Crónica romana VII: El alma española, la hidalguía

España no existe, por eso carece de alma. Sin embargo flota un alma colectiva que se nota, se siente (y se añade a este decir “España está presente”.) Y encima ese alma de lo inexistente pulula el alma de las almas del mundo. Es el alma gemela de Italia, pero ¿si no existe?

He de decir que descubrí el alma “española”, de momento digámoslo así para entendernos, paseando por Roma. Fue al descubrir el alma italiana (anterior “Crónica romana VI”) cuando percibí la española, hecha de nada, pero a través de esa transparencia intuí su alma real, la de verdad, la que es, lo real de ese pueblo / tribu / sociedad que llamamos «España»: Es la hidalguía. Ser hijodalgo o hijadalgo, porque el alma no tiene sexo, simplemente es.

La mujer española es hidalga de por sí, ama por nada y para nada… Por eso son poetas como en ningún otro lugar del mundo. Igual los poetas. Los demás países, naciones, lugares del mundo podrán tener autores de millones de versos, a los hidalgos les basta uno para ser su poesía por excelencia sin más. Por eso abundan en las calles y no sólo en las bibliotecas. No es patrioterismo, más cuando niego la patria de antemano, pero es la hidalguía la que ha dado la poesía al mundo, todo el resto de culturas de todos los tiempos no han creado tanta belleza con la palabra como nuestra sociedad a lo largo de toda su Historia. Italia lo ha hecho igualmente con sus formas de esculturas y los cuadros de sus pintores. Nada en demérito de los demás escritores o artistas de otras partes del globo terráqueo, que son geniales, buenísimos, profundos, sentimentales, pero esa chispa invisible se tiene o no y es dada por la hidalguía.

Es el único país, al que se llama “España”, que no existe como tal, pero sí su imagen estereotipada, que por más que se quiere borrar desde la razón y desde el progreso no se logra: la del torero y la flamenca. Algo acerca de esto dijo el canciller alemán Oto von Bismarck: “¡Qué suerte tiene España!, treinta millones de españoles que la quieren destruir ¡y nunca lo consiguen!” De igual manera no logran borrar su alma, por más que lo intentan, porque no la conocen, no saben que late en cada hidalgo adormilado. Desde ahora seremos alma, pues lo sabemos con este descubrimiento, pero sin pasarnos, o sea, habrá que dosificar nuestros deseos de aventuras y desventuras.

Y es que ¿para qué sirve torear? Para nada. Puede gustar o no, entretener, o considerar que sea un arte o un crimen, pero para matar a un toro con un tiro o electrocutados es suficiente, no hace falta tanto rollo, tanto capotazo ni tanto olé. ¡Pero! Es un acto de hidalguía al natural. Como diría mi abuelo Luis, taurino de pro, “torear es aquello que no es todo lo demás”. Quien no lo entiende verá que lo que hace el torero es una chulería y quien lo razona lo interpreta como un crimen, un vil asesinato a un animal indefenso.

En una tertulia convocada por el profesor de la Escuela de formación agraria en Gradefes, cerrada por los poderes fácticos en los años 80, Leoncio Álvarez, en la que participé (como antitaurino y no creyente) con un jesuita, Eutimio Martino y el torero Andrés Vázquez, éste contó que torear es un acto místico, que él habla con el toro y cuando va a entrar a matar le dice “o tú o yo”. Apodado el “torero samurai” han hecho una película sobre él muy interesante, gusten o no los toros: “Sobrenatural”.

La escena de la novela «Don Quijote» de Miguel de Cervantes que más me impacta es en la que hace de leonero, torero de un león, el cual asusta a todos menos al ingenioso hidalgo. Se acerca a la fiera y cuando sale el rey de la selva se queda, se planta frente a frente. Para nada, por hidalguía, para mostrar su valor hidalgo. No es una locura, sino una muestra de quién es y con él los demás de su tribu.

El baile flamenco canta la hidalguía y le da forma artística, algo sin igual, con su cante jondo, es decir hondo, desde el sentimiento. Es en su singularidad un canto inútil, por eso es arte y lo es desde las profundidades del ser humano. Otras almas sufren el amor, otras hacen salir la pasión o lo dramatizan en el teatro y en la vida, pero cantarlo en el idioma nativo de sentir sólo la hidalguía lo consigue. No es una queja, como se suele interpretar, sino el alma en voz. Y no es hacer de menos a nadie, pero lo profundo del alma expresado como tal sucede mediante las artes plásticas en Italia y con la palabra y el canto desde la hidalguía (España.) Las demás almas son geniales, curiosas, llenas de originalidad, bellas y hermosas, simpáticas. Cada cual la suya.

El renacimiento italiano fue el renacer de su alma, se modernizó a través del arte. En España lo artístico es el retazo, impresionante sí, pero lo que da ser a su expresión colectiva es su manera hidalga de existir. La hidalguía es el arte de ser. Si los himnos son el canto del espíritu de un pueblo o región, la letra del himno de León, que escribió mi tío abuelo Pepe Pinto, dice: «Tierra hidalga, tierra mía, / estrofas del romancero / desde Guzmán a don Suero / van tremolando el honor…”. Ramón y Cajal reivindica una “ciencia castiza”, o sea hidalga. Para descubrir la hidalguía, que este científico llama España, ve necesario intimar con nuestra alma de pueblo como única forma de salir de la ignorancia. Es decir, conocer aquello que llevamos dentro. O mejor: aquello que nos lleva.

Hasta tal punto que descubrir el alma italiana y gracias a ello el de España, la hidalguía, me ha permitido entender, ¡por fin!, la cuestión territorial. Y os cuento, caros lectores: No es un conflicto de convivencia, ni político. Miremos con el microscopio la Historia y la psicología de sus gentes, usemos el telescopio para ver el presente. Se trata de un choque de almas, la hidalga y la comercial. Y nos lo están diciendo las facciones de este enfrentamiento permanentemente, pero no lo sabemos traducir y se convierte en un diálogo de sordos y se extiende a ciegas en análisis, tertulias, comentarios en medios de comunicación.

El alma hidalga no dialoga ni negocia, sino que su razón es ¡porque sí! El alma mercantil enriquece a la nación en que habite y siempre busca negociar una solución. No recuerdo en qué conflicto durante la Edad Media los comerciantes aluden a las razones que les da el derecho histórico y la ley para defender sus planteamientos, ante un ejército castellano, de caballeros hijodalgos, cuyo capitán dice “Estas son nuestras razones” y señala cientos de cañones, más que el de los otros. Hoy se señala la constitución y la estabilidad y son más los que dicen «cuidadito» y además la hidalguía se ha extendido y ocupa buena parte del territorio de los mercaderes. No se trata de estereotipos, o sí, sino ver la realidad del alma. Al hidalgo no le hace falta entender nada, al negociante sí, ha de conocer a quien compra sus productos y a quién va a vender lo que fabrica o comercializa. La persona de comercio se vuelve “Torra” al no entender nada, al no haber salida frente a los hidalgos y hace disparates y quiere imitar a su contrincante sin serlo. Es un conflicto que no sirve para nada, por eso activa la hidalguía, por eso lo mantienen los que dicen defender la unidad de España, vencen en ese juego que no lleva a nada, pero ganarán los comerciantes cuando Europa sea un Estado, siendo la hidalguía, unida al alma y al arte italianos, aquello que contra sus mismas almas, lo conseguirán. Es lo que llaman los literatos el quijotismo. No olvidemos que don Quijote muere al volverse «cuerdo». Los hidalgos se enfrentan a los problemas cuando son difíciles, aparentemente imposibles, deshacen entuertos, vencen los peligros sin resolver nada. Los italianos con su alma a cuestas desordenan todo. El comerciante lo calcula todo, insiste en llegar a un acuerdo, e insiste, insiste para ganar algo. Y se plantea: «Ya veremos el qué, pero algo». ¡Menos mal que hay otros pueblos, otras gentes que son capaces de organizar el mundo!, a su manera claro. Y menos mal que para los ordenaditos existen los hidalgos y la belleza italiana. Los judíos, con su alma cabalística, administran el mundo, lo gestionan y mueven la economía mundial, los demás lo gastan o desordenan con guerras, corruptelas, negocios, follones, ideologías y demás. La globalización mezcla, embarulla unas almas con otras, pero siempre queda su esencia.

Fijaros en la diferencia entre el hidalgo don Quijote en la Mancha enamorado de Dulcinea del Toboso, la crea, la idealiza, da vueltas con sus aventuras para que su fama y no su mano llegue a ella, para nada, pero hace que todo gire en torno a él y le sigue su amigo Sancho. Spill, por contra, es un personaje que crea el escritor y médico, Jaume Roig, es un bandolero valenciano, que quiere ganar riquezas para él, que va a la guerra contra Inglaterra desde Francia para atesorar bienes, se casa varias veces sin encontrar la mujer adecuada calculando cómo tienen que ser. Al final este personaje renuncia a todo y se hace asceta y el autor se mete en la novela para hacer la pelota a su esposa. La supervivencia de ambas almas es enfrentarse permanentemente. ¡Eureka, Eureka!

Otro ejemplo: los comerciantes se han de unir para su supervivencia, aunque compitan deben defender sus rutas, los mercados, lo cual se refleja en las fiestas y trasmiten la imagen de cooperación con los castells, las torres humanas. El alma hidalga se manifiesta tranquila fuera de la aventura, cuando reposa, siendo su imagen social los corrillos en los pueblos de Castilla. En León los filandones, los calechos en Babia. esta es su fiesta, lo demás es para ellos un follón.

Y lo que cuento nadie mejor que Calderón de la Barca, castellano de pro y caballero de Santiago, en su obra “El alcalde de Zalamea” resume: «Al rey (los mercaderes) la hacienda y la vida se ha de dar, / pero el honor (la hidalguía) es patrimonio del alma, / y el alma sólo es de Dios…» Da lo mismo creer o no en Dios, el alma es el alma… aunque sea una neurona hecha de materia y energía. Posiblemente durante la prehistoria de la hidalguía se inventara el alma como ente y entelequia convertida en realidad, para poder salir al mundo. Y por eso los hijodalgos, al vivir desde el alma se enamoran, más que amar o que ligar, o que pretender. Por eso sus gentes son conquistadoras: de tierras y de corazones… Aunque hoy sea un alma dormida, que como el arpa del rincón oscuro de Gustavo Adolfo Bécquer: “¡Cuántas veces el genio / así duerme en el fondo del alma, / y una voz, como Lázaro, espera / que le diga: «¡Levántate y anda!».

Y toda alma necesita un cuerpo, como don Quijote necesitó a Sancho Panza. Por eso el alma española y la italiana se complementan, sin saberlo. Sucede en la quimera de lo histórico, en el arte, aun sin que sea a propósito.

Descubrí esto que cuento ante la Scala Santa, la escalera que se supone que subió Jesús de Nazaret para llegar al palacio de Poncio Pilatos. Sólo se puede subir de rodillas, quien lo haga a pie ha de ser en otra que está a un lateral. La han hecho los italianos porque es algo vivencial y bello para la narración religiosa. Pero la suben españoles y hispanoamericanos, especialmente. Y lo hacen con la cabeza alta, con sensación de algo glorioso y personal. ¿Para ganar el cielo? Los beatos sí, pero los hidalgo no, ¡para nada! Porque de otras naciones, de otras almas, como la polaca o portuguesa suben mujeres y hombres rezando y con la cerviz cabizbaja. Es otra manera de expresarse y de ser. Y no es sino un hecho más de otros muchos que impregnan la Historia, cada cual que ponga sus ejemplos. Pero cuando el hidalgo conquistador Diego Ordás, zamorano del pueblo Castroverde, sube al volcán al que nadie antes subió lo hizo por hidalguía. Y casualmente encontró azufre, decisivo para hacer pólvora y seguir guerreando. Hernán Cortés. Hidalgo extremeño , sube a los Cu con sus compañeros de armas e hidalguía lo hace igualmente por un impulso, y decide conquistar tierras desconocidas para avanzar, para llegar a no se sabe donde, pero como ese idioma del alma no se entiende lo justificó en coger oro, ofrecer tierras al Imperio y así fue, pero eso no es motivo para ir un ejército de trescientas personas si no es tras el sueño del Dorado gracias a la inspiración de las novelas de caballería, auténticos amadises de la Historia de la Humanidad. Fue una acción puramente hidalga, quijotesca, que luego instalados se hizo cuerpo y fueron Sancho Panza ávidos de la ínsula. Según Salvador de Madariaga Hernán, Cortés es el retrato del Quijote. Yo pienso que es al revés, el hidalgo caballero es el que refleja a Hernán Cortés y lo retrata y caricaturiza. Nadie puede entender con los ojos de la materia y la ciencia, con la mente del cálculo aquella gesta y por eso se desprecia y denigra. Dieron lugar al mestizaje, enamorados de mujeres naturales, si bien con abusos y la fuerza algunos desalmados, no fue la norma y así lo cuentan los cronistas. Amaron como sólo desde el alma se puede hacer. El oro fue la excusa, la cruz su bandera, la fama al expandir su hidalguía fue su razón de ser y de hacer lo que hicieron.

Los italianos han creado el mundo tal como lo conocemos, han viajado por él desde Colón a Marco Polo, siendo los hidalgos quienes lo han conquistado, sin quedarse luego con nada, ni siquiera se ha quedado España consigo misma, queda su ser, su hidalguía, su abstracción. Esta es nuestra patria, para bien y para mal, la única del mundo que carece de localización aunque se dibuje en el mapa, porque el suelo español es el que está en la patria de lo hidalgo y no al revés como las demás naciones que son las naciones o países, o regiones, de las almas de sus pueblos.

Dos almas genuinas quedan en el mundo, una en Italia a través de la iglesia romana (donde se recicla el alma imperio invictus de Roma) y otra en España, o mejor dicho en la hidalguía, cuyo símbolo sin par es el valeroso don Quijote de la Mancha.

Crónica romana I: Luces.

Crónica romana II: Sombras.

Crónica romana III: El idioma.

Crónica IV: La belleza italiana.

Crónica romana V: El ser italiano

Crónica romana VI: El alma italiana.

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