BIBLIOTECA DEL CONGRESO NACIONAL DE CHILE
DEPARTAMENTO DE ESTUDIOS, EXTENSIÓN Y PUBLICACIONES
EL CATOLICISMO (2ª PARTE)
LA IGLESIA CATÓLICA Y EL MUNDO ACTUAL
EN EL CAMPO POLÍTICO Y EN EL SOCIAL
DEPESEX/BCN/SERIE ESTUDIOS
AÑO XI, Nº 264
SANTIAGO DE CHILE
NOVIEMBRE DE 2001
TABLA DE CONTENIDOS
INTRODUCCIÓN.................................................................................................................................................. 1
I. LA RELACIÓN ENTRE IGLESIA CATÓLICA Y SUS CONTEMPORÁNEOS DESDE LA
REFORMA HASTA EL CONCILIO VATICANO I.......................................................................................... 3
II. EL CONTEXTO SOCIAL, EL CONCILIO VATICANO II Y LA IGLESIA CATÓLICA EN EL
MUNDO ACTUAL............................................................................................................................................... 10
CONCLUSIONES Y CONSIDERACIONES FINALES .................................................................................. 25
SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA....................................................................................................................... 28
A N E X O ........................................................................................................................................................................ 30
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EL CATOLICISMO (2ª PARTE)
LA IGLESIA CATÓLICA Y EL MUNDO ACTUAL EN EL CAMPO
POLÍTICO Y EN EL SOCIAL
Trabajo elaborado por Pablo Valderrama Hoyl
con la colaboración de Virginie Loiseau.
Introducción
El presente trabajo es un complemento de otro, –“El Catolicismo 1ª Parte”–, elaborado
por nosotros, el cual quedó inserto en el estudio referencial colectivo: “El Islam: sus
características jurídicas, políticas y sociales comparado con las religiones de Occidente”,
Nº 261, de octubre de 2001, y que incluyó una visión de los fundamentos éticos y doctrinales
de la Iglesia católica a partir de los Evangelios, su historia pasada y reciente destacando hitos
que la marcaron y su postura frente al Islam, a partir del Concilio Vaticano II.1 Por esa razón,
este nuevo estudio reitera conceptos, argumentaciones y citas del anterior, aunque sin volver a
lo confesional; en general es más completo y enfatiza la evolución de la Iglesia desde su
posición en los círculos de poder (incluido el político), lo que se mantuvo hasta fines del siglo
XIX, cuando manifestó y dio muestras de su preocupación por la problemática social en forma
amplia, prácticamente desde el siglo XX en adelante.
Ahora bien, para referirnos al catolicismo y el mundo actual, es decir, las posiciones de
la Iglesia frente a la contemporaneidad en el último siglo, debemos necesariamente hacer
también un somero recuento de su historia, revisando, en general, sus anteriores actitudes y
1
En anexo, se adjunta el primer trabajo sobre “El Catolicismo” (1ª Parte).
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2
direcciones doctrinales que le han permitido prevalecer como protagonista importantísimo del
mundo occidental y de la humanidad, desde el siglo XVI en adelante. Sólo de este modo el
lector podrá dimensionar los profundos cambios que experimentaría la Iglesia católica, a partir
del siglo XX.
Así, en la primera parte de este nuevo estudio veremos, la relación inicial que la Iglesia
católica tuvo con el conglomerado de sus fieles y, luego, la defensa de sus postulados y los
cambios, desde la Reforma protestante hasta casi fines del siglo XIX. Esto último nos llevará
a centrarnos en lo fundamental de la temática que trataron los concilios de Trento (siglo XVI)
y Vaticano I. De este modo, y en forma más detallada, también abordaremos la posición
interna de la Iglesia ante las definiciones políticas sustantivas de su entorno global durante
esos tres siglos.
En la segunda parte, y medular de este trabajo, nos ocuparemos del gran “salto hacia
adelante” de la Iglesia católica durante el siglo XX, cuya esfera de interés, desde fines del
siglo anterior, se va ir posicionando, insistimos, en el plano de lo social. En este sentido,
destacaremos, citando fuentes documentales, las profundas definiciones y repercusiones que
ha tenido el Concilio Vaticano II (1962-1965), las que se proyectan al presente.
Por medio de comentarios de documentos emanados de aquella asamblea, daremos la
visión del catolicismo inmerso en la problemática del mundo de hoy, en los que se hace
énfasis en los que son motivo de controversias o, eventualmente, podrían desencadenar
conflictos sociales.
Asimismo, y dentro del mismo contexto, profundizaremos en las
relaciones que ha habido entre el catolicismo con otras confesiones religiosas, también a partir
del último concilio.
Para finalizar, sólo expondremos, escogiendo selectivamente pasajes de intervenciones,
la postura en pro de la paz del Jefe de la Iglesia católica, llamado eclesial que ha sido una
constante en el último siglo y que por nuestra parte hoy relacionaremos con los últimos
acontecimientos políticos mundiales, como los que ensangrentan al Medio Oriente –la actual
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“intifada” (levantamiento) que comenzó en Jerusalén el 28 de septiembre de 2000– y los
sucedidos a partir de los ataques terroristas en los EE.UU., el 11 de septiembre de 2001.
I. La relación entre Iglesia Católica y sus contemporáneos desde la
Reforma hasta el Concilio Vaticano I.
Desde que el catolicismo (nombre derivado de vocablo griego que significa universal)
es llamado así con mayor propiedad, es decir, a partir del siglo XVI, cuando comenzó la
Reforma protestante encabezada, entre otros, por Martin Lutero y Juan Calvino, la Iglesia
católica, fiel al Pontífice romano, ha convocado a tres concilios que han tenido por finalidad
responder a los desafíos que la afectaban en el orden ético, en el doctrinal y en el de su
aproximación a los problemas reales de sus contemporáneos. Así, el Concilio General de
Trento (1545-1563), fue llamado por el Papa Paulo III para:
“(…) asegurar la integridad de la religión cristiana, para la reforma de sus
costumbres, la concordia de los príncipes y de los pueblos cristianos, y la lucha contra
las empresas de los infieles”.2
Fue la lógica reacción de la Iglesia, aunque tardía, ante el casi irrefrenable proceso
reformador, que la haría perder al mundo anglosajón y al escandinavo, pero gracias a los
grandes descubrimientos geográficos, en manos de potencias monárquicas católicas (España y
Portugal), el espacio del catolicismo ampliaría sus horizontes confesionales, máxime si ahora
la Sede Romana contaba con el firme y decidido respaldo que le dio la parte fiel de la alta
jerarquía eclesiástica y, además, con el influjo, entre otras manifestaciones de apoyo, de la
recién creada Compañía de Jesús.
Asimismo, merced al proceso llamado de la
Contrarreforma, o Reforma católica, la Iglesia revisó dogmas y adecuó algunas de sus normas
a los nuevos tiempos de cambio –moderando usos y corrigiendo no pocos abusos– y reforzó su
2
Rogues, Jean.- “El catolicismo”. En: EL HECHO RELIGIOSO. Enciclopedia de las grandes religiones. De
Jean Delumeau (Dir.). Alianza Editorial. Madrid, 1995, p. 125.
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obra misionera en todo el mundo con el apoyo y el trabajo sostenido de nuevas órdenes
religiosas que se crearon.
No obstante lo expuesto, algunos investigadores consideran que el contrarreformismo
católico avanzó en el esclarecimiento teológico impulsado más bien por su dialéctica propia
que por la controversia y dura lucha que mantenía con los reformadores protestantes y su
decisiva influencia sobre poderosas monarquías que antes habían adherido al Pontífice
romano.
Pero, en definitiva, los teólogos papales triunfaron con su idea de fortificar a aquel,
demostrando que el orden político medieval de la cristiandad había terminado, a pesar de los
círculos imperiales que pretendían revitalizarlo (como el de Carlos V), y haciendo ver que era
necesario respaldar la supremacía pontificia frente al nuevo orden católico fundado en las
también recientes ideas y realidades, como el movimiento humanista, que se abrieron paso en
el Renacimiento.
Pero esta reformulación de la Iglesia católica de algunos de sus postulados frente a sus
contemporáneos iría aparejada, asimismo, por la reafirmación de otros, como la devoción a la
Virgen María, tan combatida por los protestantes y la implementación de nuevas iniciativas de
carácter restrictivo y “disciplinario”, como la creación del Indice de Libros Prohibidos, que
durante cuatrocientos años implicó una severa censura sobre los textos que podían leer los
católicos.
En las décadas siguientes, vemos a una Iglesia católica estructurada monolíticamente
en torno a la autoridad del Papa y articulada en forma piramidal, lo que se erigió como un
muro insalvable para distintas manifestaciones de la cultura profana. La Iglesia se oponía a
todo cambio. Así, se debe recordar que el tribunal de la Inquisición, también llamado Santo
Oficio, creado en el siglo XIII por el Papa Gregorio IX para perseguir y castigar las herejías
(inicialmente de los cátaros o albingenses), cobró fuerza en Europa (en especial tanto en
España como en la América española), y así, en Italia, célebre llegó a ser el caso de Galileo,
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quien fue obligado, en 1633, por la Inquisición a retractarse de su convencimiento en el
sentido que la Tierra giraba alrededor del Sol, teoría que la Iglesia consideró contraria a la fe.
Más adelante, sería el absolutismo el que iría minando al catolicismo. Veamos. En el
contexto estrictamente político, para asegurarse del apoyo de las monarquías católicas, el
Papado debió aceptarles una serie de importantes privilegios, como concordatos y bulas, tanto
así, que el clero de aquellos países se sintió más cercano y fiel a su propio rey que ante el
Sumo Pontífice, el jefe visible de la Iglesia. Era el triunfo del “regalismo” en la Europa
católica.
El “regalismo” fue la política de los reyes absolutos de los siglos XVII y XVIII
tendiente a controlar a la Iglesia y contrarrestar el enorme peso económico, político y social
tanto de la Sede Romana como del estamento eclesiástico local.
Con el tiempo se llegó a una férrea “alianza” nobleza-clero católico que hacía frente a
las corrientes racionalistas representadas por distintos e influyentes librepensadores, las cuales,
por su parte, acusaban al Papado y a la curia de convertirse en un impedimento al desarrollo
del individuo y de la sociedad en los planos político, social, científico y económico. A esta
situación debe sumarse el hecho que en el siglo XVIII los monarcas católicos se estimaron
soberanos de derecho divino en total contraposición con los teóricos de la Ilustración que,
reiteramos, bregaban constantemente por un mundo más tolerante. Y la controversia se
agudizó, también entre la Iglesia y la monarquía, cuando esta última presionó a la Sede
Romana para que suprimiera la Compañía de Jesús, considerada muy cercana a aquélla y que
en América desarrollaba un sistema alternativo de organización social en directo contacto con
los nativos, los cuales compartían, sobre una base de igualdad, todo en común, asimismo eran
educados, aprendían algunos oficios, obedecían a los religiosos y eran defendidos de los
abusos de la burocracia monárquica. En este contexto, en 1767 los jesuitas fueron desterrados
de España y sus colonias americanas por la monarquía, y en 1773, el Papa Clemente XIV
cedió completamente y suprimió la Compañía de Jesús, la que no fue restaurada sino hasta
1814.
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Este hecho, como varios otros, ha sido considerado por algunos historiadores como un
ejemplo de cómo la Iglesia católica, a pesar de ejemplares intentos reformistas, volvía a
aislarse de las corrientes que propendían al cambio, alejándose así de las concepciones
modernistas que se abrían paso en Europa y que estallarían con la Revolución francesa.
Al respecto, Jean Rogues resume en general esa prolongada y polémica etapa:
“El mundo católico parece conceder más crédito a la fuerza que al Evangelio.
Las guerras de religión en Europa, cuya fachada religiosa oculta las rivalidades por el
poder, y el modo en que América Latina fue colonizada, así como su ‘evangelización’
por la fuerza, aún permanecen como dolorosos recuerdos.
“En el siglo XVIII, el Siglo de las Luces, se desarrollaban movimientos
filosóficos, generalmente anticlericales, que dejan a la Iglesia a la defensiva,
acentuando el desfase entre la mentalidad católica y una cultura moderna en
desarrollo. Voltaire, con su causticidad característica, simboliza esta oposición.
“Sin embargo, estos siglos verán también que algunas vías reformadoras dan
un testimonio evangélico. Pensadores cristianos como Pascal, los fundadores de
órdenes como Francisco de Sales, los ‘apóstoles de la caridad’ como Vicente de Paul
y los que le siguieron, contestatarios como Las Casas, que denunciaron las prácticas
incalificables de los colonizadores del Nuevo Mundo, todos ellos representan algunas
corrientes muy vivas del cristianismo occidental.
“Aunque la Iglesia romana está siempre al lado de lo que se puede llamar el
juego de poder, se queda, en gran parte, separada de las fuerzas que harán surgir un
mundo verdaderamente moderno. En esta situación se produce la Revolución
francesa”.3
Con la Revolución francesa, a partir de 1789, se produjo un verdadero cataclismo entre
los movimientos filosóficos y políticos en disputa y entre las diferentes concepciones de poder
al interior de los mismos. Los racionalistas, científicos y otros sectores de la intelectualidad
trataban de imponerse con mayor fuerza en desmedro de las actitudes absolutistas,
monárquicas y de importantes sectores de la Iglesia católica aliados a estas últimas. Por esto
mismo, la propia Iglesia debió sufrir la persecución durante el Terror, cuyos motivos no
siempre fueron los religiosos, y así también se vio obligada a modelarse a sí misma, ya que,
además, puso a prueba la fidelidad de sus seguidores. Su actitud general en esos años
3
Rogues, Jean.- Op. Cit. Pp. 126 y 127.Biblioteca del Congreso Nacional de Chile – Departamento de Estudios, Extensión y Publicaciones
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turbulentos, tanto en Europa como en América, se diferenció notoriamente con las que
asumieron las Iglesias protestantes, más abiertas a la situación. Un ejemplo de la postura
ideológica que mantuvo la Iglesia católica durante la Revolución lo demuestra su rotundo
rechazo a la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, de 1791.
Pero, al respecto, aclara Jean Rogues:
“La condena de la Declaración de los Derechos del Hombre, después de 1791, fue de
un orden muy diferente. Se sabe que esta condena aparece hoy como injustificada y que
incluso Roma ha tomado por su cuenta la idea de los ‘derechos del hombre’, hasta llegar a
convertirse en defensora de los mismos. Pero la condena de 1791 era coherente con una
visión del mundo, común en la Iglesia, como una sociedad en la que todo proviene de Dios”.4
Pero el siglo XIX marcó para la Iglesia católica un trascendental cambio en todos los
ámbitos que la llevaron a modificar algunas de sus instituciones, aunque en el plano
eminentemente político, no, por ahora, en el social. Con el tiempo, se consolidó la autoridad
papal lo que fue facilitado por el derrumbe del Antiguo régimen. Así, la inicial dominación
del Papa Pío VII por Napoleón, quien en 1804 se proclamó emperador, merced a la
consagración por el primero, implicó a la postre, un nuevo motivo de prestigio que giró en
torno a la exaltación de la persona del Papa durante el pontificado de Pío IX (1846-1878).
Para algunos historiadores la Sede Romana consolidó su poder doctrinal y disciplinar
contra cualquier idea nueva y rechazando toda interrogante, (en 1864 se publicó la encíclica
“Quanta cura”, acompañada del “Syllabus”, “catálogo de los principales errores de nuestro
tiempo…” que condenaba el naturalismo, la indiferencia en materia religiosa, el liberalismo y
el socialismo, entre otras corrientes de pensamiento). Sin embargo esta situación no impidió
que se manifestara una auténtica vitalidad evangélica en diversos campos como la expansión y
desarrollo de las órdenes religiosas y la vida de las comunidades.
Estimándose con la autoridad suficiente, pero tensionado por el proceso de unificación
de Italia –en que el Papado perdería los Estados Pontificios–, el Papa Pío IX, que se
4
Ibid. P. 127.Biblioteca del Congreso Nacional de Chile – Departamento de Estudios, Extensión y Publicaciones
8
consideraría luego “prisionero” en el Vaticano, convocó antes de esto, en 1868, al Concilio
Vaticano (1869-1870) para:
“… remediar con un medio extraordinario los males extraordinarios que
afligen a la Iglesia”5
El Pontífice invitó a los cristianos no católicos al concilio en Roma, pero no se hicieron
presente. A la ceremonia inaugural sí asistieron 731 padres de todo el mundo (todos de raza
blanca), aunque las dos terceras partes eran europeos y de estos, la mitad eran italianos.
La preparación del evento estuvo fuertemente dirigida a contrarrestar los llamados
errores modernos y en medio de la pugna Iglesia y Estado. Así, el debate que luego sería
definitorio en este concilio –el de la infalibilidad papal– no se incluyó inicialmente, aunque
muy pronto ocuparía la atención en la apasionada discusión.
Antes se debatieron los
esquemas dogmáticos y disciplinares, aprobándose la constitución “Dei Filius” (“Sobre la fe
católica”) que exponía la doctrina católica sobre la Revelación, oponiéndose al materialismo y
al racionalismo y exponiendo las relaciones entre fe y razón.
El 6 de marzo de 1870 se añadió a la constitución de la Iglesia el tema de la
infalibilidad del Pontífice, petición firmada por unos 500 obispos y rechazada enérgicamente
por la minoría. El acalorado debate duró hasta el 4 de julio y el texto que afirmaba la
infalibilidad papal, el cual señalaba que cuando el Sumo Pontífice habla “ex cathedra”
(literalmente: “desde el trono”), es decir, comprometiendo abiertamente toda su autoridad en
materia de fe y doctrina, no puede proclamar un error, como asimismo la irreformabilidad de
sus decisiones sin necesidad del “consensu Ecclesiae”, ganó provisoriamente por 451 votos a
favor, 88 contrarios y 62 que pedían modificaciones. Luego de la revisión del texto, pero
mantenido en su estructura básica, 55 obispos de la minoría abandonaron el concilio para no
votar en contra en la sesión resolutoria.
5
NUEVA ENCICLOPEDIA LAROUSSE. Editorial Planeta. Barcelona, 1984. Tomo X, p. 10151 (Vaticano I,
Concilio)
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Esta se llevó a cabo el 18 de julio y la constitución “Pastor aeternus”, que consagró la
infalibilidad papal, fue aprobada por 533 padres contra 2. Al día siguiente estalló la guerra
franco-prusiana y se puso fin al Concilio Vaticano, el que nunca concluyó… aunque los
obispos de la minoría se sometieron pronto y sin problemas.
Refiriéndose al poder interno en la Iglesia católica y la posición de la jerarquía durante
este concilio, Jean Rogues señala:
“(…)Pero considerada en su estructura constitucional, la Iglesia católica
aparece dominada por el poder inapelable de la monarquía pontificia. Esto se
manifiesta principalmente en las tomas de posición doctrinal (o más ampliamente en el
orden del pensamiento) y en la estructura interna de la Iglesia. Estos dos dominios
son el objeto de las declaraciones solemnes del Concilio Vaticano I, en 1870. Pero
este concilio se inserta en todo un conjunto de toma de posición de tendencia
similar”.6
Asimismo y reflexionando sobre la declaración solemne de la infalibilidad pontificia,
(la cual hasta ahora sólo ha sido ejercida por el Papa Pío XII al definir la Asunción de la
Virgen María, en 1950) el mismo autor explora, más adelante, la relación entre el clero
católico y los creyentes con respecto a aquella declaración:
“(…) Aquí existe una especia de esquizofrenia en la mentalidad católica entre
la interpretación del dogma por parte del clero y la manera en que los fieles
escamotean generalmente todos los límites planteados por la declaración conciliar.
(…) Ahora bien, dado que el aura que rodea a esta palabra fascinante, ‘infalibilidad’,
el dogma lleva a creer a numerosos católicos que el Papa tiene razón desde el
momento en el que levanta un poco la voz, lo que es una exageración
desproporcionada con respecto al dogma de 1870, sean cuales sean las cuestiones que
este dogma plantea a los teólogos. Sin embargo, las instancias de la Iglesia evitan
generalmente moderar esta exageración”.7
6
7
Rogues, Jean.- Op. Cit. P. 128.Ibid. P. 128.Biblioteca del Congreso Nacional de Chile – Departamento de Estudios, Extensión y Publicaciones
10
II. El contexto social, el Concilio Vaticano II y la Iglesia Católica en el
mundo actual.
Antes de entrar en la materia que nos ocupa, es preciso señalar que más visiblemente, a
fines de la segunda mitad del siglo XVIII, nuevos y cada vez más poderosos vientos de
cambio comenzaban a soplar, especialmente en Europa y América.
Aunque no es materia de este trabajo, es preciso indicar que la revolución industrial,
con todas sus implicancias y consecuencias económicas en un mundo en acelerada
transformación, hacía años que estaba desencadenando inesperadas y urgentes necesidades que
parecían incontrolables. En la segunda mitad del siglo XIX, ya la mecanización de las nuevas
técnicas de producción y el desempleo corrían a la par, así como la ley de la oferta y la
demanda regía sin concesiones en un mundo que transitaba del feudalismo a la cultura del
capital, transformando las costumbres, los usos, las ideas, la política, la sociedad, la familia; en
un marco de desigualdades que obligó al trabajo de mujeres no capacitadas y niños, mientras
los más ancianos morían de hambre en total abandono.
Los problemas sociales, con todas sus implicancias económicas y políticas, empezaban
a golpear más contundentemente las casas gobernantes, tanto a las conservadoras como a las
más liberales, cuyas legislaciones no eran acordes, no estaban actualizadas, con esta nueva
realidad o, simplemente, carecían por completo de normas jurídicas sociales destinadas a
educar y resguardar a los vastos sectores postergados de obreros. Las diferencias entre ricos y
pobres, burgueses y campesinos eran abismantes. Los trabajadores estaban desprotegidos y
dependían casi absolutamente de la benevolencia de sus patrones o de la caridad de otros
sectores y organismos de ayuda social y religiosa, como la Iglesia católica, que cumplía un rol
benefactor en este sentido, a través de individualidades o de órdenes sacerdotales, algunas de
las cuales, además, cumplían una labor educacional.
Sin embargo, la necesidad era enorme y crecía alarmantemente, por lo que aquello no
bastaba. Así, los trabajadores habían puesto en marcha sus primeras organizaciones de base,
reivindicando derechos esenciales y demandando mejoras sociales y laborales. Habían nacido
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las mancomunidades obreras y en el plano de las ideas surgieron distintas categorías de
socialismos que intentaban canalizar las urgencias y dirigir a las masas de desposeídos para la
consecución de sus apremiantes y justos reclamos. En especial se destacaba uno de ellos, el
marxismo, que identifica los problemas del mundo con el sistema capitalista, se abría paso con
gran ímpetu, conquistando los nacientes sindicatos organizados de proletarios.
En este convulsionado trance en la historia de Occidente, la Iglesia católica también
fue impulsada a tomar nuevas direcciones, máxime si sus postulados y su doctrina humanitaria
se veían seriamente amenazados por las nuevas ideologías y partidos que asumían la defensa
del proletariado, los que la acusaban de ser responsable de la sujeción económica a que los
tenía sometidos el capitalismo. Y la alta jerarquía católica reaccionó incluso antes que el
“católico medio”; del temor inicial ante la situación se pasó, luego, a tratar de alcanzar
posiciones de avanzada en el contexto de la perentoria problemática social. En este sentido, la
personalidad, iniciativa y actitud de los Papas, desde fines del siglo XIX a las primeras
décadas del siguiente, en especial de León XIII, adquirirían connotada relevancia.
Al
respecto, el historiador Ninian Smart señala:
“La aparición del marxismo a fines del siglo XIX sirvió de estímulo para
algunas respuestas por parte de los cristianos; la más destacada fue la encíclica de la
Iglesia titulada Rerum Novarum (‘Sobre las nuevas cosas’) promulgada por el Papa
León XIII (1810-1903) en 1891. En un primer momento el Papa León XIII había
condenado el socialismo como una plaga, sin embargo reconocía la necesidad de que
existiesen nuevas formas de organización como consecuencia de la nueva era
industrial; en dicha encíclica establecía las bases teóricas para la formación de
sindicatos católicos y, en última instancia, de partidos políticos católicos
comprometidos con las formas democráticas. Este Papa también jugó un papel muy
importante en la reforma de la educación católica y con su Aeterni Patris (1879) dio
paso a una forma revitalizada del pensamiento de Santo Tomás de Aquino,
denominada neotomismo, que fue prácticamente obligatoria para los pensadores
cristianos. Este sistema, como cabía esperar, no fue lo suficientemente fuerte y sólido
como para llegar a plantear un reto serio al creciente poder alcanzado por el
pensamiento marxista y el pensamiento secular entre los intelectuales europeos. De
hecho, el cristianismo ya no era la creencia predominante entre la mayoría de los
intelectuales europeos de inicios del siglo XX. (…)”.8
8
Smart, Ninian.- “Las religiones del mundo”. Tradiciones antiguas y transformaciones modernas. Akal
Ediciones. Año 2000. P. 359.Biblioteca del Congreso Nacional de Chile – Departamento de Estudios, Extensión y Publicaciones
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Así, León XIII, conocido como el “papa social”, favoreció decididamente la
incorporación de los católicos a la vida pública dentro de las instituciones republicanas y
democráticas, y su “Rerum Novarum”, fue confirmada, en 1931, por la también encíclica
social “Quadragesimo anno” del Papa Pío XI, quien, asimismo, ante la rápida proliferación de
ideologías ateas, combatió a los regímenes que las sostenían, publicando una serie de
encíclicas. De este modo entró en conflicto con el fascismo italiano por el control de la
juventud (1931), condenó al nacionalsocialismo en sus diferentes aspectos (1932 y 1937) y por
último al comunismo internacional (1937). Ya antes, en 1929, el mismo Pío XI, llamado el
“papa de la Acción”, había logrado el reconocimiento de su soberanía política por la Italia de
Benito Mussolini, a través del tratado de Letrán, que creó la ciudad del Vaticano.
Pero volviendo al terreno de lo social, debemos indicar que tanto “Rerum Novarum”
como “Quadragesimo anno”, fueron las encíclicas que echaron las bases de lo que
posteriormente se ha llamado Doctrina Social de la Iglesia, la que define éticamente una toma
de posición de la Iglesia en favor de los más pobres, del mundo social y de los que sufren,
apertura que marcará uno los grandes temas del futuro Concilio Vaticano II.
Fueron años difíciles para el Papado ya que, asumido como una conciencia moral,
intentó canalizar armónicamente las distintas aspiraciones y demandas de mundos que se
enfrentaban no sólo en el campo ideológico y social sino también en el militar. Y creyentes
había en todos los bandos en pugna, por lo que el dilema que se le presentaba a la jerarquía
eclesiástica, dispuesta en pro del entendimiento pacífico, no era fácil de solucionar. Tanto en
la Primera Guerra Mundial, Benedicto XV, como en la Segunda, Pío XII, se vieron en serias
dificultades para arbitrar en sus intenciones de finalizar o acortar las hostilidades.
Sobre esta etapa del catolicismo, apunta sin embargo, Jean Rogues:
“Durante el período de entreguerras, el panorama global del catolicismo se
mantiene igual que durante el siglo XIX. Sin embargo, pronto surgieron signos de
cambio: en el caso de Francia la aceptación por parte de la Iglesia de su situación de
separación del Estado, la fraternidad entre creyentes y no creyentes en las trincheras
durante la guerra de 1914, el nuevo interés referido, sobre todo en Alemania y en
Francia, a los estudios bíblicos, patrísticos y litúrgicos y el comienzo, en esos mismos
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países así como en Inglaterra, de un diálogo con las otras confesiones cristianas.
Estos nuevos presupuestos prepararon lo que fue un acontecimiento inesperado: el
Concilio Vaticano II”.9
En 1959, el recientemente elegido Papa Juan XXIII anunció al mundo católico la
convocatoria a un concilio ecuménico y declaró, inesperadamente, que la Iglesia necesitaba un
aggiornamento, como lo llamó, es decir, una actualización, una puesta al día. Señalemos que
este trascendental acontecimiento eclesiástico, que convocó a 2.500 obispos del mundo entero,
se desarrolló en Roma entre 1962 y 1965. Los inició Juan XXIII, llamado “el Papa Bueno”, y
a su muerte, lo continuó y finalizó según el proyecto original, su sucesor, el Papa Pablo VI.
Puesto que se trató de un evento de muy amplias proyecciones doctrinales, que
encausaron el camino de la modernización general de la Iglesia católica y que marcó un hito
en la historia de Occidente, citaremos párrafos sustantivos de los temas tratados –y
comentarios sobre los mismos–, en esta asamblea canónica, publicados en la revista
“Umbrales”:
“Los Grandes Temas del Concilio
“- El primer tema sobre el cual trabajó el Concilio fue la Liturgia.
Este fue el único texto preparatorio que había sido bien acogido por los padres
conciliares. Los expertos que habían preparado el texto eran todos animadores
reconocidos del movimiento litúrgico. La Curia romana no había podido frenar y
modificar sus propuestas renovadoras que desde unas décadas ya se venían
debatiendo en prestigiosas círculos de estudios litúrgicos.
Gracias a este documento, la Iglesia en todo el mundo pasó rápidamente de la lengua
latina a los idiomas nacionales; se subrayó la importancia de la Iglesia local y de la
liturgia de la Palabra.
El documento conciliar sobre la liturgia fue el primero en ser aprobado con 2.147
obispos a favor y sólo 4 contrarios, el 4 de diciembre de 1963. Pocos meses después,
con la cuaresma de 1964 la Reforma litúrgica entraba en vigor en todo el mundo.
“- El tema de la Comunicación y de los Medios de comunicación social fue otro de
los temas considerados en las primeras etapas del Concilio. Este desvío ‘moderno’ fue
enfrentado por los obispos subrayando la importancia y también los peligros. Se
proclama el derecho a la información, que deberá surgir de la verdad, de la justicia y
del amor. También se subraya la importancia de la opinión pública y la formación
crítica en el uso de los medios…
9
Rogues, Jean.- Op. Cit. P. 129.Biblioteca del Congreso Nacional de Chile – Departamento de Estudios, Extensión y Publicaciones
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“- Pero el tercer documento en ser aprobado es sin duda el más importante de todos.
Se trata de la Constitución conciliar sobre la Iglesia titulada en latín ‘Lumen Gentium
(= La luz de los pueblos). Ya el card. Gian Battista Montini (el futuro Papa Pablo
VI), había lanzado al comienzo del Concilio la famosa interrogante: ‘¿Iglesia, qué
dices de ti misma?’ Ahora, después de largas sesiones y debates, los obispos casi por
unanimidad (2.151 a favor y 5 en contra) contestaban al mundo entero: brillando con
la luz de Cristo, la Iglesia es el signo (‘sacramento’) de la unidad del género humano.
La Iglesia, presentada en la Biblia con muchas imágenes (rebaño, campo, viña,
edificio, templo, ciudad santa, como germen que crece y como cosecha…), se
fundamenta en la palabra y en la obra de Cristo, de cuyo Reino representa el comienzo
en la tierra.
La Iglesia, cuerpo místico y pueblo de Dios en camino, es al mismo tiempo comunidad
visible y espiritual. El Concilio habla de la Iglesia Pueblo de Dios, que todos los seres
humanos están llamados a integrar; luego explica la función de los obispos,
sacerdotes y diáconos y presenta un capítulo entero dedicado a los laicos.
Después de explicar que todos en la Iglesia están llamados a la santidad presenta el
llamado específico de los religiosos. El documento termina con un importante
capítulo dedicado a la Virgen María, Madre de la Iglesia.
“- En 1964 se aprueba el Decreto sobre el ecumenismo, otro de los grandes temas que
caracterizaron la asamblea conciliar.
“- En 1965 se aprueban muchos otros decretos: sobre los obispos, los presbíteros, la
vida religiosa, la formación sacerdotal, la educación cristiana; sobre las religiones
no cristianas y la libertad religiosa; sobre el apostolado de los laicos y sobre la
actividad misionera.
“Completan los trabajos del Concilio otras 2 Constituciones (documentos más
importantes): la Constitución dogmática sobre la Revelación divina en la Biblia
manifiesta la importancia que este Concilio vuelve a asignarle a la Palabra de Dios
revelada en la Biblia. El mismo Juan XXIII ordenó retirar el primer texto sobre el
tema que había sido objeto de una fuerte polémica.
“- El último documento del Concilio en ser aprobado, y por eso el fruto más maduro
de la larga asamblea de los obispos fue la Constitución ‘pastoral’ (por primera vez se
usa este calificativo) sobre la Iglesia en el mundo actual. Como es costumbre se
conoce este documento con las primeras palabras en latín que lo encabezan: Gaudium
et spes (=Los gozos y las esperanzas). Ya el título muestra otra actitud de la Iglesia
para enfrentar el diálogo con el mundo moderno: ‘Los gozos y las esperanzas, las
tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y
de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los
discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su
corazón’.
Este importante documento merecerá un estudio más atento (en una próxima nota de
Umbrales). En la primera parte se analiza la vocación del ser humano: la dignidad
del matrimonio, y de la familia, el progreso cultural, la vida social y el desarrollo
económico, la vida política, la cooperación internacional y la promoción de la paz.
Todos temas muy queridos por Juan XXIII que desde el cielo contemplaría satisfecho
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15
la conclusión de esa inmensa obra que él con fe, coraje y profetismo había
empezado”.10
Con respecto a la importante Constitución Pastoral “Gaudium et spes” sobre la Iglesia
en el mundo actual, citaremos un revelador punto de su Exposición Preliminar –Situación del
hombre en el mundo de hoy–, en el cual se analiza con lucidez la problemática del entorno del
hombre contemporáneo y que nos entrega una “sinopsis” del lenguaje moderno y contenido
profundo de este documento conciliar. Su punto 4 indica:
“Esperanzas y temores
“4. Para cumplir esta misión es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los
signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a
cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la
humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua
relación entre ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que
vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le
caracteriza. He aquí algunos rasgos fundamentales del mundo moderno.
“El género humano se halla en un período nuevo de su historia, caracterizado por
cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero.
Los provoca el hombre con su inteligencia y su dinamismo creador; pero recaen luego
sobre el hombre, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos de
pensar y sobre su comportamiento para con las realidades y los hombres con quienes
convive. Tan es así esto, que se puede ya hablar de una verdadera metamorfosis social y
cultural, que redunda también en la vida religiosa.
“Como ocurre en toda crisis de crecimiento, esta transformación trae consigo no leves
dificultades. Así mientras el hombre amplía extraordinariamente su poder, no siempre
consigue someterlo a su servicio. Quiere conocer con profundidad creciente su intimidad
espiritual, y con frecuencia se siente más incierto que nunca de sí mismo. Descubre
paulatinamente las leyes de la vida social, y duda sobre la orientación que ésta debe dar.
“Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades,
tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y
miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre
un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud
social y psicológica. Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la
mutua interdependencia en ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente
dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas. Persisten, en efecto, todavía agudas
10
Revista Umbrales. Marzo 2001. Nº 115. “El Concilio Vaticano II, HOY”. Nota: las negritas y las no
cursivas son del texto original aquí citado.
De red: http://www.chasque.apc.org/umbrales/rev115/index.html
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16
tensiones políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, y ni siquiera falta el
peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo. Se aumenta la comunicación de
las ideas; sin embargo, aun las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales
revisten sentidos harto diversos en las distintas ideologías. Por último, se busca con
insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el
mejoramiento de los espíritus.
“Afectados por tan compleja situación, muchos de nuestros contemporáneos
difícilmente llegan a conocer los valores permanentes y a compaginarlos con exactitud al
mismo tiempo con los nuevos descubrimientos. La inquietud los atormenta, y se
preguntan, entre angustias y esperanzas, sobre la actual evolución del mundo. El curso
de la historia presente es un desafío al hombre que le obliga a responder”.11
Por nuestra parte, insistimos, que el Concilio Vaticano II fue “ecuménico”, es decir,
universal, y así implicó una asamblea de obispos llegados de todos los estados y reinos de la
cristiandad, sin distinciones de ninguna índole, por lo que también asistieron, como
observadores, representantes de otras Iglesias cristianas: ortodoxas y protestantes (al final del
magno evento eran 101, en representación de 29 Iglesias).
Como se puede observar, desde la perspectiva de los grandes temas que se abordaron,
el Concilio Vaticano II representó el acontecimiento más importante de la historia cristiana del
siglo XX, aunque, para muchos religiosos y estudiosos del tema, su mensaje no está todavía
concluido. De este modo, entonces, como Juan XXIII lo dijera “el nuevo Pentecostés”, sigue
abriendo los ventanales de la Iglesia católica –y aquí marca la gran diferencia con los
anteriores concilios–, para continuar llamando a la apertura de mentes y conciencias, de
quienes, aún en su seno, creen en el encierro seguro de una Iglesia replegada en sí misma y,
por lo tanto, extraña y distante de las otras Iglesias y de los movimientos sociales de la
humanidad.
Haciendo un análisis del panorama mundial postconciliar, Philip Hughes destaca la
compleja situación internacional que se vivía, caracterizada por tensiones económicas
(problemas energéticos), sociales (la amenaza del hambre en el Tercer Mundo) y políticas, que
condujeron a guerras (como la de Vietnam, –inserta en la llamada Guerra Fría– y el conflicto
11
Concilio Vaticano II. Constitución Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual. Exposición
Preliminar – Situación del hombreen el mundo de hoy.
De red: http://www.intratext.com/IXT/ESL0097/_PY.HTM
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árabe-israelí), algunos de los cuales perduran hasta nuestros días, como veremos más adelante.
Así, en lo referente a los movimientos al interior de la Iglesia católica, reflexiona
acertadamente:
“En el seno de la Iglesia tampoco se vive una era tranquila. El Vaticano II ha
suscitado por igual esperanzas y temores. Esperanzas en los sectores que se ha dado en
llamar progresistas, temores en los llamados conservadores. En todo caso se puede
afirmar que el postconcilio asiste al difícil surgimiento de una catolicidad distinta, en la
que la unidad monolítica de antaño trata de transformarse en una difícil comunión dentro
de una pluralidad, y donde a veces la unidad parece pender de un hilo.
“En un rápido muestreo de los problemas con que la Iglesia debe enfrentarse, figura
la búsqueda de una respuesta adecuada al reto de la secularización, no menos que el afán
la fe cristiana y la institución eclesial en las realidades terrenas donde esta fe y esta
institución deben desarrollarse. Así, a modo de ejemplo, la catolicidad africana no quiere
vivir como la occidental, ni acepta ser adoctrinada por ella, alegando que los
presupuestos culturales de ésta no coinciden con los de la fe católica en Africa. Una
situación paralela se acusa en la insuficiente respuesta eclesial a los problemas
iberoamericanos (Medellín, Puebla).
“Junto a esto debe también mencionarse el caso de las iglesias de tendencia
inmovilista (como la española, la italiana y la holandesa, por ejemplo) que viven una
explosión de vitalidad a raíz del concilio Vaticano II y con ella la eclosión de tendencias
divergentes en el mismo seno de aquellas colectividades abocadas al peligro de rupturas o
cuando menos de dolorosas disensiones.
“La apertura provocada por el Concilio implicó asimismo el nacimiento de distintas
corrientes teológicas (…). La mayoría de estas tendencias trata de inyectar un vigor
nuevo en la vida de la Iglesia. El problema es que lo que unos consideran vida, para otros
es sólo una carrera hacia la destrucción y viceversa. Tampoco cabe pasar por alto el
movimiento, que periódicamente resurge, de los carismáticos (con fuerte incidencia en los
países desarrollados) y, en otro orden de cosas, el de la teología de la liberación en
Iberoamérica o el de la teología negra en los Estados Unidos.
“Estamos, pues, en una época en que los conflictos no son cosa infrecuente en la
Iglesia y provocan dentro de ella un desconcierto tanto más difícil de dominar por el
hecho de que la serenidad católica de los últimos decenios había arrebatado a la Iglesia
la capacidad de reacción adecuada ante tales situaciones. De ahí la crispación
provocada, no sólo por estos movimientos espirituales o teológicos, sino también por
enfrentamientos de personas concretas. (…)”.12
12
Hughes, Philip.- Síntesis de Historia de la Iglesia. Editorial Herder, Barcelona, 1884. pp. 383 a 385.
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18
Ahora bien, como señalamos en la Introducción pasaremos a ver ahora las relaciones
del catolicismo con otras religiones. En efecto, uno de los 16 documentos emanados del
Concilio Vaticano II, fue la Declaración “Nostra Aetate” (“Sobre las relaciones de la Iglesia
con las religiones no cristianas”), la que explicita que todos los pueblos del mundo forman una
comunidad cuyo origen y fin último es Dios, cuyos designios de salvación se extienden a
todos los seres humanos. Así, se refiere al Hinduismo y al Budismo y otras que no puntualiza
en especial, aunque señala en parte:
“… La Iglesia católica no rechaza nada de los que en estas religiones hay de santo
y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los
preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y
enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los
hombres …”.
Asimismo llama al diálogo y colaboración con los creyentes en otras religiones. Los
puntos 3 y 4 de esta Declaración se refieren a los otros grandes credos monoteístas: el Islam y
la religión judía. Por ser de gran importancia en el momento actual, en que en algún número,
creyentes de las tres religiones se enfrentan con belicosidad en Palestina, desde el 28 de
septiembre de 2000, cuando comenzó en Jerusalén la actual “intifada”, los citaremos in
extenso, como igualmente el punto 5, en el que rechaza toda forma de discriminación y que, a
nuestro juicio, concentra vivamente el espíritu modernista y aperturista que animó al Concilio
Vaticano II. Veámoslos:
“La religión del Islam
“3. La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios,
viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que
habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como
se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a
Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre
virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio,
cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la moral, y
honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno.
“Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades
entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo
pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la
libertad para todos los hombres.
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19
“La religión judía
“4. Al investigar el misterio de la Iglesia, este Sagrado Concilio recuerda los vínculos
con que el Pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de
Abraham.
“Pues la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se
encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas, conforme al misterio salvífico
de Dios. Reconoce que todos los cristianos, hijos de Abraham según la fe, están incluidos
en la vocación del mismo Patriarca y que la salvación de la Iglesia está místicamente
prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de esclavitud. Por lo cual, la
Iglesia no puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo Testamento por medio
de aquel pueblo, con quien Dios, por su inefable misericordia se dignó establecer la
Antigua Alianza, ni puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en que se han
injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles. Cree, pues, la Iglesia que
Cristo, nuestra paz, reconcilió por la cruz a judíos y gentiles y que de ambos hizo una sola
cosa en sí mismo.
“La Iglesia tiene siempre ante sus ojos las palabras del Apóstol Pablo sobre sus
hermanos de sangre, ‘a quien pertenecen la adopción y la gloria, la Alianza, la Ley, el
culto y las promesas; y también los Patriarcas, y de quienes procede Cristo según la
carne’ (Rom., 9,4-5), hijo de la Virgen María. Recuerda también que los Apóstoles,
fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo judío, así como muchísimos de
aquellos primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio de Cristo.
“Como afirma la Sagrada Escritura, Jerusalén no conoció el tiempo de su visita, gran
parte de los Judíos no aceptaron el Evangelio e incluso no pocos se opusieron a su
difusión. No obstante, según el Apóstol, los Judíos son todavía muy amados de Dios a
causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación. La
Iglesia, juntamente con los Profetas y el mismo Apóstol espera el día, que sólo Dios
conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola voz y ‘le servirán como
un solo hombre’ (Soph 3,9).
“Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y
judíos, este Sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y
aprecio entre ellos, que se consigue sobre todo por medio de los estudios bíblicos y
teológicos y con el diálogo fraterno.
“Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de
Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni indistintamente
a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Y, si bien la Iglesia es el
nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios ni
malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras. Por consiguiente,
procuren todos no enseñar nada que no esté conforme con la verdad evangélica y con el
espíritu de Cristo, ni en la catequesis ni en la predicación de la Palabra de Dios.
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20
“Además, la Iglesia, que reprueba cualquier persecución contra los hombres,
consciente del patrimonio común con los judíos, e impulsada no por razones políticas,
sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y
manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos.
“Por lo demás, Cristo, como siempre lo ha profesado y profesa la Iglesia, abrazó
voluntariamente y movido por inmensa caridad, su pasión y muerte, por los pecados de
todos los hombres, para que todos consigan la salvación. Es, pues, deber de la Iglesia en
su predicación el anunciar la cruz de Cristo como signo del amor universal de Dios y
como fuente de toda gracia.
“La fraternidad universal excluye toda discriminación
“5. No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos
fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. La relación del hombre
para con Dios Padre y con los demás hombres sus hermanos están de tal forma unidas
que, como dice la Escritura: ‘el que no ama, no ha conocido a Dios’ (1 Jn 4,8).
“Así se elimina el fundamento de toda teoría o práctica que introduce discriminación
entre los hombres y entre los pueblos, en lo que toca a la dignidad humana y a los
derechos que de ella dimanan.
“La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al espíritu de Cristo cualquier
discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión.
Por esto, el Sagrado Concilio, siguiendo las huellas de los santos Apóstoles Pedro y
Pablo, ruega ardientemente a los fieles que, ‘observando en medio de las naciones una
conducta ejemplar’, si es posible, en cuanto de ellos depende, tengan paz con todos los
hombres, para que sean verdaderamente hijos del Padre que está en los cielos.
“Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Declaración han obtenido el
beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad
apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padres, las aprobamos,
decretamos y establecemos en el Espíritu Santo, y mandamos que lo así decidido
conciliarmente sea promulgado para la gloria de Dios”.13
La Declaración Nostra Aetate fue fechada el 28 de octubre de 1965 en San Pedro, Roma y
firmada por el Papa Pablo VI, como Obispo de la Iglesia católica.
Pero desde 1965 no pocas han sido las ocasiones en que el espíritu fraternal de la Iglesia
católica con otras religiones no cristianas se ha manifestado en el último tiempo. La más
13
La Santa Sede – Archivo – Documentos del Concilio Vaticano II. Declaración NOSTRA AETATE, 28 de
octubre de 1965.- De red: http://www.vatican.v…ecl_19651028_nostra-aetate_sp.html
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21
reciente, y más dramática, se relaciona con al actual conflicto árabe-israelí en los territorios
autónomos palestinos ocupados por tropas del Estado de Israel, el cual se desencadenó en
Jerusalén, el 28 de septiembre de 2000, más conocido como “intifada”. Así, es importante
destacar que más allá de la confrontación armada (aunque los palestinos carecen de ejército
regular) que encierra una violenta disputa territorial, con los caracteres de un enfrentamiento
político y social que se arrastra desde hace más de 50 años, también ésta engloba el factor
religioso. La amurallada ciudad antigua de Jerusalén se encuentra dividida en 4 zonas: la
cristiana, la armenia, la musulmana y la judía; y para las tres grandes religiones monoteístas
que se han citado en este trabajo, constituye un lugar sagrado. Por otra parte, Israel ha
declarado que Jerusalén es su capital oficial y la Autoridad Nacional Palestina (soberana en los
territorios de la Franja de Gaza y de la Cisjordania) reclama para sí la parte oriental de aquella
como la capital del futuro Estado Palestino.
A partir del 28 de septiembre de 2000, muertos y heridos, palestinos e israelíes, se suman
por centenares y a pesar de múltiples esfuerzos de otros estados, organismos internacionales y
de las grandes potencias por detener las hostilidades, prácticamente no se ha conseguido nada
efectivo hasta esta fecha.
Es importante señalar que en los enfrentamientos entre israelíes y palestinos, dijimos,
luchan judíos por un lado y palestinos musulmanes y cristianos por el otro. En este contexto,
durante una ceremonia de canonización, el 2 de octubre de 2000, el Papa Juan Pablo II, en un
acápite de su discurso se refirió al recién estallado conflicto. Dijo el Pontífice en Roma,
llamando a la paz:
“(…)6. Queridos hermanos, antes de despedirme de vosotros deseo haceros partícipes
de una preocupación que tengo en estos momentos. Desde hace algunos días la ciudad
santa de Jerusalén es escenario de violentos enfrentamientos, que han causado numerosos
muertos y heridos, entre los cuales se cuentan también algunos niños. Me siento
espiritualmente cercano a las familias de quienes han perdido la vida, y dirijo un
apremiante llamamiento a todos los responsables, para que callen las armas, se eviten las
provocaciones y se reanude el diálogo. En Tierra Santa debe reinar la paz y la
fraternidad. ¡Así lo quiere Dios!
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“Pido a los nuevos santos que intercedan para que todos vuelvan a tener
pensamientos de comprensión recíproca y de paz. (…)”.14
Al mes siguiente, el 6 de noviembre, en el Vaticano, el Papa se dirigió al Patriarca latino
de Jerusalén, Presidente de la Asamblea de los Ordinarios católicos de Tierra Santa, S. B.
Michel Sabbah, en términos más amplios, ya que al referirse al legítimo derecho de israelíes y
palestinos a vivir en su propia tierra, llamó a los católicos y cristianos en general, y también a
judíos y musulmanes a conseguir la paz. Señaló en su mensaje Juan Pablo II:
“Las pruebas que las poblaciones de Tierra Santa atraviesan en estos días son para
mí motivo de gran sufrimiento y deseo expresar a cada uno, sin excepción alguna, mi total
solidaridad. El paso brutal de la negociación al enfrentamiento constituye, sin duda
alguna, un fracaso para la paz, pero nadie debe caer en el fatalismo: los pueblos israelí y
palestino están llamados, por la geografía y por la historia, a vivir juntos.
“Para hacerlo de modo pacífico y duradero es preciso que a toda persona se le
garanticen sus derechos fundamentales: tanto el pueblo israelí como el palestino tienen
derecho a vivir en su propia tierra con dignidad y seguridad.
“Sólo la vuelta a la mesa de negociaciones en situación de igualdad, respetando el
derecho internacional, podrá abrir un futuro de fraternidad y paz a quienes viven en esa
tierra bendita. (…)
“Os animo a vosotros, obispos católicos de Tierra Santa, así como a todos los
responsables de las comunidades cristianas, a renovar vuestros esfuerzos para que el
respeto mutuo, con humildad y confianza, impregne las relaciones entre todos.
“Asimismo, hago un llamamiento a todos los que tienen la misión de guiar a los fieles
del judaísmo y del islam para que saquen de su fe todas las energías necesarias a fin de
lograr que la paz interior y exterior, a la que aspiran los pueblos, se haga realidad.
(…)”.15
En la Introducción dijimos que este estudio era un complemento de otro: “El Catolicismo”,
que se presentó, junto a otros trabajos relativos a religiones occidentales, cuyas bases
doctrinales se expusieron como referencias al Islamismo.
14
15
Documentos del Vaticano.
Ibid.
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23
Ahora bien, ya que este trabajo relaciona a la Iglesia católica con el mundo
contemporáneo, nos parece que debemos incluir aquí las reacciones de esta última, o de su
autoridad principal, frente a los atentados terroristas en Estados Unidos, del 11 de septiembre
del presente año, atribuidos por organismos de seguridad de ese país a la organización
integrista islámica “Al Qaeda” (La base), cuyo jefe, el saudí Osama bin Laden, también se
presume, se encuentra protegido por el régimen fundamentalista islámico de Afganistán,
llamado “Talibán” (Estudiante coránico) y cuyo poder es sacudido por los bombardeos
norteamericanos a ese país, iniciados el 7 de octubre último, y por la acción militar de sus
rivales internos.
Las primeras palabras de condolencias del Papa al Presidente George W. Bush y al pueblo
norteamericano, las pronunció el 12 de septiembre, durante una audiencia general en El
Vaticano. Entre otros conceptos, Juan Pablo II señaló:
“(…) Ayer fue un día tenebroso en la historia de la humanidad, una terrible afrenta
contra la dignidad del hombre. (…) El corazón del hombre es un abismo del que brotan a
veces planes de inaudita atrocidad, capaces de destruir en unos instantes la vida serena y
laboriosa de un pueblo. Pero la fe sale a nuestro encuentro en estos momentos en los que
todo comentario parece inadecuado. La palabra de Cristo es la única que puede dar
respuesta a los interrogantes que se agitan en nuestro espíritu. Aun cuando parecen
dominar las tinieblas, el creyente sabe que el mal y la muerte no tienen la última palabra.
Aquí se funda la esperanza cristiana; aquí se alimenta, en este momento, nuestra
confianza apoyada en la oración. (…)”.16
El 13 de septiembre, cuando el embajador estadounidense presentó sus cartas credenciales
ante la Santa Sede, el Papa reiteró su profundo dolor por los ataques terroristas contra Nueva
York y Washington. En aquella ocasión, Juan Pablo II, haciendo una reflexión sobre esos
trágicos sucesos y sobre el liderazgo moral de los Estados Unidos, entre otros tópicos, dijo:
“(…) En la base del compromiso de su nación a favor de la libertad, la
autodeterminación y la igualdad de oportunidades se hallan verdades universales
heredadas de sus raíces religiosas. De ellas brotan el respeto a la santidad de la vida y a
la dignidad de cada persona humana creada a imagen y semejanza de Dios; la
responsabilidad compartida por el bien común; la preocupación por la educación de la
juventud y el futuro de la sociedad; y la necesidad de una sabia administración de los
16
Ibid.
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24
recursos naturales concedidos tan liberalmente por la generosidad de Dios. Al afrontar
los desafíos del futuro, Estados Unidos está llamado a cultivar y vivir los valores más
profundos de su herencia nacional: la solidaridad y la cooperación entre los pueblos; el
respeto a los derechos humanos; y la justicia, que es condición indispensable para la
auténtica libertad y la paz duradera. (…)
Más adelante, y en la misma alocución, el Pontífice, aludió a los enfrentamientos entre
israelíes y palestinos en Gaza y Cisjordania, en los siguientes términos:
“(…) En este marco, no puedo menos de mencionar, entre las numerosas situaciones
preocupantes del mundo, la trágica violencia que sigue afectando a Oriente Próximo y
que pone en peligro el proceso de paz iniciado en Madrid. También gracias al
compromiso de Estados Unidos, el proceso ha suscitado la esperanza en el corazón de
todos los que consideran la Tierra Santa como un lugar único de encuentro y oración
entre los pueblos. Estoy seguro de que su país no dudará en promover un diálogo realista
que permita a las partes implicadas alcanzar la seguridad, la justicia y la paz, respetando
plenamente los derechos humanos y el derecho internacional. (…)”.17
A pesar que las sospechas de los organismos de seguridad de los Estados Unidos y de las
potencias occidentales con relación a los atentados del 11 de septiembre, recayeron casi
inmediatamente sobre la organización islámica liderada por Osama bin Laden, Juan Pablo II,
se refirió al Islam el 24 de septiembre, rechazando, además, al fanatismo y al terrorismo. Esto
ocurrió en Astana, Kazajstán, cuando el Pontífice realizaba su visita pastoral a esa república
del Asia central. Prácticamente al finalizar su discurso ante el mundo de la cultura de ese país
(“de sociedad pluriétnica, pluricultural y pluriconfesional”), puntualizó el Papa:
“(…) En este contexto, y precisamente aquí, en esta tierra abierta al encuentro y al
diálogo, y ante una asamblea tan cualificada, deseo reafirmar el respeto de la Iglesia
católica por el islam, el auténtico islam: el islam que ora, que sabe ser solidario con los
necesitados. Recordando los errores del pasado, incluso reciente, todos los creyentes
deben aunar sus esfuerzos para que nunca más Dios sea rehén de las ambiciones de los
hombres. El odio, el fanatismo y el terrorismo profanan el nombre de Dios y desfiguran la
auténtica imagen del hombre. (…)”.18
17
18
Ibid.
Ibid.
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25
Conclusiones y consideraciones finales
A través de la somera revisión de algunos hitos que marcaron el catolicismo, desde el
estallido de la Reforma protestante, hemos visto cómo la Iglesia respondió, aunque a
destiempo, acomodándose conforme a los valores de su época.
Da la impresión que siempre le costó comprender el cambio: primero el paso del orden
medieval al del Renacimiento, lo que se repetiría después con la Ilustración. Sin embargo
saldría fortificada y así después del Concilio de Trento reforzó la autoridad del Papa y de este
modo se asentó sobre la base del poder político, ampliando, luego, su influencia sobre las
monarquías católicas fieles, con las que practicó una suerte de pacto tácito de mutuo
reconocimiento y defensa, que más tarde, con el absolutismo, se convertiría en alianza, aunque
también se vería amenazada por los monarcas de esa época… Y la Iglesia tuvo que ceder.
Durante el período entre el Concilio de Trento y la Revolución francesa, la Iglesia
católica se fue imponiendo en las luchas políticas y religiosas en Europa y sus órdenes
misioneras expandieron su doctrina y poder por el mundo no evangelizado que las monarquías
católicas le ofrecieron. Los cambios que conllevó la Revolución francesa volvieron a afectar
el sustento político y doctrinal de la Iglesia: la Ilustración arremetió fuertemente con el
librepensamiento y los monarcas católicos, soberanos por derecho divino, temblaron en
Occidente, lo mismo le sucedió a Iglesia, que se negaba a aceptar las concepciones
modernistas… Pero con el tiempo tuvo que aceptar, no sin antes volver a reafirmar la
autoridad pontificia tras la caída del Antiguo régimen. Pero ante el avance de las ideas
racionalistas, el Pontificado quiso volver a imponerse, rechazándolas y convocó al Concilio
Vaticano I. Prueba de esta actitud fue la declaración de la infalibilidad papal, aprobada en ese
evento, donde, no obstante, tuvo detractores. En el ir y venir, la postura de la Iglesia era
siempre la misma, apegada al poder.
Pero a fines del siglo XIX y frente a la angustiante problemática social de un mundo
que se transformaba, dijimos, del feudalismo al capitalismo y en el que las corrientes
socialistas se abrían paso con fuerza, en especial el marxismo, en la Iglesia, que las condenó,
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se operó un cambio trascendental. Estaba seriamente amenazada ya que, además de soportar
la embestida de aquellas concepciones filosófico políticas que la acusaban de culpable
inmovilismo frente a la explotación de los trabajadores, perdía fieles y no estaba preparada,
como igualmente los gobiernos de esa época, para responder la avalancha de reivindicaciones
políticas y sociales. Pero el Papa León XIII, logró dar un gran paso hacia adelante publicando
la primera encíclica social (“Rerum Novarum”), en 1891.
A partir de ésta, la preocupación por la justicia, por el misérrimo mundo social,
comenzó poco a poco a imponerse en la jerarquía de la Iglesia, y luego de una serie de idas y
vueltas, en las primeras décadas del siglo XX, en que condenó los totalitarismos ateos, de
derecha e izquierda y tras las dos Guerras Mundiales, el Papa Juan XXIII, exhortó al
“aggiornamento” de la Iglesia. Llamó al decisivo Concilio Vaticano II y las transformaciones
empezaron a ser evidentes. Tras su muerte, las continuó y las hizo cristalizar el Papa Pablo
VI. En tres años se avanzó más que en mil.
Atrás quedaron largos siglos de una Iglesia católica paternalista y replegada en sí
misma, intocable e invulnerable, que tenía por misión dirigir; dictar junto a los detentores
temporales del poder, el orden que los católicos debían seguir sin vacilaciones.
Con las resoluciones del Concilio Vaticano II, la Iglesia “bajó a la tierra” y ha
pretendido ser un interlocutor válido, un protagonista de primera línea frente a las
proposiciones de cambios en el mundo actual. El ecumenismo se alcanzó, el diálogo también
se hizo desde la base; se cambiaron formas y se asimilaron nuevos contenidos, abriéndose a
creyentes y no creyentes, sin condenar de antemano a sus antiguos enemigos, sino buscando
consensos entre todos los “hijos de Dios”.
Hoy no es extraño, por dar algunos ejemplos, ver al Papa orando ante el Muro de los
Lamentos en Jerusalén, pidiendo perdón por los errores cometidos por la Iglesia en el pasado;
aceptando la fe islámica, aunque rechazando la violencia y el terrorismo; llamando a defender
los derechos humanos, la solidaridad con los más pobres, el acceso a la educación y a la salud
para todos, valorando los aportes de la ciencia y la tecnología para lograr un mejoramiento en
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27
la calidad de vida de todos los habitantes de este planeta que se debe cuidar, insistiendo en los
valores de la vida humana; condenando el comercio y el abuso sexual y el narcotráfico,
haciendo llamados en pro de la dignificación de la familia, pidiendo por los derechos
esenciales de las personas en una legislación acorde y consensuada, destacando la esencia de
la libertad dentro de regímenes políticos insertos en la democracia representativa; la justicia
social dentro de políticas equivalentes; exhortando a los gobiernos a practicar una economía
más equitativa que beneficie a los más necesitados, a los organismos internacionales a hacer
esfuerzos por superar los conflictos étnicos, el hambre, la pobreza, la drogadicción, el
desamparo, el abandono de niños y de ancianos, el analfabetismo, las enfermedades como el
SIDA, principalmente en los países del Tercer Mundo; y sobre todo llamando a la paz y a la
convivencia armónica entre todos los pueblos, sin discriminar por su credo religioso,
nacionalidad, cultura u origen étnico.
Hace cuarenta o cincuenta años, esta actitud de apertura en general que marcó el último
Concilio, era impensada.
Sin embargo, hoy se escuchan voces que hablan de un
estancamiento en la progresión de los cambios, una tendencia hacia la restauración más que a
la renovación en las últimas dos décadas y así buscan la aceleración del proceso más acorde
con los tiempos actuales (incluso hay quienes piden un nuevo concilio para abordar los ‘temas
cálidos’ de la vida de la Iglesia). Asimismo, hoy otros consideran que sectores de la jerarquía
intentan imponer criterios y normas que amenazan la tolerancia a la diversidad y al pluralismo,
conceptos del espíritu aperturista conciliar. Sin duda que la Iglesia se hizo más católica, más
universal, en ese tiempo, pero ahora para una cantidad de católicos, tanto de la jerarquía como
de la feligresía, es necesario un nuevo “aggiornamento”.
El mundo vive un cambio de época, se moderniza y se globaliza vertiginosamente; la
ciencia y la tecnología siguen su acelerado curso experimentando y revelando cruciales
descubrimientos y entregando nuevos productos; las comunicaciones se uniformizan, las
distancias se acortan, el comercio internacional y la política se acercan, las fronteras tienden a
desaparecer y surgen nuevos problemas, nuevas necesidades y urgencias, nuevos desafíos y
aparecen también nuevas falencias que es necesario cubrir. Veremos, entonces, la capacidad
de la Iglesia católica para seguir conservando el liderazgo entre los cristianos del mundo.
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SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA
1) CONCILIO VATICANO II: Documentos - Indice - [en línea]. Biblioteca IntraText,
Eulogos, 3 p.19
http://www.intratext.com/X/ESL0097.htm
2) EL CONCILIO VATICANO II hoy. Umbrales / Revista de actualidad religiosa
latinoamericana20 [en línea], Montevideo, Uruguay, Nº 115, Marzo 2001, 4 p.
http://www.chasque.apc.org/umbrales/rev115/concilio.html
3) EL CONCILIO VATICANO II (2ª Parte): Los dos pilares del Concilio Vaticano II:
Lumen Gentium y Gaudium et Spes. Umbrales / Revista de actualidad religiosa
latinoamericana [en línea], Montevideo, Uruguay, Nº 123, Noviembre 2001, 5 p.
http://www.chasque.apc.org/umbrales/rev123/pag15a22.htm
4) CONSTITUCIÓN PASTORAL GAUDIUM ET SPES sobre la Iglesia en el mundo
actual (Roma, en San Pedro, 7 de diciembre de 1965). [en línea]. Estado de la Ciudad
del Vaticano, La Santa Sede, Documentos del Concilio Vaticano II.
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vatii_const_19651207_gaudium-et-spes_sp.html
5) HUGHES, Philip. Síntesis de historia de la Iglesia. Barcelona, España, Editorial Herder,
1984, 437 p.
6) JUAN PABLO II. Discurso de JUAN PABLO II a los peregrinos que vinieron a Roma
para las canonizaciones (Lunes 2 de Octubre de 2000) [en línea]. Estado de la Ciudad
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http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/2000/oct-dec/documents/hf_jpii_spe_20001002_canonization_sp.html
7) JUAN PABLO II. Mensaje del Papa JUAN PABLO II a la Conferencia mundial sobre
la religión y la paz (1 de noviembre 2000) [en línea]. Estado de la Ciudad del Vaticano,
La Santa Sede, 2001, 2 p.
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/2000/oct-dec/documents/hf_jpii_spe_20001129_religion-peace_sp.html
19
Véase la Constitución Pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual, en
particular su Exposición preliminar “Situación del Hombre en el mundo de hoy”, el Capitulo IV “Misión de la
Iglesia en el mundo contemporáneo” de la Primera Parte “La Iglesia y la vocación del hombre” y el Capitulo V
“El fomento de la paz y la promoción de la Comunidad de los pueblos” y la Conclusión de la Segunda Parte
“Algunos problemas más urgentes”.
20
Revista de formación e información para un "nuevo anuncio" latinoamericano editada por los Padres
Dehonianos.
21
Véase § 6 sobre el conflicto del Medio Oriente.
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29
8) JUAN PABLO II. Mensaje del Santo Padre JUAN PABLO II a los Obispos Católicos de
Tierra Santa (6 de noviembre 2000) [en línea]. Estado de la Ciudad del Vaticano, La
Santa Sede, 2001, 1 p.
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/2000/oct-dec/documents/hf_jpii_spe_20001108_michel-sabbah_sp.html
9) JUAN PABLO II. Mensaje de su Santidad JUAN PABLO II para la Celebración de la
Jornada Mundial de la Paz: Diálogo entre las culturas para una civilización del amor y
la paz (XXXIV Jornada de la paz, 1 de enero de 2001) [en línea]. Estado de la Ciudad
del Vaticano, La Santa Sede, 2001, 9 p.
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/messages/peace/documents/hf_jpii_mes_20001208_xxxiv-world-day-for-peace_sp.html
10) JUAN PABLO II. «PREVALEZCAN LOS CAMINOS DE LA JUSTICIA Y DE LA
PAZ» [en línea]. Estado de la Ciudad del Vaticano, La Santa Sede, Octubre 2001, 2 p.22
http://www.vatican.va/holy_father/special_features/tragedies/20010911_index_sp.html
11) JUAN PABLO II. Discurso del Santo Padre JUAN PABLO II, Encuentro con los
Representantes del mundo de la cultura, del arte y de la ciencia (Astana, Kazajstán, 24
de septiembre de 2001) [en línea]. Estado de la Ciudad del Vaticano, La Santa Sede, 3 p.
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/2001/september/documents/hf_jpii_spe_20010924_kazakhstan-astana-culture_sp.html
12) NOSTRA AETATE sobre las relaciones de la Iglesia con las Religiones no cristianas
(Roma, en San Pedro, 28 de Octubre de 1965) [en línea]. Estado de la Ciudad del
Vaticano, La Santa Sede, Documentos del Concilio Vaticano II, 4 p.
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vatii_decl_19651028_nostra-aetate_sp.html
13) TAMAYO ACOSTA, Juan José. Un concilio para el siglo XXI (El País, 23 de mayo de
2001) [en línea]. LOGOS, base de datos documental para medios de comunicación
social, 3 p.
http://www.uca.edu.ni/koinonia/logos/logos082.htm
22
Esta pagina web procedente de la edición española del sitio web del Vaticano permite acceder a 13 textos
(Cartas, discursos, homilías, oraciones etc…) relacionados con los ataques terroristas contra Estados Unidos del
pasado 11 de septiembre.
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ANEXO
EL CATOLICISMO (1ª Parte)
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EL CATOLICISMO (1ª Parte)
Trabajo elaborado por Pablo Valderrama Hoyl con la
colaboración de Virginie Loiseau.
1. Consideraciones generales y bases doctrinales.
El “catolicismo”, palabra derivada del griego que significa “universal”, en términos
muy amplios, es la religión que profesan los creyentes en Jesucristo (cristianos), y que
reconocen al Papa romano como su jefe espiritual, ya que éste ha heredado los poderes dados
por Cristo a San Pedro, quién así se convirtió en el primer Papa. Por su parte, los obispos, que
están a cargo de las diócesis, son considerados los sucesores de los doce apóstoles, a quienes
Jesús encargó la continuación de su obra. El obispo de Roma (el Papa) ha heredado la misión
de San Pedro.
La palabra “católico”, en su acepción teológica, (utilizada por todas las confesiones
cristianas) implica que la Iglesia de Cristo es universal, no sólo desde el punto de vista
geográfico, sino más profundamente, en su vocación propia de acoger a toda cultura, a toda
raza. Ahora, desde el punto de vista sociológico, a partir del siglo XVI, “católico” designa a
los fieles o a las instituciones vinculadas a Roma y su obispo, por lo que aquellos
corresponden sólo a una parte de la Iglesia de Cristo; a un sector de los cristianos.
Así, el catolicismo representa, en el seno de la Cristiandad, una historia y un modo de
comprender el cristianismo, o la aceptación de acentos doctrinales característicos que lo
distingue de las demás ramas del cristianismo. La primacía del Papa asegura al catolicismo la
unidad de la Iglesia, su presencia permanente y su identidad en el tiempo. Más allá de las
externalidades, la Iglesia católica se define como el “cuerpo místico” de Jesucristo. Jesús, es
el Mesías, que, esperado por los judíos, entra en la historia, muere y resucita para unir en Él a
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2
los hombres. Así, el catolicismo continúa a Jesús: es el desarrollo del judaísmo, cumpliendo la
promesa hecha a Abraham de una religión universal visible, que constituye el pueblo de Dios
sobre la tierra.
Cuando hablamos de una “historia y un modo de comprender el cristianismo”, nos
estamos refiriendo, en general, al Evangelio que relata la vida y la doctrina de Jesucristo. Esta
aparece en los cuatro primeros libros canónicos del Nuevo Testamento (es decir, los cuatro
Evangelios: según San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan) el que, junto al Antiguo
Testamento, forma parte de la Biblia de los católicos, también llamada “Sagrada Escritura”.
La Biblia transmite un mensaje de Dios y la manifestación de su designio de salvación, por la
revelación constante de su verdad y por la omnipotencia de su acción. Dios mismo, habla a
través de los autores bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
Pero desatacamos arriba la presencia permanente de la Iglesia católica. En efecto, ésta
existe en el tiempo. Es el eje de la historia sobre el que pasa el Espíritu anunciado por los
profetas, dado por Jesucristo, y que obra en las almas justas. Por Él, la Iglesia se mantiene,
crece y se desarrolla, permaneciendo idéntica a sí misma, reconstituyendo a través de los
tiempos históricos la situación del Evangelio.
Así, la Iglesia, como dijimos, es Jesús
continuado y ésta se desarrollará bajo los tres aspectos siguientes: como poder, como doctrina
de verdad, como fuente de eternidad (de salvación). Por lo tanto, la Iglesia es una comunidad
de vida espiritual, no es una organización temporal, en la que Dios concede a los hombres sus
dones de gracia en esta vida, semilla de la gloria eterna, y en la que los hombres le rinden
ofrenda y culto hasta que Cristo vuelva para “juzgar a los vivos y a los muertos”. Como
organismo espiritual, primeramente, en la Iglesia lo visible expresa lo invisible y se pone a su
servicio.
A través del rito del bautismo, (el primero de los sacramentos) los fieles que quieren
adherirse a Jesús, el Hijo de Dios y Salvador, entran en esta sociedad de salvación eterna
mediante su iniciación en la cual la autoridad los recibe haciéndolos hijos adoptivos de Dios,
luego de borrarles el pecado original. Señalemos que en su origen, el bautismo se reservaba a
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3
los adultos, pero la Iglesia bautiza a los hijos de los padres católicos que lo desean a fin de
darles la gracia.
Pero volviendo a las Escrituras, la Iglesia es también depositaria e intérprete de la
Verdad. La revelación dada por los profetas judíos y por Jesús, el Hijo de Dios, se cerró tras
la muerte del último apóstol. Esta revelación se encuentra en parte consignada en los escritos
de los apóstoles, recogidos por la Iglesia naciente y que han sido admitidos para su lectura por
los fieles. Estos escritos (Nuevo Testamento) han sido redactados bajo la inspiración del
Espíritu de Dios, que es su autor. Asimismo, el catolicismo admite otra fuente de revelación,
que es la vida misma de la Iglesia, su memoria profunda, las formas de culto, las experiencias
espirituales, las enseñanzas transmitidas o, mejor: la tradición.
La Escritura revela el
momento inicial de la tradición. Posteriormente ésta se desarrolla, pues la verdad de la
revelación, a medida que pasa el tiempo, sin cambiar de su substancia, es cada vez mejor
expresada y conocida. El credo católico profesa el misterio de Dios, que es Padre, Hijo,
Espíritu Santo (esto es: la Santísima Trinidad), y el misterio de la muerte de Cristo, Hijo de
Dios, encarnado para la salvación de los hombres. Estos misterios se resumen en el signo de
la cruz. Del sacrificio del Hombre-Dios procede la gracia, que actúa en las almas santas, muy
particularmente en el alma única y privilegiada de la Virgen, madre de Cristo Dios.
Se debe tener en cuenta que el catolicismo es la fuente de una vida espiritual, por la
que Dios comunica sus dones eternos según la acogida que tenga entre los hombres, quienes
pueden, o no, ser redimidos del pecado; es el libre albedrío, en el cual los hombres pueden
obrar por reflexión o elección.
Esta vida se difunde visiblemente por medio de los
sacramentos (ya hablamos del bautismo) y se expresa a través de la liturgia, que continúa
oficialmente la plegaria que Cristo, cabeza de la humanidad, ofrece a su Padre ofreciéndose El
mismo. Así, tenemos que la liturgia católica es una síntesis del pasado y del futuro que, con el
ritmo del paso de los tiempos, revive los acontecimientos religiosos de la humanidad,
principalmente el nacimiento (la Navidad), la vida, la muerte y la resurrección de Cristo (la
Pascua) y finalmente el descenso y el don del Espíritu Santo (Pentecostés). Estos misterios se
actualizan mediante el sacrificio eucarístico cotidiano (la Misa). Así, esta vida de la Iglesia es
un camino que lleva al reino de Dios, que será sin fin, una vez que la creación se someta a
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4
Cristo y sea ofrecida por Él al Padre. Entonces, allí están los tres (Padre, Hijo, Espíritu), allí
está la Iglesia que es el templo de aquella Trinidad. (*)
Por otra parte, en el aspecto ético, la Iglesia católica hace suyos los diez mandamientos
del Antiguo Testamento, aquellas Tablas de la Ley, que Dios entregó a Moisés, y que resumen
los valores fundamentales de la fe cristiana.
En lo terrenal, el catolicismo es una confesión cristiana basada en el amor. Ese amor
se traduce en la entrega, en hacer el bien al prójimo, libre de pecado; en el dar sin esperar
recompensa alguna. Así, fue Jesús quien dio este ejemplo de amor al Padre y a la humanidad
toda, inmolándose en la cruz para la salvación de todos los hombres y mujeres de buena
voluntad, de fe. Consecuentemente, para el catolicismo, la vida del hombre, en cuanto es la
más preciada creación de Dios, es la expresión de ese amor.
Así, la Iglesia, como
continuadora de Cristo, de su vida y obra, vela por todos los hombres, sin distingos de ninguna
especie; sólo considera el bien y el perdón de los pecados a los que se arrepienten.
Las necesidades, las angustias y los dolores del hombre son las máximas
preocupaciones de esta Iglesia madre y hermana; de esta Iglesia de fe y de entrega. De allí que
predique la solidaridad y el amor por y a todos los hijos de Dios, ricos y pobres, distribuidos
en el mundo entero, pero especialmente vela por los más humildes, por los que sufren, por los
atormentados de espíritu, por los perseguidos, por los enfermos, por los encarcelados. Ese fue
el ejemplo que Jesús dio al hombre en la tierra y ese ejemplo es el que deben imitar los
hombres para alcanzar la salvación, la vida eterna en el amor.
(*)
La fuente de lo medular de esta parte del trabajo es la “NUEVA ENCICLOPEDIA LAROUSSE”, Editorial
Planeta, Barcelona, 1984. Tomo 2, p. 1834 (CATOLICISMO).
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2. Síntesis histórica. Hitos más importantes que marcaron su doctrina.
Para algunos autores como Jean Rogues1 la ruptura de Oriente y Occidente, en 1054,
marcó el comienzo de la historia de “un cristianismo latino separado, que más tarde se
tomará la costumbre de llamar ‘catolicismo’”.
Pero no fue sino con los inicios de la época moderna, en pleno Renacimiento europeo y
cuando se produjo la Reforma protestante –de la que se tratará específicamente más adelante–,
en que el catolicismo, afectado por ésta, adoptó luego posiciones que profundizaron sus
conceptos doctrinales que le llevaron a ser distinguido claramente como tal en el contexto de
las propuestas cristianas.
Al respecto Ninian Smart,2 bosqueja los grandes cambios de una era marcada, además,
por grandes descubrimientos geográficos:
“(…) Hasta el año 1500 Europa sólo era una rama de la historia mundial pero, a
partir de esta fecha, el mundo pasó a ser parte de la historia de Europa. Estamos, por
tanto, ante un cambio novedoso de la historia de la raza humana.
“La nueva civilización europea, muy diferente en muchos aspectos a la civilización de
la Edad Media, era brillante, dinámica, rica en ideales y, con frecuencia, cruel. El
Renacimiento supuso el inicio de un nuevo impulso de la creatividad artística y
literaria. La Reforma implicó una nueva remodelación del cristianismo en Occidente.
La ciencia y el capitalismo pusieron en libertad novedosas fuerzas de creatividad
material. La Ilustración generó nuevas esperanzas acerca de la libertad política y del
pensamiento liberal. (…)”.
La Reforma protestante, encabezada, entre otros, por Martin Lutero, en 1517, supuso la
creación de un nuevo cristianismo: sobrio, devoto, dogmático, apegado a las Escrituras,
nacional y sencillo que incentivó poderosamente el comercio, la ciencia, los nacionalismos y
también la democracia, además de los conflictos.
Pero el catolicismo resintió el golpe
renovador y las respuestas tardaron unos treinta años en llegar con el movimiento conocido
1
Rogues, Jean. “El catolicismo”. En: EL HECHO RELIGIOSO. Enciclopedia de las grandes religiones. De:
Jean Delumeau (Dir.). Alianza Editorial. Madrid, 1995, p. 119.
2
Smart, Ninian. “Las religiones del mundo”. Tradiciones antiguas y transformaciones modernas. Akal
Ediciones. Año 2000. p. 326.
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6
como la Contrarreforma, cuyo primer gran evento fue el Concilio General de Trento (15451563). Este fue convocado para:
“… asegurar la integridad de la religión cristiana, para la reforma de las costumbres,
la concordia de los príncipes y de los pueblos cristianos, y la lucha contra las
empresas de los infieles”. 3
Refiriéndose a los resultados de este cónclave eclesiástico, Ninian Smart, por su parte,
señala:
“(…) Este concilio tuvo profundas consecuencias, sobre todo en lo que respecta a la
eliminación de algunos abusos del sistema y a la reorganización de una Iglesia
renovada y con una mayor centralización. Su principal efecto fue el rechazo de la
reconciliación con los protestantes. Se reformó, en cambio, el nombramiento de
obispos y sacerdotes; se reorganizó la formación del clero, que al mismo tiempo se
convirtió en mucho más intelectual; se revisó La Vulgata, o Biblia en latín; se reformó
la administración de la Iglesia; se reformularon las doctrinas de los siete sacramentos
y de la justificación por la fe; se hizo más severo el comercio de indulgencias, el culto
a los santos, etc., y se fortaleció el gobierno central de la Iglesia. Al mismo tiempo
también se reafirmó la práctica de todos aquellos aspectos que habían sido muy
criticados por los protestantes, como la devoción a la Virgen María, el culto a los
santos, las peregrinaciones, la adoración de la Sagrada Forma, el papel central del
sacerdocio y la jerarquía eclesiástica.
“Además, en esta misma época también se estaba forjando el arma más poderosa de
actividad misionera y de reafirmación de los valores católicos: la Compañía de Jesús,
fundada por San Ignacio de Loyola (¿1491?-1556) (…)
“Otra importante decisión adoptada en el Concilio de Trento, si bien en este caso de
trataba de una medida que, en cierto sentido, resultó bastante siniestra para el futuro
de la Iglesia, fue la creación del Indice de Libros Prohibidos, que supuso, durante más
de cuatro siglos, la censura de las lecturas de los católicos por parte de la Iglesia.
Esta medida, al igual que el resto de las adoptadas en Trento, formaba parte de la
disciplina necesaria para aislar la autoridad papal. Dentro de los límites de la
ortodoxia doctrinal, la Iglesia adoptó, sin embargo, un rigor renovado” (…). 4
Ahora bien, con relación a esta férrea “reacción” del contrarreformismo católico frente
al ímpetu de la Reforma protestante, movimiento, el primero, que se vio fortalecido
3
Rogues, Jean. Op. Cit., p. 125.
4
Smart, Ninian. Op. Cit., p. 344.
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7
poderosamente con la creación de la Compañía de Jesús, que unió fuerzas y cerró filas en
torno al Pontificado romano, otros estudiosos afirman que la Contrarreforma no se debe
entender solamente como una respuesta a aquélla, ya que el catolicismo avanzaba en el
esclarecimiento teológico, impulsado más bien por su dialéctica propia que por la polémica
desatada.
Al respecto, José Luis L. Aranguren5 señala:
“La consideración del Concilio de Trento, desde el punto de vista de la ‘explicitación’
del dogma católico, es infinitamente más importante que su valoración como ‘defensa’
frente al protestantismo. Pues la verdad es que se ha exagerado mucho el influjo de
éste sobre la obra de Trento. El P. Gutiérrez muestra bien que los movimientos
reformador, evangélico, filológico, humanista y renacentista, etc., nacidos en el seno
de la Iglesia, impulsaron positivamente los esfuerzos tridentinos. Y, de otra parte, si la
estimación predominantemente antitética y defensiva del Tridentino fuese exacta,
¿cómo no se llegó en él a la definición dogmática de la Infalibilidad y el Primado del
Sumo Pontífice, puntos éstos los más duramente combatidos por los protestantes? En
aquella época no todos los católicos creían en la ‘oportunidad’ –para decirlo con
lenguaje moderno– de estas definiciones.
Dos tendencias político-religiosas
predominaban entre ellos: la medievalista e imperial de Carlos V y, frente a ella, la
renacentista, representada, de una parte, por el P. Victoria, y de otra, por San Ignacio
y los teólogos papales de la Compañía de Jesús, que se dieron cuenta de que el orden
político de la cristiandad medieval tocaba a su fin, pese a los esfuerzos del círculo
imperial por revivificarle, y que era menester un reajuste en torno al Pontificado, una
exaltación de su supremacía, tanto más necesaria cuanto que pronto había de faltarle
la protección brindada por el ‘Brazo’ imperial; un nuevo orden católico fundado en
las ideas y realidades suscitadas por el Renacimiento”.
Pero también dijimos que entre todos estos vertiginosos hechos que marcaron la
historia de Europa y del mundo, estuvieron los grandes descubrimientos geográficos, los que
gravitaron en forma considerable en la pugna entre católicos y protestantes.
Así, cuando Cristóbal Colón, en 1492 y hasta 1504, descubría, en realidad sin saberlo,
el Nuevo Mundo, comenzaba la expansión que remodelaría el “espacio católico”, ya que el
catolicismo compensaría así la pérdida del mundo anglosajón y del escandinavo, que se
unieron a la Reforma. Se debe recordar, además, que durante 1492, los Reyes Católicos
5
Aranguren, José Luis L. “Catolicismo y Protestantismo como formas de existencia”. Revista de Occidente,
Madrid, 1952, p. 142.
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8
expulsaron a los musulmanes de su último bastión en Granada, con lo que reconquistaron toda
la península ibérica.
En este nuevo orden, el Papa se atribuirá la competencia de repartir las conquistas
americanas y las de otros continentes entre dos monarquías católicas: la española y la
portuguesa.
Pero si la Iglesia romana, estructurada monolíticamente y vertebrada estrictamente
piramidal, redoblaba su influencia en el mundo, también rigidizaba sus posiciones de poder
contra la cultura profana, cuando en Europa se tendía a la emancipación del espíritu (proceso
ya iniciado en el Renacimiento) en los campos artístico, científico, literario y filosófico. Una
demostración de esta postura eclesial católica la representó el conflictivo caso de Galileo,
quien, en 1633, fue obligado por la Inquisición a retractarse de su certeza en el sentido que la
Tierra giraba en torno al Sol, ya que la Iglesia consideró que aquélla era contraria a lo que se
consideraba un dato fundamental de la fe.
Veamos, a continuación de ésa y otras disputas eclesiástico-profanas, cómo son
interpretados los años siguientes del disputado poderío del catolicismo hasta el estallido de la
Revolución francesa. Jean Rogues, apunta:
“El mundo católico parece conceder más crédito a la fuerza que al Evangelio. Las
guerras de religión en Europa, cuya fachada religiosa oculta las rivalidades por el
poder, y el modo en que América Latina fue colonizada, así como su ‘evangelización’
por la fuerza, aún permanecen como dolorosos recuerdos.
“En el siglo XVIII, el Siglo de las Luces, se desarrollan movimientos filosóficos,
generalmente anticlericales, que dejan a la Iglesia a la defensiva, acentuando el
desfase entre la mentalidad católica y una cultura moderna en desarrollo. Voltaire,
con su causticidad característica, simboliza esta oposición.
“Sin embargo, estos siglos verán también que algunas vías reformadoras dan un
testimonio evangélico. Pensadores cristianos como Pascal, los fundadores de órdenes
como Francisco de Sales, los ‘apóstoles de la caridad’ como Vicente de Paul y los que
le siguieron, contestatarios como Las Casas, que denunciaron las prácticas
incalificables de los colonizadores del Nuevo Mundo, todos ellos representan algunas
corrientes muy vivas del cristianismo occidental.
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9
“Aunque la Iglesia romana está siempre al lado de lo que se puede llamar el juego de
poder, se queda, en gran parte, separada de las fuerzas que harán surgir un mundo
verdaderamente moderno. En esta situación se produce la Revolución francesa”. 6
Pero antes de ésta, el propio absolutismo fue minando al catolicismo como modelo
global de explicación del mundo. Así, en el siglo XVIII, los monarcas católicos se estimaron
soberanos de derecho divino, en abierta contraposición con los teóricos de la Ilustración y su
pensamiento racionalista, que tendía hacia una sociedad más tolerante. La “alianza” noblezaclero católico era combatida por los librepensadores quienes, además, criticaban al Papado y a
la curia, acusándolos de impedir el desarrollo del individuo y de la sociedad, tanto en el plano
político, como en el social y económico. No obstante aquella férrea unión en el poder, sufrió
contradicciones internas, como fue la que significó la expulsión de los jesuitas, poderosa orden
a la que se estimó muy cercana a la Santa Sede. Digamos, de paso, que la Compañía de Jesús
fue desterrada de España y sus territorios americanos, por la monarquía en 1767, cuando en
este continente desarrollaba un sistema alternativo de organización social, en estrecho contacto
con los nativos. Luego, en 1773, el Papa Clemente XIV cedió a la presión de las cortes
borbónicas y suprimió “la universal Compañía”, lo que se mantuvo hasta 1814, cuando fue
restablecida.
Con la Revolución francesa (1789), que en 1791, generó la Declaración Universal de
los Derechos del Hombre, se produjo un violento quiebre en el orden establecido que dio paso
a un período de nuevos y cambiantes panoramas políticos, tanto en Europa como en América.
Durante esta turbulenta etapa comenzó a germinar la idea de democracia, aunque la Iglesia
católica condenara aquella histórica declaración de principios universales.
Anota Jean Rogues, en su análisis histórico del catolicismo:
“(…) Hay una diversidad de situaciones pero también una indudable continuidad en la
evolución cultural. En ese contexto, la Iglesia católica va, a la vez, a situarse en
relación con los poderes y a modelarse a sí misma. La diferencia entre su actitud y la
de las Iglesias protestantes es muy intensa e interesante a este respecto.
6
Rogues, Jean. Op. Cit. pp. 126 y 127.
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“En Francia, la Revolución, pervirtiéndose en Terror, engendró una persecución en el
curso de la cual la Iglesia pagó un oneroso tributo, lo que no supone que las
motivaciones fueran siempre de orden religioso. Esta persecución puso en evidencia,
en su conjunto, la fidelidad de los católicos. Por lo que se refiere al clero, aunque
haya que tener en cuenta las razones que se podían entonces tener para aceptar o
rechazar la Constitución civil del clero, la suerte que se reservó después a los
refractarios fue totalmente injustificable.
“La condena de la Declaración de los Derechos del Hombre, después de 1791, fue de
un orden muy diferente. Se sabe que esta condena aparece hoy como injustificada y
que incluso Roma ha tomado por su cuenta la idea de los ‘derechos del hombre’, hasta
llegar a convertirse en defensora de los mismos. Pero la condena de 1791 era
coherente con una visión del mundo, común en la Iglesia, como una sociedad en la que
todo proviene de Dios.
“El papado, humillado por primera vez por Napoleón, que trató a Pío VII como a una
marioneta, y desposeído después de sus Estados por el Estado italiano en 1871, se
comportará hasta 1929 como una ciudadela asediada. Esta imagen es verdadera no
sólo en el plano político –el Papa se consideraba como prisionero en el Vaticano– sino
también en lo que se refiere a la consideración de los problemas religiosos. La sede
romana buscaba y llegaba a consolidar su poder doctrinal y disciplinar oponiéndose a
cualquier idea nueva, y rechazando todo interrogante.
“La actitud romana no impidió que se manifestara una auténtica vitalidad evangélica
en diversos dominios: en la expansión de las órdenes religiosas, en la frecuente
calidad de la pastoral local y la vida de las comunidades, y en la aparición de la
preocupación por lo social que el Papa Pío XII contribuyó a promover. Pero,
considerada en su estructura constitucional, la Iglesia católica aparece dominada por
el poder inapelable de la monarquía pontificia. Esto se manifiesta principalmente en
las tomas de posición doctrinal (o más ampliamente en el orden del pensamiento) y en
la estructuración interna de la Iglesia. Estos dos dominios son el objeto de las
declaraciones solemnes del Concilio Vaticano I, en 1870. Pero este concilio se inserta
en todo un conjunto de tomas de posición de tendencia similar”. 7
Por nuestra parte, señalemos que la declaración solemne del Concilio Vaticano I, que
se conoce como de la “infalibilidad pontificia”, marcó, como recién vimos, en lo que se refiere
a la comprensión que la Iglesia tiene de sí misma, un importante hito que llevó a un
prolongado debate entre teólogos y parte de los creyentes. Agreguemos que el dogma de la
“infalibilidad del Papa” afirma que éste, actuando ex catedra, (literalmente: “desde el trono”)
es decir, comprometiendo abiertamente toda su autoridad en materia de fe y doctrina, no puede
proclamar un error.
7
Ibid. pp. 127 y 128.
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11
Al respecto, Jean Rogues, quien señala que aquella “situación extremadamente rara” y
que “sin duda no se ha dado más que una vez desde 1870”, agrega:
“(…) Aquí existe una especie de esquizofrenia en la mentalidad católica entre la
interpretación del dogma por parte del clero y la manera en que los fieles escamotean
generalmente todos los límites planteados por la declaración conciliar. (…) Ahora
bien, dado que el aura que rodea a esta palabra fascinante, ‘infalibilidad’, el dogma
lleva a creer a numerosos católicos que el Papa tiene razón desde el momento en el
que levanta un poco la voz, lo que es una exageración desproporcionada con respecto
al dogma de 1870, sean cuales sean las cuestiones que este dogma plantea a los
teólogos. Sin embargo, las instancias de la Iglesia evitan generalmente moderar esa
exageración”. 8
Pero retrocedamos unos años para esbozar el enfrentamiento de la Iglesia con algunas
de las ideas nacidas de los progresos científicos del siglo XIX. Así, la teoría de la evolución,
contenida en la obra del naturalista británico Charles Darwin: “El origen de las especies”,
publicada en 1859, llevó a plantearse, al interior de la Iglesia –que la rechazó–, dos cuestiones
de importancia: el origen de la especia humana y el origen de la Biblia; ideas polémicas, que,
de paso digamos, fueron planteadas por las ciencias naturales y por los inicios de un
planteamiento crítico de la historia. Y volvamos una vez más a J. Rogues, quien avanza en
ambos temas:
“ (…) El evolucionismo darwiniano fue condenado desde 1859, después esta condena
cedió poco a poco ante la evidencia. Puede encontrarse un último rasgo de esta
mentalidad de resistencia en una condena realizada por Pío XII, en 1950 del
‘poligenismo’, idea según la cual muchas especies humanas independientes entre sí
aparecieron en la tierra. Las dificultades de un Teilhard de Chardin están vinculadas
a este espíritu de desconfianza.
“El estudio crítico de los textos bíblicos y de sus condiciones de redacción, la idea de
que estos textos no pueden ser leídos independientemente de su contexto y de su
‘género literario’ conducen también a ciertas condenas. La más significativa es la del
padre Lagrange, fundador de la Escuela Bíblica de Jerusalén. Ahí también las
condenas cedieron poco a poco ante la evidencia, y la atmósfera se esclareció antes
incluso del Vaticano II. (…)”. 9
8
9
Ibid. p. 128.
Ibid.
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12
Ingresamos ahora al convulsionado siglo XX, remecido, desde antes por la gran
problemática y controversia sociales: nuevas ideologías, como distintas categorías del
socialismo, y el marxismo, que identifica los problemas del mundo con el sistema capitalista,
llevaron a la alta jerarquía de la Iglesia a tomar posiciones, incluso antes que lo hiciera el
“católico medio”. Al respecto, puntualiza Ninian Smart:
“La aparición del marxismo a fines del siglo XIX sirvió de estímulo para algunas
respuestas por parte de los cristianos; la más destacada fue la encíclica de la Iglesia
titulada Rerum Novarum (‘Sobre las nuevas cosas’) promulgada por el Papa León
XIII (1810-1903) en 1891. En un primer momento el Papa León XIII había condenado
el socialismo como a una plaga, sin embargo reconocía la necesidad de que existiesen
nuevas formas de organización como consecuencia de la nueva era industrial; en
dicha encíclica establecía las bases teóricas para la formación de sindicatos católicos
y, en última instancia, de partidos políticos católicos comprometidos con las formas
democráticas. Este Papa también jugó un papel muy importante en la reforma de la
educación católica y con su Aeterni Patris (1879) dio paso a una forma revitalizada
del pensamiento de Santo Tomás de Aquino, denominada neotomismo, que fue
prácticamente obligatoria para los pensadores cristianos. Este sistema, como cabía
esperar, no fue lo suficientemente fuerte y sólido como para llegar a plantear un reto
serio al creciente poder alcanzado por el pensamiento marxista y el pensamiento
secular entre los intelectuales europeos. De hecho, el cristianismo ya no era la
creencia predominante entre la mayoría de los intelectuales europeos de inicios del
siglo XX. (…)”. 10
Jean Rogues, por su lado, hace hincapié en la presión que ejerció el Papa León XIII, en
Francia, conduciendo a la Iglesia católica de ese país a lo que se llamó la “adhesión” a la
República. Y en el mismo sentido destaca la condena del Papa Pío XI a la tradicionalista y
ultraderechista “Acción francesa”, en 1926. Luego, Rogues enfoca otros aspectos de la obra y
objetivos de la Iglesia, señalando:
“La vida de la Iglesia católica no se limita a las cuestiones que acabamos de evocar.
Implica también otras tomas de posición de la jerarquía y, sobre todo, la vida del
cuerpo de la Iglesia. A este respecto, la vida del catolicismo del siglo XIX es muy rica:
restauración de las órdenes religiosas masculinas, fuerte expansión misionera,
fundación de centenares de congregaciones femeninas cuyo objetivo común es mejorar
las condiciones de los ‘pobres’. Indudablemente, estas situaciones no podían por sí
mismas resolver el problema social, pero eran la expresión de una auténtica vitalidad
evangélica. En cuanto a la cuestión social propiamente dicha, una de las grandezas
10
Smart, Ninian. Op. Cit. p. 359.
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del Papa León XIII fue alertar a la opinión pública en la Encíclica Rerum Novarum de
1891. La misma época fue testigo del impulso del catolicismo social, llevado a cabo
por medio de iniciativas laicas, y que se desarrolló muy ampliamente después de la
Primera Guerra Mundial”. 11
Por nuestra parte, señalemos que la amplitud de la obra del Papa León XIII en el
campo social, le mereció ser llamado el “papa social” o el “papa de los obreros” y así sus
encíclicas que contemplan este aspecto, señalaron el inicio de la llamada “Doctrina Social de
la Iglesia”, la que marca éticamente una decidida toma de posición de la Iglesia en favor de los
más pobres y los asalariados, lo que, veremos, fue un pilar doctrinal del Concilio Vaticano II.
Pero antes de llegar a este clave acontecimiento eclesiástico, de inicios de la segunda
mitad del siglo XX, veamos lo que puntualiza Jean Rogues:
“Durante el período de entreguerras, el panorama global del catolicismo se mantiene
igual que durante el siglo XIX. Sin embargo, pronto surgieron signos de cambio: en el
caso de Francia la aceptación por parte de la Iglesia de su situación de separación del
Estado, la fraternidad entre creyentes y no creyentes en las trincheras durante la
guerra de 1914, el nuevo interés referido, sobre todo en Alemania y en Francia, a los
estudios bíblicos, patrísticos y litúrgicos y el comienzo, en esos mismos países así
como en Inglaterra, de un diálogo con las otras confesiones cristianas. Estos nuevos
presupuestos prepararon lo que fue un acontecimiento inesperado: el Concilio
Vaticano II”. 12
3. La Iglesia católica en el ámbito jurídico.
Antes de entrar en lo medular de esta parte del trabajo, es indispensable rescatar la
figura y obra de uno de los grandes jurisconsultos de la Iglesia católica que cayó en la lucha
religiosa del siglo XVI. Nos referimos a Tomás Moro (1478-1535), noble inglés que estudió
en Oxford y luego tomó parte activa en el movimiento humanista. Moro se enfrentó al rey
Enrique VII, lo que le costó el retiro y, posteriormente, bajo el mandato de Enrique VIII llegó
a ser canciller del reino, siendo el primer laico en alcanzar esa alta posición política. Cuando
estalló la Reforma en Inglaterra y ésta se anglicanizó, Tomás Moro siguió siendo católico –se
11
12
Rogues, Jean. Op. Cit. p. 129.
Ibid.
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le tomó como contrarreformista– y tuvo el coraje moral de desaprobar a su rey por el asunto
del divorcio. Su discurso erudito hizo tambalear a la nobleza y a los representantes de la
nueva fe que asumió su país, pero fiel a sus convicciones y postulados éticos, no cedió ni a los
ofrecimientos ni a las presiones, y, finalmente, fue despojado de todo cargo, encarcelado,
considerado traidor, y ejecutado. En 1516 escribió su famosa: “Utopía”, en la que expuso un
sistema ideal de gobierno que tuvo gran influencia en el Renacimiento y también
posteriormente, por que fue una obra de consulta obligatoria entre juristas y políticos. Por su
intachable apego a sus creencias, Tomás Moro fue canonizado en 1935.
Pasemos ahora a lo jurídico propiamente tal. Uno de los aportes más relevantes de la
Iglesia en el campo jurídico universal ha sido el Derecho Canónico. La historia de éste nos
demuestra que no ha sido fácil conciliar planteamientos teológicos, con normas éticas y
morales de distintos tiempos y procedencias con conceptos jurídicos universales.
Así, la naturaleza del derecho canónico debe definirse desde la profundización del
misterio de la Iglesia. Por ello, el derecho eclesial tiene fundamento teológico, y al regular la
vida en comunidad de los católicos, no puede menos que considerarse como una ciencia
sagrada –con método jurídico–, arraigada en la revelación y por lo tanto, en estrecha relación
con la teología.
Pero revisemos sus orígenes.
Para muchos especialistas, la historia del Derecho
Canónico puede dividirse en cuatro etapas:
Primero, desde la fundación de la Iglesia hasta la aparición del llamado decreto de
Graciano (29-1140). Teniendo en consideración el origen general del derecho en Occidente
(el romano), las fuentes canónicas de este período fueron las Escrituras, los decretos de los
concilios y la tradición. Así, el decreto de Graciano formó parte del Corpus iuris canonici y
se convirtió en la recopilación canónica más utilizada hasta la publicación del Código de
Derecho Canónico (en el siglo XX).
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15
Segundo, desde el decreto de Graziano hasta el fin del Concilio de Trento (1140-1563).
En esta etapa se agregaron diversas recopilaciones canónicas al Corpus iuris cononici.
Tercero, desde el Concilio de Trento al Código de Derecho Canónico (1563-1917).
Durante este extendido período rigió en la Iglesia como norma suprema legal el Corpus.
La cuarta etapa ha sido la aplicación del Código de Derecho Canónico a partir de 1917.
Pero antes, el Papa Pío X con el motu proprio (bula pontificia expedida voluntariamente)
“Arduum sane” (19/3/1904) dio la partida a los trabajos para la codificación del derecho
canónico. Este Código, originado de la necesidad de ordenar las leyes canónicas según un
esquema coherente y racional, prescindiendo de las recopilaciones históricas, quedó concluido
durante el pontificado de Benedicto XV y entró en vigor en la Iglesia católica para la
celebración de Pentecostés de 1917.
El Código de Derecho Canónico goza de autoridad universal –afecta a todos los
católicos– y exclusiva, es decir, prevalece sobre cualquier norma positiva que le sea contraria.
Está dividido en cinco libros y consta de 2.414 cánones, cuya forma es similar a la de los
artículos de los códigos modernos de los estados.
Con el tiempo, se ha ido promulgando una legislación complementaria para cubrir sus
lagunas o para hacer frente a los nuevos hechos atinentes a la Iglesia. Así, con los 16
documentos promulgados por el Concilio Vaticano II, se irá redactando un código más
completo y actualizado, aunque por el momento, se han dictado normas que permiten una
inmediata aplicación.
Ya, en 1971, una comisión integrada por cardenales, expertos y
consultores y presidida por el cardenal Felici, redactó una Constitución o Ley Fundamental de
la Iglesia, la cual modificó más de 400 cánones del código tradicional.
Para expertos, el derecho canónico tiene que ser un derecho de unidad, un derecho de
comunión, es decir un derecho espiritual en cuanto obra del Espíritu. De esta manera el
derecho de la Iglesia no se puede oponer a la pastoralidad de la Iglesia. La sacramentalidad de
la Iglesia y la obligatoriedad y juricidad de sus instituciones fundamentales proceden de una
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naturaleza carismática-institucional, y por lo tanto, de la voluntad del Padre, de la obra de
Cristo y la acción del Espíritu.
4. El Concilio Vaticano II y la modernización de la Iglesia católica.
En 1959, el recientemente elegido Papa Juan XXIII anunció al mundo católico la
convocatoria de un concilio ecuménico y declaró, inesperadamente, que la Iglesia necesitaba
un aggiornamento, como lo llamó, es de decir, una actualización, una puesta al día.
Señalemos que este trascendental acontecimiento eclesiástico se desarrolló en Roma entre
1962 y 1965. Lo inició Juan XXIII y, a su muerte, lo continuó y finalizó según el proyecto
original, su sucesor, el Papa Pablo VI.
Puesto que se trató de un evento de muy amplias proyecciones doctrinales, que
llevaron a la modernización general de la Iglesia católica, y que marcó un hito en la historia de
Occidente, citaremos el resumen que Ninian Smart elabora en su trabajo sobre “Las religiones
del mundo”. Indica N. Smart:
“Probablemente los acontecimientos más importantes dentro de las Iglesias cristianas
de Europa con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial fueron los relacionados
con el movimiento ecuménico –la fundación del Consejo Mundial de Iglesias en 1948–
y el reformador Concilio Vaticano II (1962-1965) que supuso una serie de cambios
radicales dentro del pensamiento y de la práctica del catolicismo romano.
“En doctrina, el Vaticano II representó la desaparición del neotomismo. En materia
narrativa, se aceptó la corriente erudita protestante que se había dedicado a expurgar
las páginas de la Biblia. En ritual, se abandonó la tradición latina y la misa se
simplificó y se tradujo a las diferentes lenguas vernáculas. En ética prevaleció una
actitud más abierta y se renovó la preocupación por los pobres. En el terreno de la
experiencia se iniciaron nuevas prácticas relacionadas con la devoción y el éxtasis
carismático. Por lo que respecta a la organización, la Iglesia se democratizó en cierta
medida. En arquitectura y arte se liberaron las nuevas fuerzas de la modernidad.
Ecuménicamente, los católicos romanos se hicieron mucho menos reservados y, desde
este momento, pasaron a desempeñar un papel vital en las iniciativas de cooperación
cristiana.
“En breve, el Vaticano II representó una importante fuente de cambios. Desde el
punto de vista de Juan XXIII se trató de un acto de aggiornamento o modernización de
la Iglesia. Sin embargo, a partir de esta época gran cantidad de sacerdotes, monjes y
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monjas comenzaron a abandonar sus vocaciones, si bien, en la gran mayoría de los
casos, siguieron siendo católicos leales. En el seno de la Iglesia se liberaron las
nuevas fuerzas de la rebelión que, consecuentemente, llegaron a hacerse muy
dinámicas y que no siempre obedecían los dictados del Vaticano (principalmente en
cuestiones como el control de la natalidad, tema en el que muchos católicos,
simplemente, no prestan atención a los pronunciamientos del Papa contra el uso de
métodos artificiales).
“En la Europa de la posguerra existió también otra fuerza que afectó a la práctica del
cristianismo. El hecho de que la autoridad de la Iglesia no se pueda llegar a imponer,
en gran medida, en comunidades caracterizadas por su pluralismo ha llevado a una
amplia proliferación de nuevos movimientos religiosos, al mismo tiempo que el
cristianismo y el judaísmo tenían que enfrentarse, en aquellas regiones que
consideraban como su hogar, con otras religiones mundiales. Así, por ejemplo, son
muchos los partidarios del islam que han venido a trabajar en los países
occidentales, hasta tal punto que, por ejemplo, la religión islámica es la tercera
denominación religiosa de Gran Bretaña; los jóvenes, por su parte, han descubierto
nuevas experiencias vitales en religiones como los movimientos budistas o hinduistas.
Si a todas estas circunstancias se añade que muchos países occidentales son no
practicantes y que en muchos otros se rechaza el cristianismo tradicional, vemos cómo
en la actualidad existe, dentro de Europa, un cuadro de creencias mucho más fluido
(…)”. 13
Es importante agregar, con relación al Concilio Vaticano II, que éste fue llamado
“ecuménico”, lo que implica la reunión plenaria de los obispos del mundo entero. Pero, Jean
Rogues esboza la problemática planteada por tres sectores, que habían generado sendos
movimientos, que fueron considerados a la hora de adoptar las reformas de este concilio.
Dice, en partes, J. Rogues:
“(…) Sin embargo, la presencia en el Vaticano II de invitados –los ‘observadores’ de
las Iglesias ortodoxas y protestantes– constituyó un gesto simbólico de fraternidad
interconfesional y tuvo una clara influencia sobre la celebración del concilio, ya que,
al margen de las sesiones formales, los intercambios que se realizaron entre las
personas que se reunieron varios meses después de cuatro reanudaciones concedieron
un papel de hecho a los invitados no católicos.
“(…)Pero inconscientemente preparado en profundidad, el concilio lo era igualmente,
pues tanto los teólogos como los pastores y toda una parte dinámica del pueblo
cristiano, planteaban cuestiones cada vez más precisas que hacían sentir una
necesidad de reformas. (…)
13
Smart, Ninian. Op. Cit. pp. 362 y 363. Nota: Las negritas del último párrafo son nuestras, ya que tienen
directa relación con el objetivo de este trabajo.
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“Esas cuestiones aparecían sobre todo en tres sectores, con la voluntad, en los tres, de
tener en cuenta a la ‘modernidad’. Los tres componentes más visibles habían dado
nacimiento a movimientos de pensamiento que surgían de muy diversos lados y
conllevaban tanto iniciativas prácticas, como profundizaciones teóricas:
“- El ‘movimiento bíblico’, propiciando los logros de una exégesis crítica que la
autoridad romana había terminado más o menos por admitir.
“- El ‘movimiento litúrgico’, nacido de un nuevo clima, otorgaba importancia al deseo
de comprender las ceremonias y participar en ellas; era un movimiento animado
por los trabajos históricos que manifestaba que la liturgia siempre había
evolucionado, desde los orígenes hasta una fijación anormal durante estos últimos
siglos.
“- El movimiento ‘ecuménico’, expresaba la voluntad, común a numerosos cristianos
pertenecientes a diversas confesiones cristianas, de preparar y contribuir a lograr
la unidad de la Iglesia universal. Esta aspiración, muy fuerte en un pequeño
número de cristianos, y con frecuencia vista con desconfianza por las autoridades,
había adquirido poco a poco una profunda fuerza, un poco como un mar de fondo.
“Estos tres movimientos estaban englobados en una dinámica más extensa, una
profunda mutación. El enfrentamiento al mundo y a la cultura moderna suscitaba
cuestionamientos en el espíritu de los creyentes, tanto por ellos mismos como en razón
del deseo ‘misionero’ de testimoniar el Evangelio en un mundo que cada vez era más
ajeno a la Iglesia. (…).
“Independientemente de estos movimientos, esta dinámica global era signo de que en
el interior de sí misma la Iglesia no quería ser una Iglesia replegada, circundada por
un cordón sanitario, extraña tanto a las otras Iglesias como a los movimientos de la
sociedad”. 14
5. La Iglesia Católica, el Islam y principios éticos en el Concilio Vaticano II.
Puesto que el presente trabajo implica una comparación de las características del islam
con las principales religiones de Occidente, citaremos de la Declaración “Nostra Aetate”.
(Sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas), de 28/10/1965, uno de los
Documentos emanados del Concilio Vaticano II, el punto Nº 3 de aquella y que lleva por
subtítulo: “La religión del Islam”:
14
Rogues, Jean. Op. Cit. pp. 138 y 139.
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19
“La religión del Islam
“3. La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios,
viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la
tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con
toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con
complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios;
honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente.
Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres
resucitados. Por ello, aprecian además el día del juicio, cuando Dios remunerará a
todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral, y honran a Dios
sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno.
“Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades
entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando
lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz
y la libertad para todos los hombres”. 15
Ahora bien, puesto que la Declaración conciliar, de la que hemos sólo citado el párrafo
relativo al islam, se refiere a las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, nos
parece oportuno para este trabajo, asimismo citar el punto Nº 5 de la misma, que recalca las
bases éticas sobre las que se sustenta la doctrina que rechaza toda discriminación entre los
hombres y los pueblos, al tiempo que pide por la paz con todos los hombres. Dice así:
“La fraternidad universal excluye toda discriminación
“5. No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos
fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. La relación del
hombre para con Dios Padre y con los demás hombres sus hermanos están de tal
forma unidas que, como dice la Escritura: ‘el que no ama, no ha conocido a Dios’ (1
Jn 4,8).
“Así se elimina el fundamento de toda teoría o práctica que introduce discriminación
entre los hombres y entre los pueblos, en lo que toca a la dignidad humana y a los
derechos que de ella dimanan.
“La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al espíritu de Cristo cualquier
discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o
religión. Por esto, el Sagrado Concilio, siguiendo las huellas de los santos Apóstoles
Pedro y Pablo, ruega ardientemente a los fieles que, ‘observando en medio de las
15
La Santa Sede –Archivo– Documentos del Concilio Vaticano II. Declaración Nostra aetate, 28 de octubre de
1965.
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naciones una conducta ejemplar’, si es posible, en cuanto de ellos depende, tengan
paz con todos los hombres, para que sean verdaderos hijos del Padre que está en los
cielos”. 16
Fuentes consultadas
1)
ARMSTRONG, Karen. Capítulo 3: Una luz para los gentiles. En su: Una historia de
Dios: 4000 años de búsqueda en el judaísmo, el cristianismo y el islam. Madrid,
España, Ediciones Paidós, 1995, pp. 109-138.
2)
ARMSTRONG, Karen. Capítulo 4: Trinidad: el Dios cristiano. En su: Una historia de
Dios: 4000 años de búsqueda en el judaísmo, el cristianismo y el islam. Madrid,
España, Ediciones Paidós, 1995, pp. 139-165.
3)
BOUDINHON, A. Canon Law (The Catholic Encyclopaedia, Volume IX, 1910) [en
línea]. New Advent, 17 p.
http://www.newadvent.org/cathen/09056a.htm
4)
DELUMEAU, Jean (Dir.). El Hecho Religioso: Enciclopedia de las grandes religiones.
Madrid, España, Editorial Alianza, 1995, 769 p. 17
5)
DIEZ DE VELASCO, Francisco. Hombres, ritos, dioses: Introducción a la historia de
las religiones. Madrid, España, Editorial Trotta, 1995, 566 p. 18
6)
ERRAZURIZ M., Carlos J. El sentido del derecho en la Iglesia [en línea]. ARVO NET
Biblioteca Pensamiento Cristiano, 2000, 4 p.
http://www.arvo.net/Canonico/Sentido_Dcho.htm
7)
IUS CANONICUM, Derecho Canónico en la web [en línea]. Derecho Org., Todo el
Derecho en Internet, 2 p.
http://comunidad.derecho.org/canonico
8)
JUAN PABLO II. Audiencia del 19 de Septiembre: «...recen en estos días para que
Dios todopoderoso guíe los corazones y las mentes de los líderes del mundo para que
prevalezcan los caminos de la justicia y de la paz» [en línea]. Estado de la Ciudad del
Vaticano, La Santa Sede, 19 de septiembre 2001, 3 p.
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/2001/documents/hf_jpii_aud_20010919_sp.html
16
Ibid.
Véase en particular las paginas 7 a 117, 119-141 y 683-707.
18
Véase en particular las paginas 13-32, 421-461 y 495-536.
17
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21
9)
JUAN PABLO II. Discurso del Santo Padre Juan Pablo II al Embajador de los
Estados Unidos de América durante la presentación de las Cartas Credenciales (Jueves
13 de septiembre de 2001) [en línea]. Estado de la Ciudad del Vaticano, La Santa Sede,
Octubre 2001, 2 p.
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/2001/september/documents/hf_j
p-ii_spe_20010913_ambassador-usa_sp.html
10) JUAN PABLO II. «PREVALEZCAN LOS CAMINOS DE LA JUSTICIA Y DE LA
PAZ» [en línea]. Estado de la Ciudad del Vaticano, La Santa Sede, Octubre 2001, 2 p. 19
http://www.vatican.va/holy_father/special_features/tragedies/20010911_index_sp.html
11) MARTINEZ VAL, JOSÉ María.
España, Comares, 1995, 188 p.
El derecho en las grandes religiones.
Granada,
12) NOSTRA AETATE sobre las relaciones de la Iglesia con las Religiones no cristianas
(Roma, en San Pedro, 28 de Octubre de 1965) [en línea]. Estado de la Ciudad del
Vaticano, La Santa Sede, Documentos del Concilio Vaticano II, 4 p.
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vatii_decl_19651028_nostra-aetate_sp.html
13) ROGUES, Jean. El Catolicismo. En: DELUMEAU, Jean (Dir.). El hecho religioso:
Enciclopedia de las grandes religiones. Madrid, España, Alianza Editorial, 1995,
pp. 119-142.
14) SMART, Ninian. Las religiones del mundo. Tradiciones antiguas y transformaciones
modernas. Madrid, España, Ediciones Akal, 2000, 607 p. 20
19
Esta pagina web procedente de la edición española del sitio web del Vaticano permite acceder a 13 textos
(Cartas, discursos, homilías, oraciones etc…) relacionados con los ataques terroristas contra Estados Unidos del
pasado 11 de septiembre.
20
Véase en particular las páginas 5-28, 257-283, 326-364, 572-599.
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