Autodominio

¿Cuántas veces nos hemos dicho a nosotros mismos que debemos controlar determinada conducta? ¿Cuántas veces hemos intentado reprimir un impulso y, cómo si algo superior a nosotros actuase, nos ha sido imposible? ¿Muchas? Posiblemente el motivo no es otro que, una de las cosas más difíciles de lograr, sea ser capaces de dominar nuestras emociones, nuestros impulsos. Todas esas conductas, a veces incluso respuestas a modo de rutinas que, sin darnos cuenta, aparecen, se ejecutan, para, una vez llevadas a cabo, dejarnos con una doble sensación de insatisfacción: la producida por las consecuencias de nuestra acción, y la que nos deja el ser conscientes de que no somos capaces de dominar aquello que sentimos.

Si buscamos en manuales de psicología o de autoayuda, veremos que la mayoría de ellos nos dejan claro que el autodominio exige para poder lograrse que se produzca el binomio compuesto por la autoconciencia y la autorregulación. Así, a primera vista, lo primero que percibimos es la presencia de demasiados “autos”. Es decir, de la obligación propia de cambiar una determinada situación. Pero el problema reside precisamente en no ser capaces de realizar una correcta gestión de las propias emociones, pensamientos o conductas, y que, por mucho que nos empeñemos, nos esforcemos e intentemos llevarlo a cabo, suele ocurrir que son más las veces en que no lo logramos que en las que tenemos éxito. Cierto que el primer paso seguramente está en ser conscientes de que tenemos un “problema” a la hora de controlarnos. Pero, aunque esto es importantísimo, no suele ser suficiente. Además de tomar conciencia de lo que nos ocurre, necesitamos “adquirir” herramientas que nos ayuden a que el segundo componente, la autorregulación, aparezca. He aquí la verdadera dificultad. ¿Cómo regular algo que en la mayoría de las ocasiones está por encima de nuestras posibilidades, de nuestra conciencia? ¿Cómo “domar” aquellos impulsos producidos por la aparición de determinadas emociones para impedir realizar una conducta o un pensamiento que sabemos no es perjudicial? Difícil, muy difícil. Sobre todo, por la aparición de un tercer componente del que pocos manuales de psicología o autoayuda hablan: la inmediatez. Porque, habitualmente, la verdadera dificultad no suele residir en lograr dominar los propios sentimientos, sino en hacerlo a voluntad e ipso facto. Queremos que las cosas ocurran ya. Como cuando necesitamos ver y apretamos un interruptor para que se enciendan las luces. Pero a nivel emocional las cosas jamás funcionan así. No existe interruptor alguno que nos permita detener o iniciar un proceso. De hecho, de existir, las emociones y los sentimientos perderían posiblemente su verdadera esencia. Porque, generalmente, es cuando inhibimos las señales que produce una emoción con el objeto de ignorarla, que la cosa acaba por tender peligrosamente hacia la patología.  ¿Significa esto que no es posible el autodominio? No. Lo que debemos tener claro es que, sin entrenamiento, es decir, sin tomar conciencia de como somos y actuamos, y de las razones que nos conducen a ello, difícilmente seremos capaces de “flexibilizar” nuestro sistema emocional para adaptarlo mejor a las circunstancias de nuestro entorno. Y que entrenar no significa otra cosa que aprender y aprender de las distintas situaciones a las que nuestras emociones nos conducen, y hacerlo sin que los reproches ocupen todo el espacio. Si queremos acercarnos, aunque sea mínimamente al autodominio emocional, tenemos que aprender qué situaciones y qué motivos son los que nos impiden lograrlo. Lo cual, como todos sabemos, resulta más difícil hacerlo que decirlo.

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