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    Las cosas que perdí en la oscuridad

    Elías Brizuela

    Abr 17, 2024

    Las cosas que perdí en la oscuridad

    Las paredes blancas resplandecían de un azul oscuro que no terminaba de iluminar el cuarto de hotel y, como nunca o a menudo, sentí que no había motivos para continuar el viaje. Todos los motivos murieron a la espera de las cosas que perdí en la oscuridad.

    Cada par de ratos iluminábalo todo alguna luz ajena que ingresaba con timidez y se eyectaba con rapidez. Se hacía notar de manera transversal y me quebraba el rostro en un instante que, para mí, era eterno. La cama era un tanto reconfortante luego de las calumnias diurnas, mas no podía pedir demasiado de ella... apenas me sobraban unas chirolas y unos cuantos granos de arroz.

    Las luces de la madrugada tomaron protagonismo en aquel tercer piso. El silencio parecía abrumador, no obstante, encontré concilio entre el bullicio de la ciudad que apenas dormía. Tan solo una taciturna vigilia entre el caos ampuloso del día y la pesada carga somnolienta de las primeras horas de la noche.

    Tomé mi fuego, enrolé y salivé el papelillo y ordené, poco a poco, la creación artesanal que, instantáneamente, se transformaría en humo y desidia. “Estoy queriendo dejar”, pensé y dí otra pitada. Aunque, concretamente, estaba pensando en que ya no tenía tanto dinero para seguir viajando y, tal vez, ese haya sido siempre el problema pero durante un tiempo no le dí mucha importancia. Como a tantas otras cosas durante estos cuatro meses. 

    Simplemente tengo la sensación de que, quizá, no soy lo suficientemente agradecido. Tan sólo pensar en mis problemas… me recuerda que… otros están deseosos de vivir un minuto más de sus vidas… mientras yo busco autodestruirme. Y, la inquebrantable pulcritud de la marea de la quietud de la noche en el final de un viaje… sólo aumenta denodadamente esa sensación de fragilidad y autoboicot. “¿Son mis problemas verdaderos axiomas?”, comencé a divagar sobre ello… sólo concluí en prender otro cigarrillo.

    Se me enfrió el té pero estaba bien, supongo. Ahora siento que todo tiene un poco de carácter de domingo… pero es jueves. Las cosas son cosas y no trascenderán. El té es té y morirá siéndolo. Al igual que la luna o las estrellas, al menos hasta que colisionen…

    Entre tanto ida y vuelta pensé: “pronto me quedaré solo a la espera de las cosas que perdí en la oscuridad”, y eso fue todo. Luego, se oyó un bondi frenar a lo lejos, un avión que tomó protagonismo durante un rato y algunos otros sonidos de la noche en el tercer piso de un hotel malagüero. 

    Prendí el fuego, puse el agua a hervir y me acomodé en la mesada mientras observaba las cosas que perdí en la oscuridad. “Me la paso todo el día buscando formas de no provocar (me) accidentes y eso es, como mínimo, abrumador”, pensé y a continuación resolví: “estoy medio perdido, no encuentro sentido, siento que todo tiene un poco de carácter de domingo… pero todavía es jueves. Tantas palabras me desgastan, tantos sonidos me oprimen vitaminas esenciales”.

    Son las dos y media de la mañana. En el baño sólo algunos ecos: la música contemporánea de los espacios vacíos del cuarto, alguna que otra mosquita de la humedad y el silencio de la soledad. Solo cuando el sonido de la ducha rompió la calma pude retomar capacidad de aplomo y, al mismo tiempo, desazón. Pues, me senté en la antigua ducha con marcos cerámicos y mientras el agua desandaba mi corporeidad, mis dúctiles ojos de cristal se humedecían en tentación de soltar alguna lágrima. Empero, el llanto no se me dá con facilidad y así como llegó esa sensación de fragilidad, se fue. Y, el esperpento del momento sucedió, así, sin más, para dar paso al vacío existencial de una madrugada de viernes con un poco de carácter de domingo. 

    Me perdí en mis pensamientos con la última comida que me quedaba sobre la mesa, y el motivo yace en que meditar mucho puede quebrar mi eje y, así, olvidar el equilibrio. Y, volvería a estar triste, más triste: pues la declive que construye la realidad es profana. 

    No hay revoluciones posibles en el horizonte: las utopías quedaron truncas y los deseos obnubilados de ceguera. Ahora sólo existe alguna cosa parecida a la nostalgia, a la angustia… ese algo que se filtra entre los rostros mojados, resquebrajados y toscos de los transeúntes que viajan de Ezeiza a Puente La Noria para tomarse el veintiuno. La frustración de saberse extinto de placer; el dolor que cuesta vida y cobra en aliquebrado llanto, unas pocas cuotas de reminiscencia. 

    Este cuarto, sencillamente, podría ser esos tantos otros lugares que buscaron motivos para morir a la espera de las cosas que perdí en la oscuridad. La parada del veintiocho en General Paz, la habitación sin revocar de los hijos del panadero escuchando Néstor en Bloque y Almafuerte o el cómodo asiento de la combi hacia Obelisco, entre tantos otros ¿Lo real sucumbe en aquellos sitios de transición o se transforman, estos últimos, en lo real? 

    “Solo sucede”, pensé y eso fue todo.


    Elías Brizuela

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