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En la Isla de los Espíritus (cementerio de los fallecidos por la fiebre amarilla), en el cruce de los ríos Sarmiento y el Luján, revelandose las primeras luces del alba en el Paraná de las Palmas, llego Lúcido a este mundo. Se desconoce en qué año, ya que nunca fue inscripto en el Registro Nacional de las Personas. Su madre lo abandonó en el hogar inundado por el agua, junto a su hermano mayor, en una precaria construcción de madera. Quedaron atrapados en la habitación del piso alto, que se salvó de ser destruida por la corriente de agua. La mamá, arrojándose al río, fue arrastrada por la corriente. Un día más tarde, recuperaron su diminuto cuerpo, para desgracia de Lúcido y su hermano. El hermano mayor cuidó de Lúcido desde la niñez hasta su partida en 1991. La única forma que concibió de protegerlo fue encerrarlo en una habitación rectangular, donde le enseñaba en su tiempo libre a leer y escribir las pocas palabras que conocía a duras penas. El mobiliario consistía en una mesa y una banqueta de madera de la misma proporción, acompañado por ciento cinco cajas de lápices negros usados, un diccionario casi destruido y ajado por el efecto de la humedad y una enorme pila de papel para envolver. Sobre esos recortes, Lúcido escribía, recibiendo sus mensajes telepáticos provenientes de un televisor blanco y negro, que funcionaba con un generador de gasolina. Cuando no escribía, circulaba alrededor de la única mesa. Esperando los mensajes con claridad, de allí provino el nombre: Lúcido.
Siendo casi adulto, repentinamente, a la hora que el sol cae, decidió cambiar de ruta. Comenzó a caminar en línea recta, cargando en una vieja mochila sus manuscritos. Con el peso de los papeles casi deshechos por el tiempo, se dirigió a la salida. Desde ese punto de partida y continuando en la misma dirección, arribó a la frontera de Argentina, Brasil y Paraguay, a un pueblo llamado Tres Fronteras, en Puerto Iguazú, provincia de Misiones. Enamoró a una joven de descendencia india con la cual tuvo una hija, a la que abandona junto a la madre, obedeciendo el llamado a su escritura. No las volvió a ver ni tampoco lo volvieron a ver a él. Fue su última vez. Antes de desaparecer, el guardia de la frontera lo obligó a entregar el paquete con los manuscritos, prohibiéndole el paso si no lo concedía. Fue su primer salvoconducto.
Por un error del Correo Nacional, llegaron a manos de un anciano, que los donó al centro espiritista Kardec, localizado en San Telmo, en la ciudad de Buenos Aires. Uno de sus miembros descubre el valor de estos escritos, que hoy se conservan en una caja de cristal junto a su mochila y bajo estricta vigilancia, en la sala que lleva su nombre. Este centro basa sus principios fundamentales en la creencia que indica, como primera causa inteligente, la existencia y unicidad de Dios. Ser divino que permite al espíritu volver a encarnar como humano con el fin de evolucionar (sea para perfeccionarse en virtudes, para expiar faltas pasadas o para ayudar a sus semejantes a progresar). Entendiendo que la evolución intelectual del humano solo puede reencarnar tanto en hombres como en mujeres.
Las autoridades del centro deciden romper el silencio y darlos a publicar en 2017. Más allá de estas creencias, equivocadas o no, los herméticos textos de Lúcido se publicaron por primera vez durante ese período. Actualmente, estos escritos continúan editándose de manera artesanal, reconstruyendo los textos con la mayor fidelidad posible y, en algunos casos, incompletos por su asombrosa trayectoria. En otras oportunidades excepcionales, fueron propagados a través de la tradición oral más antigua. Costumbre que obliga al receptor a entrenarse de un modo más sofisticado en el desarrollo de su audición. Los miembros de este centro creen firmemente que Lúcido del Alba aún sigue vivo en la selva paraguaya, a veces perciben señales de su espíritu que, en una forma de alta frecuencia, dicta las consignas del futuro, a las cuales los miembros activos del centro obedecen de manera incondicional.