Uno que viaja y el bailarín hindú en el cagadero

006 el bailarin hindu en el cagadero

Y ahí está toda la familia reunida, de pie en el andén, saludando con la mano a Uno que Viaja. Los niños se alborotan como si se hubiesen criado adentro de un baúl y estuviesen viendo gente por primera vez. La madre de El Que Viaja, con los cabellos hirsutos y el labio inferior caído y pendular, se cuelga del bracito de su hombretón en busca de toda la protección que se le negó durante infancia, adolescencia y adultez. Los abuelos de El Que Viaja agitan bolsas de orina ámbar turbia y las cánulas se les desprenden, desparramándose el líquido entre las vías. En su esfuerzo por saludar, a los abuelos también se les desprenden los aparatos para sordos y caen cerca de una docena de perros famélicos. Los perros husmean los artefactos y meten el hocico ahí en el pico que se embute en la oreja, y no dejan de lamerlo hasta hacer desaparecer la cerilla ocre y húmeda.

El Que Viaja no se atreve a responder al saludo por considerarlo afectado, fuera de lugar en un sitio cosmopolita como ése, en el que ciudadanos del mundo salen y viajan cotidianamente, seguros de sí mismos, independientes. El Que Viaja insiste en pasar desapercibido y se arrebuja en el asiento, mira para otro lado, no quiere parecer el sujeto agrario que viaja por primera vez en tren, le estorban esas muestras de afecto ridículas, esos pañuelos, esos llantos, esas cánulas que se desprenden.

En el cagadero del vagón está el Bailarín Hindú.

Desde el exterior se oyen los quejidos porque el hombre está atascado con sus almorranas. Los pasajeros se miran y se repiten que no hay nada que pueda hacerse. En el camarote de El Que Viaja todos comienzan a contarse historias en voz alta para ahorrarse la música corporal de El Bailarín Hindú. Hasta que uno prefiere indignarse y llamar a gritos al inspector para que finalice con el asunto.

-¡Abra la puerta! – se desgañita el inspector acomodándose la gorra y rascándose el bolo.

El Bailarín Hindú no da tiempo a un segundo llamado. Sale y se pone a bailar con unas canastas llenas de víboras y a cimbrearse él mismo como una víbora. Interpreta una pieza hindú ascética e iluminada valiéndose de una trompetita de plástico para que las víboras salgan a tomar aire.

Al oír los sones, El Que Viaja da un salto en su asiento y sale del camarote, irresistiblemente atraído por las maravillas del Bailarín Hindú. Se planta fascinado frente a él y a cambio recibe una mirada hindú acuosa, amarillenta y perruna, y las pupilas negras del Bailarín Hindú caen como pelotitas en una de las canastas de las víboras. Cuando El Que Viaja mete la mano en la canasta para alcanzarle los ojos, una víbora se ensaña con su mano y lo hace caer fulminado al instante.

El tren todavía no sale y ahí está toda la familia en el andén, saludando a Uno Que Viaja y que se ha ausentado momentáneamente de la ventana porque es tímido y no se atreve a responder al saludo.

(1991)

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