo también, con
amargura: «Sí, dicen que creen, hacen como si se hubieran
convertido, pero es para que lean lo que escriben, es una especulación67». Yo dudé un momento, y luego le dije: «¡Oh no,
ganarían más dinero blasfemando!». Él me seguía mirando
con en cielo en los ojos. Quiso darme un beso; luego: «Bien
pudiera ser que tuviéramos la misma alma, puesto que somos
de la misma sangre. ¿Tú tienes fe?». Y yo repetí: «Sí, tengo fe,
hay que tenerla». Entonces él me dijo: «Hay que disponer la
habitación, hay que poner orden, porque va a volver con los
sacramentos. Ya verás: traerán cirios y encajes; hay que poner paños blancos por todas partes. ¡De manera que estoy
muy enfermo!». Estaba ansioso, pero no desesperado como
los demás días, y yo me daba cuenta de que deseaba ardientemente los sacramentos, especialmente la comunión.
Desde ese momento ha dejado de blasfemar; llama a
Cristo resucitado y reza, sí, reza ¡él! Pero el limosnero no ha
podido darle la comunión; en primer lugar, teme que la impresión sea demasiado fuerte; luego, está escupiendo mucho
en este momento, y no tolera nada en la boca: hay razón para
temer que se produzca una profanación involuntaria. Y él,
creyendo que lo ha olvidado, se ha puesto triste, pero sin
quejarse.
La muerte se acerca a grandes zancadas. Te dije en mi última carta, querida mamá, que se le había hinchado mucho el
muñón. Ahora es un cáncer enorme entre la cadera y el vientre, justo en lo alto del hueso; pero el muñón, que estaba tan
67
Si Rimbaud pronunció verdaderamente esta frase, estamos ante lo más
significativo y revelador que jamás salió de sus labios. Nadie podrá
convencernos de que no se está refiriendo a Verlaine, a su traición
espiritual, a lo que a Arthur le parecía una pura comedia destinada a hacerse
aceptar por los demás. Justo donde él había fracasado, en el origen de todas
sus miserias. Insisto: si estas palabras son auténticas, ellas solas prueban que
Rimbaud fue un mártir de la pureza literaria y sentimental… Pero, viniendo
de Isabelle, nada es fiable.
93
sensible y que le dolía tanto, ya casi no le produce molestias.
Arthur no ha tenido ocasión de ver ese mortal tumor; se sorprende de que todo el mundo venga a ver ese pobre muñón en
el que ya no nota casi nada; y todos los médicos (habrán venido sus buenos diez desde que yo puse en su conocimiento el
terrible mal) se quedan mudos y aterrorizados ante este extraño cáncer. Ahora quienes lo hacen sufrir son su pobre cabeza y el brazo izquierdo. Pero la mayor parte del tiempo está
sumido en una especie de letargia que constituye un dormir
aparente, durante el cual percibe todos los ruidos con una nitidez singular. Después, por la noche, le ponen una inyección
de morfina 68.
Despierto, apura su vida en una especie de ensoñación
continua: dice cosas extrañas muy suavemente, con una voz
que me encantaría si no me atravesara el corazón. Lo que
dice son sueños, — sin embargo, no es ni mucho menos lo
mismo que cuando tenía fiebre. Se podría decir, creo, que lo
hace adrede.
Mientras murmuraba cosas de esas, la hermanita me dijo
en voz baja: «¿Ha vuelto a perder el conocimiento?». Él la
oyó, y se puso encarnado; no dijo nada más, pero, cuando se
marchó la hermana, me dijo: «Me toman por loco. ¿Crees tú
que estoy loco?». No, yo no lo creo: se ha trocado en un ser
casi inmaterial, y el pensamiento se le escapa sin querer. A
veces pregunta a los médicos si ellos ven las cosas extraordinarias que él percibe, y les habla y les cuenta con suavidad,
en términos que yo no sabría reproducir, sus impresiones; los
médicos lo miran a los ojos, esos ojos que nunca han aparecido más bellos ni más inteligentes, y se dicen unos a otros:
«¡Es insólito!». Hay, en el caso de Arthur, algo que no comprenden.
Por otra parte, la verdad es que los médicos ya casi no
vienen, porque él suele llorar cuando les habla, y eso los saca
de quicio.
Reconoce a todo el mundo. A mí, a veces, me llama
68
Evidentemente, son estas inyecciones de morfina las que generan las
visiones de Rimbaud en los últimos días.
94
Djami 69, pero sé que lo hace porque quiere, porque encaja en
el sueño; por lo demás, lo mezcla todo… y con arte. Estamos
en Harar, siempre partiendo hacia Aden, y hay que buscar los
camellos, organizar la caravana; anda muy fácilmente con la
nueva pierna articulada, damos unas cuantas vueltas de paseo a lomos de hermosas mulas ricamente enjaezadas; después hay que trabajar, llevar las anotaciones, escribir cartas.
Rápido, rápido, que nos están esperando; cerremos las maletas; vamos. ¿Por qué lo han dejado dormir? ¿Por qué no lo
ayudan a vestirse? ¿Qué van a decir si no llegamos en el día
concertado? ¡No volverán a creer en su palabra, perderán
toda confianza en él! Y se pone a llorar, lamentando su torpeza y mi negligencia: porque yo siempre estoy con él y soy la
encargada de cumplir con todos los preparativos.
Ya no toma casi ningún alimento, y lo que toma lo hace
con extremada repugnancia. Está flaco como un esqueleto, y
con la piel cadavérica. ¡Y todos sus pobres miembros paralizados, mutilados, muertos a su alrededor! ¡Dios mío, qué lástima tan grande!
A propósito de tu carta y de Arthur: no cuentes en absoluto con su dinero. Tras él, y una vez pagados los gastos fúnebres, los viajes, etc., hay que contar con que su dinero irá a
parar a otros; estoy absolutamente resuelta a respetar su voluntad, y aunque no haya más que yo en el mundo para cumplirla, el dinero irá a quien a él le parezca. Lo que he hecho
por él no ha sido por interés, sino porque es mi hermano y,
abandonado por el universo entero, no he querido dejarlo
morir solo y sin socorro; pero después de su muerte seré tan
fiel como antes, y lo que me haya dicho que haga con su dinero y sus pertenencias, eso será lo que haga exactamente,
aunque me duela.
Que Dios me ayude, y a ti también, que tenemos gran
necesidad del socorro divino…
Arthur no sale ya de su letargo más que en brevísimos momentos
de lucidez; durante uno de ellos dicta su última carta, dirigida al
director de las Messageries Maritimes. Es patética:
69
Djami es un criado que Rimbaud tenía y a quien dejó parte de su dinero.
95
Marsella, 9 de noviembre de 1891
UN LOTE: UN COLMILLO SOLO
UN LOTE: DOS COLMILLOS
UN LOTE: TRES COLMILLOS
UN LOTE: CUATRO COLMILLOS
UN LOTE: DOS COLMILLOS
Señor director:
Quiero preguntarle si no he dejado nada a su cargo. Deseo cambiar hoy de este servicio, cuyo nombre ni siquiera conozco, pero en todo caso que no sea el servicio de Alphinar.
Todos los servicios están por todas partes, y yo, impotente,
desgraciado, no puedo encontrar nada, como le diría a usted
cualquier perro a quien preguntara por la calle.
Hágame, pues, llegar el precio de los servicios de Alphinar a Suez. Estoy completamente paralizado; deseo, por tanto, hallarme temprano a bordo. Dígame a qué hora tiene que
llevarme a bordo.
Muere el 10 de noviembre, a las diez de la mañana. Había pedido
que lo enterrasen en su odiado Aden, junto a la boca del asfixiante mar Rojo; pero su madre no respetó su voluntad: lo llevaron a Charleville en un vagón forrado de plomo.
Está enterrado en el cementerio de su ciudad natal, cerca de
sus hermanas, de su madre y de su abuelo materno. A su inhumación no asistió más que la familia.
El único periódico que dio noticia rápida de su muerte fue el
Echo de Paris:
Nos comunican el fallecimiento de Arthur Rimbaud.
Regresaba a Francia, tras larga ausencia, para hacerse
tratar una afección de la pierna derecha, contraída en el
transcurso de sus viajes. Murió en el puerto de Marsella. Su
cuerpo ha recibido sepultura en el cementerio de Charleville,
el 23 de noviembre, en el momento mismo en que un incidente
volvía a llamar la atención sobre su nombre y sobre sus poesías, las Iluminaciones.
En efecto: el mismo día de su muerte había salido de la imprenta
de Genonceaux (persona de mala reputación, por su tendencia a
96
publicar obras licenciosas) la primera edición de los poemas de
Arthur Rimbaud, bajo el descabalado título de Reliquaire. El
contenido da lugar a escándalo, y el libro se retira de la circulación.
Luego vinieron algunos artículos más. Unas líneas en el periódico de las Ardenas, firmadas con iniciales por el viejo amigo
Delahaye, acarrean la inmediata protesta de Isabelle (y su primera carta en honor de la vida respetabilísima de su hermano).
Lepelletier —aquel de la reptiliana nota sobre la «señorita
Rimbaut»— se apunta la última venganza en el Echo de Paris.
Publica esto:
La vida de Rimbaud fue tan movida como su ritmo, y tan incoherente como su pensamiento de los días malos. Como
contemporáneo fue insoportable. Comía con gula y se comportaba incorrectamente en la mesa. Se mantenía en desdeñoso silencio durante horas, para, de pronto, ponerse a soltar
con volubilidad injurias y paradojas. No tenía gracia ninguna. Los timoratos, en su presencia, experimentaban determinadas ansiedades. Uno, al verlo por vez primera, más pensaba en el niño Tropmann que en el Shakespeare pueblerino.
No estábamos seguros, al levantarle el horóscopo, hace veinte
años, de que no fuera a terminar en la guillotina; pero estábamos convencidos de que su cabeza caería en el cesto infame con un nimbo de gloria alrededor».
Amor más allá de la muerte, que se dice.
De todas formas, estos dimes y diretes sirvieron para que el
fiel Verlaine (desreconvertido ya y vuelto al vinazo de toda la
vida) pudiera publicar las Poésies complètes de su amigo en
1895 70.
Arthur Rimbaud, que murió de penosa muerte a los treinta y
siete años y veinte días, cuando llevaba lustros sin escribir un
verso, entró así, para siempre, en la historia de la literatura y del
mundo. Cuyos huéspedes de honor no son, todos, tan suaves
como algunos lánguidos querrían.
70
Con la santa oposición de Isabelle Rimbaud, que hizo todo lo posible por
evitarlo.
97
«He tenido cuerdas de campanario en campanario;
guirnaldas de ventana en ventana;
cadenas de oro de estrella en estrella,
y bailo.»
AQUÍ
EL 10 DE NOVIEMBRE DE 1891 A SU REGRESO DE ADEN
EL POETA JEAN ARTHUR RIMBAUD
HALLÓ EL FINAL
DE SU AVENTURA TERRENA
98
RECONOCIMIENTO DE DEUDA
Antoine Adam, en su edición de las obras completas de Rimbaud (Bibliothèque de la Pléiade, Gallimard, 1972), ha aportado
la práctica totalidad de los datos y de los textos rimbaldianos que
integran este libro.
Las restantes fuentes posibles son hermenéuticas o noveleras.
Queda, naturalmente, como obra infinitamente más ambiciosa
y de mucho mayor alcance que la mía, la biografía de Rimbaud
escrita por la irlandesa Enid Starkie (la pueden encontrar ustedes
en Siruela). La señora Starkie es decidida partidaria de la leyenda
y de la fantasía, pero su libro, qué duda cabe, ha contribuido notablemente a la mayor gloria de Arthur Rimbaud.
ENLACES EN INTERNET
No puede decirse que escasee la presencia de Rimbaud en la red,
con páginas para todos los gustos. No obstante, el sitio más completo, con infinidad de datos y referencias, aunque algo complicado de utilizar, es : http://www.imaginet.fr/rimbaud/
Textos completos:
http://www.imaginet.fr/rimbaud/textes2.html
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