¿Se puede hablar de 'síndrome de abstinencia emocional' tras una ruptura amorosa? Cómo distinguir si el duelo es patológico

El dolor y la tristeza tras las rupturas pueden ser intensos, pero no son patológicos.
El dolor y la tristeza tras las rupturas pueden ser intensos, pero no son patológicos.
@[Zinkevych] via canva.es
El dolor y la tristeza tras las rupturas pueden ser intensos, pero no son patológicos.

En los últimos tiempos, la concienciación y la lucha contra los estigmas que pesan sobre los problemas de salud mental han llevado a que muchas personas busquen la atención adecuada a sus malestares. Sin embargo, la tendencia también puede llevar a una dificultad para distinguir cuándo una determinada situación constituye un verdadero trastorno psicológico.

Tal es el caso de procesos como el duelo tras la pérdida de seres queridos o de relaciones amorosas; se trata de una experiencia que sin duda causa un intenso dolor, pero que es completamente universal. Recientemente, se ha propuesto que existe un 'síndrome de abstinencia emocional' que sería una versión patológica de este proceso, pero sus fronteras conceptuales no están en absoluto claras.

"Es lo normal para la mayoría de las personas"

Así lo explica a 20minutos María Such de Lorenzo-Cáceres, psicóloga del Centro Cuarzo - Psicología Científica: "El concepto de 'síndrome de abstinencia emocional' es una etiqueta que parece circular en las redes bajo la que se trata de aglutinar las manifestaciones psicofisiológicas normales propias de una ruptura emocional. Pero desde el punto de vista de la psicología y la medicina, no sería una entidad definitoria válida. Ni tiene utilidad diagnóstica, ni es un constructo que cuente con apoyo empírico".

Para entender por qué, debemos atender al significado preciso de los términos. "En primer lugar, por la propia definición de lo que es un síndrome: un conjunto de síntomas y signos que tienden a aparecer juntos de forma consistente y que resultan distintivos respecto al grupo con que se comparan (y que no necesariamente causan enfermedad, aunque puedan predisponer a ella). Las manifestaciones que se incluyen bajo esta etiqueta son las normales y habituales para la mayoría de las personas cuando se enfrentan a una ruptura. Y esto nos lleva al segundo motivo por el que no resulta un término correcto: porque ya existen otras definiciones más adecuadas para este proceso emocional".

Así, puntualiza, "de tener que ponerle un nombre, estaríamos hablando de un 'duelo' que aunque coloquialmente se circunscribe a la pérdida por fallecimiento, en realidad es una forma de denominar a aquellas emociones, pensamientos y comportamientos que surgen y se mantienen durante un tiempo tras un cambio brusco en la relación con alguien (o incluso algo) con quien manteníamos un vínculo de apego".

"El duelo sirve para encajar lo vivido en nuestra historia"

"¿Son los cambios que se producen tras una pérdida incómodos, estresantes, incluso desconcertantes? Sí, pueden serlo, aunque sean una reacción psicológica normal", reconoce Such. De hecho, desarrolla,  cumplen con una función relevante para nuestro bienestar: "el dolor, la tristeza y la añoranza que aparecen, junto con el resto de 'síntomas', tienen la función de hacernos ralentizar nuestra vida un poco; de buscar refugio y apoyo en nuestro entorno, de encontrar el tiempo para procesar lo vivido (tanto la relación como la ruptura posterior) y darle un 'hueco' en nuestra historia".

"Ver los vínculos como una adicción es incorrecto"

"Por eso", prosigue, "no creo que sea positivo hablar de 'síndrome': porque en la buena intención de tratar de poner una etiqueta a un fenómeno, se pasa por patologizar o destacar un proceso que, en realidad, es normal y común a todos los seres humanos. Hablar de un 'síndrome de abstinencia' en la ruptura de relaciones y vínculos es verlos como una adicción, lo que es incorrecto; asemeja el dolor y la incomodidad de la pérdida con fenómeno clínico, y sinceramente opino que eso sólo añade confusión e incluso temor a quienes se duelen en una ruptura y piensan que no podrán superarla".

Esto no quiere decir que, en algunos casos, el proceso de superación de una ruptura no pueda volverse singularmente difícil, más de lo que podríamos considerar común. "Sí que es cierto que este estado de malestar puede ser particularmente intenso en algunas personas, o puede generarles un sufrimiento que viven como abrumador, lo que suele dar lugar a la puesta en marcha de comportamientos y recursos que, con el fin de reducir o evitar dicho malestar, acaba empeorándolo o alargándolo en el tiempo", dice la experta.

"Las personas con apego inseguro tienden a sufrir más"

Y es que ciertas personas podrían ser más vulnerables ante este tipo de situaciones. "Hay algunos indicadores que suelen relacionarse con una mayor dificultad para tolerar y sobrellevar las rupturas y las pérdidas en las relaciones significativas", comenta Such. "Uno de los principales es el estilo de apego: tanto el propio como el de la otra persona".

"El apego es la capacidad y necesidad de establecer vínculos emocionales con otros desde que nacemos", continúa. "Es una función fundamental para nuestra supervivencia, ya que la vinculación es lo que nos permite, al principio de nuestra vida, sobrevivir estimulando en otros respuestas de cuidado y afecto. El cómo se va estableciendo dicho vínculo, es decir, cómo los adultos del entorno (particularmente, los cuidadores principales) responden tanto a nuestras necesidades fisiológicas como emocionales cuando somos bebés y niños, permite que desarrollemos una interiorización sobre cómo es el mundo y cómo somos nosotros frente a ese mundo: si es un lugar seguro, si la gente es buena, si mis necesidades probablemente serán cubiertas, si dichas necesidades y su expresión serán tenidas en cuenta y atendidas; si yo soy querible, aceptable, importante, válido…".

"Se ha observado que las dinámicas de apego que vivimos en nuestra infancia tienen un rol fundamental tanto en la configuración de nuestra personalidad como en la forma de relacionarnos con otros que mostraremos a medida que crecemos; especialmente, a la hora de vivir vinculaciones potentes, con una alta carga emocional y de intimidad", añade. "Por eso, las personas con estilos de apego más inseguros parecen tener una tendencia a sufrir más, con interpretaciones como que las rupturas constituyen abandonos o rechazos de su persona y estrategias de regulación emocional más dificultosas".

"En los casos más intensos, donde la pérdida pasa por generar una sintomatología más aguda y persistente, comportamientos más extremos y un mayor sufrimiento, sí que podría decirse que estamos ante un cuadro psicopatológico y valorar, incluso, un perfil de personalidad más desajustado (y que, seguramente, tenga una historia de vivencias similares, e igual de dolorosas, en el pasado)", apostilla.

"Puede ser recomendable pedir ayuda a un profesional"

Estas instancias más extremas, y poco frecuentes, pueden manifestarse en la forma de conductas preocupantes o arriesgadas: "Abandono patente del autocuidado, el ocio o las relaciones sociales, intensificación significativa de las emociones (tristeza, vacío, apatía, ira…) o comportamientos potencialmente de riesgo (abuso de sustancias, descuido de la integridad física y/o emocional propia, intentos desmesurados y poco ajustados de recuperar la relación, o búsqueda frenética de otras relaciones, sexo sin precauciones, autolesiones, ideación o intentos de suicidio…)", cita la psicóloga como ejemplos. 

"Es duro y lleva un tiempo, pero no es el fin de nuestra persona"

Por eso, "cuanto mayor sea el sufrimiento que percibe la persona, y mayor sea la afectación o interferencia (observable o percibida) en su vida diaria, más motivos existen para sospechar de la presencia de un proceso psicopatológico, de una dificultad notable para gestionar la ruptura o la pérdida de la relación, y por tanto más importante puede ser pedir ayuda profesional".

En el resto de los casos, no obstante, el afrontamiento puede ser diferente. "No se puede hablar de tratamiento cuando consideramos que no es un proceso patológico. Lo indicado, entonces, sería tener paciencia y que los demás tengan paciencia con uno mismo: permitir el duelo, aceptar las emociones que nos despierta una pérdida, tener presente que es un proceso de adaptación por el que nadie desearía pasar, pero que forma parte de la vida. Es duro y lleva un tiempo, pero que no significa el fin de nuestra persona".

"Lo que más ayuda es validar sus emociones"

"Es recomendable que la persona mantenga, en la medida de lo posible, sus rutinas habituales. Dicha rutina aporta estabilidad en un momento donde las emociones 'no acompañan'. También que cuide especialmente de sus momentos de ocio y descanso y de aquellas actividades que le resultan relevantes o significativas, que estén en línea con sus valores y su proyecto de vida", recomienda en estas situaciones Such. "Y, por supuesto, que no se trate de una psicopatología no impide pedir ayuda profesional o un apoyo específico a modo de consulta o acompañamiento".

A veces, la otra persona de la antigua pareja puede ayudar a llevar este proceso. "Para la otra parte, las medidas a observar dependerán de los términos concretos de la relación y la ruptura. Una buena pauta puede ser respetar sus emociones y sus tiempos, y no tomar decisiones (sobre todo si suenan 'extremas' o con consecuencias importantes) en momentos en que las emociones desagradables tienen una intensidad elevada", prosigue la experta.

De la misma forma, el entorno es vital. "Lo que más ayuda es validar sus emociones y sus experiencias: lo que siente, sufre o manifiesta la otra persona es válido. También estar disponibles en la medida de nuestras posibilidades: ayudar a la persona a mantenerse activa, entretenida, ofreciéndole planes y actividades incluso aunque no siempre pueda o quiera participar de ellos. Dándole tiempo, nada de 'un clavo saca otro clavo'", concluye.

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