La serenidad, los sabores a historia y tradición, la arquitectura típica y la afectuosidad de la comunidad en los municipios de Roque Pérez y Mercedes convocan a respirar aires de la vida rural que enlazan el turismo y el acervo cultural.

Se trata de dos destinos ubicados a poco más de 100 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, ideales para conocer en cualquier momento del año.

El pago que nació alrededor de la estación de trenes en 1884, cuando se extendió la línea del Ferrocarril Sud, lleva el nombre del doctor José Roque Pérez, habitante que dio su vida al batallar contra la fiebre amarilla.

Para las personas enamoradas de las localidades pequeñas y la bonanza, el lugar cautiva con su atmósfera íntegramente pueblerina y relajada. Un recorrido apacible, con intervalos placenteros, permite disfrutar de sus calles acogedoras y adornadas. Entre casas bajas alrededor de la plaza central, la parroquia San Juan Bautista estrecha las galerías de árboles que rodean el monumento al general San Martín.

Los caminos roqueperenses con añejas casonas restauradas incluyen al Pueblo Turístico La Paz Chica y su almacén San Francisco que data de 1930 y conserva su increíble construcción en barro y mobiliario original. El edificio fue levantado por la comunidad y se transformó en punto de encuentro, sitio de venta de productos, club y escenario de las obras de Juan Moreira.

“Somos una generación que vuelve al campo, que cree en el arraigo y en la participación comunitaria”, asegura Samy Kraus, a cargo del emprendimiento donde ofrecen manjares dulces, mermeladas, conservas, tablas de verduras asadas, empanadas de carne, chorizos, corderos, lechones y otras delicias rurales elaboradas de forma artesanal.

Roque Pérez también propone avistajes de aves en medio de la inmensidad natural del refugio de flora y fauna silvestre Laguna de Ratto. Allí donde gallaretas, jacanas, sirirí, patos capuchinos y pampeanos, garzas, zorzales, caranchos, chimangos y otras especies parecen posar para las fotos.

Herencia gastronómica en Mercedes

El año 1752 figura en el escudo heráldico de la ciudad como fecha oficial de fundación, pero los orígenes de este destino datan de 1745 cuando nació como frontera de malones con los pueblos originarios Pampas.

Frente a la bonita plaza San Martín, la catedral Nuestra Señora de la Merced con una altura de 70 metros y seis campanas y el Palacio Municipal, del año 1910, se complementan con confiterías como El Bodegón Oveja Negra. Se trata de un lugar antiquísimo de 1905, originado como caballeriza, transformado luego en almacén de ramos generales y luego en fábrica de quesos. Sus muebles y estanterías originales trasladan a las y los comensales a comienzos del siglo pasado.

El edificio del Bar La Vieja Esquina, construido hacia mediados del siglo XIX, es uno de los más añejos del partido. “Viví mucho la época de los almacenes de ramos generales. Hoy en el bar, nuestro fuerte es el salame quintero, el jamón, los quesos y todos los fiambres artesanales de nuestra zona”, manifestó a sus 82 años el italiano Gerónimo 'Momo' Raso, dueño del bar.

El circuito continúa por el Parque Municipal Independencia, uno de los más grandes de la provincia de Buenos Aires. Con sus 54 hectáreas de extensión y emplazado al margen del río Luján, es perfecto para largas tardes de mates, caminatas y deportes.

“Nuestro menú tiene cincuenta platos de elaboración propia y la estrella es la Milanesa Bodegón. Contamos con barman que prepara los tragos de autor Oveja Negra y la cerveza mercedina Birmania”, detalló su encargado Fernando Bustos.