Philologica Canariensia 29 (2023), pp. 59-73
DOI: https://doi.org/10.20420/Phil.Can.2023.589
E-ISSN: 2386-8635
Recibido: 31 de octubre de 2022; aceptado: 24 de noviembre de 2022
Publicado: 31 de mayo de 2023
EL VOCABULARIO DE AFRONEGRISMOS
EN LOS INICIOS DE LA LEXICOGRAFÍA DOMINICANA
María José Rincón González
Instituto Guzmán Ariza de Lexicografía / Academia Dominicana de la Lengua
RESUMEN: El estudio metalexicográfico del Vocabulario de afronegrismos, publicado por Carlos
Larrazábal Blanco en 1941, tiene como objetivo profundizar en el conocimiento de una de las
primeras aproximaciones a la lexicografía del español dominicano, centrada en la parcela léxica
de los afronegrismos. Su contextualización histórica, el análisis de su macro y de su
microestructura y el examen crítico de sus resultados aportan datos esenciales para la edición de
sus materiales destinada a su inclusión en los proyectos “Tesoro lexicográfico del español
dominicano” y “Tesoro lexicográfico del español en América” (TLEAM).
PALABRAS CLAVE: diccionarios, metalexicografía, lexicografía histórica, africanismos, español
dominicano
The Vocabulario de afronegrismos in the Beginnings of Dominican Lexicography
ABSTRACT: Metalexicography study of Vocabulario de afronegrismos, published by Carlos
Larrazábal Blanco in 1941, aims to deepen the knowledge of one of the first approaches to
Dominican Spanish lexicography, focused on the lexical field of afronegrisms. Its historical
contextualization, macro and microstructural analysis and its critical review of the results provide
essential information to edit its contents, intended to be included in the projects “Tesoro
lexicográfico del español dominicano” and “Tesoro lexicográfico del español en América”
(TLEAM).
KEYWORDS: dictionaries, metalexicography, historical lexicography, africanisms, Dominican
Spanish
Le Vocabulario de afronegrismos dans les débuts de la lexicographie dominicaine
RÉSUMÉ: L’étude métalexicographique du Vocabulario de afronegrismos, publié par Carlos
Larrazábal Blanco en 1941, vise à approfondir notre connaissance de l’une des premières
approches de la lexicographie de l’espagnol dominicain, centrée sur le champ lexical des
« afronégrismes ». Sa contextualisation historique, l’analyse de sa macro et microstructure et
l’examen critique de ses résultats fournissent des données essentielles pour l’édition de ses
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matériaux à inclure dans les projets « Tesoro lexicográfico del español dominicano » et « Tesoro
lexicográfico del español en América » (TLEAM).
MOTS-CLÉS : dictionnaires, métalexicographie, lexicographie historique, africanismes, espagnol
dominicain
1. INTRODUCCIÓN
En la parte central y oriental de La Española, de lengua española, se produce durante el
siglo XIX un peculiar proceso histórico que parte de la proclamación de su primera
Independencia en 1821, conocida como la Independencia Efímera, pasa por la unificación
durante veintidós años con la República de Haití, unificación revertida tras una guerra
independentista, y culmina con el establecimiento definitivo de la Independencia de la
República Dominicana en 1844. Con la lucha por la creación de una república independiente
de Haití y de España se perfilan y aplican las grandes líneas del pensamiento
hispanoamericano del siglo XIX sobre la valoración del pasado y su revisión crítica y la
cuestión de la identidad nacional y de la formación de un Estado nacional, más intensamente
si cabe en la recién nacida República Dominicana en cuanto se trataba de delimitar unas
características que diferenciaran a la nueva república tanto de Haití como de la metrópoli
peninsular. La exaltación de la lengua como rasgo identitario esencial de la dominicanidad se
intensifica precisamente por convertirse en un valor cultural diferenciador del francés y del
criollo haitiano. Se redescubre además el pasado prehispánico indígena, lo que conduce a su
estudio y recuperación. Esta suerte de reescritura de la historia, como afirma Rojas Mix (1987,
p. 56), “revaloriza, por una parte, el pasado anterior al español, introduce al indígena como
protagonista en el arte y en la literatura y concluye defendiendo una sociedad multirracial. Y,
por otra, apunta a un acta fundacional: constituir las nuevas repúblicas”. 1
A la recuperación del pasado prehispánico se suma también, aunque en menor medida,
el interés por el conocimiento de las raíces del afroamericanismo. El tráfico y el asentamiento
de esclavos africanos dejan una huella evidente en la historia étnica, lingüística y cultural de
las Antillas y, entre ellas, en La Española y en la porción territorial de esta isla que, con el
devenir histórico, se convirtió en la República Dominicana. Desde 1501, en que se autoriza la
llegada a La Española de esclavos negros catequizados, la trata de esclavos africanos será la
solución para “suplir la aguda escasez de mano de obra indígena en las minas e ingenios
azucareros” (Deive, 1973, p. 85). Con distintas oleadas e incidencias históricas, la trata
esclavista en La Española se mantiene durante tres siglos, hasta su abolición definitiva en
1822 durante la segunda ocupación haitiana y su ratificación por parte de la República
1 Del protagonismo indígena en la literatura basten como ejemplos señeros la obra narrativa Los
amores de los indios, de Alejandro Angulo Guridi (1843), el drama histórico Iguaniona, de Javier
Angulo Guridi (1867), la novela Enriquillo. Leyenda histórica dominicana, publicada por Manuel de
Jesús Galván (1879-1882) y el extenso poema Anacaona (1880), obra de Salomé Ureña.
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Dominicana desde su independencia en 1844. A la trata esclavista se suman como posibles
fuentes históricas de afroamericanismos, el contacto con el criollo haitiano durante las
ocupaciones haitianas del territorio dominicano, los libertos norteamericanos trasladados a
la República Dominicana a comienzos del XIX o los contingentes de obreros jamaicanos
llegados a las Antillas mayores como mano de obra campesina (Santos Rovira, 2013, p. 133).
Esta revalorización del pasado prehispánico, que había tomado impulso en el XIX,
comienza a manifestarse tímidamente en forma lexicográfica nada más empezar el siglo XX,
hasta convertirse en el germen que da origen a la tardía y poco extensa lexicografía
dominicana. Sus primeros frutos son, sin duda, reflejo de esta valoración indoantillana: desde
los balbuceos de la lexicografía escondida del Quisqueyanismo de Rodolfo Domingo
Cambiaso en 1900 al Pequeño diccionario de palabras indo-antillanas, publicado por el
mismo autor en 1916; desde las Palabras indíjenas de la isla de Santo Domingo, de Emiliano
Tejera, publicado por primera vez en forma de libro en 1935, 2 al magisterio investigador de
Pedro Henríquez Ureña en su obra dedicada al legado lingüístico indígena Para la historia de
los indigenismos, de 1938, por mencionar a los que pueden considerarse como pioneros. 3 A
las obras lexicográficas indigenistas, que, sin duda, sirvieron como acicate para el estudio de
la diferenciación léxica, se suman en la tercera década del siglo XX la contribución de Carlos
Larrazábal Blanco al conocimiento del léxico de origen africano, o el acercamiento, aunque
rudimentario, de Rafael Brito al registro del léxico dominicano en su Diccionario de
criollismos (1930).
Como plantea Franco Figueroa (1989, p. 498), a pesar de que el elemento afronegroide
debió suponer una huella cultural y lingüística importante en tierras americanas atendiendo
a los datos demográficos, no son numerosos los términos de este origen que pasaron al bagaje
léxico americano, circunstancia probablemente condicionada y restringida por el sentimiento
de superioridad cultural y racial de la sociedad criolla. A esto se suma la disminución
temprana en territorio dominicano de la población negra hablante de una lengua materna
africana (Lipski, 2004, p. 505). Las mismas condiciones que favorecieron la aculturación
lingüística de esta población y limitaron el influjo linguistico africano en el español de América
—su variedad lingüística de origen, la inexistencia de una lengua general y la dificultad de
intercomunicación que se deriva de estas circunstancias (Frago Gracia, 2004, pp. 378-379)—
actuaron también en el entorno dialectal dominicano.
Estas circunstancias históricas y sociales provocan que, como bien afirma Alba (1992, pp.
534-535), “la presencia africana en el léxico antillano sea mucho menos visible que la
indígena, tanto en términos absolutos como relativos”. Como consecuencia, el estudio de las
2 La obra responde a la iniciativa de Emilio Tejera Bonetti de publicar los trabajos de recopilación
léxica realizados por su padre, Emiliano Tejera Penson, que había publicado en la Revista de Educación
antes de su fallecimiento en 1923.
3 Obras continuadoras destacadas son el diccionario en dos volúmenes Indigenismos, publicada
en 1977 por Emilio Tejera como continuación y ampliación de la obra iniciada por su padre, y las Voces
de Bohío. Vocabulario de la cultura taína, de Rafael García Bidó, publicada en 2010 por el Archivo
General de la Nación.
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huellas lingüísticas africanas en el español dominicano no tiene la misma pujanza, ni desde el
punto de vista dialectológico o de la historia de la lengua, ni desde su registro lexicográfico.
Santos Rovira (2015, p. 100) destaca la escasez de estudios sobre la influencia lingüística
africana en comparación con los dedicados a la pervivencia léxica de las lenguas indígenas
prehispánicas.
Precisamente por su condición de primicia y su unicidad destaca la relevancia cultural y
lexicográfica del Vocabulario de afronegrismos, publicado por Carlos Larrazábal Blanco en
1941, frente al significativo papel histórico nacional que había venido adquiriendo desde los
albores del siglo XX el conocimiento de las lenguas indígenas por “su valor de documentos
históricos, de testimonio de la cultura de un pueblo” (Rojas Mix, 1987, p. 59) y por considerar
“su herencia lingüística como emblema de la idiosincrasia del español antillano” (Jansen,
2015, p. 75). Llegado el último tercio del siglo XX, Deive afirma en su Glosario de
afronegrismos en la toponimia y español hablado en Santo Domingo (1973, p. 86) que la
aportación léxica africana en el español en Santo Domingo está “todavía sin explorar”, aunque
considera que la importancia del tema “reclama, sin duda, una investigación más profunda y
exhaustiva”, a pesar de que “la insuficiencia de fuentes lexicográficas relativas a los distintos
idiomas negroafricanos nos ha obligado a ser cautelosos en las opiniones e hipótesis
formuladas acerca de la oriundez de ciertos vocablos y los cambios morfológicos y semánticos
experimentados por estos al contacto con el idioma español”.
El mismo Larrazábal demuestra en su obra que era consciente de la provisionalidad de
sus aportes, de la dificultad de la materia tratada y de la necesidad de seguir profundizando
en su investigación: “Este trabajo que publico ahora no entiendo que sea una cosa definitiva.
Necesita ampliaciones, correcciones, nuevas compulsas, que tiempo adelante, se irán
haciendo, pero se da a la publicidad por ser tema nuevo en la República, o al menos tema raro,
y para someterlo a la sana crítica de los entendidos en la materia que pueda dar luz a estos
estudios y pábulo a mi ardua empresa” (1941, p. 56).
2. MACROESTRUCTURA: DESCRIPCIÓN Y ANÁLISIS
El Vocabulario de afronegrismos representa el esfuerzo individual de Carlos Larrazábal
por recopilar y analizar con una intención lexicográfica, al menos en su presentación formal y
ordenación, aunque sin criterios de selección léxica explícitos ni implícitos, voces
consideradas de origen africano presentes en el español dominicano y que hasta ese momento
no habían merecido la atención de los estudiosos. Comparte el Vocabulario en gran medida
las deficiencias metodológicas en cuanto a la técnica lexicográfica y al análisis dialectológico
y de historia de la lengua que muestran las obras lexicográficas dominicanas que le son
contemporáneas, deficiencias debidas —en opinión de Alba (1993, p. 320)— a la condición de
sus autores de “lexicógrafos improvisados” o aficionados, que carecen de formación lingüística
especializada, y cuya área de especialidad está cercana a otras materias, como la historiografía
en el caso de Larrazábal.
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2.1. El autor
Carlos Vicente Larrazábal Blanco, nacido en Santo Domingo el 27 de abril de 1894, fue
maestro normalista, licenciado en Farmacia, genealogista y catedrático en la Universidad de
Santo Domingo. Miembro de la Academia Dominicana de la Historia desde 1938 y miembro
fundador y presidente de honor del Instituto Dominicano de Genealogía, su oposición a la
dictadura de Rafael L. Trujillo lo llevó al exilio en 1946, primero en los Estados Unidos y más
tarde en Venezuela, la tierra de sus padres. Tras su regreso a Santo Domingo en 1973 continuó
con su obra histórica y narrativa hasta su fallecimiento en Caracas el 25 de marzo de 1989. 4
Además del Vocabulario de afronegrismos, Larrazábal demostró la continuación de su
interés por el conocimiento de las huellas africanas en la historia y la cultura dominicana con
la publicación en 1967 de Los negros y la esclavitud en Santo Domingo, según Moreta
Castillo, “pionera del tema de la historia de la negritud” (2015, p. 18). 5 En su discurso de
ingreso en la Academia Dominicana de la Lengua, el 4 de abril de 1975, dedicado al escritor
dominicano Tulio Manuel Cestero, expresaba su especial afición al estudio de lo criollo:
Siempre he leído con especial interés y simpatía las obras dominicanas que desarrollan temas
de ambiente vernacular; lo tradicional me atrae singularmente. Lo criollo, con su pequeña
historia, su pequeña sociología, su específica sicología, bulle del campo, de la aldea, de la
ciudad, de la familia, con sus hombres y mujeres en sus manifestaciones de vida. Pero esas
pequeñeces, una a una, paso a paso, a través de los tiempos trascienden (Larrazábal Blanco,
1980, como se cita en Moreta Castillo, 2015, p. 14).
2.2. Datos bibliográficos
El Vocabulario de afronegrismos de Larrazábal Blanco se publica en su versión íntegra
en el Boletín del mes de junio de 1941 de la Academia Dominicana de la Lengua. El autor fecha
la composición del trabajo entre febrero de 1935 y marzo de 1941. En su presentación la
corporación académica “acoge complacidamente” esta colaboración de Larrazábal como
miembro de número de la Academia Dominicana de la Historia y pone las páginas de su
Boletín a disposición “de los intelectuales amantes de los estudios lingüísticos que deseen
4 Los datos biográficos de Carlos Larrazábal Blanco se han extraído del texto “La obra del Lic.
Carlos Larrazábal Blanco”, del también historiador y académico numerario de la Academia Dominicana
de la Historia Américo Moreta Castillo (2015).
5 En su bibliografía destacan además el Manual de Historia de Santo Domingo, publicado en la
Revista de Educación (1937 y 1939); Toponimia (1972), Guerra Civil (1974) y su obra de investigación
genealógica en nueve tomos Familias Dominicanas, publicada por la Academia Dominicana de la
Historia entre 1967 y 1980.
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publicar en ellas sus producciones” (1941, p. 54). La publicación del Vocabulario en el Boletín
de la Academia Dominicana de la lengua, fundada en 1927, muestra cómo la institución
académica contribuyó a proyectar el interés por la lengua española y el reconocimiento de su
variedad dominicana, 6 objetivos que se encontraban recogidos entre sus metas fundacionales.
2.3. Paratextos
El Vocabulario está encabezado por una breve introducción, titulada “Página
preliminar”, en la que Larrazábal da cuenta de su interés por el léxico de origen africano en el
español dominicano: “Hace tiempo vengo estudiando la influencia negroafricana en el habla
vernácula dominicana”; y se refiere a las dificultades que ha encontrado en la tarea de
estudiarlo: “La labor ha sido difícil por muchos motivos, y un claro deslinde entro lo africano,
lo indio y lo español me ha sido, en muchas ocasiones, casi imposible” (1941, p. 54). Larrazábal
tiene presente que el estudio de indoantillanismos y afronegrismos en el español dominicano
estará siempre estrechamente vinculado a la lengua española, pues estos influjos léxicos se
estudian a partir de su incorporación al acervo léxico del español: “Indiscutiblemente que
cuando se hable de indianismos o afronegrismos es a base de tener en cuenta un fondo
puramente español” (1941, p. 55).
Frente al protagonismo que los primeros estudios léxicos y lexicográficos le habían
otorgado a la influencia indoantillana, destaca lo temprano de la presencia de los negros
esclavos y reivindica la posibilidad de un influjo léxico mayor, especialmente en la toponimia
menor, en fitónimos y zoónimos: “Ya en 1503 el gobernador Ovando pedía a los reyes poner
remedio a la introducción de negros, y estos, en mi concepto y no los indios, fueron los que
crearon los nombres de la toponimia menor en mucha parte, los que dieron nombres, por lo
general a la flora, y a muchos individuos de la fauna vertebrada e invertebrada” (Larrazábal
Blanco, 1941, p. 55).
El influjo africano se muestra, a su parecer, en las jergas relacionadas con la delincuencia
y en los registros coloquiales de connotaciones sexuales, afirmación esta última basada en el
prejuicio racial que consideraba que “el negro esclavo era muy salaz y tenía la obsesión del
sexo, de ahí, pues, que ciertas palabras no sean sino metáforas o comparaciones cuya
interpretación literal moverían a rubor” (1941, p. 55).
Concluye el autor con el convencimiento de la novedad de su aportación y de la necesidad
de seguir profundizando en el estudio que él había iniciado:
El Archivo General de la Nación de la República Dominicana publicó en 2015 un volumen
antológico de trabajos de Carlos Larrazábal, editado por Blanco Díaz, que se abre con el Vocabulario
de afronegrismos, en el que el editor afirma que “una parte de este trabajo, que comprendía hasta la
palabra caney, inclusive, la publicó Larrazábal Blanco en Analectas, Vol. VII, Núm. 5, el primero de
febrero de 1935” (2015, p. 11).
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Este trabajo que publico ahora no entiendo que sea una cosa definitiva. Necesita
ampliaciones, correcciones, nuevas compulsas, que tiempo adelante, se irán haciendo, pero
se da a la publicidad por ser tema nuevo en la República, o al menos tema raro, y para
someterlo a la sana crítica de los entendidos en la materia que pueda dar luz a estos estudios
y pábulo a mi ardua empresa (1941, p. 56).
El artículo concluye con una “Bibliografía” formada por seis referencias, entre las que
aparecen cuatro diccionarios de lenguas africanas y, con particular relevancia, el Glosario de
afronegrismos, publicado por Fernando Ortiz en La Habana (Cuba) en 1924, considerado un
trabajo básico en los estudios hispánicos en la materia (Franco Figueroa, 1989, p. 499), y el
ensayo Africa and the Discovery of America, publicado en 1922 por Leo Wiener.
2.4. Inventario léxico
Carlos Larrazábal incluye en su Vocabulario de afronegrismos 194 entradas en las que
registra voces para las que propone o discute una posible procedencia africana. Tras el análisis
cuantitativo y cualitativo de la nomenclatura, se aprecian dos líneas destacadas: voces a las
que atribuye origen africano y otras para las que aporta hipótesis etimológicas alternativas a
la tradicional interpretación indigenista, pues, en su opinión, “muchos toponímicos,
fitonímicos y zoonímicos que al vulgo y a las personas letradas le han parecido voces indias
no son sino creaciones o trasplantes negros” (1941, p. 55).
Aunque el autor no identifica expresamente las fuentes del lemario, de las referencias que
aparecen en los artículos lexicográficos se deduce que la recopilación del material es
asistemática y parte del conocimiento léxico personal del autor, especialmente relacionado
con la toponimia, la flora o la fauna; por ejemplo, en el artículo dedicado a la voz combe
declara: “He recogido esta voz en la prov. de El Seibo y quiere decir reunión de personas”
(1941, p. 64). También extrae términos de las fuentes cronísticas coloniales, de las obras de
Ortiz o Wiener y, en casos esporádicos, de obras literarias y canciones populares.
De los 194 lemas de la nómina, 62 están dedicados exclusivamente a nombres propios
(topónimos y antropónimos), lo que representa aproximadamente el 32 % del lemario. Los
lemas restantes se distribuyen por su tipología gramatical como sigue: 6 verbos, 3 adjetivos, 1
adverbio, 2 interjecciones, 2 elementos compositivos, 2 onomatopeyas, 112 sustantivos
comunes y 6 sustantivos que suman acepciones como nombres comunes y propios. A esta
nomenclatura lematizada se suman 12 locuciones, sin lematización independiente e incluidas
en el cuerpo de los artículos lexicográficos definidas gramaticalmente como frases o
expresiones.
En cuanto a los campos semánticos, los más representados en las acepciones de los lemas
son los topónimos (44) y antropónimos (30) entre los nombres propios, y los fitónimos (29)
y zoónimos (12) entre los comunes.
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2.5. Lematización y ordenación
Larrazábal utiliza las negritas 7 y las mayúsculas para la representación tipográfica de los
lemas, lo que supone en el momento de la publicación la imposibilidad técnica de usar la tilde
o la diéresis. En cuanto a la tilde, esta circunstancia se solventa por dos vías: si el lema aparece
en minúscula en el cuerpo del artículo, se considera registrada la forma ortográfica correcta;
en caso contrario, se incluye una nota al final del Vocabulario con indicaciones ortográficas
sobre la tilde o sobre la condición de monosílabo:
AJITITI.— Entendemos por ajitití el ají que pica. […].
CARAMANA.— Fitonímico: “Kyllingia odorata Vahl.”. (11). […] (11) Caramaná.— Voz aguda.
Sin embargo, la dificultad ortotipográfica no queda resuelta en güibia, único lema con
diéresis, que se lematiza sin ella; no aparece en minúsculas en el texto del artículo y carece de
nota ortográfica al final.
Los lemas se registran en una forma única. Los verbos se lematizan en infinitivo y los
sustantivos y adjetivos se lematizan en su forma en singular y en ningún caso muestran
alternancia genérica. Solo aparece un lema pluriléxico, que responde al polimorfismo gráfico
y fonético del verbo curcutear (curucutear, cucutear). No existe lematización de subentradas,
por lo que las locuciones registradas se incorporan directamente en el cuerpo del artículo
correspondiente al sustantivo que incluyen:
ANGOLA.— […] Existen las frases “no venir de Angola”, “no ser de Angola” por no ser tonto
ni lerdo”.
CAPÚ.— “Hacer capú”. Parece africana la expresión.
ÑANGO.— […] A ñango es expresión adverbial que indica el llevar un individuo a otro sobre
las espaldas o los hombros.
Las entradas se ordenan alfabéticamente en una lista única, en la que el dígrafo ch se
considera como letra aparte; de esta forma los lemas que empiezan por ch se ordenan entre la
c y la d. Encontramos esporádicos errores de ordenación; por ejemplo, capu y carángano
antes que caramana, carabalí o caracol; chambra antes que chacara; majagua antes que
mafacunda.
Los ejemplos del Vocabulario citados en este artículo se reproducen literalmente con excepción
de la supresión, por razones de presentación tipográfica, de la negrita del lema y de la utilizada para
marcar metalingüísticamente los lemas dentro del artículo, que se ha sustituido por la cursiva.
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3. MICROESTRUCTURA: DESCRIPCIÓN Y ANÁLISIS
3.1. El artículo lexicográfico
Cada artículo lexicográfico ofrece informaciones más o menos detalladas que no se
someten a una estructura definida y que no se incluyen sistemáticamente. Las referencias
gramaticales son esporádicas y formalmente heterogéneas. Tampoco se utiliza ningún sistema
de marcas para indicar restricciones de uso o connotaciones diasistemáticas. Ni siquiera el
enunciado definicional aparece en todas las entradas; es un componente opcional al que se
suman las referencias a lemas en lenguas africanas y sus correspondientes definiciones, o a
hipótesis sobre etimologías, propias o tomadas de las obras de referencia de Ortiz y Wiener.
A pesar de su heterogeneidad, del análisis crítico de la microestructura podemos extraer
determinadas fórmulas estructurales en la redacción de los artículos y en la inclusión de la
información. La fórmula básica está formada por una definición y una referencia etimológica,
a veces con el orden invertido:
BOBOTE.— Dulce campesino (San Cristóbal) a base de yuca rayada y coco. Bobo es el
nombre de la nuez del coco en lengua adyucrú.
BUCARA.— Piedra que sobresale de la superficie del suelo. Se aplica principalmente a las
cortantes piedras a orillas del mar. Bukari es “piedra” en lengua lobi. Abu dice lo mismo en
otros muchos grupos raciales.
CONCÓN.— Kon, “comer” en lenguas numú, ligbi y huela; ko, “arroz” en crao, konko,
“hambre”, “apetito” y konkebe, “tener hambre” en mandinga. Concón es la parte del arroz
cocido que queda adherida a la vasija donde se prepara.
Precisamente la relación metodológica con la obra de Fernando Ortiz provoca que en
ciertos casos a esta estructura se sume una referencia por acuerdo o comparación con
materiales recogidos por el lexicógrafo cubano, o por refutación de estos:
BAYOYA.– Estar bayoyo, en Cuba, es estar abundante; y este vocablo parece proceder,
según Ortiz, de bayaya, que en lengua mandinga significa hormiga. Una cosa está bayoya (en
Cuba) cuando está como hormigas. En verdad que un “desorden”, un “barullo”, un
“reperpero”, que esas otras acepciones dominicanas de “bayoya”, bien pueden compararse
a un hormiguero, pero alborotado.
Cierta homogeneidad estructural en la elección de las fórmulas parece vincularse con la
tipología semántica de los sustantivos. Los topónimos responden en su mayoría a una fórmula
en la que se proporciona su categorización como topónimo, su localización geográfica y la
propuesta de análisis etimológico.
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BOBA.— Toponímico: río y loma, provincia Duarte. Bobwa, tribu negra de Costa de Marfil.
BUI.— Toponímico azuano: lugarejo. Buy: “fuente”, en mandinga.
CASUÍ.— Toponímico: Río en las prov. de Samaná y El Seibo. Como una contribución a una
etimología africana, debo apuntar que gasi quiere decir en lengua malinqué “tierras baldías,
páramo”.
Para los sustantivos relacionados con la flora y la fauna la fórmula estructural más
frecuente es la formada por una referencia a la condición de zoónimo o fitónimo, el nombre
científico, acompañado o no de una definición, que se completan con una información
etimológica que los vincula con un posible origen africano.
BONDAY.— Fitonímico: Dioscorea tuberculifera.- Parece voz africana. Bondó es pueblo o
nación de negros. Bondó es región del interior de África entre los ríos Cambia y Senegal. Bien
puede ser que la raíz tomara el nombre de la región de donde procedía.
BIAJACA.— Zoonímico. Nombre de un pez de agua dulce. Se ha tenido siempre por indiana;
pero, como observa Ortiz, yaka, ejaka y bejaka significan en el Ogowe de Gabón y Guinea
española, “pez”.
Especialmente en los casos de lemas tradicionalmente analizados como indigenismos se
recurre a una fórmula que aúna la cita de la fuente cronística en la que se alude a la palabra
en cuestión y una reinterpretación etimológica en clave africana a la que puede sumarse o no
una breve definición del término.
BURÉN.— “… estos hornos son como lebrillos en que amasan y lavan las mujeres de
Andalucía; finalmente son hechos de barro, redondos y llanos, de dos dedos en alto… esto
llaman burén, aguda la última”. (Las Casas, Apologética historia, Cap. xi). Sin embargo, es
bueno saber que burang es “plano”, “llano”, en lengua timiní.
La estructura más simple es aquella que solo incluye la referencia etimológica:
BONGO.— El nombre de cierta clase de tambor en el Congo es mgombo. Mvungu en la
misma región es todo sonido bajo y profundo.
Frente a la simplicidad de esta última fórmula, encontramos esporádicamente artículos
en los que se suman informaciones variadas relativas al lema, que van desde la definición y la
referencia a las posibles variantes, los derivados del lema y la ejemplificación.
BEMBE.— He visto en Ortiz que entre los negros temne, del Hinterland de Sierra Leona,
abombo significa labio y que en lenguaje del Gabón, Camerún y Guinea española el mismo
vocabulario significa “nariz”. Variante, bemba. Derivado: bembón, bembudo, etc. es
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significación de bembe “labio grueso”, como el de negros. De boca de un negro oí una vez una
canción que tenía el siguiente estribillo:
“Y dame lo bembe Juana,
y quédate tú sin bembe”.
3.2. Etimologías
La información etimológica se presenta también con heterogeneidad estructural. En
cuanto al contenido, sus análisis etimológicos pueden categorizarse en varias tipologías, desde
el planteamiento de un resultado que considera definitivo y al que muestra plena adhesión
hasta la expresión manifiesta de las dudas que provocan las hipótesis propuestas:
ÑAME.— Fitonímico. Niambi, yuca en yolofe; ñame, comida en la misma lengua. No hay que
insistir. Todos convienen en que la raíz y la palabra nos han venido de África.
BOMA.— […] La palabra, sin darlo por muy seguro, bien pudiera ser africana.
BONDILLO.— […] Sin embargo sería imprudente decidirse definitivamente por el
africanismo de la voz hasta no hacerse nuevas compulsas.
CUAYA.— Toponímico. Río y lugarejo en la provincia de La Vega. Kuadya, toponímico de la
Costa de Marfil. ¿Mera coincidencia, como puede ocurrir en muchos casos?
CUENDO.— Toponímico. Lugarejo en la prov. de Azua. Kuen “plátano” en lengua crao,
kueni, toponímico de Costa de Marfil. Estas observaciones no deciden nada.
Muy particular es el tratamiento de las hipótesis etimológicas en los casos de voces
consideradas tradicionalmente indoantillanas. En algunos casos rebate los planteamientos
africanistas de Wiener y en otros descarta las suyas propias, para optar por mantener la
etimología tradicional, como queda reflejado en sus artículos lexicográficos:
CONUCO.— Kunuko en mandinga es “heredad”, por lo que el célebre filólogo de Harvard,
Wiener, se decide por la procedencia africana de esta voz, aunque no estamos dispuestos a
seguirlo en esta idea.
CIBA.— Entre los indios significa piedra y sarta de cuenta de cuentas, según Las Casas. Pero
según Wiener no es voz india sino africana, puesto que en mandinga ciba es el nombre de un
amuleto de piedra que se ata al brazo. Pero, me quedo con Las Casas.
OCOA.— Toponímico. Coa, “aldea” en acyé. Ocuao, tribu de la Costa de Marfil. Pero la voz la
tienen como india los historiadores clásicos de Indias y es prudente respetar esta, hasta
pruebas en contrario.
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En otros casos se trata de proponer hipótesis etimológicas alternativas al africanismo,
como en los términos para los que existe, según la opinión de Larrazábal, una plausible
interpretación patrimonial:
CICOTE.— […] Ortiz ve en cicote un afronegrismo […]. Sin embargo, yo pienso que tal
dicción es genuinamente española. Existe el verbo ciscar, “ensuciar”, que por relajación de los
órganos de fonación, por influencias negras, aquí en América se debilitó hasta perderse la ese
medial y caer en cica “excremento” en Santo Domingo, que produjo con la desinencia
aumentativa ote la palabra de que se trata.
MAFACUNDA.— Toponímico. Ma es madre en mandinga. Existe otro lugarejo llamado
Materesa. Pero lo cierto debe ser que ma proceda de mai (madre) y Mai Facunda y Mai Teresa
dieran los toponímicos citados.
TUTÚ.— (Voz aguda). Cabeza, cerebro, inteligencia. Tutú en congoleño es el nombre de una
calabaza pequeña. Pero también puede ser corruptela de testuz.
Larrazábal está entre los autores en los que Alba critica el afán por “reunir el mayor
número posible de palabras sin atender a su vigencia y sin comprobar suficientemente su real
procedencia etimológica” y el haber asumido “el supuesto, naturalmente falso, de que las
meras coincidencias o semejanzas fonéticas son prueba suficiente de filiación etimológica”
(1992, p. 534). No cabe duda de que su Vocabulario está entre aquellos que, como apunta
López Morales (1980, p. 87), aúnan “junto al dato riguroso y el análisis adecuado, el
subjetivismo y la improvisación”. Sin embargo, sin perder de vista los medios y las
posibilidades de que para su estudio disponía Larrazábal, debe valorarse su esfuerzo para
proponer hipótesis sin obviar las dudas y escollos que estas plantean. En su contexto histórico
y lexicográfico, es un ejemplo de aquello por lo que aboga Frago Gracia (2004, p. 373): “[…]
la lista de afroamericanismos ha de expurgarse de los términos que sin ningún género de duda
no le pertenecen, y deben mencionarse como dudosos los casos que efectivamente lo son o,
por el contrario, manejar razones que los confirmen en uno u otro sentido”. Las mismas
dificultades que condicionaron los resultados etimológicos de Larrazábal siguen vigentes en
la actualidad, ligadas a la complejidad y diversidad del componente lingüístico africano
trasladado a América y a su conocimiento superficial por parte de los filólogos americanistas.
4. CONCLUSIONES
La obra de Carlos Larrazábal Blanco está, a pesar de su fecha de publicación, cercana a la
lexicografía precientífica de aficionado, pero, para la lexicografía dominicana, de desarrollo
muy tardío, representa un aporte valioso para la visualización y el registro del léxico
diferencial, especialmente aquel de origen africano, más desconocido y, por razones
socioculturales, menos valorado. El estudio detallado de su contenido y estructura, sin perder
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de vista su condición de producto lexicográfico histórico, anclado en unas circunstancias
históricas y sociales concretas, puede aportar a la comprensión del proceso de concienciación
sobre la diversidad léxica dominicana nacido en las primeras décadas del siglo XX y de los
vínculos de esta variedad dialectal con otras variedades antillanas y caribeñas.
En los primeros pasos de reconocimiento de la variedad dominicana del español tiene un
papel fundamental el estudio de las huellas de los indigenismos antillanos y, en menor
medida, de los afronegrismos. De ahí que los inicios lexicográficos se centren especialmente
en estas parcelas léxicas. La diferenciación léxica dialectal se aprecia en esta primera fase en
los aportes léxicos de origen no patrimonial castellano, para los que no se aprecia una
voluntad correctora, perspectiva purista que sí aparece, en cambio, cuando se trata de la
diferenciación semántica o la creación léxica a partir del componente patrimonial
dominicano.
La tarea de registrar, deslindar y dar seguimiento a la historia del léxico afroamericano
en el español dominicano está aún por hacerse. Establecer correctamente los criterios
selectivos para este tipo de léxico tiene que aunar conocimientos filológicos de las lenguas
africanas, de historia de la lengua española y del español americano, dialectología, y
documentación textual, no solo en obras cronísticas y literarias, que aportan, tanto para los
indigenismos como para los africanismos, “testimonios parciales y teñidos por la lengua
española” (Frago Gracia y Franco Figueroa, 2003, p. 145), sino en glosarios y vocabularios y
en otras tipologías textuales americanas antiguas. De Granda (1971) aboga por líneas nuevas
de investigación que enriquezcan la escasa bibliografía especializada, mayor atención a la
documentación textual y un especial rigor filológico que garantice la adecuación científica de
los resultados.
El estudio de la lexicografía precientífica aporta valores interesantes relacionados con la
historia de la lengua, como el testimonio y la datación del uso de un término o de su alcance
geográfico o su valoración social, más aún en el caso de los afronegrismos, que suman a su
dificultad de fijación etimológica y documental una particular historia de difusión
sociolingüística. Sin duda un acercamiento analítico desde una perspectiva crítica a los
intentos lexicográficos por conocer esta tipología léxica puede convertirse en un aporte
enriquecedor a esta tarea. Como enriquecedora puede resultar la tarea, pendiente también,
del análisis metalexicográfico del papel como fuente estructural y de contenido que estos
primeros balbuceos lexicográficos han jugado en glosarios y diccionarios posteriores.
El conocimiento del registro lexicográfico de este léxico puede ayudar a trazar su historia
y aportar datos relevantes para valorar esta historia y el alcance de su pervivencia. La pérdida
de vigencia de los afronegrismos, como en menor medida la de los indigenismos (Alba, 1992,
pp. 535 y 537), proceso que se desarrolla de forma similar en todas las Antillas mayores, los
confina, al menos, a la competencia pasiva de los hablantes, “a medio camino en el proceso
hacia la muerte léxica”. Este bajo índice de vitalidad, común al área lingüística antillana
(Santos Rovira, 2013, p. 132), no les resta importancia filológica. No se trata, como critica Alba
(1992, p. 530), de destacar ficticiamente el volumen de la aportación léxica africana con un
registro indiscriminado de voces, sino de desbrozar el conocimiento que de ellas se tiene y de
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valorarlas en su justa medida. Para ello debe partirse de un conocimiento en profundidad de
los materiales aportados por quienes, como Larrazábal, empezaron con la tarea.
El Vocabulario de afronegrismos de Carlos Larrazábal Blanco representa una obra
importante para la historia de la lexicografía dominicana y, como tal, merece ser analizado y
valorado. Su estudio metalexicográfico permite que los materiales que registra pasen a formar
parte de proyectos como el Tesoro lexicográfico del español dominicano y el Tesoro
lexicográfico del español en América (TLEAM) con las garantías filológicas indispensables.
Si, como analiza Frago Gracia (2004, p. 392), la influencia léxica de las lenguas africanas en
el español de América no puede ser considerada profunda, ni en el número de préstamos ni
en la extensión del uso o de los campos semánticos, sí presenta un particular interés desde la
perspectiva histórica de transmisión, implantación y difusión de un puñado de palabras que
han contribuido a la caracterización léxica del español dominicano.
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AGRADECIMIENTOS
Este trabajo se desarrolló en el marco del proyecto de I+D+i PID2020-117659GB-100, “Tesoro
lexicográfico del español en América” (TLEAM), financiado por el MCIN/AEI/10.13039/
501100011033.
NOTA SOBRE LA AUTORA
María José Rincón González nació en Sevilla (España) y reside en la República Dominicana desde
1992. Es doctora en Filología Hispánica y especialista en lexicografía, con una maestría en
Elaboración de diccionarios y control de calidad del léxico en español. Es directora del Instituto
Guzmán Ariza de Lexicografía y miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua
desde 2011, donde se encarga de las labores lexicográficas, entre las que destaca la dirección y
publicación del Diccionario del español dominicano (2013), del que se prepara una segunda
edición. Coordina el equipo dominicano del proyecto “Tesoro lexicográfico del español en
América”. Es académica correspondiente de la Real Academia Española y miembro del consejo
asesor de Fundéu Guzmán Ariza.
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