Trabajo Agotador

Por Vanessa Puga

El tema es cansancio. Muchos pensaron en poner “Estoy demasiado cansado para escribir acerca del cansancio”. Cosas que nos cansan hay miles: la escuela, el estudio, la vida agitada de la ciudad, trabajar. Infinidad de trabajos. Aunque a veces creo que no nos damos cuenta de muchas cosas, por ejemplo, de que a nosotros, con computadora e Internet no nos va tan mal. No nos cansamos tanto como otros con trabajos más rudos.

Empero, ¿quieren conocer un trabajo cansado? Ser madre. No que ser padre no sea cansado, pero ser madre es extenuante. Curiosamente, de menos en mi experiencia, las gratificaciones son enormes, así que la mitad del tiempo el cansancio no se siente.

Hay que tomar en cuenta que ser madre (o padre) no es sólo dar vida: es educar, criar, formar. Se dice que hay dos tipos de educación: la natural y la artificial. Y la más crítica de las dos es la natural, pues es la primera a la que nos enfrentamos: la educación en casa. La artificial, la de la escuela, ya está más sistematizada, pero de nada sirve si el niño no viene con un marco referencial, valores, límites establecidos dentro de la educación natural.

Y esto no es un trabajo fácil. Un hijo es demandante pues es un ser totalmente dependiente y, encima de todo, es una esponjita ávida de estímulos. Aguas con andar diciendo “Demonios” o “Maldita sea” a diestra y siniestra, a menos de que quieran que un bello kindergardeano lo repita como si tal cosa. Enseñarles que hay una razón para todo es bueno… hasta que uno se cansa de contestar el “¿por qué?” por enésima ocasión y dice “Porque lo digo yo”  ya que el pequeño puede responder felizmente “Esa no es una razón”. A ver, díganle que no. ¡Ja! ¡Touchè!

A eso hay que agregarle cosas como las enfermedades. ¿Se imaginan lo que es pasar una o dos noches en vela cuidando a un niño con insomnio porque tiene varicela y la comezón no lo deja dormir? Estar cambiando compresas frías toda la noche para tratar de darle un poco de paz y sosiego a un pequeño que no entiende por qué su rostro está lleno de pústulas y lloró en la tarde porque al verse en el espejo del baño pensó que nadie lo iba a querer otra vez pues se veía medio monstruoso con tantas ronchas pustulosas e infectadas.

Ser madre cansa de tanto partirte el corazón. Aunque por un hijo uno lo pega y repega cada vez que es necesario. Uno se cansa de ver triste a su hijo, de no poder darle todo lo que quisiera. Peor aún cuando, con su candidez infantil, dice cosas como “Yo sí te amo, mami, y por eso no quiero que estés triste”.

Cansa tener que estar en un trabajo, lejos de los hijos, de su crianza, perderse los primeros pasos, las primeras palabras y los primeros logros porque se necesita el dinero para sacarlos adelante… aunque se sabe en el fondo que lo que necesitan en verdad es amor y cariño.

Cansa mantener todo en orden: la casa ordenada (“¡que guardes los juguetes de una vez!”), los platos limpios (“déjalo en el fregadero”), la ropa lavada (“echa eso en la ropa sucia”), ganar un sueldo y encima de todo hacer a un pequeño feliz.

Cansa el escuchar la voz incesante del pequeño que apenas descubrió el poder de las palabras y las repite como loro. Cansa que todo el tiempo quiera ver la televisión y que ceda tan fácil ante las tácticas de la mercadotecnia.

Pero… ¡oh, sí, hay un gran y valioso pero! Todo se olvida en el momento en que llega con una sonrisa tierna y pícara, a hundir el rostro en el regazo mientras uno está frente a la computadora tratando de escribir un ensayo para llegar a la fecha límite de entrega y publicar en la revista… y, con el rostro hundido y los bracitos apretando las piernas fuertemente, sale un sincero “Te amo, mami” y todo el cansancio se viene abajo y la vida vale oro.

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