“Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.”

Juan 4:23-24

La adoración pertenece a quien reconoce al único Dios verdadero,y no depende de un lugar físico. Para la adoración, es importante tener sentido de quién es digno de adoración y cómo se le debe adorar. Es necesario adorar en espíritu y en verdad; nuestro comportamiento requiere ser congruente con nuestras palabras y pensamientos. La adoración se transforma en una comunión personal con Dios, es nuestra responsabilidad.

Leyendo 1ª. Corintios 13, descubrimos un espejo espiritual que nos muestra nuestra verdad, porque en este capítulo Pablo expresa que la madurez espiritual se gana amando: “sólo quien ama madura”. Esta característica es elemental para concluir en la verdadera adoración que Jesús menciona.

Alabador VS AdoradorJesús en el versículo 22 del capítulo 4 de Juan, deja en claro a la mujer samaritana lo siguiente: “Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos.” (Juan 4:22). La costumbre, la tradición y el ritual sin fundamento, conducen a la monotonía, al fraude, al desorden y la falta de entusiasmo; es decir, generaciones de personas sin objetivos específicos que sólo replican actividades. En cambio cuando mezclamos el conocimiento con fe, distinguimos el efecto manifestado en una adoración sana, una adoración nutritiva la cual irradia a los demás luz  brillante capaz de iluminar la vida en nuestros alrededores.

Me gusta comparar a un adorador con un iceberg; ya que éste mantiene una proporción de su composición a flote, que es el panorama superficial que podemos ver todos. En comparación, podemos decir que en la vida de un adorador son las acciones que mantiene dentro de la Iglesia, como son: llegar a tiempo, apoyar con las oraciones, los cantos y demás servicios que son propios de un culto al Señor.

La parte que se localiza debajo del agua (iceberg) son las acciones del adorador que no podemos ver a diario; por ejemplo: el comportamiento en su casa, la dedicación al hogar, su familia, el trato con la gente, la responsabilidad en el trabajo, la forma de conducirse con los demás, etc. Si ambas partes son congruentes comenzaremos a ver verdaderos adoradores.

Por otro lado, muchos pueden alabar a Dios por las cosas que Él hace, sin que sea necesario mantener contacto con Él, lo hacen por reconocer sus obras.

“Jesús entonces, deteniéndose, mandó traerle a su presencia; y cuando llegó, le preguntó, diciendo: ¿Qué quieres que te haga? Y él dijo: Señor, que reciba la vista. Jesús le dijo: Recíbela, tu fe te ha salvado. Y luego vio, y le seguía, glorificando a Dios; y todo el pueblo, cuando vio aquello, dio alabanza a Dios.”

Lucas 18:40-43

Revisando varios salmos encontramos:

“Alabadle, sol y luna; alabadle, vosotras todas, lucientes estrellas. Alabadle, cielos de los cielos, y las aguas que están sobre los cielos… Alabad a Jehová desde la tierra, los monstruos marinos y todos los abismos; el fuego y el granizo, la nieve y el vapor, el viento de tempestad que ejecuta su palabra; los montes y todos los collados, el árbol de fruto y todos los cedros; la bestia y todo animal, reptiles y volátiles… Alaben el nombre de Jehová, porque sólo su nombre es enaltecido. Su gloria es sobre tierra y cielos.”

Salmo 148:3-4,7-10,13.

Todos los seres u objetos aquí mencionados pueden rendir alabanza a Dios por haber sido creados por Él; pero no pueden adorar, ya que la adoración requiere razonamiento. La adoración a Dios involucra el entendimiento racional y personal de quién es Él, va más allá de traerle intrínsecamente gloria a Dios, como obra de su creación; va más allá de alabarle por las cosas que vemos que Él hace. Le adoramos por quién es Él, por lo que representa para nosotros, y para ello, debemos tener un encuentro con el Señor, un acercamiento con su divinidad. Para poder ser sus adoradores, Dios tiene que llegar a ser primero una realidad en nuestra propia vida, sino estaríamos como los samaritanos: adorando lo que no sabemos.

“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.”

(Juan 4:24)

Jesús nos explica en el verso 24 que “Dios es Espíritu”, es precisamente porque Dios es Espíritu, es necesario que los que le adoran, lo hagan “en espíritu”, porque debe existir una comunicación, un enlace entre el espíritu nuestro y el Espíritu de Dios, y esto no podemos alcanzarlo a través de nuestra carne, de nuestro hombre natural. Para adorarle en espíritu, debemos elevarnos al plano espiritual de Dios.

En la adoración lo único que interesa es quién es Dios, ya no interesa quién soy yo, ni mi alrededor, ni mis problemas, ni mis emociones; todos estos aspectos importantes para mí, los tengo que conectar con Dios olvidándome de mis intereses, y pensando en lo que Dios quiere de mí y me enseña a razonar identificando mis errores y la forma de mejorar para lograr la comunión con Él. Aún en medio del silencio y la quietud, mi espíritu puede estar conectado con Dios y estarle diciendo cosas hermosas, en un estado de contemplación al Todopoderoso.

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