sábado, 27 abril 2024

El alquimista

Al azar

Rebeca Pérez Valladares »

El conde observó incrédulo la fórmula que tenía ante sus ojos; cuando dedicas tantos años a obtener algo es difícil identificar los sentimientos al verlo tan cerca, y surge el miedo ante el fracaso final. Hacía ya tantos años que buscaba obsesivamente la esencia de la vida, que había olvidado lo que era vivir, estar con sus seres queridos. Por sus seres queridos había acabado así. Recordó, ya difuso en la memoria, cómo había sucedido todo…

El médico le puso la mano en el hombro e intentó ocultar las lágrimas incipientes mirando hacia el suelo, “mi conde, espero que esta niña pueda llenar el vacío que ha dejado su esposa”. Él sintió que se desgarraba por dentro, y surgió la locura: Igual que la vida abandonaba los cuerpos, podía volver a ellos. Se había alejado de la alquimia por su mujer, y por su mujer volvería a la alquimia: iba a encontrar la esencia de la vida, y así cumplir su sueño de tenerla a su lado otra vez.

Pasaron largos años: viajó, estudió, habló con brujos, curanderos, magos y naturalistas, se coló en bibliotecas y boticas, perdió su semblante sereno y atractivo para dar paso a uno nervioso y avejentado, con una barba que ocultaba la mitad del rostro. Pero lo logró, obtuvo el secreto, solo tenía que poner en práctica lo que había aprendido.

“La vida respira y bebe, la vida late, la vida no existe sin la muerte”. Agua, aire, sangre y veneno. Esa era la clave, añadida a la clásica combinación de “conciencia, espíritu y cuerpo” (azufre, mercurio y sal), ya estaría lista.

Despertó de sus recuerdos, dobló la fórmula y salió hacia la botica de Fray Lorenzo, solo él podía ayudarle ahora.

Abrió la puerta de la botica y entró, olía a plantas y hacía calor. Se detuvo a examinar la mesa de la entrada: sobre ella había numerosos recipientes de vidrio, la mayoría botellas con tapones de corcho, transparentes y translúcidas, de distintos colores; un par de tubos de ensayo, un mortero, dos crisoles, una balanza metálica, pinzas, planos y un pequeño papel lleno de anotaciones. Sonrió, le gustaba Fray Lorenzo.

Avanzó hacia la siguiente estancia y lo vio concentrado, trabajando sobre un horno con numerosas retortas apoyadas sobre él. Fray Lorenzo introducía cuidadosamente trozos de una planta en un alambique y lo ponía sobre el fuego, poco a poco se iba ablandando la planta y ascendía un vapor que empañaba el tubo que salía, ese vapor se iba condensando y comenzaron a rodar gotitas hacia otro recipiente que había colocado sobre una superficie alejada del fuego. Fray Lorenzo tomó un trapo, lo empapó en agua fría, y lo deslizó por el cuello del alambique, al fin levantó la mirada para sonreír al conde.

Siempre he admirado tu paciencia.

El conde devolvió la sonrisa y se acercó al horno.

¿En qué estás trabajando ahora, amigo mío?
Necesitaba esencia de salvia, una sustancia muy poderosa.
¿Veneno? ¿Es para mí?

Fray Lorenzo negó con la cabeza y suspiró.

No, lo necesito para una cura a pequeñas dosis. Si hubiésemos podido averiguar antes la fórmula del elixir de la vida, habría podido servirte, pero tu mujer murió hace muchos años, necesitas un veneno mucho más poderoso para fabricar su elixir.

El conde bajó la mirada con preocupación.

Sin embargo –continuó el fraile–  sí tengo algo para ti, y también tengo información que te puede interesar.

Sacó un frasco de una estantería que estaba frente al horno y se lo entregó al conde, contenía un fino polvillo blanco.

Conde, esto será útil para mezclar el aire con el agua, como quiere hacer, este polvo viene del bario, bario alterado por el aire(1). Por otro lado, sé dónde conseguir un veneno. He estado con un amigo naturalista, ha vuelto de las Américas, y allí conoció a un curandero de una tribu india, habló de una rana mortal(2) que emplea para sus pócimas, y Fray Fernando trajo algunos ejemplares. Le pedí uno para ti.

El conde regresó al laboratorio del castillo, sin saber cómo agradecer a su amigo lo que le había entregado, llevaba el frasco del polvo blanco y una caja de madera con musgo, sobre el que reposaba la rana mortal.

Depositó ambos objetos en la mesa del laboratorio e introdujo algunos escarabajos para alimentar a la rana, y que pudiera generar la toxina(5) necesaria. Luego, sacó un ácido de azufre(3) muy fuerte que tenía guardado desde hacía tiempo, y lo mezcló en un matraz con el polvo de bario alterado por el aire. La sustancia comenzó a cambiar y se formaron burbujas(6), luego esas burbujas se calmaron y se depositó una fina capa de polvillo blanco en el fondo(4).

El conde lo observó detenidamente, y cuando vio que no seguía cambiando, deslizó una varilla de vidrio en el interior del matraz, la sacó y dejó caer una gota sobre la mesa. La gota liberó algunas burbujas y se quedó allí. El conde la tocó, ya no era un ácido. Dejó el polvillo blanco en el fondo del matraz, así tenía azufre (conciencia). Pasó un trapo por la varilla, y ató un fino cordón de lino en su extremo, lo pasó sobre la piel de la rana hasta que el cordón se impregnó de sus secreciones y lo dejó caer en el agua burbujeante.

Destiló unas plantas con propiedades regenerativas de la misma manera en la que lo hacía Fray Lorenzo, recogió unas gotas de rosas y manzanilla, y las dejó caer sobre una pasta formada por parte de las semillas de soja y agua, para que sirviese de emulgente y se pudiera formar una pócima homogénea, ya que los aceites esenciales quedarían separados de no hacer eso. Este paso no era necesario, pero cuando llevas años muerto, además de resucitar, necesitas regenerarte.

Una vez estuvo integrada la esencia con la lecitina de soja, la introdujo en el matraz y removió cuidadosamente, para no perder las burbujas. Añadió un par de cucharadas de sal (cuerpo) y dejó caer un poco de mercurio (espíritu), no le gustaba que el mercurio y el polvillo blanco sobrante del ácido de azufre y el bario rompiesen la homogeneidad de la mezcla, pero no tenía tiempo para solucionarlo, no era importante. Ahora quedaba lo más difícil.

Isabel, hija, necesito tu ayuda.

Isabel se puso de pie y miró a su padre.

Pronto podrás conocer a tu madre, pero necesito un ingrediente más…
Mi sangre, padre, lo sé.

El conde se mordió el labio.

Sí, hija, solo unas gotas, pero tiene que ser voluntario, tiene que resucitar de la voluntad de los de su sangre, y tú eres la única con la sangre de ella.
Quiero, así podré conocerla. ¿Me dejarás estar en el laboratorio? ¡Quiero aprender a hacer las cosas que haces!

Pasó un cuchillo por el hombro de Isabel e impregnó un cordel en la herida de la misma manera que hizo con la piel de la rana, y lo dejó caer en el matraz. El elixir estaba listo. Se le aceleró el pulso, y sintió el miedo subiendo por su columna. ¿Y si no funcionaba? ¿Y si tras dedicar su vida a ello, tras haber dado esperanzas a su hija hasta el punto de dejarse cortar, no funcionaba?

Isabel, puedes quedarte en el laboratorio, yo volveré antes de que anochezca.

Dicho esto, el conde tomó el elixir y salió. Isabel se puso de puntillas para ver bien lo que había sobre la mesa, a sus ocho años no era demasiado alta, y su padre tenía cierta afición por las mesas altas porque solía trabajar de pie. Recorrió la sala, llena de recipientes de distintas formas, estanterías, una chimenea-horno con repisas a distintos niveles y un pequeño banco con un fuelle apoyado encima. Ella sabía que muchos de los líquidos eran peligrosos, y su padre preferiría que no los tocase. Decidió acercarse a la mesa, sobre la que descansaba una caja de madera.

Mientras, el conde había llegado con Fray Lorenzo al lugar en el que descansaba su difunta esposa, la exhumaron y comenzó a aplicar el elixir, mientras el fraile rezaba.

Isabel abrió la caja y vio una rana dorada en su interior, además de un par de escarabajos correteando sobre un lecho de musgo. Era la rana más bonita que había visto en su vida, la estuvo observando un rato…

¿Eres un sapo mágico?

Fray Lorenzo retiró las sábanas que habían dejado sobre la difunta Elena mientras hacía efecto el elixir y se descubrió una Elena como la que el conde recordaba. Algo más pálida de lo habitual, pero igual de hermosa. Giró la cabeza lentamente y abrió los ojos.

Rodrigo… ¿has vuelto a la alquimia?

Él asintió y pasó una mano por su pelo enredado, incapaz de articular palabra. Fray Lorenzo se apresuró hacia ellos.

Vamos, no hay tiempo que perder, ella está muy débil, pongámosla en la silla de ruedas y vamos al castillo, tengo un mal presentimiento.

Isabel sostenía la rana en sus manos.

¿Si te beso, te convertirás en príncipe?

La rana clavó sus brillantes ojos negros en ella.

Eres el sapo más bonito que he visto, ¡seguro que serías un príncipe estupendo!

Y acercó sus labios a la rana.

Fray Lorenzo empujó la puerta del laboratorio y encontró a Isabel tendida en el suelo, los escarabajos correteaban por la mesa y no había ni rastro de la rana. Elena ahogó un grito.

Rodrigo… ¿es esa nuestra hija?

El conde empezó a temblar, sentía ganas de destrozar el laboratorio y arrojarlo todo al horno, pero el fraile se apresuró a sujetar su brazo.

Aún queda esencia de salvia… pero dime, Elena, ¿te sientes lo bastante fuerte como para que te saquemos un poco de sangre?

* * *

Notas

  1. Peróxido de bario, BaO2
  2. Phillobates terribilis, rana de América del Sur (Colombia). Considerado el vertebrado más venenoso del mundo.
  3. Ácido sulfúrico H2SO4 N4: sulfato de bario BaSO4
  4. Obtención de agua oxigenada a partir de ácido sulfúrico y peróxido de bario: BaO2 + H2SO4 → BaSO4(s) + H2O2
  5. Batracotoxina, alcaloide esteroideo tóxico, que sintetiza el phillobates terribilis a partir de los escarabajos de los que se alimenta en su hábitat natural. Se trata de una neurotoxina que también es cardiotóxica.
  6. Peróxido de hidrógeno H2O2

Fuentes

Imágenes

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