HIGIENE Y TRATAMIENTO MORAL EN LA OBRA DE PINEL: LA HERENCIA
COMO UN IMPENSABLE PARA EL ALIENISMO FRANCÉS DE LA PRIMERA
MITAD DEL SIGLO XIX
Mauro Sebastián Vallejo 1
RESUMEN
Durante las primeras cuatro décadas del siglo XIX, el modelo del tratamiento moral
de la locura ideado por Pinel gobernó el terreno alienista. Durante ese período, la
herencia no era más que un problema marginal para los médicos que se ocupaban
de la alienación. El objetivo de este trabajo es sugerir una explicación para ello.
Los principales elementos de la teoría pineliana -las pasiones, el asilo, el régimenadquieren nueva luz cuando se los ubica en la matriz que los ordena. Esa matriz
reside en el campo llamado higiene. Este escrito muestra que para ese tipo de
saber una determinación como la hereditaria jamás podía adquirir un relieve
marcado.
Palabras claves: herencia, Pinel, higiene, régimen, pasiones
ABSTRACT
HYGIENE AND MORAL TREATMENT IN PINEL'S WORK:
INHERITANCE AS AN UNTHINKABLE FOR EARLY 19th CENTURY
FRENCH ALIENISM
th
During the first four decades of the 19 century, the model of moral treatment
created by Pinel ruled the field of alienism. During this period, inheritance was only
a marginal subject for physicians dealing with alienation. The aim of this paper is to
suggest an explanation for that. The main elements of Pinel's theory -passions,
madhouse, regime- become understandable when located in the matrix that orders
them. That matrix is the field called hygiene. This paper shows that for this kind of
knowledge a determination such as heredity could never receive a strong relief.
Keywords: inheritance, Pinel, hygiene, regime, passions
INTRODUCCIÓN
En la segunda mitad del siglo XIX, tal y como ha sido demostrado por estudios
documentados y precisos, un sector importante del alienismo y la neurología franceses
adoptó una perspectiva fuertemente “hereditarista” 2. La herencia fue considerada,
sobre todo a partir de 1870, como la causa principal, y casi suficiente, de las
enfermedades mentales. Hasta la última década del siglo y gracias a la creciente
1
Becario posdoctoral del Conicet; docente e investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad
de Bs As.
2
Véase Dowbiggin, Ian. Inheriting Madness: professionalization and psychiatric knowledge in
nineteenth-century France. California, University of California Press, 1991; Coffin, Jean-Christophe. La
transmission de la folie, 1850-1914. París, Harmattan, 2003.
aceptación del paradigma de la degeneración inaugurado por Morel, casi la totalidad
de las afecciones nerviosas fueron tildadas de hereditarias 3. Algo muy distinto sucedía
en la primera mitad de ese siglo, pues los tratados de psiquiatría de ese entonces
apenas si abordaban el problema de la herencia. Para ser precisos, desde Pinel en
adelante ese factor era referido en los apartados sobre etiología o predisposición;
empero, pocas páginas u observaciones eran dedicadas al asunto. A tal respecto,
cabe señalar que la bibliografía especializada ha descuidado hasta el presente ese
capítulo del alienismo francés. En la mayoría de los casos, los trabajos históricos se
han contentado con indicar los innumerables pasajes en los que la herencia era
mencionada en la literatura más temprana. Y se ha procedido en esa dirección bajo la
guía de una mirada que se ha dedicado sobre todo a explicar qué cambios tuvieron
que producirse en el discurso alienista de modo tal que una atención a las
transmisiones generacionales fuera posible o apremiante. En efecto, se han efectuado
loables ensayos por demostrar que el maridaje entre locura y herencia fue correlativo
de una “somatización” de esa afección. La progresiva implantación de un modelo
organicista de la alienación, de la mano de autores como Jacques Moreau de Tours,
fue acompañada por el postulado de la heredabilidad de la patología 4. A tal respecto,
cabría afirmar que se ha leído al alienismo de la primera mitad de siglo sobre todo
desde el sesgo de lo que le faltaba. De hecho, algunos de los estudios acerca del
determinismo hereditarista que se impone luego de Morel, inducen conclusiones como
la siguiente: la psiquiatría de los primeros años, al descartar que la alienación fuese un
efecto de lesiones o alteraciones orgánicas, no se preocupaba tanto por la posibilidad
de que esas afecciones fueran comunicadas de generación en generación.
No se trata aquí de impugnar ese tipo de lecturas, que podríamos calificar de
negativas, pues aprehenden en el primer alienismo sobre todo lo que éste aún no era.
Trabajos como los de Dowbiggin muestran sin ambages que los réditos de ese tipo de
aproximaciones no son pocos. De todas maneras, quisiéramos sugerir en esta
oportunidad la necesidad de ensayar un abordaje inverso. Más que fundamentar el
papel marginal otorgado a la herencia en la primera mitad de siglo por la distancia que
ese alienismo conserva para con el ulterior organicismo, es posible localizar la función
esquiva que ese saber otorga al factor generacional en base a una toma en
consideración de elementos positivos del primer conocimiento alienista. Se nos
3
Martin, Claude. La dégénérescence dans l’œuvre de B A Morel et dans sa postérité. Paris, Thèse pour le
Doctorat de Troisième Cycle de Pyscho-pathologie soutenue à l’École Pratique d’Hautes Études, inédita,
1983; Huertas, Rafael, “Madness and Degeneration, I. From “fallen angel” to mentally ill”, en: History of
Psychiatry, 1992, nº 3, p 391-411.
4
El autor que con más solidez ha defendido esa tesis es, sin lugar a dudas, Ian Dowbiggin.
objetará que no se ha abandonado el cariz negativo de la lectura, pues en ambos
casos pareciera que se procede bajo la premisa de que los psiquiatras debían hablar
sobre la herencia. De todas formas, lo que está en juego no es esa premisa, sino más
bien el designio de entender fundamentalmente la razón por la cual la constelación
epistémica que regía al pensamiento de los alienistas dejaba al margen ciertos objetos
y preocupaciones. Es decir, haremos hincapié menos en lo que faltaba en Pinel y su
legado, que a cuanto regía efectivamente su modo de pensar.
EL REINADO DEL MODELO PINELIANO. HIGIENE Y TRATAMIENTO MORAL
Todo nuestro planteo parte de una serie de premisas que de alguna forma se articulan
entre sí. Primero, que el modelo de alienismo propuesto por Pinel en su célebre
tratado de 1800, rigió hasta al menos 1840 el modo en que la profesión médica encaró
el tratamiento y estudio de las enfermedades mentales. Ese punto de partida no
desconoce las modificaciones y agregados que los ulteriores discípulos imprimieron
sobre las enseñanzas del maestro de la Salpêtrière. Basta recordar al respecto la
importancia de nociones como la de monomanía, o las innumerables innovaciones
aportadas por Esquirol. De todas formas, todos esos cambios no alteraban el núcleo
del paradigma pineliano, que seguía gobernando el campo del alienismo. Esa premisa
tampoco pasa por alto la existencia de modelos alternativos que cuestionaban
aspectos nodales del pensamiento de Pinel; esas impugnaciones provinieron sobre
todo de la anatomía patológica -como en el caso de Bayle- y de la frenología. Empero,
es justo recordar que ninguno de esos objetores logró una verdadera repercusión en la
práctica efectiva del tratamiento de la locura 5.
Segundo, el éxito de la propuesta de Pinel debe ser entendido como un efecto de la
ligazón que su mirada garantizaba entre descripción y tratamiento de las afecciones.
De hecho, el tratamiento moral no fue un simple derivado de su definición de la
patología mental, sino que en el primero se cifraba la verdadera matriz epistemológica
que subtendía su pensamiento.
Es justamente ese último aspecto el que será desarrollado aquí. Dado que, como
dijimos, las tesis de Pinel fueron la verdadera columna vertebral del alienismo prehereditarista, el desglose de aquellas deviene una vía de acceso privilegiada para
comprender qué tipo de objetos y preocupaciones no cabían dentro de los márgenes
delineados por ese saber. En lo que sigue habremos de revisar algunos de los
5
Si bien es cierto que, sobre todo alrededor de 1830, muchos alienistas que pertenecían al círculo de
Esquirol abrazaron la causa frenológica, las teorías de Gall no habían tenido hasta entonces un franco
impacto en el abordaje médico de la alienación; véase Renneville, Marc. Le langage des crânes. Une
histoire de la phrénologie. Paris, Les Empêcheurs de penser en Rond, 2000, p 132.
elementos de ese paradigma. Analizaremos sobre todo el modo en que la perspectiva
de Pinel -y en consecuencia, la de sus discípulos- responde a los requerimientos de un
tipo de saber que, con afán de síntesis, llamaremos higiénico. Entre otras cosas,
veremos de qué manera ciertos conceptos y nociones pinelianas -las pasiones, el
régimen, el uso del asilo- reciben nueva luz gracias a la toma en consideración de ese
parentesco.
ALCANCES Y LÍMITES DEL HOMO HYGIENICUS
Antes de adentrarnos en la descripción del pensamiento higiénico, quisiéramos dejar
al menos asentado un importante elemento, que no podremos analizar aquí en detalle.
A los fines de echar luz sobre el escaso peso que los alienistas prestan a los pasados
genealógicos, sería fructífero establecer puentes más precisos entre el terreno
alienista y el saber médico general. En tal sentido, sería menester tener presente que
los fundamentos del alienismo fueron establecidos en un momento en que la herencia
recién está comenzando a ser un capítulo consistente del saber galénico 6. En 1787 y
1790 la Societé Royale de Médecine había lanzado dos concursos que premiarían a
ensayos que demostrasen si efectivamente existían las enfermedades hereditarias 7.
Gracias a esos concursos, aparecieron en Francia los primeros trabajos sobre ese tipo
de fenómenos. De todas maneras, e incluso a pesar de que pocas pero influyentes
monografías sobre la materia verían la luz en las décadas siguientes, el concepto de
herencia carece aún de solidez, y las fronteras de su dominio continúan siendo
imprecisas 8. En tal sentido, la poca atención que los alienistas prestan a ese factor es
6
Al respecto véase López Beltrán, Carlos. Human Heredity, 1750-1870. The Construction of a scientific
Domain. Londres, King’s College London (tésis doctoral inédita), 1992; López Beltran, Carlos, “In the
Cradle of Heredity: French Physicians and L’Hérédité Naturelle in the Early 19th Century”, en: Journal of
the History of Biology, 2004, 37, 39-72; Cartron, Laure. L’hérédité en France Dans la première partie du
e
XIX siècle: d’une question juridique à une question sociale. Paris, Université Paris I (tesis doctoral
inédita), 2007.
7
Acerca de esos concursos, véase López Beltrán, Carlos, “Natural things and non-natural things. The
boundaries of the hereditary in the 18th century”, en: AAVV, A cultural history of heredity I: 17th and 18th
Centuries. Berlín, Max-Planck-Institut für Wissenschaftsgeschichte, 2002, pp. 67-88; Quinlan, Sean,
“Inheriting Vice, Acquiring Virtue: Hereditary Disease and Moral Hygiene in Eighteenth-Century France”,
en: Bulletin of History of Medicine, 2006, nº 80, p 649-76.
8
Los dos trabajos más importantes hasta 1830 fueron: Portal, Antoine, "Considérations sur la nature et le
traitement de quelques maladies héréditaires ou de famille", en : Portal, Antoine. Mémoires sur la nature et
le traitement de plusieurs maladies. París, Bertrand, tº 3, 1808, p 181-251; Petit, Antoine. Essais sur les
maladies héréditaires. París, Gabon, 1817. Uno de los indicios que Carlos López Beltrán ha aislado como
un síntoma claro de la debilidad del concepto de herencia, reside en la inexistencia del sustantivo hérédité
en el lenguaje médico. Si bien este investigador mexicano había ubicado en una tesis médica de 1834 el
pasaje desde el adjetivo héréditaire al sustantivo hérédité, en el transcurso de nuestra investigación nos
hemos topado con sendos textos de 1819 y 1827 en los
que el nuevo vocablo era utilizado; véase López Beltrán, Carlo, Human Heredity ..., p 31.
simplemente un reflejo de la debilidad que posee un objeto epistémico que tardará aún
unas décadas en adquirir fortaleza.
Más aún, la mención de ese aspecto se liga íntimamente con el primer tópico que
habremos de desarrollar. Al tiempo que la gravitación de las nociones de la higiene
sobre el saber alienista es una de las razones esenciales que explican la distancia que
los discípulos de Pinel mantendrán respecto de todo organicismo o hereditarismo, ese
mismo reinado de la medicina higiénica es lo que se ubica en la base de la dificultad
presentada por la medicina general para definir claramente los contornos de la
problemática hereditaria 9. Así, es necesario demostrar dos premisas: uno, que el
tratamiento moral acuñado por Pinel obedece a las exigencias capitales de ese
capítulo que es la higiene. Para decirlo de otra forma, el alienado fue la puesta al
extremo del homo hygienicus. Dos, la medicina higiénica tal y como se constituyó
hasta 1830, suponía una visión totalizante de la materia galénica, merced a la cual
diversos elementos y dimensiones quedaban por fuera de toda capacidad de
aprehensión. La herencia era, para esa mirada, un impensable.
Partamos de esta última premisa. La voluminosa bibliografía acerca del desarrollo del
movimiento de la higiene pública en Francia está mayormente dedicada a reconstruir
los avatares institucionales y editoriales, las ideologías políticas apoyadas y las
encuestas empíricas llevadas a cabo por los protagonistas 10. En tal sentido, sirven
mejor a nuestro cometido las publicaciones que brindaron a esa empresa galénica su
andamiaje teórico más ambicioso. Al tiempo que se multiplicaban las investigaciones
concretas acerca de problemas higiénicos (aireación de las ciudades, salubridad de
los lugares de trabajo, etc.), algunos médicos construyeron una teoría general de la
higiene que delineaba claramente qué tipo de medicina estaba en juego allí, y qué
acciones y objetos podían alojarse en el centro de ese nuevo territorio. En las últimas
décadas del siglo XVIII la higiene constituyó uno de los carriles por los cuales la
medicina quiso convertirse en una ciencia global del hombre, capaz de estudiar y
controlar todas las facetas de la vida individual y social (desde las epidemias a los
alimentos, desde los hábitos de puericultura hasta la diagramación de las ciudades) 11.
9
En tal sentido, no es casual que la única obra que en la primera mitad del siglo XIX negó abiertamente la
posibilidad de la herencia de enfermedades, haya sido un tratado de higiene: Mongellaz, Pierre-Joseph.
L'art de conserver sa santé et de prévenir les maladies héréditaires, ou l'hygiène. Paris, MequignonMarvis, 1828, p 81-96.
10
Véase por ejemplo, Coleman, William. Death is a social disease. Publich Health and Political Economy
in Early Industrial France. Wisconsin, The University of Wisconsin Press, 1982; La Berge, Anne. Mission
and Method. The early nineteenth-century French public health movement. Cambridge, Cambridge
University Press, 1992; Jorland, Gerard. Une société à soigner. Hygiène et salubrité publiques en France
au XIXe siècle. Paris, Gallimard, 2010.
11
Acerca de esa equiparación entre higiene y antropología, véase Williams, Elizabeth. The physical and
En tal sentido, lo que pasó a denominarse el campo de la higiene, fue la reinscripción
del holismo de la medicina hipocrática en el marco de una tecnología médica que, a
partir de 1750, se propuso diagnosticar y remediar problemas ligados a la salud de la
nación 12. Pues bien, esa medicina fue absolutamente ambientalista; en palabras de
Michel Foucault, no fue “realmente una medicina del hombre, del cuerpo y del
organismo, sino una medicina de las cosas” 13. Un análisis de los principales tratados
de higiene de comienzos del período decimonónico -análisis del que aquí no podemos
más que otorgar un rápido resumen-, muestra en efecto que esa forma de medicina
era reductible a un saber y un control de la relación que el hombre tiene con las cosas
que conforman su entorno físico y social. En tal sentido, esa mirada postergaba
indefinidamente una real atención a la determinación orgánica propiamente dicha. Más
aún, todas sus prescripciones iban dirigidas a la conciencia de los individuos:
solamente entraban en la órbita de la medicina higiénica los actos voluntarios merced
a los cuales el hombre podía mejorar su contacto con las cosas. Este último elemento
se observa claramente en la definición que Jean Noel Hallé (1754-1822) -considerado,
junto con Étienne Tourtelle, como el padre de la higiene pública en Francia- dará sobre
el sujeto y la materia de la higiene:
“El sujeto de la higiene es el hombre considerado en estado de salud, y en las
relaciones de este estado con las influencias bajo las cuales el hombre vive, con
las cosas cuyo uso está a su disposición, con sus propias facultades, de las cuales
es libre de dirigir su ejercicio. Estas cosas, que nosotros hemos designado bajo el
título de Materias de la higiene, tienen, por su naturaleza, una misma manera de
actuar sobre todos los hombres, pero no se hallan en relaciones de igual valor
14
para todos los individuos” .
De todas maneras, será el artículo sobre la materia de la higiene el que mejor nos
mostrará hasta qué punto esta medicina es un saber que, más que hablar del
organismo, habla sobre las cosas que lo rodean. En efecto, allí se afirma que las
cosas -distribuidas en seis categorías clásicas- deben ser estudiadas esencialmente
the moral. Anthropology, physiology, and philosophical medicine in France, 1750-1850. Cambridge,
Cambridge University Press, 1994, p 152-4.
12
Quinlan, Sean. The Great Nation in Decline. Sex, Modernity and Health Crises in Revolutionary France
c. 1750-1850. Burlington, Ashgate, 2007.
13
Foucault, Michel, “La naissance de la medicine sociale”, en: Foucault, Michel. Dits et Écrits, tº 3. Paris,
Gallimard, 1994 (1974), p 222. A tal respecto, cabe afirmar que, al menos hasta 1830, la higiene siguió
regida por el marco de las cosas naturales y no naturales, muy bien descripto por Coleman en un texto
clásico: Coleman, William, “Health and Hygiene in the Encyclopédie: A Medical Doctrine for the
Bourgeoisie”, en: Journal of the History of Medicine, 1974, 29, p 399-421.
14
Hallé, Jean & Thillaye, Jean, “Sujet de l’hygiène", en: Dictionnaire des sciences médicales, vol 53,
1821, p 284.
desde el punto de vista de cuán disponibles están para el sujeto, y atendiendo a “los
efectos que resultan de los excesos y de los abusos de su utilización” 15.
Ello pone al descubierto que los objetos de los que se ocupa esta medicina valen
exclusivamente en cuanto están “disponibles” para el individuo. Dado que la esencia
de la higiene consiste en una moral de la mesura, en una vigilancia de los usos de los
objetos, esta medicina solamente opera cuando puede dirigirse a una conciencia a la
cual puede adoctrinar acerca de la utilización de los elementos 16. Regular las
relaciones entre el hombre y sus cosas es precisamente el núcleo de la tercera y
última parte del esquema de la higiene propuesto por Hallé, referida a las reglas. Este
último incluye una serie de consejos y prescripciones referidos sobre todo a la
necesidad de observar una estricta mesura en el uso de las cosas. Se trata no
solamente de regular la utilización de esas cosas, sino también el de los órganos. Y
aparece allí nuevamente el deslizamiento que venimos rastreando. Desde ese punto
de vista, afirman los autores, los órganos pueden ser abordados desde dos
perspectivas: según las cosas sobre las cuales actúan, o según las ventajas que
acarrean al organismo en general. Respecto del primer punto, se trata en la mayoría
de los casos de acciones voluntarias, que recaen sobre objetos externos o internos
(excrecencias).
“en el segundo caso, [la acción] es independiente de la voluntad y sometida a las
leyes del organismo.
Es entonces solamente bajo el primer aspecto que los órganos pueden ser
empleados de una manera irregular, abusiva o perversa, y que deben ser dirigidos
por las leyes del régimen. Los vicios de las operaciones involuntarias o puramente
orgánicas no son más que consecuencias de errores en el régimen, a menos que
sean producidos por desórdenes de la organización misma, es decir por
17
enfermedades en la cual la voluntad no ha participado” .
Nueva proscripción de determinaciones orgánicas. Ya no solamente por la naturaleza
misma de la materia atinente a la higiene, sino también por el tipo de acción médica
15
Hallé, Jean & Thillaye, Jean, "Matière de l’hygiène", en: Dictionnaire des sciences médicales, vol 31,
1819, p 145.
16
Lo mismo es válido para el caso de Moreau de la Sarthe, quien en un texto de 1800 propondrá una
clasificación alternativa de la materia de la higiene, no centrada ya en las cosas sino en los órganos sobre
los cuales impactan. Ese nuevo ordenamiento será retomado, entre otros, por Leon Rostan. Si bien ese
postulado presuntamente deja más espacio a una atención al organismo en sí mismo, en verdad la
definición del contenido de la higiene sigue imponiendo un cerco muy claro, que abarca solamente los
objetos cuyo uso puede ser regulado por la conciencia: para Moreau la higiene es “el conocimiento de las
cosas que el hombre emplea, evita o modifica para el mantenimiento convenientes de su salud; dividida
en ocho grandes grandes divisiones correspondientes a las de las funciones vitales y de relación”, Moreau
de la Sarthe, Jacques. Esquisse d'un cours d'hygiène. Paris, Gabon, 1800, sin paginación.
17
Hallé, Jean & Thillaye, Jean, “Règles de l’hygiène“, en: Dictionnaire des sciences médicales, vol 53,
1821, p 328-9.
que interesa a esta disciplina. La higiene fue desde sus inicios una pedagogía, un
control de las conductas y de las cosas. Ella existe en la medida en que hay
posibilidad de ejercer una regulación de las acciones, y ello es precisamente el
régimen. Por ende, sólo entran en el recuadro de su mirada los procesos, los
accidentes y los consejos que pueden ser sometidos a una voluntad esclarecida.
Doble expulsión de las determinaciones internas corporales: primero, porque a fin de
cuentas las cosas son siempre, como tales, externas (por más que provengan de
dentro del organismo), y segundo, porque solamente interesan los gestos que, al
hacer uso de ellas, pueden ser atravesados por las órdenes de una enseñanza
médica. En síntesis, hay higiene solamente cuando una acción deliberada es posible.
Concluyamos este rápido recorrido por el saber higiénico mediante un comentario de
la obra que dio a esa ciencia su definición más precisa y general. Nos referimos al
tratado de Virey de 1828 18. El ambientalismo y sensualismo que había regido desde
sus inicios a esta medicina, son llevados en esas páginas al extremo más lógico: Virey
afirma que no es posible hablar de una naturaleza humana similar a la del resto de los
seres vivos, pues a fin de cuentas todo lo que podría ser natural en el hombre se
encuentra subordinado a los poderes de una moral: “Nos hace falta un arte, ante la
falta de naturaleza”19. Todo lo atinente a la salud del hombre se halla a merced de un
gobierno posible.
“¡Cuán diferente es el hombre social! Apenas sale del seno materno, ya se lo
prepara a sentir las mantillas de la vida civilizada. Inmediatamente sus alimentos,
sus bebidas, no son ya las que ofrece la simple naturaleza ... El uso del fuego, la
necesidad de abrigos, de habitaciones calefaccionadas ...; en fin, las disciplinas de
la educación y de los estudios prolongados, la aplicación a los trabajos de las
artes y de las diversas condiciones de la sociedad, según los regímenes instituidos
por las leyes civiles y religiosas, todo ha sido casi enteramente desnaturalizado en
nuestra raza, en nuestros estados políticos más perfeccionados … la vida se ha
vuelto artificial ... Así, los actos del régimen social, que tienen la preponderancia,
20
modifican más nuestras funciones que los poderes generales de la naturaleza” .
El escueto periplo seguido hasta aquí nos ha permitido iluminar de qué manera la
18
Virey, Julien. Hygiéne philosophique, ou de la santé dans le régime physique, moral et politique de la
civilisation moderne, 2 tº. París, Crochard, 1828.
19
Virey, Julien. Hygiène..., 1828, tº I, p V-VI. Un pasaje de esta obra resalta muy bien hasta qué punto la
higiene asegura un nexo íntimo entre un ambientalismo extremo y una ética conciente de la moderación:
“Al igual que el hombre, el animal posee en sí primitivamente la salud, la fuerza de alejar los males de
toda especie; ellos nos vienen de afuera, como los golpes, las caídas, o cualquiera otra violencia exterior;
también nos son aportados por los excesos de calor, de frío, de humedad, de sequedad, o de otras
alteraciones atmosféricas; ellos nacen sobre todo de los objetos recibidos por nuestras entrañas, el aire,
los alimentos, las bebidas …; por último, vienen de causas morales, que nos penetran más o menos. La
dificultad de vivir sanamente consiste tanto en resguardarse de esas cosas exteriores en aquello que ellas
tienen de dañino; o habituarse a soportar las alteraciones inevitables, así como en no abusar ni de sus
fuerzas ni de sus placeres” (tº I, p 10).
20
Virey, Julien. Hygiène ..., 1828, p IX-X.
posibilidad de una determinación orgánica (o hereditaria) no podía ser contemplada
plenamente por un tipo de saber médico como la higiene, sobre el cual se puede
afirmar, sin caer en el riesgo de la exageración, que gobernó silenciosamente la
comprensión galénica de la salud y la enfermedad hasta mediados de siglo. En
paralelo a los firmes avances realizados en la cirugía y la anatomía, la higiene era el
marco general capaz de habilitar, mediante su insistencia en la prevención y el
régimen, un acerbo de herramientas terapéuticas para una medicina que se mostraba
incapaz de afrontar con éxito los desarreglos y las patologías.
Ahora bien, nuestra hipótesis -y segunda premisa- reza que es esta suerte de
paradigma médico lo que explica a fin de cuentas muchos rasgos del tratamiento
moral de Pinel, y por lo tanto su caracterización de la alienación. Subrayar el hecho
que el campo de la higiene es la verdadera fuente del tratamiento moral permite a fin
de cuentas echar una esclarecedora luz sobre varios aspectos: por un lado, nos
permite otorgar su verdadera significación a dos de las nociones esenciales del tratado
de 1800: las pasiones y el régimen; por otro lado, posibilita ubicar a dos técnicas
primordiales de ese tratamiento -la represión y el uso coercitivo del aparato asilar-, no
como desviaciones o contaminaciones de un dispositivo originalmente humanitario,
sino como derivaciones necesarias de una medicina higiénica; por último, demuestra
la validez o pertinencia de las primeras recepciones de la obra pineliana.
PRIMEROS LECTORES DEL TRAITÉ DE PINEL
En 1822, Antoine Bayle defiende su tesis médica, en la cual todavía no pone en duda
el edificio pineliano. Las críticas más virulentas se producirán cuatro años más tarde, y
a través de ellas el joven médico demostrará ser un observador muy sutil de la
disparidad existente entre la medicina de su tiempo y el alienismo, sobre todo debido
al apego de este último a la nosología, y a su incapacidad de estudiar las causas
orgánicas21. Pues bien, ya en 1822 Bayle realiza un diagnóstico muy sagaz del
decurso del alienismo. Al comienzo de esa tesis leemos:
“El conocimiento de la naturaleza de las enfermedades es el fundamento más
inquebrantable de la terapéutica; y no hay duda de que, si la naturaleza de la
alienación mental fuese descubierta, el tratamiento de esta enfermedad no estaría
casi enteramente limitada, como sucede hoy en día, a los recursos muchas veces
22
infructuosos de la higiene”
21
Brown, Edward, “French Psychiatry’s Initial Reception of Bayle’s Discovery of General Paresis of the
Insane”, en: Bulletin of the History of Medicine, 1994, vol 68, nº 2, p 235-53.
22
Bayle, Antoine. Recherches sur les maladies mentales. Paris, Didot Jeune, 1822, p 6.
¿Por qué puede Bayle equiparar el tratamiento de la locura con la higiene? Ahora bien,
la lectura de las primeras reseñas y comentarios de la obra de Pinel pone al
descubierto que aquellos tempranos lectores supieron ver en las páginas de 1800 un
aspecto que la historiografía luego pasaría por alto. Al recorrer las reacciones de los
colegas y discípulos de Pinel, constatamos que ellos buscaron los elementos
constituyentes de la nueva terapéutica moral en aspectos que, reunidos entre sí,
conforman justamente la visión de la higiene. El autor que tal vez más claramente
captó esa aproximación entre alienismo e higiene fue Jacques Moreau de la Sarthe
(1771-1826), amigo y colaborador de Pinel. Nos referimos esencialmente a la reseña
que escribió sobre la segunda edición del Traité de Pinel, aparecida originalmente en
el Moniteur universel en 1811, y publicada en forma de libro un año más tarde. Allí
brindaba una caracterización de las enfermedades mentales que respetaba fielmente
el lenguaje de la higiene: “La mayoría [de las enfermedades mentales], a decir verdad,
parece depender de nosotros mismos, y se liga a nuestros errores, nuestros prejuicios,
a las instituciones viciosas, o a las pasiones que, excesivas o mal dirigidas, se
transforman en un verdadero estado de alienación” 23. Más aún, dado que el médico de
la Sarthe entendía que el texto fundacional de Pinel interpretaba las afecciones como
el resultado de nuestros malos hábitos, se detenía en resaltar las analogías entre la
labor del alienista y la de un profesor hábil 24. Luego de revisar algunos de los ejemplos
citados en el libro de Pinel, su colega extrae, primero, la conclusión de que el
ordenamiento institucional es el sostén y sustento de todo el abordaje indicado -“Los
detalles, las observaciones, las informaciones de todo tipo que uno puede recoger
acerca de la policía de los establecimientos consagrados a los alienados, son las
verdaderas bases sobre las cuales debe apoyarse el tratamiento de las enfermedades
mentales” 25-; y segundo, que el tratamiento moral no es más que un capítulo de ese
gobierno: “Todo lo que concierne al tratamiento moral de los alienados, que parece a
Pinel una de las partes más importantes de la policía de lo establecimientos
consagrados a las enfermedades mentales ...” 26.
23
Moreau de la Sarte, Jacques. Fragments pour servir à l'histoire de la médecine des maladies mentales
et de la médecine morale. Paris, s/d, 1812, p 8.
24
Moreau de la Sarthe, Jacques, Fragments ..., 1812, p 13-4. A través de ese comentario no hacía más
que respetar una de las observaciones incluidas por Pinel en la segunda edición de su obra: “¡Cuánta
analogía entre el arte de dirigir los alienados y aquel de educar a los jóvenes!”; Pinel, Philippe. Traité
médico- philosophique sur l’aliénation mentale (seconde édition). París, Brosson, 1809, p 20.
25
Moreau de la Sarthe, Jacques. Fragments ..., 1812, p. 50-1.
26
Moreau de la Sarthe, Jacques. Fragments ..., 1812, p 55.
En efecto, esa mutua dependencia entre tratamiento de la locura y necesidad de un
buen gobierno del asilo, será una de las principales lecciones extraídas por los
primigenios lectores de Pinel. A tal respecto, vale recordar las palabras que Étienne
Pariset dijo sobre la tumba de Pinel. Este discípulo equiparó en tal oportunidad el
tratamiento ideado por su maestro con una técnica de gobierno de los hombres:
“Fue el primero en introducir en el tratamiento de estas tristes enfermedades el
único remedio que puede disminuir el horror, el único método que puede
reintegrar, en el espíritu del hombre vuelto extranjero a sí mismo, el don más
precioso y el más frágil que nos haya dado el Creador, la razón. Este método es el
de la dulzura, de la bondad, de la piedad, de la firmeza, de la justicia ...; acción por
siempre memorable de nuestro excelente Pinel; ejemplo digno de ser propuesto a
cualquiera que ejerce la autoridad sobre los hombres; pues, luego de los males de
nuestro cuerpo, los cuales presentan suficiente uniformidad, el gran espectáculo
de este mundo no está alterado más que por las enfermedades infinitas de la
razón humana; y si hay, para los conductores de los hombres, alguna regla a
seguir para calmar los desvíos de sus semejantes, y prevenir sus consecuencias
funestas, esa regla –me atrevo a decir- es trazada por la conducta de Pinel.
Justicia, bondad, concesiones, piedad, amor de nosotros mismos en los otros,
27
¿qué otra cosa es necesario para el mantenimiento de la sociedad humana?” .
Esas palabras de Pariset recuerdan el modo en que Destrutt de Tracy se había
referido, de manera entusiasta, a la obra de Pinel poco después de su primera edición:
“Demuestra que el arte de curar a los hombres en estado de demencia no es otra cosa
que el arte de manejar las pasiones y de dirigir las opiniones de los hombres comunes;
consiste en formar sus hábitos” 28. En unos instantes comprobaremos que la obra de
Pinel de 1800 abonaba ese tipo de lecturas, pues ella, desmintiendo la érronea
interpretación que Gauchet y Swain construyeron al respecto, repetía incansablemente
que todo tratamiento moral era inseparable de un gobierno (de las conductas, de los
hábitos, de las libertades) y una represión que solamente podían ser garantizadas por
el funcionamiento asilar 29. Por el momento, agreguemos que en realidad ese tipo de
27
Pariset, Etienne. Discours prononcé sur la tombe de M. Pinel, membre de l’Académie Royale de
Médecine. Paris, Imprimerie de Rignoux, 1826, p 4.
28
29
Destutt de Tracy, Antoine. Projet d'éléments d'idéologie. Paris, Didot, 1800, p 253.
En tal sentido, habría que sumar aquí la voz de I. Bricheteau, otro estrecho colaborador de Pinel, con
quien redactaría algunos artículos para diccionarios médicos. En su texto acerca del legado de Pinel, el
discípulo resume del siguiente modo la labor psiquiátrica del maestro: “Los pobres maníacos, libres de
errar en paz, no tardaron en experimentar los felices efectos de un aire puro, ejercicio, trabajo y una
vigilancia exacta y paternal”, Bricheteau, Isidore. Discours sur Philippe Pinel, son école et l’influence
qu’elle a exercée en médecine, prononcé devant la Societé Médicale d’Émulation de Paris, dans sa
séance publique du 5 décembre 1827. Paris, Pancloucke, 1828, p 8. Quizá más elocuente al respecto era
el modo en que Rihcerand, en una temprana reseña del libro de Pinel, resumía los ejes del tratamiento de
la alienación: “El ciudadano Pinel hace ver que los medios curativos deben ser variados como las
especies de enfermedad; que a veces es necesario reprimir al alienado, y demostrarle que ya no es el
dueño de sus acciones; que en otras ocasiones alcanza con sacudir fuertemente su imaginación; que, en
algunas ocasiones, se debe incluso intimidarlo a través de amenazas”, Richerand, Anthelme, “Nouvelles
littéraires. Traité médico-philosophique...”, en: Journal de médecine, chirurgie et pharmacie, 1801, vol 1, p
lecturas eran un desprendimiento necesario del tipo de medicina que nos interesa, la
cual se concebía a sí misma como una antropología, una ciencia del hombre destinada
a regular y gobernar todas las conductas de los ciudadanos. Los fundamentos de ese
sueño de una acción médica reductible a un gobierno, habían sido establecidas hacía
algunos años por autores de la talla de Cabanis; así, hay que leer esa ligazón locuragobierno como el reverso de una fantasía que este último enunciaría claramente:
cuando se llegue a fundar una verdadera república, con instituciones bien gobernadas,
las alienaciones se volverán muy escasas 30.
El último aspecto rescatado con cuidado por los lectores de Pinel concierne una vez
más a una proposición que el alienista había destacado en su obra, y que, a nuestro
entender, ha sido generalmente descuidado por la historiografía reciente. Nos
referimos a la hipótesis según la cual la medicina expectante -o el régimen, pues
ambos conceptos son a veces intercambiables- basta en la mayoría de los casos para
logar una curación de la patología. Esa creencia es un desprendimiento del concepto
de vis medicatrix naturae del hipocratismo, esto es, la premisa según la cual la acción
médica debe limitarse a acompañar y facilitar el proceso por el cual la naturaleza
supera la enfermedad 31. Así, nada menos que Cuvier dirá en su texto sobre Pinel que
“el principal [resultado de sus investigaciones sobre la locura] fue la certeza de que, en
muchos casos, la manía es una enfermedad pasajera, que se cura como la fiebre, con
no obstaculizar su marcha” 32.
LA HIGIENE PINELIANA
La más inmediata recepción del tratado de 1800, entonces, vio en esa obra la
descripción de una nueva medicina mental que se apropiaba de (y reordenaba) las
piezas clave de una medicina higiénica: en esas páginas fundacionales se presentaba
una terapéutica que en última instancia se basaba en el control de los hábitos, la
365-6.
30
Cabanis, Pierre, "Quelques principes et quelques vues sur les secours publiques", en: Cabanis, Pierre.
Œuvres Complètes de Cabanis. París, Dossange Frères, tº II, 1823 (1791-1793 [1798]), p 298-9.
31
No está de más recordar que Pinel sería el autor de la definición de ese término en un importante
diccionario médico: Pinel, Philippe, "Expectation en médecine, ou médecine expectante", en : Dictionnaire
des Sciences Médicales, vol 14, 1815, p 247-54.
32
Cuvier, Georges, "Éloges historiques de MM Hallé, Corvisart et Pinel", en: Cuvier, Georges. Recueil des
éloges historiques lus dans les séances publiques de l’Institut Royal de France. Paris, Levrault, 1827, tº 3,
p 45. Eso mismo había sido señalado con precisión en una de las primeras reseñas aparecidas de la obra
de 1800: Jouard, Georges, "Recension du «Traité Médico-Philosophique surl'aliénation mentale, ou la
manie»", en: Bibliothèque Francaise, ouvrage périodique, 1800, nº VIII, Frimaire An X, pp 105-17.
Reproducido en Postel, Jacques, "La recension du Traité Médico-Philosophique sur l'aliénation mentale de
Philippe Pinel, parue en Décembre de 1800, dans la Bibliothèque Franҫaise, sous la plume de G. Jouard",
en : Psychiatrie franҫaise, 1988, 2, p 105-12.
vigilancia de los estímulos, la represión y el régimen. Ahora bien, lo que quisiéramos
resumir en este postrero apartado es la demostración de que esa primera
interpretación de la obra pineliana hace justicia al lugar central que allí tienen las
exigencias de un saber higiénico. Así, si bien sería posible reconstruir la importancia
de la higiene en el desarrollo del pensamiento de Pinel desde un punto de vista
biográfico, prescindiremos de esas evidencias, y nos concentraremos exclusivamente
en su obra más importante 33.
Volver a recalcar, después de los trabajos de Michel Foucault y Robert Castel, la
primacía de la represión y el gobierno en el tratamiento moral de Pinel, implica
ciertamente una discusión con la lectura de Gladys Swain y Marcel Gauchet, que aquí
no podemos desarrollar en su debida extensión. Empero, vale aclarar que esa
recuperación de la dimensión de vigilancia y castigo del asilo no se liga en nuestro
caso exclusivamente con un análisis y denuncia de la cuestión del poder en la práctica
alienista. Nuestro objetivo es más bien mostrar que esa utilización del gobierno se
articulaba necesariamente con una epistemología, era parte lógica de un modo
razonado de comprender la acción médica 34.
En vistas a cernir hasta qué punto la terapia alienista respondía a la matriz de la
higiene, es menester entonces volver una vez más sobre aquello que los primeros
lectores de Pinel supieron captar sin problemas: ya desde la primera edición de 1800,
el Traité operaba una estrecha ligazón entre posibilidad de curar la alienación y acción
represiva del asilo. Tal y como es bien sabido, Gauchet y Swain quisieron demostrar
que lo que separa la primera de la segunda edición del tratado de Pinel es el pasaje de
un tratamiento moral -teñido esencialmente de un diálogo humanitario entre médico y
paciente- a un tratamiento institucional o masivo, que reposaría sobre el supuesto que
el funcionamiento ordenado del hospicio alcanza para sanar la locura 35. Por el
33
Recordemos que diversos historiadores han documentado el temprano interés de Pinel por la higiene,
develado sobre todo en sus pequeñas publicaciones en la Gazette de Santé de la década de 1780 reproducidas en Postel, Jacques. Genèse de la psychiatrie. Les premiers écrits de Philippe Pinel. París,
Le Sycomore, 1980, p 165-96- y en su proyecto, jamás realizado, de redactar un tratado sobre la materia.
Respecto de todo ello, véase el análisis de Weiner, Dora. Comprender y curar. Philippe Pinel (1745-1826).
La medicina de la mente. México, FCE, 1999, p 52-60. Por otro lado, otros historiadores han buscado las
evidencias de la proximidad entre alienismo e higiene sobre todo en la participación de los psiquiatras en
el movimiento higienista. Véase sobre todo Castel, Robert. El orden psiquiátrico. La edad de oro del
alienismo. Madrid, La Piqueta, 1977, p 144-58.
34
Nuestra lectura acerca de la presencia de la higiene en el accionar y el pensamiento de Pinel
concuerda plenamente con los resultados de una tesis doctoral defendida recientemente: Fouré, Lionel.
Le traitement moral de Pinel. Épistemologie et philosophie de l'esprit de l'aliénisme. Université Paris ISorbonne, Paris, Tesis doctoral inédita, 2008.
35
Gauchet, Marcel & Swain, Gladys. La pratique de l’esprit humain. L’institution asilaire et la révolution
démocratique. Paris, Gallimard, 1980, p 93-8. Una lectura similar se presenta en Garrabé, Jean, "Pinel et
l'assistance aux malades mentales", en: Garrabé, Jean (ed). Philippe Pinel. Les journées de Castres.
Paris, Éditions Médicales Pierre Fabre, 1988, p 132-3. No es momento de detenernos en ello, pero
contrario, ya el libro original de 1800 articulaba un abordaje terapéutico que,
apoyándose sobre ese resto de razón iluminado ejemplarmente por aquellos dos
historiadores36, dependía absolutamente de la represión y control garantizados por el
hospicio. Basta con leer los ejemplos clínicos citados por Pinel en esa
sección
segunda. Los títulos de los apartados de esas curaciones lo indican sin ambages:
“Efectos útiles de una represión enérgica”, “Intimidar al alienado, pero sin permitirse
ningún acto de violencia”, “Ventaja de otorgar a los alienados una libertad sabiamente
limitada al interior de los hospicios”, etc. Más allá de los ejemplos, Pinel es muy claro
al exponer su teoría. Vayamos a dos fragmentos.
“No debe sorprender la importancia extrema que doy al mantenimiento de la calma
y el orden en un hospicio de alienados, y a las cualidades físicas y morales que
exige una tal vigilancia, debido a que en ello reside una de las bases
fundamentales del tratamiento de la manía, y que sin ella no se obtienen ni
37
observaciones exactas ni una cura permanente ...” .
Debemos también traer al recuerdo ese pasaje en que el alienista afirmaba que el
remedio más potente es
“aquel que no se puede hallar más que en un hospital bien gobernado, aquel que
consiste en el arte de subyugar y dominar, por así decir, al alienado, al ubicarlo en
estrecha dependencia de un hombre que, por sus cualidades físicas y morales,
sea capaz de ejercer sobre él un dominio irresistible, y alterar el encadenamiento
38
vicioso de sus ideas” .
Pues bien, esa apelación al asilo y la represión responde sabiamente a dos núcleos
capitales del nuevo pensamiento sobre la locura. Por una parte, a su concepción
etiológica centrada en las pasiones. En vano se buscará en la edición de 1800 una
definición clara sobre la pasión. Otro tanto puede decirse de la tesis de Esquirol de
1805, que se preocupa más por la descripción de las pasiones y su utilización
recordemos rápidamente que uno de los grandes obstáculos para esa lectura reside en las firmes
evidencias que señalan que en realidad era el conserje Pussin el encargado de llevar a cabo el
tratamiento moral (véase Juchet, Jack, "Jean-Baptiste Pussin et Philippe Pinel à Bicetre en 1793. Une
rencontre, une complicité, une dette", en: Garrabé, Jean (dir). Philippe Pinel. Paris, Les empecheurs de
penser en rond, 1994, p 55-70). Así, los historiadores que quieren hacer de la terapía pineliana una mera
filantropía, no tienen más recurso que endilgar a una presunta influencia de Pussin la aparición de lo
represivo en la pluma de Pinel; véase Gauchet, Marcel & Swain, Gladys. La pratique ..., 1980, p 278, y
Weiner, Dora. Pinel ..., 1999, p 135.
36
Lo que no ha sido suficientemente remarcado por Swain y Gacuhet es que ese resto de razón se
encarna en Pinel sobre todo en que él llama un “combate interior”: entre dar rienda suelta a sus desvaríos
o sufrir los efectos de la represión; véaser por ej., PINEL, PHILIPPE. Traité médico- philosophique sur
l’aliénation mentale, ou la manie. Paris, Richard, Caille et Ravier, 1800, p 102. En síntesis, ese resto de
razón se halla más cerca del temor al castigo que de la autoreflexión de un alma sosegada.
37
Pinel, Philippe. Traité ..., 1800, p 95.
38
Pinel, Philippe. Traité ..., 1800, p 57-8.
terapéutica, que de su definición39. Según nuestro parecer, solamente se comprende
el sentido de ese término en el alienismo de comienzos de siglo si se tiene en cuenta
que el mismo proviene del vocabulario de la higiene. En efecto, las pasiones formaban
parte imprescindible de la materia de la higiene, y eran quizá su ingrediente esencial.
Pues bien, nada mejor que buscar en esa literatura una caracterización de ese
concepto. El mismo desempeña un rol demasiado central en la matriz de la higiene, y
por ello es comprensible que existieran visiones contrapuestas acerca de su
esencia40. Independientemente de tales diferencias, se puede afirmar que, para la
medicina francesa de comienzos de siglo, las pasiones indican el efecto (psíquico y
corporal) del olvido del orden de la naturaleza. Hay pasiones allí donde se crean
necesidades y deseos ficticios 41; ellas aparecen allí donde el hombre no puede
gobernarse a sí mismo, y pierde conciencia de la moderación que debe regular su
relación con las cosas. A los fines de ilustrarlo, veamos cómo
teoriza Hallé este
problema. Las pasiones debían ser abordadas en la sección dedicada a las afecciones
del alma del artículo Matière de l'Hygiène, pero por razones de espacio ello no fue
posible. Por ese motivo, el padre de la higiene francesa salda esa deuda en la entrada
Percepta del mismo diccionario 42. La afección del alma nace cuando un objeto saca al
hombre del estado de indiferencia; la pasión es un aumento de esa situación, y “pone
al espíritu en un estado que va más allá de su medida ordinaria” 43, y por ende en
condiciones que no son favorables a la salud. En el planteo de Hallé y Thillaye al fin de
cuentas la pasiones dependen de cuán logradamente un individuo sea capaz
conservar la razón en el manejo de sus emociones. La manera en que somos
afectados por algo -afirman los autores- no alcanza para formar una determinación o
una voluntad. Estas últimas dependen en realidad de una fuerza y un juicio del sujeto.
Ese razonamiento sopesa el origen de la afección y sobre todo el interés que merece.
“Cuando ese juicio está formado por la razón, él conserva la afección y sus
consecuencias dentro de las medidas y las proporciones convenientes, y pone un
39
Esquirol, Etienne. Des Passions considérées comme Causes, Symptômes et Moyens curatifs de
l’Aliénation mentale. Paris, Didot Jeune, 1805.
40
Y no es casual que los artículos sobre las pasiones de los cuatro diccionarios médicos más importantes
de la primera mitad del siglo XIX estuvieran firmados por los grandes nombres de la higiene: Hallé, Virey,
Rostan y Moreau de la Sarthe.
41
Ese punto es insistentemente marcado por Esquirol: Esquirol, Rtienne. Des Passions ..., 1805, p 14.
42
Hallé, Jean & Thillaye, Jean, “Percepta”, en: Dictionnaire des Sciences Médicales, vol 40, 1819, p 21162.
43
Hallé, Jean & Thillaye, Jean, “Percepta”, 1819, p 212.
freno a la pasión” 44. Todas las pasiones dependen de un regulador, que es la razón,
que sabe otorgar a los estímulos su justo valor. Un hombre razonable se mantendrá a
resguardo de las pasiones, pues sabrá contener dentro de sus límites naturales a las
emociones 45.
A pesar de que en Pinel no hallamos un tratamiento tan detenido sobre el origen de las
pasiones, no es difícil comprobar que en su propuesta la causa pasional nomina
asimismo el proceso por el cual un sujeto, por diversas razones, pasa por alto las
reglas que comandan un buen manejo de las afecciones. La pasión es ese momento
merced al cual el sujeto olvida un orden. Ya en el capítulo de su Nosographie
Philosophique acerca de las neurosis, Pinel afirmaba que “Una inversión total de las
leyes de la naturaleza, o más bien un olvido de las reglas fundamentales de la moral,
es lo que en la mayoría de los casos multiplica al infinito las afecciones
espasmódicas” 46. Esa causalidad moral de las alienaciones será definida con mucho
mayor detalle en uno de los principales agregados de la segunda edición del Traité: en
la nueva sección dedicada a las causas de la enfermedad. Allí Pinel insiste en las
“irregularidades extremas en la manera de vivir” y en la mala educación como causas
frecuentes de locura47. Y sobre todo el autor menciona allí al libertinaje de las clases
bajas como “la fuente más fecunda de la alienación” 48.
En consecuencia, se puede decir entonces que la declaración del carácter
imprescindible del asilo represivo es inseparable de esa certeza acerca del origen
pasional de la enfermedad, debido a que la institución ofrece las condiciones
indispensables para operar sobre esa causa. Allende uno de los objetivos del asilo que
aquí no viene a cuento -el hospital está encargado de distribuir los distintos tipos de
afecciones en lugares diferentes-, el resto de sus cometidos está absolutamente ligado
a esa concepción sobre el origen y tratamiento de la locura. Si la alienación, pasiones
mediante, es un efecto de los malos hábitos, el asilo está llamado a regular las
costumbres; dado que la locura responde a imaginaciones desordenadas, arrebatos
emocionales, el hospital encarnará un ambiente tranquilo y regulado, donde tales
desvíos no hallen libre curso. Más aún, hace instantes vimos que a fin de cuentas para
44
Hallé, Jean & Thillaye, Jean, “Percepta”, 1819, p 240.
45
Esa proposición recuerda el fragmento del tratado de higiene de Virey, en el cual leemos que, dado que
del dominio de las pasiones depende la salud, los sabios y la gente razonable normalmente no presentan
enfermedades, Virey, Julien. Hygiène ..., 1828, p 77.
46
Pinel, Philippe. Nosographie Philosophique, ou La Méthode de l’analyse appliquée à la médecine. Paris,
Imprimerie de Crapelet, 1798, tº II, p 6-7.
47
Pinel, Philippe. Traité ..., 1809, p 16-24.
48
Pinel, Philippe. Traité ..., 1809, p 29-30.
la medicina de comienzos del siglo XIX la pasión indicaba sobre todo la incapacidad
de dominarse a sí mismo, la dificultad para regir las propias afecciones por el respeto
a la razón. Ese aserto es, a nuestro entender, el núcleo del tratamiento moral, pues
Pinel concibe la curación como el restablecimiento del autodominio por parte del
enfermo. Por ello el alienista desaconseja el uso de la terapia moral en los casos de
manía sin delirio,
pues
esos
enfermos son incapaces
de manipular
sus
determinaciones:
“Se buscaría en vano aplicar a esta especie de manía las reglas del tratamiento
moral, infligiendo castigos o queriendo rectificar las ideas erróneas, pues el
alienado confiesa que no es dueño de sí mismo, y que él aborrece tanto como
49
puede sus funestas inclinaciones” .
Allí donde hay automatismos, determinaciones -sea que respondan a lesiones
orgánicas inmodificables, herencia o impulsos ajenos a la conciencia-, allí mismo no es
posible el tratamiento moral, pues éste apela a la reintroducción de un orden y una
razón. Y en esa restricción vemos la
alineación de la nueva profesión con los
requerimientos de la medicina higiénica. Y es justamente al tratamiento moral
entendido de esa forma, al que el asilo presta un auxilio vital.
“Una de las bellas ventajas de los hospicios bien ordenados es que imprimen
vivamente a los alienados que son susceptibles de ello la convicción de que están
sometidos a una fuerza superior destinada a dominarlos y a doblegar sus
voluntades y sus caprichos; esta idea, que hay que hacérselas presente a todo
momento, excita las funciones del entendimiento, detiene sus divagaciones
insensatas, y los habitúa gradualmente a contenerse, lo cual es uno de los
50
primeros pasos hacia el restablecimiento” .
El orden y la coacción del asilo apuntan a reforzar el dominio de sí en sujetos que, por
haber olvidado las ventajas de los buenos hábitos y la moderación, cayeron en la
sinrazón 51.
49
Pinel, Philippe. Traité ..., 1809, p 247.
50
Pinel, Philippe. Traité ..., 1800, p 294. Esa máxima se reitera con mayor fuerza aún en el prefacio de la
segunda edición: “Un centro único de autoridad debe estar siempre presente a su imaginación [de los
maníacos] para que aprendan a reprimirse ellos mismos y a dominar su fuego impetuoso. Una vez
obtenido ese objeto, no se trata más que de ganar su confianza y de merecer su estima para volverlos
completamente razonables en el final de la enfermedad y de la convalescencia”, Pinel, Philippe. Traité ...,
1809, p iv-v.
51
Se podrá objetar a nuestro planteo que el tratamiento moral, aun si descansa en la existencia del asilo,
era muchas veces efectuado mediante un diálogo con el loco, y que esa relación de palabra no es
reductible a una relación de gobierno. Pues bien, las máximas de la higiene participan de lleno de ese
intercambio por la palabra. En efecto, Juan Rigoli ha mostrado con solvencia que el diálogo con el loco
era fiel a las reglas de una retórica que no buscaba otra cosa que la regulación de las pasiones, que por
lo tanto era estrictamente higiénica. El tratamiento moral responde a una constelación en la que la
elocuencia, la oratoria y la higiene se entrecruzan para brindar al médico un poder sobre las pasiones;
Todo lo antedicho nos sirve para abordar una última evidencia de la estrecha
soldadura entre alienismo e higiene. Se trata, una vez más, de un elemento que los
primeros lectores del tratado captaron rápidamente, pero que la historiografía más
reciente ha desatendido. Nos referimos a la noción de régimen utilizada por Pinel.
Hacia el final de la obra de 1800, el autor afirma que “a menudo un método
expectante, auxiliado por el régimen moral o físico, puede bastar” para alcanzar la
curación 52. Si bien esa insistencia en el régimen parece estar dirigida sobre todo a
demostrar la ineficacia de los métodos físicos tradicionales (purgas, sangrías, etc.), la
misma tiene un valor propio: confirma hasta qué punto la locura es entendida como el
resultado de malos hábitos, y en qué sentido el tratamiento adecuado pasa por un
dispositivo asilar destinado a revertir ese abandono de la mesura. El régimen -que
incluye una buena alimentación, la lectura, el ejercicio corporal, etc-, dirá más adelante
Pinel, alienta sobre todo los esfuerzos conservadores de la propia naturaleza para
sanarse a sí misma 53. Más aún -y he allí un aspecto que los historiadores no han
subrayado-, no habrá de sorprendernos comprobar que en más de una ocasión Pinel
utiliza indistintamente las expresiones de régimen moral y de tratamiento moral para
referirse a su propuesta 54. A esta altura quizá no es necesaria la aclaración, pero vale
recordar que el término régimen “es rigurosamente sinónimo de higiene”, tal y como
afirma Rostan55. Más aún, al afirmar que el régimen puede bastar para abordar las
enfermedades, Pinel no hace más que demostrar fidelidad a una premisa de la
medicina hipocrática del higienismo: dado que el régimen se ocupa de todo lo que es
capaz de dañar la vida, es posible afirmar que “la ciencia del régimen es la medicina
en su totalidad” 56.
PALABRAS FINALES
Recuperar el lugar esencial que Pinel asigna al término régimen en el final de su
Rigoli, Juan. Lire le délire. Aliénisme, rhétorique et littérature en France au XIXe siècle. Paris, Fayard,
2001, p 121-9.
52
Pinel, Philippe. Traité ..., 1800, p 229; véase, también, p 243. Esos enunciados nos recuerdan la
afirmación de Cabanis: “y algunas veces un buen régimen alcanza para reintroducir el orden en nuestras
ideas y para ordenar nuestras pasiones”, Cabanis, P. (1795 [1804]), Coup d’œil sur les révolutions et sur
la réforme de la médecine. En : Cabanis, P. (1823) Oeuvres Complètes de Cabanis. París, Dossange
Frères, tº I, p 297.
53
Pinel, Philippe. Traité ..., 1800, p 276-79.
54
Pinel, Philippe. Traité ..., 1800, p 5, 304; Pinel, Philippe. Traité ..., 1809, p 8.
55
Rostan, León, "Régime", en: Dictionnaire de Médecine, vol 18, 1828, p 236.
56
Reydellet, Paul, "Régime", en : Dictionnaire des sciences médicales, vol 47, 1820, p 347.
tratado de 1800 sirve para captar retrospectivamente el núcleo esencial de su
definición de la locura. Todo en esa definición –sobre todo su dependencia en causas
morales que, sensualismo mediante, son equiparadas con mala educación, escasa
mesura, pasiones desmedidas, empecinamiento o simple error- se condice con el
hecho de que el manejo terapéutico que le está destinado al loco sea a fin de cuentas
un gobierno. Gobierno de sus impulsos, por una represión humanitaria. Gobierno de
sus ideas y sensaciones, por la enseñanza y por el control de los estímulos que recibe.
Gobierno de las cosas, desde la alimentación a los espacios, desde la vestimenta
hasta los sonidos. Al respecto, el discípulo Bricheteau nos alecciona sobre el origen de
la palabra régimen: deriva del latín regere, gobernar 57.
Hasta mediados de 1830, fecha en que comienzan a ganar terreno los dos modelos
alternativos que cuestionan la explicación de Pinel -la psicología y las tendencias
organicistas-, la pervivencia del tratamiento moral significaba lisa y llanamente la mejor
justificación de la validez del alienismo. A lo largo de este artículo hemos intentado
mostrar que ese alienismo había adquirido gracias a Pinel un pensamiento complejo y
coherente acerca de la enfermedad y su posible curación. Hemos señalado que ese
saber positivo fue un eco de una medicina higiénica que reducía la praxis galénica a
una labor de control y regulación de los hábitos y los estímulos. En uno y otro caso, la
búsqueda de la moderación era la tarea primordial. Hemos sugerido que esa matriz de
nociones y herramientas, al tiempo que daba a la medicina el poder abarcativo de una
antropología, le impedía a ese mismo discurso una toma en consideración de ciertos
objetos que no podían ser cifrados en ese lenguaje. Una medicina higiénica -y el
alienismo lo fue con todas las letras- es una medicina que tiene como meta el gobierno
y adoctrinamiento de una conciencia: pretende restituir una moral, un saber correcto
acerca de cómo relacionarse con las cosas. Los determinismos que no pueden ser
subsumidos a un gobierno posible, que no pueden ser capítulos de un régimen,
reciben poca visibilidad o permanecen en los márgenes de esa mirada. He allí, para
concluir, una de las razones por las cuales la herencia no podía ser para el alienismo
temprano más que un elemento difuso y secundario.
57
Bricheteau, Isidore, "Régime", en: Encyclopèdie Méthodique. Médecine, vol 12, 1827, p 484.