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Relatos

Desfiguros Mujeriles

By 12 agosto, 2022No Comments

En estos años, que son el acabijo de la presente existencia, habito un hermoso lugar en la Península de Yucatán, en las tierras del Mayab, que nos albergan desde hace una década. Y ocurren tantas ocurrencias en este recorrido, que cuando son especiales empieza una a camelar los entresijos vividos, los alegrones, los escollos, los festejos, los velorios. Porque pasan y pasan hervidero de cosas que nomás así se dejan pasar, pero ocurren algunas otras que la dejan a una patidifusa, pensativa, no precisamente cabizbaja, aunque sí dándole vueltas y más vueltas, buscándole un sentido al incidente. Por eso ando más distraída desde hace días.
De chica me tocó entrarle a todo, menos a cocinar. Y cuando me casé tuve casa. La casa necesita mucho tiempo, dedicación. Que la cocinada, dónde ni idea tenía de cómo preparar los sagrados alimentos, alteros de trastes a toda hora, templete de ollas embarradas, platos batidos. Que si la ropa sucia se lava en casa y ¡chin! ya se le cayó el botón, ¡virgen de los apachurrados! ya se me goteó el cloro en la ropa de color, y me acuerdo, cuando estrené la primera robotina y puse la chamarra blanca de jeans, lujo de Fortunato el de mis pesares, y le quedó amarillo huevo, ¡santa cachucha! Fue de calambre. Que si la limpieza, que si barres y barres y no tienes la suerte de la hormiga que se encontró un centavito, o trapeas hasta que la espalda te cruje de tanto retorcer el trapeador. Que quienquiera que llega, sea can o persona, embarra lo trapeado con patas y zapatos, sin consideración alguna. Que si para espantar el tedio, pongo música guapachosa mientras sacudo el polvo, y se convierte en bailongo, y por andar muy inspirada se me olvida apagarle a los frijoles. Porque ponte a limpiar las hornillas cochambrosas, porque te faltó acomodar los cajones, porque no regaste las pobres plantas y ¡válgame Dios! es el cuento de nunca acabar. En cada rincón hay pretexto para seguir dale y dale, y piense y piense, mientras una le tupe al quehacer del diario. De aburrido poco tiene, cansador, es, y mucho.
Aparte de eso hay que cumplir con los afanes del oficio, al principio dar clases, prepararlas calificar. Luego, me dediqué a la investigación: visitar archivos, discernir, analizar documentos después de paleografiarlos, tal como nos enseñó la maravillosa Maestra Chagüita. Sacarles jugo, embonarlos donde deben ir, batallar con la escritura, no dar juicios de valor, ¡aguas! con la ortografía, y sin duda con la puntuación, que debe ser exactita. Pasar exigentes Seminarios y ya hasta se me olvidó qué más, porque eso era endenantes.
Los hijos desde que nacen, ¡qué va! desde antes de nacer y conforme crecen tienen distintas necesidades, requieren apapacho de tiempo completo, enseñanza, paciencia infinita. A veces se llega a los gritos y sombrerazos, luego de la tempestad, recupera una la calma, que no el resuello. Fortunato el padre de las criaturitas es otro cantar, y hay que cantar a su ritmo, en varios tonos, con matices complicados y toda clase de gorgoritos. También están los amigos, queridísimos, la parentela, los padres, ya mayores, que requerían atención y cariño, pasearlos por consultorios cuando era necesario, festejarlos, meterles el hombro, no sea que den un traspié y sale peor. Y cuando se van, se le va a una la mitad del alma, hasta que poco a poco se acostumbra una a tenerlos presentes en la ausencia.
Ya no le voy a echar más agüita al caldo, que va a quedar chirle. Les contaba de mis razonamientos y cavilaciones, por el suceso del otro día. A estas alturas de la función, una, o sea yo mera, me acuerdo del versito que leí hace muchos años y decía más o menos lo siguiente:

DE QUÉ TE SIRVE
TU LUCHA SEMPITERNA,
SI AL FIN Y AL CABO
SE TE APAGA LA LINTERNA.

Y seguido me viene a la memoria para reborujarme las entendederas. Yo he oído tantos cuentos, enredijos, terrores, amenazas infernales, chismes, que no sabe una ni cual creer, ni a cual arrimarse, o por cual decidirse. Pues les hago el pormenor más reciente, que me trae la cabeza como nido de pájaros espantados, como los que revolotean y chiflan a chillidos, porque una serpiente se trepó a su árbol, se acomodó allá arriba, tan campante, para comerse los huevos. Les digo, esto de las serpientes que aquí abundan, es algo serio. Nomás se aparecen y ¡te pegan cada susto! Porque eso sí son muy discretas, silencitas. En el pasillo de la casa, bien que se encorajinan, porque en el mosaico resbaloso no pueden arrastrarse a gusto, o sea, reptar como es su costumbre.
A las pobres se les colgó una pésima fama desde que las involucraron con la desobediencia allá en el Paraíso Terrenal, sepa la bola si será cierto, lo que sí es verdad, es que desde ese entonces las han traído en salsa, porque les dieron el papel de las malandrinas. O a lo mejor no, porque también la Biblia dice que la mujer debe ser prudente como la serpiente. Al fin y al cabo ya no se sabe en qué quedaron. Hace raudal de años, un Pontífice de Roma, me parece que Pío Nono, o sea el noveno de los Píos, dijo que María, la del Niñito que nació en Belén, le había pisado la cabeza a la serpiente, ¡representación del mal!
Es imponente mirarlas de cerca, despiden misterio, hechizo, ocultismo, sus ojillos de ver tan fijo, como que hipnotizan. Vi una en la barda, iba entrando de reversa a su hueco, pero la rana o sapo que apretaba entre los colmillos le impedía el paso franco, así que nos encontramos frente a frente. Tú por tú lado y yo por el mío le dije, medio tartamudeando del susto. Que viva en su cuevita sin meterse con nosotros. Allí se quedó batallando con su presa, ya no averigüé cómo se la merendó.
Y también una tarde que llegamos a eso de las seis, la hora de salida de los muchachos, estaban color cenizo, pelaban tamaños ojazos del puritito susto, pues a según contaron, Macario, al ir chapeando, es decir desyerbando, sintió algo raro, y ¡zácatelas! que interrumpe la siesta de una boa que reposaba su alimento; no es lo mismo cantar y bailar: …es la boa… que tenerla juntito despabilándose, así que el Macario, ni tardo ni perezoso, le mochó la cabeza para que no ande sesteando nomás donde se le ocurra. Por fin y postre, supimos que a su pareja, la suerte tampoco le había sonreído, amaneció una mañana despanzurrada. También la mató la falta de templanza, pues estaba de lado a lado, atravesada en el Sacbé, o sea, el camino blanco, sin pavimento. Algún atrabancado la pasó por encima con las cuatro llantas, dejándola sin concluir la digestión.
Pues así es esto de las tan desprestigiadas víboras, serpientes, reptiles, ofidios, culebras, no todas tuvieron la opción de ser elegidas, para que María les pusiera el pie en la cabeza, y pasaran sonrientes a la imaginería, mientras sostienen a la Santísima Virgen, y con los colmillos, la manzana aquella del famoso Edén. Y ya voy llegando al meollo, no desesperen. Se cuentan entre los animales impuros, tienen sus trapicheos con el demonio, son engañadoras, ¡pero ni quien les quite lo astutas e inteligentes! pues aquí entre nos, fíjense bien, los báculos, esos bastones largos que utilizan de apoyo los obispos, llevan serpientes para ornamentarlos, porque las serpientes son muy, muy inteligentes.

En el caso de Asclepios el dios griego de la medicina, dedicado a sanar a los humanos, al que posteriormente los de Roma le pusieron Esculapio, ese dios, desde muchísimo antes que los obispos, traía en su bastón una serpiente enrollada. Ellas, son una especie que lo mismo vive dentro que fuera de la tierra, que cambia de piel periódicamente, por eso Asclepios, las definió como un símbolo de la constante renovación de la vida. Resulta que en la Edad Media le adjudicaron la seducción y la relacionaron directito con la mujer y se modificó el asunto.
También existen noticias de un tal Trofonio, cuyos poderes sanadores ocurrían en cuevas llenitas de serpientes. El Epidauro fue el centro terapéutico más grande de la antigüedad, había escuela y allí estudió Hipócrates. Se dice que en los dormitorios para los enfermos y heridos, reptaban con parsimonia unas serpientes, que no eran venenosas; pertenecían a los rituales y luego, el responsable, interpretaba los sueños y las visiones de los dolientes para curarlos. Cuentan, que también había perros especialistas en lamer las heridas.
Ahora sí va el cuento: en un mediodía radiante, de sábado, abrí la puerta del pasillo. Debo estar atenta a que las ranas, que les encanta acomodarse en el dintel, no me caigan encima al salir, así que miro hacia arriba. Al bajar el pie del escalón, sentí algo muy duro y ¡madre mía! Pisé un viborón que se asustó tanto como yo, pues empecé a gritar. Abrí la puerta de la lavandería, y la susodicha, medio azotada, buscó refugio en una esquina. Llegó Fortunato el de mis cuitas, con su bastón, que no el de Asclepio, y pudimos observarla: era larga como de metro y medio, tono café en el lomo, la panza más amarillenta, su cabeza era como una flecha, fina y elegante, ojos negros rodeados de un hermoso antifaz color rojo intenso.

Fortunato con hartísimo cuidado la fue obligando a salir al pasillo. La ilustre visitante tomó el camino de regreso, se escabulló por uno de los tubos de desagüe hacia el jardín. Tras el susto, la loca de la casa empezó a galopar, ¿qué significado tuvo? ¿Será que me volveré milagrera? Eso de pisar una serpiente no es cosa del cotidiano vivir. ¿Me habrá trasmitido dotes de sanación? ¡Chance y me vuelvo benevolente! ¿Ya estaré en proceso de beatificación? O será nomás en olor de santidad, ¿pasaré a formar parte de la pléyade de imágenes portentosas? ¡Ni te hagas! Jamás has sido rezandera, santurrona, ni tienes nada que ver con los martirologios. No exageres, María Teresa, si te hubiera mordido, encajado los colmillos con alguna sustancia… quizás, pero nomás de verte, no es posible. A lo peor, como tú la pisaste te echó mal de ojo. No, no creo, porque todo fue en instantes, tan rápido como un suspiro. Acá, dice la gente que hay que matarlas, enrollarlas en periódico y chamuscarlas, de lo contrario viene el doctor de las víboras y las vuelve a la vida, y de por vida lo traen a uno entre ojos. Por eso fue que mejor la dejamos ir vivita y reptando.
Como decimos las abuelas desde hace generaciones: Cada quien en su casa y Dios en cada una de ellas.

María Teresa Bermúdez
Verano del 2022