Ignacio Arellano, Víctor García Ruiz y
Carmen Saralegui (eds.)
Ars bene docendi.
Homenaje al Profesor Kurt Spang
SEPARATA
Pamplona, EUNSA, 2009 — ISBN 978843132652 — págs. 567-574
¿NOVELA BIZANTINA O NOVELA HELENIZANTE?
A PROPÓSITO DE UN TÉRMINO CONSAGRADO∗
José B. Torres
Universidad de Navarra
0. El que firma este trabajo, aun sin haber sido alumno del profesor Kurt
Spang, conoce bien su interés por la precisión en términos y conceptos.
Entendemos que el contenido de estas páginas puede adecuarse bien a esta pasión
del homenajeado. En ellas deseamos exponer los motivos por los que entendemos
que la bibliografía suele hacer un uso inexacto de la expresión «novela
bizantina».
1. Partamos de lo que dice una obra de referencia como el Diccionario de
términos literarios de Estébanez Calderón al inicio de la voz correspondiente1:
BIZANTINA (NOVELA). Expresión con la que se designa un tipo de relato surgido
en la literatura griega (Teágenes y Cariclea, de Heliodoro; Aventuras de Leucipa y
Clitofonte, de Aquiles Tacio; Aventuras de Quéreas y Calírroe, de Caritón de
Afrodisia; Dafnis y Cloe, de Longo, etc.) y cuya estructura y argumento responden
a un esquema común: dos jóvenes amantes, que desean casarse, encuentran graves
obstáculos que se lo impiden (…) hasta que, finalmente, consiguen la realización
de sus anhelos.
Ciertamente en el ámbito de la Filología Hispánica es habitual referirse a
textos como los enumerados en la cita de Estébanez Calderón llamándolos
«novelas bizantinas»2. Ahora bien, lo curioso es que, si acudimos a un manual de
literatura griega buscando la sección dedicada a la «novela bizantina», nuestra
búsqueda resultará infructuosa. Al menos no encontraremos ninguna referencia a
ese subgénero en textos al uso como, por ejemplo, la obra clásica de A. Lesky o
∗
1
2
Debo agradecer a los doctores Luis R. Galván y M.ª Ángeles Lluch la atención
con que leyeron y discutieron versiones previas de este escrito.
Comp. Estébanez Calderón, 1996, p. 102.
Comp. p. ej. González Rovira, 1996, p. 16, donde los términos «novela bizantina»
y «novela clásica» se emplean como sinónimos.
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las coordinadas por Easterling-Knox y López Férez3. Los escritos conservados de
Caritón, Jenofonte de Éfeso, Longo, Aquiles Tacio o Heliodoro reciben, por
supuesto, tratamiento en esos manuales en tanto que novelas griegas, no
bizantinas. La cronología de estos textos oscila, según la hipótesis más probable,
entre el siglo I y el III d. C.; sólo en el caso de las Etiópicas o Teágenes y
Cariclea de Heliodoro parece que se puede defender (aunque sin argumentos
concluyentes) que la novela no fue compuesta en el siglo III, como piensa un
buen número de filólogos, sino en el IV4. Por tanto, salvo por lo que pueda
afectar hipotéticamente al caso de Heliodoro, no parece posible que las novelas
griegas de la Antigüedad tengan algo en común con el mundo de Bizancio, la
nueva Roma que surge y se desarrolla en el Oriente del antiguo Imperio a lo
largo del siglo IV5. Entonces, ¿por qué se emplea la locución «novela bizantina»
dentro del Hispanismo?6 Y, si éste es un término inadecuado, ¿es igualmente
impropio su uso en referencia a la obra de Heliodoro y en su aplicación al
Persiles y Sigismunda de Cervantes?
2. Atendamos a la primera de estas cuestiones. Para aclarar la paradoja de que
llamemos «novelas bizantinas» a textos escritos con anterioridad al período
bizantino hemos de considerar las circunstancias en que surgió el término. Ante
todo se ha de indicar que su uso no procede de la Antigüedad. Sucede que el
mundo bizantino, cuando hablaba de sí mismo, no se aplicaba nunca el gentilicio
derivado del topónimo Bizancio (Βυζάντιον). Los habitantes de aquel Imperio
tenían muy clara conciencia de no ser otra cosa que la βασιλεία τῶν Ῥωμαίων,
la continuación natural de Roma7. De hecho, «bizantino» es un neologismo
acuñado por el humanista Hieronymus Wolf (1516–1580), compilador del
Corpus Historiae Byzantinae (1557)8.
La introducción del término «novela bizantina» en España se debe a
Marcelino Menéndez y Pelayo 9. En sus Orígenes de la novela decía este autor:
«La novela extensa de amor y de aventuras es un producto de la extrema
3
4
5
6
7
8
9
Comp. Easterling-Knox, 1990; Lesky, 1976; López Férez, 1988.
Sobre la cronología de Heliodoro, comp. el resumen de Crespo, 1979. Por otra
parte, el cuadro cronológico que propone Ruiz Montero (2007, pp. 233-234)
evidencia que el siglo de oro de la novela griega fue el II d. C.
Comp. Kambylis, 1997, p. 320.
Los hispanistas que se expresan en otras lenguas han tendido a traducir el giro a
sus propios idiomas. Así, p. ej., los estudiosos alemanes hablan de «byzantinischer
Roman»; comp. Müller-Bochat, 1995.
Ello explica la paradoja de que el término empleado en griego moderno para
designar la «helenidad» sea Ρωμιοσύνη («romanidad»).
Comp. Kambylis, 1997, p. 319.
Así lo indica, p. ej., García Gual, 1972, p. 319.
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decadencia de la literatura griega y se cultivó principalmente en la época
bizantina»10. El texto de Menéndez y Pelayo aclara en qué obras está pensando
cuando menciona seguidamente el Teágenes y Cariclea así como las otras cuatro
novelas griegas de la Antigüedad que conservamos intactas; a su número añade el
Hismine e Hisminias de Eustacio Macrembolites, texto del siglo XII que sí
podemos calificar con propiedad, aunque sólo sea por razones puramente
cronológicas, como novela bizantina. Se ha de observar que, cuando el sabio
santanderino considera a Heliodoro autor de época bizantina, no hace sino
mostrarse deudor de la filología clásica alemana del siglo XIX, la cual entendió
que las novelas griegas habían sido escritas bajo el influjo de la Segunda Sofística
entre los dos extremos representados por los siglos II (Jámblico)11 y VI (Caritón);
Aquiles Tacio, por su parte, pasaba entonces por ser un autor del siglo V12.
3. El problema radica en que la teoría desarrollada hace más de cien años por
sabios como Erwin Rohde (1845–1898) fue desmentida hace un siglo por los
descubrimientos papirológicos que han obligado a retrotraer hasta épocas más
tempranas las fechas de redacción de las novelas griegas conservadas.
Primeramente quedó claro que Caritón no podía haber escrito en el siglo VI al
atestiguarse fragmentos de su obra en papiros del II que se publicaron muy a
principios del siglo XX13. Con posterioridad se han descubierto papiros con
textos de Caritón y de otros novelistas que han obligado a modificar la
cronología usual en el siglo XIX. A partir de la evidencia papirácea y lingüística,
en función de las relaciones intertextuales que se observan entre unas obras y
otras, estamos ahora en condiciones de proponer para las novelas griegas
transmitidas por los códices una cronología como la siguiente:
− Caritón de Afrodisias, Quéreas y Calírroe (finales s. I / principios s.
II).
− Jenofonte de Éfeso, Antea y Habrócomes (Efesíacas) (mediados s. II).
− Longo, Dafnis y Cloe (segunda mitad s. II).
− Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte (segunda mitad s. II).
− Heliodoro, Teágenes y Cariclea (Etiópicas) (¿segunda mitad s. III /
segunda mitad s. IV?)14.
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13
14
Comp. Menéndez y Pelayo, 1943, p. 15.
De la obra de Jámblico (Babiloníacas) sólo conservamos fragmentos. Comp. Ruiz
Montero, 2007, 129-133.
E. Rohde (1876) fue quien defendió de manera más destacada la cronología tardía
de la novela griega antigua. El status quaestionis decimonónico se halla resumido
en Lesky, 1976, pp. 889-890.
El Papyrus Fayûmensis I (s. II d. C.) se editó en 1900.
Comp. Ruiz Montero, 2007, pp. 77, 91, 103, 117, 133-134.
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Por tanto, la novela griega es un producto propio de la época imperial. Otra
cuestión es que el género hunda sus raíces en el período helenístico (finales del s.
IV–s. I a. C.). Pero de esta primera fase de la novela escrita en Grecia no
conservamos con seguridad sino los fragmentos anónimos de Nino y Semíramis
(s. I a. C.)15; obviamente, la calificación de novela helenística se podría aplicar
también con propiedad a Quéreas y Calírroe si en algún momento se probase que
el texto fue escrito a mediados del siglo I a. C. según piensan algunos críticos16.
Cuestión distinta es también que, en el otro extremo de la secuencia cronológica,
las novelas griegas imperiales hayan servido como modelo para la composición
de las novelas escritas durante la Edad Media en el Imperio de Oriente, según ha
sucedido por ejemplo en el caso de Hismine e Hisminias de Eustacio
Macrembolites, claramente influida por la Leucipa y Clitofonte de Aquiles
Tacio17.
4. De todo ello deducimos que resulta impropio aplicar el término «novela
bizantina» a las novelas griegas del tipo y cronología de las cinco enumeradas
antes. Vale la pena añadir que es igualmente desacertado llamarlas, según hace a
veces la crítica18, «novelas clásicas» (¿novelas compuestas en el período clásico
de Grecia, siglos V–IV a. C.?) o «helenísticas» (comp. lo dicho en el párrafo
previo). La mejor denominación que podemos escoger para referirnos a estos
textos es «novelas griegas de época imperial», o simplemente «novelas
imperiales». A una de estas obras, la compuesta por Heliodoro, alude
explícitamente Cervantes en el prólogo de sus Novelas ejemplares, al objeto de
presentar su propia «novela bizantina», el Persiles, como émulo de Teágenes y
Cariclea: «Tras ellas [las Novelas ejemplares], si la vida no me deja, te ofrezco
los Trabajos de Persiles, libro que se atreve a competir con Heliodoro»19. La
cuestión ha de consistir ahora en aclarar si, desde el punto de vista terminológico,
es igualmente impropio calificar como «novelas bizantinas» a la Historia de los
amores de Clareo y Florisea, de Núñez de Reinoso (1552), o a los Trabajos de
Persiles y Sigismunda de Cervantes (1617)20.
15
16
17
18
19
20
Comp. Ruiz Montero, 2007, pp. 61-68.
Comp. Papanikolau, 1973, pp. 160-163.
Comp. Morales, 2004, p. 6, n. 34.
Comp. González Rovira, 1996, p. 16; Lozano-Renieblas, 2002, pp. 111-112.
Comp. Cervantes, Novelas ejemplares, vol. 1, pp. 52-53.
Una nómina mínima de la llamada «novela bizantina» debería incluir, junto a estas
dos obras, la Selva de aventuras (Contreras, 1565), El peregrino en su patria
(Lope de Vega, 1604), Historia de Apolonio y Aminta (Quintana, 1627), Historia
de Semprilis y Genorodano (Enríquez de Zúñiga, 1629) y Eustorgio y Clorilene
(Suárez de Mendoza, 1629). Para una visión de conjunto del género, comp.
Teijeiro Fuentes, 1988, y González Rovira, 1996.
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5. Hemos establecido la impropiedad de aplicar el término discutido a los
modelos griegos de la novela moderna. La defensa de su propiedad en el caso de
las obras mencionadas al final del párrafo previo, ¿se basa en argumentos
objetivos o tan sólo en el uso y la práctica común? Nótese que críticos como L.
Pfandl, J. B. Avalle-Arce o F. López Estrada ya han reconocido en el pasado el
carácter discutible de la expresión «novela bizantina» en su aplicación a todas
estas novelas de los siglos XVI y XVII21. No obstante, la crítica ha tendido a
preservar el giro en tanto que término acuñado. Ahora bien, la cuestión no es sólo
que el término sea conceptualmente impropio. A lo dicho por quienes nos han
precedido desearíamos añadir una precisión adicional: «novela bizantina» es
además un término equívoco por cuanto implica en sentido propio que novelas de
época moderna tienen como modelo las auténticas novelas bizantinas, las
compuestas en Bizancio durante la Edad Media.
6. Tras el ocaso que experimentó al final de la Antigüedad, el género de la
novela resurgió con fuerza en Constantinopla durante el siglo XII bajo el influjo
de la novela de la Antigüedad, con independencia de modelos occidentales como
el representado por Chrétien de Troyes 22. De esa época conservamos cuatro
textos de los que el único en prosa es la obra ya citada de Eustacio
Macrembolites, Hismine e Hisminias. Junto a ésta se han de mencionar otras tres
novelas escritas en dodecasílabos: Teodoro Pródromo, escritor del siglo XII,
compuso Rodante y Dosicles; Nicetas Eugeniano (siglos XII–XIII) es autor de
Drosila y Caricles; por último, de Constantino Manases (s. XII) conservamos los
fragmentos de su Aristandro y Calítea. A un período posterior (siglos XIII–XIV)
pertenece una serie de novelas anónimas (Beltandro y Crisanza, Calímaco y
Crisórroe, Lívistro y Rodamna) con características diferenciadas por cuanto en
ellas se hace ya patente el influjo de la novela caballeresca francesa, influjo que
desplaza el de la novela griega antigua; importa destacar que, con respecto a las
novelas del grupo anterior, éstas se singularizan además por estar escritas en
lengua demótica (popular), rasgo lingüístico en función del cual estos textos ya
han de ser considerados exponentes de la llamada literatura neohelénica23.
Para lo que aquí nos interesa, lo importante es hacer observar que ni las
novelas bizantinas del primer grupo ni las del segundo han ejercido influencia en
21
22
23
Pfandl prefiere hablar de «novela amorosa de aventuras», Avalle-Arce de «libros
de aventuras» y López Estrada de «libros de aventuras peregrinas» (comp.
Baquero, 1990, pp. 19-21). Comp. además Lozano-Renieblas, 2002, p. 111. Se
declara, en cambio, a favor del término «novela bizantina» González Rovira,
1996, p. 7.
Sobre la novela medieval griega, comp. Beaton, 1996.
Comp. Politis, 1994, pp. 19-21, 42-46.
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JOSÉ B. TORRES
la novela española de ninguna época24. Al menos no en la novela anterior al siglo
XXI, aunque sea simplemente por el hecho de que los exponentes bizantinos del
género no han sido conocidos en nuestro país hasta fecha reciente. Por ejemplo,
el Rodante y Dosicles de Teodoro Pródromo se tradujo por primera vez al
español en 199625. En relación con las novelas en lengua demótica cabe recordar
que García Gual tradujo por primera vez Calímaco y Crisórroe en 1982, que
Moreno Jurado hizo lo propio con Lívistro y Rodamna en 1994 y que Egea
publicó su versión de Beltandro y Crisanza en 1998 26.
7. Retomando ahora con conocimiento de causa la cuestión planteada
podemos afirmar que los escritores de novelas de amor y aventuras de época
moderna no las compusieron influidos por las novelas medievales bizantinas.
Cuando a sus obras las calificamos como «novelas bizantinas» estamos
persistiendo en un error y equívoco manifiestos. Darle el calificativo de
«bizantina» a una novela como el Persiles sólo es pertinente si nos resignamos a
entender que «novela bizantina» es un término consagrado y, por ende,
inamovible: aunque la expresión proceda de un error decimonónico superado
desde hace cien años. Pero es obvio que existen alternativas.
Por ejemplo, cabría decir «novela de tipo griego», según se ha propuesto en
alguna ocasión27. Tal denominación es correcta y resuelve la ambigüedad a la que
nos referíamos antes. No obstante, se puede objetar que al hablar de «novela de
tipo griego» no destacamos lo suficiente la relación hipertextual que existe entre
las novelas imperiales y sus imitaciones de época moderna. Por ello entendemos
que es preferible hablar de novela helenizante, es decir, novela escrita a la
maniera de los griegos, a semejanza de la novela de Heliodoro que, desde su
primera traducción española en 1554, se convirtió pronto en modelo y espejo
para las narraciones extensas de amor y aventuras 28.
24
25
26
27
28
Es cierto que, en el caso del Libro de Apolonio, se ha defendido su dependencia de
una novela bizantina perdida que el autor del mester de clerecía debió de conocer
a través de modelos intermedios (comp. Monedero, 1987, p. 18-19). Pero el hecho
de que esta hipótesis (no aceptada unánimemente por la crítica) fuera correcta no
invalidaría la afirmación según la cual las novelas medievales griegas no han
influido en la novela española.
Comp. Teodoro Pródromos, 1996.
Comp. Historia extraordinaria de Beltandro y Crisanza, 1998; Calímaco y
Crisórroe, 1982; Lívistro y Rodamna, 1994.
A la novela de tipo griego se refiere Lozano-Renieblas, 2003, p. 68, y 2005, p.
298. El término ya lo había empleado antes Monedero, 1987, p. 52.
Antes de la traducción española (Amberes, 1554) se habían editado ya la versión
francesa (París, 1547) y la latina (Basilea, 1552). De 1554 data también la primera
traducción alemana, publicada en Berna.
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