THE OBJECTIVE
Jorge Freire

Ontología del 'nepobaby'

«La alargada sombra paterna es como el barro en que los sumerios enterraban a los hombres virtuosos: de ahí salen hijos petrificados, réplicas sin vida y sin salero»

Opinión
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Ontología del ‘nepobaby’

El autor de 'La montaña mágica', Thomas Mann. | .

Nada es gratis y el precio de conmemorar el centenario de La montaña mágica será un inevitable chaparrón de artículos a cuento de la dicotomía Naphta/Settembrini. ¿Hay tópico literario más trillado, odioso y tedioso que este? Alguno hay, por supuesto: el cambio lampedusiano, por ejemplo, que tan caro es a los columnistas de opinión. Yo creo que, puestos a destacar una oposición en Thomas Mann, autor muy dado a ese juego de arquetipos, sería más enjundioso fijarse en las querellas paternofiliales de sus novelas, que para colmo arrojan luz a un fenómeno de nuestros días: el de los llamados nepobabies.

Sangrante es la decepción que, en Carlota en Weimar, Goethe siente por su primogénito Augusto. Como allí se afirma, raro es que los hijos de los grandes hombres pasen a la posteridad. El mohín de decepción que el poeta compone al mirar al pobre Augusto recuerda al del cónsul cada vez que, en el último tercio de Los Buddenbrook, se cruza con el pequeño Hanno. 

Aunque, etimológicamente, un concepto no es más que algo que se concibe (concebimos intuiciones que luego damos a luz en forma de conceptos), hay quien solo alumbra paridas, palabra que viene del verbo parir. Porque una cosa es parir y otra, dar a luz. Pero en ocasiones hay paridas, como la de los nepobabies, que terminan elevándose a conceptos

El nepobaby no es odiado por nepo, sino por baby. Al fin y al cabo, el nepotismo ha existido siempre. Lo imperdonable de Max Pradera no es que siendo hijo de Javier Pradera se formase en la profesión periodística, sino que con más de sesenta años se haga llamar Max. La alargada sombra paterna es como el barro en que los sumerios enterraban a los hombres virtuosos: de ahí salen hijos petrificados, réplicas sin vida y sin salero. Por eso el hijo del humorista no tiene ninguna gracia. ¿Quién quiere engendrar un ersatz? Si la generación no es ascendente, decía Zaratustra, es degeneración. Solo el hijo pródigo, después de correr mundo, puede volver a la casa del padre. ¡Bienaventurado quien se equivoca, porque está escribiendo su biografía!

«Lo imperdonable de Max Pradera no es que siendo hijo de Javier Pradera se formase en la profesión periodística, sino que con más de sesenta años se haga llamar Max»

Los italianos saben que a un astuto Bertoldo suele suceder un obtuso Bertoldino. Así se llamaban los protagonistas de unos celebres cuentos del XVII: tan ingenioso el padre como tonto el hijo. ¡Pobre Bertoldino, que lleva en su propio nombre –nomen est omen– la obligación de ser una versión diminuta y caricaturesca de su padre! Pero no hay mal que cien años dure y, andando el tiempo, Bertoldino termina espabilando y engendra a Cacaseno, que tampoco es muy avispado pero se defiende. Y así, a base de introducir pequeñas diferencias, el linaje va tirando.

Es lo que los ganaderos de bravo llaman «refrescar la sangre»: diluir los males de la consanguinidad, cuyos estragos se hace patente en la febledad de las reses, y hacer que corra el aire. 

Dice el viejo refrán que quien a los suyos se parece, honra merece. Ahora bien, ¿tiene por ello sentido aplaudir al hijo del narcotraficante o del violador en serie porque ha tomado el mismo rumbo que papá? De casta le viene al galgo, pero una cosa es la sangre y otra la tierra. ¿O acaso el hijo del labriego debe conformarse con seguir destripando terrones?

Volviendo a la obra de Mann, sin duda Augusto von Goethe no era muy avispado. Le avergonzaba su propia falta de talento y le acoquinaba la alargada sombra del padre, de quien solo había heredado el gusto por la botella. Así y todo, tuvo la inteligencia de no dedicarse a las letras. ¡Y ya es algo! Mejor ser un ejemplar defectuoso que una copia muy lograda.

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