El pasado 8 de marzo FIDE organizó la sesión “El anacronismo: enfermedad infantil de la historia”, enmarcado en el Espacio de creación y crítica literaria de Fide. Contamos como ponente con Manuel Lucena Giraldo, Investigador del CSIC, profesor asociado del IE University y ESCP Business School Europe y Director de la cátedra del español y la hispanidad de las universidades de la Comunidad de Madrid y, como moderador la sesión, Fernando Rodríguez Lafuente, profesor, crítico literario y cinematográfico y gestor cultural español.

Al inicio de la sesión se hizo referencia a las lagunas que tiene la historia, donde no existe un guion concreto y claro que la proyecte. Esto es debido a que las investigaciones se basan en documentos y escritos que certifican los hechos, pero también en testimonios de personas que pueden aportar su conocimiento sobre acontecimientos concretos. Seguidamente, el anacronismo fue definido como el hecho de juzgar los hechos del pasado con la mentalidad del presente; también fue presentado como un mal que aqueja al oficio del historiador y, en general, a la sociedad actual.

El anacronismo es señalado como uno de los males de la historia y de los historiadores. A pesar del grave perjuicio que tiene para la academia y para la sociedad, ésta disfunción es recurrente en la actualidad, derivada de un proceso de globalización que ha generado una ruptura en las escuelas de pensamiento tradicionales, además de un aumento del número de lectores que acuden a las novelas o ensayos de carácter histórico. Escapar del anacronismo no es posible ya que nos movemos en un presente confuso derivado de nuestra propia cultura.

El pasado, la historia, se nos escapa de las manos, pero son los historiadores los que se presentan a sí mismos como testigos del tiempo. Por un lado, son los historiadores los que acreditan, mediante documentación y escritos, los acontecimientos que logran contextualizar y analizar un momento concreto de la historia. Pero no solo eso, sino que la historia también es parte de la narrativa que le caracteriza a cada autor. Es por ello por lo que, los ciudadanos, como tal, se encuentran condenados al relato de la historia y obligados coexistir con la narrativa de las corrientes históricas.

En relación con los anacronismos literarios, también se presentan problemas de anacronismos en la escritura. Podemos observarlos, por ejemplo, en la literatura de no ficción, donde los autores realizan sus novelas recurriendo a hechos históricos que parten de anacronismos. Este hecho sucede por la propia naturaleza de las obras literarias, pero también debido a los sesgos sociales y culturales que puede tener un autor. La cuestión que se nos plantea es: ¿Estamos en una era más propensa que otras a los anacronismos?

Otro de los asuntos sobre los que versó la sesión tiene que ver con los problemas de la memoria histórica. Ésta tiene que ver con las fuentes, con los principios morales del pasado, pero sobre todo tiene unos límites determinados por los documentos al alcance de los historiadores. Además, la memoria de los relatos se encuentra sometida a la invención de estos. Esto sucede así porque la memoria es anacrónica. La memoria es una fuente de la historia, pero también resulta engañosa para la misma. Por este motivo debe diferenciarse la memoria de la historia porque someter una a la otra puede abocar al error. La nostalgia histórica, del mismo modo que el anacronismo, es otra de las fuerzas que hace remover el pasado. Los mitos han servido a las corrientes políticas modernas para elevar su relato a un pasado histórico idílico. De esta forma, la nostalgia imaginada se encuentra al servicio del nacionalismo y, a diferencia de lo que pueda parecer, es ahistórica.

Resumen elaborado por Rubén Conde, Coordinación Adacémica de Fide.