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LOS INICIOS DE LA MINERÍA.
LA EXPLOTACIÓN DEL MINERAL DE COBRE
Francisco Contreras Cortés
Auxilio Moreno Onorato
Juan Antonio Cámara Serrano
E
l hombre se ha dedicado a labores mineras desde
casi el inicio de los tiempos. Los cantos rodados,
las cuarcitas o los nódulos de sílex van a ser recogidos
por el hombre durante el Paleolítico para fabricar sus
herramientas. Estas labores de recolección constituyen
los primeros pasos en la relación directa del hombre
con los recursos líticos. Pero será durante el Neolítico
cuando realmente las poblaciones prehistóricas, con
nuevas necesidades tecnológicas, comenzarán a realizar
labores mineras para extraer los recursos líticos de su
matriz sin depender de su recogida superficial producto
de la erosión, con frecuencia fragmentados y cuarteados.
De esta forma, cuando el hombre se hace productor
de alimentos multiplicará la elaboración de artefactos
en piedra pulimentada, como hachas y azuelas, sobre
piedras de naturaleza fibrosa que nunca antes habían
sido merecedoras de atención. Igual ocurrirá con las
piedras duras utilizadas para morteros y molinos, como
areniscas o granitos, al tiempo que se acondicionaran
las primeras canteras y minas para extraer estos recursos
líticos. Incluso el sílex, conocido desde los inicios de los
tiempos, cobrará un papel importante en las comunidades campesinas, donde la posesión de grandes hojas
constituirá un elemento de estatus. Estas grandes hojas,
imposibles de obtener de los nódulos que se localizan en
las riberas de los ríos, será necesario extraerlas a partir
de grandes núcleos existentes sólo en el interior de la
tierra.
Pero todas estas labores mineras que se realizan
en la Prehistoria tienen un contacto directo con la
materia prima, que es trabajada mediante la talla o el
pulimento. No se ha alcanzado aún la tecnología suficiente como para transformar la naturaleza química y
física de estas piedras. La alfarería supone un primer
intento por modificar las cualidades de la materia prima
–agua y tierra– que se convertirá en cerámica mediante
su exposición al fuego, con lo que el hombre se verá
capaz de convertir esta pasta moldeable, la arcilla, en
una sustancia duradera. La aplicación de la tecnología
del fuego, con la utilización de hornos, a los minerales
será el primer paso que darán los prehistóricos de cara
al desarrollo de la metalurgia y, por tanto, de la minería
metálica. Y entre todos los minerales serán los de base
cobre los primeros en ser transformados, razón por la
que se pasó a denominar Edad del Cobre a un período
de la Historia, a lo largo del cual las relaciones humanas
se irán haciendo cada vez más complejas.
Desde los inicios de la Nueva Arqueología a finales
de los años sesenta del pasado siglo, el estudio del
medioambiente y las materias primas ha jugado un
papel muy importante en la caracterización de los
procesos culturales prehistóricos. El estudio del metal
y demás ciencias que implica se ha englobado en una
subdisciplina de la Arqueología: la Arqueometalurgia,
que ha sido la encargada de reunir a los estudiosos de
la minería y de la metalurgia en numerosos congresos
y reuniones científicas donde se han evaluado tanto los
aspectos tecnológicos como los aspectos sociales de esta
rama productiva.
Para los inicios de la minería metálica en Europa, se
ha consensuado prácticamente por casi todos los inves-
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
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tigadores la existencia de varios focos independientes
de invención y desarrollo de la metalurgia del cobre. El
más antiguo de ellos es el situado en los Balcanes. En
esta área se han localizado varias minas de cobre a cielo
abierto, mediante la excavación de pequeños pozos que
han ido siguiendo las vetas del mineral. Entre las más
conocidas destacan las minas de Rudna Glava y Prljusa
en Serbia y Ai Bunar en Hungría, explotadas desde el
Cobre Antiguo, fundamentalmente por su alto contenido en malaquita, cuprita y azurita, por los pobladores
de la Cultura de Vinça, que habitaron en el centro de
los Balcanes y la cuenca danubiana. Esta explotación se
ha fechado en torno al IV milenio a.C., que con fechas
calibradas se podría remontar hasta la segunda mitad
del V. Un segundo foco de desarrollo metalúrgico se
sitúa en el sur de la Península Ibérica, a lo largo del III
milenio y asociado a la Cultura de Los Millares y posteriormente a la Cultura de El Argar. Conectado con
este foco se situaría el Distrito minero de Linares-La
Carolina del que nos ocuparemos ampliamente en este
capítulo.
1. Los inicios de la explotación minera en el
sur peninsular
muchas veces relacionados con el status o el prestigio.
Nos referimos a la explotación en galería subterránea de
Can Tintorer, en Gavá (Barcelona) para la explotación
de variscita utilizada directamente en la fabricación de
cuentas de collar, y la explotación en pozos verticales
poco profundos de Casa Montero, en Madrid, para la
recuperación de sílex.
Can Tintorer (Fig. 34) ha sido durante mucho tiempo
el modelo tipo de minería en galería subterránea en la
Península Ibérica. Esta explotación minera se desarrolló
básicamente desde finales del V milenio AC hasta bien
entrada la mitad del IV (Neolítico Medio) por parte de
la conocida Cultura de los Sepulcros de Fosa. Se han
podido distinguir varias fases en la explotación minera
(Gimeno et al., 1996, Villalba et al., 1998):
– Una fase inicial en la que el mineral verde circula ya
por yacimientos antiguos y a la que arqueológicamente
se le pueden atribuir estructuras mineras concretas (fase
de recolección superficial).
– Una segunda fase en la que se ha adquirido la
madurez tecnológica necesaria para planificar una
minería subterránea sistemática y selectiva. Se trata
del periodo central de la explotación, cuando arqueológicamente queda demostrado que las minas están en
a) Los precedentes: la minería neolítica
Son múltiples los casos con que contamos para mostrar las actividades mineras durante el Neolítico en
Europa, ejemplos en los que encontramos el desarrollo
del arte minero en la explotación de recursos líticos no
metálicos, fundamentalmente sílex. Los casos más conocidos son los grandes complejos mineros localizados
en Polonia (Krzemionski), Francia (Grand Pressigny,
Jablines) o Gran Bretaña (Grimes Grave). Igualmente
son numerosos los trabajos que se han realizado sobre
estas explotaciones mineras, entre los que podemos destacar las Actas del VII International Flint Symposium
celebrado en Polonia en 1995 (AA.VV., 1995) o las
de la reunión celebrada en Vesoul en octubre de 1991
(Pellegrin y Richard, 1995).
En la Península Ibérica contamos con dos ejemplos
muy claros y muy distintos del valor de la minería neolítica en la recuperación de piedras de carácter especial para la realización de objetos de la vida cotidiana,
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La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
Fig. 34.–Pozo de la mina de Can Tintorer.
plena explotación y se alcanzan las cotas más altas en la
expansión del mineral por el territorio catalán.
– La fase final queda establecida por la reutilización sepulcral de una sala, amortizada con un depósito funerario colectivo atribuido al Neolítico Final que
parece indicar que la actividad minera está en su etapa
final, coincidiendo con el declive de la distribución del
mineral.
En los trabajos de excavación y documentación de
este yacimiento se han podido delimitar perfectamente
las labores mineras. Se excavaban pozos de acceso, perpendiculares a la cobertura sedimentaria, que la atraviesan, hasta alcanzar los estratos paleozoicos que son
los que contienen mineralización. De los pozos surgen
galerías de tránsito de corto recorrido, en sentido perpendicular a la disposición de los estratos mineralizados.
Una vez alcanzados éstos, las salas o cámaras de extracción siguen claramente la disposición de las vetas de
mineral. Pozos, galerías y salas van configurando varios
pisos a diferentes profundidades, alcanzándose una profundidad máxima de 20 m.
La explotación a cielo abierto a través de pozos excavados desde la superficie encuentra su mejor modelo en
Casa Montero (Consuegra et al., 2004, 2005; Capote et
al., 2006; Díaz del Río et al., 2006) (Fig. 35). La minería
neolítica de Casa Montero se caracteriza por la explota-
Fig. 35.–Vista aérea de los pozos mineros de Casa Montero (Capote
et al., 2006).
ción de las vetas de sílex mediante la excavación de pozos
verticales de los que, hasta la fecha, se han reconocido en
planta 3.897 y excavado 324. Su distribución a lo largo
de las 4 Ha estudiadas no es homogénea: la mayor concentración se produce en una banda central que pierde
densidad de este a oeste. Pese al considerable tamaño del
yacimiento, la mina de Casa Montero es relativamente
pequeña si la comparamos con otras minas neolíticas
europeas como Krzemionski, en Polonia (Borkowski,
1995) o Jablines, en Francia (Bostyn y Lanchon, 1995).
La cronología de la explotación minera se ha establecido
con dataciones absolutas de C14 sobre fragmentos de
madera carbonizada, que confirmaron lo que ya indicaban los escasos fragmentos de cerámica encontrados:
se trata de un Neolítico Antiguo (c. 5400-5200 cal AC).
Esto convierte a Casa Montero en la segunda mina más
antigua de Europa, después de la italiana de Defensola
(Galiberti et al., 1997).
En Andalucía también contamos con algunos ejemplos de minería neolítica centrada en el sílex. Quizás el
caso más relevante sea el localizado en el valle de Los
Gallumbares, en la sierras Subbéticas de la zona de Loja,
donde a través de la prospección superficial y la fotografía aérea se han detectado numerosos pozos mineros
para extraer sílex similares a los de Casa Montero (Martínez et al., 2006) (Fig. 36).
Recientemente se ha avanzado en la hipótesis de la
existencia de talleres y minería de sílex en Jaén, en la
Fig. 36.–Restos de núcleos de sílex en Los Gallumbares (Loja).
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
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zona de Otíñar, dentro del Subbético jiennense, en un
paisaje similar al de los Gallumbares (Zafra, 2006),
aunque no relacionado con los dólmenes que aparecen
en la zona. N. Zafra menciona la existencia de canteras
por todo el valle, en la que cada una presenta frentes de
extracción de decenas de metros. El sílex se transportaría hasta el poblado de Cerro Veleta donde se tallaría.
b) La minería metálica en la Edad del Cobre:
la Cultura de Los Millares y el Alto
Guadalquivir
La historia de la minería metálica en la provincia
de Jaén empieza con el cobre, que se convertirá en el
primer metal explotado de manera intensiva. El cobre
constituye el primer eslabón en la minería metálica del
Alto Guadalquivir. Antes otros metales, como el oro, se
habían trabajado en su forma nativa. Pero su recogida
había sido esporádica en función de su aparición en la
superficie del terreno, contrariamente al cobre que será
extraído de la tierra con técnicas extractivas mineras.
Estas técnicas mineras se habían ido aquilatando y
perfeccionando desde hacía varios milenios. El precedente lo encontramos en las sociedades agrarias del
Neolítico europeo, especializadas en la explotación
minera de recursos líticos silíceos fundamentalmente.
Así, a lo largo del VI y V milenios a.C. la elaboración de
grandes hojas de sílex o la fabricación de hachas en piedras duras llevaba implícito el desarrollo de una importante actividad minera. A estos momentos pertenecen
las grandes minas de sílex de Kzemionski en Polonia o
Grand Pressigny en Francia o las minas de Can Tintorer
en Gavá o de Casa Montero en Madrid ya comentadas
en el apartado anterior.
Por ello, cuando se inicia la explotación del mineral
de cobre los prehistóricos de la Edad del Cobre ya tenían
un bagaje tecnológico importante. La importancia que
adquirirá este metal en las sociedades complejas del calcolítico hará que aquellas regiones peninsulares en las
que aparece este mineral en abundancia adquieran un
papel destacado en la evolución histórica de ese territorio. De esta forma, áreas como las Sierras de Almería
y Granada y fundamentalmente Sierra Morena se constituyen en focos avanzados de civilización dentro del
panorama prehistórico peninsular.
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La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
A partir de los años setenta del siglo pasado las investigaciones de tipo arqueometalúrgico que se han venido
desarrollando han elevado el papel del metal en las
explicaciones históricas que se han venido formulando,
dividiéndose los investigadores en dos grandes bloques.
Por un lado, nos encontramos aquellos que piensan
que el metal en el Calcolítico e incluso en la Edad del
Bronce se reduce a una tecnología novedosa aplicada
a una nueva materia prima explotada pero que apenas
tuvo trascendencia en el desarrollo histórico de estas
comunidades, mientras que, por otro lado, otro grupo
de investigadores cifran en la metalurgia el motor del
cambio histórico que se produce en las sociedades del
sur peninsular a lo largo del IV, III y II milenios a.C.
Los primeros indicios mineros que tenemos en el
sureste peninsular proceden del Pasillo de Cúllar-Chirivel, en las provincias de Granada y Almería, donde
se encuentra ubicado el yacimiento calcolítico de El
Malagón (Moreno Onorato, 1994). En el entorno
inmediato de este yacimiento se han documentado varios
afloramientos de mineral de cobre (óxidos y carbonatos
de cobre) que pudieron haber sido explotados durante el
periodo cronológico asignado para el poblado (Edad del
Cobre Pleno y Final) (Fig. 37). De hecho, en las mismas
laderas del cerro sobre el que se asientan las zonas superiores del poblado de El Malagón, han aparecido dos
cortes en el terreno que muestran suficientes indicios
como para hacernos pensar que se trata de dos minas, dos
explotaciones al aire libre de mineral de cobre. En estos
espacios, cuyas dimensiones oscilan entre 1.5 y 2 m de
Fig. 37.–Posible mina de malaquita asociada al yacimiento de El Malagón (foto GEPRAN).
ancho por 2 a 3 m de largo, se han recogido numerosas
muestras de mineral. La profundidad de estas oquedades
es difícil de calcular, pues están rellenas por bastante sedimento producto de la erosión del cerro que las ha ido colmatando. El área que circunda estas «minas» está plagada
de clastos de roca que aún conservan restos de mineral
de cobre. Una tercera área cercana a las dos anteriores y
posiblemente explotadas en el mismo tiempo, presenta
unas dimensiones bastante más reducidas.
La misma formación geológica sobre la que se asienta
el yacimiento nos está indicando las posibilidades de afloramientos de mineral de cobre que existen en la zona. Se
han localizado minas de cobre tanto en los alrededores
de El Malagón como a lo largo de la franja que va desde
Cúllar hasta Vélez Rubio. En el área excavada han aparecido diversas muestras de mineral de cobre, tanto al
interior como al exterior de las cabañas. Las muestras
localizadas en la zona exterior del área excavada muestran
contenidos de cobre y arsénico, siendo los minerales presentes malaquita y azurita junto con goetita, hematite y
clorita. Hay que destacar también la presencia de restos
secundarios de una metalurgia del hierro, perteneciente
ya a periodos muy posteriores que incide en la riqueza de
la zona a nivel minero-metalúrgico.
Además, en el entorno de El Malagón, también se han
documentado trabajos mineros relacionados con la extracción del sílex. Se trata de la mina de La Venta situada en
las sierras de Orce y María, tomada como ejemplo de la
abundancia de minas de sílex que se explotaron durante
el III milenio a.C. en las Cordilleras Subbéticas (Ramos,
1998). Las evidencias arqueológicas más destacadas son
distribuciones de sílex tallados en la superficie de un afloramiento con depósitos de esta materia prima (calizas con
sílex), mostrando éstos su pertenencia a los contextos geológicos del subsuelo, protegidos de las alteraciones propias de los procesos erosivos de la superficie. Estos rasgos
evidenciaban sin lugar a dudas que los sílex de La Venta
habían sido minados del subsuelo durante la Prehistoria.
La estructura de la mina es conocida tras una serie de
excavaciones: el depósito aparece bajo escasos metros de
coluvión margoso de fácil excavación siendo una brecha
tectónica de calizas con sílex, donde su extracción, la del
sílex, se ve facilitada por el estado fracturable natural en
que se encuentra la roca. Se localizaron unos 20 pozos
mineros de unos 4 m de diámetro y entre 2 y 3 m de
profundidad. Junto a estos pozos aparecen áreas de taller
para trabajar los nódulos extraídos. Aún sin contar con
los datos suficientes como para determinar la duración de
las estancias a pie de mina, es de suponer que se trataría
de campamentos estacionales.
Otra posible mina de la Edad del Cobre fue localizada
en Almería, en la Sierra de Alhamilla, por un equipo de
prospección arqueometalúrgica compuesto por miembros del Departamento de Prehistoria y Arqueología
de la Universidad de Granada y de la Universidad de
Mainz, dirigido por el prof. B. Rothemberg en la que
se localizaron fragmentos de un posible horno, menas
de cobre así como restos de escorias. La escasa cerámica
recogida junto a estos restos parece ser de filiación calcolítica (Rothemberg et al., 1988).
Esta actividad minera está relacionada con la Cultura de Los Millares, que hace referencia a una de las
culturas calcolíticas más importantes del Mediterráneo
Occidental. Será justamente esta sociedad millarense la
que desarrolle la tecnología metalúrgica de la reducción
y fundición del cobre. La transformación del mineral
se realizaba en dos fases. La primera, denominada de
reducción, tenía lugar en pequeños hornos abiertos en
el terreno donde se colocaban las vasijas-horno o vasijas
de reducción, de donde se extraería el metal para fundir.
Este proceso se podía realizar a pie de mina o bien en
talleres al aire libre dentro del poblado. En este sentido,
Fig. 38.–Vista aérea del poblado de Los Millares (foto GEPRAN y Paisajes Españoles).
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
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el yacimiento de Los Millares (Fig. 38) ofrece la documentación arqueológica del primer taller conocido en
la Península Ibérica de transformación del mineral en
metal. En este taller de planta rectangular se ha documentado tanto la reducción como la fundición del metal
en crisoles para, una vez líquido, ser vertido en moldes.
Además en distintos bastiones, tanto de la muralla exterior como del Fortín 1 se han documentado restos de
los trabajos de fundición (Arribas et al., 1987; Molina et
al., 1986b; Molina y Cámara, 2005) (Fig. 39 y 40).
En la zona de Huelva se han hallado multitud de
muestras de minería extractiva relacionadas con la Prehistoria Reciente, como en el Cerro Masegosa (Blanco
y Rothenberg, 1981: 41-47), en la Cueva del Monje
(Blanco y Rothenberg, 1981: 53-62), donde se constataron trincheras de 50-60 cm de ancho y un metro de
largo, junto a martillos, en la zona de Palma del Condado, o en el río Corumbel, ambos con restos de trincheras y martillos (Blanco y Rothenberg, 1981: 67-90).
Recientemente, la evidencia de Cerro Juré (Alosno,
Huelva) y de las zonas prospectadas en el Andévalo han
demostrado la importancia metalúrgica de esta área
desde el Calcolítico, sugiriéndose aventuradamente
incluso el inicio de la contaminación de la ría en función de las columnas sedimentarias analizadas y de los
restos de moluscos hacia el 2475 ± 100 cal ANE junto
a un proceso de deforestación de las zonas cercana a los
asentamientos metalúrgicos (Nocete, 2004).
En la Sierra Morena jiennense, uno de los ejemplos
más claros de trabajos de extracción asociados a esta época
Fig. 39.–Taller metalúrgico de Los Millares (foto GEPRAN).
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La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
de la Edad del Cobre lo encontramos en la Mina del
Polígono, en las cercanías de Baños de la Encina donde
además de constatar trabajos de cantería de la arenisca
Triásica aparecen restos de explotación de minería de
cobre y plomo moderna y antigua. Se trata de pequeñas
calicatas que presentan fuertes concentraciones de malaquita y azurita. En las inmediaciones a estos lugares se
ha recuperado una hoja de sílex claramente calcolítica,
por lo que cabe la posibilidad de que esta mina de cobre
ya fuera explotada desde el Calcolítico. Esta hipótesis
viene justificada además por su propia localización en
el borde del Piedemonte, en la zona de contacto con la
Depresión Linares-Bailén, donde se pueden situar varios
asentamientos de la Edad del Cobre como el Cerro del
Tambor y el Castillo de Baños de la Encina (Contreras et
al., 2004: 27; 2005a: 118).
En la zona de Siete Piedras, donde también existen
filones y restos de materiales de transformación metalúrgica (Nocete et al., 1987), no se han documentado
Fig. 40.–Reconstrucción del taller metalúrgico de Los Millares.
restos de labores prehistóricas ya que han sido borrados
probablemente por explotaciones más recientes en
épocas romana (Salas de Galiarda) y contemporánea
(años 60, Sociedad de Peñarroya). No cabe duda que
los trabajos de extracción mineral durante el Cobre
tuvieron que ajustarse a pequeñas calicatas, rafas, etc.,
beneficiándose de los afloramientos superficiales de las
zonas de enriquecimiento supergénico que aportarían la
suficiente cantidad de mineral como para abastecer las
necesidades de los habitantes de cada zona e incluso una
posible demanda exterior.
En el Alto Guadalquivir son numerosos los yacimientos de la Edad del Cobre localizados, aunque la
mayor parte de ellos no parecen estar vinculados con la
explotación metalífera, sino más bien con la explotación
de otro tipo de recursos, agropecuarios en el valle, a los
que habría que añadir el aprovechamiento de recursos
forestales entre los que se incluyen los cinegéticos y
de materias primas como el sílex. En la zona de Sierra
Morena sólo se pueden destacar en el valle del Rumblar, como ya hemos señalado, los yacimientos de Siete
Piedras y el Cerro del Tambor (Nocete et al., 1987; Lizcano et al., 1990), y en el Jándula el yacimiento de Los
Santos. Este yacimiento se sitúa en una zona de dehesas,
en un lugar rocoso utilizado como lugar de cantera de
extracción de sílex, pero además tiene las posibilidades
económicas de explotación ganadera, cinegética, agrícola, junto a una importante actividad metalúrgica, que
se atestigua con la presencia de crisoles de fundición de
cobre (Pérez et al., 1992c: 101-102). El yacimiento de
Siete Piedras, con ocupación calcolítica y de la Edad
del Bronce presenta una economía enfocada posiblemente a la ganadería y a la actividad cinegética aunque
también a la explotación metalúrgica del área donde se
sitúa y en la que existe una alta concentración de filones
metalíferos de cobre explotados hasta época contemporánea. En el borde entre la Depresión y Sierra Morena
se encuentra el yacimiento de Cerro del Tambor (Lizcano et al., 1990: 55) (Fig. 41), ubicado sobre un montículo desde donde se controlaría toda la depresión y la
entrada al propio valle. Tendría posiblemente una funcionalidad estratégica y de control, ya que sirve de nexo
entre ambas zonas, la metalúrgica de Sierra Morena y
las tierras fértiles para la agricultura en la Depresión. En
él se documentaron evidencias superficiales de la actividad metalúrgica2.
Podemos concluir, por tanto, que durante el tercer
milenio se produce la ocupación del borde de Sierra
Morena con asentamientos que, como hemos reseñado
anteriormente, no estarían relacionados con la explotación metalúrgica mientras que posteriormente, quizás
desde fines de la Edad del Cobre el poblamiento y su
especialización funcional sí responderán a la demanda
de mineral desde los grandes asentamientos de la Campiña, en los cuales podrían tener lugar algunas fases del
Fig. 41.–Cerro del Tambor (foto Proyecto Peñalosa).
2
Recientes excavaciones arqueológicas llevadas a cabo por S. Moya en el Castillo de Baños han confirmado la existencia de un poblamiento calcolítico en este sitio.
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
49
proceso metalúrgico, como sugieren los hallazgos de
Marroquíes Bajos, o en puntos intermedios de su distribución. Este sería el caso del asentamiento del Cerro
del Pino, situado en el valle del Guadalimar, lejos de las
zonas de extracción del mineral, que en su economía
recoge el proceso de transformación del cobre, como
atestiguan los hallazgos de vasijas-horno y crisoles,
mineral en bruto, escorias, y martillos de forja que
demuestran el funcionamiento de los circuitos de distribución o intercambio, a través de los cuales las élites
de estas comunidades agrarias accederían al mineral
(Lizcano et al., 1992) (Fig. 42). Este fenómeno se produce también con poblados como Las Aragonesas y Las
Tiesas, en la Vega del Guadalquivir, cercanos a Sierra
Morena, que catalizan durante el segundo cuarto del
II milenio las funciones de distribución e intercambio
del mineral entre los asentamientos de las dos zonas
(Nocete, 1994; 2001). Algo similar ocurre en la zona de
la Campiña Oriental en asentamientos como el Puente
de la Reina (Pérez et al., 1992b: 89-90).
Por tanto, durante el Calcolítico tanto en el Alto
Guadalquivir como en el Sureste existe una especialización de los poblados en función de las actividades
económicas que realizan, documentándose tanto minas
para explotar recursos silíceos y minerales como asentamientos cercanos a las mismas en donde se realizarían
las labores de extracción, caso de El Malagón en las tierras granadinas o el Cerro del Tambor y Siete Piedras en
el Alto Guadalquivir. Junto a ellos se localizan grandes
Fig. 42.–Cerro del Pino (foto Proyecto Peñalosa).
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La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
poblados que centralizarían la transformación del metal
y su intercambio como sería el caso de Los Millares en
el Sureste y Marroquíes Bajos en la Campiña o el Cerro
del Pino en Ibros o el de Los Villares en la zona de
Andújar. Todo este sistema de poblados, articulados en
la extracción de materias primas y transformación metalúrgica, implica la existencia en primer lugar de circuitos
que llevan las materias primas a los centros políticos o
de transformación y en segundo lugar, el control de los
grandes centros de ese proceso transformador y sobre
todo de su distribución.
c) La explotación minera sistemática en la Edad
del Bronce: la colonización de Sierra Morena
La tecnología minera y metalúrgica desarrollada por la
Cultura de Los Millares va a continuar durante la Edad
del Bronce con la Cultura del Argar. Numerosos indicios
arqueometalúrgicos de El Argar, Fuente Álamo o Gatas
en Almería o de la Cuesta del Negro y Cerro de la Encina
en Granada confirman la importancia del metal en las
sociedades estratificadas de la Edad del Bronce.
Dada la riqueza en minerales de Sierra Morena,
esta zona se convierte en el escenario ideal para estudiar el desarrollo de la metalurgia del cobre en estos
momentos.
Sin duda alguna, hay que resaltar los trabajos arqueometalúrgicos llevados a cabo en la provincia de Huelva,
donde la tradición minera foránea, reflejada por la Com-
pañía Minera Rio Tinto ha aportado capital e investigadores para llevar a cabo un profundo estudio de la
situación minera prehistórica e histórica de dicha zona
y que, aparte de las numerosas publicaciones editadas,
ha culminado con la explotación turística de ese paisaje
minero a través de la visita guiada a minas, viviendas
mineras, trazados ferroviarios y sobre todo la creación
de un magnífico Museo Minero, donde se reproduce
fielmente una mina de época romana.
Sin embargo, la gran actividad minera desarrollada en
esta zona a lo largo de los siglos XIX y XX ha sepultado
prácticamente la minería prehistórica quedando oculta
por las grandes remociones realizadas. Sin embargo, aún
quedan evidencias de poblados y asentamientos mineros
como es el caso de Chiflón (Rothemberg y Blanco,
1960; Blanco y Rothembreg, 1981) o el del cerro de
Cabezo Juré (Nocete, 2004).
Algo parecido ocurre en la parte cordobesa de la sierra,
donde en los últimos años se están realizando trabajos
de prospección y localización de restos mineros, aunque
los años de intensa investigación se reflejan en un mayor
conocimiento de la parte jienense, que ofrece, sobre todo
en la cuenca del río Rumblar, un magnífico muestrario
para estudiar la minería y la metalurgia prehistórica.
Será en la Edad del Bronce, en torno a 1800 A.C.
cuando se incremente la explotación de los recursos
metalíferos del distrito minero de Linares-La Carolina. La sociedad experimenta una evolución hacia un
modelo más estratificado y de mayor control político.
Esto se traducirá en una importante colonización de
los valles de Sierra Morena donde aflora el mineral de
cobre como es el caso del río Rumblar (Fig. 43). Esta
época es conocida fundamentalmente debido a los trabajos que lleva a cabo en la zona el Proyecto Peñalosa
del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la
Universidad de Granada y que se ha centrado principalmente en la excavación sistemática de un poblado
metalúrgico como Peñalosa (Baños de la Encina), definido como uno de los asentamientos de primer nivel en
el valle del río Rumblar junto al de La Verónica y al del
Cerro de las Obras, que articula la explotación de este
valle con la transformación del mineral extraído de su
entorno. Gracias a los numerosos estudios que se están
realizando no solo en la zona del Rumblar sino también
Fig. 43.–Vista aérea del Rumblar con Baños de la Encina en primer término y Linares al fondo (foto Proyecto Peñalosa).
en el Suroeste, Sureste y otras zonas de la Península cada
vez se conocen mejor las cuestiones sobre la minería y
metalurgia en la Edad del Bronce.
El proceso minero y metalúrgico va evolucionando
de una manera lenta a lo largo de este período. Los
trabajos de extracción siguen siendo muy simples a
través de rafas y calicatas por donde rastrear los filones.
El proceso metalúrgico en lo esencial no varia con respecto al Calcolítico. Los principales aspectos que se
pueden observar de la evolución y de los cambios son
los siguientes:
– Se produce un continuismo en el uso de los hornos
de reducción, matizados quizás por modificaciones
en los tipos cerámicos metalúrgicos, aunque no será
hasta finales del la Edad del Bronce cuando empiecen
a emplearse hornos con tiro inducido por toberas y
canales de sangrado, si bien los restos que tenemos son
muy escasos.
– Prevalecerá casi durante todo este tiempo la aleación, intencionada o no, de cobre y arsénico, para
dejar paso al bronce binario cobre/estaño a finales de
la etapa.
– El inicio del trabajo de la plata. La plata pasará a
jugar un importante papel en el status de los miembros
de la comunidad y si bien la que encontramos en los
ajuares funerarios parece ser nativa, no hay que descartar
su posible obtención a partir de de minerales como la
galena argentífera, tan abundante en esta zona.
– Se produce una mejora en el trabajo de manufactura final, aumentando los objetos a los que se le apli-
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
51
caba la forja en frío seguida del recocido y nueva forja
en frío, junto a un aumento de las tipologías de objetos
manufacturados en este periodo, especialmente armas
y adornos que en su mayoría aparecen dentro de contextos funerarios como un elemento de prestigio social
(Rovira, 2004: 20).
– Pero lo más importante es sin duda que la metalurgia adquiere un papel simbólico en estas comunidades estratificadas, donde la guerra y la rapiña van a
constituir la manera más rápida y eficaz de acumular
riqueza y poder. Por ello, se multiplica ahora la producción de armas (puñales, espadas, alabardas, hachas,
puntas de flecha, puntas de lanza) no sólo para la guerra
sino fundamentalmente como parte de los ajuares funerarios de las élites aristocráticas. Ello hará surgir una
demanda muy fuerte de metal que afectará de manera
muy especial al Distrito minero de Linares-La Carolina,
pues el Alto Guadalquivir tan rico en recursos mineros
se convertirá en la zona de atracción de las comunidades de la Edad del Bronce del sur peninsular y el río
Rumblar será colonizado por una serie de poblados que
se dedicarán de manera sistemática a la explotación del
cobre.
– Asistiremos a la aparición de los primeros lingotes de
metal, auténticas monedas de cambio, que circularan por
el sur y que se producirán en Sierra Morena (Fig. 44).
Dentro de la zona de estudio, el valle del Rumblar
y la Depresión de Linares-Bailén son las áreas en las
que se ha centrado la investigación con la realización de
Fig. 44.–Lingotes de cobre procedentes de Peñalosa.
52
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
toda una serie de prospecciones junto a la excavación
en extensión del yacimiento argárico de Peñalosa. En la
cuenca del Rumblar los yacimientos se sitúan en lugares
estratégicos, tanto para la defensa como para el abastecimiento y explotación de minerales y materias primas.
Las prospecciones arqueológicas han mostrado una
fuerte concentración de asentamientos a lo largo de todo
el valle en sentido longitudinal al río Rumblar (Nocete
et al., 1987; Lizcano et al. 1990) (Fig. 45). En la Depresión de Linares-Bailén, el poblamiento viene definido
bien por el control de pasos/vados como el Cerro del
Salto (Vilches) o bien por la expansión territorial de los
asentamientos en dirección a los afloramientos cupríferos. Los poblados aparecen alejados de las tierras más
aptas para el cultivo y en un paisaje actual de dehesa,
como Las Casas (Vilches) y Cerro Pelao (Linares) (Pérez
et al., 1992a:91). Este último yacimiento controlaría y
explotaría los minerales cupríferos de los filones cercanos, sobre los que se observan los restos de minería
extractiva antigua y moderna de las minas de Cerro
Fig. 45.–Mapa del río Rumblar con los restos arqueológicos prehistóricos relacionados con la minería.
Hueco y de La Atilana. Las mineralizaciones explotadas
fueron fundamentalmente sulfuros, enriquecidos, de
pirita, calcopirita, galena, malaquita, azurita y estibina
entre otros, junto con la posible extracción de elementos
secundarios con concentraciones escasas de plata y oro.
Esta intensa actividad minera tuvo que estar dirigida
desde los grandes poblados argáricos situados casi con
total seguridad en la Loma de Úbeda. Nos referimos
más concretamente a los yacimientos de Úbeda y El
Alcázar de Baeza.
Las menas más comunes contenían sulfuros y carbonatos relacionados con gangas silicatadas o carbonatadas. Dentro del yacimiento de Peñalosa se
ha constatado la presencia de minerales de cobre y
plomo, y en el que la galena (Moreno Onorato, 2000:
172-178), según los primeros análisis de isótopos de Pb,
procedería en su gran mayoría de las áreas mineras de
Contraminas (Mina de El Polígono, zona del arroyo del
Murquigüelo y finca de Don José Palacios y el área de
Salas de Gallarda). En este sentido, el Proyecto Peñalosa centra su investigación en realizar analíticas sobre
un amplio espectro de muestras minerales recuperadas
tanto de prospección como de excavación, que ayuden a
determinar la procedencia de los minerales explotados.
Junto a ellos también hay otra serie de materias primas
como piedra, arcilla, etc. de las que se surtirían en áreas
aledañas (Jaramillo, 2005: 458).
Gracias a la excavación del yacimiento de Peñalosa
conocemos bien los procesos tecnológicos de la producción de cobre/bronce que serán descritos más adelante.
Sin embargo, el proyecto no contaba con el conocimiento exhaustivo de los trabajos mineros propiamente
dichos. Para rellenar esta laguna se han venido realizando prospecciones arqueometalúrgicas desde el año
2003. En dichas prospecciones el Arroyo del Murquigüelo se ha convertido en uno de los centros principales de explotación del mineral de cobre de la Edad del
Bronce (Contreras et al. 2004: 27; 2005a: 118).
Los resultados extraídos de los diferentes estudios realizados confirman que durante el segundo milenio a.C.
hubo una explotación sistemática del valle del Rumblar
para obtener beneficio de sus filones de cobre y plata
(Fig. 46). Ello hace que una zona de sierra, con escasos
restos de vida humana en épocas anteriores, sea ahora
Fig. 46.–Zona del río Rumblar con presencia de restos arqueometalúrgicos.
poblada con numerosos asentamientos que se establecen
a ambos lados del valle (Cerro de las Obras, Peñalosa,
La Verónica (Fig. 47), Cerro Barragán, Cerro de Cienranas, El Castillejo, Piedra Letrera, etc.) en los que,
como tarea fundamental se va a desarrollar la minería
y metalurgia. Ahora, además el territorio estará controlado por numerosos fortines, de pequeño tamaño, como
Piedras Bermejas o La Isla, encargados de controlar los
accesos a las minas y a los poblados metalúrgicos desde
la Depresión de Linares-Bailén.
Durante el Calcolítico, tanto en el Alto Guadalquivir
como en el Sureste de la Península Ibérica, existía una
relativa especialización de actividades entre los asen-
Fig. 47.–La Verónica (foto Proyecto Peñalosa).
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
53
tamientos, con poblados destinados únicamente a la
extracción de materias primas minerales metálicos y no
metálicos y rocas, poblados cercanos a las minas en los
que se realizan determinadas fases del proceso metalúrgico o todas ellas, poblados de distribución y poblados
centrales, algo más alejados de los filones, en la mayoría
de los casos, aun cuando la actividad metalúrgica es
muy intensa, como ocurre en Los Millares (Almería).
Esta estructuración del poblamiento con asentamientos
mineros y metalúrgicos propiamente dichos implica
primero la circulación de las materias primas desde las
minas a ciertos centros políticos o centros de transformación dependientes y, segundo, el control desde los
grandes poblados de la transformación del metal y su
distribución (Moreno et al., 1995).
En la Edad del Bronce el proceso se complica en
ambas áreas. En el Alto Guadalquivir los centros jerárquicos controlarán la circulación de los productos acabados y establecerán centros secundarios, verdaderos
poblados de colonización, que acapararán el mineral
procedente de las minas y lo convertirán en metal (lingotes y objetos).
En el Sureste se ha planteado un sistema más complejo
en el que los poblados secundarios como Fuente Álamo
no realizaran todas las fases del proceso metalúrgico. Los
análisis realizados sobre los materiales metálicos del yacimiento de Gatas (Castro et al., 2001b) han sugerido la
procedencia de la materia prima, o del producto acabado,
del área de Sierra Morena, lo que implica una circulación
interregional. La articulación dependiente del patrón de
asentamiento en esta área supone, según los distintos
autores, la circulación de los productos de subsistencia
desde los pequeños poblados en llano hasta los centros
secundarios, tal vez con la intervención centralizadora y
redistribuidora del gran poblado de El Argar que registra
las últimas fases del proceso metalúrgico.
En general, en la Cultura del Argar se constata el
acceso no generalizado al metal, incluso en los centros
metalúrgicos de primer nivel como Peñalosa donde
determinados personajes no acceden, en el momento de
su inhumación, a ningún elemento metálico. La mayor
parte de la población masculina, salvo excepciones, acumula sólo un puñal que se debió convertir en símbolo
de su posición social, y sólo una determinada minoría,
54
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
accede a los adornos en oro y plata que, en el caso de
los hombres, suelen estar acompañados de puñales de
mayor tamaño o verdaderas espadas. Estas diferencias
encuentran una fuerte correspondencia con las documentadas entre las viviendas ya que, aunque en todas se
registra la actividad metalúrgica, sólo en algunas se han
localizado áreas de almacenamiento de mineral, junto al
consumo de animales de gran talla (bóvidos y équidos)
o la abundancia de cerámicas decoradas.
En el contexto social de Peñalosa, en el que se distinguen entre élites aristocráticas, campesinos-guerreros
y siervos (Contreras, 2000 y Contreras y Cámara, 2002),
el metal se ha convertido en un símbolo de status, bien
porque las armas se configuran como el atributo de la
pertenencia real a la comunidad, bien porque sólo determinadas personas acceden a elementos metálicos concretos, aunque también se puede asegurar la utilización
del metal para la realización de instrumentos que facilitan
las actividades productivas, ya que, además de los punzones, agujas y leznas recuperados en las viviendas junto
a otros elementos (punzones y agujas de hueso, pesas de
telar, etc.) que sugieren una actividad textil, se ha documentado indirectamente la presencia de elementos cortantes utilizados en el despiece de los animales.
Por otra parte, las armas se configuran como medios
de producción, y no sólo como símbolos, desde el
momento en que se pueden utilizar en la adquisición
de riquezas a través de la guerra y la rapiña. Por último,
la importancia de la actividad metalúrgica en Peñalosa
en relación a la circulación antes referida se manifiesta
en la documentación de verdaderos lingotes destinados
a la acumulación y la circulación.
d) El abandono de la minería cuprífera a inales de
la Edad del Bronce
La fuerte personalidad de la cultura argárica hizo que
tras su desaparición quedara como un gran vacío en la
secuencia cultural entre ésta y el mundo ibérico. Tradicionalmente, las últimas etapas de la Edad del Bronce se
habían planteado como momentos oscuros y, sobre todo,
faltos de cohesión cultural, debido fundamentalmente a
la falta de investigaciones sobre este período. Durante
gran parte del siglo pasado, los investigadores atribuían
la mayoría de los elementos materiales del Bronce Final
a la cultura céltica que, por ese momento, tenía un papel
importante en los estudios que se realizaban. Los trabajos de F. Molina (1976, 1978) sobre el final de la Edad
del Bronce ayudaron a rellenar este hueco.
En la provincia de Jaén a finales del Bronce, en las
zonas tradicionalmente mineras se produce un abandono generalizado. La alta especialización de estos
asentamientos orientados a la explotación minera y al
control de la distribución de productos elaborados, ya
sea en lingotes ya sea en objetos, pudo influir en su crisis
que posiblemente esté relacionada con la consolidación
de nuevos circuitos de intercambio y nuevas rutas controladas por Tartessos, que oferta nuevos metales a las
capas sociales más altas de las comunidades del Guadalquivir (Pérez et al. 1992a: 92).
La mayoría de los yacimientos de Bronce Final, tanto
los de nueva planta como los grandes yacimientos en los
que se produce la continuidad de la ocupación con una
nuclearización del poblamiento en torno a ellos, que
se consolida en el primer milenio, se sitúan en zonas
más bajas, tradicionalmente orientadas a la explotación
agrícola, en los valles de los afluentes del Guadalquivir
y en el valle del mismo río, aunque con excepciones
como es el caso del yacimiento, de escasas dimensiones,
de Cabezuelos (Contreras, 1982), que como en épocas
anteriores, ocupa una zona elevada. Entre esos yacimientos están Cástulo (Fig. 48) y Giribaile en el Guadalimar, Cerro Alcalá en la Campiña Oriental, Iliturgi
en Mengíbar, Los Villares de Andújar o Los Alcores en
la Campiña Occidental. En estos grandes asentamientos
Fig. 48.–Cástulo (foto Proyecto Peñalosa).
se tuvo que concentrar gran parte de la población argárica minera y metalúrgica de Sierra Morena.
La aleación binaria cobre/estaño supuso una importante renovación de las técnicas metalúrgicas además de
conllevar una serie de implicaciones importantes como
la conexión a los circuitos comerciales de estaño, y la
aparición de materiales importados tanto del atlántico
como mediterráneos. Por tanto, la actividad metalúrgica no decreció en importancia sino que aumentó. Sin
embargo, son escasas las evidencias con que contamos
en la provincia de Jaén referentes al trabajo minero y
el proceso metalúrgico. Los restos de minería extractiva son exiguos, posiblemente, porque antes habrían
sido ya explotados y lo seguirían siendo también en
épocas posteriores. Se tiende a pensar que el sistema
de extracción sería muy parecido al utilizado durante
el calcolítico y el bronce pleno, cuando estas labores se
relacionarían con rafas o cortas a cielo abierto en las que
sólo se explotaban las capas superficiales del filón, sin
llegar a desarrollar obras más complejas que obligasen a
abrir pozos profundos y galerías, aunque estas tareas se
conozcan desde el Neolítico, en determinadas zonas del
norte peninsular, incluso para la explotación de minerales no metálicos. Entre los instrumentos utilizados
en esta labor están los llamados martillo-minero con
ranura central documentados en el Suroeste (Blanco
y Rothenberg, 1981), en el yacimiento de Chinflón
(Pellicer y Hurtado, 1980) y en la mina de La Loba
(Blázquez et al, 2002: 79-80). Pero los restos materiales
que están relacionados con la minería extractivas son
muy difíciles de adscribir al Bronce Final, ya que hay
que distinguirlos de los de otras épocas a no ser que
éstos, como los martillos referidos, aparezcan en una
excavación en los niveles del Bronce Final.
La mayoría de los restos de la metalurgia del Bronce
Final que encontramos en la provincia de Jaén están
relacionados con objetos manufacturados como fíbulas,
espadas, etc. (Fig. 49). Así podemos destacar el hallazgo
de Arroyomolinos (Molina, 1978; Gómez Ramos,
1996b), compuesto por dos hachas de asas laterales con
dos brazaletes-anillas enganchados y otros dos aparte,
caracterizados por los influjos de Francia en el Bronce
Final I. Las dos espadas de hoja pistiliforme del Vado
de Mengíbar, Jaén, se adscriben al Bronce Final II
(Carrasco et al., 1987). La influencia atlántica será
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
55
más fuerte durante el Bronce Final con las espadas del
tipo «en lengua de carpa» como las descubiertas en el
depósito de la Ría de Huelva, en el Guadalimar, Baeza,
Jaén y en el Cerro de la Miel, en Moraleda de Zafarraya
(Granada). La cerámica que acompañaba a esta última
espada y la datación radio carbónica elevan su cronología al s. X a. C. e, incluso al último tercio del XI a.C.,
aunque hasta entonces la cronología para estos hallazgos
no había pasado del primer milenio (Carrasco et al.
1987:110). En este sentido, para la génesis del Bronce
Final en el Sudeste, se proponen influjos atlánticos e
influencias del Mediterráneo (Molina, 1978: 215).
En la provincia de Jaén apenas tenemos evidencias arqueológicas respecto a estructuras implicadas
en el proceso metalúrgico, que, prescindiendo de los
objetos acabados, prácticamente se pueden reducir a
los posibles restos de un taller de fundición en Cástulo. Con la excavación de esta ciudad se pusieron al
descubierto unas estructuras que probablemente conformaban un santuario rural, muy parecido a los de
Enkomi y Kurión, Chipre y de Palestina y Siria, con
un altar, tortas de fundición, cocina, una terracota de
toro y bothros lleno de cerámica. Se descubrió, además,
una gran tinaja con instrumentos mineros. El taller de
fundición se localizó sobre una capa de limo de una
Fig. 49.–Útiles de Bronce Final (Bartelheim, 2007).
56
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
inundación que cubría el desplome anterior. El taller
tenía una gran cantidad de restos óseos y cerámicos,
mezclados con escorias y bloques de galena argentífera. De este mineral había un almacén descubierto a
ambos lados y por debajo de uno de los muros. Probablemente, se trata en este caso de un taller al aire
libre, con un pequeño hogar de piedra en semicírculo:
a él pertenece una gran tinaja intacta empotrada hasta
media altura en el suelo, que serviría para almacenar
agua para enfriar las herramientas de los fundidores.
En el interior se hallaron morteros de piedra, con sus
correspondientes cazoletas, una de ellas muy profunda
(Blázquez, 1985: 135-137).
Importantes son otras estructuras localizadas en
el Sureste, como las de Peña Negra I. Se trata de un
pequeño horno de fundición, formado por un anillo
de arcilla de 60 cm de diámetro con un hueco interior
de 20 cm. Aunque esta estructura no presenta indicios
de escoria, al exterior de la vivienda en la que se localizaba el horno fueron detectados abundantes elementos
de la actividad metalúrgica: machacadores de mineral,
gran número de escorias, nódulos sobrantes de fundición, alguna torta de metal, fragmentos de útiles y lo
más importante, varios centenares de fragmentos de
moldes (González Prats, 1993: 23-24). Los análisis de
algunos restos de vasijas de reducción evidencian una
tecnología primitiva que mantiene la tradición tecnológica millarense. Los estudios realizados al metal bruto
y minerales muestran que en el proceso de reducción
llevado a cabo en las vasijas se producía una importante
pérdida de estaño, lo que explica que los bronces de
este yacimiento sean bajos en estaño debido a la reducción directa de los minerales de cobre y estaño. Esto
indica que las bajas tasas de estaño no sólo derivan de la
escasa disponibilidad del mismo, explicación tan socorrida y utilizada, sino que los metalisteros no supieron
beneficiarse de la aleación convenientemente. Se puede
comprobar igualmente que en el Bronce Final aún no se
alcanza el dominio tecnológico que produzca verdadera
escoria mediante la adicción de fundentes sino que todo
el volumen que se consigue de cobre o bronce es a base
de aumentar la producción de la vasija-horno (Gómez
Ramos, 1996a: 136-138).
Los más de cuatrocientos moldes aparecidos en el
yacimiento de Peña Negra, la mayoría de arcilla, se
han conservado muy fragmentados debido a que para
extraer el metal se tendrían que romper, hecho que contrasta una vez más con la tecnología de épocas precedentes. En cambio, los moldes bivalvos de areniscas son
mínimos, representando la continuidad con la Edad del
Bronce. El molde más completo de los hallados fue el
de un tipo de espada de hoja recta de filos paralelos
característica del Bronce Final III. El mayor número de
moldes recuperados están destinados a la obtención de
puntas de lanzas destacando dos moldes de pulseras y
brazaletes (González Prats, 1993: 25-26).
En la zona de Huelva, los hallazgos son parcos,
aunque se pueden documentar algunos restos que
señalan que hubo una importante actividad minero
metalúrgica. El problema nuevamente se encuentra en
que es difícil distinguirlos debido a los trabajos practicados en épocas posteriores. En la Corta del Lago
(Blanco y Rothenberg, 1981: 104-107: Rothenberg y
Pérez Macías, 1987a; 1987b) se han constatado desechos de fundición de cobre durante el Bronce Final.
En el poblado de Quebrantahuesos se documentan
restos metalúrgicos como escorias, toberas y morteros.
La aparición de escorias se inicia en un estrato fechado
en el Bronce Final (Pellicer, 1983: 185-187). Tanto
en el Trastejón como en el Puerto Moral se hallaron
restos de crisoles, escoria y restos de hornos (Hurtado
et al. 1993). También en el yacimiento de Chinflón se
han podido rastrear huellas de minería calcolítica y del
Bronce Final con la presencia de martillos mineros,
crisoles, hornos metalúrgicos y escoria de cobre. Este
poblado posiblemente permanecería en actividad desde
fines del siglo IX a. C. hasta el s. VII a. C. (Pellicer y
Hurtado, 1980: 18-19).
Con los escasos datos con que contamos para esta
época, se puede plantear una continuidad de la actividad metalúrgica, en la que algunas fases del proceso
metalúrgico como la reducción se seguían realizando
en vasijas-horno, y la fundición en crisoles y moldes.
En cuanto a la tipología de los objetos tienden a prevalecer casi los mismos: armas, útiles y elementos relacionados con el adorno personal, aunque aparecen nuevas
formas para las que se utilizan de forma generalizada
moldes bivalvos como es el caso de la fabricación de
las típicas alabardas argáricas, como la adjudicada a
Peñalosa (Carrasco et al., 1980b), pero que realmente
procede de la ciudad de Jaén (Moreno Onorato,
2000:217), la de Torre de Benzalá con una datación
posible también en este periodo o la espada de Fuente
Tójar de posible cronología post argárica (Carrasco et
al., 1987: 97).
La verdadera diferencia, con respecto a etapas anteriores, es el uso del bronce como producto de la aleación
intencionada cobre/estaño o de las aleaciones cobre,
estaño, con cierto porcentaje plomo/hierro. A este respecto quedan por aclarar algunas cuestiones como por
ejemplo la obtención de estaño y plomo, metales que
solo se han encontrado en aleación con cobre formando
los bronces ternarios. El hecho de que no se conozca
ningún objeto de estaño ni de plomo de esta época
hace pensar que no se conocieran como tales sino como
minerales, tesis que encaja con los análisis de escorificaciones de vasijas de reducción que presentan estos tres
componentes (Rovira, 2004: 29).
En Peña Negra I hay aleaciones que van desde el cobre
puro hasta un plomo enriquecido en cobre pasando por
las diferentes variedades de bronces ternarios y binarios.
Este taller se abastecería del cobre de la Sierra de Crevillente obteniendo el plomo y el estaño mediante intercambio, muy posiblemente de la zona de Mazarrón. El
metalúrgico parece, según los análisis, conocer bien las
aleaciones ya que conseguían obtener piezas metálicas
con unos caracteres determinados –dureza, maleabilidad,
etc.– al uso que tuviesen. Así para una espada beneficiarían bronce binario mientras que para piezas con un
menor desgaste y por tanto de menor dureza se harían de
aleaciones ternarias (González Prats, 1993: 34).
Frente a los postulados de una fiebre invasionista
para la producción de objetos de bronce que entrarían
en la península y se expandirían rápidamente por toda
ella, están los postulados autoctonistas, para los que
la verdadera metalurgia del bronce, aleación intencionada cobre/ estaño, existiría ya desde el Bronce Tardío
e incluso desde periodos anteriores dando lugar a la
conexión peninsular con los circuitos comerciales del
estaño, y a la ubicación de los poblados en lugares idóneos para el intercambio, sin negar con esta propuesta
los estímulos e influencias del exterior. Las tesis autoctonistas abogan por la fabricación local de ciertos objetos
de bronce considerados como foráneos a la península,
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
57
hecho que corroboran por ejemplo con el hallazgo en
Ronda de un molde de espada de «lengua de carpa» y
admiten una producción autóctona para sus tipos, revalorizando así el carácter local frente a las propuestas que
defienden la importación de estos objetos.
Las únicas influencias son la introducción del uso
del torno cerámico y el empleo del hierro, como fruto
del impacto semita. Los autoctonistas señalan que se
ha creado un vacío para esta época, por desconocimiento o mala interpretación de las excavaciones, por
falta de rigor en el planteamiento de la excavación –no
desarrollar excavaciones extensivas–, etc., que conlleva
entre otras a formular interrogantes acerca del devenir
de las poblaciones argáricas, creándose tal vez un vacío
que no es real. Parece evidente que la evolución social
seguida por la población argárica dio lugar a las comunidades aristocráticas del Bronce Final, antesala de la
cultura ibérica de la Edad del Hierro. Esta evolución
se puede rastrear muy bien en el Cerro de los Infantes
(Pinos Puente, Granada) (Mendoza et al., 1981) donde
se observa cómo paulatinamente las poblaciones del
Bronce Final van primero adquiriendo bienes fenicios
para, posteriormente incorporar adelantos, como el
torno y la metalurgia del hierro, a su bagaje cultural,
desembocando finalmente en lo que conocemos como
cultura ibérica.
Durante la Edad del Hierro, la metalurgia del bronce
siguió funcionando básicamente en la elaboración de
objetos de adorno como fíbulas, brazaletes, broches de
cinturón, etc. En el foco del Sureste, en el que podemos
incluir nuestra zona de estudio, la metalurgia del bronce
siguió elaborando objetos suntuarios durante esta época
del Hierro, sin poder olvidar la gran cantidad de figurillas de bronce que se encuentran en los santuarios ibéricos de esta misma zona.
2. La extracción del mineral en el Distrito
Linares-La Carolina
a) Localización de las minas y los poblados
¿Qué metales eran importantes para los argáricos?
En tiempos de la Edad del Bronce se produjeron, trabajaron y comercializaron los siguientes metales: oro,
plata, cobre, estaño y plomo, éste último parece haber
sido empleado exclusivamente como producto inter-
58
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
medio en la producción de plata. Los análisis efectuados
detectan además otros metales y semimetales, que
podrían ser importantes componentes de aleación (arsénico, antimonio, cinc, níquel,…). En este sentido contamos con las series analíticas realizadas en el marco del
Programa de Arqueometalurgia de la Península Ibérica
con más de 500 análisis nuevos realizados con la técnica no destructiva de espectrometría de fluorescencia
de rayos X (Rovira, Montero y Consuegra, 1997). Entre
estos metales en nuestra zona de estudio se ha documentado la presencia de cobre, plata, oro y plomo en el
yacimiento de Peñalosa (Fig. 50).
Fig. 50.–Minerales encontrados en Peñalosa.
La prospección arqueometalúrgica realizada a lo
largo de estos últimos años nos ha dado indicios de
los posibles lugares de extracción del mineral y de los
yacimientos conectados con las minas. La mayor parte
de nuestras investigaciones se han centrado en el valle
del río Rumblar, que ha sido prospectado sistemáticamente. En esta zona hemos podido distinguir varias
localizaciones de trabajos antiguos relacionados con la
extracción del mineral de cobre:
MINA DEL POLÍGONO (Fig. 51): área de explotación de vetas superficiales de cobre, cercana a la población de Baños, situada entre los depósitos de agua y
la carretera que va hasta el embalse del Rumblar. Está
formada por varios conjuntos: explotaciones recientes
de mineral de cobre, explotaciones antiguas de este
mineral y restos de cantería de arenisca. Se trata de una
serie de socavones en la parte alta del cerro, con indicios mineralizados en las paredes y vertederos antiguos
ocultos por la vegetación.
Las explotaciones prehistóricas se hallan en la parte
superior del enclave (Contreras et al., 2004). Éstas presentan fuertes concentraciones de malaquita y azurita.
Hay presencia de estibina y vetas de cuarzo cristalino
muy compactas. Estas vetas se desarrollan sobre pizarras
que se hallan altamente fracturadas generando bloques
de 2 a 20 cm. de diámetro (Fig. 52).
En las inmediaciones a estos lugares se ha recuperado
una hoja de sílex de filiación cultural claramente calcolítica, por lo que pensamos en la posibilidad de que
esta mina ya fuera conocida y explotada en la Edad del
Cobre. Además se encuentra situada estratégicamente
entre dos yacimientos calcolíticos, el Cerro del Tambor
y el Castillo de Baños.
Se ha documentado también un martillo minero
con ranura central para el enmangüe en las prospecciones antiguas realizadas por G. Tamain junto a una
gran cantidad de mineral de cobre procedente de las
escombreras (Fig. 53). Ante la abundancia de mineral
cuprífero se recogieron varias muestras para su análisis.
A este conjunto y tras una selección previa, se les realizó el análisis de Isotopos de Plomo conjuntamente con
otras muestras de minerales, escorias y objetos metálicos, procedentes del cercano yacimiento de Peñalosa
(Contreras, 2000) y de la mina de José Martín Palacios
(Baños de la Encina), con el fin de determinar la posible
procedencia de la materia prima transformada en este
poblado argárico (Hunt, 2006; Hunt et al., 2008). Los
análisis han confirmado que parte del mineral localizado en Peñalosa procede de esa mina, por lo que
parece demostrado su explotación intensiva también en
la Edad del Bronce. También se halló en esta rafa una
estela sepulcral infantil de época romana.
Fig. 52.–Pozo minería antigua de la Mina del Polígono (Proyecto Peñalosa).
Fig. 53.–Martillo minero antiguo de la Mina del Polígono (Proyecto
Peñalosa).
Fig. 51.–Vista aérea de la Mina del Polígono.
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
59
ÁREA MINERA DEL MURQUIGÜELO. En esta
zona se han determinado diversas estaciones con posibles restos mineros que parecen responder a trabajos de
minería antiguos, posiblemente de la Edad del Bronce
si nos atenemos a la cercanía de algunas de ellas a un
número importante de poblados argáricos.
– La Estación 32 (Fig. 54), situada en el margen
derecho del Arroyo Murquigüelo, está representada
por una cata de 2 metros de ancho por 7 metros de
largo y 1,5 metros de profundidad. Se detecta presencia
de galena y malaquita vinculada a una roca altamente
triturada, asociada con cuarzo ferruginoso y pequeñas
venas de moscovita y feldespato muy meteorizadas
junto con grandes concentraciones superficiales de oligisto y hematite y presencia de malaquita en pátinas de
muy poca extensión (Contreras et al., 2004: 27; 2005a:
118).
– La Estación 35 (Fig. 55) presenta una zona de
vertedero y de cantera mineralizada vinculada a una
escombrera que se levanta hasta dos metros respecto a
la cota. El área explotada presenta 3 metros de alto por
6 metros de altura y 2 metros de profundidad, estando
el vertedero totalmente recubierto por la vegetación por
Fig. 54.–Área minera del Murquigüelo: pozo (Proyecto Peñalosa).
60
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
Fig. 55.–Área minera del Murquigüelo: vertedero (Proyecto Peñalosa).
lo que no se han podido recoger muestras (Contreras et
al., 2004: 27; 2005a: 118).
– La Estación 38 se caracteriza por un socavón en la
margen derecha del Arroyo Murquigüelo. Se evidencia
la presencia de brechas enriquecidas con malaquita con
variaciones laterales a pegmatita. El material se halla altamente meteorizado. La malaquita se presenta diseminada
por todo el material moteándolo con bajas concentraciones (Contreras et al., 2004: 27; 2005a: 118-119).
En las cercanías de estas minas (menos de 100 m) se
encuentran dos poblados argáricos de gran importancia:
El Castillejo y Piedra Letrera (Lizcano et al., 1990), lo
que junto a los caracteres tecnológicos de la extracción,
es decir, las huellas de los trabajos mineros sugieren
que podrían corresponder plenamente a época argárica
(Contreras et al., 2004: 27; 2005; 118-119) (Figs. 56
y 57).
ÁREA MINERA DE D.ª EVA. (Fig. 58) En esta zona
se han encontrado varios pozos y vertederos que indican
que la explotación del mineral pudo realizarse en épocas
argárica y romana.
Las estaciones 45A y 45B muestran una serie de
socavones superficiales unidos a un gran vertedero en
Fig. 56.–El Castillejo presidiendo el área minera del Murquigüelo (Proyecto Peñalosa).
el que se localizó un martillo de minero posiblemente
de la Edad del Bronce, similar a otros encontrados
en Peñalosa. En los socavones hay presencia de vetas
de cuarzo de grosor variable con pátinas superficiales
de malaquita, así como pizarras cuya exfoliación presenta altas concentraciones de malaquita paralela a los
planos de exfoliación. La malaquita siempre se halla
diseminada de manera discontinua sobre la roca de
caja y la veta. Igualmente muestran elevadas concentraciones de óxidos de hierro en forma de hematites
y oligisto. En algunas muestras se aprecia un brechamiento incipiente del material.
SALAS DE GALIARDA. Se trata de un conjunto de
explotación minera de época romana, aunque en las
inmediaciones hay algunos socavones (Estación 57B)
de forma redondeada, de unos 2 m de diámetro, con
mineralizaciones de cobre, cuya explotación pudo ser
prehistórica (Fig. 59). Se documenta la presencia de
esfalerita (sulfuro de cinc) asociada a costras de malaquita en nódulos de hierro. La malaquita también se
halla asociada a fragmentos de cuarzo fracturados, en
forma de costras discontinuas sobre su superficie. Muy
posiblemente la mineralización esté asociada a vetas
de cuarzo brechadas parcialmente y en cuyas fracturas
internas se desarrollan precipitaciones de carbonato de
cobre y calcita.
Fig. 57.–Estructuras visibles en superficie de El Castillejo (Proyecto Peñalosa).
Fig. 58.–Área minera de Doña Eva: vertedero (Proyecto Peñalosa).
Fig. 59.–Salas de Galiarda: estructuras relacionadas con la explotación
del cobre (Proyecto Peñalosa).
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
61
En el registro arqueológico aparecen restos de útiles
empleados en la extracción y machacado del mineral.
Entre ellos destacamos martillos mineros similares a
los hallados en las escombreras de la estación 45 (Mina
de José Palacios), mazas, machacadores y piedras con
cazoletas usadas tanto para machacar el mineral como
para otras actividades de producción. Concretamente,
en Peñalosa se han contabilizado hasta cinco martillos con escotaduras para el enmangue de madera que
no se ha conservado (Carrión, 2000). Los resultados
de su estudio muestran huellas de uso macroscópicas
provocadas por la percusión contra las rocas (Moreno
Onorato, 2000: 196-197). A éstos habría que sumarle
otro, de pequeñas dimensiones y con ranura central,
aparecido en la última campaña de excavación realizada
en Peñalosa durante el verano de 2005. Posiblemente,
por sus dimensiones y características formales y aún sin
contar con los resultados analíticos, parece que fue utilizado tanto para trabajos de molienda como de forja
en la manufactura de objetos metálicos. Aparte de los
martillos, en las labores de cantería, se emplearían otros
útiles no conservados debido al empleo de materias
orgánicas perecederas como la madera y el hueso. En
yacimientos en los que sí se han conservado estos materiales, normalmente están endurecidos por el fuego.
Como ya se ha comentado, a lo largo del valle del
río Rumblar, durante la Edad del Bronce asistimos a un
auténtico proceso de colonización, con la ocupación de
nuevas áreas y la ubicación de asentamientos en zonas
de importante control estratégico. Yacimientos como
Los Castillejos, Siete Piedras o Piedra Letrera localizados cerca de las minas descritas anteriormente son
los que controlarían su explotación. El mineral una
vez extraído y controlado por otros poblados de gran
envergadura sería transformado en metal. La principal
evidencia de esta transformación, vasijas de reducción
y vasijas de fundición, se ha recuperado en yacimientos
como Peñalosa, Cerro de las Obras o el Castillo de
Baños. Estos poblados, de grandes dimensiones, serían
los encargados de distribuir el metal obtenido bien en
forma de lingotes o bien en forma de productos acabados. El control del territorio se completaría con el
establecimiento de una serie de fortines desde donde
controlar los accesos a los lugares de producción, como
sería el caso de Piedras Bermejas.
62
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
Los trabajos de prospección realizados en el cercano valle del río Jándula, en la Sierra de Andújar,
han dado como resultado el hallazgo de vestigios de
trabajos mineros datados posiblemente en la Edad del
Bronce. En la Sierra de Andújar hay indicios de labores
de extracción por ejemplo en la Garganta de Valquemado, en la cercanía del río Yeguas, a trece kilómetros
al E-NE del santuario de la Virgen de la Cabeza, en el
Parque Natural de Sierra de Andújar donde se pueden
observar, sobre la superfie del terreno, varios filones de
cobre encajados en el granito que fueron explotados a
través de rafas o explotaciones a cielo abierto. En los
alrededores y desmontes se han recuperado algunos
martillos mineros con ranura central (Giardino, 1995:
165). Muy cerca de la zona se encuentra el Cerro de
los Venados donde también aparecieron restos de martillos mineros (Domergue, 1987: 255; Giardino, 1995:
165). En las escombreras de la Mina de Valquemado,
de explotación reciente, se han encontrado fragmentos
de martillos mineros con ranura central y mineral de
cobre –malaquita– (Domergue, 1987: 256). También
en esta misma área se documentan martillos mineros de
ranura central en el Cerro de las Buitreras (Domergue,
1987: 256). Igual ocurre entre el Arroyo del Fresnillo
y del Coche donde existen distintas rafas en cuyos
desmontes, además de muestras de mineral de cobre,
se hallan numerosos martillos mineros de la misma
tipología fabricados sobre una roca grisácea, hasta el
momento sin identificar (Domergue, 1987: 256). De
las escombreras asociadas a las rafas mineras de El
Humilladero proceden numerosos mallei (Domergue,
1987: 257; Giardino, 1995: 165).
Las labores mineras que caracterizan el filón Navalasno se sitúan a unos 4 kilómetros al este del Santuario
de Virgen de la Cabeza. Cerca de este filón, al SE, se
localiza el yacimiento de la Edad del Cobre de Los
Santos (Fig. 60), el cual se asienta en un afloramiento
rocoso silíceo que forma un pequeño montículo elevado
sobre las suaves lomas de la dehesa. La estrategia de su
ubicación está en relación a la explotación del afloramiento rocoso sobre el que se emplaza, usado como
lugar de habitación y cantera de sílex. La presencia de
elementos de sílex (núcleos, lascas) diseminados en el
área induce a pensar en la explotación en la zona de
otros afloramientos no estrictamente metálicos. En este
Fig. 60.–Cerro de los Santos (Andújar) (Proyecto Peñalosa).
asentamiento junto a la extracción de sílex, se desarrolló
también la actividad metalúrgica, con la explotación de
mineral de cobre como atestigua la presencia de crisoles de fundición, lo que incide en la importancia de
esta zona en la cuenca del Jándula durante la Edad del
Bronce (Pérez et al., 1992c: 101-102). En las escombreras de las labores mineras aparecieron martillos con
ranura central de una piedra color grisácea aún por
determinar.
Los vestigios mineros y los elementos de cultura
material documentados en Los Escoriales indican que
estos filones fueron explotados por dos métodos de
extracción que estarían asociados, al menos, a diferentes momentos de explotación. Un primer momento
de laboreo se vincularía con la explotación de las zonas
superficiales de los filones, ricos en minerales oxidados y
carbonatados, a través de pequeñas explotaciones a cielo
abierto durante la Prehistoria Reciente. Un segundo
periodo y de mayor intensidad de la explotación, se
produciría bajo la dominación romana, concretamente,
en épocas republicana (s. II y I a.C.) y alto imperial (s.
I d.C.) como atestigua el material arqueológico documentado tanto en el sector occidental y central de Los
Escoriales.
b) Las técnicas extractivas y el tratamiento del
mineral en las minas
Aunque por el momento no se ha excavado ninguna
mina prehistórica relacionada con la explotación del
cobre en el Distrito minero de Linares-La Carolina,
podemos aproximarnos a las técnicas extractivas y a
las herramientas usadas a partir de los datos que conocemos de otras regiones mineras tanto metálicas como
no metálicas.
Las minas serbias han proporcionado bastante información para conocer la extracción del cobre. Se han
localizado gran cantidad de martillos de minero de gran
tamaño con una ranura y vasijas de cerámica (Jovanovic,
1989: 14-15, figs. 2, 3 y 4). La tecnología empleada en
estas explotaciones mineras es claramente heredera de
la minería del sílex y rocas duras explotadas durante el
Neolítico. En primer lugar, se realizaba la prospección
de los filones, basada en una clara tradición de reconocimiento visual de los minerales. Una vez localizado el
filón se construía una plataforma alrededor de un canal
de salida, lo que permitía la eliminación del material
excedentario, la ganga, y el acceso al mineral de calidad,
la mena. La utilización de técnicas de calentamiento y
enfriamiento brusco del terreno provocaban la desintegración en pequeños bloques. En esta tarea los mineros
se ayudaban con las mazas de piedra y la utilización de
las cuernas de ciervo a modo de cuñas. Es interesante
observar la versión que ofrecen los investigadores de
estas minas sobre las ranuras de los martillos de piedra,
ya que piensan que no serían para ser enmangados en
un astil de madera sino que llevarían una cuerda atada
que los convertiría en una especie de balancín, lo que
les permitiría poder trabajar en todas las direcciones
dentro de la estrechez del pozo.
Parece evidente que de estas minas se extrajo gran
cantidad de mineral y esto manifiesta la importancia
que el metal de cobre tendría en estas sociedades. Esta
cantidad de mineral no se corresponde con el número
de objetos de cobre encontrados, normalmente en
tesorillos o en ajuares funerarios, pero hay que resaltar
que precisamente el valor del cobre haría que se reciclara
y pasara de mano en mano, explicando así su escasez en
el registro arqueológico.
En el Calcolítico (IV milenio) tenemos también
documentada explotación del cobre en las zonas del
Sinaí y el Negev, al norte del Mar Rojo. Las minas más
conocidas son las de Timna, donde la mayor actividad
minera se lleva a cabo a lo largo de la Edad del Bronce,
con una explotación de pozos y galerías (Rothemberg,
1988).
Merece la pena citar las minas austriacas de Mitterberg, ya que en ellas se explotó calcopirita, un sulfuro,
en la Edad del Bronce. En ella se han encontrado mar-
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
63
tillos de piedra y escaleras de madera para bajar a los
pozos (Pittioni, 1951). Igualmente también se detecta
una importante actividad minera en las Islas Británicas
e Irlanda desde época campaniforme, destacando las
minas de Ross Island (O’Brien,2004).
En la Península Ibérica destacan las explotaciones
cupríferas del norte como La Profunda (León) (Fig. 61
y 62) o los casos más conocidos de la Sierra de Aramo,
donde destacan los trabajos de M.A. de Blas Cortina
(1989, 1998). En ella se encuentra la mina del Milagro
con pozos de hasta 10 m de profundidad, que conservaba en el vertedero mazas y picos de piedra, y martillos
Fig. 61.–Mina prehistórica de cobre de La Profunda (León).
Fig. 62.–Mina prehistórica de cobre de La Profunda (León).
64
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
y cuñas en asta de ciervo (Blas Cortina, 1989: fig. 4). La
mina de Aramo, quizás la más conocida y mejor estudiada, ya descrita por Dory a finales del s. XIX (1893)
conservaba aún los pozos y galerías. Tras el estudio de
esta mina, el autor propone los siguientes pasos del proceso extractivo:
1. Disgregación de pequeñas cantidades de mineral
mediante entalladuras en la pared.
2. Arranque del nódulo de mineral a partir de la apertura de dos agujeros que lo delimitan.
3. Desgajamiento de una gran masa de mineral por
medio de una muesca circular de socavado en la que se
podrían introducir palancas o elementos semejantes.
4. Torrefacción documentada por el hallazgo de maderas
carbonizadas y masas de carbón vegetal, por el ennegrecimiento de las paredes con hollín y por la propia huella de
la acción del fuego en la roca.
5. Extracción a mano de las arcillas. Se limitaba este sistema de trabajo a los sectores donde se hallaban los rellenos
de arcillas siderolíticas cupríferas. En 1893 existían aún
las improntas de manos y dedos en diferentes rellenos de
estas características.
En el interior de la mina se construyeron galerías con
pilares y amontonamientos de piedras para evitar los
derrumbes. En cuanto a la movilidad y seguridad de los
mineros dentro de las galerías es posible que utilizasen
cordajes o tiras de cuero anclados en algún saliente de la
roca en la cabeza de las chimeneas, o incluso en la propia
roca perforada, como una anilla, por las huellas y señales
de fricción identificadas por Dory. En esta mina han
aparecido diversos útiles relacionados con las labores de
extracción: mazas y martillos en piedra, con huellas de uso
en los extremos conservando incluso restos de mineral.
Para su elaboración se recurrió a cantos rodados de cuarcita y en todos ellos aparece la ranura medial que facilitaría su enmangue. Entre el material recuperado, y más
abundantes que los útiles en piedra, son los elementos
realizados en hueso y asta de ciervo: martillos, picos,
candiles y cuñas (Blas Cortina, 1998, figs. 9, 10, 13, 14
y 15), pudiendo destacar un martillo realizado sobre la
zona basal, con su pedículo, del asta de un gran cérvido
(Blas Cortina, 1989: fig. 7). En cuanto a los elementos
de iluminación, no conservados en la actualidad, Dory
tras el reconocimiento de las minas en 1888, los describe
como ramas impregnadas de resina o palos. También han
desaparecido las bateas de madera destinadas al transporte
del mineral, algunas de fabricación monoxilica y otras en
dos piezas, base y pared, que se unían mediante clavijas
igualmente de madera (Blas Cortina, 1998, Fig. 16).
Del beneficio de las menas hay vestigios en el exterior, como crisoles de arcilla refractaria con desgrasante
de cuarzo blanco, de forma circular, de unos 20 cm de
diámetro y de paredes bajas de unos 4 cm de grosor. Un
dato interesante de esta mina es la aparición de al menos
22 restos de individuos, y si bien algunos aparecen bajo
escombros, producto tal vez de algún accidente, la
mayor parte aparecen en cuclillas como enterrados en
el interior de la mina. Este conjunto se ha datado entre
el Calcolítico Final y el Bronce Antiguo (mediados del
tercer milenio en una fecha calibrada).
También en el valle del Ebro tenemos datos sobre
minería (Martín Bueno y Pérez Arrondo, 1989). Se han
localizado elementos de todo el proceso minero: martillos, picos, hachas, crisoles, moldes y piezas manufacturadas, con una cronología imprecisa, posiblemente con
una datación no más allá de 1500 a.C.
Pero quizás sea la minería no metálica, la centrada
en el sílex o en la calaíta, la que ha proporcionado
más información sobre las técnicas extractivas. En las
minas de Casa Montero (Capote et al., 2006) el sistema
empleado es el de pozos de diámetro reducido (entre
0,85 y 1,5 m) (Fig. 63). En otras minas europeas similares las dimensiones son mucho mayores, lo que facilitaría el trabajo en grupos de hasta 20 personas (Barber et
al., 1999). En Casa Montero, por el contrario, el trabajo
en cada pozo solo podría ser individual y siempre con
el apoyo de otra persona en el exterior, que realizaría la
extracción de los materiales. Los pozos documentados
son muy semejantes entre sí, tanto por lo que se refiere
a su morfología como por lo que respecta a sus rellenos
y materiales arqueológicos. Los investigadores han definido varios tipos de pozos atendiendo a la morfología
de su boca y a su profundidad.
– Pozos irregulares: se encuentran en la zona oriental
del yacimiento, con una profundidad máxima de 2,50
m y paredes sinuosas, a veces con huecos resultantes de
la extracción de nódulos, e incluso comunicación accidental mediante oquedades amorfas y angostas.
Fig. 63.–Pozos de Casa Montero (Capote et al., 2006).
– Pozos chimenea: tienen unas profundidades que
oscilan entre los 0,45 y los 10 m, con paredes regulares y de tendencia muy vertical. Se ha registrado cierta
variabilidad en función de la morfología de su boca, por
lo que estos pozos chimenea pueden, a su vez, subdividirse en pozos cilíndricos, pozos con boca en cubeta y
pozos con boca en embudo. Son abundantes los aprovechamientos intensivos en los laterales del pozo, especialmente en las cotas inferiores de estos, dando lugar
a covachas irregulares que se convierten en las zonas
de mayor debilidad de la estructura. La profundidad
de estos aprovechamientos hace que se comuniquen
de forma accidental varios pozos. Un caso excepcional
es el conjunto de pozos chimenea documentados en
la zona central del yacimiento. En ellos se excavaron,
entre las cotas -1,50 a -2 m, galerías angostas y ensanchamientos.
Entre los pozos cilíndricos se encuentran algunos
pozos de tanteo, que evidencian un buen conocimiento
de la geología del lugar por parte de los mineros neolíticos. Se trata de estructuras con una profundidad
máxima de 1,50 m, en las que se dejó de profundizar
al alcanzar el nivel de arcillas, indicativas de que ya no
quedaban niveles de sílex opalino que explotar.
En las paredes de los pozos se han documentado
acondicionamientos realizados por los mineros para
facilitar sus labores extractivas. Uno de estos son los
pates, oquedades practicadas en las paredes para insertar
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
65
los pies al descender y al ascender. Otro acondicionamiento lo constituyen dos orificios enfrentados de
sección circular, interpretados como sujeción para un
travesaño que hiciera las veces de polea.
Es importante señalar que en la mayoría de las
minas prehistóricas europeas se han documentado
herramientas relacionadas con la excavación de las
estructuras de extracción. Se trata generalmente de
herramientas de asta o hueso, ya sean picos de asta
como los de la mina de Wierzbica (Lech y Lech,
1984) o Grimes Graves (Barber et al., 1999), o palas
hechas con escápulas como las recuperadas en la mina
de la Edad del Bronce de Kargaly (Rovira y Martínez
Navarrete, 2005). En Casa Montero, en cambio, son
muy escasos los útiles de hueso. Sin embargo, son más
abundantes las herramientas de piedra relacionadas
con las actividades mineras. Estos útiles han sido clasificados por los investigadores en dos grandes grupos
en función de la actividad para la cual se destinaron:
un primer grupo para la excavación de los pozos (por
ejemplo, picos, mazas, cuñas) y la extracción de materias primas (grandes percutores), y un segundo grupo
para el mantenimiento de la explotación minera (por
ejemplo, raederas, denticulados). La funcionalidad de
estas herramientas sería la siguiente: mazas para golpear sobre cuñas o picos que penetraran en la tierra a
modo de cincel; grandes percutores que se utilizarían
para partir grandes nódulos y hacerlos mas manejables;
las cuñas se usarían para descalzar nódulos y los picos
para excavar los pozos como indican las huellas que
aparecen en muchos de ellos. En cuanto a las herramientas destinadas al mantenimiento de los diferentes
trabajos mineros (acondicionamiento y fabricación de
enmangues, escalas, cordajes y otros), se documentan
una serie de piezas configuradas mediante retoque
sobre fragmentos desechados de la producción lítica,
como elementos de descortezado y desbastado, y fragmentos informes. Estos objetos suelen ser denticulados
amplios y abruptos, raederas, raspadores y buriles.
Algunas de estas herramientas mineras estaban hechas
bien a partir de materiales foráneos, como sería el caso
de las cuarcitas, provenientes de las terrazas del Jarama,
destinadas a mazas y grandes percutores, o bien de los
desechos de la talla del sílex de la propia mina, como
ocurre con los picos y las cuñas.
66
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
Pero sin duda alguna, el útil por excelencia relacionado con la minería prehistórica es el denominado
martillo minero (Fig. 64). Desde momentos antiguos
se han documentados mazas de piedra para golpear
las paredes de las galerías de la mina, pero desde el
Calcolítico y en especial en la Edad del Bronce, nos
encontramos con los típicos martillos que presentan
una ranura central para el enmangue. Estos martillos
aparecen en las explotaciones mineras cupríferas más
antiguas de Europa como las situadas en los Balcanes
(minas de Ai Bunar y Rudna Glava). También están
presentes en las minas de la Península Ibérica tanto
del norte como del suroeste y han sido recogidos en
recientes investigaciones (Domergue, 1987; Merideth,
1996; Hunt, 2003). El problema que presentan estos
martillos es que normalmente proceden de prospecciones superficiales y nunca de excavaciones estratigráficas de alguna mina. A ello se ha unido el que
también aparecezcan en contextos romanos. Algunos
autores han dado una cronología calcolítica a estos
Fig. 64.–Martillos mineros de Chiflón (Ruiz Mata, 1989: fig. 9).
martillos basándose fundamentalmente en correlaciones con Oriente Próximo (Blanco y Rothemberg,
1981). Otros autores han propuesto su uso a lo largo
de toda la Edad del Bronce (Domergue, 1990:123)
e incluso conectados con la colonización fenicia
(Luzón, 1970), aunque, por otro lado, su pervivencia
en el mundo romano lleva su uso hasta el siglo I a.C.
(Davies, 1935). Destacan los hallados en Chiflón
(Huelva) (Rothemberg y Blanco, 1980, Pellicer y Hurtado, 1980) o en Fuente Álamo (Almería) (Schubart
et. al. 1987: Lám. 5gh) o los documentados en la zona
del Rumblar (Jaén) (Contreras et al., 2005a).
En el Suroeste destaca la Mina de San Enrique (Hunt,
2005) donde se han recogido en superficie más de 70
martillos, mayoritariamente fabricados a partir de rocas
volcánicas, fundamentalmente andesita. En cuanto a los
pesos se ha visto que el 50% de los martillos está entre
los 2 y 3 kilos.
c) La investigación de una mina del pasado: la
mina de José Palacios en Sierra Morena
Esta mina se encuentra en la actual finca de Doña
Eva dentro del término municipal de Baños de la
Encina (Jaén), en la vertiente norte de la cuenca alta
del río Rumblar, a unos 3 km. de distancia sobre plano
de esta localidad y poco más de 2 Km. del yacimiento
argárico de Peñalosa. A ésta se llega por un camino que
deriva de la antigua carretera de Baños de la Encina-Los
Escoriales, a 2 Km. aproximadamente después de pasar
la presa del Rumblar (Fig. 65).
La mina se ubica en un pequeño cerro adehesado
de más de una hectárea (UTM: 428431/4229603 y
450 msnm.), con una pendiente de 25 a 35 grados,
entre los arroyos de la Plata al Este y del Murquigüelo
al Oeste, en la falda nororiental de la elevación granítica del Navamorquin y muy cerca del cortijo que le da
Fig. 65.–Mina José Palacios: plano.
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
67
nombre. Este cerro está rodeado por lomas adehesadas
vinculadas al cauce del arroyo del Pilar.
Las mineralizaciones se manifiestan en diversas unidades litológicas, estando representadas, en función
de su mayor o menor potencialidad de explotación,
por pizarras y esquistos que abarcan la casi totalidad
de la cuenca del Rumblar (Zona de Contraminas al
suroeste de Baños de la Encina, zonas aledañas de La
Carolina, el área minera de El Centenillo, los alrededores del embalse del Rumblar ), granitos (Salas de
Galiarda-Navamorquin, noroeste del Cortijo Salcedo,
algunas zonas de La Carolina y Santa Elena) y brechas
(zonas de contacto entre el granito y las pizarras como
se observa al Oeste de la entrada al cortijo de D.ª Eva).
Aunque dentro de los materiales ígneos se deben tener
en cuenta aquellas variaciones de facies que han generado la presencia de dioritas, granodioritas y pórfidos,
que en menor proporción también llevan asociados
diques mineralizados de gran importancia en las áreas
mineras (Contreras et al., 2004: 24; Jaramillo, 2005:
345-349).
La gran mayoría de las explotaciones se han asociado
a la extracción de mineral presente en vetas y diques o
sistemas de ambos asociados. Las mineralizaciones de
vetas y diques pueden presentarse en granitos, zonas
de pegmatitas, zonas de brechas de contacto litológico,
zonas de esquistos y pizarras. La naturaleza de la veta
varía mucho en composición y textura, estando vinculadas la mayoría de las mineralizaciones a éstas. En la
cuenca del Rumblar predominan las vetas de composición cuarzosa seguida por las de desarrollo con brecha,
brecha-cuarzosa, pegmatitica brechada, pegmatitica,
pórfido granitico y granodioritica pegmatitica (Jaramillo, 2005: 356).
En la zona se explotan dos tipos de manifestaciones
minerales: una asociada a concentraciones primarias de
sulfuros, vinculada a las vetas y diques, y una segunda
asociada a enriquecimiento supergénico de suelos y
vetas por óxidos de hierro con presencia de oligisto,
hematita, gohetita y otros que no llegan a presentar
concentraciones económicamente explotadas (Contreras et al., 2004: 24).
Estos yacimientos se han generado por la precipitación de disoluciones que circulaban a través de fallas
68
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
y fracturas. La procedencia de tales fluidos metalíferos
debe situarse en rocas o niveles, hoy no aflorantes,
siendo posiblemente su único reflejo la presencia
superficial de diques que atraviesan el granito o las
pizarras carboníferas. Durante los procesos de transformación o consolidación de estas rocas desconocidas
se habrá verificado el aporte de metales o fracciones
fluidas, que han circulado después aprovechando las
discontinuidades para finalmente depositarse (IGME,
1977, 17).
Los filones metalíferos en todas las áreas del Rumblar
son de origen hidrotermal, desconociéndose la génesis
de las mineralizaciones; aunque existe otro tipo de
filones que presentan cierto enriquecimiento supergénico facilitando la precipitación de algunos minerales
que han generado depósitos secundarios muy ricos
en hierro (Contreras et al., 2004). Se observan varias
direcciones de fracturas mineralizadas que se pueden
agrupar en varios conjuntos, los primeros planteados
por el I.G.M.E (IGME, 1976: 37) y los segundos inferidos a partir de los datos de campo de las prospecciones realizadas (Jaramillo, 2005: 349-356).
En la superficie del cerro, afloran areniscas metamorfizadas (o meta-arenitas) con intercalaciones de
esquistos; el buzamiento de los materiales es aproximadamente vertical y con dirección E-W. En las mismas
labores mineras se observan las vetas de composición
cuarzosa de grosor variable, encajadas en las pizarras
y los materiales aflorantes con patinas superficiales
de malaquita y azurita con un azimut 275-270º. Así
mismo pizarras cuya exfoliación contiene altas concentraciones de malaquita paralelas a los planos de exfoliación. Ésta siempre se halla diseminada de manera
discontinua sobre la roca de caja y la veta. También hay
elevadas concentraciones de óxidos de hierro en forma
de hematites y oligisto (Contreras et al., 2004: 28).
En esta mina, que hemos denominado Estación 45,
se documentaron diferentes indicios superficiales de
labores mineras antiguas que explotaron el filón en
toda su longitud (Contreras et al., 2004: 29; 2005a;
2005b). Los restos que evidencian esta actividad
minera son los siguientes (de este a oeste) (Arboledas
et al., 2006) (Fig. 66):
Fig. 66.–Mina José Palacios: vista general (Proyecto Peñalosa).
t &TUBDJØO"4FFODVFOUSBFOMBGBMEBPSJFOUBMEFM
cerro y se trata de un afloramiento de esquitos en donde
encaja el filón de cuarzo explotado superficialmente.
Actualmente, a causa de los procesos deposicionales
naturales y antrópicos, sólo se observan los esquistos
(Fig. 67).
Fig. 67.–Mina José Palacios: galería (Proyecto Peñalosa).
t &TUBDJØO#"VOPTWFJOUJDJODPNFUSPTBMPFTUF
de la estación anterior ascendiendo por la ladera oriental
del cerro y en esta misma línea, existe un pozo cuadrado
de un metro de lado excavado sobre el filón (Est. 45B).
La profundidad del mismo no se ha podido precisar ya
que fue colmatado con todo tipo de escombros por el
propietario de la finca con el fin de prevenir la caída
del ganado vacuno (al igual que el resto de pozos que
componen esta mina) (Fig. 68).
t &TUBDJØO $ &O MB NJTNB MÓOFB EF MB FTUBDJØO
anterior, siguiendo el filón, a poco más de quince
metros al oeste, justo en la cota más alta del cerro, se
halla una explotación a cielo abierto (Est. 45C), de tres
metros de ancho y unos diez metros de longitud, totalmente integrada dentro del paisaje. Posiblemente, por
las características de esta calicata, podría considerarse
como un hundimiento de posibles trabajos subterráneos, aunque debido a la escombrera asociada a esta
labor, consideramos que debió ser una explotación a
cielo abierto, hecho que no se opone a la presencia de
alguna galería.
t &TUBDJØO%4FMPDBMJ[BBEJF[NFUSPTBMPFTUFEF
la Estación 45C y sobre el mismo filón. Posiblemente
se trate de una calicata de tres metros de diámetro o
de un pozo en la actualidad colmatado y mimetizado
totalmente en el terreno.
t &TUBDJØO & 4F TJUÞB B VOPT RVJODF NFUSPT BM
poniente de la estación 45D, en la misma línea de todas
las huellas de explotación minera, sobre la ladera oeste
Fig. 68.–Mina José Palacios: pozo (Proyecto Peñalosa).
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
69
del cerro. Presenta dos pozos verticales colmatados por
basura y escombros, y acotados superficialmente por
un muro de pizarra de forma oval. Esta estructura no
está asociada a la explotación de los pozos, ya que fue
construida con el fin de cercar los pozos para impedir el
acceso del ganado. Los pozos están dispuestos en paralelo y separados por un algo más de un metro. El pozo
más oriental es rectangular, de dos metros por uno de
lado, mientras que el otro es cuadrado, de poco más
de un metro de lado. Las paredes de los pozos muestran pizarras altamente meteorizadas en cuyos planos
de exfoliación se hallan lentes de cuarzo de hasta un
centímetro, con lixiviación de malaquita en su superficie. Ésta también se reconoce entre los planos de exfoliación de la pizarra. Se observa brechamiento dentro
de algunas de las vetas en cuya fisura se hallan elevadas
concentraciones de hierro y malaquita (Contreras et al.,
2004: 29; 2005a; 2005b).
t &TUBDJØO ' #BKBOEP QPS MB MBEFSB PDDJEFOUBM
a unos treinta metros de la Estación 45E localizamos
más restos extractivos. Se trata de una calicata de tres
metros y medio de diámetro excavada sobre el mismo
filón explotado en las demás estaciones con restos de
mineralización.
t 1PS ÞMUJNP MB &TUBDJØO ( TF MPDBMJ[B B VOPT
ciento cincuenta metros al oeste de la última estación,
a muy pocos metros del pilar empleado como abrevadero del ganado. Se trata de dos pozos paralelos que han
sido totalmente colmatados, de los cuales solamente se
vislumbra su forma y disposición. Éstos son cuadrados,
de poco más de un metro, dispuestos de forma perpendicular al filón, que es una prolongación del explotado en esta mina. Al igual que en la estación 45E, los
pozos están limitados por un muro de pizarra de idéntica forma. Justo al lado y paralelos a éstos localizamos
una calicata de más de tres metros de diámetro y una
pequeña escombrera producto de la excavación de estos
trabajos.
Asociada a estas labores mineras, existe una escombrera de grandes dimensiones, producto de la explotación de la mina, totalmente integrada en el paisaje, que
abarca toda la vertiente sur y este del cerro (Figs. 69
y 70). Entre los terreros se observan materiales procedentes de la roca caja, esquistos, areniscas-metamorfi-
70
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
Fig. 69.–Mina José Palacios: vertedero (Proyecto Peñalosa).
Fig. 70.–Mina José Palacios: vertedero (Proyecto Peñalosa).
zadas y pizarras, y de la veta, malaquita, azurita, barita,
óxidos de hierro y numerosos fragmentos de cuarzo.
Durante el transcurso de los trabajos de prospección
y topografía se recuperaron dos martillos mineros (Fig.
71) y diversos cantos de río, un material no muy común
en el entorno, empleados tanto para las labores de
extracción como la de procesado del mineral extraído.
Los martillos son los típicos mineros con ranura central para el enmangue, de diorita, uno de 4´100 kg y el
otro de 4´230 kg de peso. De la mina de El Polígono,
cercana al yacimiento de Peñalosa, procede otro martillo con ranura central de similares características a los
anteriores. Ambos presentan huellas de uso provocadas
por la percusión contra las rocas.
Fig. 71.–Mina José Palacios: martillo minero.
Ante los hallazgos de esta mina, una de las actividades
propuestas para su estudio, antes de una posible intervención arqueológica de limpieza y excavación ha sido
la de realizar una prospección del subsuelo, mediante
la implantación de dos perfiles de tomografía eléctrica
perpendiculares a la línea que une las labores mineras.
Esta labor fue llevada a cabo en agosto del 2005 por J.
A. Peña y T. Teixidó, miembros del Área de Prospección
Geofísica del Instituto Andaluz de Geofísica de la Universidad de Granada.
La tomografía eléctrica es una técnica de investigación
no destructiva, orientada a la obtención de imágenes de
resistividad 2D del interior del subsuelo. Para ello se calcula la resistividad aparente del terreno con un dispositivo compuesto de 4 electrodos, separados entre sí a una
distancia predeterminada (Peña y Teixidó, 2005: 2).
Con el fin de observar la posible existencia de cavidades en el subsuelo se plantearon dos perfiles (Fig.
72). El perfil 1, el más oriental de los dos realizados,
orientado de sur a norte, tiene su punto medio en la
rafa minera más extensa (Est. 45C), la más cerca al
pozo oriental (Est. 45B). La imagen eléctrica del perfil
muestra un claro contacto vertical en la parte izquierda
(a los 17 m. de longitud) entre un material muy resistivo y otro de menor resistividad, que se ha interpretado
como un cambio de litología. Se trata de una intercalación de esquistos, de unos 4 m de espesor, en medio de
Fig. 72.–Mina José Palacios: situación de los perfiles geoeléctricos realizados.
las areniscas metamorfizadas. Seguidamente el campo
de resistividades detecta un cuerpo central de alta resistividad en donde su parte superior presenta hendiduras
más conductoras. Entre esas hendiduras y bajo la rafa
minera (parte central del perfil, entre los 35-45 m longitudinales) aparece un cuerpo con una morfología coherente con la presencia de una cavidad que posiblemente
esté rellena de materiales. Otra estructura de interés se
ha localizado hacia el metro 48 de longitud. Las altas
resistividades encontradas se prestan a una doble interpretación: o bien se trata de una cavidad sin relleno,
o bien es el efecto producido por la gran cantidad de
filones de cuarzo que existen en las rocas de esa parte
del perfil; ya que esta disposición geológica produce el
efecto de elevar la resistividad hacia valores muy altos
(Fig. 73) (Peña y Teixidó, 2005: 10).
Algunas de las morfologías en forma de hendiduras
que se observan en la parte superior del perfil podrían
estar ligadas a contactos entre materiales (singularmente
la del metro 17 de longitud, antes comentada) pero
también es muy posible que otras se deban a antiguas
labores de cantería (Peña y Teixidó, 2005: 12).
El perfil 2, desarrollado también de S a N, se extiende
a lo largo del lado este del camino de acceso a la zona
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
71
Fig. 73.–Mina José Palacios: resultados obtenidos de los perfiles eléctricos.
minera y con el centro del perfil entre los pozos de la
Est. 45 E y la rafa minera próxima (Est. 45 D). Como
el anterior, tiene una longitud de 80 m de distancia
topográfica, con una separación mínima de electrodos
de 1 m (Peña y Teixidó, 2005: 12). Este perfil es esencialmente coherente con el anterior; se observa bien el
contacto a los 17 m de longitud y una posible cavidad
rellena hacia el metro 31 algo desplazada del lugar de la
rafa minera. Bajo la rafa se ha detectado un cuerpo con
morfología y resistividad similares a la del cuerpo del
anterior perfil y cuya interpretación sería la misma (o
bien una zona con abundantes filones de cuarzo, o bien
una cavidad vacía). En este caso el cuerpo se ha localizado a unos 4 m bajo la superficie y más desplazado
hacia el Sur (35-45 m). Al igual que en el perfil anterior,
se detectan sectores más conductores en la parte más
72
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
superficial, lo cual puede interpretarse como zonas de
contactos verticales que en su momento fueron frente
de cantera (Peña y Teixidó, 2005: 13).
Con estos datos sería de gran valor poder realizar en
un futuro cercano excavaciones arqueológicas en esta
mina, para confirmar el sistema de explotación de la
misma, y su cronología.
Otra de las actuaciones llevadas a cabo dentro del
estudio de las minas localizadas en la cuenca alta del
río Rumblar (entre ellas, la de la finca de José Martín
Palacios y la de El Polígono) y del yacimiento minerometalúrgico de Peñalosa ha sido la realización de análisis de Isótopos de Plomo de muestras de minerales,
escorias y objetos metálicos, previamente seleccionadas,
procedentes de estas dos minas y de Peñalosa, con el
fin de determinar la posible procedencia del mineral
transformado en este poblado argárico. El estudio de
los análisis de isótopos de plomo ha sido realizado por
el Dr. Mark A. Hunt Ortiz.
El estudio isotópico ha consistido, básicamente, en
la selección y extracción de muestras y su análisis de
Isótopos de Plomo por medio de Espectrómetro de
Masas con fuente de ionización térmica (TIMS), en la
Universidad del País Vasco. Una vez obtenidos los resultados, se procedió a la confrontación a varios niveles:
uno interno, regional y otro, más amplio geográficamente, supraregional, en base a resultados isotópicos
proporcionados por otras zonas muestreadas en otros
proyectos de investigación (Hunt, 2006: 1).
Este método se basa en dos principios fundamentales:
el primero, en que los plomos de distintos depósitos
tienen composiciones isotópicas distintas; y el segundo,
que la composición característica de un depósito mineral
continúa inmutable a lo largo de todos los procesos a que
pudiese someterse el mineral. Las posibles limitaciones
de este método aplicado al campo de la arqueología son,
fundamentalmente, la mezcla de plomos de distinta procedencia y la posible existencia de depósitos minerales de
distinta ubicación geográfica con composición isotópica
de plomo indistinguible, aunque la principal limitación
al método estaría relacionada con el banco de datos disponible (Hunt, 2006: 2).
A pesar de los detractores y partidarios de este
método, sobre lo que si parece haber unanimidad es
acerca de la capacidad de establecer conclusiones definitivas sobre la procedencia de una determinada muestra
de una región minera, estableciendo una conclusión
negativa con absoluta certeza. En la actualidad son
numerosos los investigadores que conceden una enorme
potencialidad de este método en el campo de los estudios de proveniencia de objetos arqueológicos (Hunt,
2006: 3).
Gracias a los métodos actuales de espectrometría de
masas, éste puede ser aplicado no sólo al plomo, sino a
todo elemento arqueológico que lo contenga en cantidades nanográmicas, circunstancia que ha permitido su
empleo a muestras de vidrio, vidriados en las cerámicas,
monedas y metales como plomo, plata, cobre, bronce
y bronce plomado, hierro, escorias, etc. Por ello, es un
sistema implantado ya en nuestro campo, la arqueometalurgia (Hunt, 2006: 6).
Una vez confrontados los datos isotópicos procedentes de las muestras recogidas en el yacimiento metalúrgico de Peñalosa (básicamente de la Habitación VI)
y de las minas de El Polígono y José Martín Palacios,
se puede inferir que un grupo de muestras es consistente con el campo isotópico de la mina El Polígono,
un segundo grupo lo es con el campo isotópico de la
mina de José Palacios y existe un tercer grupo que no
se relaciona con las mineralizaciones de estas dos minas
(Hunt, 2006: 16-17; Hunt et al., 2008), y probablemente provenga de otras minas aún no documentadas
o no analizadas.
Resumiendo lo anteriormente expuesto, se puede
concluir a partir de los elementos documentados y analizados procedentes de esta mina que en ella tuvieron
lugar labores antiguas de minería tanto durante la
Edad del Bronce como en época romana. Ello debido
en primer lugar, a la total integración de los vestigios
mineros en el paisaje del entorno; en segundo lugar, a
la propia tipología de las labores, explotaciones «a cielo
abierto» y subterráneas a través de pozos cuadrados o
rectangulares de pequeñas dimensiones; en tercer lugar,
a la cercanía de asentamientos de época prehistórica (El
Castillejo, Piedra Letrera) y romana (El Retamón, Cerro
de la Burraca); y por último y más evidente, por la aparición de restos de la cultura material que se pueden
asociar a las prácticas extractivas mineras.
Durante la Edad del Bronce la mina de José Martín
Palacios se explotaría a través de pequeñas trincheras «a
cielo abierto» (calicatas, rafas, etc.) (Est. 45A y 45C),
beneficiándose con este método, básicamente, los afloramientos superficiales del filón, ricos en minerales de
cobre. Este sistema de laboreo se caracteriza por ser una
práctica minera simple y sencilla.
Para llevar a cabo la extracción del mineral se emplearían diferentes herramientas, tanto de madera y hueso
como de piedra. Normalmente, en el registro arqueológico solo se conservan los útiles líticos, como los
cantos de río y los martillos mineros que aparecen en
las escombreras vinculadas a las labores mineras. Los
martillos mineros suelen ser de una roca dura como la
diorita o grandiorita y presentan una ranura central para
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
73
enmangar un cabo de madera unido por un cordaje. A lo
largo de todo el sur peninsular encontramos numerosos
ejemplos similares a los hallados en el yacimiento de
Peñalosa se han adscrito a la Edad del Bronce, aunque
son tipos que perviven desde momentos de la Prehistoria Reciente hasta época romana republicana, por lo
que no es un elemento diagnóstico definitivo para adscribir estas minas a un período cultural concreto.
En la Edad del Bronce se produce una auténtica «colonización» de la cuenca del Rumblar, incrementándose el
número de asentamientos respecto al periodo anterior,
cuya presencia se limitaba a los bordes meridionales
de Sierra Morena. La explotación del mineral de cobre
parece conformar la base de la distribución y correlación entre los asentamientos en determinadas áreas que
muestran una fuerte jerarquización y cierta especialización funcional. En los últimos estudios realizados sobre
esta cuenca se ha señalado que la disposición de los yacimientos no parece estar vinculada directamente a la distribución espacial de las explotaciones mineras ni a su
explotación, si no más bien al procesado y distribución
del mineral y metal (Cámara et al., 2007).
Por último, los resultados de los análisis de Isótopos
de Plomo realizados apoyan la hipótesis de que esta
mina fue explotada durante la Edad del Bronce, ya que
han determinado la consistencia entre los diferentes
grupos de muestras recogidas de Peñalosa (básicamente de la Habitación VI) con los de la mina de El
Polígono y la de José Martín Palacios, dos de las minas
del entorno que abastecerían de mineral al yacimiento
minero-metalúrgica de Peñalosa (Fig. 74). Aunque este
análisis no nos confirma de manera absoluta que una
Fig. 74.–Resultados de los análisis de isótopos de plomo.
74
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
parte del mineral tratado en este yacimiento procediera
de dicha mina, ya que la única certeza absoluta que se
consigue con este método es la negativa, es decir, que
un mineral no proviene con total seguridad de una zona
concreta (Hunt, 2006).
El otro momento de explotación que parece advertirse en esta mina correspondería a época romana. Los
romanos se caracterizaron por seguir explotando las
minas que ya lo habían estado en época anteriores. Esta
explotación posterior se comentará en el capítulo dedicado a la minería romana.
3. La producción metalúrgica prehistórica
del cobre: reducción, fundición y
acabado
Si bien en apartados anteriores ya se ha hecho un
amplio espectro de las condiciones tecnológicas de los
poblados en donde la metalurgia comienza a hacer su
aparición, no está de mas incidir en que las únicas posibles diferencias que pueden apreciarse entre esta nueva
tecnología frente a la de piedra, sílex e incluso hueso es
que, aun cuando se trate de una producción de metal a
pequeña escala, las labores previas a la obtención de un
objeto manufacturado requerirían de un mayor esfuerzo y
horas de trabajo: procesos de extracción (minería, reducción del mineral); transformación (fundición); y acabado
(tratamientos térmicos y mecánicos otorgados a una pieza
en concreto). A todo ello habría que sumar otras tareas
complementarias (elaboración del carbón utilizado como
combustible, construcción de hornos, o la fabricación
de crisoles, moldes etc.), que implicarían a un mayor
número de personas.
En poblados metalúrgicos de la Edad del Cobre,
donde la sociedad aún guarda rasgos igualitarios, la existencia de especialistas, entendidos como trabajadores a
tiempo completo, parece improbable, aunque ello no signifique que determinadas personas del grupo social o de
los grupos familiares no acaparasen determinadas tareas
que a la larga, ya en momentos avanzados de la Prehistoria Reciente, les dotasen de una condición preeminente
(especialistas), lo que sería aprovechado por las clases dirigentes para marcar aún más su poder.
La producción de cobre metálico durante este
periodo pues, no parece provocar o propiciar grandes
cambios dentro de las sociedades, a excepción de las
matizaciones ya señaladas, como tampoco es necesaria
la construcción de estructuras complejas en las que
desarrollar el proceso metalúrgico. Se piensa más en
una adecuación de los espacios y en la adaptación de la
misma infraestructura ya existente, en la que ir incorporando la nueva tecnología.
Aunque puedan existir contextos pertenecientes al
Neolítico Final asociados a elementos que implican
una transformación metalúrgica del cobre (como por
ejemplo, Cerro de la Virtud en Cuevas del Almanzora,
Almería) (Ruiz y Montero, 1999b), por lo general es
en poblados del III milenio (Edad del Cobre) donde se
generaliza la actividad minero-metalúrgica.
Las características que presentan los yacimientos calcolíticos metalúrgicos, lejos de ser homogéneas tienden sin
embargo a integrar rasgos comunes, aunque la incidencia
del registro arqueológico y los resultados analíticos sean
los que realmente ayuden a determinar tanto la escala
de producción, como a valorar la tecnología aplicada en
cada una de las fases del proceso metalúrgico.
El tamaño de los asentamientos no es homogéneo, ni
la cercanía a los afloramientos mineros, como tampoco
lo es el número de elementos vinculados con la actividad
metalúrgica. Ello implica lógicamente la diferencia entre
asentamientos en relación a la producción de metal, y
del nivel de poder que pudieran ejercer dentro de un
territorio. Aunque por lo general son poblados fortificados, en algunos asentamientos agrícolas portugueses
localizados en el suroeste peninsular aparentemente no
fortificados, también se han hallado restos de actividad
metalúrgica (Hunt y Hurtado, 1999). En momentos
finales de la Edad del Cobre se constata en la Depresión Linares-Bailén la existencia, en poblados agrícolas,
de crisoles de fundición, escorias y martillos de forja (Lizcano et al., 1992), documentándose en yacimientos de
cronología algo posterior, asentados en la Vega del Guadalquivir. También en el yacimiento de Puente de la
Reina en Úbeda (Jaén) han aparecido crisoles, escorias y
diversos útiles metálicos (Pérez et al., 1992b). En otros,
como el Cerro del Alcázar de Baeza (Jaén), poblado ya
argárico, frente a los escasos restos de escoria de la zona
del poblado, es en el interior de las sepulturas donde aparecen la mayor parte de los útiles (Zafra y Pérez, 1992).
La abundancia de recursos minerales en el sur peninsular junto a los mecanismos de control jerarquizado
que se vinculan con un determinado poblado fomenta
el que éste no sea un factor determinante en la elección
del enclave del asentamiento, sino que constituye uno
más de los otros factores a tener en cuenta como sería la
existencia de corrientes de agua próximas, tierras fértiles
para el cultivo, zonas aptas para la caza y el pastoreo,
etc. La posibilidad de captación de recursos minerales
en una zona, tampoco resulta primordial como soporte
económico básico si no se cuenta con otras fuentes de
materia prima, tales como la piedra, u otros indicadores,
como la calidad de suelo, que aseguren a la población
el abastecimiento de sus necesidades y el intercambio de
mercancías entre las poblaciones vecinas. A este respecto
cabe recordar que incluso aquellos yacimientos calcolíticos definidos como metalúrgicos, es decir centrados
única y exclusivamente en la producción metalúrgica,
están situados a varios kilómetros de los filones metalíferos, caso de Cabezo Juré (Nocete, 2004).
La distribución de los restos materiales arqueometalúrgicos dentro del asentamiento tampoco resulta homogénea, aunque sí se aprecia una concentración de los
mismos en ciertas estructuras –ya sean cabañas, bastiones,
etc.–, en las que comparten espacio con otras actividades
de uso cotidiano –molienda, cocina, etc.–. Sin embargo
existen excepciones, como en el yacimiento almeriense
de Los Millares en el que se documenta una estructura rectangular, diferente a todas las excavadas hasta el
momento, dedicada única y exclusivamente a tareas de
transformación metalúrgica. Este hecho estaría relacionado con un mayor grado en la escala de producción.
El nivel o grado tecnológico que muestran estas
poblaciones es similar o equivalente en todas ellas, por
lo que, al menos para el sur peninsular se podría hablar
de varias tradiciones metalúrgicas a partir del foco de
origen millarense. Entre estas tradiciones estaría la del
suroeste peninsular con yacimientos como Cabezo Juré,
representante de un tipo de poblado minero-metalúrgicos del III milenio a.C. (2873-2274 ANE) dedicado
con carácter exclusivo a esta actividad, inmerso en un
sistema de intercambio de ámbito comarcal y regional, y
en el que parece que toda la población está implicada en
el control y producción metalúrgica (Nocete, 2004). Se
plantea que los primeros momentos metalúrgicos uti-
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
75
lizan hornos y crisoles y que al final, ya en un momento
de casi abandono de la actividad metalúrgica se utilizarían las vasijas hornos, indicando esto que sería en esta
fase cuando tiene lugar la exportación de la tecnología
metalúrgica a la zona del sureste peninsular, planteando
por tanto una mayor antigüedad para el desarrollo metalúrgico en el foco del suroeste. Estos planteamientos
tienen que ser revisados con un estudio más detallado
del registro arqueometalúrgico de Cabezo Juré. En otras
zonas peninsulares, como en el noroeste, parece improbable la invención local de la metalurgia (Comendador,
1999), apostando por un proceso de rápida asimilación
de la tecnología metalúrgica en fechas en que ya estaba
ampliamente desarrollada en otros lugares peninsulares
como en Los Millares (Almería) o Vila Nova de Sao
Pedro y Zambujal, en el centro de Portugal.
La mayoría de los asentamientos pudieron haber
recurrido a más de un metalotecto para proveerse de
materia prima, por lo que se sugieren mecanismos de
explotación y control de la producción más complejos
que el simple control por parte de un determinado
poblado, lo que resulta ser una aseveración no contrastada fehacientemente a raíz de los resultados analíticos
de buena parte del registro material.
En la producción metalúrgica de base cobre se explotaban preferentemente minerales secundarios de las
zonas más superficiales –menas oxídicas (óxidos y carbonatos de cobre)–, que en ocasiones podían contener
sulfuros metálicos (paragénesis polimetálica con diferentes componentes minerales tanto primarios como
secundarios), que pueden ser extraídos fácilmente por
medio de una minería superficial, que difícilmente deja
huellas visibles (Rovira, 2002). Los contextos minerales en la Península Ibérica no suelen ser puros, por
lo que los minerales de cobre se encuentran asociados
con otros como hierro, arsénico, estaño, etc. De ahí la
heterogeneidad que muestran los metales, aparte de las
perdidas o del diferente comportamiento de estos elementos durante el tratamiento último, térmico o mecánico, que se le da a la pieza metálica.
El estudio arqueometalúrgico (Fig. 75) permite determinar cada una de las fases implicadas en el proceso de
producción metálica, a partir del cual teorizar sobre la
incidencia de la actividad metalúrgica en un yacimiento
76
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
Fig. 75.–Estudio arqueometalúrgico con microscopio metalográfico.
determinado. Este estudio contempla el análisis pormenorizado de cuantos datos aporte el registro arqueológico durante las tareas de excavación, la aplicación de
analíticas de los productos metalúrgicos asociados a las
tareas minero-metalúrgicas desarrolladas, y la experimentación que se realice procediendo a recrear el proceso con los minerales y condiciones técnicas similares.
El análisis de las escorias de reducción, de aspecto
masivo o esponjoso generalmente, nos informa de su
composición mineralógica y de la disposición de sus
fases, que suelen ser heterogéneas. Las escorias son una
masa de componentes silicatados mezclados con restos
de minerales que no han llegado a fundirse junto con
bolitas o nódulos de cobre metálico. Por lo general no
son escorias fayalíticas a las que intencionadamente
se hayan agregado fundentes (óxido de hierro, arena,
ceniza…) que reviertan en la pureza del mineral reducido y faciliten, consecuentemente, la producción de
escoria como subproducto (aunque este tipo de escoria
fayalítica puede reconocerse en algunas zonas, sobre
todo del suroeste peninsular, con algún contenido en
arsénico). Por el contrario, en numerosas ocasiones las
escorias contienen delafosita (óxido de hierro y cobre),
o magnetita, que nos indican la existencia de hierro
dentro de la ganga en la carga de las vasijas-horno o
vasijas de reducción. Conociendo las condiciones en
que se forma la delafosita, su existencia en la escoria
indica que la vasija-horno llegó a alcanzar una temperatura de 1100˚C y que el ambiente no tuvo necesariamente que ser reductor, sino oxidante, como también
lo indica la presencia de magnetita, lo que puede perfectamente producirse en una vasija–horno, de paredes
abiertas, ayudada por inyecciones de aire por medio
de toberas. Dichas toberas, realizadas en arcilla cocida,
son muy escasas en los registros arqueológicos de los
poblados de la Edad del Cobre, si bien pudieron ser
cañas accionadas mediante fuelles de pellejo animal,
no conservados. La existencia de más o menos escoria
en yacimientos metalúrgicos se debe en todo caso a los
componentes minerales o a la pureza del mineral de
cobre que se procese respectivamente (Rovira, 2005).
La respuesta a esta escasez de escoria en yacimientos
metalúrgicos puede vincularse al hecho de que durante
el proceso de machacar la masa escoriácea obtenida tras
la reducción, para liberar los núcleos metálicos, se aprovechase el resto de la escoria silicatada con minerales
no totalmente reducidos para, convertidos en polvo,
reaprovecharlos en una nueva fundición (Rovira, 2004).
En los casos en que quede constancia de esta escoria,
producto de la reducción, el estudio de su composición
nos mostrará que los procesos de extracción no fueron
siempre uniformes (Goffer, 1980), como venimos señalando.
El registro arqueológico de la mayoría de los yacimientos excavados, aún teniendo en cuenta las amplias
áreas que quedan por excavar, indican que en la Edad
del Cobre, la producción de objetos sería escasa, por lo
que no cabe la posibilidad de almacenar metal para su
intercambio masivo. Ello se sustenta tanto en el escaso
número de útiles no vinculados a un yacimiento en
concreto y ligados por tanto a un intercambio comarcal
o regional, como a la falta de tortas o lingotes.
La tipología de los útiles reproduce los, hasta esos
momentos, fabricados en otro tipo de materia prima
–piedra y hueso–, sin que la sustitución sea total, sino
que gradualmente parece que se van fabricando estos
elementos sin que compitan con los anteriores. En
numerosas ocasiones puede que incluso el individuo
que usase un hacha de piedra, por ejemplo, no le viese
el beneficio a otra realizada en metal por algunas de las
características de éste en detrimento de la otra o por
la misma dificultad que supone el adaptar la mano y
consiguientemente la fuerza y el manejo a un material
nuevo. La variedad tipológica pues es escasa, remitiéndose a elementos de forma simple, poco artificiosos, en
los que se busca más que sean prácticos. Los útiles, realizados sobre láminas, responden a la tipología de cuchillos/puñales, sierras, punzones, leznas, escoplos y hachas
planas. En cuanto a los enmangues, éstos son de lengüeta o escotadura. En época campaniforme no existe
ningún rasgo tecnológico de importancia que fuera
introducido aunque se percibe una mayor variedad
tipológica.
a) El proceso de la producción metalúrgica del
cobre desde sus inicios hasta principios de la
Edad del Bronce
La metalurgia extractiva
En general, todos los metales conocidos desde la
antigüedad están en depósitos y no sólo son fácilmente
reconocibles sino que pueden ser extraídos por procesos
relativamente simples siendo pues fáciles de trabajar.
Será a partir del reconocimiento y extracción de estos
compuestos cuando de comienzo realmente la metalurgia.
Los trabajos mineros –cantería– son los que se
harían en zonas cercanas o más alejadas según los casos.
El mineral extraído y aligerado de la ganga (sílice en
forma de diversos compuestos), mediante un repetido
machacado es trasladado a la zona del poblado para una
primera transformación en la que se emplean un tipo
de hornos denominados vasijas-hornos o crisoles de
reducción.
La fase extractiva contempla una serie de mecanismos
y procesos químicos –reducción y fundición, o refino–
encaminados a extraer el metal desde esos compuestos
hasta convertirlo a su forma metálica, es decir, esta fase
permite producir metal más o menos refinado a partir
de sus menas.
Las principales evidencias arqueológicas que nos
informan de estos procesos incluyen tanto elementos en
piedra (machacadores, martillos, yunques, etc.), cerámicos (crisoles, moldes, toberas...), restos de hornos,
como otros restos metalúrgicos (escorias, mineral
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
77
parcialmente reducido, gotas metálicas, restos de
coladas...).
La metalurgia extractiva, realizada en la propia
área del poblado, incluye tres aspectos o fases que son
imprescindibles para la comprensión del trabajo metalúrgico. La primera fase se relaciona con las tareas utilizadas en la eliminación de una serie de impurezas de los
compuestos minerales una vez extraídos de la mina y su
posterior acumulación para realizar sobre ellos la reducción. En definitiva se trata del machacado y agrupación
de minerales, con la menor cantidad de ganga posible,
para incrementar la concentración de los componentes
deseados.
La segunda fase implica la reducción de estos minerales, que pasan a metales. En este proceso de reducción o trasformación del mineral, el óxido de metal de
cobre, en combinación con el carbono y el oxígeno pasa
a metal más monóxido de carbono que se volatiliza.
El proceso de reducción se realiza en vasijas-horno,
que están ampliamente representadas dentro de contextos de la Edad del Cobre del Sureste peninsular
(Almizaraque, Los Millares) (Fig. 76) y buena parte de
los asentamientos jienenses repartidos entre las zonas
de campiña y vega del río Guadalquivir, y sobre todo en
los yacimientos del Cerro del Pino (Ibros) (Fig. 77) y
Marroquíes Bajos (Jaén). Durante la Edad del Bronce se
siguen manteniendo este tipo de hornos en yacimientos
Fig. 76.–Los Millares: restos de vasijas horno (fotografía GEPRAN).
78
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
Fig. 77.–Restos arqueometalúrgicos del Cerro del Pino (a-d), Castillo de
Baños (e-f ) y Siete Piedras (g-h).
fundamentalmente asentados en las zonas mineras de
Sierra Morena y Depresión Linares-Bailén.
Durante las Edades del Cobre y Bronce Antiguo las
características que se observan en este tipo de vasijas
son homogéneas tanto tecnológica como morfométricamente: son cerámicas que no reciben ningún tratamiento especial, ni la materia prima, la arcilla, ni los
desgrasantes añadidos, son diferentes al resto de los
empleados en la manufactura de otros tipos cerámicos
de uso corriente (Rovira, 1989: 356; Hook et al., 1990).
A partir del Bronce Pleno, se observa una intencionalidad en la fabricación de este tipo de vasijas vinculadas a las tareas metalúrgicas (vasijas-horno, crisoles y
moldes), pues aunque la materia prima sigue siendo la
local, la manera de tratar la arcilla, junto al tipo, cantidad y tamaño de los desgrasantes empleados, varía
significativamente. Esta diferencia, apreciada en las
analíticas realizadas recientemente, hay que ponerla en
relación tanto a la temperatura que habrían de soportar
como al tiempo de duración del proceso. En definitiva
se aprecian diferencias sustanciales en la matriz cerámica
de crisoles de reducción, crisoles de fundición y moldes
que responden a diferencias igualmente tipológicas, tecnológicas y funcionales.
Durante la Edad del Cobre y Bronce Antiguo, todos
los fragmentos recuperados de crisoles de reducción,
responden tipológicamente a formas abiertas, tipo
fuentes, no muy profundas, con un tratamiento superficial mediante simple alisado en unos casos, conservando
restos del molde de cestería usada en su fabricación en
otros. Estas cerámicas son fácilmente reconocibles por
las adherencias escoriáceas y de cobre metálico que conservan, generalmente, en su superficie interna.
En párrafos anteriores se ha comentado que aunque
estos tipos se fabrican con la arcilla habitual con la que
se confeccionan el resto de cerámicas de uso cotidiano,
los artesanos mantenían diferentes recetas en relación
a la funcionalidad de las cerámicas metalúrgicas. Incidiendo en este aspecto, y asociados a momentos Campaniformes, se tiene constancia de crisoles hechos a
partir de una mezcla de arcilla y arena cuidadosamente
seleccionada para procurar propiedades de resistencia
al calor, y por tanto totalmente diferentes al resto de
recipientes hallados en el yacimiento madrileño de El
Ventorro (Harrison et al., 1975).
Estos hornos, en los que se haría la reducción de los
minerales, recibirían el fuego desde el interior, lo que
provocaría, en las superficies externas, durante el enfriamiento, la tensión y rigidez suficientes como para evitar
que se rompiesen durante su uso (Hook et al., 1990).
Las superficies externas pues, no presentan signos de
haber estado expuestas al fuego.
Para hacer efectivo el proceso de reducción bastaría
con un simple hoyo en el terreno, en donde se instalaría la vasija-horno con la carga de mineral, y todo ello
cubierto y mezclado con carbón vegetal, por lo que no
sería necesaria ninguna otra estructura complementaria
de horno. Otras veces resulta suficiente el apoyar directamente la vasija-horno sobre una plataforma asentada
y regularizada en el terreno, y todo ello revestido con el
combustible, como en el caso anterior. Ello no excluye
la existencia de otro tipo de hornos. El proceso podría
durar en torno a tres o cuatro horas.
La experimentación llevada a cabo con distintos tipos
de combustible sugiere que es el carbón, con más poder
calorífico que la madera, el que sería más ampliamente
utilizado. La reducción del mineral realizada sobre
un contenedor abierto y recubierto por carbón es un
proceso que facilita la oxigenación de los minerales en
combustión, lo que ayuda a eliminar el sulfuro y otras
impurezas al sustituirlas por óxidos, y ayuda también
a mantener la temperatura deseada por un periodo de
tiempo más amplio. En todo caso es importante poder
conocer el tipo de combustible utilizado ya que no solamente determinará la temperatura del proceso sino que
las impurezas que conlleva definen las características del
metal que se produce.
Los análisis espectrográficos realizados sobre fragmentos de vasija-horno indican que por término medio
esas cerámicas serían sometidas a una temperatura alta,
superiores incluso a los 1100°C.
En estas vasijas se puede alcanzar una temperatura
máxima de unos 1250°C, aunque resulta realmente difícil,
en el estadio tecnológico en que nos encontramos, mantener constante esta temperatura por un tiempo determinado, hecho que no se ha observado en casi ninguno de
los análisis realizados sobre las muestras de escorias. La
heterogeneidad que muestran los resultados de las analíticas realizadas, da idea de que el proceso no lo tenían
totalmente controlado. La escoria, poco homogénea y de
aspecto viscoso, nunca se lograba derretir y separar completamente, con lo que quedaría más cantidad de cobre
retenido en esa masa de aspecto escoriáceo.
La zona escoriada de estas cerámicas puede presentar,
en función del mineral procesado, espinela (magnetita)
y restos de cuprita y malaquita, o bien encontrar escoria
en proceso de formación, con inclusiones de metal de
cobre sobre esa superficie escoriada. Por lo general son
vasijas que presentan un alto grado de fundición, observándose una zona porosa correspondiente a la cerámica
y otra escoriada, de aspecto poroso y altamente vitrificado, con restos metálicos.
La composición de estas zonas escoriadas, fundamentalmente, es la que nos indica que funcionaron como
crisoles de reducción ya que por una parte, la carga la
forman minerales más que metales y por otra parte, el
tiempo de duración estimado es mayor de lo normal
para un simple proceso de fundición o aleación.
Al someterlos a una temperatura relativamente elevada, el cobre se va liberando de sus componentes para
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
79
formar una serie de bolitas que quedan atrapadas en
esa masa de aspecto escoriáceo. Para liberarlas se ha de
romper la vasija-horno y machacar la masa informe una
vez que se ha enfriado, para, posteriormente seleccionar
los nódulos metálicos que son los que pasarán a los crisoles de fundición (Fig. 78).
Esta nueva fase se refiere a las tareas de fundición y
refine por las que los metales son purificados antes de ser
trabajados para darles un uso determinado. El metal después de la reducción suele presentar un tipo de impurezas
que por decirlo de alguna forma, empobrecen la calidad
del producto y por tanto hay que eliminarlas. Ello se consigue en los crisoles de fundición (Fig. 79). Los crisoles
suelen presentar la forma de un cuenco de casquete esfé-
Fig. 78.–Fragmentos de cobre tras la reducción (fotografía GEPRAN).
Fig. 79.–El Malagón: crisol (fotografía GEPRAN).
80
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
rico, de 120 a 150 mm de diámetro en la boca, poco profundos (de 30 a 50 mm de altura), con paredes gruesas,
que contienen desgrasante, generalmente granos de mica
o cuarzo, de tamaño medio y fondo plano. Teniendo en
cuenta que el cobre funde a una temperatura de 1083°C,
los crisoles soportaban estas temperaturas mediante un
fuego que recibirían tanto del interior como del exterior.
El periodo estimado para el proceso de fundición, una
vez que el combustible adquiere la temperatura estimada
para hacer efectivo el proceso, puede ser de unos 20-30
minutos.
De la capacidad que tengan estos crisoles, se puede
hacer un balance estimativo de la cantidad de metal
líquido que pudieron contener. Generalmente, durante
las Edades del Cobre y Bronce Antiguo, los crisoles contienen una cantidad de metal suficiente para fabricar
piezas no demasiado voluminosas, tipo barras, y objetos
sobre hojas como cuchillos/puñales, sierra, etc., mientras que para periodos posteriores, a partir del Bronce
Pleno, la cantidad iría gradualmente en aumento
teniendo en cuenta los nuevos tipos armamentísticos
manufacturados.
El conseguir escoria en el proceso de fundición es
importante entre otras razones porque con una menor
viscosidad el metal puede depositarse más rápidamente
en las partes bajas del contenedor, ya que la escoria
situada sobre la superficie del metal es necesaria para
preservar a éste de una nueva oxidación y porque es la
que favorece la agrupación del metal y, por consiguiente,
su deposición. Un hecho clave para que se forme escoria
se debe, entre otras razones, a que en el proceso hay una
gran cantidad de carbón en contacto con el mineral.
Sintetizando lo anteriormente expuesto se puede
concluir que la presencia de escoria en un yacimiento
determina en primera instancia que en él se ha procesado mineral. Pero al interpretar la producción metalúrgica de un yacimiento tendremos que tener en cuenta
también, que a mayor pureza del mineral empleado,
menor será la cantidad de escoria que se genere. La
escoria actúa como colector necesario de impurezas, en
un proceso en que están implicados fundamentalmente
los minerales, mena y ganga, las paredes del horno o de
la vasija usada como horno y el combustible, normalmente el carbón. Sin embargo, a simple vista es difícil
caracterizar a partir de un resto de escoria tanto el metal
que ha sido fundido como a la fase al cual está conectado, a no ser que haya indicaciones expresas como
inclusiones atrapadas de cobre metálico o puntos verdes
de mineralizaciones secundarias sobre la superficie de
la escoria, en cuyo caso nos hallaríamos ante escorias
originadas a partir de la reducción de cobre.
El panorama que nos encontramos a partir de la
Edad del Bronce Pleno en relación con los tipos cerámicos metalúrgicos es algo diferente a periodos anteriores, como se señala en apartados siguientes.
Fase de manufactura o acabado
El metal en estado líquido se vertería en un molde
para obtener bien lingotes, bien láminas o barritas sobre
las que posteriormente trabajar el objeto deseado (utensilios, armas y objetos de adorno) o bien objetos ya diseñados previamente sobre el molde.
Los moldes en la Edad del Cobre, generalmente de
arcilla cocida,–son escasísimos los moldes recuperados
en piedra–, suelen presentar forma rectangular con los
bordes redondeados y paredes rectas, en los que muy
raramente viene predefinida la forma del objeto. Lo que
si varía es el tamaño de los mismos, que irá en relación
con el tamaño de las piezas que se pretenda manufacturar (cuchillos/puñales o punzones en cada caso). En
estos primeros estadios en los que se «experimenta» con
los metales, no hay evidencias de moldes bivalvos.
Durante el Bronce Antiguo y, fundamentalmente en
el bronce argárico, los moldes desarrollan una amplia
diversidad formal, siendo sustituidos los cerámicos,
prácticamente en todas las ocasiones, por los de piedra.
Los productos finales, en todo caso, estarán condicionados por los tratamientos de manufactura empleados
(térmicos y mecánicos), en los que se incluyen fundamentalmente procesos de forja, en frío o en caliente, y
recocido. El empleo de metalografías sobre las piezas
manufacturadas es uno de los métodos de análisis mas
certeros a la hora de definir esos procesos (y en definitiva el grado tecnológico alcanzado), así como el uso y
funcionalidad de un elemento en concreto.
El resultado de un gran espectro metalográfico (Fig.
80) desarrollado hasta el momento nos informa de
cuales pueden ser las opciones de la cadena operativa
Fig. 80.–Los Millares: metalografía (fotografía GEPRAN).
en el trabajo de los útiles metálicos desde los primeros
intentos de crear metal. Estos son los siguientes (Rovira,
2004):
1. Fundición (F). Tras ser sacado del molde, el objeto
no está sometido a ningún otro proceso que afecte a su
microestructura.
2. Fundición seguido de una forja en frío (F+FF). El
objeto una vez sacado del molde es martilleado en frío.
El tratamiento de forja puede afectar a la pieza entera o
solo a una de las partes, como sería el caso de los filos de
cuchillos/puñales y hachas.
3. Fundición seguido de recocido (F+R). A la pieza
sacada del molde se le aplica calor para homogeneizar su
microestructura, sin recibir ningún otro tratamiento.
4. Fundición seguida de forja en frío y recocido
(F+FF+R).
5. Fundición seguida de recocido y de forja en frío
(F+R+FF).
6. Fundición seguida de forja en frío, de recocido y
de una nueva forja en frío (F+FF+R+FF).
La falta de un control absoluto que el metalúrgico
prehistórico parece tener sobre los beneficios que le
aporta a determinadas piezas el aplicarles uno u otro de
estos tratamientos, se puede observar en la misma irregularidad al aplicarlos. En este sentido, las metalografías
desvelan que un mismo conjunto de objetos de idéntica
tipología puede estar manufacturado siguiendo dos e
incluso más estadios de la cadena. Para época del Cobre
ya se conocían y estaban plenamente consolidados los
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
81
tratamientos 1, 2, 4 y 6, aunque predominen los casos
en que se aplica el 2 y sea muy poco abundante el 6.
Así, la serie metalográfica realizada sobre piezas de
cobre y cobre arsenicado de yacimientos almerienses
(Almizaraque en Cuevas del Almanzora, El Garcel en
Antas, Los Millares en Santa Fe de Mondújar) y granadinos (Los Eriales en Laborcillas, Las Angosturas en
Gor, El Cerro de la Virgen en Orce) muestran que los
tratamientos mecánicos y térmicos finales más usados
fueron los de forja en frío, más o menos intensa, y el de
recocido final en algunos casos o los productos simples
de fundición en otros.
Ya desde el Bronce Antiguo se comienzan a observar
algunos cambios en el seguimiento de la secuencia
operativa que se traduce en una disminución de piezas
fabricadas con la cadena 2 y un aumento de los que se
ajustan a la 6, en un proceso progresivo durante este
periodo hasta alcanzar valores en torno al 18% (Rovira,
2004).
En el Bronce Final el repertorio de objetos manufacturados se amplia enormemente y sigue operándose
bajo las seis secuencias ya indicadas más alguna otra
generada de la subdivisión de la primera, en función de
que el molde esté recalentado o no en el momento en
que el metal líquido es vertido.
El hecho de que la actividad metalúrgica esté plenamente establecida con aleaciones binarias y terciarias, en la que el metalistero es capaz de reconocer
a simple vista los beneficios de los porcentajes de
los metales aleados, no implica sin embargo que se
usen para un tipo de objeto en concreto, por lo que
resulta difícil hacer una percepción real del grado de
dominio alcanzado. Abundando en este tema quedan
aún por descifrar algunos aspectos que no se consiguieron reducir e incluso eliminar. Es el caso por
ejemplo de la existencia de burbujas presentes en la
mayoría de los útiles de volumen de metal considerable –hachas, puntas de lanza y espadas–, que los
hace más frágiles.
Objetos manufacturados
En cuanto a los objetos, el sistema de clasificación
convencional de estos productos ya terminados, durante
la Prehistoria Reciente, hace distinción, a grandes rasgos,
entre armas (cuchillos/puñales, alabardas...), objetos
82
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
de adorno (plaquitas, cuentas...), objetos punzantes
(punzones, agujas...) y otros (entre los que se incluyen
los remaches, mangos, láminas indeterminadas, etc).
Existen sin embargo otras clasificaciones que atienden
a diferentes aspectos: funcionales, morfológicos, cronológicos o tecnológicos.
Durante la Edad del Cobre la tipología que presentan los útiles es repetitiva e incluso monótona
(Fig. 81), si bien no se detecta una diferenciación
entre esos mismos productos, en función al lugar en
que se localicen –contextos domésticos y contextos
funerarios–, pero sí que es apreciable una diferencia
en cuanto al número de ellos hallados en unos contextos frente a otros. Este hecho no puede inducir
a otorgar a un objeto determinado un mayor valor
sobre otros, puesto que en estas épocas el metal en sí
tiene su valor con independencia del objeto y de su
uso. Por regla general es en los contextos funerarios
donde aparece un mayor número de objetos metálicos
dado el carácter «preservador» de estos ambientes en
detrimento de los domésticos, donde se puede dar un
abanico amplio de posibilidades para que no se conserven –abandonos pacíficos e incluso en abandonos
repentinos por incendios o coacciones del exterior–
(ver también S. Rovira, 2004).
Los elementos más abundantes, dentro del repertorio
metálico, son los punzones, tanto de sección cuadrada
como rectangular; agujas; puntas de fecha de forma lanceolada, y en general las de tipo Palmela con pequeñas
Fig. 81.–Útiles calcolíticos (Fotografía GEPRAN).
modificaciones en relación a la proporción entre la
hoja y el pedúnculo; hachas de talón de sección plana,
algunas con los filos marcados, y cinceles de sección
también aplanada; sierras con un solo lado dentado y
el otro no afilado, sobre hoja recta o curvada; cuchillos/puñales realizados a partir de láminas, y sin que
quede diferenciada la zona de enmangue; y por último
alabardas. La forma más usual de enmangue es la de
lengüeta o mediante una, o a lo sumo dos muescas, no
conociéndose por tanto los enmangues con remaches.
Los elementos de adorno son escasos en esta época y
siempre están hechos a partir de láminas simples. Los
más comunes son las cuentas y anillos/brazaletes sencillos y abiertos.
Investigaciones recientes sobre yacimientos de época
campaniforme concluyen que si bien el repertorio
de elementos manufacturados sigue siendo igual al
periodo precedente, se observa una cierta estandarización de algunos tipos como las puntas de Palmela o los
puñales de lengüeta. No existe un avance significativo
en cuanto a la tecnología metalúrgica desarrollada,
siendo la cadena operativa en la obtención de piezas
la misma que venía siendo habitual desde épocas del
Cobre y Bronce Antiguo (Rovira y Montero, 1994;
Rovira, 1998).
b) La metalurgia a partir de la Edad del Bronce
Pleno
Hasta bien entrada la Edad del Bronce (a lo largo
del II milenio a.C.) la metalurgia no adquiere una
relevancia que lleve a transformar las relaciones
sociales dentro de la comunidad y consecuentemente, sea el objeto de metal el que se convierta en
un elemento, además de útil, también de prestigio e
intercambio masivo. La metalurgia con la fabricación
intensa de armamento en la Edad del Bronce va a
proporcionar al hombre nuevos medios para ejercer el
poder a través de la fuerza. El cambio tecnológico que
supone el empleo de útiles metálicos de base cobre
y sus aleaciones provocará la ruptura de la economía
autosuficiente con una consecuente dependencia del
intercambio como un mecanismo natural de desarrollo. Al mismo tiempo se producirá un incremento
de la producción agrícola que potenciará la creación
de un plus que servirá para la financiación de la actividad comercial por un lado y de los especialistas por
otro (Sherratt, 1976).
El conocimiento por parte del hombre de la relación
tierra-fuego había tenido hasta el momento connotaciones fundamentalmente pacíficas (elaboración de la
cerámica, materiales de construcción, etc.) pero con el
desarrollo de la tecnología metalúrgica, y sobre todo
del control de las fases productivas se incrementará la
guerra como medio para conseguir todo tipo de bienes
de prestigio al tiempo que asegurar una posición de
predominio sobre un territorio y, por consiguiente, de
las materias primas en que sustentar su economía. Ello
se observa en las poblaciones de la Edad del Bronce
Final en el que el utillaje metálico suplanta prácticamente al resto de las materias primas, siendo sustentado
este fuerte empuje del metal por las clases dominantes.
Recordemos que este hecho no se constataba en los
momentos inicial y pleno de la Edad del Cobre donde
el metal se utilizó fundamentalmente para la elaboración de herramientas y útiles de trabajo cotidiano, si
bien a finales del Cobre Final y Bronce Antiguo, con
el desarrollo del campaniforme el metal cogió un gran
auge de cara a la fabricación de elementos de prestigio
funerarios.
En momentos finales de este periodo y a lo largo
de todo el Bronce Final, el mayor control sobre los
procesos de transformación se observa igualmente en
las piezas manufacturadas. Se obtendrán pues, piezas
de metal puro, con escasísimas inclusiones, fundidos
sobre moldes bivalvos, al tiempo que se trabaja con las
aleaciones binarias (cobre y estaño) y terciarias (cobre,
estaño y arsénico).
Los aspectos tecnológicos y tipológicos que caracterizan la producción metalúrgica durante el Bronce Pleno
inciden en una mayor producción metálica, con la introducción e intensificación paulatina de la producción de
bronces al estaño. Si bien se continúan fabricando los
mismos tipos metálicos señalados para periodos anteriores, algunos tienden a desaparecer –caso de las sierras–, y aparecen otros como las espadas y las hojas con
nervadura central. Entre las novedades vemos como se
regulariza totalmente el empleo de enmangue con remaches en cuchillos y puñales, y se hace más frecuente la
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
83
producción de objetos de adorno quizás para satisfacción
de la clase dominante y como símbolos de identificación
y por tanto de poder frente al resto de las clases sociales
(Rovira, 2004). Un aspecto que redunda en esta aseveración es el empleo de la plata utilizada en la fabricación
de estos objetos de adorno. Otro de los hechos significativos que evidencian una intensificación de la producción
metálica es la obtención, a partir de mediados-finales del
bronce pleno, de lingotes ligados a una acumulación de
metal como reserva dentro del mismo yacimiento o como
excedente de producción con el que comercializar. Esto
último conlleva indirectamente la posibilidad de hallar
en un yacimiento objetos metálicos de composiciones
muy diferentes a otros de producciones locales.
La reducción de los minerales se continúa haciendo
en las vasijas-horno incluso aunque se trate de la reducción de minerales de cobre y estaño para la obtención
de bronces. Sin embargo se observa que tanto las vasijas
de reducción como las de fundición presentan formas
diferentes a las del periodo anterior.
La investigación desarrollada en la zona de Turkmenia
(Tereckhova, 1981), y centrada en la segunda mitad
del III milenio, nos hace suponer que el desarrollo tecnológico de la metalurgia desembocaría no sólo en una clara
correlación entre cargas controladas y productos de funcionalidad específica, sino en la aplicación de diferentes
técnicas para diferentes categorías de útiles. El desarrollo
estándar de las técnicas de manufactura de los productos
metálicos conduciría a una estabilidad de las condiciones
de producción que se verían beneficiadas con un funcionamiento regular de los talleres. De este modo, la metalurgia, entendida estrictamente como la manufactura de
objetos, lograría independizarse incluso de la minería y de
la metalurgia extractiva formando otra actividad económica diferente que incluso podría desarrollarse en centros
especializados alejados de las fuentes de materia prima. Ya
en un momento más avanzado, en la segunda mitad del
III milenio, la actividad metalúrgica se trataría como una
continuidad genética de los técnicos artesanos en un área
cultural determinada. Ello supondría un incremento de
3
la actividad humana especializada en las distintas fases del
proceso metalúrgico, lo que presupone un complejo sistema de comunicación sobre la base de un amplio desarrollo de intercambio. A partir ya del II milenio, cuando
se alcanzasen grandes cotas en la complejidad de la base
técnica y del grado de especialización, sería el momento
en que la metalurgia emergiese como una rama independiente social y estructuralmente distinta a la economía
de subsistencia (Tereckhova, 1981). En el sur peninsular
esta cadena de acontecimientos es gradual desde los inicios de la Edad del Cobre y durante toda la Edad del
Bronce Antiguo y Pleno, no constatándose cambios en
las técnicas de manufactura hasta bien entrado el Bronce
Final. Estos estadios de desarrollo son extrapolables a la
Península Ibérica adecuando las fechas a las evidencias
arqueológicas que muestran cada una de las regiones.
Un tema colateral al metalúrgico en sí y al que se le
ha dedicado bastante interés es en saber el momento en
el que aparecen los especialistas. Los paralelos etnográficos que podemos establecer entre estas comunidades
prehistóricas y comunidades norteafricanas actuales
demuestran la existencia de especialistas en la producción
cerámica o metálica como guardianes de los secretos de
las técnicas que desarrollan y que trasmiten generalmente
a miembros de su mismo clan familiar una vez que ellos
han alcanzado la edad adulta o cuando la demanda de los
productos supera sus previsiones. Se da el caso también
de que muchos de estos artesanos ofrecen sus servicios
cada cierto tiempo a poblados escasamente distantes recibiendo a cambio otros productos.
La existencia o no de especialistas o de trabajadores a
tiempo completo dedicados a las tareas mineras y metalúrgicas es difícil de valorar contando sólo con el registro
arqueológico de los yacimientos excavados, sin embargo
cabe hablar de un cierto privilegio cuando existe constancia de poblados mineros y cementerios de mineros3,
o las evidencias de sepulturas que demuestran, por su
ajuar, que la gente enterrada eran mineros o al menos
que estaban relacionadas con la minería4. Siguiendo este
mismo discurso, se puede pensar que la presencia cada
En el yacimiento de Aibunar se constata la evidencia de cementerios de mineros (Muhly, 1986).
Los enterramientos documentados en diversas salas de la mina de Can Tintorer (Villalba et al., 1990) nos sugieren que quizás
puedan relacionarse con gentes ligadas a la actividad minera.
4
84
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
vez mayor de objetos metálicos y por consiguiente de
personas dedicadas a la extracción de mineral, a su transformación y fabricación de útiles, llevaría a una situación en la que pocos serían los «capataces» y muchos
los «obreros no cualificados», y en donde los primeros
serían los interlocutores directos con la clase dirigente,
lo que subraya su escalafón social con respecto de los
segundos. Ello confiere, aparte de una mayor retribución salarial o equivalente y un status social, al menos
distinto al resto. Estas distinciones son las que caben en
las atribuciones al término especialistas.
La época del Bronce Final, periodo de plenitud de la
metalurgia de base cobre peninsular, se caracteriza por
la eclosión de tipos metálicos y del control y dominio
absoluto de los procesos metalúrgicos iniciados cientos
de años antes. Es el momento también en que se registran los grandes depósitos de metal en forma de lingotes
o chatarra con las implicaciones que esto conlleva a nivel
económico y social, aunque no revista el rango de los que
se documentan en otras zonas europeas extrapeninsulares
(Rovira, 2004). Resulta ser un periodo, por otra parte,
con una menor proporción de datos analíticos en los que
se incluyan, aparte de los de piezas elaboradas, también
a los productos secundarios. Este hecho puede achacarse
quizás, a un menor interés por esta fase cronológica en la
que todo se ve como un desarrollo final de lo precedente,
a favor de otras en las que su investigación parecía ser
clave a la hora de desmenuzar cada uno de los datos sobre
los que establecer teorías plausibles de las condiciones de
trabajo y en definitiva de la tecnología llevada a cabo en
el proceso metalúrgico. Es de suponer que futuros trabajos ofrezcan también datos que caractericen los yacimientos del Bronce Final excavados en la Península y que
disponen de una muy buena estratigrafía. Ello permitirá
establecer los, hasta ahora poco conocidos, circuitos de
metal hasta ajustarlos en su correcta posición dentro de
los grandes movimientos de metal que se están produciendo en esos momentos en toda Europa.
En una fase tardía del Bronce Final es cuando hacen
su presencia los bronces terciarios cobre-estaño-plomo,
asociados normalmente a las producciones del Bronce
Atlántico. Parece probable que se continúe usando
la vasija-horno como horno de reducción en la que
obtener tanto cobre como bronce, como lo demuestran algunos de los análisis realizados sobre las partes
escorificadas de este tipo de vasijas localizadas en los
yacimientos de Crevillente (Alicante) y Ronda (Málaga)
(Gómez Ramos, 1999: 108, 113).
En contextos del Bronce Final aparecen lingotes
planoconvexos de peso superior al kilogramo de cobre
puro, aunque por el momento no se hayan localizado
estructuras de horno que puedan producirlo ya que no
es posible hacer la reducción en una de las vasijas-horno
utilizadas hasta entonces. Estas nuevas estructuras de
horno bien pueden ser como las reconstruidas en otras
diversas zonas europeas a partir de restos de la solera y de
las paredes. Se trataría de hornos de estructura circular,
con un diámetro de entre 50-60 cm. y de altura similar,
con una posible cubierta abovedada y con una especie de
cubeta en el fondo en donde recolectar el cobre. Junto
a estos restos, aparecen escorias de sangrado que serían
extraídas en estado líquido o pastoso (Rovira, 2004).
No se conocen por otro lado objetos metálicos de
estaño o de plomo aun cuando se constata la existencia
de bronces ternarios que pudieron ser reducidos en
vasijas de reducción.
c) El cobre y sus aleaciones
En términos generales, las propiedades que caracterizan a los metales, tales como maleabilidad, resistencia, ductibilidad, etc., pueden ser alteradas de forma
controlada mediante la aleación, es decir, mediante
su combinación con otros metales o elementos para
formar un compuesto estable (Goffer, 1980). Las aleaciones poseen las propiedades físicas características de
los metales pero son compuestos de dos o más elementos, en los que al menos uno de ellos es un metal.
Existen sin embargo aleaciones naturales formadas de
manera fortuita y sin que medie la actividad humana.
Las aleaciones intencionadas surgirían de las propiedades observadas en las aleaciones naturales, como
por ejemplo las de tener mayor resistencia a la corrosión, resultar más fáciles de trabajar, reducir el punto
de fusión, etc.
De todos los metales conocidos desde la antigüedad
es el cobre y sus aleaciones el que más ha sido investigado, debido quizás a que fue el primer metal transformado y el primero también en ser utilizado como
base de mezclas metálicas posteriores. Dejando a un
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
85
lado estas apreciaciones, el interés por saber cuando se
utilizó por primera vez el arsénico como una aleación
intencionada al cobre, está en entender la metalurgia
como un proceso estanco en el que cada nuevo paso
hacia un grado tecnológico superior ha de estar conectado con uno de los periodos crono-culturales establecidos, en lugar de contemplarla como distintas fases
de un proceso lento en el que llegan a coincidir rasgos
tecnológicos antiguos con otros más avanzados hasta
que llegados a un punto se logra desembarazar de ellos
para desde aquí volver a iniciar el proceso.
Para las etapas del Cobre y Bronce Antiguo a
menudo se han observado ciertas características tanto
en la composición elemental de los objetos metálicos
–con un alto porcentaje de arsénico asociado a unos
mismos tipos metálicos– como otras que tienen que
ver con el aspecto exterior de determinados de esos
objetos –concentración de arsénico en la superficie
externa que le confiere a la pieza acabada un color
plateado intenso otorgándole un atractivo y vistosidad
superior a un objeto de cobre–, con una intencionalidad clara en la adicción de arsénico al cobre (Moreno,
1994). Todo ello sugiere una clara tendencia por parte
del metalúrgico prehistórico a emplear minerales de
arsénico en la carga para aportar entre otras mejoras al
metal resultante. Sin embargo, no todos los resultados
analíticos recientes practicados muestran este mismo
comportamiento, por lo que resulta más cauteloso por
nuestra parte mantener una intencionalidad al menos
regional lejos de intentar generalizarla durante estos
momentos de la Prehistoria. En este sentido habrá que
esperar a nuevas analíticas y, sobre todo, a desarrollar
nuevas experimentaciones que permitan observar el
comportamiento físico-químico de este elemento en
contacto con fuentes de calor o tratamientos mecánicos así como en sus diferentes fases y aleado al
cobre.
La práctica metalúrgica demuestra que si bien el
cobre arsenical es inferior a la aleación cobre-estaño,
resulta ser superior al cobre puro en muchos sentidos:
funde más fácilmente, son más resistentes y producen
una colada de mejor calidad. Se puede establecer que
la reacción del cobre, en una aleación al 1% de arsénico convierte en frágil al metal en caliente pero no en
frío (Eiroa et al., 1989) y de igual forma el arsénico en
86
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
una proporción sobre el 3% le suma dureza al cobre
mientras que un contenido mucho mayor le daría fragilidad (Hodges, 1964).
El arsénico es un elemento que dadas sus características hay que experimentarlo concienzudamente para
aprovecharse de sus beneficios y prueba de ello sería
demostrar el control sobre los minerales y sobre el tipo
de fuego aplicable a cada uno de ellos. La única forma
de conseguir una concentración elevada de arsénico
consiste en seleccionar minerales de cobre ricos en
arsénico (sulfoarsenatos como la enargita y tenantita o
arsenopiritas –FeAsS–) o añadir minerales de arsénico,
como el oropimente o rejalgar, a la fundición (Goffer,
1980).
Investigadores que niegan la intencionalidad en
la aleación cobre-arsénico se basan en los resultados
de los análisis realizados a piezas metálicas y a restos
metalúrgicos como escorias, que revelarían para los
primeros estadios de la metalurgia del cobre una aleación casual en todo caso, fruto de la propia naturaleza
y composición de muchos de los metalotectos cupríferos de los que se beneficiarían las poblaciones cercanas, tratándose pues de simples cobres arsenicales.
También las experimentaciones hechas al respecto
(Montero, 1992a; Rovira, 2004) corroborarían la poco
probable intencionalidad en la aleación cobre-arsénico
hasta momentos finales de la Prehistoria Reciente en
la Península.
Este control sobre los minerales será claramente
perceptible avanzada la Edad del Bronce, sobre todo
durante el Bronce Final, en donde se llega a alcanzar
altas proporciones de objetos con aleaciones binarias y
terciarias en detrimento del número de piezas de cobre
puro.
La investigación sobre las aleaciones que se practicaban durante la Edad del Bronce Final se basa fundamentalmente en una serie amplia de análisis de piezas
metálicas de yacimientos que abarcan buena parte de
la geografía peninsular. A este respecto las consideraciones que en su día hizo S. Rovira (2004: 32) están aún
en plena actualidad: Así la distribución de las aleaciones
binarias y terciarias en la Península y Baleares muestra
ciertos rasgos distintivos regionales. En la mayor parte de
las regiones hay una clara preferencia por los bronces bina-
rios cobre-estaño, con independencia del tipo de pieza,
pero en el Noroeste y parte occidental de la Cuenca del
Duero los bronces terciarios muy plomados son frecuentes
cuando no predominantes, especialmente en las típicas
hachas de talón anilladas presumiblemente más tardías.
(…) Las tasas medias de estaño son también variables a
escala regional, observándose en general una buena relación de proximidad-alejamiento a las áreas estanníferas
Gallegas, del norte de Portugal, de Salamanca, de Zamora
y de Extremadura Ante la carencia de otras evidencias
arqueológicas consistentes, esta es una sugerente indicación
de que los recursos de estaño peninsulares ya estaban en
explotación en el Bronce Final y proporcionaban mineral a
un entorno más o menos definido.
d) Metalurgia en el Alto Guadalquivir durante la
Edad del Bronce Pleno. El caso de Peñalosa
Los trabajos de investigación centrados en numerosos
yacimientos jienenses con cronologías que van desde la
Edad del Cobre al Bronce Pleno y algunos, los menos,
pertenecientes al Bronce Final, han permitido establecer
planteamientos teóricos en los que la agricultura primero y la metalurgia después, actúan como determinantes en la elección del sitio, la relación de poder de
unos poblados con respecto a otros, e incluso los cambios sociales que generarán la diferenciación de clases. A
grandes rasgos, cada cambio observado en los poblados
(enclaves, rituales funerarios, organización territorial de
Fig. 82.–Peñalosa: vista aérea (Proyecto Peñalosa y MRW).
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
87
los asentamientos, etc.) coincidirá con periodos críticos
o de «crisis» en donde la agricultura, su prosperidad o
decadencia, y la metalurgia, su intensificación o necesidad de búsqueda de metales de mayor calidad, serán
los motores que dan paso a cada nuevo periodo cronológico. Sin embargo, estos esquemas de desarrollo
quizás no se sustenten en aspectos tecnológicos reales,
por lo que han de tomarse como hipótesis de trabajo y
ser revisados y contrastados con los resultados actuales
aportados por la investigación metalúrgica de poblados
con estratigrafía fiable.
La investigación arqueometalúrgica en el yacimiento
de Peñalosa (Fig. 82) se enmarca dentro de varios proyectos de investigación: Proyecto Peñalosa en sus fases
I y II, financiado por la Dirección General de Bienes
Culturales de la Junta de Andalucía, Una historia de la
tierra. La minería en Jaén, financiado por la Diputación
de Jaén y Minería y metalurgia en las comunidades de
la Edad del Bronce del Sur peninsular, financiado por
el Ministerio de Educación y Ciencia.
El estudio arqueometalúrgico se plantea sobre
diversos aspectos en los que incide la actividad metalúrgica desarrollada: en primer lugar, durante las labores
de campo es posible detectar cualquier dato que nos
informe de las fases del proceso realizado en un ámbito
concreto mediante planos de distribución de los materiales aparecidos y su relación con estructuras de trabajo.
De ahí pasamos a la comparación entre unos ambientes
y otros hasta aproximarnos a la incidencia que dicha
actividad tiene en el conjunto del poblado. En segundo
lugar, la recuperación del registro arqueológico ofrece
diversos elementos implicados en las tareas metalúrgicas
que son susceptibles de ser analizados (elementos relacionados con la extracción del mineral –minerales en
bruto, martillos, machacadores, morteros, etc.–; productos secundarios de fundición –escorias, minerales
parcialmente reducidos, gotas metálicas, etc.–, contenedores metalúrgicos –vasijas-horno, crisoles, moldes,
toberas, etc.–; y productos manufacturados). El paso
siguiente será el aplicar diversos métodos analíticos en
función al repertorio material de que dispongamos. Una
vez interpretados los datos analíticos estaremos en condiciones de afrontar uno de los retos hasta el momento
más difíciles como es el determinar cuales fueron los
metalotectos que sirvieron como fuente de materia
88
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
prima. Para afrontar este reto se desarrollan prospecciones sistemáticas sobre un vasto territorio en el que
cualquier afloramiento de mineral puede ser relevante
para el estudio. La recuperación de minerales servirá
para su posterior comparación con los hallados en el
poblado, y de esta forma avanzar en el conocimiento
de las posibles fuentes de suministro. Por último, quedaría interrelacionar todos estos datos con el resto de
actividades observadas en el yacimiento en un intento
por desvelar cuestiones sociales, económicas e incluso
políticas, en un marco bastante más amplio conectado
con otros enclaves coetáneos.
Los elementos vinculados con la actividad metalúrgica están ampliamente representados en los diferentes
complejos estructurales del yacimiento y zonas adyacentes al mismo. Este dato es indicativo de la importancia que tal actividad tuvo en el transcurso de la vida
social y económica del poblado, por lo que hay que
considerarla como una de las de desarrollo prioritario,
en la que determinadas personas de cada grupo familiar
estaban implicadas. Un hecho por el que en Peñalosa se
infiere una producción metálica que rebasa los límites
de la subsistencia es la existencia de lingotes o tortas
de metal que, muy probablemente fuesen utilizados
como moneda de cambio en las relaciones comerciales
o como garantía de poder frente a yacimientos no metalúrgicos.
Minerales
Peñalosa, situada en el extremo oriental de Sierra
Morena, se haya inmersa en un amplio territorio en el
que abundan los yacimientos polimetálicos. Las mineralizaciones más corrientes son de plomo, plomo argentífero y cobre.
El emplazamiento del yacimiento coincide, curiosamente con la concentración mayor de mineralizaciones
filonianas de cobre, en las que abundan los sulfuros,
especialmente piritas y carbonatos que pudieron ser
fácilmente explotadas.
La explotación de los minerales sulfurosos es conocida desde antiguo debido fundamentalmente a que
presentan características parecidas a la de los metales
en estado nativo, sobre todo el brillo metálico y a que
la metalurgia de los sulfuros es, en general, un proceso
bastante simple.
El yacimiento está enclavado en una zona de pizarras
y areniscas próxima a abastecimientos de otras materias
primas, como arcillas, arenas y conglomerados para la
fabricación de artefactos de uso corriente en la vida del
poblado y del mineral suficiente para cubrir una amplia
producción metalúrgica.
El mapa metalogenético de la zona (IGME, 1974),
aunque refleja gran abundancia de mineralizaciones de
cobre, muestra sin duda menos de las que debieron de
existir en tiempos antiguos bien porque se haya perdido toda evidencia de los trabajos de cantería llevados
a cabo, bien porque se recojan las más singulares o de
máxima productividad. A este respecto es significativo
el hecho de una fuerte concentración de poblados con
actividad metalúrgica en toda una amplia faja en sentido
longitudinal a lo que sería el actual cauce del Rumblar
en el que abundarían los yacimientos cupríferos que
presentan una paragénesis compleja de piritas, calcopiritas y galena entre otros elementos metálicos como los
documentados en Peñalosa (Fig. 83). Como se puede
ver claramente en el mapa metalogenético, esta zona en
donde se sitúa el yacimiento está conectada de manera
estrecha con las mineralizaciones de sulfuros complejos
de los campos filonianos de Linares-La Carolina-Santa
Elena que desde antiguo han sido fuente de recursos
para la producción metalúrgica.
También son de sobra conocidas las explotaciones
de Cu (sulfuros primarios de hierro y minerales secun-
Fig. 83.–Peñalosa: minerales localizados en el yacimiento (Proyecto Peñalosa).
darios derivados) localizadas al noroeste de la zona de
Baños de la Encina.
Las menas más importantes son las de sulfuros y carbonatos que se relacionan con gangas silicatadas o carbonatadas respectivamente.
En el área del poblado, los minerales, en general,
aparecen en fragmentos muy pequeños, a veces congregados en cantidades relativamente abundantes y de
tamaño similar y minerales en proceso de transformación en los que ha intervenido una fuente de calor, dispuestos para el proceso de fusión.
Los restos minerales sugieren que se procesaron
menas polimetálicas de cobre, hierro, con escasas proporciones de sulfuro y arsénico.
La presencia de mineral de plomo (galena) en áreas
de habitación como en zonas próximas a ellas (Fig. 84),
no permite por el momento una relación con la producción de plata en el yacimiento ya que los resultados
analíticos determinan la no presencia de este elemento.
Sin embargo, sí que pudo usarse para la producción de
cobre, aunque sus contenidos son solo a nivel de elementos traza. Posiblemente, estos restos de mineral de
plomo haya que asociarlos a los fragmentos de crisol
que presentan escoriaciones internas de color blancuzco,
no analizados. En este sentido son de sobra conocidos
los filones plumbíferos con cantidades importantes de
mineral de cobre en la región Linares-La Carolina.
La existencia de objetos realizados en plata, plantea la
posibilidad de su obtención en el yacimiento, en cuyo
caso tendríamos que rastrear el método utilizado.
Fig. 84.–Peñalosa: galena (Proyecto Peñalosa).
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
89
La reducción de los minerales en Peñalosa se realizaría
en vasijas-horno como lo demuestra la existencia misma
de estos contenedores en todo el ámbito del poblado
además de la serie analítica realizada sobre escorias y
sobre las partes escorificadas de esas cerámicas. También
lo prueba el dato de la inexistencia de otras estructuras
de horno. En estas tierras y durante el Bronce Argárico
se continuará por tanto realizando la reducción de igual
forma que cientos de años atrás. Una vez seleccionado
el material metálico de la masa de escoria resultante, se
introducirá en los crisoles para su fundición. En este
proceso los restos de escoria son mucho más escasos
quedando por lo general adheridos a las paredes de los
crisoles. El metal líquido se vertería sobre moldes en
piedra y arcilla cocida.
Escorias (Fig. 85)
A grandes rasgos los tipos de escoria recuperados del
yacimiento son de cuatro tipos:
1.–Escorias que presentan unas formas como de
glóbulos, de aspecto con tendencia al alargamiento,
de color negro o gris oscuro mate y con algunas inclusiones de cobre metálico. En la rotura fresca se aprecian
productos secundarios de cobre y el color es negro brillante.
2.–Escorias de tipo arborescente, no de aspecto tan
compactado como las anteriores, de color negro, con
cavidades de alargadas a elípticas y gases. Presenta un
mayor número de impurezas, en las que son visibles
granos de cuarzo y otros minerales, trocitos de carbón,
restos de sedimento y algún resto de color verde pro-
Fig. 85.–Peñalosa: escorias (Proyecto Peñalosa).
90
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
ducto de la oxidación de cobre. Son bastante más ligeras
que las anteriores.
La rotura fresca, de aspecto esponjoso, contiene gran
cantidad de restos residuales de la fundición y el color es
negro brillante. En algunos casos puede presentar inclusiones de color marrón oscuro debidas posiblemente a
su contenido en hierro.
3.–Escorias de color blancuzco-amarillento, de
aspecto arborescente, poco pesadas y aparentemente
con pocas inclusiones de otros compuestos minerales.
La forma tiende a ser fluida y con bastantes cavidades,
de tipo esponjoso. De este tipo no contamos con ninguno de los análisis realizados.
4.–Escorias que quedan en la pared interna de unos
pocos fragmentos de crisoles planos que presentan un
aspecto blanquecino, compactas y de formas globulares. Al partirse presentan un color gris oscuro brillante.
Los resultados de las muestras de escoria analizadas determinan que se emplearon tanto minerales
de cobre en forma de sulfuros (calcopirita y calcosina), como carbonatos (malaquita) y óxidos (cuprita
y tenorita). Las reacciones químicas que se desarrollan son complejas y dependen estrechamente de la
naturaleza y composición de los minerales primarios.
En el caso de carbonatos se realiza en primer lugar
una reducción a una temperatura de 600-700 °C en
la que la malaquita se transforma en óxido de cobre
con desprendimiento de CO2, mientras que si la carga
la componen fundamentalmente óxidos de cobre
la temperatura debe ser más alta, alrededor de 900
°C, cuando se produce una reducción a cobre metálico gracias a la presencia de monóxido de carbono
(originado en la combustión del carbón añadido en
ambiente poco oxigenado).
La metalurgia de los sulfuros de hierro consistiría en
la reducción de las menas en ambiente muy oxigenado
para eliminar el azufre, lo que da lugar a la formación
de óxido de cobre con abundante desprendimiento de
anhídrido sulfuroso. La temperatura en esta primera
etapa debe ser relativamente baja, en torno a los 600°C
y después el óxido de cobre formado reacciona con más
sulfuro de cobre para dar lugar a cobre metálico con
desprendimiento de anhídrido sulfuroso. Durante la
reducción del óxido la temperatura del horno debe ser
de unos 900°C o ligeramente superior.
La mayoría de las escorias contienen minerales oxídicos que no han llegado a fundirse junto a granos de
sílice en forma de cuarzo y restos de óxido de hierro
(wustita, hematites y goethita).
El estudio mineralógico en general determina que se
trata de menas primarias de cobre, hierro y plomo transformados parcialmente en el proceso de fusión, acompañados de varias fases, unas producidas por alteración
natural de los minerales originarios y otras originadas
por las transformaciones térmicas experimentadas.
De igual forma se detectan minerales primarios de
hierro (pirita), plomo (galena) y cobre (calcopirita),
pero posiblemente el elemento de mayor interés para
los pobladores de este asentamiento fue el cobre.
La cerámica utilizada en la metalurgia
Desde los inicios de la metalurgia y durante buena
parte de su desarrollo, las transformaciones pirometalúrgicas se llevaron a cabo exclusivamente en recipientes
cerámicos. Estos recipientes asumen todas las funciones
mecánicas, térmicas y químicas que en los procesos
metalúrgicos de épocas posteriores corresponden a
la pared de horno. En estas fases iniciales, al menos,
son los compuestos de la cerámica los que participan
directamente de la colada y de las escorias metalúrgicas
asumiendo en parte el papel de fundentes en el proceso
(Keesmann et al., 1991-1992).
Durante la Edad del Cobre, asentamientos como Los
Millares, en Almería, permiten reconocer las características de las cerámicas implicadas en esos procesos metalúrgicos. A grandes rasgos éstas son las siguientes: la
gran mayoría de los fragmentos corresponden a formas
abiertas, con un grosor de entre 1–3 mm de espesor,
y una capa de escoria en la superficie interior más o
menos homogénea pero que difieren unas a otras en
grosor. Se puede afirmar que son cerámicas no refractarias bajo los estándares actuales, es decir, se trata de
arcillas locales que no han sido refinadas o seleccionadas
cuidadosamente, sino que su composición responde a
la materia prima del lugar, igual al resto de cerámicas
domesticas recuperadas en el yacimiento. Así pues,
no existe una intención premeditada, ni tipológica, ni
tecnológica ni funcional, ligada a los contenedores en
donde se realizaban las tareas de reducción y fundición
de los minerales y metales. Por tanto, sólo se puede
hablar de cerámicas metalúrgicas en el sentido en que
una parte del repertorio cerámico se usó para ello y no
porque haya contenedores específicos para desarrollar
estas tareas, tratándose en todos los casos de matrices
locales.
Son vasijas de textura y tratamiento de superficies
cuidadas, y que en apariencia no permiten su diferenciación entre crisoles de reducción y crisoles de fundición a no ser por los análisis que se realicen de la parte
escoriada. Estos muestran recipientes que por lo general
han sido calentados a altas temperaturas, por encima
de los 1100ºC, especialmente cerca de la superficie de
escoria con una alta vitrificación y numerosos poros.
Entre el total existen fragmentos de color gris, de cocción muy reductora, aunque predominan los de color
marrón-rojizo y cocción oxidante.
Son recipientes que fueron calentados desde el interior, y que fueron capaces de mantener una temperatura
constante al menos durante dos horas. El diferente gradiente térmico que presentan, más frío en la superficie
exterior oxidada y más caliente en la interior más vitrificada, es el que previene a las cerámicas de la rotura
durante su uso. Se ha comprobado así mismo que la
gran mayoría de crisoles analizados contienen minerales dentro de la escoria junto a bolitas metálicas de
cobre, por lo que funcionarían como vasijas de reducción (vasijas-horno) y no de fundición. El repertorio
se completa con moldes cerámicos en donde se vierte
el metal líquido para obtener lingotes a los que un tratamiento último mecánico y térmico transformará en
piezas acabadas.
Al contrario de todo lo expuesto hasta ahora, en
relación a las vasijas metalúrgicas, a partir del Bronce
Argárico, tomando como ejemplo el yacimiento de
Peñalosa, las vasijas cerámicas, por las características que
presentan, indican una selección previa de la arcilla y un
tratamiento totalmente diferente al resto de las vasijas
domésticas y de almacenamiento registradas.
En este asentamiento metalúrgico, los vasos cerámicos –vasijas de reducción, vasijas de fundición y
moldes– relacionados con la metalurgia, por su abundancia, singularidad e importancia dentro de los dife-
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
91
rentes procesos constituyen quizás los elementos más
representativos del repertorio metalúrgico. Como
veremos más adelante, cada uno de los tipos muestra
caracteres comunes en su elaboración en relación con
la fase del proceso metalúrgico que desempeñen. Tras
establecer los grupos tipológicos de la muestra cerámica completa que ofrece el yacimiento, se realizó un
estudio detallado tecnológico y funcional, a nivel de las
matrices, de las implicadas en las labores metalúrgicas
(Cortés, 2007), que dio como resultado la caracterización de hasta tres tipos diferentes (Tipo1, Tipo1A,
Tipo2 y Tipo3), pudiéndose desdoblar cada una de
ellos en varios subtipos (subtipo 1.1 y 1.2; subtipo 2.1
y 2.2; subtipo 3.1 y 3.2). En general, las variaciones
atienden sobre todo a la composición de la arcilla por
un lado –arcillosa, limosa o arcillo-limosa–, con diferencias en cuanto a compacidad y porosidad; en relación al tipo de desgrasante por otro –mineral, vegetal o
mixto–, tamaño en el que predominen –medio, fino o
grueso–, carácter de los mismos –añadido o natural–,
y su disposición dentro de la matriz –heterométrica o
homométrica– ; y en cuanto al grado de vitrificación
que conserven por último.
A nivel tipológico y formal, las vasijas cerámicas se
clasifican en crisoles planos, crisoles hondos y moldes,
de tal manera que cada una de ellas se agrupan en base
a las características de un tipo u otro de matriz5.
Crisoles planos (Figs. 86, 87 y 88)
Los crisoles planos presentan formas abiertas de
cuencos normalmente de casquete esférico o semiesférico,
y cuyo fondo puede ser convexo, los más abundantes, o
plano. En función del fondo pueden estar representados
hasta en 4 subtipos diferentes atendiendo fundamentalmente al diámetro de boca, a la altura total y al ángulo
del borde en relación con la abertura de las paredes.
Los crisoles planos de fondo convexo se caracterizan
por presentar, en la mayoría de los casos, uno e incluso
dos picos vertedero. Son bastantes los crisoles planos
que se conservan completos, o al menos, en más de la
mitad de su forma total.
5
Fig. 86.–Peñalosa: crisoles (Proyecto Peñalosa).
Fig. 87.–Peñalosa: crisol (Proyecto Peñalosa).
Los crisoles planos de fondo aplanado, menos abundantes que los anteriores, son de pequeñas dimensiones
y de paredes muy rectas.
Como características generales y comunes a todos
ellos podemos señalar: un grosor que oscila entre 1
y 2 cm, con ambas superficies tratadas mediante un
ligero alisado más o menos homogéneo. Suelen conservar abundante escoriación por la superficie interna,
llegando incluso a formar una capa de 2 a 4 mm
aproximadamente, que en algunos casos excede del
Los primeros análisis realizados sobre muestras de vasijas metalúrgicas nos lo proporcionó la Dra. J. Capel de la Universidad de Granada,
a quién agradecemos el haber abierto una línea de investigación que para nosotros es fundamental para el reconocimiento de los procesos
metalúrgicos desarrollados en cada uno de los tipos cerámicos.
92
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
Fig. 88.–Peñalosa: crisol (Proyecto Peñalosa).
borde. Presentan signos de una muy fuerte vitrificación derivada de la exposición a altas temperaturas,
sobre los 1100 ºC y a la acción prolongada del fuego,
con amplios poros. Este tipo de recipientes recibiría
el fuego por arriba, aunque no es extraño encontrar
fragmentos con signos de exposición al fuego por su
cara externa, si bien siempre de forma irregular. La
pasta cerámica, por lo general, es de color marrón
oscuro, conteniendo la capa de escoria parduzca restos
de minerales de cobre, inclusiones de cobre metálico
–bolitas– y oxidaciones de cobre junto a restos de
carbón. La capa de escoria, otras veces de color gris
oscuro a negro y aspecto mate, contiene zonas vitrificadas con vacuolas de desgaseo. Los análisis de escoria
de la zona interna nos advierten del uso de estos recipientes en las tareas de reducción, aunque algunos de
los crisoles pudieron ser usados también como cri-
soles de fundición. Estos últimos, que contienen sólo
nódulos de cobre metálico y oxidaciones de cobre,
coinciden con los que se conservan más completos
y, además, presentan pico vertedero (por ejemplo los
hallados en los complejos estructurales VIa y VId).
En cuanto a la caracterización cerámica, este grupo
tipológico presenta una matriz arcillo-limosa, de textura grosera, poco porosas, con abundante presencia
de desgrasantes minerales –sobre todo cuarzo y cuarcita, seguido de feldespatos– de tamaño heterométrico,
aunque con predomino de la fracción mediana y fina
sobre la gruesa.
El análisis de la zona de escoria de uno de los fragmentos indica la presencia de arsénico y cobre, lo que
implica su utilización en la fundición de cobre arsenical, lo mismo que se ha documentado en algunas
de las piezas metálicas analizadas. En general, son
cerámicas muy refractarias, que pueden soportar altas
temperaturas sin llegar a descomponer los desgrasantes
minerales, –cuarzo y cuarcita sobre todo–. En otros
ejemplares analizados mediante MEB (Microscopio
Electrónico de Barrido) se aprecian cantidades notables de plomo que podríamos poner en relación con
los numerosos restos de mineral –galena– hallados en
el yacimiento.
Este tipo de crisoles se colocarían en un hoyo en el
terreno cargados de minerales de cobre machacados
junto a restos de la matriz encajante mezclados con
carbón vegetal. En el proceso de reducción la temperatura se alcanza mediante toberas dispuestas de manera
rasante sobre el borde de la vasija y accionadas por fuelles de pellejo.
Crisoles hondos (Figs. 89 y 90)
Son un tipo de vasijas hondas, con paredes de gran
grosor, entre 3 a 4 cm, pudiendo alcanzar el fondo hasta
los 5 cm. A nivel formal se han distinguido dos tipos:
crisoles hondos de fondo plano y crisoles hondos de
forma compuesta que pueden entrar dentro de tres subtipos diferentes en función de los límites métricos que
presenten en relación al diámetro de boca, diámetro
máximo del cuerpo, altura total, altura de la inflexión y
ángulo del borde.
Por lo general, la matriz, porosa, presenta predominio de desgrasante mineral de tamaño fino, de
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
93
Fig. 89.–Peñalosa: crisol hondo.
Fig. 90.–Peñalosa: crisol hondo interior (Proyecto Peñalosa).
carácter añadido y natural, junto a desgrasantes vegetales que permiten moldear la vasija por un lado y
por otro mantener el calor dentro de la matriz en el
momento en que las partículas vegetales se convierten
en grafitos, por efecto de su exposición al fuego. Son
en todo caso matrices más arcillosas que las anteriores
y de una porosidad alta. El fuego lo recibían tanto por
el exterior como por el interior, pudiendo alcanzar
94
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
más temperatura que los crisoles planos aunque por
un periodo de tiempo menor. La pasta suele estar ligeramente alisada, de color grisáceo al interior y anaranjado al exterior. En cualquier caso son cerámicas
de mayor grosor que los crisoles planos porque necesitan conservar más el calor para realizar las labores
de fundición. Estos recipientes se colocarían sobre un
hoyo en el terreno recubierto de una capa abundante
de carbón vegetal y rellenos de mineral machacado. El
crisol, recubierta la carga de carbón vegetal, alcanza
la temperatura de fundición mediante toberas, dispuestas en un plano oblicuo a la horizontal del borde
y accionadas por fuelles.
La superficie interna de estas vasijas presenta una muy
fina capa vitrificada diferente completamente de la de
los crisoles planos, que indica una menor exposición al
fuego y que el contenido se aprovechó al máximo. Estos
restos residuales de vitrificación, de color blanquecinoamarillento-verdoso, no conservan escoriación metálica
propiamente dicha. A la espera de los resultados de los
análisis realizados de las zonas escoriadas, actualmente
en curso, y teniendo presente los ya desarrollados, se
puede afirmar que tuvieron un uso como crisoles de
fundición.
Se puede dar el caso de crisoles hondos que presenten
decoración en el borde –incisiones paralelas y oblicuas
al mismo–, iguales a las documentadas en otras vasijas
de carácter doméstico.
En proporción abundan los de labio aplanado o
ligeramente aplanado. Resulta curioso que los ejemplares de menor tamaño y altura presentan bien pico
vertedero o bien rehundimientos circulares, responden
al tipo cazuela, de formas más abiertas, y no a los que
presentan formas más hondas con un estrechamiento
en la zona del fondo que suelen ser de mayor grosor.
Ello nos lleva a pensar en dos tipos de vasijas diferentes
con una funcionalidad igualmente diferente. En cuanto
a los rehundimientos circulares a que nos hemos referido pudieron servir quizás, para encajar una tapadera,
aunque es una hipótesis aún no contrastada, ya que no
parece ser un motivo decorativo ni está representado en
el resto de las cerámicas no metalúrgicas.
El análisis cualitativo realizado sobre una muestra
muy heterogénea del fondo de uno de estos crisoles
hondos, con una capa de escoria relativamente abundante en relación a la norma, da unos altos contenidos
en cobre y arsénico junto a porcentajes menores de
estaño y plomo, lo que podría indicar la fundición de
un bronce estañoso.
Moldes (Fig. 91 y 92)
Los moldes cerámicos están presentes en una elevada
proporción dentro del conjunto material metalúrgico,
hallándose bastantes de ellos conservados completos.
Aunque responden a la misma tipología es posible diferenciar dos subtipos en función de sus variables morfométricas.
Son contenedores de forma más o menos trapezoidal
o rectangular, de fondo plano y paredes rectas, de los
que se obtendrían útiles, previo trabajo del metalistero,
Fig. 91.–Peñalosa: moldes (Proyecto Peñalosa).
Fig. 92.–Peñalosa: molde (Proyecto Peñalosa).
o bien lingotes con los que comerciar o tomados como
excedentes de producción para el almacenaje. En este
último caso se conocen como lingoteras. El color de
pasta suele ser de marrón oscuro a marrón negruzco,
presentando sobre la superficie interna restos de color
blanquecino grisáceo hasta el límite que pudo alcanzar
el metal vertido.
En cuanto a la caracterización cerámica, este tercer
tipo representa un grupo aparte, debido también a su
funcionalidad, siendo el de mejor factura. La matriz es
grosera, similar a la del grupo de los crisoles planos,
pero de tratamiento superficial algo más cuidado, y de
porosidad media y alta compacidad. El desgrasante es
mineral, con mayor proporción del de tamaño mediofino, formado por cuarzo, cuarcita, feldespatos y mica,
y de carácter natural. En ningún caso se ha observado la
presencia de materia vegetal como desgrasante.
Uno de los fragmentos de molde analizados cualitativamente muestra contenidos de cobre y arsénico en
menor cantidad sobre las superficies internas, lo que
indica que ha sido usado para producir un lingote de
cobre arsenical o quizás directamente un útil de esas
características.
Piezas circulares (Fig. 93)
En todo el registro de Peñalosa tan solo existen dos
fragmentos de estas vasijas singulares que presentan
forma circular y son de escasa altura, presentando el
fondo plano. Los dos ejemplares recuperados aparecieron
en el CE Xa, en un nivel muy quemado. Están semiper-
Fig. 93.–Peñalosa: pieza circular. (Proyecto Peñalosa).
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
95
foradas con pequeños orificios circulares que cubren la
totalidad del interior de la vasija. Su relación con la metalurgia es dudosa dado que desconocemos su utilidad pero
las incluimos dentro de este apartado por haberse encontrado junto a elementos metalúrgicos tales como moldes
cerámicos y artefactos metálicos. Elementos similares
fueron documentados por los hermanos Siret (1890) en
el yacimiento de El Argar. Existen tipos similares como
moldes de monedas para otros períodos más modernos.
Los análisis realizados no han detectado restos de metal.
Elementos de estructura de horno
Lo que definimos en este apartado son restos de
paredes o partes de estructuras de horno que se corresponden con fragmentos de arcilla cocida más o menos
rectos, de amplio grosor, y con una zona heterogénea
de escoriación en una o en ambas superficies. Los fragmentos de mayores dimensiones se localizaron sobre
todo en las laderas norte y oeste, y en complejos situados
al oeste de la terraza media y superior de Peñalosa.
También se hallaron dos piezas de toberas, ligadas a
estructuras de horno. En ambos casos se conservan fracturados y tipológicamente son diferentes: una parece responder al extremo de una tobera de forma circular con
perforación central, sin ningún resto metálico adherido;
y otro que pertenece a una pieza, posiblemente rectangular o lenticular por uno de los laterales conservado, y
que está fracturada longitudinalmente coincidiendo con
el canal circular central que se intuye en la zona conservada, sin que presente tampoco restos de metal. Este
último parece haber estado en contacto con fuego.
Existen algunos restos de soleras de tierra aplanada y
endurecida que presentan una delgada capa de residuos
propios de hornos (crisoles de reducción y/o de fundición), en la que se mezclan restos de escoria, partículas
de carbón, tierra quemada, etc., y que se interpretan
como zonas de trabajo en donde se realiza una fundición determinada y no una zona en donde de forma
constante se realicen estas tareas.
Los útiles de piedra y la metalurgia
Martillos (Fig. 94)
En piedra pulimentada se documentan martillos, con
escotaduras de enmangue y una superficie de martilleado
roma por el empleo del útil. Las huellas de uso que pre-
96
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
Fig. 94.–Peñalosa: martillos (Proyecto Peñalosa).
sentan indican una actividad relacionada con la extracción del mineral desde sus afloramientos. El estudio
petrográfico hecho a los martillos de minero indica que
han sido realizados a partir de cuarcitas, metaareniscas,
esquisto cuarzoso y rocas volcánicas basálticas.
En el registro arqueológico de Peñalosa se documentan también en piedra pulimentada otros útiles
como machacadores, martillos, mazas, etc. que pudieron
haber sido utilizados en alguno de los procesos minerometalúrgicos como en cualquiera de las otras actividades
de producción del poblado.
Moldes
En toda el área ocupada por el poblado, se hallaron
un gran número de moldes en piedra que evidencia la
profusión del trabajo metalúrgico (Fig. 95, 96 y 97).
Estos moldes constituyen un conjunto tipológico relativamente amplio, en el que están representados los artefactos metálicos manufacturados y los lingotes. Estos
últimos pudieron estar al servicio bien de la demanda
externa, bien de las necesidades internas de producción
de objetos.
Se entiende por molde el elemento que presenta una
matriz o cavidad predeterminada relacionada con un
útil u objeto metálico deseado o con formas específicas
de lingotes sobre el que se vierte el metal fundido.
Dentro del registro existe una amplia proporción de
moldes realizados sobre piedra arenisca de grano compacto, no poroso, de color beige-amarillento, que puede
Fig. 95.–Peñalosa: moldes de piedra (Proyecto Peñalosa).
Fig. 96.–Peñalosa: molde de brazaletes (Proyecto Peñalosa).
Fig. 97.–Peñalosa: molde de punta de lanza (Proyecto Peñalosa).
ser trabajada sin mucha dificultad, incluso los ahuecados con la silueta del útil. Por lo general presentan
superficies rubefactadas. Casi con total seguridad, estos
moldes en arenisca, que soportan bien la temperatura
de la colada, serían, previos a su uso, expuestos al fuego
para evitar roturas.
El empleo de moldes bivalvos se desprende de las
características inherentes en algunos de ellos, como el
observado en un molde doble, en la que por una cara
tiene la silueta de dos puntas y por la otra dos aros,
con canales de alimentación por donde entra el metal,
o ranuras para estabilizar la colada y ayudar a eliminar
los gases. Otro caso que hace pensar en la existencia de
moldes bivalvos es el que muestra una punta de lanza
en el que se refleja también el vástago (Contreras 2000:
Fig. 9.4:2). Todos ellos tienen la superficie totalmente
plana, por lo que pudieran tener una laja plana como
valva superior. En cambio aquellos otros que dibujan
una matriz bien en forma de hacha plana, bien de lingote planoconvexo, presentan unas superficies tan sólo
desvastadas e irregulares, nunca planas.
Las formas más comúnmente representadas son las
de punzón, con uno o ambos extremos aguzados, y las
de barras de diferente longitud y anchura, de las que se
obtendrían diversos útiles de uso doméstico.
Es usual el que un molde sea reutilizado por ambas
superficies e incluso múltiple en una de ellas. Éste sería el
caso de los moldes de hachas, con dos siluetas paralelas,
los de lingotes alargados, planoconvexos de extremos
redondeados, o los de lingotes planoconvexos.
No se descarta que algunos de los moldes de barrita
fuesen utilizados como afiladores de útiles metálicos, ya
que algunos de ellos presentan un perfil poco marcado,
y sobre todo por el hecho de estar abiertos por ambos
extremos, lo que posibilitaría la pérdida del metal vertido.
Durante la campaña de excavación de 2005 apareció
en superficie un molde que merece ser comentado por
lo inusual. Se trata de un molde, hecho sobre un bloque
de piedra arenisca, cuidadosamente aplanado por ambas
caras, inferior y superior, manteniendo abruptos los
laterales, con la huella de un puñal, de medianas dimensiones, con tres remaches y nervadura central (Fig.
98). Probablemente estemos ante un molde bivalvo de
cubierta plana. La huella presenta rubefacción por lo
que el molde fue utilizado. Lo que sin duda resalta de
este molde es el presentar, en la huella tallada, y sobre
la placa de enmangue los tres orificios correspondientes
a los remaches. Este hecho nos induce a pensar en un
intento, por parte del metalúrgico, de ahorrarse el tener
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
97
Fig. 98.–Peñalosa: molde de puñal con remaches (Proyecto Peñalosa).
que perforar el metal. Tarea que en algunas ocasiones
pudo provocar más de una rotura no deseada. La forma
en que se realizaría la colada sería la de ajustar un palito
en cada uno de los taladros, sellar el molde mediante
una tapa o valva, atar ambas partes para evitar cualquier
movimiento y desplazamiento de los palitos, para una
vez dispuesta en posición vertical, verter el metal líquido
por el extremo distal de lo que sería el puñal. Cabe
la posibilidad, no obstante, de que la tapa del molde
tuviese otros tres taladros tallados quedando inmóviles
en el momento del vertido.
Existen además, otros elementos realizados a partir de
la modificación de piedras locales –cuarcitas y calizas–
utilizadas para el machacado del mineral, caso de las
piedras con cazoletas ligadas a los machacadores; piedras
más o menos aplanadas usadas como yunques sobre los
que martillear la piezas que están siendo retocadas y
manufacturadas, junto a martillos que le dan forma a los
elementos fundidos, etc. Todos ellos presentas huellas de
uso inconfundibles que denotan el trabajo realizado. A
este respecto y para contrastar esas huellas de uso, se han
hecho pruebas reproduciendo los procesos que certifican
la funcionalidad de cada uno de estos elementos.
Resulta evidente que gran parte de los artefactos
empleados en la minería y metalurgia prehistórica faltan
98
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
de los registros arqueológicos que manejamos, debido
sobre todo a las materias primas empleadas –madera,
cuero, fibras vegetales,… e incluso hueso– lo que unido
en la mayoría de los casos, a la acidez del terreno,
impiden su conservación. A través de la arqueología
experimental, en el que se reconstruyen los diversos
procesos, podemos determinar las herramientas necesarias para desarrollar una labor concreta, junto a los
implementos hallados en otros yacimientos en los que
sí se conservan, y a los observados en pueblos primitivos
actuales –cestos, bateas, tenazas, palas, esteras, pulidores
en cuero, etc.
Útiles metálicos manufacturados
En ambos contextos, doméstico y funerario, nos
encontramos con útiles de uso diario en relación a las
diversas actividades de tipo económico que se desarrollan en el poblado, objetos de adorno personal y armas.
Parece probado que es en el contexto funerario principalmente donde los elementos metálicos cobran un poder
simbólico y jerarquizador a través de los que poder inferir
algún tipo de diferenciación social y sexual.
Contexto doméstico (Fig. 99)
En ambientes domésticos los útiles más comunes
son los punzones, leznas, hojas que pudieron ser usados
como cuchillos y puntas de flecha que aunque no son
exclusivos de estos ambientes sí son más abundantes.
Los punzones son piezas que presentan uno de los
extremos aguzado y el otro romo, de sección normalmente de cuadrada a rectangular. Estarían enmangados
Fig. 99.–Peñalosa: útiles y armas de cobre (Proyecto Peñalosa).
sobre algo menos de un tercio de la pieza. Presentan
una longitud variable siendo la media de unos 5.05 cm
aproximadamente, en el que el más pequeño tiene 3 cm
y 8 cm el de mayor tamaño.
Los punzones hallados como ajuar de sepulturas son
en general de mayor tamaño que los aparecidos en contextos domésticos.
La distinción entre el grupo tipológico de leznas y
de punzones se establece en función de determinadas
características como el tener los dos extremos punzantes
o el presentar la punta bastante más afilada en el caso
de las leznas, lo que estaría relacionado con su uso. La
sección suele ser cuadrada. Son piezas que se enmangan
con puños de madera, cuerda o cuero y cuerna. Las
dimensiones medias de estos elementos suele estar alrededor de los 7 cm.
Punzones y leznas pudieron ser usados en tareas textiles relacionadas con cuero, materias vegetales, etc.
Las hojas de cuchillo para uso domestico se identifican
por tener solo uno de sus bordes afilado. En contextos
de habitación encontramos hojas de estas características
asociadas a bancos de trabajo. Son escasas las piezas
documentadas y en ningún caso se ha conservado la
zona de enmangue al estar fracturadas.
Las puntas de flecha aparecen con cierta frecuencia
en Peñalosa. Del total recogido (9), sólo una apareció
asociada al ajuar de una sepultura (Tumba n.º 12), localizada en la ladera oeste.
Lo que se destaca dentro de este conjunto es su diferencia formal dentro de los dos tipos principales existentes. Por una parte, nos encontramos con puntas de
flecha con pedúnculo (corto o largo) y hoja lanceolada de sección aplanada. Por otra parte, encontramos
puntas de flecha de pedúnculo (largo o corto, recto
o engrosado) y aletas (más o menos abiertas). Entre
estos tipos existen diferencias apreciables sobre todo en
cuanto al tamaño de las aletas o a la forma más o menos
redondeada de la punta, independientemente de si ha
sido usada en diversas ocasiones o no. La tipología de
las puntas influye en la forma en que irían enmangadas
–las de pedúnculo largo sobre vástagos ahuecados por
ejemplo, o los de pedúnculo corto igualmente en vástagos ahuecados pero embutidos hasta más de la mitad
de su longitud–, también en la longitud del arco y sobre
todo en relación con el objetivo que se pretendía abatir.
Estas puntas se insertarían en vástagos de madera estabilizadas con plumas naturales. El tiro con arco permitiría mantener una distancia de seguridad con respecto
al blanco, lo que supone una ventaja frente a la caza
cuerpo a cuerpo o frente a la lucha cuerpo a cuerpo. En
cuanto a la tipología de los arcos, todo apunta a que
se trataría de arcos, de gran longitud, incluso mayores
que la estatura del arquero, ideales para arqueros a pie,
rectos y de madera maciza. Serían del tipo de los denominados long bow o arco inglés que son muy eficaces
cuando median grandes distancias entre el arquero y
la presa.
Cinceles. Tan sólo se registra uno de estos elementos
manufacturados en el yacimiento, aunque también se
podría incluir aquí una pieza hallada en la sepultura 5,
y que parece que fue reutilizada como punzón. Se caracterizan por presentar una sección cuadrangular con uno
de los extremos biselados y el otro romo. El primero de
los cinceles presenta en la zona de enmangue algunas
rebabas, producto de la colada, que no se han molestado en eliminar quizás porque no le resta operatividad
a la pieza. Este útil pudiera estar conectado con los trabajos realizados en madera.
Barras. Las barras, de pequeño tamaño, suponen un
tipo muy restringido dentro del registro material. Dos
de las barras halladas presentan sección cuadrangular, y
son de mayor grosor que los punzones y leznas. Tienen
ambos extremos romos. Su uso por el momento se desconoce, aunque pudieran tratarse de útiles fuera de uso
y reutilizados para cualquier trabajo.
Otros. Existe una pieza que aunque pueda parecer
un punzón con el extremo distal vuelto, podría tratarse
también de un útil usado a modo de ganzúa.
Armas (Figs. 100 y 101). Se da la circunstancia de
que todos los elementos considerados como armas
(puñales con sus dos lados afilados y cuchillos) hallados
en contextos domésticos están incompletos, por lo que
pudieron ser desechados como para formar parte de un
ajuar funerario. La excepción la presentan tres armas:
una que con casi total probabilidad ha sido reutilizada.
Se trata de un puñalito, aparecido en superficie, en la
ladera oeste, reutilizado a partir del extremo distal de
otro puñal. Tiene forma triangular y presenta dos perfo-
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
99
mentos y estructuras a ellos asociados: algunos sobre el
suelo de ocupación –punta de flecha y punzón localizados en el extremo oriental de la casa IV; o dos puntas
de flecha y barrita encontradas cerca de una estructura
de molienda en la zona de la fortificación y asociados a
varios útiles en hueso–; o sobre una estructura de banco
–punta de flecha y un puñal–, localizados en la casa V
en relación con el suelo de ocupación.
Dentro de este conjunto destacamos la presencia de
un hacha plana, de dimensiones considerables, localizada en uno de los fortines (Piedras Bermejas) (Fig.
102). Este tipo de hachas permitiría un mango en
forma de ele, y sujeto por medio de hilo vegetal trenzado y endurecido con una pasta de resina y cera, como
el recuperado en el interior de la sepultura 121 del Castellón Alto en Galera (Granada).
Fig. 100.–Peñalosa: armas de cobre (Proyecto Peñalosa).
Fig. 101.–Peñalosa: cuchillo con restos del enmangue (Proyecto Peñalosa).
raciones circulares en la zona de enmangue. El segundo
es un puñal de medianas dimensiones, de dos remaches
conservado en buenas condiciones. La tercera pieza es
de un puñal de tres remaches con la placa de enmangue
diferenciada de la hoja.
Los restos de hojas, de diferentes tamaños, se corresponden bien a su parte proximal, de diversa tipología
en función del número de remaches y forma de la hoja
y de la placa de enmangue, bien a la zona distal con uno
o dos lados afilados. En superficie tan solo se recuperó
un remache en la ladera norte.
El carácter doméstico de estos objetos está relacionado con el lugar en que se hallaron y junto a los ele-
100
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
Objetos de adorno personal (Fig. 103). Al igual que
ocurre con los elementos metálicos señalados hasta el
momento, los objetos de adorno son escasos y más aún
los que están referidos a contextos domésticos.
De los cinco elementos considerados como adornos,
uno es una pieza de metal de base cobre plana, de
forma más o menos circular con perforación central,
también circular, que pudo ser usada como cuenta.
Dos de ellos corresponden a aretes de plata con los
extremos abiertos y trabajados a partir de un hilo de
plata de sección circular. El cuarto elemento es una
pulsera o brazalete de dos vueltas de metal de cobre.
Es la única pieza de estas características localizada en
contextos domésticos, aunque apareció en la superficie
de la ladera norte y es posible también que procediese
de una sepultura destruida (Cámara, 1998: 518) y
la única también que no es de plata. Por último, el
quinto objeto es una posible cuenta realizada a partir
de una plaquita rectangular de cobre enrollada sobre
sí misma.
Todos estos objetos se hallaron en contextos relacionados con actividad metalúrgica como por ejemplo un
arete situado entre la estructura de banco de una de las
dependencias de la casa V, junto a una concentración
de restos de mineral de cobre y plomo recuperados de
entre el derrumbe de adobes que se localizaba al norte
de aquella estructura.
Fig. 103.–Peñalosa: adornos (Proyecto Peñalosa).
y su color es gris oscuro tirando a negro. Junto a este
tipo aparecen otros de forma más aplanada e irregular.
Se incluye también aquí otro posible lingote o una pieza
fruto de colada que no se llegó a trabajar, de forma más
o menos circular aplanada, en la que se aprecia en uno
de los lados formación de vacuolas. Junto a estos restos
aparecen también otros que son interesantes de resaltar.
Nos referimos concretamente a una solera de sulfuro de
cobre, de forma aplanada, que bien podría pertenecer al
resto que se queda adherido a un crisol dada su forma.
Chatarra. Denominamos chatarra a aquellos elementos metálicos sin forma determinada, no identificados como útiles, por tanto sin funcionalidad
específica, y que han quedado en el registro como restos
de fundiciones que no han sido aprovechados para una
Fig. 102.–Piedras Bermejas: hacha (Proyecto Peñalosa).
Antes de comentar de forma resumida las piezas que
forman parte de los ajuares hemos de hacer mención
de aquellos otros restos de metal que evidentemente
redundan aún más en la importancia que tuvo la actividad metalúrgica en Peñalosa y que forman parte de
diversas fases de la producción metálica.
Lingotes (Figs. 104, 105 y 106). Durante las diferentes campañas de excavación se registraron varios lingotes que presentan forma circular planoconvexa, con
un diámetro aproximado de 5 cm. En general presentan
algunos gases en superficie formados durante el vertido
Fig. 104.–Peñalosa: lingotes (Proyecto Peñalosa).
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
101
Fig. 105.–Peñalosa: molde y lingote (Proyecto Peñalosa).
Fig. 106.–Peñalosa: molde con restos de lingote (Proyecto Peñalosa).
nueva fundición. También entrarían dentro de este
grupo aquellos otros elementos que han quedado en
desuso bien por rotura, bien por desgaste, y que tampoco han sido refundidos.
Contexto funerario
Los elementos metálicos vinculados a las 28 sepulturas localizadas hasta el momento en el transcurso de
la excavación parecen ser escasos. El repertorio incluye
útiles, armas y objetos de adorno en plata y oro (Fig.
107).
Útiles. Los útiles de uso diario, no estrictamente utilizados en la defensa personal, hallados en sepulturas, son
los mismos que se señalaban anteriormente: punzones,
102
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
leznas, cinceles y puntas de flecha. Las características de
todos ellos son las mismas que las ya descritas por lo que
obviaremos hacer mención a ellas. Tan sólo referirnos al
punzón aparecido en la sepultura 13 que presenta el filo
romo y sección romboidal.
En general, los ejemplares que tienen una función eminentemente doméstica, como los punzones que aparecen
en las sepulturas, no implican que fuesen fabricados con
este fin sino que son incluidas en las tumbas por pertenencia al individuo inhumado.
Armas. En esta categoría se incluyen tanto los puñales/
cuchillos como las espadas. Los primeros presentan como
características generales filos convergentes, apuntados o
redondeados y placas de enmangue de formas diferentes,
desde las redondeadas más comunes, aplanadas, trapezoidales, rectangulares, abiertas redondeadas, hasta las
placas que adoptan otras formas en función a la disposición de las ranuras de enmangue. La sección es lenticular
aplanada y la forma de la hoja puede ser sensiblemente
distinta. La disposición y número de remaches en la placa
es diversa y en los ejemplares recuperados nada hace
suponer que haya una relación estrecha entre el número
de estos remaches y la forma del arma o su longitud y
ni tan siquiera en la forma de la placa, aunque existen
puñales de remaches múltiples (hasta 6) que requieren
una placa de forma determinada en función sobre todo
del uso destinado o de modas, pues en el caso del ejemplar que cuenta con 6 remaches bien pudiera tener una
placa rectangular y seriados tres a tres en cada lado.
En algunas de las piezas recuperadas en excavación
se reconocen restos de la posible empuñadura que es
siempre de madera.
Fig. 107.–Peñalosa: ajuar funerario (Proyecto Peñalosa).
De los puñales encontrados en excavación, sólo
uno, ya señalado, presenta escotaduras y no remaches
en la placa de enmangue y corresponde al ajuar de la
sepultura 2 en la que fueron enterrados tres individuos
adultos, una mujer y dos hombres.
Especial atención merecen un ejemplar vinculado
con total seguridad a una de las sepulturas infantiles (nº
15a/15b). Se trata de una especie de cuchillo de filos
convergentes, casi paralelos, sección lenticular aplanada
y extremo proximal redondeado que tiene una perforación central, también circular y que bien pudiera estar
enmangado o bien estar suspendido por la perforación.
También debemos destacar que ofrece, por su longitud,
unas características diferentes al resto de armas encontradas en Peñalosa y que es considerada como espada
corta (Carrasco et al., 1980a).
Objetos de adorno personal. Los únicos elementos
recuperados que consideramos como de adorno personal, independientemente del sexo del inhumado,
son las pulseras/brazaletes y los anillos y aretes o pendientes.
En cuanto a las pulseras sólo se ha encontrado una,
de base cobre, que forma un aro cerrado (recordemos
uno de los moldes en piedra arenisca de pulseras con
los extremos cerrados). El resto, desde la más simple,
en la que los extremos se solapan uno sobre otro, hasta
aquéllas que presentan varias espirales, tienen abiertas
las puntas, son de sección circular y han sido elaboradas a partir de un hilo de plata de un grosor bastante
regular. Los diámetros varían de entre los 3 cm de la
más pequeña a los 5.5 cm aproximados de la mayor.
Es en la sepultura 7 en donde aparecieron dos pulseras de plata junto a un puñal de 2 remaches y un
punzón como todo ajuar para tres individuos inhumados: dos varones y una mujer.
El único arete de oro vinculado con ajuar funerario
es el aparecido en la tumba 13. En esta sepultura, en
el que había enterrados un individuo adulto femenino
y otro infantil, se halló un arete de dimensiones muy
pequeñas (4 mm), elaborado a partir de un hilo de oro
de sección semicircular que presenta las puntas abiertas
y solapadas. Otro de los ajuares a destacar es el perteneciente a la sepultura 21. Se trata de una cista de grandes
lajas de pizarra decorada con líneas incisas, que contenía
como ajuar metálico dos anillos de plata, uno simple y
el otro en espiral de tres vueltas, un brazalete simple
también de plata, un punzón de cobre y una pequeña
pieza de oro hasta el momento sin determinar. En otra
cista (sepultura 18), ésta de mampostería alterna con
losas de pizarra, apareció una placa de enmangue que
conservaba aún los dos remaches.
Los escasos elementos metálicos localizados en el
yacimiento, en relación al área total excavada se explican
en la hipótesis de que los individuos se las pudieron
llevar consigo en el momento de abandonar el poblado
(Contreras et al. 1995). A este respecto es significativo
el que no se halla localizado ningún hacha, ni en espacios domésticos ni en funerarios, pese a la cantidad de
moldes que apuntan a su amplia producción.
En ambos contextos, el funerario y el estrictamente
doméstico, nos encontramos con útiles de uso diario en
relación con las diversas actividades de tipo económico
que se desarrollan en el poblado, así como objetos de
adorno personal y armas. Resulta probado que es en el
contexto funerario principalmente donde los elementos
metálicos cobran un poder simbólico y jerarquizador a
través de los que poder inferir algún tipo de diferenciación social y sexual.
Conclusiones
Los resultados cuantitativos de los útiles analizados
indican que la mayoría son de cobre arsenical, siguiendo
la norma común en la Edad del Bronce Pleno. El contenido de arsénico está en un promedio entre en 3-4%,
suficiente para producir un metal de mayor dureza que
el cobre puro si el metal fue trabajado correctamente.
Una de las hojas de puñal tenía una cantidad significativamente más alta en arsénico que su remache asociado, una pauta que ya es normal en otros resultados
analíticos (Harrison y Craddock, 1981), aunque no en
todos, se trata de un puñal cuyo remache presenta cantidades un tanto más altas en arsénico que su correspondiente hoja. Ello indica la diferencia de coladas usadas o
tal vez el reconocimiento, por parte de los artesanos en
utilizar diferentes compuestos minerales.
Por lo general, los contenidos de elementos traza de
los cobres arsenicales es muy bajo, lo que también es
común con otros análisis metalúrgicos de la Edad del
Bronce en la Península (Hook et al., 1991). Ello unido
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
103
a un contenido bajo en hierro, podría indicarnos que
en el yacimiento se llevó a cabo un proceso no muy
complejo de reducción bajo temperaturas relativamente
bajas y produciendo cantidades pequeñas de escoria
(Craddock y Meeks, 1987).
De todo el repertorio de armas analizadas, la excepción principal del uso de cobre arsenical se haya en
un puñal de 6 remaches que fue elaborado a partir de
bronce estañoso.
Otro objeto, un punzón, también contenía una
pequeña cantidad de estaño, aunque en niveles probablemente insuficientes para otorgar una mayor dureza
y resistencia al útil, por lo que sería una aleación
natural.
Los resultados analíticos de las piezas muestran una
proporción inversa en cuanto a las cantidades de estaño
y arsénico y en general escasa cantidad de plomo, lo
que sugiere, igualmente el uso de metalotectos polimetálicos más que hablar de aleaciones intencionadas.
En cuanto a la distribución de los materiales relacionados con la metalurgia en el poblado de Peñalosa,
la primera conclusión que se extrae es que, si bien en
Fig. 108.–Peñalosa: casa VI (Proyecto Peñalosa).
104
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
todos los espacios se hallan materiales vinculados con
esta actividad, la proporción es altamente variable,
concentrándose la mayor parte de los productos,
excepto los útiles y objetos manufacturados, en espacios descubiertos o en espacios inmediatos a ellos. De
hecho, en la mayoría de los casos, estos espacios descubiertos son de pequeñas dimensiones, localizados al
límite de las zonas cubiertas y separadas por pequeños
tabiques (por ejemplo en la casa II), o por alineaciones
de hoyos de poste y estructuras murarias que configuran pequeños patios al interior de complejos estructurales más amplios (es el caso por ejemplo de varias
dependencias de la casa VI) (Fig. 108).
Es en estos espacios donde se realizó la actividad de
reducción y fundición como documentan sobre todo
los restos de mineral calentado, gotas, restos metálicos
e incluso las finas capas de escoriaciones adheridas a
algunas plataformas de barro y/o del propio terreno
y las escorias; elementos que también están presentes,
por ejemplo al este, en la casa I, sobre todo junto a una
estructura de banco de producción y almacenamiento,
si bien aquí no se ha podido documentar una separación clara con el resto del espacio de este complejo
a no ser la evidencia indirecta sobre la cubierta que
proporcionarían los restos sedimentarios y un hoyo de
poste al oeste.
Junto a muchos de estos espacios domésticos, en
sus zonas de acceso, hemos identificado fragmentos de
crisoles hondos (Casas V y VI), mientras los restos de
crisoles planos, incluyendo algunos completos, se sitúan
en el interior de los mismos.
Los moldes, tanto de cerámica como de piedra arenisca, se sitúan en espacios muy cercanos tal y como se
ha documentado en determinados espacios de las casas
I y V. Un caso especial son los fragmentos que hemos
denominado moldes de barrita que parecen estar mucho
más dispersos por el yacimiento y que tal vez pudieran
interpretarse como afiladores bastantes de ellos a juzgar
por la escasa huella impresa que presentan.
Las mayores concentraciones de crisoles hondos en la
zona excavada se dan sin embargo en los niveles correspondientes a lo que era el exterior del poblado en la fase
IIIB, en el lugar que ocupa la cisterna y sus alrededores.
Por el contrario, los niveles correspondientes a la fase
IIIB, excavada en la terraza superior, concretamente en
dos de las habitaciones de la casa VII (CE VIIi y VIIj),
muestran sobre todo materiales relacionados con el proceso de fundición y no de reducción, en un área que
también en esta fase estaría abierta junto al muro de
fortificación inicial pero al interior de lo que se consideraría poblado. Más abundantes son los restos de crisoles hondos localizados en la denominada ladera oeste,
muy escarpada pero donde pese a todo se han localizado
algunos restos de construcciones aún no definidas al no
haberse excavado en este área.
Respecto a la distribución de los artefactos localizados en contextos de habitación hay que señalar que
están presentes tanto en los complejos estructurales que
hemos relacionado con la metalurgia, caso de las casas
V y XI (por ej., Vb y XIb) como en otros donde predominaron actividades domésticas de subsistencia, como
son por ejemplo algunos espacios de las casas IV y X
(IVa y Xa).
Sin intentar hacer una valoración en términos absolutos sobre el material recuperado en las laderas del
yacimiento sí parece oportuno tener en consideración
una serie de apreciaciones que ayuden a definir espacios
metalúrgicos aun cuando no estén excavados. A este
nivel, se observan claras diferencias entre los elementos
arqueometalúrgicos de unas laderas y otras, en relación
a la fase del proceso desarrollado. La reducción, en
vasijas-horno pudo haber tenido lugar en estos lugares
amplios, abiertos y separados a una distancia prudencial de las áreas de habitación, con lo que se evitaría
la inhalación de gases tóxicos. Un dato relevante que
afirmaría esta cuestión sería la mayor proporción, en las
laderas norte y oeste, de crisoles hondos lo que unido al
tamaño también mayor de los fragmentos y a la aparición de restos que pudieran pertenecer a estructuras en
donde depositar estas vasijas, al abrigo de los vientos y
ubicados entre los escarpes rocosos. Es también en estas
laderas donde aparecen los fragmentos de mineral en
bruto de mayor tamaño, fruto posiblemente del acarreo
desde las fuentes de aprovisionamiento antes de ser triturados para su reducción.
A falta de resultados globales sobre una más amplia
caracterización sobre los metalotectos que circundan el
yacimiento, y teniendo en cuenta los datos analíticos
expuestos con anterioridad, parece que la extración del
mineral se realizaría de varios lugares. Ello tendría sentido si consideramos la heterogeneidad de las muestras
minerales y metálicas.
Los objetos manufacturados son relativamente
escasos y presentan poca variedad tipológica. Los elementos implicados en tareas domésticas más comunes
son los punzones, leznas, cinceles y puntas de flecha. En
los enterramientos, como elementos de ajuar se hallan
también representados algunos de estos elementos,
sobre todo los punzones y en mucha menor cantidad
las puntas de flecha junto con objetos de adorno en
plata y oro como aretes y pulseras o brazaletes y armas,
en los que abundan los puñales de diversa tipología
en función, principalmente de la forma de la placa de
enmangue o de la hoja y del número de remaches. El
control del metalúrgico sobre el mineral procesado para
obtener el metal preciso para la fabricación de una pieza
concreta es un hecho probado en comunidades argáricas que como Peñalosa desarrollan una producción en
masa, y que sin embargo está presente en todas y cada
una de las viviendas excavadas, hecho que revela una
demanda externa importante (Contreras et al., 1990 y
1991).
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
105
Para la Edad del Bronce, se ha sugerido un cierto
control de la actividad metalúrgica por parte de las élites
residentes en la acrópolis (Lull, 1983; Chapman, 1991).
Sin embargo, la evidencia de Peñalosa parece mostrar
que en aquel contexto, generado casi totalmente por la
demanda de metal, el sistema se mantiene igual que en
la Edad del Cobre, con una producción localizada en
todos los espacios domésticos, si bien el control de su
distribución debía de proporcionar a las élites un mecanismo con el que asegurarse su dominio (Contreras et
al., 1991). Esta situación se produce en el contexto del
Alto Guadalquivir en función de la demanda de metal
por parte de las comunidades del valle de este río, donde
este recurso estaba ausente. Por ello, se puede decir que
para esta área el metal sí ha jugado un papel importante
en la jerarquización a través del control de su producción y especialmente de su distribución.
La importancia del metal como bien de prestigio se
une a otros muchos elementos (marfil, huevos de avestruz, etc.) que conformarán la base material sobre la
que los conflictos entre las comunidades darán lugar al
establecimiento de centros regionales de ordenación del
territorio y a la progresiva diferenciación social dentro
de ellos.
4. El oro y la plata durante la Prehistoria
Reciente
La existencia de dos metales nobles, plata y oro, en
yacimientos de la Edad del Bronce en la Península Ibérica es un hecho fuera de toda duda, aunque la cuestión
que se viene planteando recurrentemente por parte de
los investigadores es la naturaleza de estos metales y,
sobre todo, el grado de control tecnológico suficiente,
por parte de las comunidades prehistóricas, para obtener
plata a partir de minerales argentíferos como el plomo,
es decir, metalúrgicos capaces de separar el plomo de
la plata. Ello es posible hacerlo con el tratamiento por
copelación de las galenas argentíferas.
La plata puede obtenerse directamente al fundirse
plata nativa o bien a través del tratamiento de varias
fuentes minerales que contengan plata. La plata en
estado nativo aparece en forma dendrítica y plumosa,
en láminas y filiforme, siendo más excepcionales los
nódulos. La plata expuesta a los agentes atmosféricos
106
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
y en especial a la lluvia se convierte en cloruro de plata
(AgCl), por lo que la plata nativa aparecería fundamentalmente por debajo del nivel hidrostático, fuera del
alcance de la tecnología prehistórica (Hunt, 1998). Más
común que la plata nativa, son los minerales asociados a
ella, como la querargirita (AgCl), cloruro de plata conocida también como plata córnea, pirargirita (SbSAg3),
o argentita (Ag2S). La plata también se puede obtener
de minerales de plomo con altos contenidos de ese
metal, como es el caso de la galena (PbS) o la cerusita
(Co3Pb), que en el caso de esta última es argentífera en
algunas minas de Linares (Jaén) (Hunt, 1998).
En el suroeste (Aznalcóllar, Sevilla) fue posible la
producción de plata a partir de la explotación de mineralizaciones de jarositas, en periodos del Bronce Final/
colonizaciones fenicias, localizadas en el llamado cinturón pirítico del suroeste, más fáciles de extraer (Hunt,
1998).
Copelación se refiere a la obtención o purificación de
los metales preciosos contenidos en el plomo, por oxidación de este. La copelación se realiza en copelas que
son crisoles en arcilla muy porosa que permite absorber
los óxidos y dejar los metales nobles (plata), que no se
oxidan, libres de impurezas (Marcelles, 1997: 258).
Por el momento, la inexistencia de ese óxido de plomo
–litargirio (PbO)– junto a restos de vasijas en donde se
haya podido realizar la transformación, como prueba
del proceso de copelación, en yacimientos peninsulares hace que se retrase la obtención de plata por este
método al menos hasta el Bronce Final/ Colonizaciones (siglos VIII-VII a.C.), como es el caso de Doña
Blanca (Puerto de Santa María, Cádiz) o la Bastida de
Totana (Totana, Murcia). El hallazgo pues de objetos
de plata en asentamientos de la Edad del Bronce hay
que ponerlos en relación con la manipulación de plata
nativa y plata córnea –querargirita–. Sin embargo, este
panorama es diferente del que presentan zonas de Anatolia y Mesopotamia en los que, desde el IV-comienzos
del III milenio a.C. ya se estaba reduciendo plata córnea
además de otros minerales de plomo argentífero por el
método de la copelación (Hunt, 1998; Rovira, 2004). A
este respecto existen abundantes datos que refuerzan la
idea de que la obtención de plata mediante copelación
fue un hecho desarrollado en diversos lugares más que
haberse originado en un solo lugar –Anatolia– como se
venía afirmando hasta no hace mucho (Hunt, 1998).
En el caso del plomo argentífero, el óxido de plomo
formado funde a 888ºC. La temperatura de copelación
debería de ser de unos 500ºC., excepto al final, en que
se aumentará al menos a 960ºC. (punto de fusión de la
plata), o superior, si se trata de una aleación de plata y
oro u otro metal noble de mayor punto de fusión (Marcelles, 1997:258).
Después de la realización de ingentes cantidades de
análisis incluidos en ambiciosos proyectos de investigación, como es el caso por del Proyecto de Arqueometalurgia de la Península Ibérica: Tecnología y Cambio
Cultural durante la Edad del Bronce, parecen vislumbrarse al menos ciertas tesis sobre las que poder encajar
los datos que van aportando las excavaciones arqueológicas con restos de actividad metalúrgica o con elementos metálicos en estos metales preciosos.
En la Península Ibérica, la metalurgia de la plata
se conoce, en el Sureste a partir del periodo argárico,
pese a haber en la bibliografía investigadores que afirmaban la existencia de objetos de este metal en contextos de la Edad del Cobre. Revisiones posteriores
han servido para rectificar estas dataciones aunque en
buena parte de Europa (Francia, Italia, Suiza,…) son
abundantes los ejemplos que se conocen de objetos de
plata desde esos momentos culturales (Hunt, 1998;
Montero, 1994).
Tras comparar los grupos tipológicos junto a la series
analíticas de objetos de plata peninsulares y de otras áreas
europeas con un arraigo de la cultura metalúrgica plenamente establecida, se concreta que durante la Edad del
Bronce, y pese a que la metalurgia de la plata en buena
parte de Europa representa una mayor variedad tipológica junto a una complejidad tecnológica también mayor
–orfebrería del repujado por ejemplo–, la producción
resulta ser bastante más escasa que en determinadas zonas
peninsulares, como en el Sureste, aunque, contrariamente
a ello, el mayor número de piezas aquí hay que ponerla
en relación con una menor variedad tipológica y a una
tecnología más simple y repetitiva. Otro hecho a destacar,
6
en época prehistórica, es la menor proporción de objetos
de plata respecto a los de oro en zonas europeas extrapeninsulares, que es un caso contrario a lo que ocurre en la
Península (Rovira et al., 1995)
Esa escasa variedad tipológica que afecta a la producción de la plata del sureste peninsular durante el Bronce
Argárico, contraria a la diversidad formal de sus contemporáneos europeos, sería la misma que existe en el
resto de elementos de base cobre. Ello arrastra a pensar
en un desarrollo regional de la metalurgia con escasas
relaciones o influencias exteriores y enmarcada en un
ambiente social de calma, poco propenso a nuevas iniciativas creadoras de nuevas tipologías (Montero et al.,
1995: 99).
Los elementos de plata y oro hallados en la Península Ibérica se restringen a objetos de adorno personal,
fundamentalmente formando parte de ajuares funerarios. Tipológicamente, la variedad es escasa, como ya
se ha señalado, formada por cuentas, pulseras y brazaletes, aretes o pendientes y anillos, diademas e hilos, que
repiten en todo caso el mismo proceso de factura, y en
los que la decoración es inexistente si exceptuamos unos
cuantos ejemplos (Montero et al., 1995:99).
Los anillos, aretes, pulseras y brazaletes están fabricados normalmente a partir de un hilo de plata más
o menos fino, de sección circular con los extremos
abiertos o ligeramente solapados, pudiendo ser simples
o de varias vueltas –en espiral–. Estas características
las comparten con las cuentas, aunque éstas también
pueden estar hechas sobre una lámina delgada, más o
menos ancha y arrollada sobre sí. Las diademas, todas
ellas halladas en yacimientos de la Cuenca de Vera
(Fig. 109), suelen estar formadas por láminas simples
o con apéndice discoidal, las menos, y con cierres que
pueden variar dependiendo de los casos, y siempre predominando las lisas frente a las decoradas6. Los hilos,
tomados como el metal preparado a partir del cual elaborar objetos de adorno son relativamente abundantes,
hallándose fuera de los espacios funerarios. El repertorio de piezas de plata concluye con los remaches. Son
pocos los puñales que presentan remaches de plata, y
Tan sólo se conoce una diadema decorada a base de líneas paralelas de puntos repujados en el Oficio (Almería) (Montero et al., 1995: 99)
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
107
Fig. 109.–El Argar: diadema de plata en cabeza femenina (dibujo de
Luis Siret).
Fig. 110.–Peñalosa: adornos de oro y plata (Proyecto Peñalosa).
tan solo una alabarda la que los tiene de todo el material estudiado (Montero et al., 1995: 99). En el resto
de regiones peninsulares, fuera del ámbito argárico, el
número de objetos en plata disminuye considerablemente, habiendo incluso áreas donde no se registra
ninguno como Madrid (Montero et al., 1995: 99). En
la provincia de Granada y Jaén, en yacimientos como
el Cerro de la Encina (Monachil) y Peñalosa (Baños
de la Encina) respectivamente, el número de piezas de
adorno personal realizadas en plata son abundantes y
contextualizadas, en la mayoría de los casos, en el interior de sepulturas (Fig. 110).
La metalografía realizada a un arete argárico de plata,
formado por un hilo de sección circular enrollado,
determinó que fue trabajado en frío y recocido (Montero et al., 1995: 102-103).
En términos generales, y en base a los resultados
cuantitativos y cualitativos realizados sobre un amplio
abanico de objetos de plata del sureste peninsular, se
concluye que, aparte de las impurezas que pueda llevar
consigo el mineral argentífero, parece evidente que en
ocasiones a la plata se le añadiría intencionadamente
una proporción considerable de cobre (Montero et al.,
1995: 101). Es indudable que durante el periodo argárico de la Edad del Bronce el oro y la plata aparecen asociados a las sepulturas más ricas e incluso al final de este
momento su acumulación seguirá marcando pautas de
poder como se atestigua en el famoso tesoro de Villena
procedente del Cabezo Redondo (Fig. 111)
A partir del Bronce Final, como venía registrándose
desde momentos anteriores, el avance de las técnicas
metalúrgicas para la obtención de plata y sobre todo
la explosión de nuevas tipologías tendrá un desarrollo
diferente en función de las áreas de estudio. Así, mientras que para el sureste y suroeste estará influenciado
por las innovaciones tipológicas y decorativas de la llegada a las costas de colonizaciones fenicias, en otras
108
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
Fig. 111.–Cabezo Redondo: objetos de plata.
zonas como la noroeste se sitúan en un contexto de
fuerte influjo de relaciones atlánticas, acelerando la
producción metalúrgica y con ello el comercio. Los
objetos de oro suponen la conjunción entre el trabajo orfebre atlántico –vaciado a la cera perdida–, y el
mediterráneo –soldadura–, con técnicas ornamentales
locales, es decir castreñas –estampación– (SánchezPalencia, 1989).
En cuanto a la extracción de este último material, el
oro, sólo pudo realizarse de dos únicas formas: una primera, registrada durante toda la prehistoria, mediante el
bateo de las arenas auríferas de cauces y arroyos fundamentalmente, y otra segunda, conocida a partir de época
romana, con la explotación de los yacimientos primarios
sobre roca (Perea, 1996), lo cual requeriría de un complejo sistema de ingeniería hidráulica al tiempo que una
mayor concentración de mano de obra y planificación
del trabajo sin olvidar un conocimiento exhaustivo de
la geomorfología del yacimiento a explotar, evitando de
este modo posibles accidentes con pérdida de obreros
y los consecuentes retrasos en la cadena de explotación
y posterior trasformación. Siguiendo a A. Perea vemos
como la técnica de bateo se siguió practicando hasta
fechas bastante recientes, recolectando las pepitas de oro
de los arneros o cedazos donde se iban depositando esas
arenas auríferas. Desde prácticamente el comienzo de
la metalurgia y hasta los inicios de la Edad del Bronce,
la manera de trabajar el oro era por simple martilleado,
golpeando unas veces el metal directamente y otras de
forma indirecta, denominada «batido», interponiendo
una badana o tira de piel fina entre el metal y el martillo
(Perea, 1996). De esta forma se obtienen láminas más
o menos finas como las utilizadas normalmente en la
fabricación de láminas de revestimiento, lisas o decoradas, anillos en espiral e incluso cuentas de collar. Las
diademas, realizadas a partir de una lámina rectangular
presentan perforaciones en los laterales como sistemas
de sujeción. Esa técnica llamada de martillado o batido,
será sustituida por la fundición del oro en un crisol,
siendo el metal líquido vertido en un molde con la
huella del objeto preconcebido a la que tan solo habrá
que trabajar escasamente las imperfecciones mediante
un martilleado en frío. Esta nueva tecnología obedece
a la necesidad de crear piezas más complejas, pesadas o
grandes (Perea, 1996) que sirvan a su vez para individualizar a unas personas del resto del grupo contribuyendo aun más a mantener una distancia significativa
entre las diferentes clases sociales. Como ocurre con
la plata, la gran mayoría de las piezas de oro se hallan
dentro de las sepulturas como parte del ajuar, y siempre
como elemento identificativo de la clase social más elevada.
La técnica del trabajo del oro durante la Edad del
Cobre en el suroeste peninsular parece seguir un mismo
patrón que caracterizaría dos fases: una primera precampaniforme con presencia de láminas batidas muy
finas junto una decoración a base de repujados simples,
y una segunda campaniforme en donde se observa la
presencia de láminas batidas, de más grosor que las
anteriores junto a objetos como cuentas, tubitos helicoidales, diademas, etc., todos ellos sin decorar (Hunt
y Hurtado, 1999). Es en el Bronce Pleno cuando aparecen objetos de oro fundido aunque continúa la técnica del laminado.
A lo largo de la Edad del Bronce se desarrollaron
otras técnicas como el moldeado o vaciado a la cera perdida, para obtener sobre todo piezas huecas, al tiempo
que se experimentaba con las aleaciones de metales
(Perea, 1996). El control paulatino en la experimentación y conocimiento de los metales usados requirió
no solo de formas más complejas sino de innovaciones
decorativas con el consiguiente empleo de nuevas herramientas. Nos referimos en concreto al uso de punzón
para la decoración de repujado, el de la estampilla para
el estampillado, el cincel para hacer dibujos incisos o el
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
109
buril para conseguir superficies grabadas (Perea, 1996)
(Fig. 112).
La orfebrería durante el Bronce Final adquiere un
importante empuje tecnológico unido a la institucionalización del metal como mecanismo de control socioeconómico desde el poder. Estos fenómenos se desarrollan a lo
largo de todo el territorio atlántico peninsular y sus zonas
interiores de influencia; una zona de gran actividad económica donde se desarrolló un productivo comercio de materias primas y productos elaborados (Perea, 1996:14). Los
depósitos u ocultaciones de diferentes piezas de oro son
reconocidos como ejemplo de ese poder ejercido por las
élites en un intento de retirar de la circulación materiales
u objetos valiosos con una finalidad económica, religiosa,
ritual, funeraria o social, cuando no se mezclan varias
motivaciones a la vez (Perea, 1993:15). Se podría señalar
que así como las sociedades complejas del bronce argárico del sudeste peninsular se valen de la plata como
elemento de prestigio, éste será de cierta manera ensombrecido por nuevos ornamentos personales y armas realizados parcial o totalmente en oro y a menudo decorados
–pulseras y aretes simples o en espiral de varias vueltas,
Fig. 112.–Cabezo redondo: objetos de oro.
110
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
diademas con apéndices, espadas, la mayoría de parada,
etc.– como los hallados en diferentes yacimientos de
la vertiente atlántica peninsular. Es en algunas de estas
piezas pertenecientes al Bronce Final donde se documenta una técnica de soldadura incipiente como modo
de unir dos piezas metálicas mediante el vertido, en la
zona de contacto, de un tercer metal cuyo punto de
fusión sea inferior a de aquellos (Perea, 1996). A. Perea
señala que gracias al desarrollo de esta técnica la orfebrería dio un paso adelante posibilitando decoraciones
a base de filigranas –hilos muy finos de oro soldados
a una lámina y que adquieren diferentes motivos– y
granulados – pequeñas bolitas de oro que soldados a
una lámina forman igualmente diversos motivos ornamentales (Perea, 1996: 6).
5. El papel del metal en las sociedades
antiguas de la Península Ibérica
a) Producción y circulación metalúrgicas.
Su origen y extensión en la Prehistoria Reciente
del sur de la Península Ibérica en el marco
mediterráneo
Andalucía, y sin duda alguna el Sureste, se va a constituir en uno de los enclaves geográficos básicos para
estudiar el desarrollo de la metalurgia en la Prehistoria.
Desde finales del siglo XIX esta región va a jugar un
papel importante en la investigación de las sociedades
prehistóricas y curiosamente, será la llegada a la península ibérica de ingenieros de minas extranjeros la que
dinamizará la investigación histórica.
En estas fechas de finales del XIX la metalurgia se
verá implicada en las teorías históricas existentes en
esta época y en los debates consecuentes entre el difusionismo y el evolucionismo. Esto se tradujo en dos
bandos, uno que defendía la existencia de una serie de
colonias de prospectores metalúrgicos orientales llegados
a las regiones costeras de la Península Ibérica, y otro que
era partidario de un desarrollo local, admitiendo que la
demanda de mineral desde oriente impulsó el desarrollo
de la actividad metalúrgica en el Sureste peninsular.
Este interés por la metalurgia se observa prácticamente desde los primeros trabajos publicados sobre la
prehistoria española (Cartailhac, 1886), alcanzando su
punto máximo con el extenso trabajo de los hermanos
Siret, ingenieros belgas venidos a trabajar en las minas
del Almanzora y muy pronto convertidos en pioneros
de la Arqueología del Sureste. En su magnífica monografía de 1890, queda patente el interés por conocer la
composición de los restos metalúrgicos hallados en los
yacimientos del Sureste.
Luis Siret llegó a la conclusión de que los bronces
estañosos provendrían del «extranjero», dada la escasez
del estaño en nuestro país. Asimismo pensaba que la
plata procedente de minerales argentíferos (galena) sería
propia de una tecnología desarrollada que conocería
cómo beneficiar la plata por copelación, lo que no tendría lugar en tiempos prehistóricos sino en la Edad del
Hierro, entendiéndose que los objetos de plata de los
yacimientos excavados o conocidos hasta ese momento
eran fruto del conocimiento y tratamiento de la plata
nativa de Herrerías (Almizaraque, Almería). El investigador belga aceptó también que el bronce, como
tecnología importada, sería el primer metal conocido.
Junto al bronce se desarrollaría también la metalurgia
del cobre, si bien habría que explicar la existencia de
un número mayor de objetos de cobre por la escasez
de estaño en nuestras tierras. Los objetos de oro, por
otra parte, serían productos indígenas. Posteriormente,
L. Siret (1948) plantearía el yacimiento de Almizaraque
como un poblado de gentes metalúrgicas venidas del
Mediterráneo Oriental, con la misión de explotar la
cercana mina de plata de Herrerías y exportar los productos a su lugar de origen.
El modelo difusionista encuentra en la figura de V.G.
Childe un nuevo empuje. Su pensamiento hay que inscribirlo dentro de una marcada fe en el progreso, que al
final conduciría al hombre a la emancipación. Lo que
separa la evolución social de la biológica es precisamente
la difusión, que acelera el cambio cultural (Childe,
1973). En el caso del Sureste de la Península Ibérica,
la metalurgia y los megalitos serían introducidos por
una especie de élite sacerdotal, procedente de Oriente
Próximo, conocedora de los secretos tecnológicos necesarios (Childe, 1950 y 1963).
Teniendo en cuenta que también existen evidencias de cobre arsenical en el Próximo Oriente y que
en la Península Ibérica se explotaron desde un primer
momento variedades de cobre arsenical (>1%), E. Sangmeister (1960), continuador de las teorías orientalistas,
va a plantear la existencia de auténticas «colonias» en la
Península Ibérica, tales como Los Millares, Almizaraque
o Vila Nova de S. Pedro, que se desarrollarían gracias a
la demanda de este mineral en el Próximo Oriente. Sin
embargo, Sangmeister también expuso la posibilidad de
que el origen del trabajo del cobre arsenical se situara
en la Península Ibérica, lo que implicaría un impulso
inicial autóctono. Concluirá que durante el III milenio
a.C. la Península Ibérica va a jugar un papel de gran
importancia en relación con la tecnología metalúrgica
llegando a abastecer, a través de diversas rutas comerciales, al noroeste y este de Europa.
En esta misma línea, B. Blance (1961) opinará que
los conocimientos del trabajo del metal fueron introducidos en España por colonos venidos desde Italia
y el Mediterráneo Oriental por vía marítima. Estos
colonos traerían objetos manufacturados de cobre y
bronce, algunos de los cuales habrían sido fundidos en
moldes bivalvos como los del área del Egeo. Asimismo
la mayoría de los investigadores españoles aceptan por
estas mismas fechas la hipótesis de que la Cultura de
Los Millares, caracterizada por la metalurgia y los asentamientos fortificados, fue creada por prospectores llegados del este del Mediterráneo, posiblemente desde el
Egeo (Almagro y Arribas, 1963).
En oposición a los planteamientos anteriores, las
tesis occidentalistas estarán representadas fundamentalmente por P. Bosch-Gimpera (1932 y 1969), quién sin
embargo considera que a partir de fines del IV Milenio
a.C. se asiste a unas primeras relaciones con zonas del
Mediterráneo que, entre otros elementos, introducen en
nuestro país el uso generalizado del cobre. Por tanto,
el impulso inicial vendría del exterior, pero las poblaciones almerienses serían quienes se beneficiarían de
este metal y lo trasmitirían por Andalucía, entrando en
contacto con la cultura megalítica portuguesa. Tras una
etapa posterior de transición se desarrollaría la Cultura
de Los Millares cuyas poblaciones explotarían las minas
próximas de cobre. La complejidad y el desarrollo de
esta cultura tendrían así estímulos foráneos sobre un
fuerte sustrato indígena. De esta forma, P. Bosch-Gimpera puntualiza que en ningún caso se trataría de una
auténtica colonización sino simplemente de un aporte
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
111
de ideas o relaciones comerciales con el Mediterráneo,
que en ningún caso distorsionarán la evolución del sustrato indígena.
A fines de los años 60, C. Renfrew (1967a y b)
refutará definitivamente las propuestas orientalistas y,
apoyándose en la abundancia de cobre y estaño en la
Península Ibérica, y en las dataciones de C-14, sugiere
que la metalurgia podría haberse desarrollado aquí en
momentos anteriores a su difusión por el Egeo.
El impacto del campaniforme junto con la significación del cobre arsenical ha centrado el debate
desde la década de los 70, lo que hay que relacionar
con el importante papel asignado al desarrollo tecnológico como motor del cambio social por las llamadas
corrientes neoevolucionistas.
Tras la publicación por parte de C. Renfrew (1967b)
de un conjunto de 30 hachas del Bronce Antiguo en el
Egeo que no eran de cobre puro y de las que 13 ofrecían cobre arsenicado (entre un 1.1 y 6.44 %) y en
la que sugiere que estas piezas muestran una aleación
deliberada de arsénico diferente a la de las hachas de
Los Millares y Remedello, que no es intencionada, R.
Harrison y P. Craddock (1981) piensan en dos tradiciones metalúrgicas diferentes y no relacionables: Los
Millares y Remedello, más primitivas, por una parte,
y la del Egeo por otra, rechazando, en función de otras
varias evidencias, el origen colonial para la metalurgia
de la Península Ibérica. Sin embargo, la problemática
sobre el carácter intencional o no de la aleación del arsénico en el Sureste estaba lejos de quedar resuelta.
Otros autores han insistido en asociar las construcciones funerarias megalíticas con el conocimiento de la
metalurgia del cobre sobre la base de que en las áreas del
oeste europeo donde se concentran estos monumentos
son también las mejores áreas mineralizadas y aquellas
en donde la población pudo abastecerse de cobre (Tylecote, 1987).
Se han hecho algunos intentos por investigar la
posible distinción tecnológica existente entre la industria metalúrgica precampaniforme y campaniforme, por
ejemplo en los análisis realizados por el Proyecto SAM
(Junghans et al., 1960 y 1968), que intentó determinar
la procedencia de los metales del periodo Eneolítico y
Bronce Antiguo a partir de la caracterización de ele-
112
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
mentos traza detectados en los análisis de las piezas
manufacturadas de cobre. Sin embargo, las críticas por
parte de algunos investigadores no se hicieron esperar
(Slater y Charles, 1970; McKerrell y Tylecote, 1972),
debido sobre todo a la dificultad para determinar la
procedencia del metal a partir de los elementos traza
a causa de los cambios que se producen durante cada
una de las fases del proceso metalúrgico y en especial
durante los últimos tratamientos térmicos.
Con referencia a la metalurgia campaniforme, R.
Harrison (1974) opina que tanto el Sureste como el
Estuario del Tajo, junto con la zona centroeuropea,
serían importantes focos metalúrgicos que transmitieron este conocimiento a otras áreas europeas, como
Holanda o Irlanda. El análisis que llevó a cabo sobre
distintos objetos metálicos del Estuario del Tajo condujo a la conclusión de que no existe ningún rasgo
tecnológico de importancia que fuera introducido en
época campaniforme, aunque queda la impresión de
una mayor variedad tipológica.
En definitiva, actualmente la idea más generalizada
sobre los inicios de la metalurgia se desarrolla sobre
la base de una invención autóctona en varios lugares,
como los Balcanes o el sur de la Península Ibérica y
con un desarrollo tecnológico desigual dependiendo de
cada uno de los grupos locales. El papel de la metalurgia
aumentará con el fenómeno campaniforme, ya que a
partir de este momento se incrementará el número de
armas realizadas en cobre (puñales y puntas de flecha),
aunque a nivel tecnológico habrá pocos cambios, desarrollándose la metalurgia local de manera continua a lo
largo del III milenio. A raíz de la Edad del Bronce (Cultura Argárica) asistimos a un mayor control sobre las
tareas metalúrgicas que evidentemente incidirán sobre
las poblaciones y sobre el papel que desempeña la metalurgia en una sociedad tendente a reforzar sus defensas
y a adoptar una postura claramente militarista.
Algunos de los defensores del autoctonismo utilizan
como uno de los argumentos fundamentales la cronología que se ha obtenido en el yacimiento del Cerro
de la Virtud (Almería), en torno al V milenio (Montero y Ruiz, 1996: 53). Delibes y Montero (1997: 26)
plantean que el inicio de la metalurgia se produciría en
los últimos momentos del Neolítico, basándose en las
escorias documentadas tanto en enterramientos, en los
niveles de la fase I y en el nivel neolítico del corte B2,
no existiendo en la fase III ni en los niveles calcolíticos
del yacimiento de Cerro de La Virtud. Junto a estas
escorias, en el corte B2, del mismo asentamiento prehistórico, apareció un pequeño fragmento de cerámica
con escoria adherida en su cara interna. Su aspecto es
idéntico a otros fragmentos de vasija-horno empleados
para la reducción de minerales en los que no hay huellas de acción térmica en la cara externa. Para afianzar
aún más la tesis de que la metalurgia del cobre tiene
sus raíces en el Neolítico Final, además de los restos
que han aparecido en el Cerro de la Virtud, añaden dos
casos que debieran ser revisados: uno de ellos procede de
la Cueva de la Cocina (Dos Aguas, Valencia) donde en
la fase Cocina IV, y procedente de las excavaciones más
recientes, se menciona un punzón; y el segundo caso,
la Cueva del Tocino (Priego, Córdoba), donde apareció
un fragmento de lo que parece ser una vasija-horno.
Aunque recogido en superficie, el resto del material se
adscribe al Neolítico Medio y Final. Pero por ahora, y
a falta de más datos, seríamos partidarios de dejar en
cuarentena el origen neolítico de la metalurgia en el sur
de la Península Ibérica.
Ninguna de las teorías planteadas ha dejado resuelto
el problema del origen de la metalurgia en el Sureste
peninsular. Si lo que se desea es demostrar un desarrollo autóctono debemos comprobar si las poblaciones del Neolítico de la Cultura de Almería estarían
suficientemente avanzadas a nivel tecnológico como
para comenzar el proceso del trabajo metalúrgico sin
depender de la llegada de estímulos foráneos. En esta
zona y sobre la base de los yacimientos investigados, no
se ha podido demostrar aún el proceso evolutivo que
dio lugar a la aparición de una metalurgia autóctona
pero sí que a partir del primer tercio del III milenio a.C.
existen ya una serie de asentamientos con una cultura
material del Cobre Temprano, que hunde sus raíces en
los contextos neolíticos de la región, y en los que aparecen testimonios del conocimiento de la metalurgia
(Arribas y Molina, 1978; Martín Morales, 1987).
Nosotros participamos de la hipótesis sobre el origen
autóctono de la metalurgia en estas tierras de la costa
mediterránea, planteándola como un proceso lento
basado en la experimentación sobre nuevos soportes de
materia prima en el que caben por supuesto el aporte de
ideas de grupos que participan en una red de contactos
más o menos regulares, que se materializaran durante
el Calcolítico en la circulación de toda clase de objetos,
tanto útiles de piedra pulimentada y tallada como
piezas exóticas de ámbar, marfil o cáscaras de huevos
de avestruz (Moreno et al., 1995). Este proceso debió
tener lugar durante los momentos iniciales de la Edad
del Cobre, en un momento previo al surgimiento del
poblado de Los Millares. En este sentido la investigación del poblado de Las Pilas en Mojácar podrá aportar
luz en el futuro.
No obstante, tenemos que significar que se concede
excesiva importancia a demostrar si la metalurgia se llegó
a inventar o no en el Sureste, cuando la cuestión básica
es poder calibrar el papel económico y social que jugó la
metalurgia en el desarrollo histórico de las comunidades
calcolíticas. A este respecto existen dos tendencias en los
modelos explicativos esbozados para el Sureste: aquéllos
que conceden a la metalurgia un valor más simbólico y
social que económico y funcional y quienes consideran
que la metalurgia desempeñó un importante papel en
la estructura económica, cuyo valor se fue acrecentando
conforme aumentó la complejidad social.
Resumiendo, el papel de la metalurgia en el Sureste
ha servido para sustentar diversas teorías. Por un lado,
nos encontramos con aquellos autores que en la década
de los sesenta del siglo pasado mantuvieron una posición difusionista u orientalista, proponiendo que las
transformaciones acaecidas en los inicios de la Edad del
Cobre tuvieron como causa la llegada a las costas de
la Península Ibérica de nuevas poblaciones procedentes
del Mediterráneo Oriental. Estas poblaciones eran
consideradas como auténticos prospectores de metal,
fundando «colonias», como Los Millares o Vila Nova
de Sao Pedro, con el fin de canalizar hacia sus regiones
de origen la explotación de riqueza metalífera del sur
peninsular.
Frente a esta postura, en la década de los setenta del
mismo siglo, surgieron toda una serie de posiciones
evolucionistas para desmantelar el fenómeno de la colonización en época calcolítica. Dentro de estas posturas
fueron distintos los elementos que se potenciaron: el
clima, los recursos hídricos, las relaciones sociales, etc. A
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
113
partir de las llamadas de atención de C. Renfrew (1967a,
1972 y 1973), se ha generalizado una clara preocupación por formular modelos generales de adaptación o
evolución social en relación con el proceso cultural del
Sureste de la Península Ibérica. Estos modelos, condicionados por una fuerte carga determinista (Gilman,
1987a,b y c; Chapman, 1991; Ramos, 1981; Mathers,
1984a y b), han puesto de manifiesto la extraordinaria
importancia que para el estudio de los inicios de la desigualdad y jerarquización social tiene esta región. Sin
embargo, en ellos y en otras explicaciones más radicales (Shennan, 1982; Afonso y Cámara, 2006), no se
ha concedido demasiada importancia a la metalurgia
como elemento dinamizador del cambio cultural.Tan
solo desde la Universidad de Granada (Arribas et al.,
1989) o desde la Universidad Autónoma de Barcelona
(Lull, 1983) se pensó que la metalurgia habría jugado
un papel importante en el desarrollo histórico de estas
comunidades. Frente a este grupo de investigadores
podemos situar a otro nutrido grupo, entre los que se
pueden incluir G. Delibes, M. Fernández-Miranda,
S. Rovira e I. Montero que mantienen el escaso valor
que la metalurgia jugó en el desarrollo histórico de las
comunidades del Sudeste. Sus trabajos se centran, por
un lado, en la investigación sistemática del poblado de
Almizaraque en la cuenca del Almanzora, y, por otro,
en la realización de un gran número de análisis de
minerales, escorias y piezas manufacturadas (Montero,
1992b, 1993, 1994; Rovira et al., 1997).
A partir de sus investigaciones formulan una hipótesis según la cual en época calcolítica no hubo grandes
minas, ni tampoco la metalurgia debió constituir una
actividad muy específica y muy intensa, tratándose más
bien de un trabajo artesanal socialmente indiscriminado
destinado a satisfacer las necesidades de cada grupo
humano asentado en un territorio determinado. Esta
hipótesis entra en contradicción con la generalizada tesis
de que el Sureste y el Suroeste de la Península Ibérica
fuesen considerados durante el Calcolítico e inicios del
Bronce unos auténticos centros distribuidores de metal
y sobre todo mineral. Por tanto, para ellos la metalurgia
sería para los habitantes de la Edad del Cobre una actividad más (Delibes et al., 1989).
Desde la perspectiva de conceder importancia a la
metalurgia, la Universidad de Granada con un equipo
114
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
dirigido por A. Arribas y F. Molina, planteó un proyecto de investigación, iniciado a lo largo de los años
ochenta del siglo pasado, para estudiar la aparición y el
desarrollo de la metalurgia durante la Edad del Cobre
en dos áreas bien diferenciadas, una en la cuenca del río
Andarax en torno al poblado de Los Millares, y otra en
el Pasillo de Chirivel-Vélez Rubio, junto con la zona
oriental de la Depresión Baza-Huéscar, que ocupa un
amplio sector en la provincia de Almería y nordeste de
la de Granada y que pueden considerarse como una de
las principales vías naturales de comunicación entre
la fachada mediterránea del Sudeste y las depresiones
internas de la Alta Andalucía. Esta segunda zona es
una de las áreas de expansión natural de las comunidades prehistóricas en su búsqueda de nuevas tierras y
de fuentes de aprovisionamiento de materias primas,
especialmente minerales y sirvió de asentamiento a
hábitat como el Cerro de la Virgen (Orce, Granada) y
El Malagón (Cúllar, Granada). Estos proyectos se han
centrado fundamentalmente en los inicios de la metalurgia, en la Edad del Cobre, y han ofrecido interesantes
resultados (Rothemberg et al., 1988, Keesman et al.,
1991-92, Keesman y Moreno, 1996, Moreno Onorato,
1994; Hook et al., 1990). Dos yacimientos han jugado
un papel clave: El Malagón, para la fase extractiva del
mineral, y Los Millares, para la transformación del
mineral y la difusión del metal.
A través de estos proyectos se ha determinado en
primer lugar que el registro arqueológico de los grupos
calcolíticos del Sureste muestra la presencia de un utillaje
funcional abundante en contextos domésticos (cuchillos, sierras, punzones, etc.), mientras que el número de
objetos aparecidos en las sepulturas es más escaso. Esto
indica claramente que los productos resultantes del trabajo metalúrgico no tienen una dimensión simbólica,
frente a lo que afirman autores como R. Chapman, sino
fundamentalmente un valor funcional/utilitario referido a labores domésticas o artesanales. Sin embargo,
conforme se desarrolla el proceso de desigualdad social,
a partir del Cobre Reciente se asiste al incremento de
los objetos de adorno y armas, antes inexistentes, procediendo de ajuares funerarios la mayor parte del material
recuperado.
Otro aspecto importante que hay que destacar en
relación con la metalurgia es el tema de su circulación.
A este respecto se han dado interpretaciones que enfatizan su papel en la tributación (Contreras y Cámara,
2002), se ha puesto el énfasis en el control del acceso
exclusivo a bienes de prestigio por parte de la élite en
diferentes momentos y áreas (Shennan, 1982; Molina,
1988; Chapman, 1991: Moreno Onorato, 1994; Blasco
et al., 1997; Nocete, 2001; Morán, 2003; García Sanjuán, 2006), hasta nociones de valor de cambio (Castro
et al.,, 1999a) o de control del conocimiento tecnológico-mágico (Giardino, 2002; Garrido, 2006) (Fig.
113).
El problema radica en establecer la escala de la producción, generalmente minusvalorada (Gilman, 1997,
2001), y de la circulación (Risch y Ruiz, 1994). Ambas
tendencias comparten el problema de las escalas temporales con las que trabajamos en Prehistoria (casi
siempre excesivamente amplias) y tienden a soslayar la
facilidad de reciclaje del metal que generalmente conlleva un porcentaje mínimo de materiales que pasan al
contexto arqueológico, de los que, naturalmente, una
parte incluso menor es recuperada por los arqueólogos.
En este sentido, los problemas de estimación de la circulación de elementos prehistóricos se agudizan, pese
a los análisis de isótopos de plomo que han probado
desplazamientos de metales en algunos casos a grandes
distancias, sobre todo en la Edad del Bronce durante
el II Milenio A.C., en un contexto de reducción de la
Fig. 113.–Intercambios en el mundo argárico (dibujo M. Salvatierra).
circulación de otros elementos, aunque sea el estaño el
material más frecuentemente citado en este aspecto.
Algunos autores (Robb y Farr, 2005) han resaltado
que la gente realmente se movía por territorios relativamente amplios, que existieron diversas formas de distribuir los productos, que muchos de los elementos en
circulación debían ser perecederos y que la baja proporción de elementos exógenos los dotaría de mayor valor
y por tanto estos elementos cumplieron funciones diferentes, normalmente utilitarias, según el lugar donde
se localizaron aunque su utilización, por ejemplo en
relación con el aseo personal (afeitado), pudo dotar los
elementos de especial valor.
En nuestro contexto cronoespacial, los resultados de
los análisis de isótopos de plomo mediante FRX que se
han realizado sobre algunos objetos de la primera mitad
del II Milenio A.C. procedentes de los yacimientos
de Gatas (Turre, Almería) y el mismo Fuente Álamo
(Cuevas del Almanzora, Almería), han demostrado que
el mineral no llegaba de los afloramientos de la fachada
litoral almeriense y murciana sino posiblemente de
la zona de Linares e incluso de Huelva (Castro et al.,
1999a; Stos-Gale et al., 1999), zona en la que la caracterización de isótopos de la franja pirítica está más avanzada (Hunt, 1998).
En cualquier caso, los análisis siguen siendo escasos,
aun dentro del volumen de material recuperado, y,
junto a los valores brutos de éste, han permitido que
aún dominen autores que minimizan la metalurgia prehistórica señalando una escala de la producción baja
(Gilman, 2001; Montero, 1992a y b, 1999; Armbruster
et al., 2003; Müller et al., 2004; Rovira, 2004). A este
respecto hay que indicar que aunque haya ausencia de
producción metalúrgica en muchos asentamientos esto
se puede deber a la posición que cada uno de ellos juega
dentro de las redes jerárquicas de producción y distribución, en las que el metal representa un símbolo de
poder. También se ha planteado que la variabilidad en la
composición de los objetos puede indicar que los focos
de obtención son locales (Montero, 1992), aunque
no hay que descartar la movilidad del metal como se
puede apreciar a través de su aparición en áreas sin
minería como Marroquíes Altos (Jaén) donde también
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
115
se ha constatado metalurgia en la segunda mitad del III
Milenio A.C. (Zafra, 2006).
El registro arqueológico del Calcolítico de la Cultura
de Los Millares muestra la existencia a nivel regional de
tres tipos de asentamientos, atendiendo a la incidencia
que sobre ellos tuvo la metalurgia:
– Poblados en cuyos contextos domésticos aparecen
reflejadas las distintas fases del proceso metalúrgico, y
cuyo emplazamiento está íntimamente relacionado con
el afloramiento cercano de filones metalíferos. Es el caso
de El Malagón, en el altiplano granadino de CúllarChirivel.
– Yacimientos centrales donde tanto el proceso metalúrgico como la distribución de las manufacturas son
controlados por unas minorías, y en los que el trabajo
del metal adquiere un mayor grado de especialización,
como sucede en el propio poblado de Los Millares.
– Asentamientos basados en actividades económicas subsistenciales en los que la metalurgia no llegó a
suponer una actividad destacada. Entre estos podemos
citar Terrera Ventura (Tabernas, Almería) o el Cerro de
la Virgen (Orce, Granada).
A nivel local se pueden observar variaciones en la
escala de la actividad metalúrgica. Así, mientras en El
Malagón (Fig. 114) la actividad metalúrgica se localiza
en los ámbitos domésticos (cabañas), mostrando una
generalización del trabajo metalúrgico, en el poblado
de Los Millares se puede advertir la existencia de lugares
especializados para dicha actividad (talleres), que nos
Fig. 114.–El Malagón (Granada): vista aérea (fotografía GEPRAN).
116
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
dan idea de la existencia de especialistas. El producto
resultante en estos talleres se trabaja en otros recintos no
domésticos del poblado (bastiones y torres de la muralla
exterior, recintos circulares, etc.). La producción resultante sobrepasa las necesidades del poblado por lo que
se obtiene un remanente que es comercializado a través
de distintas redes de intercambio.
Por tanto, aunque las cantidades de metal recogido
para la Edad del Cobre sean pequeñas, esto no significa que su papel sea también reducido en las relaciones
sociales. El aumento progresivo de la importancia del
metal, ya constatada arqueológicamente en las sepulturas campaniformes, se mostrará de una forma clara
en la cultura argárica, como lo testimonian las grandes
colecciones armamentísticas de la necrópolis de El
Argar o los resultados de los trabajos en Peñalosa (Baños
de la Encina, Jaén) (Contreras y Cámara. 2002) que,
aparte de documentar un poblado especializado en la
producción metalúrgica a gran escala entre el 2000 y
el 1600 A.C. al menos, han permitido relacionar ésta
con el ámbito familiar, lo que, en ausencia de acceso
diferencial a esta producción, nos ha llevado a interpretar las diferencias sociales (Contreras et al., 1995;
Moreno et al., 2003, 2005) en función del control de
la distribución interna y externa por parte de las élites
unido al dominio sobre determinados hombres (y sus
propiedades) adscritos a las familias aristocráticas.
b) La contextualización de la producción y la
circulación metalúrgicas en la Prehistoria
Reciente
En la mayor parte de los casos lo que lastra a los
autores cuando evalúan el papel de la metalurgia en el
desarrollo social, es la escasa contextualización de las
actividades artesanales en la producción global.
El problema fundamental es establecer si la especialización artesanal fue una causa o una consecuencia del
desarrollo social y cuál fue el papel social de las personas
implicadas en cada uno de los procesos englobados en la
actividad metalúrgica. En este último sentido no basta
asegurar que la entidad de la producción o su unión
a las viviendas en la Edad del Bronce, por ejemplo en
Peñalosa, implicaba una escasa especialización, dados
ejemplos de separación contrarios (Lull y Risch, 1995;
Castro et al., 1999a) y precedentes calcolíticos de éstos
como el taller de la zona C de Los Millares (Molina
y Cámara, 2005), aceptados incluso cuando se minusvalora la metalurgia prehistórica (Chapman, 1991),
si bien se ha señalado que la división en tareas no va
acompañada de una diferenciación en acceso a los productos (Castro et al., 2006).
La misma especialización, además, se revela ahora en
la metalurgia calcolítica del Suroeste a partir de la documentación de un extenso barrio metalúrgico en Valencina de la Concepción (Sevilla) (Nocete et al., 2008),
donde, sin embargo, todavía no se ha podido señalar si
los artesanos tuvieron algún beneficio de su actividad
o eran totalmente dependientes. Esta dependencia sí
parece observarse, según sus excavadores, en Cabezo
Juré, datado entre el 2875 y el 1920 cal A.C. (Nocete et
al., 1999b; 2001).
La actividad metalúrgica en el poblado de Peñalosa
aparece de forma generalizada en todo el asentamiento,
aunque el acceso a determinado tipo de elementos
metálicos como las armas, según muestran los ajuares
de las sepulturas, no parecía estar generalizado (Cámara,
2001). Lo primero nos lleva a pensar que tenemos que
hablar, más que de talleres, de unidades de habitación
más amplias con estancias y áreas dedicadas a actividades económicas diversas (metalúrgica, textil...) (Fig.
115), aunque sí se pueda referir la existencia de una
posible especialización, como podemos observar en el
taller dedicado al almacenamiento y trabajo de la galena
(Moreno, 2000; Moreno et al., 2003) como sugiere
también que ésta proceda de minería en profundidad
(Jaramillo, 2005). Lo segundo nos indica que el control social sobre los resultados del proceso metalúrgico
estaba en manos de una élite a la que el metal servía
tanto de símbolo de su status como de elemento para
el dominio de la clase baja a través de los costes de su
acceso y por la misma coerción de su utilización en las
armas y, por tanto, posiblemente, en expediciones de
rapiña (Cámara, 1998, 2001). Ambos aspectos pudieron
influir en la dispersión del hábitat y el encastillamiento
(Fig. 116).
En relación con la localización de las actividades metalúrgicas en el poblado de la Edad del Bronce de Peñalosa
dentro de las unidades habitacionales, se está desarrollando una línea de investigación referente al papel de
las mujeres en estas actividades metalúrgicas (Sánchez y
Moreno, 2003, 2005; Sánchez, 2004). Aunque no existen
hasta ahora pruebas reales de la participación en el proceso de las mujeres, sí es cierto que determinadas partes
del proceso pudieron implicarlas y no sólo realizando
instrumentos necesarios para la actividad sino también
extrayendo el mineral (Giardino, 2002).
Por tanto, es interesante poder determinar el grado
de participación en estas labores de hombres, mujeres
y niños, aunque no debemos olvidar que es también
importante determinar si existió discriminación en el
acceso a determinados productos (o a la toma de decisiones) en función del sexo y, en este caso, es claro
que en la sociedad argárica la separación ideológica de
género, y sus implicaciones, ha pasado a segundo plano,
Fig. 115.–Reconstrucción de las actividades de una vivienda de Peñalosa
(dibujo M. Salvatierra).
Fig. 116.–Peñalosa: áreas especializadas (Proyecto Peñalosa).
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
117
aunque no haya desaparecido, a favor de una separación clasista hasta el punto de que en las capas sociales
altas las mujeres acceden también a ajuares de prestigio
y están excluidas de los trabajos pesados, por lo que la
igualación referida es realmente ficticia.
No debemos olvidar los aspectos sociales que hacen
referencia a la explotación y minusvaloración femenina
en la sociedad argárica, en la que existía una división
estratificada que superaba las divisiones de sexo, si
bien es cierto que existe un tratamiento diferencial de
las mujeres en lo que respecta a los ajuares funerarios
dado que, incluso las de nivel social más alto, fueron
excluidas del acceso a armas de gran prestigio y poder
como hachas, alabardas y espadas (Castro et al., 1999a,
2001a; Lull, 2000), mientras que sólo en determinados
casos, y relacionados posiblemente con la herencia de
sus hijos accedieron a determinadas armas que debieron
representar el mantenimiento de la posición social de
la familia (Contreras et al., 1995; Contreras y Cámara,
2002). A nivel territorial, en el Sudeste, determinadas
áreas muestran la importancia de la localización de los
poblados junto a las minas ya en época calcolítica, especialmente la Sierra de Baza (Sánchez, 1993a) y el Pasillo
de Cúllar-Chirivel (Moreno, 1994; Moreno et al.,
1997), donde, sin embargo, no parece que los poblados
minero-metalúrgicos se situaran en posiciones dependientes de los poblados agrarios, pese a la tradición ocupacional en éstos (Moreno et al., 1997).
Totalmente contrario es el caso del valle del Rumblar
en el Calcolítico cuando los pocos poblados situados en
el valle, enfatizando los recursos mineros, son de pequeño
tamaño y claramente dependientes de la dispersión territorial de la Depresión Linares-Bailén de la que constituyen la última avanzada y hacia la cual incluso desvían
parte de los recursos mineros (Pérez et al., 1992a; Cámara
et al., 2004, 2007; Montón, 2007).
También en la Edad del Bronce las diferencias
observadas entre diversos asentamientos en cuanto a la
abundancia de metales y a la intensidad de la producción metalúrgica respecto a la distancia a los centros
mineros, ha demostrado que aquélla no depende de
la proximidad o no a ellos. Por ejemplo, en El Argar,
según lo referido por los hermanos Siret, el peso total
de estaño era cinco veces superior a lo recuperado en
118
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
El Oficio (Cuevas del Almanzora, Almería), mientras
este último poblado dista 20 Kms de El Argar (Antas,
Almería) y está a menor distancia de las minas. Esto
quiere decir que el control político no aumenta en proporción directa a la proximidad a las minas (Chapman,
1991) ya que se controla tanto el aprovisionamiento de
metal como la producción (Castro et al., 2001b).
Además, en la Cuenca de Vera se ha sugerido que
el acabado de los productos artesanales, especialmente
los metalúrgicos, no se realizaba en los asentamientos
mineros y estratégicos. Por el contrario, estas últimas
fases de la elaboración de los útiles metálicos tenían
lugar, como otras actividades, en El Argar. Desde este
yacimiento se enviaban estos productos hacia los centros dependientes que, a cambio, habían contribuido
con sus tributos al mantenimiento del centro político.
En esta situación de dependencia se encontraba Fuente
Álamo (Cuevas del Almanzora, Almería) que debía proporcionar metal en bruto para la realización de utensilios en El Argar, realizándose allí sólo las primeras fases
del proceso metalúrgico (Schubart y Arteaga, 1986). En
Fuente Álamo no existen tampoco instrumentos relacionados con la explotación agraria aunque sí con la
transformación, el almacenaje y el consumo. Lo mismo
se puede decir de la ganadería donde el predominio de
los bóvidos, poco aptos para ese entorno montañoso,
y el sacrificio de los ovicápridos a edad temprana, sin
tener en cuenta que podían dar cuero, lana y leche,
sugieren que tampoco sus habitantes se preocupaban de
esta actividad llegando la carne desde los poblados del
llano (Schubart y Arteaga, 1986).
También en relación con Gatas (Turre, Almería)
se ha señalado la escasez de elementos de producción
agraria y el cereal se constata almacenado limpio (sin
malas hierbas ni glumas) lo que sugiere su traslado
desde los territorios de producción agrícola o pequeños
poblados de llanura hasta los grandes poblados de altura
(Castro et al., 1999a) en el contexto del alejamiento de
los lugares de trabajo (Castro et al., 2001b).
En los asentamientos de los valles interiores del río
Rumblar, la explotación agraria no permitía una producción capaz de alimentar un elevado número de personas
(Contreras, 1995), sin embargo está bien documentada
en el registro arqueológico la transformación de los pro-
ductos agrícolas y su almacenaje, lo que demuestra un
abastecimiento continuo (Contreras y Cámara, 2002).
Por el contrario, en otros centros, como Sevilleja (Espeluy,
Jaén), donde se documenta una gran actividad agrícola,
sólo encontramos útiles manufacturados y ninguna fase
del proceso metalúrgico (Spanedda et al., 2004), habiéndose planteado inicialmente el intercambio de metal y
grano (Nocete, 1994; Contreras, 1995).
Sin embargo, el sistema tributario planteado para la
zona del Rumblar en los últimos años es ligeramente
diferente, ya que se sugiere que serían las capas bajas de
la población las que realizarían todas las actividades productivas, de forma que la circulación tributaria tendría
lugar también en el interior de los mismos poblados y
no implicaría el desplazamiento del grano y los rebaños
a grandes distancias sobre todo si tenemos en cuenta que
en Peñalosa el grano no se almacenaba limpio (Peña,
1999; Contreras et al., 1997). Existiría, sin embargo, un
traslado de productos al interior de la misma formación
social que explicaría la circulación del metal, inscrita en
este contexto tributario (Contreras et al., 1997; Contreras y Cámara, 2002) que comprendería dos fases, una
primera de apropiación por las élites de los beneficios de
la producción, y una segunda fase en la que éstas usarían
parte de los elementos apropiados en su justificación,
redistribuyéndolos al interior de la formación social,
cediéndolos a sus seguidores o invirtiéndolos, o dirigiéndolos hacia los circuitos de intercambio basados en las
relaciones externas entre las élites.
En cualquiera de los dos casos (cuenca de Vera y Rumblar) parece que los poblados centrales se aseguraban, en
primer lugar, el control de los espacios agrarios (Castro
et al., 1999a, Arteaga, 2001) que, en el segundo caso se
situarían en la Depresión Linares-Bailén (Pérez et al.,
1992a; Cámara et al., 2004, 2007).
De hecho sólo el caso del Cerro de la Encina (Monachil, Granada) corresponde a un centro político regional
particularmente cercano a los afloramientos durante la
Edad del Bronce (Molina, 1983) aunque también aquí
con centros dependientes. El mismo argumento se podría
aplicar a Cástulo (Linares, Jaén), aunque el desconocimiento casi total de su ocupación prehistórica impide
caracterizar las actividades que en este centro político se
llevaron a cabo. Los últimos estudios del patrón de asen-
tamiento de esta zona (Cámara et al., 2004, 2007) han
mostrado además como incluso en el seno de los centros
metalúrgicos dependientes existió una jerarquía en la que
los centros estrictamente mineros de la Edad del Bronce
como Siete Piedras (Baños de la Encina, Jaén) (Nocete
et al., 1987) además de configurarse como áreas de ocupación no estable, aunque pudieran tener asentamientos
cercanos como en el caso de Piedra Letrera (Baños de
la Encina, Jaén) (Contreras et al., 2005), no enfatizaron
el control de otro recurso que no fuera el mineral, aun
cuando pudieron buscar emplazamientos de alta visibilidad como el referido de Siete Piedras o, en la Edad del
Cobre, el Cerro del Tambor (Nocete et al., 1987; Lizcano
et al., 1990; Cámara et al., 2007).
El que la dispersión hacia los afloramientos de Sierra
Morena favorezca estos «emplazamientos estratégicos»
no oculta la erección de verdaderos fortines de control
de pasos como Cerrillo Redondo (Baños de la Encina,
Jaén) (Cámara et al., 2004, 2007) que en época romana
se concretan en una dispersión general de torres y minas
fortificadas (Pérez et al., 1992; Casado, 2001).
También en el Suroeste se admite que la metalurgia
está más desarrollada en la Edad del Bronce (García,
1999b) y que los poblados buscan controlar sus fuentes,
aunque predominan los elementos relacionados con el
status y localizados en los ajuares (García, 1999b; Hunt y
Hurtado, 1999). Los datos sobre la actividad metalúrgica,
sin embargo, son escasos pero hay evidencias de escorias
y goterones en otros yacimientos incluso cercanos al Valle
del Guadalquivir como El Llanete de los Moros (Montoro, Córdoba) (Hunt y Hurtado, 1999) donde se refiere
que desde el Calcolítico el bronce contiene estaño (Hunt,
1999). Los análisis realizados sugieren la explotación de
menas locales (Hunt y Hurtado, 1999). Al oro, presente
ya en el Calcolítico se suman los elementos en plata no
procedentes de la galena ante la ausencia de plomo lo que
se ha usado para negar el conocimiento de la copelación
(Hunt, 1998; Hunt y Hurtado, 1999), aun con la problemática de los análisis de La Parrita (Nerva, Huelva)
(Hunt, 1998) que se consideran mal datados e incorrectamente atribuidos (Rovira, 2004). En Extremadura, sin
embargo, las evidencias son mucho menos conspicuas
que las calcolíticas y sólo en el Castillo de Alange se han
documentado escorias, y un fragmento de crisol en Los
Fresnos (Badajoz) (Hurtado y Hunt, 1999).
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
119
En el País Valenciano, como en los periodos precedentes, se ha planteado que la economía era agropecuaria y que la metalurgia no causó ni la organización del
territorio ni la jerarquización social. Las pruebas para la
explotación de los recursos cupríferos locales (incluso la
metalurgia en los asentamientos) no superan este periodo
lo que ha llevado a señalar que los primeros elementos
metálicos procedieron de áreas vecinas (Simón, 1999),
aunque pudieron llegar incluso materias primas dadas
las evidencias de actividad metalúrgica en el Vinalopó
(Simón, 2004). Las comarcas meridionales también
en estos aspectos tienen una clara vinculación argárica,
aunque se ha señalado la mayor presencia de adornos y
menor de armas en las sepulturas que podría señalar la
consolidación de un cierto linaje en la dirección social
sin necesidad de exhibir los elementos relacionados con
la violencia (Simón, 1999).
En cualquier caso, más allá de la diferenciación interna
y del control global de las áreas mineras, lo que ha sido
sugerido, sea para los yacimientos calcolíticos sea para
la Edad del Bronce, es un carácter dependiente de los
poblados destinados a la extracción minera y de la mayor
parte de aquellos que muestran una cierta especialización
metalúrgica, hasta el punto de que no pueden subsistir
con la caída de la demanda (Nocete, 1994). En este sentido, en algunos casos se ha podido determinar que las
últimas fases del proceso metalúrgico no se realizaban en
estos poblados dependientes (Schubart y Arteaga, 1986)
y que, en cualquier caso, la circulación de los productos
fue dirigida por los centros políticos del entorno (Nocete,
2001; Contreras y Cámara, 2002; Moreno et al., 2003,
2005) en un doble sentido canalizando el mineral-metal
hacia ellos en forma de tributo y dirigiendo las relaciones
inter-élites que conllevaban el desplazamiento hacia el
exterior de la formación social de objetos manufacturados fundamentalmente. Se trata de un modelo que se
repite en otras áreas del Mediterráneo (Knapp, 1999).
c) El papel concedido al metal en las diversas
hipótesis sobre el desarrollo de la jerarquización
social en la Prehistoria Reciente
Teniendo en cuenta esta dependencia territorial y
esta planificación, especialmente a partir de la Edad
del Bronce, a inicios del II Milenio A.C., podemos
contextualizar mejor las diversas hipótesis que se han
120
La Minería y la Metalurgia en el Alto Guadalquivir:
Desde sus orígenes hasta nuestros días
planteado para explicar la jerarquización social en la
Prehistoria Reciente. En este sentido, los autores que
dan una mayor importancia al metal consideran como
un factor clave la especialización artesanal y a los objetos
manufacturados en metal como deseables y demandados. No existen, sin embargo, muchos planteamientos
recientes que respondan a estos parámetros especialmente en la Península Ibérica (Ruiz, 1982; Silva, 1987;
Silva y Soares, 1976-77; Gonçalves, 2002), aunque es
un argumento recurrente en la Prehistoria del Mediterráneo centro-oriental aun centrada en la presunta
importancia del intercambio de bienes y la existencia
de verdaderas «colonizaciones» de prospectores metalúrgicos micénicos por ejemplo (Giardino, 1995, 2002;
Cultraro, 2007). Colocar el factor desencadenante en la
especialización artesanal revela a ésta como ineludible y
resultado bien de la «inacabable capacidad inventiva del
hombre» (en los planteamientos evolucionistas) bien
como resultado de los contactos «civilizadores» (en los
planteamientos difusionistas).
En los casos recientes de planteamientos complejos
que incluyen una fuerte importancia de la especialización artesanal como factor activo (Lull, 1983; Risch,
1998; Castro et al., 1999a; Nocete, 2001; Bueno y
Balbín, 2006), lo que está presente es una concepción marxista ligeramente mecanicista que pone el
énfasis en el desarrollo de las fuerzas productivas, si
bien el argumento ha sido constantemente mejorado
poniendo especial atención a no descuidar el control de la fuerza de trabajo como forma de acceder al
control de la producción (Lull y Risch, 1995; Sanahuja et al., 1995; Estévez et al., 1999; Castro et al.,
1999a). Por otra parte, en los estudios que consideran
un objeto deseable el metal lo que prima es su consideración como objeto de prestigio capaz de ser usado
en la justificación de una organización social ya jerárquica (Shennan, 1982; Moreno, 1993; Morán, 2003),
siendo prácticamente inexistentes los trabajos que lo
consideran un medio de producción (Castro et al.,
1999a), a no ser bélico (Cámara, 1998, 2001; Rega,
2002; Guilaine y Zammit, 2002).
En definitiva, lo que se puede recuperar de la valoración realizada en estas páginas es que, en nuestra opinión, la explotación minero-metalúrgica se inscribe en
una tradición de actividades artesanales destinadas bien
a la consecución de instrumentos-medios de producción
bien a la obtención de ornamentos-bienes de prestigio y
que, en determinados casos, ambos aspectos quedaban
indisolublemente unidos, ya sea por la utilización de
instrumentos metálicos en la realización de elementos
de prestigio ya sea porque era el uso potencial a conferir
prestigio a un determinado objeto (armas).
Además, este progreso artesanal está, como los restantes, profundamente entrelazado con el desarrollo
social, siendo generado por la jerarquización, y en este
proceso juega un papel importante como bien de prestigio, ya que no puede desarrollarse una industria para
la que no existe demanda previa y la existencia de ésta
implica un deseo de exhibición social correspondiente
a la necesidad de perpetuar la desigualdad.
Finalmente, el proceso artesanal implica una larga
secuencia de actividades en las que pueden estar implicadas diferentes clases sociales, diferentes franjas de
edad y diferentes sexos, pero, además, la posición del
artesano, estrictamente metalúrgico, indudablemente
cambió a lo largo del proceso, desde un cierto prestigio
combinado a la dependencia del grupo político central en los sistemas teocráticos calcolíticos a la variabilidad en el sistema más descentralizado de la Edad del
Bronce en la que, incluso los siervos, pudieron participar en la satisfacción de una demanda que se había
generalizado por la necesidad de bienes de prestigio
y también de medios de producción, independientemente de que su mejor o peor labor les granjeara una
mayor o menor consideración.
Durante el Calcolítico se observa en algunas áreas,
como el Pasillo de Cúllar-Chirivel (Moreno et al.,
1997), la Sierra de Baza (Sánchez, 1993a) o la cuenca
del río Odiel en Huelva (Nocete, 2006), el control
directo de las minas, lo que, junto con la centralización de la producción en determinados asentamientos,
o áreas de ellos, sugiere que la élite intentaba controlar
el acceso a los productos metálicos a partir del control
de todas las fases del proceso metalúrgico, y de todos
los elementos implicados (desde las materias primas).
Sin embargo, en el caso del Alto Guadalquivir sólo
en la Edad del Bronce se aprecia un interés específico
en el control estricto del área minera e incluso en este
caso los asentamientos «especializados» no se sitúan
estrictamente junto a las minas, con excepciones como
Piedra Letrera (Baños de la Encina, Jaén) (Contreras
et al., 2005), sino que ejercen el control a través de la
fortificación con colonias de toda la cuenca (Cámara et
al., 2004, 2007). Se trata de un sistema que el mundo
aristocrático de la Edad del Bronce emplea en el control de cualquier territorio, sea cual sea la estrategia
económica predominante (Cámara, 2001).
Además, al interior de los poblados, como muestran las excavaciones de Peñalosa, sólo se controlan
determinadas materias primas (galena) (Contreras y
Cámara, 2002) y sólo se restringe enormemente el
acceso a determinados productos en metales preciosos
o de alta consideración social (espadas) (Cámara,
2001), mientras la producción metalúrgica está generalizada, cosa que no sucede en el Sudeste donde
determinadas fases del proceso se concentran en el
asentamiento jerárquico de El Argar (Antas, Almería)
(Schubart y Arteaga, 1986), aunque eso se traduzca
en un acceso diferencial similar, restringido a la élite
central y periférica, a los elementos de prestigio como
se manifiesta en las sepulturas (Lull y Estévez, 1986;
Lull et al., 2004).
La circulación tributaria al interior de las formaciones sociales y de intercambio de objetos de prestigio entre las élites de diferentes formaciones sociales
se traduce en una movilización de objetos diferentes.
Mientras en el segundo caso siempre se recurre a
objetos acabados (en lo que al metal respecta), en el
primero se aprecian diferencias ya que especialmente
en el Calcolítico circulan hacia los centros jerárquicos
materias primas o productos semi-acabados (lingotes)
que serán completados por los artesanos directamente
dependientes del poder central. Durante la Edad del
Bronce a este sistema se añade la circulación tributaria de objetos acabados resultado de una producción
más masiva y en la que los objetos fabricados en los
centros metalúrgicos primarios no se reducen a lingotes y punzones-barritas, ya que a éstos se unen elementos complejos realizados casi completamente en el
molde, como hachas, puntas de lanza, adornos, etc.,
tal y como demuestra el registro de Peñalosa (Moreno,
2000), aunque en determinados casos se debiera recurrir a posteriores fases de martilleado para consolidar
el instrumento y eliminar rebabas.
Los inicios de la minería. La explotación del mineral de cobre
Francisco Contreras / Auxilio Moreno / Juan Antonio Cámara
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