La ideología oculta, por Fernando Rodríguez
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Cuando se dice y se dice que han muerto las ideologías se quieren evidenciar varias cosas. Es afirmación muy equívoca y tramposa. Se podría definir de la manera más simplista: en la propia posición, más peligrosa si es poder, está la verdad y son innecesarias otras ideas competitivas. Hasta se puede decir que es la ciencia misma, eso hacía el marxismo, por ejemplo; o casi una revelación divina, como debía pensar Franco y la Iglesia que lo acompañaba; o más sencillamente es una especie de sentido común pragmático que solo busca resultados tangibles e inmediatos, más allá de ideales y valores. En todos los casos, la única ideología soy yo. Y agreguemos que un poco o mucho puede haber en toda posición ideológica, a tono con el temple del que la maneja.
Pero hay una negación menos simplista de la ideología que puso de moda el llamado posmodernismo y que tituló la muerte de los grandes discursos o, más precisamente, los grandes discursos de la modernidad. Lo que significa que las visiones generales y el sentido de la vida humana se han evaporado y navegamos sin brújulas y sin estrellas, sin futuro. Esas visiones totalizantes de la aventura de la especie nos daban un objetivo último que ordenaba nuestros itinerarios. El marxismo, el liberalismo, el racionalismo ilustrado, el nazismo, el cristianismo y otras religiones… habrían fracasado y perdido peso y presencia en nuestras vidas, ahora limitadas a lo inmediato, a lo pequeño, a lo disperso, enmarcados en un indescifrable mañana.
Si acaso una suerte de razón técnico-económica, totalmente alienada, incontrolada, ajena a nuestras voluntades nos arrastra sin hacernos saber y mucho menos controlar a que nuevas formas de lo humano nos conduciría.
Se nos había robado el futuro y, por tanto, lanzado a la incertidumbre y su correlato el miedo —al desastre climático, por ejemplo—. Es otra idea de la muerte de las ideologías.
Algunos autores consideran que si bien el liberalismo no ha cumplido las expectativas que despertó a la caída del comunismo a escala mundial, una especie de timorato y poco grandioso fin de la historia (Fukuyama), al menos garantizaba una suerte de paz y de lento progreso, lo cual parece desvanecerse hoy, diluirse en la violencia y el populismo, lejos de acabar con la desigualdad y la crueldad intolerables entre pueblos y personas, pero no habría otra alternativa que amoldarse a este, a una triste e injusta condición, no exenta de peligros catastróficos y guerras nunca vistas. El fin de la historia no se acompañará con el Canto a la Alegría de la novena, ni con las parafernalias del juicio final cristiano o la paz y la fraternidad del paraíso comunista sobre la tierra. Triste, ¿no es verdad?
Pero también hay que referir aquí una característica que se suma a las descritas, propias también de nuestras aciagas circunstancias y que tiene dos caras. De una parte, el gobierno que alguna vez se pretendió nada menos que el socialismo del tercer milenio a punta de disparates, de incoherencias, terminó siendo un caldo morado y delictivo. De la otra, la oposición, como suele pasar, renuncia a sus perfiles ideológicos en aras de la unidad que debería derrocar al tirano poderoso, contra el cual nadie puede pretenderlo por separado. Como Churchill y Stalin, para hablar de extremos estratégicamente unificados.
Nadie sabe muy bien —y si lo saben se lo callan— cuáles son las inclinaciones ideológicas fundamentales de nuestros partidos. De manera tal que solo cuando Maduro se vaya a Varadero, si es que se va, cada cual sacará sus cartas que solo los muy enterados por ahora conocen y otros intuyen.
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Es elemental lógica política. Pero en situaciones tan trágicas como la venezolana, donde el futuro democrático va a plantear opciones absolutamente dramáticas —pospandemia y posmaduro—, no es que vamos a recuperar lo que hasta países ricos y cultivados están perdiendo —una política de ideas y proyectos a largo plazo—, pero sí definiciones inmediatas dentro del espectro reducido en que se mueve el planeta, quizás entre la socialdemocracia y sus muchos matices y el liberalismo que parece poco apropiado para los abismos sociales.
Hay que fijarse en Biden, que me parece le va a ganar a su crisis protegiendo a las mayorías y a su inmediato terrible pasado trumpiano; a menos que se le sospeche contagios de comunismo, quien quita.
Fernando Rodríguez es filósofo. Exdirector de la Escuela de Filosofía de la UCV.
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