Opinión | Sobredosis de cinismo en la chirinada fiscal de los gobernadores K

Tal vez lo haya inspirado el imponente retrato de Juan Manuel de Rosas que cuelga en su despacho. Todo un emblema de la parábola ideológica de Axel Kicillof desde su militancia marxista en el movimiento estudiantil.

El preferido de Cristina Kirchner tomó ayer la lanza con pendón rojo punzó y arremetió contra el poder central junto a los otros siete gobernadores del kirchnerismo remanente.

Kicillof publicó en su cuenta de la red social X (exTwitter) una proclama del bloque contra la reversión de la baja del Impuesto a las Ganancias. Una medida sin financiamiento del festival demagógico de Sergio Massa. Los gobernadores peronistas de Córdoba, Martín Llaryora, y de Salta, Gustavo Sáenz, no firmaron el documento.

El texto condenó con dureza la devaluación del tipo de cambio oficial, “sin medidas compensatorias –subrayó– para los trabajadores y los sectores medios”. Evitó señalar qué opciones estarían disponibles, a la necesidad de sincerar el atraso cambiario y la inflación reprimida durante largos años, incluida la gestión ministerial de Kicillof.

Su especialidad formal es la historia económica, la asignatura dictaba en la Universidad. Aunque en este caso le faltó rigor. Dijo que la última devaluación fue “la más grande de la historia”. Omitió que en 2001 el dólar multiplicó por 4 su valor. Duplicó la magnitud de la actual.

Su desconocimiento es más exhaustivo aún en lengua, como revelan sus discursos poblados de “haigas”, “jóvenas” y “docentas”. El lenguaje inclusivo lo “pudió”. Tampoco habría aprobado las pruebas Pisa de aritmética elemental.

En su tuit confundió el nivel de aumento del dólar oficial con la magnitud de la desvalorización del peso en relación a esa moneda. Consignó que la devaluación fue del 118%. Es de sentido común: si algo se reduce 100% se extingue, deja de existir. Una disminución mayor al 100% es tan ilógica como la cuadratura del círculo.

La declaración objeta el intento de enmendar la reforma de Ganancias porque castiga “a los trabajadores”. En realidad, perjudica a un millón de empleados en relación de dependencia con sueldos de un millón a dos millones de pesos, en números redondos. Las provincias pagaron 6 de cada 10 pesos del costo fiscal de la medida resignando coparticipación. Massa les dijo que las compensaría con una parte de lo ingresado por Impuesto al Cheque. Otra promesa incumplida.

Ahora los gobernadores rebeldes –aunque en rigor en este punto coincide la amplia mayoría de los mandatarios provinciales– reclaman que les coparticipen el 70% de lo que recauda ese tributo.

Lo que no dicen, es que eso significaría manotear la caja de Anses. La totalidad del Impuesto al Cheque tiene ese destino. Representa el 12% del presupuesto del organismo y permite solventar los 4,5 millones de asignaciones universales por hijo y una parte de los 7,5 millones de jubilaciones y pensiones.

La motosierra de Alberto, Cristina y Sergio ya había podado el gasto previsional, por licuación inflacionaria, del 8 al 6% del Producto Bruto. Un ajuste de 10.000 millones dólares. Milei se propone ampliar el recorte en un 0,4% adicional en 2024 (otros 2.000 millones de dólares).

Los 12 millones de ñiños y ancianos afectados –la mayoría sumergidos en la pobreza–, carecen del poder de lobby de los sindicatos privilegiados y los gerentes favorecidos con la desgravación de Ganancias.

Kicillof sobreactúa su fe peronista, tan reciente como el rosismo iconográfico. ¿Cómo compatibilizarán, él y los caudillejos sobrevivientes que lo siguen en la chirinada fiscal, la noción de justicia social con tamaña inequidad? Las lagunas gramaticales y aritméticas de Axel expresan una cuota generosa de ignorancia. El vaciamiento del principio que define el núcleo doctrinario peronista es, en cambio, un acto supremo de cinismo.

Carlos Sagristani