La historia de María «la Agorera»

Como nos vamos acercando al Día de Todos los Santos, un día de brujas, fantasmas, apariciones… y por supuesto, un día para recordar a todos aquellos seres queridos que nos dejaron, hoy me gustaría contaros una historia que tuvo lugar en el Madrid del siglo XV. Una historia de hechiceras y brujería, con una protagonista llamada María Mola, conocida como «la Agorera», que vivió en las afueras de ese Madrid aun medieval, un Madrid que aun no era la capital de España.

Caprichos Noº 24 - No hubo remedio

En el siglo XV llegó a Madrid una mujer llamada María Mola. Procedía de Burgos, donde había sido acusada de brujería y condenada a sufrir pena de vergüenza pública. Fue emplumada y obligada a llevar un sombrero con forma de cono, en el que aparecían pintadas imágenes alusivas al delito por el que había sido condenada, mientras entre empujones y golpes, era paseada por la descontrolada e iracunda multitud por calles burgalesas, soportando los insultos, pedradas y escupitajos del populacho.

Las murallas del Madrid medieval

Al llegar a Madrid, María Mola, popularmente conocida como “la Agorera”, siguió ejerciendo sus artes adivinatorias y la brujería en su casa, una pequeña tienda de comestibles, que había pertenecido a un judío. Estaba situada en las afueras de la ciudad, muy próxima a lo que hoy es la plaza de Santa Ana.
 La clientela, religiosa y supersticiosa a partes iguales, acudía a la casa de María en busca de hechizos de amor, sortilegios para acabar con los enemigos o lo que era mas habitual, para saber que les iba a deparar el futuro.
 Debido a sus continuos aciertos, su fama se propagó rápidamente entre los madrileños. La clientela se agolpaba frente a la puerta de la antigua tienda para consultar a la ya célebre hechicera, gentes de todos las clases sociales e incluso religiosos. Pero «la Agorera», aunque era una gran profesional del engaño, no logró que su  montaje durara demasiado, finalmente, uno de estos engaños sería su perdición y la causa del trágico final de Maria «la Agorera». Veamos que sucedió.

Vista del Madrid medieval

Todas las semanas se acercaba hasta la casa de María un anciano fraile franciscano, para recoger el celemín de harina que la hechicera le daba para la congregación. Día tras día el monje acudía a casa de la hechicera y comprobaba las largas colas que siempre había frente a sus casa, por lo que, cuando otro fraile franciscano le confesó su desdicha ante las dudas que le asaltaban en el momento de celebrar la Santa Misa, le aconsejo que visitara a María a pesar de ir contra los mandatos de la Santa Madre Iglesia. Sin pensárselo dos veces, un buen día se presentó en casa de la Agorera un monje franciscano, asegurando que un compañero del convento le había hablado de sus artes adivinatorias. El religioso, acudió a la cita con la bruja para saber qué le iba a deparar el futuro, ante sus constantes temores de caer en pecado mortal.
 Tras un misterioso ritual, la bruja fingió tener una horrible visión y previno al religioso de lo que le ocurriría al día siguiente mientras estuviera diciendo su primera misa, advirtiéndole de que todas sus dudas se disiparían en cuanto se enfrentase a ellas con el alma y que, en ese preciso instante, vería un ángel o un diablo.

Fraile franciscano

Al día siguiente por la mañana, mientras decía la primera misa del día, aun prácticamente de noche, el monje desconcertado y aterrado vio algo que se movía entre las sombras del fondo de la iglesia, desierta y oscura. Por la cadena de una de las lámparas de la iglesia se movía un ser monstruoso, que al intentar acercarse comenzó a proferir unos gritos horribles. El fraile, creyendo haber visto al diablo, cayó fulminado al suelo quedando inconsciente. Cuando recobro el conocimiento, creyendo estar en pecado mortal tras haber visto al mismísimo Satanás, confesó que el día anterior había visitado a la Agorera y ésta le había avisado de que se le aparecería un ángel o un demonio, según el estado de gracia en que se encontrara su alma.

Juan II de Castilla

El nombre de María «la Agorera» había salido a la luz y puesto que la bruja era muy conocida en toda Castilla, las autoridades llevaron a cabo una investigación y finalmente María confesó que el demonio no era nada más que una lechuza que ella misma había soltado durante la noche en la iglesia, con el único propósito de asustar al religioso. Las autoridades aplicaron todo el peso de la Ley y en cumplimiento de la ordenanza de Juan II de Castilla contra las prácticas de brujería y hechicería, María «la Agorera» fue condenada a morir ahorcada. La sentencia se llevó a cabo públicamente y muchos fueron los que, sintiéndose engañados por las malas artes de la Agorera, apedrearon su cuerpo mientras agonizaba.

Pedro de Répide

Como era de esperar, la historia de María «la Agorera», pronto se transformó en leyenda y según algunos cronistas, como Pedro de Répide, todas las noches el fantasma de María Mola salía al paso de los vecinos para atemorizarles. Los habitantes de la zona afirmaban que sentían su presencia todas las noches y que su espíritu vagaba contínuamente  por el vecindario.

Calle Nuñez de Arce

Tal fue el terror que se apodero de los madrileños de la época, que muchos optaban por no pasar por la calle donde había vivido la hechicera, que rápidamente pasó a ser conocida como calle de la Agorera. Posteriormente, por deformación del vocablo, se convertiría en calle de la Gorguera, hasta que en 1804, el Ayuntamiento de Madrid decidió cambiar el nombre, pasando a ser desde entonces la calle de Núñez de Arce.