FRANCISCO TARIO:
UNA NARRATIVA DE LA AJENIDAD
Fernando Martínez Ramírez*
RESUMEN
Los cuentos de Francisco Tario suelen calificarse como literatura fantástica. Si nos atenemos a la caracterización que del género hacen Roger Caillois y Tzvetan Todorov, veremos que, en general, la obra cuentística del
autor de Una violeta de más no resulta fantástica y, si ampliamos la revisión a sus novelas, descubrimos una constante en su narrativa: el efecto
de extrañamiento sobre la condición humana, la ajenidad que provocan
en sus narradores las apariencias. Pasamos por las cosas sin notarlas. Lo
importante termina siendo averiguar otro punto de vista, hablar de los
deseos y decepciones del ser humano, pero desde la mirada de los objetos, desde la mirada del otro, cual etnógrafo al que le estalla el mundo y
debiera comprenderlo, un mundo que ha sido suyo pero que de pronto
le resulta extraño. Las cosas, los locos, los artistas, los fantasmas, la casa-personaje refugio del tiempo, todos son heterónimos de una misma
necesidad: la de reconocer la vida, el lado profundo y olvidado de las cosas,
pero también su carácter deceptivo. La maniobra fantástica y memorística
es sólo una forma de delación existencialista, una escapatoria ontológica, una rebelión escéptica, la confesión de que escribir, al final, resulta
una pasión inútil.
ABSTRACT
The stories of Francisco Tario tend to be classified as fantastic literature. If
we consider the definition of this genre made by Roger Caillois and Tzvetan Todorov, we will see that in general, the stories of the author of Una
violeta de más are not fantastic, and if we extend this analysis to his novels, we discover a constant in his narrative: the effect of estrangement on
the human condition, the otherness provoked in his narrators by appearances. We go past things without noticing them. The important things in
* Profesor-investigador del Departamento de Humanidades, Área de Literatura, Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco.
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life end up being discovering another point of view, talking about the desires and deceptions of human beings, but from the perspective of objects, from the other, as an ethnographer whose world has exploded and
he needs to understand it, a world that has been his but which suddenly
seems strange. Things, craziness, artists, ghosts, the house-character refuge of time, are all heteronyms of one same need: that to recognize life,
the deep and forgotten side of things, but also its deceptive character.
The fantastic maneuver and the use of memory are just an existential betrayal, an ontological escapade, a skeptic rebellion, the confession that
writing, in the end, results in a useless passion.
PALABRAS CLAVE
Francisco Tario, lo fantástico, mirada etnográfica, escapatoria ontológica,
pasión inútil.
KEY WORD
Fantastic genre, ethnographic view, ontological escape, useless passion.
L
o fantástico, según Roger Caillois, “manifiesta un escándalo,
una rajadura, una irrupción insólita, casi insoportable en el
mundo real”.1 La coherencia universal se rompe. El prodigio
constituye una agresión prohibida que amenaza la estabilidad del
mundo. Las leyes inmutables, el determinismo del universo cotidiano se quiebran y a través de una fisura minúscula se abre paso
el espanto. Un acontecimiento siniestro provoca la muerte, la desaparición o la condena del héroe.
Desde esta perspectiva, algunos cuentos de Una violeta de
más, de Francisco Tario, pueden ser considerados fantásticos, pero
sólo algunos, aquellos en los cuales el efecto no se desvanece por
tentaciones metafóricas, moralizantes o fugitivas del autor. Pongamos por caso la historia de “El mico”, donde el narrador, desde
el mundo de todos los días, admite con naturalidad las cosas más
extraordinarias, participa de ellas. La transición entre un mundo
1 Roger Caillois, “Del cuento de hadas a la ciencia-ficción. La imagen fantástica”, en Imágenes, imágenes... (Sobre los poderes de la imaginación), p. 10.
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invasor y el nuestro —es decir, el real— no parece escandalosa, incluso resulta tersa. El narrador describe sucesos estrambóticos casi
con familiaridad. De este modo busca normalizar lo inconcebible:
que un pequeño renacuajo o anfibio —como él lo llama— salga
por un grifo y vaya transformando poco a poco su condición acuosa hasta humanizarse. Dos mundos se superponen y se observan.
El efecto fantástico no viene solo, sino acompañado de otro, digamos alegórico, que nos permite mirarnos desde el extrañamiento,
hacer un poco de filosofía. ¿Qué expulsa el grifo, es decir, el cuento sobre el mico? Tal vez sea una forma de metaforizar el quehacer
literario como un alumbramiento, un embarazo más o menos doloroso con un parto probablemente feliz, que corre el riesgo de
alumbrar un engendro, una insignificancia. Tal vez sea una metáfora del aislamiento en que vivimos.
Según el mismo Caillois, lo fantástico se malogra cuando se
acude a determinados subterfugios, como es la coartada de lo sobrenatural explicado, pues convierte todo en una broma. También
decepciona reducirlo a un sueño, a una alucinación o a un delirio.
La posición del narrador debe ser la ambigüedad. Lo fantástico
puede perderse por exceso de prodigios o de parábolas.2 En el
caso de “El mico”, la cesura fantástica conserva su ambigüedad,
aunque no sin dificultad: el efecto se corrompe porque apuesta
por la parábola. Por momentos, parece una mera ocurrencia, un
juego imaginativo donde el espanto no tiene cabida y el universo
cotidiano acepta con espontaneidad la irrupción estrafalaria de seres grotescos.
En el caso de otro cuento, “Un huerto frente al mar”, en una
botella ha llegado la carta de un padre ahogado. Este elemento
irrumpe en el mundo cotidiano y se transforma en símbolo del
naufragio que es la vida. La ambigüedad descansa en la construcción de una atmósfera marina deletérea. Sin embargo, la historia
termina de manera inesperada, sin que el final haya sido suficientemente construido. El efecto fantástico parece lo de menos: el
mundo otro no resulta amenazador, incluso es esperado. La historia, más que fantástica, es alegórica, una metáfora de las formas
de existencia masculina y femenina: la mujer es ctónica, real, ignorante; el hombre es marítimo, viajero, irreal, soñador y poderoso. La existencia de ella es ilusoria, la de él es tránsfuga. Una pará2 Ibid.,
p. 21.
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bola, por tanto, del sueño que significa existir para algo. La
existencia como escape. Pero, ¿admite este tipo de lectura el género fantástico?
Todorov, en su Introducción a la literatura fantástica,3 caracteriza el género arguyendo que en un mundo familiar irrumpe algo
difícil de explicar. O bien se trata de una quimera, producto de la
imaginación, y el mundo sigue siendo el que es, o bien el hecho
sucedió efectivamente y entonces la realidad que creíamos conocer obedece a leyes que desconocemos. Resulta fantástico porque
no podemos decidir lo uno o lo otro, no hay respuesta, nos coloca
en la incertidumbre. Lo fantástico es esta vacilación, la ambigüedad experimentada por el personaje, por el lector o por ambos. La
posibilidad de explicar esta irrupción por leyes naturales o sobrenaturales y vacilar ente ambas constituye el efecto. El misterio, lo
inexplicable, lo inadmisible se introducen en la vida real. Si se acepta lo sobrenatural, estamos ante lo maravilloso; si se le explica, estamos ante lo extraño. En ambos casos se pone fin a lo fantástico.
La incredulidad total o la fe absoluta nos ponen fuera del género.
Su vida es la vacilación.4 El lector debe titubear. La ambigüedad
debe subsistir hasta el final. La lectura, además, no debe ser ni
poética ni alegórica, pues con la imagen y la metáfora sabemos
que se está diciendo otra cosa, la cual pide una interpretación.
Hay una clase de literatura, argumenta Todorov, que es fundamentalmente representativa —en ella entra la ficción—, y otra
que no tiene esta aptitud para evocar, como es el caso de la poesía. Las imágenes poéticas no tienen una misión descriptiva. Leer
poéticamente constituye un obstáculo para lo fantástico, porque
este tipo de lectura rechaza la representación y, por tanto, la ficcionalidad propia del género. Todorov también distingue entre un
sentimiento alegórico y uno literal, o entre un sentido propio y
otro figurado. En una alegoría existen dos sentidos para las palabras, donde uno lleva al otro. El sentido literal tiende a ser irrelevante. De este modo, la alegoría también mata lo fantástico, la
representatividad. El último golpe mortal que puede recibir el género es cuando se busca ejemplificar una idea por medio del relato, idea expresada al principio como tesis o en algún momento
como moraleja.
3 Tzvetan
4 Ibid.,
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Todorov, Introducción a la literatura fantástica, 1987.
p. 28.
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Desde esta perspectiva, nuestra interpretación como alegoría
del cuento “Un huerto frente al mar” lo destierra de lo fantástico.
El género, en verdad, resulta evanescente, cualquier detalle puede
quebrar su caracterización. “Podemos preguntarnos —escribe Todorov— hasta qué punto tiene validez una definición del género
que permitiría que la obra «cambiase de género» ante la aparición
de una simple frase como la siguiente: «En ese momento despertó y vio las paredes de su cuarto…»”5 Sin embargo, se debe tomar
en cuenta la unidad de la obra, incluso su final. La ambigüedad
debe subsistir una vez cerrado el libro.
De este modo, prácticamente todos los cuentos de La noche,
también de Tario, son inclasificables como fantásticos, salvo “La
noche de Margaret Rose” y “La noche de La valse”. Casi todos resultan metáforas, alegorías de la condición humana. Tenemos la
impresión de que lo importante es averiguar otro punto de vista a
partir del narrador. Hablar de los deseos y decepciones del ser humano, pero desde la “mirada” de los objetos, desde la mirada del
otro, cual etnógrafo al que le estalla el mundo en su ajenidad y
debiera comprenderlo, un mundo que ha sido suyo pero que de
pronto le resulta extraño, inocente y necio. La apuesta por estos
narradores otreros es también simbólica. El mundo se nos abre en
sus significaciones dormidas, se anima y nos convierte en espectadores de la condición humana. Nuestros sentimientos ante el amor,
la noche, la música, nos son entregados desde el extrañamiento,
desde su novedad y presencia constante, para decirnos que ahí
están, por más que insistamos en ignorarlos. Aunque a veces esos
sentimientos los reconozcamos un tanto estereotipados, quizá
porque así lo deliberó el autor para hacerlos más estrafalarios. El
punto de vista es sinécdoque donde las cosas se humanizan y hablan, pero toman distancia, se extrañan etnográficamente ante lo
trivial de la existencia y, sobre todo, ante la muerte. La sinécdoque
es también metonimia psicoanalítica: es preferible ubicar el inconsciente imprudente desde las cosas para hablar con mayor
distancia sobre nosotros mismos. Así desfilan ante la mirada: sentimientos, deseos, personalidades, valores morales, estereotipos.
Es también un truco o estrategia de verosimilitud cuya intención
es ver sin prejuicios, con una mirada ajena, esa otra realidad que
adviene gradualmente, más intensa, más hedonista o proclive a las
5 Ibid.,
p. 37.
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sensaciones delicadas, al reconocimiento de las pequeñas cosas,
más independiente o más consciente de que vivir es necesariamente ser libre, percibir el susurro de las hojas, el olor de los frutos, todo aquello que hemos olvidado como seres humanos…
En el caso de Una violeta de más, varias de sus historias acuden a los subterfugios señalados: el del sueño, la demostración de
una tesis o el efecto de moraleja. Por ejemplo, en “Como a finales
de septiembre”, un hombre sueña la relación platónica de su mujer con otro, pero este viaje onírico se ve interrumpido por el sonar
de un despertador. En la historia “El balcón”, en sendas mecedoras, una madre y su hijo observan la calle y el bosque al atardecer;
el niño, con su enorme cabeza soñadora. La madre sabe que, debido a este prodigioso defecto, su hijo siempre estará a su lado y
eso la hace feliz. Es el mundo de afuera y el de ellos, vistos ambos
desde el balcón. Un día el niño huye a tocar campanas. Ella corre
a buscarlo en el bosque y piensa mientras tanto que de la cabeza
de su hijo salen mariposas. Al cabo, vuelve a su casa donde el hijo
la espera. Toda ha sido un sueño… Este escape onírico se transforma en un recurso fácil que desencanta, que destroza el efecto. La
historia había sido bien construida, con su atmósfera incluso maravillosa, y de pronto, los personajes no existen. Este punto de
giro, este desenlace constituye una renuncia estética, un declinar
narrativo, la derrota de la verosimilitud fantástica.
En otra historia, “Asesinato en do sostenido mayor”, un banquero desaparece tras un espejo y su esposa lo deja ahí. No lo
mata: lo suprime al deshacerse de los espejos. El efecto fantástico
ha sido logrado, pero Tario no puede evitar la arenga filosófica, la
tesis, y nos dice que la locura es una forma de ganarle la batalla a
la mediocridad, y lo mediocre es este mundo. Para los que viven
incrédulamente, sin notar lo extraordinario, lo portentoso sólo
puede aceptarse como demencia. ¿Quién nota lo extraordinario?
Sólo la casa y la esposa loca. Al oponer lo mediocre a lo portentoso, Tario no deja de avisarnos que se trata de una historia con la
cual desea aleccionarnos en un concepto, hay un mensaje moral
que no debemos pasar por alto. Una buena ficción ha sido echada
a perder porque el escritor nos considera malos lectores, es decir,
incapaces de advertir cómo ha sido instaurado el portento a través
del espejo. Ha tenido que decirnos “miren”, y con ello convirtió lo
fantástico en un subterfugio. De hecho, la intención del narrador
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se nota desde el principio, con su prédica acerca de lo normal y lo
extraordinario.
Los cuentos de Una violeta de más no deben leerse, por tanto,
obsesivamente, rastreando las características de un género. Hay
que darles sus pausas y darnos una tregua, para que el efecto de
fantasía —que no fantástico— no pierda su encanto. Muchas de
las historias carecen de fuerza, corren el riesgo de perder pronto
su poder de seducción, sobre todo cuando se adivina el efecto,
una vez que desciframos el código o éste comienza a ser repetitivo: la sorpresa es menor, la sugestión se desmorona. La vacilación
todoroviana sólo se sostiene, débilmente, en algunos relatos, sin
embargo, el espanto preconizado por Caillois, nunca llega, lo cual
no significa que no recibamos con indulgencia algunas lecciones.
Así sucede, por ejemplo, con “La vuelta a Francia”, donde un
manicomio se transforma en metáfora del mundo, con sus mudanzas, sus clases sociales y sus simulaciones. Los doctores y enfermeros personifican a políticos: crean ilusiones periódicas con las
que encausan la energía de los alienados, que creen vivir en un
hotel de lujo y asumen con naturalidad su posición en el mundo.
El lenguaje resulta epígono de estas formas de arrobamiento. El
narrador y los personajes se expresan con formas típicas de enunciación mediante las cuales revelan su condición de hablantes específicos, formas discursivas que al colocarse en un contexto impropio producen el efecto vesánico que le permite al lector
transformarse en observador, concurrente a una fiesta de locos
que no saben que lo son, sorprendido ante la naturalidad con que
el humano construye sus quimeras, los artificios que nos permiten
vivir, las formas de enajenación que sancionan nuestra estancia en
el mejor de los mundos posibles. Los niños son la culminación extática de esta mirada: observadores ingenuos, excluidos de un
mundo necio y soporífero, con sus repeticiones y rituales, donde
creemos que nuestros actos son realmente importantes, cuando
en verdad resultan las expresión misma del ridículo. De pronto el
universo nos estalla, se ha vuelto risible, hipnótico, descobija nuestra estulticia y cansancio, lo inútil que parece el esfuerzo por ser
notado, por salir de la ignominia. Hemos abandonado la actitud
condescendiente y miramos las cosas “tal y como son”, según palabras usadas por el propio narrador. “Este mundo fútil, sin la me-
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nor trascendencia […] esta abominable borrachera”6 que es la
vida. He aquí la tesis y, al parecer, la enseñanza. Pero ya lo sabíamos, habría sido preferible que no nos aleccionaran con este subterfugio que, después de todo, ha resultado moralizante y ha desvanecido el efecto fantástico.
Si así son las cosas, preferimos la poética de La noche, más
deliberada, presidida por la histeria, una de las caras que asume la
angustia existencial. Sin arengas, apostando abiertamente, no por
lo fantástico, sino por la metáfora. A través del punto de vista del
otro-cosa se escenifican las costumbres de la gente extraña, como
el poeta, y se indaga en el significado de la vida ante la muerte inminente, en medio de esa pasión inútil que significa ser escritor.
“Cuán sensacional e insospechada es, a pesar de todo, la vida”,
se lee en “La noche de Margaret Rose”.
Considero que Tario, en una suerte de optimismo no confeso
o de esperanza negada, escribe sobre éste “a pesar de todo”,
aunque lo hace sutilmente, con desconfianza por si no vale la
pena. El amor, los días cálidos, la salud física, y lo que llega después: la inanición, las tinieblas, el temor al hastío. La vida es una
terrible contradicción, con sus fastos y declinaciones inexorables.
El punto de vista de los que cuentan es también un intento de
acercarse a la vida y sus misterios, entre los cuales la noche-muerte es el más exasperante. Desde lo cotidiano, la narración va invirtiendo el estatuto de realidad, y el sueño, la noche, se vuelven
paulatinamente más reales, tal vez para recordarnos que existimos
sin darnos cuenta, que pasamos por las cosas sin notarlas. El narrador parte del mundo de los humanos, pero hablado por otros,
nos ubica primero en el lugar común, que poco a poco se va perturbando, dislocando, y los que leemos descubrimos esa vitrina
donde resultamos muñecos de trapo, presos de tantas formas
pueriles de vivir sin que lo advirtamos… Coexistimos, solitarios, en
la ignominia. La noche es incoherencia, genio raro.
La noche-sinécdoque es propicia para el existencialismo, y
vuelve necesaria, hasta natural, la descripción literaria, el hilo narrativo, no un truco de artificio sino una sensación novedosa porque
la narra “el otro”, “lo que no somos”, de este modo se despierta
nuestro interés antropológico: queremos saber qué dicen de noso6 Francisco Tario, Una violeta de más, en Francisco Tario, Cuentos completos,
t. II, p. 179.
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tros y cómo, únicamente para descubrir que nos están espetando
nuestros olvidos y rutinas, devolviéndole su novedad y engaño a lo
cotidiano. La sinécdoque también es desdoblamiento, heteronimia, el otro que somos, un lado oscuro, nocturno y mortífero,
nuestro lado en ruinas o hipócrita, esa presunta diferencia que tanto defendemos y que en el fondo constituye nuestra conformidad
y nuestra derrota. Y al final la tristeza, la frustración, el nihilismo.
Salvo las cosas, los únicos que tienen voz son los locos, los artistas y los fantasmas, que deben ser considerados heterónimos,
es decir, representaciones de una condición a veces delicada, otras
absurda. La vida del artista-amante es un sueño que termina en el
suicidio o en la necesidad de la muerte. Los fantasmas son más
reales porque aman y reconocen su lascivia y lubricidad. Los locos
enmudecen en sus incoherencias. Todos heterónimos de una misma necesidad: la de reconocer la vida, el lado profundo y olvidado
de las cosas, pero también su carácter deceptivo. Son cuentos
donde la ilusión está contenida, oculta tras un escepticismo inquebrantable, necesario para la escritura.
Al final, parece que se busca la redención a esta existencia
tonta, y por eso habla el indio, y luego el Hombre, con mayúscula,
que se pasa la vida en afanes infructuosas y olvida la alegría. La
muerte llega, o mejor, se encuentra. Y ahora sí, habla el escritor,
trasunto de todas las historias, habla en primera persona, y le habla a la muerte, sin artilugios, porque ha sido encontrada al fin, y
es lo único auténticamente deseable, por desconocido… Nos
queda un sentimiento ambiguo donde no triunfa ni la frustración
ni la esperanza. La maniobra fantástica ha resultado una forma de
delación existencialista y una escapatoria ontológica. Por lo menos nuestro autor, en este primer libro, supo cómo perpetrar sus
huidas…
En cambio en Una violeta de más, aunque persiste esta preocupación filosófica presente en La noche, Tario disipa el efecto alegórico —y por tanto la lectura poética— porque moraliza o explica sus historias, y renuncia así al efecto fantástico, que debió
lograrse con la representación, es decir, desde la ficcionalidad,
desde la construcción narrativa.
La literatura fantástica es un “espanto voluptuoso”, dice Caillois,7 es decir, lo fundamental en ella es el estremecimiento esté7 R.
Caillois, op. cit., p 19.
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tico, porque el verdadero espanto —creemos— no puede ser voluptuoso. El terror de los mundos pascaliano, el miedo a la muerte,
la náusea existencial, provocan una vacío moral, un desamparo
religioso, una indigencia de angustia, pero nunca placer, al menos
no desde el punto de vista antropológico o psicológico. Si se trata
de voluptuosidad quiere decir que en el fondo no estamos en peligro. Vivimos, sí, en un mundo sin milagro, excesivamente racional, en el que el arte procura cierta compensación, una escapatoria, pero lo fantástico sigue siendo sólo un artilugio. Nuestras
certezas vacilan, buscamos el espanto voluptuoso, y la instancia
decisiva para lograrlo es la invasión estrambótica de una aparición
que altera la mecánica de lo real.
Aceptemos, pues, que lo fantástico es la irrupción de lo sobrenatural en lo banal, no obstante su criterio más sensible no puede
ser el espanto, como lo preconiza Caillois. Se trata más bien de
una rebelión escéptica contra el racionalismo rampante o una escapatoria hedonista. Araña nuestras certezas y nos proporciona
un disfrute, sin embargo, nos permite continuar con nuestras seguridades físicas, en el confort voluptuoso de un espanto deliberado. Nos permitimos negar el espacio y el tiempo homogéneos
mientras tal escepticismo sólo resulte una forma de placer.
Esto nos sucede precisamente con otro libro de Francisco Tario, Tapioca Inn. Mansión para fantasmas,8 publicado entre La noche y Una violeta de más. Comienza con el cuento “La polca de
los curitas” donde todo un pueblo sufre “síndrome de esquizofrenia activa”, que consiste en escuchar obsesivamente una polka. La
gente que lo padece desaparece al cabo de diez días de enfermedad. Los desaparecidos comienzan a mandar cartas desde el Tibet.
El director de la banda del pueblo quiere enfermarse y no puede,
por lo que emprende su propio viaje al Tibet... La historia, como la
novela Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, lleva hasta sus
últimas consecuencias la idea de una epidemia extraña y súbita.
Se trata de una viaje donde la fantasía no tiene ataduras, simplemente se plantea la hipótesis de “cómo sería el mundo si” y la lleva hasta sus últimas consecuencias. Una imagen apremiante desarrolla sus potencialidades implícitas.9 “Cuando un hombre
8 F.
Tario, Cuentos completos, t. I y II, 2008 y 2012.
la poética narrativa de Ítalo Calvino (Seis propuestas para el próximo
milenio), toda imagen apremiante tiene una historia implícita que sólo hay que de9 Según
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rutinario y goloso repara un buen día en que la fantasía y algo más
existen, se revela de improviso como un envidiable orate o un poeta de lo más elevado”.10 No se sabe si lo narrado es real o tan sólo
un viaje memorístico, que consistiría en el deseo del director de
recuperar el gesto que una muchacha hiciera al pasar frente al
kiosco del pueblo. La ambigüedad, la incapacidad de decidir entre
el viaje real y la memoria resulta atractiva: dispara la imaginación
y sugiere diversas interpretaciones, sin arengas ni advertencias sobre la mejor lectura posible.
En “Usted tiene la palabra” un ministro muere estúpidamente al tropezarse en su bañera. Era un hombre honesto y muy querido que dejaba una viuda y tres hijos: dos mujeres y un hombre.
De pronto, durante su funeral, se levanta de su féretro, aunque ya
no es el mismo, tiene otro carácter. El resucitado ahora es terco,
insoportable. El funeral se convierte en una fiesta de rumores, lleno de siluetas negras. Se advierte una atmósfera sacrílega. Todos
beben en medio de un escándalo tremendista. Entonces, le exigen
al ministro que renuncie a su ministerio y la esposa le pide el divorcio. Ahora lo llaman Lázaro. El lector debe decidir si el ministro
está muerto o no. Como no es decidible sólo nos queda filosofar
sobre las fronteras inefables entre la vida y la muerte. Hay un
narrador, a pesar de lo cual el relato se construye polifónicamente:
mediante rumores nos acercamos a la comprensión de la muerte,
a lo risible de nuestra condición, a la vanidad humana, enigmática,
impalpable. Se trata de un cuento de terror que se acerca a lo fantástico o de un cuento fantástico que se acerca al espanto, y lograría cualquiera de las dos cosas si no fuera por esa inflexión irónica
con que se narra. Al final no sabemos qué es más real, si los vivos
o los muertos.
Las historias avanzan sin prédicas, nos invitan a descubrir fantasmas sin que desde la voz narrativa, o mediante una explicación
no pedida, nos sugieran alguna interpretación. La ambigüedad se
construye y se refuerza no sólo a través de la anécdota, también
por medio de la forma, con estructuras circulares que no nos permiten salir de ellas con una sola interpretación. Sin embargo,
“Música de cabaret” es un conjunto de micro-historias que no tiesarrollar imaginativamente. Véanse, por ejemplo, El barón rampante y El vizconde
demediado.
10 F. Tario, op. cit., t. I, p. 247.
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nen relación con el título del libro, salvo la aparición incidental de
la palabra “Tapioca” y una mención autorreferencial del propio
Tario. Por estos microrrelatos la unidad del libro se ve amenazada
pues su extensión no es proporcional al resto de los cuentos. Se
pierde el aliento narrativo y el tono fantástico alcanzando, aunque
se recuperan rápidamente con las siguientes historias, “El terrón
de azúcar”, “T.S.H.”, “El mar, la luna, los banqueros”. En esta última un barco se va convirtiendo ante nuestra mirada en la nave
de los locos, en un barco-manicomio que semeja una Babel donde
todos hablan pero nadie se entiende. Al final parece que es un
loco el que observa desde su ataúd o desde su camisa de fuerza el
mundo de los vivos y estamos efectivamente en un manicomio o
en un cementerio.
Tapioca Inn resulta un libro consistente, unitario, donde se logra la ambigüedad preconizada para el género. Por momentos
Francisco Tario renuncia a la imaginación fantástica en favor de la
verosimilitud, pero eso le confiere solidez literaria, a diferencia de
La noche, donde predomina la fantasía y por momentos se nos
cae la lógica, y a diferencia de Una violeta de más, donde el autor
busca conjugar ambas virtudes —fantasía y verosimilitud— pero
permite que se cuele cierta moralización o deja que el narrador interfiera en nuestra lectura al ofrecernos una explicación no solicitada. En todos estos libros advertimos una poética de la imaginación, de lo fantástico, una renuncia a lo real para ver lo real desde
otra dimensión, con otra mirada.
La veta etnográfica y existencial —no realista—,11 la más
atractiva de Tario, también se nos perfila en la novela Jardín secreto12. Si en los cuentos de La noche eran los objetos los que nos
11 No incluyo en este ensayo ninguna reflexión acerca de la novela Aquí abajo (México, Conaculta, 2011. Colección Singulares. Primera edición: 1943), a la
que se ha asociado de manera insistente a la filosofía existencial, muy de moda en
esos tiempos, y donde, en efecto, se percibe cierto fatalismo de la voluntad y descubrimos tópicos como el absurdo, la soledad, la esquizofrenia, la muerte. Sin embargo, desde nuestra perspectiva, esta obra no se logra literariamente debido a la
intención realista, donde vemos a un Tario fuera de su elemento fantástico o de
extrañamiento antropológico. Nos dice cómo juzgar la vida: que no sirve para
nada. En cambio, en sus cuentos fantásticos o de ajenamiento al menos podemos
elegir una interpretación. No es lo mismo sólo mostrar, sin arengas filosóficas,
como lo hace Albert Camus en El extranjero, que encaminar el juicio moral. Es, por
tanto, una novela autoritaria, pues impone desde el narrador una manera de juzgar, que después de todo resulta estereotipada y con atisbos melodramáticos.
12 F. Tario, Jardín secreto, 1993.
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ayudaban a mirar desde la ajenidad que ocasionalmente nos causa la vida cotidiana, y la mirada radical era principalmente sobre la
ciudad y sus farándulas, ahora es la memoria y sus prodigios la que
proclama la necesidad de saberse vivo y existente. El escenario-personaje es la casa, morada del recuerdo, axis mundi donde
se trazan muchas aventuras arquetípicas.
Pienso, con Gaston Bachelard, que el tiempo es una realidad
afianzada en el instante y el instante es soledad desnuda en su valor metafísico.13 La duración, en cambio, es una ilusión que nace
de convivir a diario con un cuerpo que no puede huir a ninguna
parte, es un ente orgánico con el que transitamos por las cosas,
casi siempre de manera inadvertida. El instante es una novedad
hostil, desconocida, que nos arranca de la plácida continuidad
ignorada en la que vivimos y nos marca con su dramatismo. Representa un momento fundacional en la conciencia de nosotros
mismos, lo que perdura en la memoria –a veces sin saber por qué–
en medio de todo lo vivido e ignorado.
¿Qué somos cuando somos tiempo? ¿Qué es la memoria?
¿Qué clase de obstinación o derrota es el recuerdo? Éstas parecen
ser las búsquedas, las inquietudes metafísicas que rigen la novela
Jardín secreto, publicada de manera póstuma y al parecer guardada durante años en un secreter o mueble antiguo, al que imagino
lleno de rincones, como el que aflige al lobo estepario, Harry Heller,
o como ese otro descubierto azarosamente por Victor Eremita —
pseudónimo de Kierkegaard— y en el cual la fortuna lo llevara a
descubrir, oculto en un cajón disimulado, los papeles de dos hombres radicalmente diferentes: un esteta, aficionado a los placeres
sensibles, y un juez, representante de la vida ética. Bajo este misterio o mueca del tiempo sobrevivieron las memorias de Mario
—metatesis de Tario—, personaje que ha decidido recuperar con
prolijidad todos esos instantes fundacionales que han querido
sobrevivir de su pasado en la finca La Encina y que narra desde un
presente inasible, que sólo tiene importancia porque desde él configura un relato agónico y, conforme avanza, cada vez más teatralizado, sometido a las apostillas sicológicas del narrador en detrimento
de la epicidad o fluir de la anécdota.
Porque en la primera parte la historia posee una epicidad simple, con cierto aire romántico, aunque su complexión sicológica y
13 Gaston
Bachelard, La intuición del instante, 2000.
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manejo de los espacios y del tiempo son más que eso. La epicidad
se impone por su sencillez, por su monotonía dramática, por lo
parecido que resulta a nuestras propias vidas anti heroicas. Sin embargo, en la segunda parte el epos característico se va diluyendo
y da paso a la creación de atmósferas oníricas donde el narrador
se regodea en su agonismo, al que solivianta, acaricia, busca a
toda costa. Los acontecimientos pierden su asidero de realidad,
como si el devenir debiera ser cancelado —como cancelada fue la
infancia— y ahora se tratara de confesar una transformación interior, hurgando en las esquinas de una psique adulta atada a la nostalgia y a la culpa, y a la necesitada de perdón…
Se sabe que el tiempo cura mediante el olvido o la indulgencia, y somete mediante la culpa y el remordimiento. El narrador, en
la primera parte de una novela dividida en dos, es un sujeto que
no necesita nada de esto porque es nostálgico, y en la nostalgia no
hay ni cura ni sometimiento, sólo recuperación del ser, constatación triste de lo definitivo del fluir del tiempo. Sin embargo, en la
segunda parte, el relato transita de la nostalgia a una soledad narcisista, que rechaza a la mujer —madre, esposa, tía, casa— y al
hijo.
El narrador en todo momento es dueño de una memoria prodigiosa, tan detallista que sólo puede ser ficcional, porque en la
vida, más allá de los instantes fecundos que sobreviven en el recuerdo como revelaciones o peripecias, el devenir se extravía siempre en una imprecisa melancolía. Memoria creativa que desea recobrar un tiempo perdido y termina por inventarlo gracias al poder
evocador de las palabras, a su capacidad de representación e intriga. Porque el memorialista sabe atraparnos gracias al poder peripatético de los secretos, insinuados aquí y allá para que, bajo la
égida de la espera, continuemos interesados.
El tiempo novelado está presidido por los ritmos circadianos
del día y la noche, de las estaciones, del fluir de las mareas o del
sol, del respirar de los días, en una alternancia que significa prestar
atención a las particularidades de la naturaleza y al modo como
influyen sinestésicamente en el ánimo del narrador. La rítmica renovación y decrepitud del mundo encuentran sus emblemas principales en el jardín y el encino, cuyo esplendor y caída periódicas
están en consonancia con el carácter agónico del personaje principal, siempre movido entre la alegría suprema y la decepción exis-
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tencial. El tiempo es la nostalgia de aquello que no vuelve: la infancia.
En La poética del espacio, Gaston Bachelard sostiene que
nuestros recuerdos poseen una sustancia espacial, están alojados,
el alma es una habitación, “al acordarnos de las «casas», de los
«cuartos», aprendemos a «morar» en nosotros mismos”.14 El
tiempo es espacio. ¿Cómo se incuban las emociones y los secretos
al interior de una casa, sobre todo cuando está llena de lugares
habitables y arcanos? En esta novela, la casa es un ser vivo que se
acopla a las intemperancias y los ánimos de sus habitantes. Los
personajes se asen a los objetos y a los lugares —el mar, las escolleras, el jardín, el parque, la cochera, el árbol, el piano, un cuadro—,
porque fijan al espacio-tiempo y representan anclajes ontológicos. Así, tenemos la certeza de que nuestra intimidad, fraguada en
la vida cotidiana, en la cercanía de las cosas, es recuperable y que la
existencia posee, después de todo, cierta estabilidad. Tenemos
conciencia de nuestro fluir y de nuestras transformaciones, porque
ahí están los lugares con sus objetos para recordarnos que hemos
sido. Algo de nosotros permanece gracias a estos habitáculos del
ser. El viaje antropogónico mediante el cual vencemos los apremios que nos lanzan a la aventura cuenta con la certeza del regreso:
siempre podremos convocar el pasado buscando los lugares donde
una vez estuvimos y los objetos en los cuales hemos sobrevivido.
Los espacios configuran emociones y le dan profundidad a la
psique. En ellos se gestan aventuras y nos transforman cuando los
evocamos y cuando los olvidamos. Escribe Mario el memorialista,
refiriéndose al desván: “aquel mundo insospechado, enteramente
ignorado por mí, y que sin embargo, existía dentro de mi propia
casa […] aquel universo hostil, en el cual me sentí confuso y como
en inminente riesgo”.15 El desván termina siendo para la historia
el espacio más enigmático y revelador, el lugar donde se esconden
los misterios de la casa y de la familia, el enigma de una culpa que
tiene que ver con el incesto y con la locura, y del cual no es posible
escaparse, salvo huyendo, renunciando a La Encina.
La casa es, pues, el centro, axis mundi con todo y árbol genésico, el lugar que abandonamos para emprender la aventura, y a
fuerza de lejanías, nos interpela y obliga a regresar. La finca La
14 G.
15 F.
Bachelard, Poética del espacio, 1983, p. 29.
Tario, Jardín secreto, p. 48.
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Encina es el espacio metafórico de una infancia que se aleja, de
una vida que se escapa, de la desolación paulatina que nos alcanza con la vida adulta y obliga a huir, aunque estemos condenados
a llevarnos con nosotros aquello que abandonamos…
Éste es el Tario que termina por fascinar, pues nos ayuda a
mirarnos en nuestras obsesiones y debilidades, como sujetos que
ocasionalmente se sienten extraños a sí mismos, y el autor de los
cuentos de La noche, Tapioca Inn, Una violeta de más y de la novela Jardín secreto, los ha ayudado con una narrativa de la ajenidad, que después de todo es una forma de conciencia más lúcida
o despierta, como la proclamada como ensoñación poética por
Gaston Bachelard.
BIBLIOGRAFÍA
Bachelard, Gaston. La intuición del instante. México, FCE, 2000.
_____. Poética del espacio. México, FCE, 1983.
Caillois, Roger. “Del cuento de hadas a la ciencia-ficción. La imagen fantástica”, en Imágenes, imágenes... (Sobre los poderes
de la imaginación). Barcelona, Edhasa, 1970.
Calvino, Ítalo. Seis propuestas para el próximo milenio. Madrid,
Siruela, 2007.
Tario, Francisco. Aquí abajo. México, Conaculta, 2011. (Col. Singulares)
_____. Cuentos completos, t. I. México, Lectorum, 2012.
_____. Cuentos completos, t. II. México, Lectorum, 2008.
_____. Jardín secreto. México, Joaquín Mortiz, 1993.
Todorov, Tzvetan. Introducción a la literatura fantástica. México,
Premia Editora, 1987.
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