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HIGIENE Y TRATAMIENTO MORAL EN LA OBRA DE PINEL: LA HERENCIA COMO UN IMPENSABLE PARA EL ALIENISMO FRANCÉS DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX Mauro Sebastián Vallejo 1 RESUMEN Durante las primeras cuatro décadas del siglo XIX, el modelo del tratamiento moral de la locura ideado por Pinel gobernó el terreno alienista. Durante ese período, la herencia no era más que un problema marginal para los médicos que se ocupaban de la alienación. El objetivo de este trabajo es sugerir una explicación para ello. Los principales elementos de la teoría pineliana -las pasiones, el asilo, el régimenadquieren nueva luz cuando se los ubica en la matriz que los ordena. Esa matriz reside en el campo llamado higiene. Este escrito muestra que para ese tipo de saber una determinación como la hereditaria jamás podía adquirir un relieve marcado. Palabras claves: herencia, Pinel, higiene, régimen, pasiones ABSTRACT HYGIENE AND MORAL TREATMENT IN PINEL'S WORK: INHERITANCE AS AN UNTHINKABLE FOR EARLY 19th CENTURY FRENCH ALIENISM th During the first four decades of the 19 century, the model of moral treatment created by Pinel ruled the field of alienism. During this period, inheritance was only a marginal subject for physicians dealing with alienation. The aim of this paper is to suggest an explanation for that. The main elements of Pinel's theory -passions, madhouse, regime- become understandable when located in the matrix that orders them. That matrix is the field called hygiene. This paper shows that for this kind of knowledge a determination such as heredity could never receive a strong relief. Keywords: inheritance, Pinel, hygiene, regime, passions INTRODUCCIÓN En la segunda mitad del siglo XIX, tal y como ha sido demostrado por estudios documentados y precisos, un sector importante del alienismo y la neurología franceses adoptó una perspectiva fuertemente “hereditarista” 2. La herencia fue considerada, sobre todo a partir de 1870, como la causa principal, y casi suficiente, de las enfermedades mentales. Hasta la última década del siglo y gracias a la creciente 1 Becario posdoctoral del Conicet; docente e investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad de Bs As. 2 Véase Dowbiggin, Ian. Inheriting Madness: professionalization and psychiatric knowledge in nineteenth-century France. California, University of California Press, 1991; Coffin, Jean-Christophe. La transmission de la folie, 1850-1914. París, Harmattan, 2003. aceptación del paradigma de la degeneración inaugurado por Morel, casi la totalidad de las afecciones nerviosas fueron tildadas de hereditarias 3. Algo muy distinto sucedía en la primera mitad de ese siglo, pues los tratados de psiquiatría de ese entonces apenas si abordaban el problema de la herencia. Para ser precisos, desde Pinel en adelante ese factor era referido en los apartados sobre etiología o predisposición; empero, pocas páginas u observaciones eran dedicadas al asunto. A tal respecto, cabe señalar que la bibliografía especializada ha descuidado hasta el presente ese capítulo del alienismo francés. En la mayoría de los casos, los trabajos históricos se han contentado con indicar los innumerables pasajes en los que la herencia era mencionada en la literatura más temprana. Y se ha procedido en esa dirección bajo la guía de una mirada que se ha dedicado sobre todo a explicar qué cambios tuvieron que producirse en el discurso alienista de modo tal que una atención a las transmisiones generacionales fuera posible o apremiante. En efecto, se han efectuado loables ensayos por demostrar que el maridaje entre locura y herencia fue correlativo de una “somatización” de esa afección. La progresiva implantación de un modelo organicista de la alienación, de la mano de autores como Jacques Moreau de Tours, fue acompañada por el postulado de la heredabilidad de la patología 4. A tal respecto, cabría afirmar que se ha leído al alienismo de la primera mitad de siglo sobre todo desde el sesgo de lo que le faltaba. De hecho, algunos de los estudios acerca del determinismo hereditarista que se impone luego de Morel, inducen conclusiones como la siguiente: la psiquiatría de los primeros años, al descartar que la alienación fuese un efecto de lesiones o alteraciones orgánicas, no se preocupaba tanto por la posibilidad de que esas afecciones fueran comunicadas de generación en generación. No se trata aquí de impugnar ese tipo de lecturas, que podríamos calificar de negativas, pues aprehenden en el primer alienismo sobre todo lo que éste aún no era. Trabajos como los de Dowbiggin muestran sin ambages que los réditos de ese tipo de aproximaciones no son pocos. De todas maneras, quisiéramos sugerir en esta oportunidad la necesidad de ensayar un abordaje inverso. Más que fundamentar el papel marginal otorgado a la herencia en la primera mitad de siglo por la distancia que ese alienismo conserva para con el ulterior organicismo, es posible localizar la función esquiva que ese saber otorga al factor generacional en base a una toma en consideración de elementos positivos del primer conocimiento alienista. Se nos 3 Martin, Claude. La dégénérescence dans l’œuvre de B A Morel et dans sa postérité. Paris, Thèse pour le Doctorat de Troisième Cycle de Pyscho-pathologie soutenue à l’École Pratique d’Hautes Études, inédita, 1983; Huertas, Rafael, “Madness and Degeneration, I. From “fallen angel” to mentally ill”, en: History of Psychiatry, 1992, nº 3, p 391-411. 4 El autor que con más solidez ha defendido esa tesis es, sin lugar a dudas, Ian Dowbiggin. objetará que no se ha abandonado el cariz negativo de la lectura, pues en ambos casos pareciera que se procede bajo la premisa de que los psiquiatras debían hablar sobre la herencia. De todas formas, lo que está en juego no es esa premisa, sino más bien el designio de entender fundamentalmente la razón por la cual la constelación epistémica que regía al pensamiento de los alienistas dejaba al margen ciertos objetos y preocupaciones. Es decir, haremos hincapié menos en lo que faltaba en Pinel y su legado, que a cuanto regía efectivamente su modo de pensar. EL REINADO DEL MODELO PINELIANO. HIGIENE Y TRATAMIENTO MORAL Todo nuestro planteo parte de una serie de premisas que de alguna forma se articulan entre sí. Primero, que el modelo de alienismo propuesto por Pinel en su célebre tratado de 1800, rigió hasta al menos 1840 el modo en que la profesión médica encaró el tratamiento y estudio de las enfermedades mentales. Ese punto de partida no desconoce las modificaciones y agregados que los ulteriores discípulos imprimieron sobre las enseñanzas del maestro de la Salpêtrière. Basta recordar al respecto la importancia de nociones como la de monomanía, o las innumerables innovaciones aportadas por Esquirol. De todas formas, todos esos cambios no alteraban el núcleo del paradigma pineliano, que seguía gobernando el campo del alienismo. Esa premisa tampoco pasa por alto la existencia de modelos alternativos que cuestionaban aspectos nodales del pensamiento de Pinel; esas impugnaciones provinieron sobre todo de la anatomía patológica -como en el caso de Bayle- y de la frenología. Empero, es justo recordar que ninguno de esos objetores logró una verdadera repercusión en la práctica efectiva del tratamiento de la locura 5. Segundo, el éxito de la propuesta de Pinel debe ser entendido como un efecto de la ligazón que su mirada garantizaba entre descripción y tratamiento de las afecciones. De hecho, el tratamiento moral no fue un simple derivado de su definición de la patología mental, sino que en el primero se cifraba la verdadera matriz epistemológica que subtendía su pensamiento. Es justamente ese último aspecto el que será desarrollado aquí. Dado que, como dijimos, las tesis de Pinel fueron la verdadera columna vertebral del alienismo prehereditarista, el desglose de aquellas deviene una vía de acceso privilegiada para comprender qué tipo de objetos y preocupaciones no cabían dentro de los márgenes delineados por ese saber. En lo que sigue habremos de revisar algunos de los 5 Si bien es cierto que, sobre todo alrededor de 1830, muchos alienistas que pertenecían al círculo de Esquirol abrazaron la causa frenológica, las teorías de Gall no habían tenido hasta entonces un franco impacto en el abordaje médico de la alienación; véase Renneville, Marc. Le langage des crânes. Une histoire de la phrénologie. Paris, Les Empêcheurs de penser en Rond, 2000, p 132. elementos de ese paradigma. Analizaremos sobre todo el modo en que la perspectiva de Pinel -y en consecuencia, la de sus discípulos- responde a los requerimientos de un tipo de saber que, con afán de síntesis, llamaremos higiénico. Entre otras cosas, veremos de qué manera ciertos conceptos y nociones pinelianas -las pasiones, el régimen, el uso del asilo- reciben nueva luz gracias a la toma en consideración de ese parentesco. ALCANCES Y LÍMITES DEL HOMO HYGIENICUS Antes de adentrarnos en la descripción del pensamiento higiénico, quisiéramos dejar al menos asentado un importante elemento, que no podremos analizar aquí en detalle. A los fines de echar luz sobre el escaso peso que los alienistas prestan a los pasados genealógicos, sería fructífero establecer puentes más precisos entre el terreno alienista y el saber médico general. En tal sentido, sería menester tener presente que los fundamentos del alienismo fueron establecidos en un momento en que la herencia recién está comenzando a ser un capítulo consistente del saber galénico 6. En 1787 y 1790 la Societé Royale de Médecine había lanzado dos concursos que premiarían a ensayos que demostrasen si efectivamente existían las enfermedades hereditarias 7. Gracias a esos concursos, aparecieron en Francia los primeros trabajos sobre ese tipo de fenómenos. De todas maneras, e incluso a pesar de que pocas pero influyentes monografías sobre la materia verían la luz en las décadas siguientes, el concepto de herencia carece aún de solidez, y las fronteras de su dominio continúan siendo imprecisas 8. En tal sentido, la poca atención que los alienistas prestan a ese factor es 6 Al respecto véase López Beltrán, Carlos. Human Heredity, 1750-1870. The Construction of a scientific Domain. Londres, King’s College London (tésis doctoral inédita), 1992; López Beltran, Carlos, “In the Cradle of Heredity: French Physicians and L’Hérédité Naturelle in the Early 19th Century”, en: Journal of the History of Biology, 2004, 37, 39-72; Cartron, Laure. L’hérédité en France Dans la première partie du e XIX siècle: d’une question juridique à une question sociale. Paris, Université Paris I (tesis doctoral inédita), 2007. 7 Acerca de esos concursos, véase López Beltrán, Carlos, “Natural things and non-natural things. The boundaries of the hereditary in the 18th century”, en: AAVV, A cultural history of heredity I: 17th and 18th Centuries. Berlín, Max-Planck-Institut für Wissenschaftsgeschichte, 2002, pp. 67-88; Quinlan, Sean, “Inheriting Vice, Acquiring Virtue: Hereditary Disease and Moral Hygiene in Eighteenth-Century France”, en: Bulletin of History of Medicine, 2006, nº 80, p 649-76. 8 Los dos trabajos más importantes hasta 1830 fueron: Portal, Antoine, "Considérations sur la nature et le traitement de quelques maladies héréditaires ou de famille", en : Portal, Antoine. Mémoires sur la nature et le traitement de plusieurs maladies. París, Bertrand, tº 3, 1808, p 181-251; Petit, Antoine. Essais sur les maladies héréditaires. París, Gabon, 1817. Uno de los indicios que Carlos López Beltrán ha aislado como un síntoma claro de la debilidad del concepto de herencia, reside en la inexistencia del sustantivo hérédité en el lenguaje médico. Si bien este investigador mexicano había ubicado en una tesis médica de 1834 el pasaje desde el adjetivo héréditaire al sustantivo hérédité, en el transcurso de nuestra investigación nos hemos topado con sendos textos de 1819 y 1827 en los que el nuevo vocablo era utilizado; véase López Beltrán, Carlo, Human Heredity ..., p 31. simplemente un reflejo de la debilidad que posee un objeto epistémico que tardará aún unas décadas en adquirir fortaleza. Más aún, la mención de ese aspecto se liga íntimamente con el primer tópico que habremos de desarrollar. Al tiempo que la gravitación de las nociones de la higiene sobre el saber alienista es una de las razones esenciales que explican la distancia que los discípulos de Pinel mantendrán respecto de todo organicismo o hereditarismo, ese mismo reinado de la medicina higiénica es lo que se ubica en la base de la dificultad presentada por la medicina general para definir claramente los contornos de la problemática hereditaria 9. Así, es necesario demostrar dos premisas: uno, que el tratamiento moral acuñado por Pinel obedece a las exigencias capitales de ese capítulo que es la higiene. Para decirlo de otra forma, el alienado fue la puesta al extremo del homo hygienicus. Dos, la medicina higiénica tal y como se constituyó hasta 1830, suponía una visión totalizante de la materia galénica, merced a la cual diversos elementos y dimensiones quedaban por fuera de toda capacidad de aprehensión. La herencia era, para esa mirada, un impensable. Partamos de esta última premisa. La voluminosa bibliografía acerca del desarrollo del movimiento de la higiene pública en Francia está mayormente dedicada a reconstruir los avatares institucionales y editoriales, las ideologías políticas apoyadas y las encuestas empíricas llevadas a cabo por los protagonistas 10. En tal sentido, sirven mejor a nuestro cometido las publicaciones que brindaron a esa empresa galénica su andamiaje teórico más ambicioso. Al tiempo que se multiplicaban las investigaciones concretas acerca de problemas higiénicos (aireación de las ciudades, salubridad de los lugares de trabajo, etc.), algunos médicos construyeron una teoría general de la higiene que delineaba claramente qué tipo de medicina estaba en juego allí, y qué acciones y objetos podían alojarse en el centro de ese nuevo territorio. En las últimas décadas del siglo XVIII la higiene constituyó uno de los carriles por los cuales la medicina quiso convertirse en una ciencia global del hombre, capaz de estudiar y controlar todas las facetas de la vida individual y social (desde las epidemias a los alimentos, desde los hábitos de puericultura hasta la diagramación de las ciudades) 11. 9 En tal sentido, no es casual que la única obra que en la primera mitad del siglo XIX negó abiertamente la posibilidad de la herencia de enfermedades, haya sido un tratado de higiene: Mongellaz, Pierre-Joseph. L'art de conserver sa santé et de prévenir les maladies héréditaires, ou l'hygiène. Paris, MequignonMarvis, 1828, p 81-96. 10 Véase por ejemplo, Coleman, William. Death is a social disease. Publich Health and Political Economy in Early Industrial France. Wisconsin, The University of Wisconsin Press, 1982; La Berge, Anne. Mission and Method. The early nineteenth-century French public health movement. Cambridge, Cambridge University Press, 1992; Jorland, Gerard. Une société à soigner. Hygiène et salubrité publiques en France au XIXe siècle. Paris, Gallimard, 2010. 11 Acerca de esa equiparación entre higiene y antropología, véase Williams, Elizabeth. The physical and En tal sentido, lo que pasó a denominarse el campo de la higiene, fue la reinscripción del holismo de la medicina hipocrática en el marco de una tecnología médica que, a partir de 1750, se propuso diagnosticar y remediar problemas ligados a la salud de la nación 12. Pues bien, esa medicina fue absolutamente ambientalista; en palabras de Michel Foucault, no fue “realmente una medicina del hombre, del cuerpo y del organismo, sino una medicina de las cosas” 13. Un análisis de los principales tratados de higiene de comienzos del período decimonónico -análisis del que aquí no podemos más que otorgar un rápido resumen-, muestra en efecto que esa forma de medicina era reductible a un saber y un control de la relación que el hombre tiene con las cosas que conforman su entorno físico y social. En tal sentido, esa mirada postergaba indefinidamente una real atención a la determinación orgánica propiamente dicha. Más aún, todas sus prescripciones iban dirigidas a la conciencia de los individuos: solamente entraban en la órbita de la medicina higiénica los actos voluntarios merced a los cuales el hombre podía mejorar su contacto con las cosas. Este último elemento se observa claramente en la definición que Jean Noel Hallé (1754-1822) -considerado, junto con Étienne Tourtelle, como el padre de la higiene pública en Francia- dará sobre el sujeto y la materia de la higiene: “El sujeto de la higiene es el hombre considerado en estado de salud, y en las relaciones de este estado con las influencias bajo las cuales el hombre vive, con las cosas cuyo uso está a su disposición, con sus propias facultades, de las cuales es libre de dirigir su ejercicio. Estas cosas, que nosotros hemos designado bajo el título de Materias de la higiene, tienen, por su naturaleza, una misma manera de actuar sobre todos los hombres, pero no se hallan en relaciones de igual valor 14 para todos los individuos” . De todas maneras, será el artículo sobre la materia de la higiene el que mejor nos mostrará hasta qué punto esta medicina es un saber que, más que hablar del organismo, habla sobre las cosas que lo rodean. En efecto, allí se afirma que las cosas -distribuidas en seis categorías clásicas- deben ser estudiadas esencialmente the moral. Anthropology, physiology, and philosophical medicine in France, 1750-1850. Cambridge, Cambridge University Press, 1994, p 152-4. 12 Quinlan, Sean. The Great Nation in Decline. Sex, Modernity and Health Crises in Revolutionary France c. 1750-1850. Burlington, Ashgate, 2007. 13 Foucault, Michel, “La naissance de la medicine sociale”, en: Foucault, Michel. Dits et Écrits, tº 3. Paris, Gallimard, 1994 (1974), p 222. A tal respecto, cabe afirmar que, al menos hasta 1830, la higiene siguió regida por el marco de las cosas naturales y no naturales, muy bien descripto por Coleman en un texto clásico: Coleman, William, “Health and Hygiene in the Encyclopédie: A Medical Doctrine for the Bourgeoisie”, en: Journal of the History of Medicine, 1974, 29, p 399-421. 14 Hallé, Jean & Thillaye, Jean, “Sujet de l’hygiène", en: Dictionnaire des sciences médicales, vol 53, 1821, p 284. desde el punto de vista de cuán disponibles están para el sujeto, y atendiendo a “los efectos que resultan de los excesos y de los abusos de su utilización” 15. Ello pone al descubierto que los objetos de los que se ocupa esta medicina valen exclusivamente en cuanto están “disponibles” para el individuo. Dado que la esencia de la higiene consiste en una moral de la mesura, en una vigilancia de los usos de los objetos, esta medicina solamente opera cuando puede dirigirse a una conciencia a la cual puede adoctrinar acerca de la utilización de los elementos 16. Regular las relaciones entre el hombre y sus cosas es precisamente el núcleo de la tercera y última parte del esquema de la higiene propuesto por Hallé, referida a las reglas. Este último incluye una serie de consejos y prescripciones referidos sobre todo a la necesidad de observar una estricta mesura en el uso de las cosas. Se trata no solamente de regular la utilización de esas cosas, sino también el de los órganos. Y aparece allí nuevamente el deslizamiento que venimos rastreando. Desde ese punto de vista, afirman los autores, los órganos pueden ser abordados desde dos perspectivas: según las cosas sobre las cuales actúan, o según las ventajas que acarrean al organismo en general. Respecto del primer punto, se trata en la mayoría de los casos de acciones voluntarias, que recaen sobre objetos externos o internos (excrecencias). “en el segundo caso, [la acción] es independiente de la voluntad y sometida a las leyes del organismo. Es entonces solamente bajo el primer aspecto que los órganos pueden ser empleados de una manera irregular, abusiva o perversa, y que deben ser dirigidos por las leyes del régimen. Los vicios de las operaciones involuntarias o puramente orgánicas no son más que consecuencias de errores en el régimen, a menos que sean producidos por desórdenes de la organización misma, es decir por 17 enfermedades en la cual la voluntad no ha participado” . Nueva proscripción de determinaciones orgánicas. Ya no solamente por la naturaleza misma de la materia atinente a la higiene, sino también por el tipo de acción médica 15 Hallé, Jean & Thillaye, Jean, "Matière de l’hygiène", en: Dictionnaire des sciences médicales, vol 31, 1819, p 145. 16 Lo mismo es válido para el caso de Moreau de la Sarthe, quien en un texto de 1800 propondrá una clasificación alternativa de la materia de la higiene, no centrada ya en las cosas sino en los órganos sobre los cuales impactan. Ese nuevo ordenamiento será retomado, entre otros, por Leon Rostan. Si bien ese postulado presuntamente deja más espacio a una atención al organismo en sí mismo, en verdad la definición del contenido de la higiene sigue imponiendo un cerco muy claro, que abarca solamente los objetos cuyo uso puede ser regulado por la conciencia: para Moreau la higiene es “el conocimiento de las cosas que el hombre emplea, evita o modifica para el mantenimiento convenientes de su salud; dividida en ocho grandes grandes divisiones correspondientes a las de las funciones vitales y de relación”, Moreau de la Sarthe, Jacques. Esquisse d'un cours d'hygiène. Paris, Gabon, 1800, sin paginación. 17 Hallé, Jean & Thillaye, Jean, “Règles de l’hygiène“, en: Dictionnaire des sciences médicales, vol 53, 1821, p 328-9. que interesa a esta disciplina. La higiene fue desde sus inicios una pedagogía, un control de las conductas y de las cosas. Ella existe en la medida en que hay posibilidad de ejercer una regulación de las acciones, y ello es precisamente el régimen. Por ende, sólo entran en el recuadro de su mirada los procesos, los accidentes y los consejos que pueden ser sometidos a una voluntad esclarecida. Doble expulsión de las determinaciones internas corporales: primero, porque a fin de cuentas las cosas son siempre, como tales, externas (por más que provengan de dentro del organismo), y segundo, porque solamente interesan los gestos que, al hacer uso de ellas, pueden ser atravesados por las órdenes de una enseñanza médica. En síntesis, hay higiene solamente cuando una acción deliberada es posible. Concluyamos este rápido recorrido por el saber higiénico mediante un comentario de la obra que dio a esa ciencia su definición más precisa y general. Nos referimos al tratado de Virey de 1828 18. El ambientalismo y sensualismo que había regido desde sus inicios a esta medicina, son llevados en esas páginas al extremo más lógico: Virey afirma que no es posible hablar de una naturaleza humana similar a la del resto de los seres vivos, pues a fin de cuentas todo lo que podría ser natural en el hombre se encuentra subordinado a los poderes de una moral: “Nos hace falta un arte, ante la falta de naturaleza”19. Todo lo atinente a la salud del hombre se halla a merced de un gobierno posible. “¡Cuán diferente es el hombre social! Apenas sale del seno materno, ya se lo prepara a sentir las mantillas de la vida civilizada. Inmediatamente sus alimentos, sus bebidas, no son ya las que ofrece la simple naturaleza ... El uso del fuego, la necesidad de abrigos, de habitaciones calefaccionadas ...; en fin, las disciplinas de la educación y de los estudios prolongados, la aplicación a los trabajos de las artes y de las diversas condiciones de la sociedad, según los regímenes instituidos por las leyes civiles y religiosas, todo ha sido casi enteramente desnaturalizado en nuestra raza, en nuestros estados políticos más perfeccionados … la vida se ha vuelto artificial ... Así, los actos del régimen social, que tienen la preponderancia, 20 modifican más nuestras funciones que los poderes generales de la naturaleza” . El escueto periplo seguido hasta aquí nos ha permitido iluminar de qué manera la 18 Virey, Julien. Hygiéne philosophique, ou de la santé dans le régime physique, moral et politique de la civilisation moderne, 2 tº. París, Crochard, 1828. 19 Virey, Julien. Hygiène..., 1828, tº I, p V-VI. Un pasaje de esta obra resalta muy bien hasta qué punto la higiene asegura un nexo íntimo entre un ambientalismo extremo y una ética conciente de la moderación: “Al igual que el hombre, el animal posee en sí primitivamente la salud, la fuerza de alejar los males de toda especie; ellos nos vienen de afuera, como los golpes, las caídas, o cualquiera otra violencia exterior; también nos son aportados por los excesos de calor, de frío, de humedad, de sequedad, o de otras alteraciones atmosféricas; ellos nacen sobre todo de los objetos recibidos por nuestras entrañas, el aire, los alimentos, las bebidas …; por último, vienen de causas morales, que nos penetran más o menos. La dificultad de vivir sanamente consiste tanto en resguardarse de esas cosas exteriores en aquello que ellas tienen de dañino; o habituarse a soportar las alteraciones inevitables, así como en no abusar ni de sus fuerzas ni de sus placeres” (tº I, p 10). 20 Virey, Julien. Hygiène ..., 1828, p IX-X. posibilidad de una determinación orgánica (o hereditaria) no podía ser contemplada plenamente por un tipo de saber médico como la higiene, sobre el cual se puede afirmar, sin caer en el riesgo de la exageración, que gobernó silenciosamente la comprensión galénica de la salud y la enfermedad hasta mediados de siglo. En paralelo a los firmes avances realizados en la cirugía y la anatomía, la higiene era el marco general capaz de habilitar, mediante su insistencia en la prevención y el régimen, un acerbo de herramientas terapéuticas para una medicina que se mostraba incapaz de afrontar con éxito los desarreglos y las patologías. Ahora bien, nuestra hipótesis -y segunda premisa- reza que es esta suerte de paradigma médico lo que explica a fin de cuentas muchos rasgos del tratamiento moral de Pinel, y por lo tanto su caracterización de la alienación. Subrayar el hecho que el campo de la higiene es la verdadera fuente del tratamiento moral permite a fin de cuentas echar una esclarecedora luz sobre varios aspectos: por un lado, nos permite otorgar su verdadera significación a dos de las nociones esenciales del tratado de 1800: las pasiones y el régimen; por otro lado, posibilita ubicar a dos técnicas primordiales de ese tratamiento -la represión y el uso coercitivo del aparato asilar-, no como desviaciones o contaminaciones de un dispositivo originalmente humanitario, sino como derivaciones necesarias de una medicina higiénica; por último, demuestra la validez o pertinencia de las primeras recepciones de la obra pineliana. PRIMEROS LECTORES DEL TRAITÉ DE PINEL En 1822, Antoine Bayle defiende su tesis médica, en la cual todavía no pone en duda el edificio pineliano. Las críticas más virulentas se producirán cuatro años más tarde, y a través de ellas el joven médico demostrará ser un observador muy sutil de la disparidad existente entre la medicina de su tiempo y el alienismo, sobre todo debido al apego de este último a la nosología, y a su incapacidad de estudiar las causas orgánicas21. Pues bien, ya en 1822 Bayle realiza un diagnóstico muy sagaz del decurso del alienismo. Al comienzo de esa tesis leemos: “El conocimiento de la naturaleza de las enfermedades es el fundamento más inquebrantable de la terapéutica; y no hay duda de que, si la naturaleza de la alienación mental fuese descubierta, el tratamiento de esta enfermedad no estaría casi enteramente limitada, como sucede hoy en día, a los recursos muchas veces 22 infructuosos de la higiene” 21 Brown, Edward, “French Psychiatry’s Initial Reception of Bayle’s Discovery of General Paresis of the Insane”, en: Bulletin of the History of Medicine, 1994, vol 68, nº 2, p 235-53. 22 Bayle, Antoine. Recherches sur les maladies mentales. Paris, Didot Jeune, 1822, p 6. ¿Por qué puede Bayle equiparar el tratamiento de la locura con la higiene? Ahora bien, la lectura de las primeras reseñas y comentarios de la obra de Pinel pone al descubierto que aquellos tempranos lectores supieron ver en las páginas de 1800 un aspecto que la historiografía luego pasaría por alto. Al recorrer las reacciones de los colegas y discípulos de Pinel, constatamos que ellos buscaron los elementos constituyentes de la nueva terapéutica moral en aspectos que, reunidos entre sí, conforman justamente la visión de la higiene. El autor que tal vez más claramente captó esa aproximación entre alienismo e higiene fue Jacques Moreau de la Sarthe (1771-1826), amigo y colaborador de Pinel. Nos referimos esencialmente a la reseña que escribió sobre la segunda edición del Traité de Pinel, aparecida originalmente en el Moniteur universel en 1811, y publicada en forma de libro un año más tarde. Allí brindaba una caracterización de las enfermedades mentales que respetaba fielmente el lenguaje de la higiene: “La mayoría [de las enfermedades mentales], a decir verdad, parece depender de nosotros mismos, y se liga a nuestros errores, nuestros prejuicios, a las instituciones viciosas, o a las pasiones que, excesivas o mal dirigidas, se transforman en un verdadero estado de alienación” 23. Más aún, dado que el médico de la Sarthe entendía que el texto fundacional de Pinel interpretaba las afecciones como el resultado de nuestros malos hábitos, se detenía en resaltar las analogías entre la labor del alienista y la de un profesor hábil 24. Luego de revisar algunos de los ejemplos citados en el libro de Pinel, su colega extrae, primero, la conclusión de que el ordenamiento institucional es el sostén y sustento de todo el abordaje indicado -“Los detalles, las observaciones, las informaciones de todo tipo que uno puede recoger acerca de la policía de los establecimientos consagrados a los alienados, son las verdaderas bases sobre las cuales debe apoyarse el tratamiento de las enfermedades mentales” 25-; y segundo, que el tratamiento moral no es más que un capítulo de ese gobierno: “Todo lo que concierne al tratamiento moral de los alienados, que parece a Pinel una de las partes más importantes de la policía de lo establecimientos consagrados a las enfermedades mentales ...” 26. 23 Moreau de la Sarte, Jacques. Fragments pour servir à l'histoire de la médecine des maladies mentales et de la médecine morale. Paris, s/d, 1812, p 8. 24 Moreau de la Sarthe, Jacques, Fragments ..., 1812, p 13-4. A través de ese comentario no hacía más que respetar una de las observaciones incluidas por Pinel en la segunda edición de su obra: “¡Cuánta analogía entre el arte de dirigir los alienados y aquel de educar a los jóvenes!”; Pinel, Philippe. Traité médico- philosophique sur l’aliénation mentale (seconde édition). París, Brosson, 1809, p 20. 25 Moreau de la Sarthe, Jacques. Fragments ..., 1812, p. 50-1. 26 Moreau de la Sarthe, Jacques. Fragments ..., 1812, p 55. En efecto, esa mutua dependencia entre tratamiento de la locura y necesidad de un buen gobierno del asilo, será una de las principales lecciones extraídas por los primigenios lectores de Pinel. A tal respecto, vale recordar las palabras que Étienne Pariset dijo sobre la tumba de Pinel. Este discípulo equiparó en tal oportunidad el tratamiento ideado por su maestro con una técnica de gobierno de los hombres: “Fue el primero en introducir en el tratamiento de estas tristes enfermedades el único remedio que puede disminuir el horror, el único método que puede reintegrar, en el espíritu del hombre vuelto extranjero a sí mismo, el don más precioso y el más frágil que nos haya dado el Creador, la razón. Este método es el de la dulzura, de la bondad, de la piedad, de la firmeza, de la justicia ...; acción por siempre memorable de nuestro excelente Pinel; ejemplo digno de ser propuesto a cualquiera que ejerce la autoridad sobre los hombres; pues, luego de los males de nuestro cuerpo, los cuales presentan suficiente uniformidad, el gran espectáculo de este mundo no está alterado más que por las enfermedades infinitas de la razón humana; y si hay, para los conductores de los hombres, alguna regla a seguir para calmar los desvíos de sus semejantes, y prevenir sus consecuencias funestas, esa regla –me atrevo a decir- es trazada por la conducta de Pinel. Justicia, bondad, concesiones, piedad, amor de nosotros mismos en los otros, 27 ¿qué otra cosa es necesario para el mantenimiento de la sociedad humana?” . Esas palabras de Pariset recuerdan el modo en que Destrutt de Tracy se había referido, de manera entusiasta, a la obra de Pinel poco después de su primera edición: “Demuestra que el arte de curar a los hombres en estado de demencia no es otra cosa que el arte de manejar las pasiones y de dirigir las opiniones de los hombres comunes; consiste en formar sus hábitos” 28. En unos instantes comprobaremos que la obra de Pinel de 1800 abonaba ese tipo de lecturas, pues ella, desmintiendo la érronea interpretación que Gauchet y Swain construyeron al respecto, repetía incansablemente que todo tratamiento moral era inseparable de un gobierno (de las conductas, de los hábitos, de las libertades) y una represión que solamente podían ser garantizadas por el funcionamiento asilar 29. Por el momento, agreguemos que en realidad ese tipo de 27 Pariset, Etienne. Discours prononcé sur la tombe de M. Pinel, membre de l’Académie Royale de Médecine. Paris, Imprimerie de Rignoux, 1826, p 4. 28 29 Destutt de Tracy, Antoine. Projet d'éléments d'idéologie. Paris, Didot, 1800, p 253. En tal sentido, habría que sumar aquí la voz de I. Bricheteau, otro estrecho colaborador de Pinel, con quien redactaría algunos artículos para diccionarios médicos. En su texto acerca del legado de Pinel, el discípulo resume del siguiente modo la labor psiquiátrica del maestro: “Los pobres maníacos, libres de errar en paz, no tardaron en experimentar los felices efectos de un aire puro, ejercicio, trabajo y una vigilancia exacta y paternal”, Bricheteau, Isidore. Discours sur Philippe Pinel, son école et l’influence qu’elle a exercée en médecine, prononcé devant la Societé Médicale d’Émulation de Paris, dans sa séance publique du 5 décembre 1827. Paris, Pancloucke, 1828, p 8. Quizá más elocuente al respecto era el modo en que Rihcerand, en una temprana reseña del libro de Pinel, resumía los ejes del tratamiento de la alienación: “El ciudadano Pinel hace ver que los medios curativos deben ser variados como las especies de enfermedad; que a veces es necesario reprimir al alienado, y demostrarle que ya no es el dueño de sus acciones; que en otras ocasiones alcanza con sacudir fuertemente su imaginación; que, en algunas ocasiones, se debe incluso intimidarlo a través de amenazas”, Richerand, Anthelme, “Nouvelles littéraires. Traité médico-philosophique...”, en: Journal de médecine, chirurgie et pharmacie, 1801, vol 1, p lecturas eran un desprendimiento necesario del tipo de medicina que nos interesa, la cual se concebía a sí misma como una antropología, una ciencia del hombre destinada a regular y gobernar todas las conductas de los ciudadanos. Los fundamentos de ese sueño de una acción médica reductible a un gobierno, habían sido establecidas hacía algunos años por autores de la talla de Cabanis; así, hay que leer esa ligazón locuragobierno como el reverso de una fantasía que este último enunciaría claramente: cuando se llegue a fundar una verdadera república, con instituciones bien gobernadas, las alienaciones se volverán muy escasas 30. El último aspecto rescatado con cuidado por los lectores de Pinel concierne una vez más a una proposición que el alienista había destacado en su obra, y que, a nuestro entender, ha sido generalmente descuidado por la historiografía reciente. Nos referimos a la hipótesis según la cual la medicina expectante -o el régimen, pues ambos conceptos son a veces intercambiables- basta en la mayoría de los casos para logar una curación de la patología. Esa creencia es un desprendimiento del concepto de vis medicatrix naturae del hipocratismo, esto es, la premisa según la cual la acción médica debe limitarse a acompañar y facilitar el proceso por el cual la naturaleza supera la enfermedad 31. Así, nada menos que Cuvier dirá en su texto sobre Pinel que “el principal [resultado de sus investigaciones sobre la locura] fue la certeza de que, en muchos casos, la manía es una enfermedad pasajera, que se cura como la fiebre, con no obstaculizar su marcha” 32. LA HIGIENE PINELIANA La más inmediata recepción del tratado de 1800, entonces, vio en esa obra la descripción de una nueva medicina mental que se apropiaba de (y reordenaba) las piezas clave de una medicina higiénica: en esas páginas fundacionales se presentaba una terapéutica que en última instancia se basaba en el control de los hábitos, la 365-6. 30 Cabanis, Pierre, "Quelques principes et quelques vues sur les secours publiques", en: Cabanis, Pierre. Œuvres Complètes de Cabanis. París, Dossange Frères, tº II, 1823 (1791-1793 [1798]), p 298-9. 31 No está de más recordar que Pinel sería el autor de la definición de ese término en un importante diccionario médico: Pinel, Philippe, "Expectation en médecine, ou médecine expectante", en : Dictionnaire des Sciences Médicales, vol 14, 1815, p 247-54. 32 Cuvier, Georges, "Éloges historiques de MM Hallé, Corvisart et Pinel", en: Cuvier, Georges. Recueil des éloges historiques lus dans les séances publiques de l’Institut Royal de France. Paris, Levrault, 1827, tº 3, p 45. Eso mismo había sido señalado con precisión en una de las primeras reseñas aparecidas de la obra de 1800: Jouard, Georges, "Recension du «Traité Médico-Philosophique surl'aliénation mentale, ou la manie»", en: Bibliothèque Francaise, ouvrage périodique, 1800, nº VIII, Frimaire An X, pp 105-17. Reproducido en Postel, Jacques, "La recension du Traité Médico-Philosophique sur l'aliénation mentale de Philippe Pinel, parue en Décembre de 1800, dans la Bibliothèque Franҫaise, sous la plume de G. Jouard", en : Psychiatrie franҫaise, 1988, 2, p 105-12. vigilancia de los estímulos, la represión y el régimen. Ahora bien, lo que quisiéramos resumir en este postrero apartado es la demostración de que esa primera interpretación de la obra pineliana hace justicia al lugar central que allí tienen las exigencias de un saber higiénico. Así, si bien sería posible reconstruir la importancia de la higiene en el desarrollo del pensamiento de Pinel desde un punto de vista biográfico, prescindiremos de esas evidencias, y nos concentraremos exclusivamente en su obra más importante 33. Volver a recalcar, después de los trabajos de Michel Foucault y Robert Castel, la primacía de la represión y el gobierno en el tratamiento moral de Pinel, implica ciertamente una discusión con la lectura de Gladys Swain y Marcel Gauchet, que aquí no podemos desarrollar en su debida extensión. Empero, vale aclarar que esa recuperación de la dimensión de vigilancia y castigo del asilo no se liga en nuestro caso exclusivamente con un análisis y denuncia de la cuestión del poder en la práctica alienista. Nuestro objetivo es más bien mostrar que esa utilización del gobierno se articulaba necesariamente con una epistemología, era parte lógica de un modo razonado de comprender la acción médica 34. En vistas a cernir hasta qué punto la terapia alienista respondía a la matriz de la higiene, es menester entonces volver una vez más sobre aquello que los primeros lectores de Pinel supieron captar sin problemas: ya desde la primera edición de 1800, el Traité operaba una estrecha ligazón entre posibilidad de curar la alienación y acción represiva del asilo. Tal y como es bien sabido, Gauchet y Swain quisieron demostrar que lo que separa la primera de la segunda edición del tratado de Pinel es el pasaje de un tratamiento moral -teñido esencialmente de un diálogo humanitario entre médico y paciente- a un tratamiento institucional o masivo, que reposaría sobre el supuesto que el funcionamiento ordenado del hospicio alcanza para sanar la locura 35. Por el 33 Recordemos que diversos historiadores han documentado el temprano interés de Pinel por la higiene, develado sobre todo en sus pequeñas publicaciones en la Gazette de Santé de la década de 1780 reproducidas en Postel, Jacques. Genèse de la psychiatrie. Les premiers écrits de Philippe Pinel. París, Le Sycomore, 1980, p 165-96- y en su proyecto, jamás realizado, de redactar un tratado sobre la materia. Respecto de todo ello, véase el análisis de Weiner, Dora. Comprender y curar. Philippe Pinel (1745-1826). La medicina de la mente. México, FCE, 1999, p 52-60. Por otro lado, otros historiadores han buscado las evidencias de la proximidad entre alienismo e higiene sobre todo en la participación de los psiquiatras en el movimiento higienista. Véase sobre todo Castel, Robert. El orden psiquiátrico. La edad de oro del alienismo. Madrid, La Piqueta, 1977, p 144-58. 34 Nuestra lectura acerca de la presencia de la higiene en el accionar y el pensamiento de Pinel concuerda plenamente con los resultados de una tesis doctoral defendida recientemente: Fouré, Lionel. Le traitement moral de Pinel. Épistemologie et philosophie de l'esprit de l'aliénisme. Université Paris ISorbonne, Paris, Tesis doctoral inédita, 2008. 35 Gauchet, Marcel & Swain, Gladys. La pratique de l’esprit humain. L’institution asilaire et la révolution démocratique. Paris, Gallimard, 1980, p 93-8. Una lectura similar se presenta en Garrabé, Jean, "Pinel et l'assistance aux malades mentales", en: Garrabé, Jean (ed). Philippe Pinel. Les journées de Castres. Paris, Éditions Médicales Pierre Fabre, 1988, p 132-3. No es momento de detenernos en ello, pero contrario, ya el libro original de 1800 articulaba un abordaje terapéutico que, apoyándose sobre ese resto de razón iluminado ejemplarmente por aquellos dos historiadores36, dependía absolutamente de la represión y control garantizados por el hospicio. Basta con leer los ejemplos clínicos citados por Pinel en esa sección segunda. Los títulos de los apartados de esas curaciones lo indican sin ambages: “Efectos útiles de una represión enérgica”, “Intimidar al alienado, pero sin permitirse ningún acto de violencia”, “Ventaja de otorgar a los alienados una libertad sabiamente limitada al interior de los hospicios”, etc. Más allá de los ejemplos, Pinel es muy claro al exponer su teoría. Vayamos a dos fragmentos. “No debe sorprender la importancia extrema que doy al mantenimiento de la calma y el orden en un hospicio de alienados, y a las cualidades físicas y morales que exige una tal vigilancia, debido a que en ello reside una de las bases fundamentales del tratamiento de la manía, y que sin ella no se obtienen ni 37 observaciones exactas ni una cura permanente ...” . Debemos también traer al recuerdo ese pasaje en que el alienista afirmaba que el remedio más potente es “aquel que no se puede hallar más que en un hospital bien gobernado, aquel que consiste en el arte de subyugar y dominar, por así decir, al alienado, al ubicarlo en estrecha dependencia de un hombre que, por sus cualidades físicas y morales, sea capaz de ejercer sobre él un dominio irresistible, y alterar el encadenamiento 38 vicioso de sus ideas” . Pues bien, esa apelación al asilo y la represión responde sabiamente a dos núcleos capitales del nuevo pensamiento sobre la locura. Por una parte, a su concepción etiológica centrada en las pasiones. En vano se buscará en la edición de 1800 una definición clara sobre la pasión. Otro tanto puede decirse de la tesis de Esquirol de 1805, que se preocupa más por la descripción de las pasiones y su utilización recordemos rápidamente que uno de los grandes obstáculos para esa lectura reside en las firmes evidencias que señalan que en realidad era el conserje Pussin el encargado de llevar a cabo el tratamiento moral (véase Juchet, Jack, "Jean-Baptiste Pussin et Philippe Pinel à Bicetre en 1793. Une rencontre, une complicité, une dette", en: Garrabé, Jean (dir). Philippe Pinel. Paris, Les empecheurs de penser en rond, 1994, p 55-70). Así, los historiadores que quieren hacer de la terapía pineliana una mera filantropía, no tienen más recurso que endilgar a una presunta influencia de Pussin la aparición de lo represivo en la pluma de Pinel; véase Gauchet, Marcel & Swain, Gladys. La pratique ..., 1980, p 278, y Weiner, Dora. Pinel ..., 1999, p 135. 36 Lo que no ha sido suficientemente remarcado por Swain y Gacuhet es que ese resto de razón se encarna en Pinel sobre todo en que él llama un “combate interior”: entre dar rienda suelta a sus desvaríos o sufrir los efectos de la represión; véaser por ej., PINEL, PHILIPPE. Traité médico- philosophique sur l’aliénation mentale, ou la manie. Paris, Richard, Caille et Ravier, 1800, p 102. En síntesis, ese resto de razón se halla más cerca del temor al castigo que de la autoreflexión de un alma sosegada. 37 Pinel, Philippe. Traité ..., 1800, p 95. 38 Pinel, Philippe. Traité ..., 1800, p 57-8. terapéutica, que de su definición39. Según nuestro parecer, solamente se comprende el sentido de ese término en el alienismo de comienzos de siglo si se tiene en cuenta que el mismo proviene del vocabulario de la higiene. En efecto, las pasiones formaban parte imprescindible de la materia de la higiene, y eran quizá su ingrediente esencial. Pues bien, nada mejor que buscar en esa literatura una caracterización de ese concepto. El mismo desempeña un rol demasiado central en la matriz de la higiene, y por ello es comprensible que existieran visiones contrapuestas acerca de su esencia40. Independientemente de tales diferencias, se puede afirmar que, para la medicina francesa de comienzos de siglo, las pasiones indican el efecto (psíquico y corporal) del olvido del orden de la naturaleza. Hay pasiones allí donde se crean necesidades y deseos ficticios 41; ellas aparecen allí donde el hombre no puede gobernarse a sí mismo, y pierde conciencia de la moderación que debe regular su relación con las cosas. A los fines de ilustrarlo, veamos cómo teoriza Hallé este problema. Las pasiones debían ser abordadas en la sección dedicada a las afecciones del alma del artículo Matière de l'Hygiène, pero por razones de espacio ello no fue posible. Por ese motivo, el padre de la higiene francesa salda esa deuda en la entrada Percepta del mismo diccionario 42. La afección del alma nace cuando un objeto saca al hombre del estado de indiferencia; la pasión es un aumento de esa situación, y “pone al espíritu en un estado que va más allá de su medida ordinaria” 43, y por ende en condiciones que no son favorables a la salud. En el planteo de Hallé y Thillaye al fin de cuentas la pasiones dependen de cuán logradamente un individuo sea capaz conservar la razón en el manejo de sus emociones. La manera en que somos afectados por algo -afirman los autores- no alcanza para formar una determinación o una voluntad. Estas últimas dependen en realidad de una fuerza y un juicio del sujeto. Ese razonamiento sopesa el origen de la afección y sobre todo el interés que merece. “Cuando ese juicio está formado por la razón, él conserva la afección y sus consecuencias dentro de las medidas y las proporciones convenientes, y pone un 39 Esquirol, Etienne. Des Passions considérées comme Causes, Symptômes et Moyens curatifs de l’Aliénation mentale. Paris, Didot Jeune, 1805. 40 Y no es casual que los artículos sobre las pasiones de los cuatro diccionarios médicos más importantes de la primera mitad del siglo XIX estuvieran firmados por los grandes nombres de la higiene: Hallé, Virey, Rostan y Moreau de la Sarthe. 41 Ese punto es insistentemente marcado por Esquirol: Esquirol, Rtienne. Des Passions ..., 1805, p 14. 42 Hallé, Jean & Thillaye, Jean, “Percepta”, en: Dictionnaire des Sciences Médicales, vol 40, 1819, p 21162. 43 Hallé, Jean & Thillaye, Jean, “Percepta”, 1819, p 212. freno a la pasión” 44. Todas las pasiones dependen de un regulador, que es la razón, que sabe otorgar a los estímulos su justo valor. Un hombre razonable se mantendrá a resguardo de las pasiones, pues sabrá contener dentro de sus límites naturales a las emociones 45. A pesar de que en Pinel no hallamos un tratamiento tan detenido sobre el origen de las pasiones, no es difícil comprobar que en su propuesta la causa pasional nomina asimismo el proceso por el cual un sujeto, por diversas razones, pasa por alto las reglas que comandan un buen manejo de las afecciones. La pasión es ese momento merced al cual el sujeto olvida un orden. Ya en el capítulo de su Nosographie Philosophique acerca de las neurosis, Pinel afirmaba que “Una inversión total de las leyes de la naturaleza, o más bien un olvido de las reglas fundamentales de la moral, es lo que en la mayoría de los casos multiplica al infinito las afecciones espasmódicas” 46. Esa causalidad moral de las alienaciones será definida con mucho mayor detalle en uno de los principales agregados de la segunda edición del Traité: en la nueva sección dedicada a las causas de la enfermedad. Allí Pinel insiste en las “irregularidades extremas en la manera de vivir” y en la mala educación como causas frecuentes de locura47. Y sobre todo el autor menciona allí al libertinaje de las clases bajas como “la fuente más fecunda de la alienación” 48. En consecuencia, se puede decir entonces que la declaración del carácter imprescindible del asilo represivo es inseparable de esa certeza acerca del origen pasional de la enfermedad, debido a que la institución ofrece las condiciones indispensables para operar sobre esa causa. Allende uno de los objetivos del asilo que aquí no viene a cuento -el hospital está encargado de distribuir los distintos tipos de afecciones en lugares diferentes-, el resto de sus cometidos está absolutamente ligado a esa concepción sobre el origen y tratamiento de la locura. Si la alienación, pasiones mediante, es un efecto de los malos hábitos, el asilo está llamado a regular las costumbres; dado que la locura responde a imaginaciones desordenadas, arrebatos emocionales, el hospital encarnará un ambiente tranquilo y regulado, donde tales desvíos no hallen libre curso. Más aún, hace instantes vimos que a fin de cuentas para 44 Hallé, Jean & Thillaye, Jean, “Percepta”, 1819, p 240. 45 Esa proposición recuerda el fragmento del tratado de higiene de Virey, en el cual leemos que, dado que del dominio de las pasiones depende la salud, los sabios y la gente razonable normalmente no presentan enfermedades, Virey, Julien. Hygiène ..., 1828, p 77. 46 Pinel, Philippe. Nosographie Philosophique, ou La Méthode de l’analyse appliquée à la médecine. Paris, Imprimerie de Crapelet, 1798, tº II, p 6-7. 47 Pinel, Philippe. Traité ..., 1809, p 16-24. 48 Pinel, Philippe. Traité ..., 1809, p 29-30. la medicina de comienzos del siglo XIX la pasión indicaba sobre todo la incapacidad de dominarse a sí mismo, la dificultad para regir las propias afecciones por el respeto a la razón. Ese aserto es, a nuestro entender, el núcleo del tratamiento moral, pues Pinel concibe la curación como el restablecimiento del autodominio por parte del enfermo. Por ello el alienista desaconseja el uso de la terapia moral en los casos de manía sin delirio, pues esos enfermos son incapaces de manipular sus determinaciones: “Se buscaría en vano aplicar a esta especie de manía las reglas del tratamiento moral, infligiendo castigos o queriendo rectificar las ideas erróneas, pues el alienado confiesa que no es dueño de sí mismo, y que él aborrece tanto como 49 puede sus funestas inclinaciones” . Allí donde hay automatismos, determinaciones -sea que respondan a lesiones orgánicas inmodificables, herencia o impulsos ajenos a la conciencia-, allí mismo no es posible el tratamiento moral, pues éste apela a la reintroducción de un orden y una razón. Y en esa restricción vemos la alineación de la nueva profesión con los requerimientos de la medicina higiénica. Y es justamente al tratamiento moral entendido de esa forma, al que el asilo presta un auxilio vital. “Una de las bellas ventajas de los hospicios bien ordenados es que imprimen vivamente a los alienados que son susceptibles de ello la convicción de que están sometidos a una fuerza superior destinada a dominarlos y a doblegar sus voluntades y sus caprichos; esta idea, que hay que hacérselas presente a todo momento, excita las funciones del entendimiento, detiene sus divagaciones insensatas, y los habitúa gradualmente a contenerse, lo cual es uno de los 50 primeros pasos hacia el restablecimiento” . El orden y la coacción del asilo apuntan a reforzar el dominio de sí en sujetos que, por haber olvidado las ventajas de los buenos hábitos y la moderación, cayeron en la sinrazón 51. 49 Pinel, Philippe. Traité ..., 1809, p 247. 50 Pinel, Philippe. Traité ..., 1800, p 294. Esa máxima se reitera con mayor fuerza aún en el prefacio de la segunda edición: “Un centro único de autoridad debe estar siempre presente a su imaginación [de los maníacos] para que aprendan a reprimirse ellos mismos y a dominar su fuego impetuoso. Una vez obtenido ese objeto, no se trata más que de ganar su confianza y de merecer su estima para volverlos completamente razonables en el final de la enfermedad y de la convalescencia”, Pinel, Philippe. Traité ..., 1809, p iv-v. 51 Se podrá objetar a nuestro planteo que el tratamiento moral, aun si descansa en la existencia del asilo, era muchas veces efectuado mediante un diálogo con el loco, y que esa relación de palabra no es reductible a una relación de gobierno. Pues bien, las máximas de la higiene participan de lleno de ese intercambio por la palabra. En efecto, Juan Rigoli ha mostrado con solvencia que el diálogo con el loco era fiel a las reglas de una retórica que no buscaba otra cosa que la regulación de las pasiones, que por lo tanto era estrictamente higiénica. El tratamiento moral responde a una constelación en la que la elocuencia, la oratoria y la higiene se entrecruzan para brindar al médico un poder sobre las pasiones; Todo lo antedicho nos sirve para abordar una última evidencia de la estrecha soldadura entre alienismo e higiene. Se trata, una vez más, de un elemento que los primeros lectores del tratado captaron rápidamente, pero que la historiografía más reciente ha desatendido. Nos referimos a la noción de régimen utilizada por Pinel. Hacia el final de la obra de 1800, el autor afirma que “a menudo un método expectante, auxiliado por el régimen moral o físico, puede bastar” para alcanzar la curación 52. Si bien esa insistencia en el régimen parece estar dirigida sobre todo a demostrar la ineficacia de los métodos físicos tradicionales (purgas, sangrías, etc.), la misma tiene un valor propio: confirma hasta qué punto la locura es entendida como el resultado de malos hábitos, y en qué sentido el tratamiento adecuado pasa por un dispositivo asilar destinado a revertir ese abandono de la mesura. El régimen -que incluye una buena alimentación, la lectura, el ejercicio corporal, etc-, dirá más adelante Pinel, alienta sobre todo los esfuerzos conservadores de la propia naturaleza para sanarse a sí misma 53. Más aún -y he allí un aspecto que los historiadores no han subrayado-, no habrá de sorprendernos comprobar que en más de una ocasión Pinel utiliza indistintamente las expresiones de régimen moral y de tratamiento moral para referirse a su propuesta 54. A esta altura quizá no es necesaria la aclaración, pero vale recordar que el término régimen “es rigurosamente sinónimo de higiene”, tal y como afirma Rostan55. Más aún, al afirmar que el régimen puede bastar para abordar las enfermedades, Pinel no hace más que demostrar fidelidad a una premisa de la medicina hipocrática del higienismo: dado que el régimen se ocupa de todo lo que es capaz de dañar la vida, es posible afirmar que “la ciencia del régimen es la medicina en su totalidad” 56. PALABRAS FINALES Recuperar el lugar esencial que Pinel asigna al término régimen en el final de su Rigoli, Juan. Lire le délire. Aliénisme, rhétorique et littérature en France au XIXe siècle. Paris, Fayard, 2001, p 121-9. 52 Pinel, Philippe. Traité ..., 1800, p 229; véase, también, p 243. Esos enunciados nos recuerdan la afirmación de Cabanis: “y algunas veces un buen régimen alcanza para reintroducir el orden en nuestras ideas y para ordenar nuestras pasiones”, Cabanis, P. (1795 [1804]), Coup d’œil sur les révolutions et sur la réforme de la médecine. En : Cabanis, P. (1823) Oeuvres Complètes de Cabanis. París, Dossange Frères, tº I, p 297. 53 Pinel, Philippe. Traité ..., 1800, p 276-79. 54 Pinel, Philippe. Traité ..., 1800, p 5, 304; Pinel, Philippe. Traité ..., 1809, p 8. 55 Rostan, León, "Régime", en: Dictionnaire de Médecine, vol 18, 1828, p 236. 56 Reydellet, Paul, "Régime", en : Dictionnaire des sciences médicales, vol 47, 1820, p 347. tratado de 1800 sirve para captar retrospectivamente el núcleo esencial de su definición de la locura. Todo en esa definición –sobre todo su dependencia en causas morales que, sensualismo mediante, son equiparadas con mala educación, escasa mesura, pasiones desmedidas, empecinamiento o simple error- se condice con el hecho de que el manejo terapéutico que le está destinado al loco sea a fin de cuentas un gobierno. Gobierno de sus impulsos, por una represión humanitaria. Gobierno de sus ideas y sensaciones, por la enseñanza y por el control de los estímulos que recibe. Gobierno de las cosas, desde la alimentación a los espacios, desde la vestimenta hasta los sonidos. Al respecto, el discípulo Bricheteau nos alecciona sobre el origen de la palabra régimen: deriva del latín regere, gobernar 57. Hasta mediados de 1830, fecha en que comienzan a ganar terreno los dos modelos alternativos que cuestionan la explicación de Pinel -la psicología y las tendencias organicistas-, la pervivencia del tratamiento moral significaba lisa y llanamente la mejor justificación de la validez del alienismo. A lo largo de este artículo hemos intentado mostrar que ese alienismo había adquirido gracias a Pinel un pensamiento complejo y coherente acerca de la enfermedad y su posible curación. Hemos señalado que ese saber positivo fue un eco de una medicina higiénica que reducía la praxis galénica a una labor de control y regulación de los hábitos y los estímulos. En uno y otro caso, la búsqueda de la moderación era la tarea primordial. Hemos sugerido que esa matriz de nociones y herramientas, al tiempo que daba a la medicina el poder abarcativo de una antropología, le impedía a ese mismo discurso una toma en consideración de ciertos objetos que no podían ser cifrados en ese lenguaje. Una medicina higiénica -y el alienismo lo fue con todas las letras- es una medicina que tiene como meta el gobierno y adoctrinamiento de una conciencia: pretende restituir una moral, un saber correcto acerca de cómo relacionarse con las cosas. Los determinismos que no pueden ser subsumidos a un gobierno posible, que no pueden ser capítulos de un régimen, reciben poca visibilidad o permanecen en los márgenes de esa mirada. He allí, para concluir, una de las razones por las cuales la herencia no podía ser para el alienismo temprano más que un elemento difuso y secundario. 57 Bricheteau, Isidore, "Régime", en: Encyclopèdie Méthodique. Médecine, vol 12, 1827, p 484.