El último ajusticiado por hereje

cayetano ripoll

El 31 de julio de 1826, se celebraba en Valencia el último auto de fe público, que culminó con el ajusticiamiento de un reo acusado de herejía: ‘el último ajusticiado por hereje’. Su nombre es Cayetano Antonio Ripoll, nacido en Solsona en 1778. Era un maestro de escuela en Valencia, y fue acusado de no creer en los dogmas católicos, por lo que fue ahorcado.

El legado de la Inquisición

Según las versiones y la pureza del dato se difiere si fue o no Cayetano Antonio Ripoll el último ajusticiado por la Inquisición. No fue condenado por el Santo Oficio, porque sencillamente éste ya no existía en 1826, tras su abolición en el Trienio Liberal. Fue condenado por la Junta de Fe de la diócesis de Valencia, que había creado el arzobispo Simón López para que ejerciera las funciones de lo que fue la Inquisición. Por lo que se puede decir que fue su continuadora, en cometido y condenas.

La polémica y el escándalo

El proceso y ejecución de Cayetano Ripoll causó un gran escándalo en toda Europa, aunque en España quedó casi oculto debido a la censura de prensa. Fue el último ejecutado en España por el llamado delito de herejía, mientras que la última persona condenada a muerte por la Inquisición fue una mujer, María de los Dolores López, que en 1781 fue estrangulada a garrote vil en Sevilla y su cadáver arrojado a la hoguera.

La lucha por sus creencias

Durante los veintidós meses que estuvo en la cárcel, en los que no llegó a recibir una acusación formal ni se le asignó un defensor, Cayetano Ripoll recibió numerosas visitas de teólogos que pretenden conseguir de él una abjuración de sus creencias, algo a lo que se negó una y otra vez. Finalmente, el 20 de marzo de 1826 fue considerado culpable y entregado a la justicia ordinaria para que aplicase el castigo.

Los cargos y el informe

El maestro fue acusado de no ir a misas, de decir “Alabado sea Dios” en lugar de “Ave María purísima”, de quedarse en casa y no salir al paso de las procesiones, y de comer carne los viernes. Según consta en el informe que el arzobispo de Valencia envió al nuncio, Ripoll se había “establecido con el encargo de maestro de escuela en la parroquia de Ruzafa, extramuros de la ciudad, partida del Perú o Ensilvestre”, que era una zona de huerta que hoy, integrada en la ciudad de Valencia, se conoce con el nombre de La Punta. Fue denunciado por vecinos de la zona, “analfabetos en su mayoría, [que] no entendían por qué no seguía los rituales tradicionales del catolicismo, a pesar de la bondad, el desprendimiento y el amor a sus semejantes de que siempre hizo gala, según los testimonios recogidos por algunos de sus coetáneos».

La condena y el final trágico

Fue detenido en octubre de 1824 y durante los dos años que permaneció en una antigua cárcel inquisitorial de la ciudad de Valencia no quiso «rectificar en su alma las verdaderas ideas de nuestra santa religión, para restituir a la creencia católica», según el informe del presidente de la Junta de Fe de la diócesis de Valencia, Miguel Toranzo, antiguo inquisidor.

Fue condenado a muerte por el Tribunal de la Fe diocesano por hereje contumaz y relajado a la justicia ordinaria. La Audiencia de Valencia, a pesar de no contar con la autorización del rey, dictó y ejecutó la sentencia el 31 de julio de 1826. Fue ahorcado y, por orden del tribunal, el cadáver fue metido en una cuba, pintada con unas llamas. La cuba fue llevada al río y el cuerpo fue «enterrado en el lugar destinado a tales reos [condenados por herejía], fuera del cementerio», tal como relató el presidente de la Junta de Fe. «Ripoll fue «entregado a las llamas», al infierno, como en otro tiempo se hacía con los herejes contumaces», afirman Emilio La Parra López y María Ángeles Casado.

Según otras versiones, la cuba con el cadáver fue quemada en el antiguo Cremador de la Inquisició (crematorio de la Inquisición), próximo al puente de San José, precisamente donde ahora se encuentra el Centro Comercial Nuevo Centro, en la parte recayente al antiguo cauce del río Turia.

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