Ímpetu paisajístico

El Tenerife de la laurisilva, mucho más que sol y playa

El Parque Rural de Anaga es un paraíso a descubrir lentamente que concentra la mayor biodiversidad de Canarias y tradiciones heredadas de los aborígenes.

En el extremo nororiental de Tenerife impera la ley de la jungla. Hace siete millones de años, los volcanes, los vientos alisios y el océano Atlántico se confabularon para moldear a su antojo esta península de relieve abrupto y corazón selvático. El Macizo de Anaga (14.418 ha), está sacudido por barrancos, diques y roques puntiagudos como antiguas cicatrices de erupciones volcánicas en una de las zonas más antiguas de la isla. Aquí, las laderas están cubiertas por un espeso monte de laurisilva y los senderos que las recorren por la niebla que precede al mar de nubes. En el litoral, áspero y escarpado, se esconden algunas de las mejores playas de Canarias, calas de arena negra prácticamente inaccesibles y fondos marinos protegidos, ideales para el buceo.

 

Anaga fue uno de los nueve menceyatos en los que los guanches dividieron la isla antes de la conquista castellana a finales del s. XV. Su aislamiento hacía de este enclave una valiosa fortaleza natural con salida al Atlántico y terrenos fértiles para el cultivo del cereal. Precisamente, este aislamiento ha hecho que Anaga continúe preservándose como el pulmón verde de Tenerife. Una selva con una biodiversidad inabarcable donde aparecen pequeños caseríos de tradiciones antiguas ligadas a este entorno, que le han valido el reconocimiento de Parque Rural desde 1994. Estos son los lugares clave para tomarle el pulso a la jungla de Tenerife.

 
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Los Roques de Anaga

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La belleza del fin del mundo

Lo primero que asombra al viajero al llegar a Anaga es su agreste litoral. Las colinas, verdes en las zonas más elevadas, se van desprendiendo de su manto de laurisilva cambiándolo por el del palmeral y el cardonal-tabaibal a medida que se precipitan sobre la línea costera. Frente a este territorio, elevado por acantilados y desolado por su tez volcánica, emergen del océano una sucesión de islotes afilados como centinelas que protegen toda la costa del extremo nordeste de Tenerife. Dos destacan sobre el resto: el de Tierra y el de Fuera. Este par de chimeneas volcánicas, aisladas por la acción erosiva, conforman la Reserva Natural Integral de los Roques de Anaga (10 ha), uno de los enclaves más emblemáticos de Tenerife, de inmenso valor ecológico y paisajístico.

Trekking por la selva

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'Verde que te quiero verde'

Desde la costa, los senderos se adentran en el corazón del parque. Aquí, entre las colinas, que elevan el macizo hasta los mil metros de altitud, se custodia uno de los mayores tesoros biológicos de la Macaronesia: el bosque de laurisilva. La niebla se propaga entre los caminos que se pierden en esta selva de laureles, líquenes, brezos, tilos o viñátigos, que componen este vestigio vegetal de la Era Terciaria (hace 40 millones de años). La única manera de domar la jungla de Tenerife la marcan sus rutas, como la PR TF 10, que conecta la Cruz del Carmen y la Punta del Hidalgo (4h), la PR TF 2, de Taborno al Valle Seco (4 h 30 min) o el sendero circular del Bosque de los Enigmas (2 horas). En el paraíso del senderismo canario también hay lugar para las vías ciclables y para las rutas a caballo.

 
Del caserío me fío

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Del caserío me fío

Draguillo, Chamorga, Chinamada… Diseminados sobre las laderas del Parque Rural, con sus casitas blancas y aire rústico, hay hasta 26 caseríos donde habitan cerca de 2.500 personas y donde el tiempo parece haberse detenido por completo. Sus habitantes siguen respetando las tradiciones que han domesticado este territorio salvaje. En sus bancales de cultivo siguen sembrando la papa, la batata, el ñame o la vid y en sus montes siguen pastando las cabras con las que se elaboran sus famosos quesos. La producción de vinos en este lugar también merece un capítulo aparte. Taganana es el pueblo más importante del macizo de Anaga y uno de los más antiguos de la isla. Conserva trazos de la arquitectura tradicional canaria que evidencian monumentos como la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, edificada entre los siglos XVI y XVIII, o la ermita de Santa Catalina, construida en XVII.

 
El mirador de Jardina

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Todo lo que cabe en la vista

A diez kilómetros al norte de San Esteban de La Laguna, la carretera TF-12 atraviesa terrenos de pasto y de brezo para transportar al viajero a una de las puertas de entrada y balcón obligatorio del parque rural: el mirador de Jardina. Antes de tomarle el pulso a este macizo, conviene alzarse hasta 854 metros y hacerse una idea del cúmulo de montes que se envuelven con el follaje y van estrujando el terreno hasta alcanzar la costa de Santa Cruz y de Bajamar. En medio de ellos, aparece una llanura donde abundan los campos de cultivo, las casas coloridas y donde se contempla San Cristóbal de la Laguna, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, desde su mejor atalaya. Si los vientos alisios son benévolos y el mar de nubes no se adueña de la cara norte de la isla, habrá oportunidad para deleitarse con la icónica estampa del pico del Teide (3.718 m) al sur. 

 
La Cruz del Carmen

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Cruce de caminos endémico

En 2015 el Macizo de Anaga fue declarado Reserva de la Biosfera por la gran variedad de paisajes, hábitats y ecosistemas que atesora en sus diferentes pisos de vegetación. Desde los fondos marinos a las cumbres, esta península alberga, además, una flora y fauna endémicas. En especial la Cruz del Carmen, una vieja intersección de caminos en la cara occidental del parque y enclave con mayor biodiversidad concentrada de todo el continente europeo. Aquí se encuentra también el centro de visitantes, un mirador para asomarse a la Vega Lagunera y el Mercadillo del Agricultor, que se celebra los sábados y domingos.

 
Roque Bermejo

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La belleza más inaccesible

Los coches no llegan hasta este enclave costero, tan solo los barcos y los que desciendan por este barranco. Roque Bermejo es una aldea que se aferra al extremo nordeste del macizo, de pequeñas calas de arena negra, tan solitarias como se pudiera imaginar, y un imponente pitón volcánico de color rojizo que le da su nombre. De poco más que cuatro casas y cero habitantes, según el censo de población, la ruta de senderismo que conecta Roque Bermejo con Chamorga, pasando junto al faro de Anaga, es una de las más famosas del lugar. ¿La vuelta? Mejor en zódiac hasta la playa de las Teresitas para surcar las aguas agitadas de la costa agreste de Anaga que poco tiene que envidiar a la de Costa Rica.

Playa Benijo

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La playa más hechicera

Los que sean amantes del surf están de enhorabuena y los que no, también. Expuesta a los vientos alisios y las olas del Atlántico se encuentra la playa de Benijo, junto a la localidad de Taganana. Tranquila y solitaria, tan solo se puede acceder caminando por un sendero de escaleras. Además de sus olas perpetuas, la práctica del nudismo, su oscura arena volcánica y 300 metros de longitud, la playa de Benijo cuenta con una perspectiva privilegiada de los Roques de Anaga. Estas formaciones telúricas emergen desde el Atlántico para volver a sumergirse en un halo de misterio con la luz del atardecer.

Chinamada y las casas-cueva

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Los Picapiedra de la isla

El de Chinamada es otro de los caseríos extraviados en la selva de Anaga. Fue un importante asentamiento aborigen, enclavado a 600 metros de altitud entre los barrancos de la Angostura y Tomadero del Río. Hoy se conservan aquí una treintena de casas-cueva que sirven aun de vivienda como en tiempos del menceyato. Este pueblo ha sido declarado Patrimonio Histórico-Cultural por sus curiosas cavidades, horadadas en la loma de los montes y sobre las terrazas de cultivo. Todas están acondicionadas con fachadas tradicionales e interiores frescos y algunas como alojamientos rurales para turistas.