Sátiros danzando
Teorías diversas

Todo este fenómeno de la creación del teatro tuvo lugar en Atenas a fines del s. VI, aunque sus raíces, a saber, la danza y la lírica populares dialógicas y miméticas propias de diversas fiestas, se encuentran en casi toda Grecia. Pero el tema del origen concreto del teatro dio mucho que hablar desde la antigüedad.
Para Aristóteles la tragedia habría nacido en el Peloponeso a partir del ditirambo, un canto coral, pero de un carácter satírico; así se explica el término tragodía como “canto de machos cabríos” (es decir, de sátiros). Los filólogos alejandrinos, en cambio, consideraban el Ática como lugar de nacimiento, a partir de ciertos ritos del culto ático. El nudo central de la cuestión moderna ha estado en la aceptación o no de los testimonios de Aristóteles. Otros han sostenido que la tragedia sería derivada de ritos de evocación celebrados anualmente sobre la tumba de los héroes (Ridgeway), o de rituales que representan la muerte y resurrección del año en forma de héroe (Murray).

Carro de Tespis
Tespis, el precursor

La tradición atribuye la creación de la tragedia al poeta Tespis, que habría ganado el primer concurso que se organizó el año 535 a. C. El tirano Pisístrato, que fundó la fiesta de las Grandes Dionisias, quiso, sin duda, que la fiesta tuviera un espectáculo que superara el de cualquier otra ciudad. Sea cual sea su origen, el teatro ateniense es un teatro lírico, que continúa la lírica de carácter religioso, la lírica coral propia de las grandes fiestas, creada por poetas conscientes de su originalidad y de su carácter de guías de la comunidad. Es un teatro popular: se representa en grandes fiestas nacionales, ante el pueblo al completo. No es obra de mera diversión: el teatro es un espejo de la vida, que presenta la conducta y el destino de los héroes y de las ciudades y comunidades en los momentos de crisis. Hace ver las consecuencias de la hybris o desmesura de aquél que se enfrenta a las leyes religiosas o pone su interés por delante del de la comunidad o abusa de una manera o de otra. Siempre fracasa o muere, por grandes que hayan sido sus méritos. Y hay una renovación que trae un nuevo triunfador y una nueva esperanza, sobre la base de una conducta más justa y más humana.

Ménade en éxtasis báquico
El Dionisismo

Si hay algo evidente en el origen del teatro es su relación con Dioniso, y, a la vez, no es un dios que aparezca reflejado en las obras conservadas. El Dionisismo , a diferencia de los demás cultos griegos, ofrecía al creyente una sensación de comunión y participación con una potencia divina. Mediante su participación en los ritos y cultos, el fiel, gracias a la comunión con la potencia divina, obtenía unos poderosos efectos psicológicos:
1) la sensación de liberación de los límites impuestos por la razón y la costumbre social. El fiel experimentaba una nueva vitalidad que él atribuía a la presencia del dios en su interior.
2) En el éxtasis dionisiaco, el fiel sentía disolverse el sentido de conciencia individual, para fundirse en la conciencia del grupo. Salía de si mismo y, confundido con la totalidad del thiasos o cofradía dionisiaca, sentía ampliarse enormemente sus capacidades anímicas y físicas, sin intervención del opresivo corsé de la responsabilidad individual, disuelta en una nueva conciencia, no reglada ni institucionalizada, de grupo.
3) En este estado de éxtasis individual y comunión divina y colectiva, establecía unas relaciones estrechas con lo primario, lo elemental, con la tierra, que mágicamente manaba ríos de leche y miel. Dioniso es, pues, un dios paradójico, ambivalente, desconcertante. En el s. V aC. había sido ya adoptado por la ciudad, era un dios admitido en el Olimpo. Pero, al mismo tiempo, su culto expresaba el reconocimiento oficial por parte de la ciudad de una religión que, en muchos aspectos, escapaba a la propia polis, la contradecía y la superaba. Diosiso encarnaba la manifestación de lo Otro.
Con su presencia, las categorías tajantes, los opuestos nítidos, que daban al mundo coherencia y racionalidad se difuminaban, se fusionaban y pasaban de ser unos a ser otros: en él y por él se reunían lo masculino y lo femenino, con los que estaba emparentado, lo joven y lo viejo, lo salvaje y lo civilizado, lo lejano y lo próximo. Más aún, Dioniso anulaba las distancias que separaban a los hombres de las bestias. En el menadismo, poseía a las ménades y las acercaba al salvajismo animal. Pero Dioniso era ambivalente: para que se revelara benéfica, era preciso que la ciudad lo acogiese en su seno, lo reconociera como suyo y le asegurase un lugar en el culto público, al lado de los otros dioses.

Máscara de Dioniso
La máscara

La asociación del dios con la máscara mostraba bien su extraña entidad. En efecto, Dioniso recibía culto, a menudo bajo la forma de una máscara, a veces colgada de un árbol o de un poste y otras adornada con hiedra, la planta sagrada del dios. Pues bien, era justamente la máscara la que hacía posible la representación de los mitos en forma dramática. El actor enmascarado podía explorar libremente la fusión de diferentes identidades, estados de ser, categorías de experiencia: divino, humano; humano y bestial; masculino y femenino; amigo y extraño. La máscara se convertía de esta forma en algo especial en la experiencia dramática, en una especie de signo del deseo del público de someterse a la ilusión, juego y ficción y de poner energía emocional en lo que llevaba la máscara de ficticio y a la vez de Otro.

Dioniso montando una pantera con una máscara
Los comienzos de la Tragedia: El ditirambo

El nacimiento de la tragedia guarda también relación con la política populista de los tiranos, que favorecieron el culto de Dioniso. Así entre las leyendas heroicas celebradas en ditirambos como los de Arión, se encontraba la historia de Adrasto. Este héroe, que participó en la segunda expedición de los argivos contra Tebas, tras la disputa de los hijos de Edipo, era objeto de culto en Sición, una ciudad del norte del Peloponeso: El tirano Clístenes, que se encontraba en guerra con Argos y no deseaba que un héroe argivo fuera mencionado en los coros "trágicos" que conmemoraban sus desgracias, dedicó estos coros a Dioniso.
Se comprueba que los testimonios más antiguos relacionan la tragedia con Dioniso y con el ditirambo. E igualmente Aristóteles afirma en la Poética (1449a 11s.) afirma que la tragedia nació "de los que dirigían el ditirambo", aunque añade, "improvisada en sus orígenes... más tarde se ennobleció, tras haber comenzado con pequeños mitos y una dicción cómica, ya que evolucionó a partir del género satírico". Las noticias de Aristóteles parecen contradictorias, a no ser que, bajo el término "género satírico" no se vea el drama satírico conocido como género dramático, sino aquellos coros trágicos, que no eran cómicos ni trágicos, sino "ditirambos", que podían ser cantados en modo grave, solemne, luctuoso o festivo, alegre, jocoso u obsceno, dependiendo de cada ocasión. Todo ello es bastante problemático y conjetural, y la cosa se complica todavía más, si se piensa que el mismo término "tragedia" ("canto del macho cabrío") no ha encontrado ninguna explicación satisfactoria.
 

Mujer portando un falo, símbolo del dios Dioniso
Los comienzos de la Comedia: las faloforia



En cambio, el sentido de la palabra "comedia" es mucho más claro. Su primer elemento deriva de la palabra kommos, fiesta o juerga, en que un grupo de participantes cantaba y bailaba por calles y caminos composiciones de carácter satírico y obsceno en que se hacía burla de ciudadanos concretos o de sucesos de la actualidad. Aristóteles relacionaba estos cortejos y cantos con los cantos fálicos (faloforia) habituales en muchas ciudades: cortejos alegres y ruidosos, cuyos miembros, portando enormes falos a veces también con grandes y grotescos postizos en vientre y trasero, llevaban a cabo la representación de simples acciones dramáticas o satirizaban a las personas con que se topaban o a determinados ciudadanos. Instituciones rituales de este tipo existían en Esparta, Tebas, Megara, Atenas, etc. La vinculación de la comedia con este tipo de cortejos ligados en Atenas al culto de Dioniso y compuestos por una banda de cofrades (thiasos) bebidos no ofrece grandes dudas: todavía en época clásica el actor cómico llevaba los grotescos postizos y el falo típico de los cortejos.